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los jardines de "el retiro"
un versalles en la vega de málaga
JARDINES
DE EL RETIRO DE STO. TOMÁS EN
CHURRIANA (Málaga)
Extracto de la Revista Jábega nº 2, año 1973. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com)
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Pasarás de largo ante el Aeropuerto y El Rompedizo, te
zafarás con un tajante volantazo a la derecha del alud
de coches que intentan arrastrarte hacia Torremolinos,
a una tediosa tarde más, y enfilarás con impaciencia la
carretera de los Alhaurines y Coín. Abrirás las
ventanillas y un aroma de campo y olivares se te vendrá
encima. Irás alerta , y al advertir un pequeño letrero
(«El Retiro: Prohibido el paso») entre Churriana y
Alhaurín de la Torre, harás todo lo contrario: pasar.
Aminorarás la marcha por la vereda sombreada de
añosos eucaliptos, y tu desobediencia tendrá un premio:
en unos segundos te encontrarás siglos atrás.
La Finca de El Retiro, antes llamada Santo Tomás del
Monte y ahora El Retiro de Fray Alonso de Santo Tomás,
fue fundada por este fraile dominico, que fue obispo de
Málaga por el último tercio del siglo XVII. Traspasando
la pesada verja, con una maxi-campanilla de bronce a su
vera que avisa al jardinero encargado de que hay
visitantes, un olor de azahar y de calma, una insólita
ausencia de ruidos, te recibirá. Llevamos dos buenos
guías para nuestra visita: Juan, el encargado, que desde
hace 40 años tiene sobre sus hombros la responsabilidad
y el placer de cuidar uno de los mejores jardines de
España, y el libro de Juan Temboury Alvarez «Informes
Histórico-Artísticos de Málaga», editado por la Caja de
Ahorros Provincial dentro de su Obra Cultural. Gran
conocedor y también guía inmejorable para una visita a
El Retiro es D. Modesto Laza Palacios, que ha estudiado
a fondo este importante jardín.
Descendemos por un camino en suave pendiente,
viendo a nuestro lado el Huerto-Jardín, cuyo trazado es
el más antiguo de la finca (tiene tres siglos). Pasamos a
un amplio patio, entre cortijero y monacal, con una bella
fuente en medio, una capilla, la antigua gañanía, etc.,
y rodeando la casa-palacio entramos por un portillo del
seto en el Jardín-Patio.
Lo primero que nos sorprende es la hermosa vista de la
vega de Málaga, de la capital y el mar, al fondo, los
campos, las montañas violáceas neblinosas, un avión
que despega como un cuchillo reluciente. Un jardín de
molduras geométricas con una fuente en medio, en la
que el mármol italiano adopta formas de delfines, de
niños, de un tritón y una sirena: La Fuente de la Sirena
o de Génova. Nos rodean una serie de estatuillas y
bustos, variadísimos, bajo las frondosas copas de un
magnífico aguacate, dos magnolios, una alta araucaria...
La entrada a este jardín, del lado de la casa, está
flanqueada por dos Cycas revoluta de un par de metros
y sobre siglo y medio de vida, ya que cada año echan
una corona de sus airosas hojas, que deja sobre el
tronco su estrecha cicatriz grabada, como una arruga
más que marca el tiempo. Estas plantas, que todo el
mundo toma por palmeras, no son ni parientes lejanos
siquiera de ellas, sino más bien —y aunque parezca
increíble— de las araucarias, los pinos y los cipreses,
que no se parecen nada a ellas. Cosas de los botánicos,
que en lugar de dejarse llevar por las apariencias, y
de fiarse de parecidos, cogen una lupa y se dedican a
mirar el gineceo, el perianto y cosas rarísimas, que el
profano no ve por parte alguna. Hay también en este
patio un Hibiscus o Pacífico de flores rojas, y una
Begonia de hojas rosado-anaranjadas, de un par de
metros casi, muy esbelta.
Esta parte del jardín no la conoció el bueno de Fray
Alonso, ya que es de hacia 1780. El obispo fundador de
la finca murió un siglo demasiado pronto para poder
ver las maravillas que en ella había de hacer su futuro
propietario, el Conde de Villalcázar, con la eficaz
colaboración del prestigioso arquitecto José Martín de
Aldehuela, que honra también su «curriculum vitae» con
la ejecución del Puente sobre el Tajo y la Plaza de Toros
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Jardines del Retiro: La ría
de Ronda. Por aquellos años, pues, en que empezaba
la Edad Contemporánea, nacía aquella parte de los
jardines del Retiro que presenta mayor interés. En una
fusión del estilo francés con las esculturas y los
detalles ornamentales tipo italiano, y con un hálito y
una atmósfera andaluza y árabe en el gusto por lo
recoleto, lo umbrío, el rumor de los surtidores y las
caídas de agua, los dieciochescos jardines de El Retiro
vienen a ser como el fruto apasionado de un triángulo
amoroso del que formaran parte Versalles, el Generalife
y la Villa Farnesio. Una coproducción, diríamos ahora.
Juan el encargado nos hace pasar, pacientemente, por
el itinerario que ha recorrido ya miles de veces, desde
chico (su padre ya ocupaba el mismo puesto, y
actualmente su hijo le acompaña; tres generaciones de
jardineros enamorados de un jardín eterno), y
desembocamos en el Jardín de la Cascada, lo que más
nos recuerda a Versalles y a La Granja. La Fuente del
León, casi rampante, bramando agua y no rugidos; una
alberca cuadrada con un peñón en medio como surtidor;
y la caída, la cascada, la escalinata de escalones
desgastados de piedra, la perspectiva de un rico juego
de aguas, fuentes, molduras recortadas de boj, dos
cortinas de cipreses enmarcándolo todo, el suelo
poblado de musguillo, bambúes y hiedras y culantrillos,
dos esculturas que derraman el agua de sus cántaros,
la estatua-fuente del pastor que toca la flauta —de la
que sale un surtidor— con un perro dormitando a sus
pies, la fuente de las ranas y los patos, la colosal
perspectiva de todo desde abajo... Un par de árboles de
Júpiter casi en el medio, con sus flores rosado-violáceas
rizosas, y, destacando sobre el seto de cipreses, las
grandes copas de unos cuantos almeces o almecinos,
Celtis australis, de la familia de los olmos. Un níspero
asoma también sus hojas velludas y sus frutos
anaranjados sobre el seto.
Volvemos a subir las escaleras, y visitamos un
invernadero, un mirador de extraordinaria vista, elevado
Extracto de la Revista Jábega nº 2, año 1973. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com)
fuese por breve rato y entre frescas paredes verdes,
con un árbol o un banco en lugar de un Minotauro al
final, y sin hilo de Ariadna que guiase el regreso. Aquí
podemos dar suelta a los crios, que indefectiblemente
recordarán luego, de El Retiro, el Laberinto y los patos
en la Ría, y que por un misterioso don entran y salen del
Laberinto con gran facilidad, no sabemos si guiados por
su paciente Ángel de la Guarda o porque atajan
atravesando los setos entre troncos y troncos de ciprés
en cuanto les parece.
Allí cerca está la llamada Tumba del Obispo, que
posiblemente ni es tumba ni es del obispo, y también
otra alberca o estanque cuadrado, en cuyo centro hay
un islote cuadrado también, al que se accede por un
puentecillo, y en cuyo centro, en un sillón de palo, se
sentaba a meditar el obispo creador de la finca. Un
retiro dentro de El Retiro. De aquí salimos de nuevo a
la verja que hace cosa de una hora nos dio paso. Nos
despedimos de nuestro amable guía y decidimos, por
supuesto, voíver. Volver y traer amigos, familiares. Las
cosas bellas hay que compartirlas.
Jardines del Retiro: Baco
entre una araucaria, un nogal americano, un árbol del
amor o de Judea (Cercis siliquastrum), una palmera
datilera... Al lado está la Ría, otro de los atractivos de
El Retiro. Un canal de aguas lentas y de patos blancos,
del que se nutren las fuentes y cascadas. Caminamos
por la margen más próxima a Málaga, partiendo de un
punto en el que hay dos cosas de interés: una preciosa
escultura de mujer, de medio metro, que daría gusto
llevarse a casa y ponerla en el salón, y un curiosísimo
reloj de sol, hoy incompleto y deteriorado, que en 300
cuadrantes grabados en el mármol indicaba la hora en
todos los países conocidos en el siglo XVII. Desde allí,
caminando junto al seto que bordea la Ría, admiramos
los enormes cipreses centenarios, otra araucaria, un
cedro de Atlas raro en Málaga, Jacarandas, molduras
recortadas de duranta y romero, unos laureles, y los
grupos de áloes que al otro lado del agua parecen
derramarse sobre ella ansiosos de beberla. Al final de la
Ría vemos un Ficus elástica grande y frondoso, una
palmera cocotera, y un árbol del amor y una adelfa que
se entrelazan y confunden. Pasamos al otro lado de la
Ría y vemos un cedro joven, del que nos explica Juan
que vino a sustituir a un ciprés que cayó herido por el
rayo, un magnolio, Jacarandas (cuyas flores azuladas
aparecen antes que las hojas, y cuyos frutos parecen
castañuelas), y algún árbol del amor. Este es, de nuevo,
el Huerto-Jardín por donde entramos al principio, la
parte antigua de la finca. Hemos ido dando una vuelta
en el sentido de las agujas del reloj. Vemos el laberinto.
La importancia de este jardín (y la de esa otra joya de
la jardinería malagueña que es la Finca de la
Concepción) es tal, que podríamos asegurar que se
trata de los 15 o 20 mejores jardines antiguos que
pueden contemplarse en España. En ese censo
(subjetivo, pero creo que bastante indiscutible) de
jardines selectos, estarían: el Parque de la Ciudadela de
Barcelona, El Buen Retiro y la Quinta del Berro de
Madrid, los Jardines de Aranjuez, del Escorial y de la
Granja, el Jardín de La Orotava en Tenerife, el
Huerto del Cura de Elche, el Jardín de Marimurtra
de Blanes, los Jardines de La Alhambra y El Generalife,
los del Alcázar de Sevilla..., y el Retiro de Fray
Alonso y la Finca de La Concepción, en Málaga.
La influencia del histórico jardín francés llega
a España con la creación del de La Granja por
Felipe V. Sesenta años después se construye la
mejor parte del que acabamos de visitar. Son las
dos únicas muestras del estilo que hay en España.
Aunque El Retiro, como hemos dicho, incluye
resonancias italianas y árabes, y ha ido luego
poblándose de árboles y plantas diseminadas al azar en
forma paisajista, presentando así también una faceta
de jardín inglés, natural, que le convierte
definitivamente en un crisol de estilos y que le da su
peculiar encanto. Porque por encima de los estilos
está siempre la Naturaleza, la belleza, el buen gusto
de los que aman a las plantas, a la piedra y al agua...
José Antonio DEL CAÑIZO
«El laberinto antiguo, de tres siglos, fue desapareciendo,
—explica el encargado—. Yo saqué un plano, y hace
unos veinticinco años planté éste, prácticamente igual.
Está hecho de setos de cipreses, y hay que llegar al
chopo ese que destaca en el centro». Hubo una época
en que en los jardines de obispos y príncipes, personajes
teóricamente dedicados a salvar a la gente, había
laberintos destinados a hacerla perderse, siquiera
Extracto de la Revista Jábega nº 2, año 1973. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com)
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