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los jardines de "el retiro" un versalles en la vega de málaga JARDINES DE EL RETIRO DE STO. TOMÁS EN CHURRIANA (Málaga) Extracto de la Revista Jábega nº 2, año 1973. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com) 33 Pasarás de largo ante el Aeropuerto y El Rompedizo, te zafarás con un tajante volantazo a la derecha del alud de coches que intentan arrastrarte hacia Torremolinos, a una tediosa tarde más, y enfilarás con impaciencia la carretera de los Alhaurines y Coín. Abrirás las ventanillas y un aroma de campo y olivares se te vendrá encima. Irás alerta , y al advertir un pequeño letrero («El Retiro: Prohibido el paso») entre Churriana y Alhaurín de la Torre, harás todo lo contrario: pasar. Aminorarás la marcha por la vereda sombreada de añosos eucaliptos, y tu desobediencia tendrá un premio: en unos segundos te encontrarás siglos atrás. La Finca de El Retiro, antes llamada Santo Tomás del Monte y ahora El Retiro de Fray Alonso de Santo Tomás, fue fundada por este fraile dominico, que fue obispo de Málaga por el último tercio del siglo XVII. Traspasando la pesada verja, con una maxi-campanilla de bronce a su vera que avisa al jardinero encargado de que hay visitantes, un olor de azahar y de calma, una insólita ausencia de ruidos, te recibirá. Llevamos dos buenos guías para nuestra visita: Juan, el encargado, que desde hace 40 años tiene sobre sus hombros la responsabilidad y el placer de cuidar uno de los mejores jardines de España, y el libro de Juan Temboury Alvarez «Informes Histórico-Artísticos de Málaga», editado por la Caja de Ahorros Provincial dentro de su Obra Cultural. Gran conocedor y también guía inmejorable para una visita a El Retiro es D. Modesto Laza Palacios, que ha estudiado a fondo este importante jardín. Descendemos por un camino en suave pendiente, viendo a nuestro lado el Huerto-Jardín, cuyo trazado es el más antiguo de la finca (tiene tres siglos). Pasamos a un amplio patio, entre cortijero y monacal, con una bella fuente en medio, una capilla, la antigua gañanía, etc., y rodeando la casa-palacio entramos por un portillo del seto en el Jardín-Patio. Lo primero que nos sorprende es la hermosa vista de la vega de Málaga, de la capital y el mar, al fondo, los campos, las montañas violáceas neblinosas, un avión que despega como un cuchillo reluciente. Un jardín de molduras geométricas con una fuente en medio, en la que el mármol italiano adopta formas de delfines, de niños, de un tritón y una sirena: La Fuente de la Sirena o de Génova. Nos rodean una serie de estatuillas y bustos, variadísimos, bajo las frondosas copas de un magnífico aguacate, dos magnolios, una alta araucaria... La entrada a este jardín, del lado de la casa, está flanqueada por dos Cycas revoluta de un par de metros y sobre siglo y medio de vida, ya que cada año echan una corona de sus airosas hojas, que deja sobre el tronco su estrecha cicatriz grabada, como una arruga más que marca el tiempo. Estas plantas, que todo el mundo toma por palmeras, no son ni parientes lejanos siquiera de ellas, sino más bien —y aunque parezca increíble— de las araucarias, los pinos y los cipreses, que no se parecen nada a ellas. Cosas de los botánicos, que en lugar de dejarse llevar por las apariencias, y de fiarse de parecidos, cogen una lupa y se dedican a mirar el gineceo, el perianto y cosas rarísimas, que el profano no ve por parte alguna. Hay también en este patio un Hibiscus o Pacífico de flores rojas, y una Begonia de hojas rosado-anaranjadas, de un par de metros casi, muy esbelta. Esta parte del jardín no la conoció el bueno de Fray Alonso, ya que es de hacia 1780. El obispo fundador de la finca murió un siglo demasiado pronto para poder ver las maravillas que en ella había de hacer su futuro propietario, el Conde de Villalcázar, con la eficaz colaboración del prestigioso arquitecto José Martín de Aldehuela, que honra también su «curriculum vitae» con la ejecución del Puente sobre el Tajo y la Plaza de Toros 34 Jardines del Retiro: La ría de Ronda. Por aquellos años, pues, en que empezaba la Edad Contemporánea, nacía aquella parte de los jardines del Retiro que presenta mayor interés. En una fusión del estilo francés con las esculturas y los detalles ornamentales tipo italiano, y con un hálito y una atmósfera andaluza y árabe en el gusto por lo recoleto, lo umbrío, el rumor de los surtidores y las caídas de agua, los dieciochescos jardines de El Retiro vienen a ser como el fruto apasionado de un triángulo amoroso del que formaran parte Versalles, el Generalife y la Villa Farnesio. Una coproducción, diríamos ahora. Juan el encargado nos hace pasar, pacientemente, por el itinerario que ha recorrido ya miles de veces, desde chico (su padre ya ocupaba el mismo puesto, y actualmente su hijo le acompaña; tres generaciones de jardineros enamorados de un jardín eterno), y desembocamos en el Jardín de la Cascada, lo que más nos recuerda a Versalles y a La Granja. La Fuente del León, casi rampante, bramando agua y no rugidos; una alberca cuadrada con un peñón en medio como surtidor; y la caída, la cascada, la escalinata de escalones desgastados de piedra, la perspectiva de un rico juego de aguas, fuentes, molduras recortadas de boj, dos cortinas de cipreses enmarcándolo todo, el suelo poblado de musguillo, bambúes y hiedras y culantrillos, dos esculturas que derraman el agua de sus cántaros, la estatua-fuente del pastor que toca la flauta —de la que sale un surtidor— con un perro dormitando a sus pies, la fuente de las ranas y los patos, la colosal perspectiva de todo desde abajo... Un par de árboles de Júpiter casi en el medio, con sus flores rosado-violáceas rizosas, y, destacando sobre el seto de cipreses, las grandes copas de unos cuantos almeces o almecinos, Celtis australis, de la familia de los olmos. Un níspero asoma también sus hojas velludas y sus frutos anaranjados sobre el seto. Volvemos a subir las escaleras, y visitamos un invernadero, un mirador de extraordinaria vista, elevado Extracto de la Revista Jábega nº 2, año 1973. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com) fuese por breve rato y entre frescas paredes verdes, con un árbol o un banco en lugar de un Minotauro al final, y sin hilo de Ariadna que guiase el regreso. Aquí podemos dar suelta a los crios, que indefectiblemente recordarán luego, de El Retiro, el Laberinto y los patos en la Ría, y que por un misterioso don entran y salen del Laberinto con gran facilidad, no sabemos si guiados por su paciente Ángel de la Guarda o porque atajan atravesando los setos entre troncos y troncos de ciprés en cuanto les parece. Allí cerca está la llamada Tumba del Obispo, que posiblemente ni es tumba ni es del obispo, y también otra alberca o estanque cuadrado, en cuyo centro hay un islote cuadrado también, al que se accede por un puentecillo, y en cuyo centro, en un sillón de palo, se sentaba a meditar el obispo creador de la finca. Un retiro dentro de El Retiro. De aquí salimos de nuevo a la verja que hace cosa de una hora nos dio paso. Nos despedimos de nuestro amable guía y decidimos, por supuesto, voíver. Volver y traer amigos, familiares. Las cosas bellas hay que compartirlas. Jardines del Retiro: Baco entre una araucaria, un nogal americano, un árbol del amor o de Judea (Cercis siliquastrum), una palmera datilera... Al lado está la Ría, otro de los atractivos de El Retiro. Un canal de aguas lentas y de patos blancos, del que se nutren las fuentes y cascadas. Caminamos por la margen más próxima a Málaga, partiendo de un punto en el que hay dos cosas de interés: una preciosa escultura de mujer, de medio metro, que daría gusto llevarse a casa y ponerla en el salón, y un curiosísimo reloj de sol, hoy incompleto y deteriorado, que en 300 cuadrantes grabados en el mármol indicaba la hora en todos los países conocidos en el siglo XVII. Desde allí, caminando junto al seto que bordea la Ría, admiramos los enormes cipreses centenarios, otra araucaria, un cedro de Atlas raro en Málaga, Jacarandas, molduras recortadas de duranta y romero, unos laureles, y los grupos de áloes que al otro lado del agua parecen derramarse sobre ella ansiosos de beberla. Al final de la Ría vemos un Ficus elástica grande y frondoso, una palmera cocotera, y un árbol del amor y una adelfa que se entrelazan y confunden. Pasamos al otro lado de la Ría y vemos un cedro joven, del que nos explica Juan que vino a sustituir a un ciprés que cayó herido por el rayo, un magnolio, Jacarandas (cuyas flores azuladas aparecen antes que las hojas, y cuyos frutos parecen castañuelas), y algún árbol del amor. Este es, de nuevo, el Huerto-Jardín por donde entramos al principio, la parte antigua de la finca. Hemos ido dando una vuelta en el sentido de las agujas del reloj. Vemos el laberinto. La importancia de este jardín (y la de esa otra joya de la jardinería malagueña que es la Finca de la Concepción) es tal, que podríamos asegurar que se trata de los 15 o 20 mejores jardines antiguos que pueden contemplarse en España. En ese censo (subjetivo, pero creo que bastante indiscutible) de jardines selectos, estarían: el Parque de la Ciudadela de Barcelona, El Buen Retiro y la Quinta del Berro de Madrid, los Jardines de Aranjuez, del Escorial y de la Granja, el Jardín de La Orotava en Tenerife, el Huerto del Cura de Elche, el Jardín de Marimurtra de Blanes, los Jardines de La Alhambra y El Generalife, los del Alcázar de Sevilla..., y el Retiro de Fray Alonso y la Finca de La Concepción, en Málaga. La influencia del histórico jardín francés llega a España con la creación del de La Granja por Felipe V. Sesenta años después se construye la mejor parte del que acabamos de visitar. Son las dos únicas muestras del estilo que hay en España. Aunque El Retiro, como hemos dicho, incluye resonancias italianas y árabes, y ha ido luego poblándose de árboles y plantas diseminadas al azar en forma paisajista, presentando así también una faceta de jardín inglés, natural, que le convierte definitivamente en un crisol de estilos y que le da su peculiar encanto. Porque por encima de los estilos está siempre la Naturaleza, la belleza, el buen gusto de los que aman a las plantas, a la piedra y al agua... José Antonio DEL CAÑIZO «El laberinto antiguo, de tres siglos, fue desapareciendo, —explica el encargado—. Yo saqué un plano, y hace unos veinticinco años planté éste, prácticamente igual. Está hecho de setos de cipreses, y hay que llegar al chopo ese que destaca en el centro». Hubo una época en que en los jardines de obispos y príncipes, personajes teóricamente dedicados a salvar a la gente, había laberintos destinados a hacerla perderse, siquiera Extracto de la Revista Jábega nº 2, año 1973. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com) 35