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Transcript
El Fin del Nacionalismo Revolucionario o el Principio del Neoliberalismo
El sexenio de José López Portillo esta marcado por la polémica, es por ello que en este
compendio periodístico haremos disección de algunos de los temas correspondientes a la
época que le toco vivir como Presidente de México, 1976-1982, el llamado periodo del
Estado Benefactor frente al actual periodo de desmantelamiento del mismo, comúnmente
conocido como Neoliberalismo.
Datos Biográficos resumidos:
JOSE LOPEZ PORTILLO, nació en la ciudad de México, Distrito Federal.
Hizo sus estudios primarios en la Escuela "Benito Juárez" y los secundarios en la Escuela
"Extensión Universitaria " de la cual fue miembro fundador, continuando en la Escuela
Nacional Preparatoria y posteriormente en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
todas ellas de esta capital.
En 1941, fue becado por el Gobierno de la República de Chile para seguir un curso especial
de Ciencias Políticas en la Universidad de Santiago. En 1946 obtuvo el grado de
Licenciado en Derecho, iniciándose como catedrático Fundador de Teoría General del
Estado en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y más tarde miembro
del Consejo Técnico de la misma Escuela; Consejero de Planeación Económica y Social del
Partido Revolucionario Institucional al que pertenece desde 1945.
Colaboró estrechamente con la Secretaría de Educación Pública y la Secretaria del
Patrimonio Nacional elaborado diversos proyectos de ley siendo designado poco después
Asesor Técnico de la oficialía Mayor de la Secretaría del Patrimonio Nacional; fungió
como Director General de Las Juntas Federales de Mejoras Materiales de la SePaNal y
poco después como Jefe de la oficina Jurídica Consultiva de la Secretaría de la Presidencia,
elevada poco más tarde a la categoría de Dirección General; Presidente Coordinador de la
Comisión de Administración Pública, de la Secretaría de la Presidencia; Miembro de la
Comisión Intersecretarial ( Hacienda-Presidencia), para la elaboración de Planes
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Nacionales de Desarrollo; Subsecretario de la Presidencia; Subsecretario del Ramo de la
Secretaría del Patrimonio Nacional; Director General de la Comisión Federal de
Electricidad y de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, S.A., y finalmente Secretario de
Hacienda y Crédito Público.
Recibió el Poder el 1o. de Diciembre de 1976 y gobernó hasta el 1o. de Diciembre de 1982.
Su capacidad intelectual y trayectoria revolucionaria albergó esperanzas de un cambio
radical en el status económico y social del país, fundamentalmente en lo concerniente a las
masas populares, confiando plenamente en que encauzaría al país por el camino de la paz y
el progreso.
Dilema Económico de México
Humberto Hernández Hadad
Editorial del Universal de México
Domingo 22 de Febrero del 2004
1. EL fallecimiento de José López Portillo ha abierto un enconado debate sobre su persona
y estilo de gobernar, sin abordar la perspectiva estructural y cuando todavía se desconocen
todos los datos necesarios para comprender el origen de lo ocurrido en el sexenio 19761982, que comenzó con signos de bonanza y concluyó con una severa crisis económica.
2. La estructura política de México nunca estuvo en peligro, a pesar del grave desajuste
financiero que causaron al país la caída de los precios del petróleo, a partir de junio de
1981; el alza desmedida de las tasas de interés internacionales, un subsecuente vaciamiento
de nuestras reservas de divisas, con espiral inflacionaria, y su secuela natural de
devaluación, fuga de capitales y tres aumentos saláriales de emergencia. ¿Cómo resistió el
sistema político ese huracán económico? 3. Lo resistió en virtud de una reforma política
inscrita en la secuencia de reformas previas, que logró en 1977 una Ley de Amnistía para
los grupos que estaban fuera de la contienda electoral, dándoles el marco institucional para
integrarse a la vida política, deponiendo las armas en algunos casos. Con la Ley de
Organizaciones Políticas y Procesos Electorales llegaron a la LI Legislatura del Congreso,
de 1979 a 1982, las voces más representativas de los movimientos sociales radicales,
transitando con dignidad de la cárcel al Congreso. El Palacio Legislativo de San Lázaro,
concebido para alojar la democracia parlamentaria, fue inaugurado por esos diputados.
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4. Pero las contradicciones y dilemas del gobierno de JLP fueron siempre de naturaleza
económica. Llenas de dramatismo fueron, por ejemplo: su política fiscal, con la aprobación
del IVA, del que luego el ex presidente se diría arrepentido por su efecto inflacionario en la
economía; en su política crediticia, la autorización del préstamo por 16 mil millones de
pesos con el que Banobras salvó al grupo Alfa de Monterrey; en su política energética y su
diplomacia petrolera, por el Pacto de San José, apoyando a los países centroamericanos, y
la construcción del gasoducto de 48 pulgadas para exportar gas natural de Campeche,
Tabasco y Chiapas a EU, que nunca nos compraron y que terminó siendo usado en apoyo
de la planta industrial de Monterrey.
5. Desde el inicio del gobierno de JLP, era claro que el conflicto de la política económica
iba en aumento. Su sexenio terminó como empezó. El primer aviso fue el choque entre el
secretario de Hacienda, Julio Rodolfo Moctezuma Cid, y el secretario de Programación y
Presupuesto, Carlos Tello Macías. Los dos fueron removidos, y al final, ambos regresaron
al gabinete para manejar dos ejes estructurales de la crisis del sexenio: el petróleo, con
Moctezuma en Pemex, y las finanzas, con Tello en el Banco de México.
6. La economía internacional requiere un análisis cuidadoso del periodo 19761982,
especialmente por los cambios de política económica introducidos por el gobierno de EU.
La salida de Carter y la llegada del binomio Ronald ReaganGeorge Bush en 1980 a la Casa
Blanca, tuvo un impacto profundo en la economía mundial, y muy concreto para México.
Ese año fue el punto de arranque del Consenso de Washington, que se convertiría en el
decálogo económico del neoliberalismo y la globalización. Las definiciones geopolíticas y
estratégicas de esa nueva política exterior de EU, para promover un cambio mundial,
especialmente hacia América Latina, fueron anunciadas en la Declaración de Santa Fe, en
1980.
7. La diplomacia mexicana hizo contribuciones importantes en ese sexenio. La última vez
que hubo un diálogo Norte-Sur fue en la cumbre de Cancún, organizada por JLP en octubre
de 1981. Desde entonces estamos estancados en el Consenso de Washington, ante la
incapacidad de los gobiernos neoliberales para redefinir el equilibrio dinámico del Estado y
el mercado.
8. El auge de los tratados de libre comercio, con su filosofía de privatización y
desregulación, borraron el concepto de Estado nacional de la agenda diplomática.
El "desvertebramiento" de la política exterior de México es parte de esa geopolítica,
frenada sólo por la Constitución.
9. Los dilemas de la política económica de JLP desembocaron finalmente en una crisis
financiera. ¿Quiénes diseñaron la estrategia económica de ese sexenio? El Plan Global de
Desarrollo 1980-1982 fue hecho por el binomio Miguel de la Madrid-Carlos Salinas, desde
la SPP, en cuyo equipo trabajaba José Córdoba Montoya. Así, las medidas de emergencia
tomadas por JLP en 1982, expropiación del sistema bancario y control de cambios,
resultaron contrarias a la estrategia económica de su sucesor.
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10. El resultado de esa discrepancia de enfoques entre el gobierno de JLP y el de Miguel de
la Madrid fue la sustitución del modelo económico, aunque el dilema del desarrollo
nacional, con crecimiento y redistribución sigue vigente. La corriente neoliberal surgió en
México desde dentro del gabinete de JLP y muy tarde admitió que había sido engañado.
[email protected]
Abogado, consultor y analista político
JOSE LOPE
Z PORTILLO
INDICADOR POLITICO
JLP: la reforma de Estado que no fue
Fijó crisis pero optó por neoliberales, Thu Feb 19 15:34:13 CST 2004
Carlos Ramírez
Para Gaby Tena y Roberto Martínez Vara,con un abrazo de los cuatro
Cuando se reunió en su campaña presidencial con empresarios poblanos, el candidato
priísta José López Portillo escuchó peticiones de endurecimiento. Agobiados por el
populismo de Echeverría, la iniciativa privada quería orden y progreso. En su discurso de
respuesta, el único competidor registrado en las elecciones de 1976 dijo:
--Señores, lo que ustedes me piden se llama fascismo. Y eso no.
Y ya como presidente electo, López Portillo enfrentó su primer desafío: en agosto de 1976,
un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre intentó secuestrar a su hermana
Margarita. En medio de un tiroteo, murieron varios guerrilleros y guardias de seguridad.
Más que una acción revolucionaria, se trató de una verdadera provocación. La respuesta fue
la legalización del comunismo.
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El gobierno de López Portillo 1976-1982 se movió por el filo de la navaja de un país
cerrado que comenzaba a difuminarse en un mundo más abierto e intercomunicado: los
empresarios pedían el fascismo, la izquierda se lanzó a la guerrilla, el viejo modelo
populista había llegado a sui límite, EU se expandía sin rubores y la polarización social
entre riqueza y pobreza amenazaba la estabilidad nacional.
López Portillo detectó desde el principio las razones de la crisis económica y sus
derivaciones políticas y sociales: el agotamiento del modelo de desarrollo sustentado en la
economía cerrada y la sustitución de importaciones. Sin embargo, su oferta de cambio
productivo no pudo cuajar porque requirió de una reforma del poder priísta.
Al carecer de conocimiento y redes de poder dentro del sistema político priísta, López
Portillo prefirió aprovechar las posibilidades del petróleo. El gobierno de Echeverría supo
de la riqueza petrolera pero no la explotó por temor al acoso estadounidense. López Portillo
aprobó la explotación petrolera masiva y México pasó de importador de petróleo a situarse
entre los más importantes productores de crudo del mundo.
De nueva cuenta se enfrentó a las limitaciones del modelo de desarrollo. En una economía
cerrada, el ingreso abrupto de petróleo y las amplias inversiones productivas encontraron
severos cuellos de botella. La inflación se instaló en la economía y López Portillo le apostó
al crecimiento con inflación. La economía creció a tasas promedio de PIB de 7 por ciento
anual.
El proyecto de gobierno de López Portillo descansó en cinco puntos:
1.- La reforma política distendió la política, le abrió la legalidad a la izquierda y llevó al
semiclandestino Partido Comunista Mexicano al Congreso.
2.- La explotación petrolera le dio al país autonomía de ingresos de divisas e impulsó la
actividad industrial en bienes de capital.
3.- El aggiornamiento con la iglesia católica se hizo sin la cesión ideológica ni el
sometimiento a los intereses de la derecha clerical.
4.- La economía alcanzó tasas de crecimiento de 7 por ciento anual y con ello hubo una
extraordinaria promoción del empleo.
5.- La expropiación de la banca constituyó la última oportunidad del grupo nacionalista en
el poder para rediseñar un modelo de desarrollo con 40 años de duración.
Las posibilidades del relanzamiento de México se frustraron por razones muy concretas:
1.- La corrupción no se atendió y fue asumida como un costo colateral.
2.- La inflación se entendió como parte del impulso económico de corto plazo.
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3.- El aumento de la deuda no obedeció a un plan prefigurado sino a una sustitución de
ingresos. Tampoco se atendió el peligro de las tasas de interés.
4.- El gobierno no entendió la lógica del mercado petrolero externo ni el efecto psicológico
interno de la caída de los precios petroleros en junio de 1981.
5.- López Portillo multiplicó las expectativas sociales y luego no las supo administrar.
6.- La sucesión presidencial se le salió de control. Y optó por el Plan Global de Desarrollo
y no por la opción política de Javier García Paniagua.
7.- El PRI se estancó. López Portillo no comprendió que la reforma económica derivada del
petróleo requería de un partido ajustado y con nueva movilidad interna.
8.- A pesar de tenerlo diagnosticado, López Portillo no definió un nuevo modelo de
desarrollo y por tanto eludió la reforma económica y productiva. La crisis de 1982 fue de
modelo de desarrollo como la de 1976.
9.- Si su modelo fue conservador, careció del apoyo de la derecha económica y empresarial.
Pero tampoco fortaleció la izquierda institucional.
10.- Después de la expropiación de la banca, López Portillo enfrentó la necesidad de
replantear la sucesión presidencial. Pero De la Madrid ya era presidente electo. Aunque
López Portillo escribió en sus memorias Mis Tiempos: "Miguel no es el hombre a la altura
de la expropiación".
López Portillo supuso que la vieja clase política priísta no estaba a la altura del desafío de
la modernización mexicana y le dio entrada a la clase tecnocrática a través de Miguel de la
Madrid y su principal operador Carlos Salinas. A la vuelta de los años, el ciclo neoliberal
fue el de las reformas estructurales pero el de la más grave deterioro social de la historia
moderna de México.
El fin del ciclo priísta comenzó en 1982 con el arribo de De la Madrid y Salinas al poder. El
saldo del periodo neoliberal 1982-2000 fue de pérdida del bienestar social, de inflaciones
dramáticas y de una tasa promedio de crecimiento económico de alrededor de 2 por ciento,
contra el 6 por ciento del periodo populista. La pobreza llegó con los neoliberales, pero
después de tronar el modelo de los populistas.
www.indicador-politico.com.mx
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Atmósferas de JLP
Carlos Monsiváis
Editorial de El Universal
Domingo 22 de febrero de 2004
Primera sección
EN perspectiva, el periodo 1976-1982, los años del régimen de José López Portillo, parece
el momento óptimo de la religiosidad del consumismo y de la esperanza de llegar al Primer
Mundo; si esto es así, en lo que a clases medias se refiere, el sueño lopezportillista resulta
más espejeante que el divulgado más tarde por el gobierno de Carlos Salinas. En
perspectiva, también, López Portillo derrocha la oportunidad. Pudo desmontar en algo el
determinismo que a la letra dice: "El que en el subdesarrollo vive en el subdesarrollo
muere"; en vez de esto prefiere auspiciar las promesas incumplibles, y administrar la
abundancia, el ejemplo más señalado es la cima de la fe colectiva en la prosperidad a la
vuelta de la esquina, el "vértigo de montaña" del país ya redimido de las contingencias. El
Niño Dios también escrituró los veneros de petróleo, y durante un tiempo las cifras de
Pemex, el cuarto productor de petróleo en el mundo, son enloquecedoras. Casi en
competencia con la Arabia venezolana, el dinero fluye, impulsa a las clases medias, prodiga
la arquitectura del "mírenme y humíllense", sustenta las vacaciones de decenas de miles a
Europa, Tierra Santa y Disneylandia, contamina visualmente al esparcir la arquitectura del
derroche, le garantiza a buen número de mexicanos el posgrado de los hijos en
Norteamérica, explica (en parte) la proliferación de malls (la otra parte la justifica el lavado
de dinero).
El inicio es conmovedor, o un término similar que aluda al júbilo en el Auditorio Nacional,
el 1 de diciembre de 1976. Don José no tiene mayores compromisos al asumir la
Presidencia, ha ganado contra sí mismo porque Acción Nacional no presenta candidato y el
Partido Comunista carece de registro legal y nada más se atiene a la candidatura simbólica
de Valentín Campa. En el Auditorio los priístas aplauden de pie el "a los desposeídos les
pido perdón". ¡Qué maravilla! Alguien asume las culpas de la República y al hacerlo se
compromete a combinar modernidad y expiación, alcurnia recuperada y olvido de la
vulgaridad. López Portillo no es exactamente moderno (revisen sus libros anteriores a la
política, en especial Don Q), pero destruye novedades o que a eso se asemejan: es un
gobernante a la usanza clásica (pregona su señorío, tan distinto de la ropa y la mentalidad
de saldos de las clases medias), proviene orgullosamente del legado criollo, le añade con
sus desplantes de estatua triunfadora el elemento decorativo tan requerido en la nación que
comienza a leer Hola.
También, monta a caballo y es indiscreto en amores, es el hacendado galán en suma. Y al
ceñirse la banda presidencial, entre el estrépito de las matracas de la CNOP y la sonrisa
subyugada de la clase política, JLP emblematiza el cambio o, más exactamente, el
alejamiento del priísmo tradicional. Ya basta de populismo y trajes mal cortados.
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A lo largo de cinco años, JLP pretende ser un padre de la patria, un humanista con éxito, un
teórico del Estado, un jurista conocedor de la economía, el representante de una ilustre
familia donde figura un gobernador de Jalisco que fue partidario de Maximiliano (el
bisabuelo); un novelista y político que fue secretario de Relaciones Exteriores de
Victoriano Huerta (el abuelo), un cadete del Colegio Militar que cabalga en la Marcha de la
Lealtad de febrero de 1913, en defensa del presidente Madero (el padre). El linaje tiene sus
momentos controversiales, pero se inicia y concluye en la sección de los Elegidos.
López Portillo no es necesariamente un born winner ni su carrera es fulgurante desde el
principio, aunque sí se le conoce y se le toma en cuenta en la lista de los prestigios
nebulosos y, quizás por lo mismo, nada fáciles de disipar (La vaguedad resiste). Crece en el
horizonte del fracaso de todos los días (pertenece a la clase media que asciende hasta cierto
punto), es amigo de infancia y adolescencia de Luis Echeverría y ni modo de Arturo
Durazo Moreno, estudia Derecho en la UNAM y en Chile, da clases de Teoría del Estado,
escribe tratados y fábulas filosóficas, se casa con Carmen Romano, y emprende la ruta del
"ascenso lateral". Observen: es consejero técnico del oficial mayor de la Secretaría del
Patrimonio Nacional (1959-1960), y, luego incursiona en el currículm irretenible: director
general de Justas Federales de Mejoras Materiales (1960), director general de Asuntos
Jurídicos y Legislación de la Secretaría de la Presidencia (1965)... y más empleos que sin
delatar una carrera irresistible, si notifican la adaptabilidad burocrática. ¿Quién puede, en
un momento en que la política se dirime puertas adentro, pretender el triunfo desde la
Comisión Intersecretarial para el Desarrollo Nacional (1960), o de algunas subsecretarías:
de la Presidencia de la República (1968-1970) y del Patrimonio Nacional (1970-1972)?
Hasta ese momento, el currículum de JLP es asfixiante por brumoso. Ya es hora del
ascenso súbito y Echeverría confía en su amigo, porque lo conoció cuando él todavía no
extremaba la desconfianza. Y López Portillo es director de la Comisión Federal de
Electricidad, cargo hecho a su medida porque es abogado, profesión óptima en la primera
larga etapa de la era del PRI; cuando el conocimiento se deposita en manos de los
subordinados. (Lo único que sabe a ciencia cierta un político es que no necesita saber nada
para firmar y posar ante las cámaras). Y luego JLP que, declara, perdió la fe a los 15 años
leyendo a Hegel, da el salto dialéctico y asume la Secretaría de Hacienda, del 1 de junio de
1973 al 25 de septiembre de 1975. El abogado reaparece como hacendista irreprochable.
En los comentarios de estos días se insiste en lo negativo en tres facetas del licenciado
López Portillo: su frivolidad, el papel predominante en su vida pública de algunas mujeres
(su madre, su esposa, sus hermanas, Rosa Luz Alegría, Sasha Montenegro), y, algo más
importante: su desastroso manejo de la economía. En lo positivo, se le reconoce, por
ejemplo, su impulso a la reforma política, la Ley de Amnistía, el apoyo a los sandinistas,
los intentos de autonomía frente al gobierno estadounidense.
Se habla muy poco de su alejamiento de la trayectoria priísta. Él nunca fue un político
profesional (en el sentido de conocimiento de caciques, elecciones y variedad de
padrinazgos), ni fue tampoco, como dijo, el último presidente de la Revolución Mexicana,
sino el puente forzado entre una clase política, obviamente anacrónica, y los tecnócratas (el
apodo aplicado a los que sin ser expertos en nada ya se aburrían en las concentraciones
masivas de apoyo).
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Todo el priísmo de JLP se desprende de su amistad con Echeverría, y esto, que le ahorra
comelitones y compadrazgos, limita en extremo su conocimiento de los procesos internos
del gobierno, y le impide ubicar y manipular con la astucia requerida las ambiciones a su
alrededor. No es un político, no es un técnico, es un burócrata que interrumpe el trote del
escalafón para convertirse en alto funcionario.
Como todos los presidentes de la era del PRI, JLP suele elegir a sus secretarios de Estado
cuando los cambia, es decir, cuando intuye su verdadera pericia: la calidad de ex secretarios
de Estado.
Su aras combinatoria lo conduce en el primer momento a nombrar secretario de
Gobernación a Jesús Reyes Heroles (el inventor de la ideología unificadora del PRI, a partir
del liberalismo social, algo frágil en un partido de caciques más bien iletrados), y en
Relaciones Exteriores designa a Santiago Roel, sin experiencia previa ni posterior. Y los
secretarios de Educación Pública, Porfirio Muñoz Ledo y Fernando Solana, en algo
equilibran el nombramiento de Arturo Durazo, jefe de la Policía metropolitana, y del
profesor Carlos Hank González en el Departamento del DF; Hank se instala
simultáneamente en ambos lados del escritorio: el funcionario le estrecha la mano al
empresario y ambos firman el contrato que beneficiará a todos los que se llamen Carlos
Hank González. Las contradicciones no afectan a JLP.
El poder le parece en primer lugar un usufructo personal y familiar, y ya después una
responsabilidad. No me refiero con lo anterior a su honradez, sino al olvido de los
significados de la Presidencia de la República. Así, luego de hablar en el oído de los
desposeídos, crea la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y
Grupos Marginados (Coplamar), y luego se aleja del proyecto que se disuelve en la asfixia
burocrática.
Ningún sexenio cabe en un artículo y aquí debo interrumpirme...
Escritor
López Portillo, un presidente peculiar
José Antonio Crespo
9
Editorial de El Universal
Jueves 19 de febrero de 2004
Primera sección
DIFÍCIL sintetizar en poco espacio las complejidades de un sexenio tan polémico como el
de José López Portillo. Destacan algunas imágenes del mismo: candidato único.
Por primera vez en la posrevolución se presentaba un solo candidato único (pues aun
Obregón, que en 1928 obtuvo 100% de la votación, tuvo contendientes). Lo cual exhibía al
PRI como partido prácticamente único, lujo que el régimen no podía darse dado su origen
formalmente democrático (maderista), y la exigencia estadounidense de que en México se
mantuvieran las formas aunque no las prácticas democráticas.
Reforma política. Eso constituyó el acicate para impulsar una importante reforma políticoelectoral, de modo que la oposición no desapareciera y el candidato oficial no volviera a
contender solamente contra sí mismo. Paradójicamente (pero de acuerdo con la lógica de un
partido hegemónico) fue en ese momento la debilidad de la oposición la que estimuló una
importante apertura política, mejores condiciones de competencia, financiamiento público,
el acceso de la oposición a los medios de comunicación y la incorporación de la izquierda
revolucionaria a los cauces institucionales. La reforma tuvo éxito; en 1982 hubo varios
candidatos multicolores y, sin embargo, el PRI ganó sin serios cuestionamientos, con cerca
de 70% del sufragio. La reforma fue una piedra angular de la liberalización política que, a
la larga, nos llevaría a la democratización electoral.
Administración de la abundancia. El descubrimiento de nuevos yacimientos de petróleo
llevó a JLP a ofrecernos la abundancia económica, cuya administración constituiría en
adelante el verdadero problema nacional. Pero eso lo convirtió en un "presidente
apostador", que jugó sus cartas temerariamente. Vino el despilfarro, los proyectos
faraónicos, la petrolización de la economía, una corrupción rampante, el crecimiento brutal
de la deuda externa, que si era enorme decía JLP era porque México también era enorme.
El auge sería tal que los mexicanos en Estados Unidos podrían regresar a su patria en
mejores condiciones: "Pronto tendremos que pedirles que regresen a su patria" (11/VI/81).
Crisis económica. En lugar de abundancia, en 1982 el país cayó en la peor crisis
económica de la posrevolución, y el agotamiento del modelo de desarrollismo inaugurado
por Miguel Alemán en 1946. Una inflación asociada no a la recesión sino otra vez según
JLP al crecimiento, y una fuerte devaluación del peso. Fue justamente lo que llevó a su
sucesor, Miguel de la Madrid, a dar un drástico viraje económico hacia el llamado
"neoliberalismo", dejando ese proyecto en manos de una nueva élite política; la tecnocracia.
Todo lo cual a su vez produjo la mayor ruptura del PRI, en 1987. De ahí que JLP se
llamaría a sí mismo el "último presidente de la Revolución".
Nacionalización bancaria. Ante el descontrol de la economía en 1982, y en busca de un
chivo expiatorio, JLP comete la desmesura de decretar la nacionalización de la banca y la
"expropiación" de la cuentas en dólares para devolverlos en pesos devaluados. Auténtica
expresión de la arbitrariedad presidencial y un atraco a los ciudadanos.
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Curiosamente, pocos meses antes quiso desmentir rumores y temores sobre lo que
realmente vendría: "Que va a haber devaluación, que va a haber control de cambios, que
vamos a nacionalizar la banca, que vamos a congelar las cuentas, y siguen los rumores
como si fuéramos niños chiquitos" (11/V/82). Pues como "niños chiquitos" trató a los
mexicanos.
La corrupción somos todos. JLP reconocía el cinismo de los corruptos que hablaban
contra la corrupción. Pero también endilgó a todos tal responsabilidad: "Estudien a sus
padres, sus tíos, sus parientes, a sí mismos, y el que esté libre de culpa, que tire la primera
piedra" (17/III/76).
Carisma personal. JLP, dicharachero, bromista, histriónico y mujeriego, tuvo gran
magnetismo personal y se echó a la bolsa a la mayoría de los mexicanos, con una magistral
pieza de oratoria. Lo que en parte se explicaba porque, según él, "nuestro pueblo, muy
generoso, cada seis años reafirma su esperanza y se conforma con que ésta no se cancele"
(13/XII/75). Se proyectó como el virtuoso rey-filósofo de Platón, cuyos diálogos leyó
según él a los ocho años, y a los 14 logró entender a Hegel. La reencarnación de
Quetzalcóatl (el dios blanco), orgulloso de su condición de criollo (rastreó sus orígenes en
Caparroso, España), gozó de gran popularidad durante la mayor parte de su gobierno.
Decepción y rechazo. Los presidentes más populares, cuando fallan, se tornan en los más
impopulares. La ciudadanía se siente engañada por quien llegó a considerar como un héroe
en vida, un auténtico conductor de las masas. Tuvo que salir del país por un tiempo, para
evitar ladridos y recriminaciones de sus compatriotas. Sólo Carlos Salinas de Gortari
(también muy popular durante su mandato) lo superó en impopularidad. Para deslindarse,
JLP se dijo responsable del timón, mas no de la tormenta. Fuertemente denostado por la
intelectualidad de su tiempo (enanos del tapanco, los llamó) que había advertido los
problemas que estallaron al final del sexenio, encontrando oídos sordos en JLP. Como todo
presidente, esperó que la historia lo reivindicaría: "De nada me avergüenzo. Enfrento
sereno el juicio de la historia" (30/IX/82).
Profesor investigador del CIDE.
[email protected]
`López Portillo abrió la puerta neoliberal`
Muñoz Ledo: fue el último presidente desarrollista. El sexenio fue de `claroscuros`; hubo
avances y graves errores. Reconoce la reforma política que impulso para las minorías
Francisco Gómez
El Universal
Jueves 19 de febrero de 2004
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El embajador de México en Bruselas, Porfirio Muñoz Ledo, definió al mandato del ex
presidente José López Portillo, como el "punto de quiebre" entre los gobiernos
desarrollistas y los neoliberales.
Fue el último presidente de la época desarrollista, porque pensaba que los problemas debían
encauzarse y resolverse con la intervención del Estado.
Sin embargo, dijo, también fue el primero que paradójicamente abrió la puerta al
neoliberalismo.
"Por eso, su gobierno es el punto de quiebre entre ambos modelos", señaló en entrevista
telefónica el diplomático mexicano.
Muñoz Ledo, quien fuera secretario de Educación Pública en el sexenio lopezportillista,
dijo también que igualmente el ahora extinto presidente fue el último mandatario
"nacionalista clásico".
José López Portillo mantuvo como prioridades de su gobierno la defensa de la soberanía, el
fomento del diálogo entre los países del norte y sur para buscar un equilibrio mundial, crear
espacios de negociación como vía para resolver los conflictos en Centroamérica, Las
Malvinas y frenar la colonización, dijo el diplomático.
La transición en el sexenio
No obstante, agregó que al final de su sexenio el extinto José López Portillo optó por un
economista y empezó la era "por cierto a la que se llegó también tarde" del monetarismo y
que posteriormente concluyó con lo que hoy conocemos como neoliberalismo.
Consideró que el sexenio de López Portillo fue de "claroscuros", donde hubo avances y
graves errores de gobierno, y por ello propuso efectuar un análisis objetivo, no
complaciente, de los años en que gobernó el extinto ex presidente.
Entre los avances del gobierno de López Portillo, Muñoz Ledo citó la reforma política que
permitió la apertura de los congresos a las minorías, sin que se acabara la hegemonía del
PRI; formalizó el registro a los partidos de oposición e hizo los últimos esfuerzos del
diálogo Norte-Sur.
El que fuera coordinador de la campaña electoral de José López Portillo indicó que con el
extinto presidente mantuvo siempre una amistad, donde hubo tanto coincidencias como
divergencias mayores y de fondo al final.
"En la SEP hubo y se vivió un momento difícil, cuando se me pidió que dejara la titularidad
de la dependencia, pero posteriormente todo se recuperó. Fui designado consejero especial
de la Presidencia y posteriormente designado embajador de México ante la ONU", añadió.
12
Por ello, la nuestra, indicó, fue una amistad prolongada. Nos conocimos en la UNAM,
coincidimos en El Colegio de México. Posteriormente también integramos la llamada
Comisión Gasto-Inversión y Financiamiento, que fue el antecedente de la Secretaría de
Programación y Presupuesto.
El embajador Profirio Muñoz Ledo expresó que el juicio histórico a José López Portillo y a
su gobierno debe ser objetivo. Si bien no complaciente, sí dijo con rigor y objetividad.
Incluso, concluyó, es muy importante comenzar a analizar lo sucedido en México en el
último periodo del viejo sistema político, todo lo que sucedió en esos últimos 20 años del
viejo régimen y cómo ello desembocó en la transición y el cambio en el país.
Meyer: símbolo de una `trinidad endiablada`
Inició de manera involuntaria la caída del autoritarismo mexicano, afirma
Guillermina Guillén
El Universal
Jueves 19 de febrero de 2004
Sólo superada por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la administración de José
López Portillo puede considerarse (con sus antecesores Luis Echeverría y Gustavo Díaz
Ordaz) como símbolo de una `trinidad endiablada`, afirma el politólogo Lorenzo Meyer.
Doctor en Relaciones Internacionales y miembro del Sistema Nacional de Investigadores,
Meyer rechaza que López Portillo haya sido el "último presidente de la Revolución", y
también sostiene que el PRI le debe una buena parte de la crisis de credibilidad que hoy
enfrenta.
"López Portillo es representativo de esa presidencia exitosa y, aparentemente, poco
poderosa que imponía la dirección y el ritmo del proceso económico, político, cultural; pero
su fracaso es de tal magnitud, que rompe con esa forma de hacer política. Con él, se viene
abajo, se desfonda".
13
"Y aunque el país siguió dominado por un partido de Estado, el PRI que le sigue a López
Portillo ya no tiene gran seguridad en sí mismo. Es un partido lleno de dudas, que divide,
surge la corriente democrática, el neocardenismo, etcétera, y realmente en medio de una
transformación del modelo económico se está gestando también la transformación política".
A consideración del experto, José López Portillo cerró un ciclo político abierto con el final
del cardenismo y la Segunda Guerra Mundial (en 1940) y se cerró en 1982.
Sin embargo añadió con sus acciones malogradas, López Portillo provocó, de manera
involuntaria, el quiebre del autoritarismo mexicano.
"Sus acciones fueron elementos fundamentales para empezar a destruir el autoritarismo que
él representaba... Involuntariamente aceleró esta transformación que ya venía de atrás y la
hizo irreversible. ¡Su fracaso económico fue de una naturaleza tan grande, que requirió un
nuevo modelo económico!" "La Legitimidad del PRI insiste Meyer no venía en las
elecciones ni por ningún aspecto democrático, sino por su eficiencia en el manejo de la
economía, porque estaba dirigida por el Estado y le daba algo a todos."
López Portillo insiste es el heredero de los fracasos de sus dos antecesores, más el suyo
propio. Son tres grandes fracasos.
"Es como dirían los católicos: tres fracasos distintos y una sola realidad verdadera. Es una
`Trinidad endiablada` la que representa López Portillo. Después de él, sí hubo quien
cometió igual cantidad de errores: ¡Salinas!, quien se convirtió en el villano favorito.
Cometió los mismos errores y en parte por las mismas razones: por la absurda
concentración del poder en una sola persona."
La Visión del PAN, partido en el poder ( La derecha habla sobre JLP)
Devaluación anticipada, crisis profunda
El Gobierno de la Revolución Mexicana, el sistema “vivo y actuante” que para todo
tenía respuesta, tuvo que rendirse ante la gravedad de sus errores y disparates en política
económica: era imposible evitar la crisis, era ilusorio ocultarla, era ya insostenible la
paridad cambiaria; así, el 17 de febrero de 1982, el Banco de México anunció su retiró del
mercado de cambios y precipitó una abrupta devaluación del peso superior al 50 por
ciento. Esto era tan sólo el primer síntoma de la crisis económica que se desataba como
consecuencia del despilfarro, la corrupción, la irresponsabilidad, el cinismo y la necedad
de José López Portillo y su equipo.
Adiós a la ilusión del crecimiento económico, a la administración de la abundancia, a la
bonanza petrolera. El mercado cobraba la factura a un gobierno cuya política económica
era insostenible para el país: gasto deficitario, inflación, endeudamiento externo excesivo,
compra injustificada de empresas, despilfarro, irresponsabilidad y corrupción; con esta
“administración” ninguna economía aguanta.
14
El editorial de La Nación Órgano Oficial del Partido Acción Nacional, enjuició sin
miramientos al régimen: cuando se devaluó el peso en 1976, se dijo que el cambio de
paridad traería beneficios a México: se incrementarían las exportaciones, aumentaría el
turismo extranjero.
Parecía ser la salida del “bache” para la economía nacional… Pero ni
se incrementaron las exportaciones, excepto las del petróleo, ni aumentó el turismo
extranjero… en tales circunstancias, lo sensato era frenar el gasto, ajustar el ritmo de
desarrollo a lo disponible, para evitar que el país fuera arrastrado a una espiral
inflacionaria con graves consecuencias, sobre todo, para las grandes mayorías de la
población. Pero el gobierno prefirió el “crecimiento con inflación” y, para instrumentarlo,
aumentó el gasto público y se excedió, se endeudó más allá de toda prudencia… y se
puso a fabricar dinero.
Tarde o temprano los efectos de esta política tenían que imponerse: la “flotación” se
convirtió en “deslizamiento” y terminó, lo acaba de aceptar el presidente, en “desliz”; la
inflación creció 30 por ciento en dos años consecutivos… los estragos de esta nueva
devaluación, palabra que el gobierno sigue negándose a usar, no son sólo para quiénes
tenían créditos en dólares, que son muchos debido a la insuficiencia de crédito interno,
sino más y mayores para grandes sectores de la población, para los que no tienen
dólares, ni vacacionan, ni compran fincas en el extranjero, ni son funcionarios y amigos de
funcionarios que compraron dólares antes de la nueva devaluación…1
Otro análisis, un poco más extenso, realizado por José Ángel Conchello, expresó las
siguientes conclusiones con respecto a la crisis: Cuando se anunció la devaluación del
peso… dejando que nuestra moneda se hundiera frente a todas las monedas del mundo,
pero más visiblemente frente al dólar… el gobierno había admitido su derrota, se rindió
ante la presión del mercado y de la realidad y, a pesar de las promesas anteriores, el
Banco de México al quitar el tapete al peso, había confesado que el régimen estaba
fracasando en todo o en casi todo lo que había emprendido.
Era el reconocimiento de un naufragio… de otros naufragios y desastres que el gobierno se
empeñaba en negar:
A) Era, por principio de cuentas, el fracaso resonante de la política económica
veleidosa de este sexenio 1976-1982. Primero insisten en que no hay crisis que evitar y
luego que no hay cómo evitar la crisis.
B) Era también la confesión de que el régimen no supo aprovechar la formidable
riqueza petrolera redescubierta a principios del sexenio.
C) Fue también la quiebra repentina de una política fanfarrona de superioridad y de
desprecio económico frente a los demás países; una retirada desairada de los foros
mundiales que pretendíamos manejar con nuestra reserva petrolera.
D) Era el reconocimiento, aunque lo negábamos de palabra, de que la política
inflacionaria debió haberse combatido porque resulta nefasta y es contraproducente…
E) También fue la evidencia de que el modelo paternalista, protector y benefactor de
Estado o de Gobierno en que vivimos, estaba en quiebra, dejando un saldo enorme de
deudas nuevas y problemas viejos. Era pues la declaración de quiebra de un sistema
político que transita, sin prisa pero sin pausa, de una democracia imperfecta a un
totalitarismo opresor.
15
F) Finalmente, resulta el fracaso personal y casi histórico del presidente López Portillo
y su propósito de defender al peso “como un perro”.2
Estas conclusiones se fundaban en el siguiente diagnóstico realizado por el propio
Conchello: Desde antes de aquel 17 de febrero de 1982… había en la opinión pública
muchos indicios, muchas señales decisivas de que el barco se estaba hundiendo;
tendencias que aseguraban la caída y que sólo unos cuantos conocían; entre ellas:
A) La creciente dolarización de la banca mexicana durante el año pasado -1981-, es
decir, el aumento de los depósitos en dólares en los bancos de nuestro país por quienes,
necesitando dinero a largo plazo, confiaban más en el dólar que en el peso. Para fines de
octubre, el 31 por ciento de lo que captaron los bancos era en dólares. Esto era un indicio
de que muchos mexicanos habían abandonado ya el hundiente barco del peso y habían
abordado el barco del dólar.
B) Los bancos mexicanos, que conocían mejor que nadie la erosión del peso, preferían
prestar en dólares porque era moneda más estable, en tanto que los clientes querían que
se les prestara en pesos porque con la erosión del poder comprador de nuestra moneda
iban a pagar menos… de enero a noviembre del año pasado, los préstamos en dólares
hechos por los bancos mexicanos, aumentaron un 77 por ciento, en tanto que los
préstamos en pesos aumentaron un modesto 18 por ciento. El peso era abandonado
como moneda de transacciones a largo plazo.
C) La cuesta empinada de la carestía era muy preocupante. Durante 1981 los precios
subieron -¿a quién creerle?- entre un 30 y un 34 por ciento; pero al llegar “la cuesta de
enero” de 1982, subieron, en ese sólo mes, un cinco por ciento… la carestía provoca la
devaluación, eso ya lo sabíamos desde hace mucho.
D) Mientras eso estaba ocurriendo aquí en México, los precios americanos estaban
bajando su ritmo de carestía. En 1980, la inflación americana fue de un 12.8 por ciento y,
en 1981, disminuyó su crecimiento a un 8 por ciento.
E) El faltante, el déficit en la balanza de pagos en lo que se llama la “cuenta
corriente”… fue, el año pasado, de 11,704 millones de dólares según el informe del Banco
de México. Pero el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, tenía fundamentos
para decir que era mayor; de cualquier manera, aun la cifra consoladora que pretendía
darnos el Banco de México, era una amenaza sobre nuestras reservas y por tanto sobre
la estabilidad del peso.
F) Durante los doce primeros días de enero… el valor del peso, de por sí en declive,
perdió 20 centavos más en el mercado cambiario de Nueva York de lo que perdía en el
mercado cambiario de México, lo cual revelaba que “la flotación” supuestamente natural…
era artificial, no respondía a la realidad.
1 Cfr. La Nación, núm. 1604, 3 de marzo de 1982, editorial.
2 CONCHELLO DÁVILA, JOSÉ ÁNGEL. Devaluación 82, el principio del fin. México,
Grijalbo, 3ª ed. 1982, pp.
22-23.
Todos estos indicios, aunque ignorados por la mayoría, fueron, sin embargo,
olfateados por muchos mexicanos. No se necesitaba ser experto para conocer la
debilidad del peso, para intuir que esa cotización no podía durar mucho tiempo.3
16
La crisis desatada en febrero fue sólo el inicio de meses de incertidumbre, inflación
desbocada, especulación, mercado negro de divisas, fuga de capitales, endeudamiento
irracional que llegaría al final del sexenio hasta los 80 mil millones de dólares, conversión
de ahorros en pesos a dólares, pérdida de empleos y de confianza. El Gobierno Federal
persistió en atribuir el origen de la crisis a factores externos y en buscar chivos expiatorios
internos, como eran los comerciantes y banqueros.
Las razones de esta actitud eran estrictamente políticas: deslindar de la situación al
candidato oficial y darse a sí mismo una salida sin incurrir en responsabilidad, sin importar
la desestabilización de la economía del país ni el daño a la economía de las familias
mexicanas, sobre todo, las que sobrevivían en la pobreza.
Pago para que me adules y si no…
A pesar del férreo control que el gobierno ejercía sobre los medios de comunicación, la
gravedad de la situación nacional tenía que reflejarse de alguna forma en la información
difundida en medios electrónicos e impresos, para lograr siquiera un mínimo de
objetividad y captar la atención de la opinión pública. Sin embargo, el gobierno se
mantuvo atento y descalificó cualquier señalamiento que se le hiciera, en los casos más
graves optó por la represión y la mordaza contra los medios más audaces.
El Gobierno Federal usó también el control de medios para apuntalar a su modo la
campaña priísta de Miguel de la Madrid. Si bien era práctica común que los funcionarios y
candidatos priístas participaran indistintamente en los actos de campaña, el equipo
detectó el daño provocado por algunos medios impresos que, a pesar de los “estímulos” inserción de publicidad gubernamental-, informaban sobre el desastre económico en
términos críticos y fomentaban la “mala imagen” del Gobierno Federal y, de pasada,
perjudicaban al candidato del PRI.
Para frenar esta “campaña negativa”, la Coordinación General de Comunicación Social
de la Presidencia incrementó sus presiones y determinó aplicar represalias y cancelación
de publicidad a varios medios, entre ellos, las revistas Crítica Política y Proceso, así como
la suspensión temporal del programa radiofónico Opinión Pública de la emisora Radio
ABC del Distrito Federal, en un intento por amordazarlas si no variaban su línea editorial.4
Después de las elecciones el programa radiofónico de “Paco” Huerta sería definitivamente
cancelado por el gobierno el 17 de agosto de 1982.
Esta concepción de la “libertad” de prensa fue claramente precisada por el presidente
López Portillo en los siguientes términos: Es legítimo, es razonable pensar… que si el
Estado da publicidad y la paga, es para alcanzar un propósito en la sociedad civil…
publicidad para que su acción, para que sus propósitos, para que sus principios obtengan
reconocimiento, justificación, o le den prestigio. Para eso paga publicidad.
Pero cuando paga publicidad y obtiene sistemáticamente un efecto contrario, estamos
en presencia de una constante opositora que se justifica plenamente en el caso de los
partidos políticos; pero que en empresas mercantiles que quieren ganar dinero con la
venta de su opinión, con la venta de su difusión, tenemos que hacer reflexiones y
distingos, señores… ¿Una empresa mercantil organizada como negocio profesional tiene
el derecho a que el Estado le dé publicidad para que sistemáticamente se le oponga?
Esta es, señores, una relación perversa, una relación morbosa, una relación
sadomasoquista que se aproxima a muchas perversiones que (no) menciono aquí por
respeto a la audiencia: te pago para que me pegues. ¡Pues no señores!5
17
3 CONCHELLO DÁVILA, JOSÉ ÁNGEL. Devaluación 82, el principio del fin. México,
Grijalbo, 3ª ed. 1982, pp.
8-9.
Podemos deducir a partir de las palabras del señor presidente que sus deseos eran
que la prensa no debía golpear al gobierno, sino acariciarlo, alabarlo, apoyarlo; si así
fuera entonces no habría perversión sino perfección, no morbosidad sino bondad, no
oposición sino imposición. Pago para que me adules. ¡Pues sí señor!
Crisis económica: la descomposición final
Tras sortear el proceso electoral del 4 de julio de 1982, el Gobierno Federal enfocó su
atención en la economía nacional. Ahora que habían sacado adelante al PRI en las
elecciones ya no habría costo político con medidas drásticas que buscarían controlar el
tipo de cambio, equilibrar la balanza de pagos y reducir la inflación.
La crisis económica se manifestaba con toda su crudeza: a principios de julio se
anunció de la quiebra y el cierre definitivo de la paraestatal Ayotla Textil, con la pérdida de
2,800 empleos -a pesar de que para su funcionamiento óptimo requería a menos de mil-;
la ruina de la flota camaronera del Pacífico, provocada por los errores del Departamento
de Pesca y de BANPESCA;
La opinión del PAN sobre la situación económica del país a principios de agosto fue
expresada en el editorial de la revista La Nación con certera claridad y premonición: Seis
años terminan. Y cómo. El alza de las tortillas, el pan, la gasolina, el diesel, la electricidad
y el gas doméstico se hacen por decreto. Y estos decretos si se cumplen. Los demás son frecuentemente
piadosos deseos que se hunden bajo el peso de la corrupción. La mentira económica exhibe,
descarnada, su verdadero rostro: el pueblo va a pagar la campaña escandalosamente derrochadora de
Miguel de la Madrid. Y la va a pagar como rey de burlas: después de que los voceros del régimen, sobre
una montaña de falsificación electoral, le tratan de hacer creer que votó masivamente por quienes
ahora lo escupen y lo coronan de espinas.
Se nos dijo que éramos ricos… que todo el problema residía en administrar bien y
repartir mejor… ahora, sin antifaz, el gobierno se exhibe como lo que es: el gestor del mal
común, el distribuidor de la miseria, el fabricante de privilegios… ningún funcionario
público va a padecer las alzas de precios. Ninguno va a ser víctima del desastre. Todos
se aseguraron hace tiempo recursos y plazas. Es el pueblo el que va a hacerse cargo de
la factura. De la onerosa factura de la ineficiencia y de la corrupción.
La oportunidad se escogió, no se aprovechó. Se esperó a que terminara el proceso
electoral para dar el golpe alevoso… para parchar los agujeros, se recurrió al
endeudamiento en el exterior y a exprimir sin escrúpulo ni prudencia al causante, al
sistema bancario nacional y a todo lo que bien se les ocurrió a los supuestos genios que
dirigen la economía del país… a la luz de este espectáculo de descomposición final, tal
parece que hubiera sido mejor ser gobernados por enanos de tapanco… que por Ibarras y
Oteyzas… entre otras cosas graves, lo que el desastre económico puede generar es que,
de la manera más drástica, nuestros acreedores presentes y los que seguramente nos
prestarán dinero dentro de poco, intenten imponer a México u proyecto cultural, social,
económico y político diverso al que los mexicanos deseamos diseñar y construir.6
4 Al respecto Cfr. FRANCISCO HUERTA. Mordaza a la Opinión Pública. México,
Universo, 1982, 168 pp. y,
18
Proceso, núm. 291, 31 de mayo de 1982, desplegado en pp. 6 y 7, y 18-20.
5 Cfr. Discurso de José López Portillo durante la entrega de premios
nacionales de periodismo, México DF,
7 de junio de 1982, en: PODER EJECUTIVO FEDERAL. Los Presidentes de México:
discursos políticos 19101988, tomo V, José López Portillo-Miguel de la Madrid Hurtado. México,
Presidencia de la República-El
Colegio de México, 1988, pp. 169-183; y Proceso, núm. 293, 14 de junio de
1982, pp. 18-21.
Como muestra de la gravedad de la situación tenemos que la carestía se había
disparado a pesar de los controles de precios. Hasta los líderes obreros sometidos al
sistema protestaron, pero sus protestas sonaban huecas: “los obreros no permitiremos…”
“los trabajadores no harán más sacrificios…”, en este como en otros casos se impusieron
finalmente las medidas “dolorosas pero necesarias”. Las cúpulas empresariales pedían
que el sacrificio y la austeridad necesarios para afrontar la crisis “fueran parejas entre
empresarios, obreros y el gobierno”. Cuando los periodistas pidieron al presidente López
Portillo sus comentarios sobre la situación, el Ejecutivo se limitó a decir: ruego que me
aguanten hasta el primero de septiembre. En mi Informe trataré todos los puntos.
7 Mientras el país tenía que aguantar al presidente, los funcionarios tomaban medidas
desesperadas. La última previa al VI Informe fue la aplicación de un sistema cambiario
dual que incluía una cotización de divisas controlada que aplicaría para transacciones
internacionales y deuda externa pública y privada y otra cotización libre. Un mercado
preferencial y un mercado libre parecían una fórmula mágica, pero en realidad
constituyeron una fórmula fracasada. A los pocos días, el 5 de agosto, el peso mexicano
sufrió una nueva devaluación, la tercera del año, que llevó el tipo de cambio a 65 pesos
por dólar a la compra y 85 pesos a la venta. Si se considera que el peso tenía una
cotización de 26.50 por dólar a principios de año, en menos de 8 meses la devaluación
acumulada era del 220 por ciento y en plena caída. más que la expresión manifiesta de una
crisis económica cuyas causas, acumuladas
durante muchos años, confirman la inadecuada política del régimen; 4. El establecimiento
del control de cambios “dual”... va a generar una diferencia en el precio del dólar que,
dada la corrupción imperante, provocará un mercado negro de divisas; 6. La diferencia de
nuestro ritmo de inflación con el de Estados Unidos... ha sido uno de los factores que han
provocado la devaluación de nuestra moneda, pero no han sido ajenas a este fenómeno
políticas demagógicas en lo interno y lo internacional...; 7. No servirán para remediar la
crisis las recientes disposiciones del gobierno, pues el mismo director general del Banco
de México, licenciado Miguel Mancera Aguayo, en un estudio titulado “Inconvenientes del
Control de Cambios”8 que publicó esa institución en abril pasado, sostuvo
categóricamente que el control de cambios, en cualquiera de sus versiones (la clásica o
integral y la parcial o dual), “no es aceptable ni como medida temporal para sortear una
emergencia”; 8. Esa incongruencia patente del gobierno al optar por un instrumento de
política económica que hace apenas cuatro meses rechazó el Banco de México, será más
perjudicial para el país, por las graves inconveniencias que entonces señaló su director
general...
19
5 Acción Nacional por conducto de su presidente, Abel Vicencio Tovar, fijó el 7 de
agostos su posición en los siguientes puntos: 1. La imposición del control de cambios
“dual”... significa en realidad otra mal disfrazada devaluación;
2. Esta acción del gobierno que lesionará aun más gravemente a la ya muy deteriorada economía
del pueblo... no es
6 Cfr. La Nación, núm. 1615, 11 de agosto de 1982, editorial.
7 Cfr. La Nación, núm. 1615, 11 de agosto de 1982, pp. 5.
9. Es probable que en estas circunstancias el país no tuviera otra alternativa
que la adoptada, pero es evidente que el gobierno ha venido mintiendo sobre la verdadera
situación de la economía nacional. Por dolorosa que sea siempre será preferible la verdad
a las mentiras; 10. Es una burla hacer llamados al pueblo a la calma, al patriotismo, a la
solidaridad social en esta coyuntura tan grave, porque al pueblo, plural en su
composición, no se le ha permitido el acceso a una efectiva participación en la toma de
decisiones, sólo se le ha venido obligando a pagar los costos de los errores cometidos por
el grupo que tiene el poder en monopolio.9
Pero el asunto no acabó ahí, días después, el 13 de agosto, ante la imposibilidad de
imponer orden en el mercado de cambios, el Gobierno Federal, por conducto de la
Secretaría de Hacienda y el Banco de México suspendió todas las transacciones en
dólares y convirtió, por decreto, todas las cuentas denominadas en dólares a pesos,
considerando un tipo de cambio de 69.50 por dólar, el cual era muy inferior al precio de la
divisa en el mercado que, gracias a los temores infundidos por los disparates de los
“expertos” del gabinete económico, se vendía en el mercado negro hasta en 150 pesos
por cada billete norteamericano. Para poder pagar estos dólares convertidos en pesos el
Gobierno necesitaba algo más de 820 mil millones de pesos.
Para el secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, la crisis “sigue controlada pero
aun no superada”, al anunciar que el Gobierno Federal había obtenido ingresos
adicionales por 50 mil millones de pesos, lo cual era una tercera parte de lo que se
estimaba como necesario para reducir el déficit. Silva Herzog no informó de dónde se
había obtenido esa cantidad, ni tampoco cómo se obtendrían los cien mil adicionales que
hacían falta aun a la administración. Durante su intervención aprovechó para confesar que
las medidas económicas tomadas por la “administración” López Portillo no eran las
mejores sino “las que era posible tomar”.
Otro gran fracaso fue el intento de parar la inflación mediante controles de precios.
Desde el 24 de febrero el Gobierno Federal decretó el control de precios en 5 mil artículos
y congeló el precio de los básicos: tortilla, pan, huevo y azúcar.
El costo de los artículos controlados se elevó entre un 20 y un 50 por ciento en la
primera mitad del año y la autoridad no tuvo más remedio que aplicar alzas en todos los
productos sujetos a control, incluso los que habían sido congelados, en cinco meses y
medio los alimentos subieron un 30.7 por ciento, las legumbres un 40.3 por ciento, la fruta
un 24.1 por ciento, la carne un 36 por ciento y la leche un 46.4 por ciento; el siguiente
capítulo de esta tragedia fue la elevación de precios en la gasolina y el diesel. Las tasas
de interés llegaban a niveles por encima del 60 por ciento anual y seguían creciendo,
pues el crédito se encontraba paralizado, en la Bolsa Mexicana de Valores se suspendió
la cotización de los Petrobonos.
20
8 El texto íntegro del estudio es reproducido por La Nación, núm. 1616, 25 de agosto de 1982, pp.
16-18.
9 Cfr. La Nación, núm. 1616, 25 de agosto de 1982, pp. 14. En la página 19 se reproducen pasajes
del IV Informe de Gobierno de Lázaro Cárdenas, en 1938, donde el mandatario rechazó también la
imposición del control de cambios.
10. Todos los voceros del régimen priísta empezaron a buscar chivos expiatorios para
justificar el desastre de la economía. De entrada, los mexicanos deberíamos agradecer el
enorme crecimiento económico entre 1978 y 1981, la creación de empleos, la bonanza
petrolera, la inconformidad se explicaba en que éramos malagradecidos o
desmemoriados; en la política económica no había errores: eran los “imponderables” los
que habían frenado a la economía mexicana y, como ello era una fatalidad irremediable,
se pronunciaban ahora por crucificar a los “malos mexicanos” que habían aprovechado la
situación, desatando entonces la típica demagogia contra los empresarios, los
comerciantes, los banqueros, la oposición, los extranjeros, el FMI, los “desnacionalizados”
y todo lo que fuera susceptible de recibir lodo.
Las causas desde luego que no podían ser el enorme gasto gubernamental, la emisión
monetaria sin respaldo, la corrupción, el despilfarro en proyectos inútiles, la
irresponsabilidad y la creencia de que se podía financiar sanamente el desarrollo sólo con
deuda pública, ingreso petrolero y emisión de circulante. Al Gobierno Federal había que
tenerle confianza y fe en que sacaría adelante al país.
Saldos del sexenio 1976-1982
En su último informe de gobierno, el presidente López Portillo reconoció haberle fallado
a los pobres. La justificación de siempre de los gobiernos revolucionarios era su
compromiso con la justicia social y con los mexicanos más necesitados. La realidad era
que, tras seis años de gestión y con recursos que gastar jamás imaginados por gobierno
alguno, la administración López Portillo, al igual que sus predecesoras, resultó incapaz de
incrementar en grado apreciable los reducidos niveles de ingreso per cápita de los
mexicanos –entre 1970 y 1982 el salario mínimo creció sólo un 3 por ciento en términos
reales-; mientras tanto las miserias e insuficiencias seguían registrándose en aspectos
como la alimentación, el acceso a la salud, el vestido, la calidad de la educación; la
situación se agravaba porque la planta productiva del país y el enorme gasto
gubernamental no bastaban para dar empleos a todos los mexicanos.
Con los propios datos del VI Informe de José López Portillo se puede constatar el
estado lamentable en el que encontraban diversos indicadores del desarrollo: en cuanto a
carreteras, de una red nacional de 212 mil kilómetros, sólo 66,920 eran pavimentadas,
menos de la tercera parte del total y, apenas 932 kilómetros eran autopistas de cuatro
carriles.
21
En el Distrito Federal, en 1977 funcionaban 9 plantas potabilizadoras y en 1982 sólo
quedaban 4; el sistema del Gran Canal desaguaba 975 millones de metros cúbicos en
1977 y en 1982 el volumen se redujo a 873 millones; la inversión en alumbrado público en
las mismas fechas pasó de 116 a 82 millones de pesos.
En Chiapas la proporción de viviendas con techo de concreto en 1970 era del 12.9 por
ciento y para 1980 bajó a un 6.5 por ciento. En Sonora las viviendas con drenaje cayeron
en las mismas fechas del 41.8 al 36.5 por ciento.
En el rubro de seguridad social, con todo y el aumento registrado, en 1981 apenas
1,367 de los más de 2,300 municipios del país tenían cobertura oficial de servicios de
salud.
Finalmente, por lo que hace a la distribución del ingreso, el 20 por ciento de los
mexicanos más pobres se empobreció más entre 1970 y 1982, a pesar de los programas
supuestamente diseñados para apoyar a los pobres y marginados del país, así como del
enorme gasto que, en teoría pero no siempre en la práctica, se destinó a los mismos.
Todo este rezago es inexplicable si se considera la gran cantidad de recursos de que
manejó el régimen lopezportillista. En el sexenio 1976-1982 el gobierno dispuso de 60 mil
millones de dólares de endeudamiento externo, tres veces más del total acumulado en
toda la historia del país; asimismo recibió miles de millones de dólares más por concepto
de exportación de petróleo, cuyo precio entre 1973 y 1981 fue el más alto registrado en el
siglo. El crecimiento del presupuesto en términos nominales y reales fue enorme, sin
embargo, el gobierno no invirtió esos recursos en infraestructura para el desarrollo, sino
que gastó una parte reinvirtiendo en la industria petrolera y el resto lo dedicó a comprar o
formar empresas paraestatales, a financiar proyectos improductivos o a sueños que se
convirtieron en elefantes blancos. Si el gasto se hubiera dedicado a inversiones
productivas y no a competir con los empresarios, el rostro de México sin duda sería
distinto.
Algunos datos corroboran estos criterios erróneos para el ejercicio del gasto. Al inicio
del sexenio había 1,800 salas cinematográficas en el país; tres años después, gracias a la
inversión pública en la Compañía Operadora de Teatros el número se acercaba a 2,800,
un crecimiento del 55 por ciento, mientras que los espectadores apenas habían crecido en
un 7 por ciento. El número de museos en la capital del país creció de 17 a 37 entre 1976 y
1982, a pesar de las pocas personas que los visitaban.
En materia de justicia, la corrupción y deshonestidad quedaron impunes, mientras que
la inseguridad pública se incrementaba poco a poco. La propuesta política más
importante, la reforma de 1977, fue ahogada con el fraude, la iniquidad y la soberbia de
un régimen autoritario.
El historiador Enrique Krauze, en su célebre ensayo titulado “
Por una
Democracia sin Adjetivos”, hizo un balance del gobierno encabezado
por José López Portillo en los siguientes términos: el país abriga un agravio insatisfecho.
22
Su origen es la irresponsabilidad con que el gobierno dispuso la enorme riqueza que pasó
por sus manos entre 1977 y 1982.
Sabe que fue una oportunidad de desarrollo, rara y quizás irrepetible, como no se ha
presentado probablemente a ningún otro país latinoamericano.
Presiente que con la oportunidad se fue también, por un largo tiempo, la posibilidad de un
progreso sano, armónico y destinado a aliviar los problemas ancestrales del país desde los
tiempos de Humboldt: la desnutrición, la desigualdad, la insalubridad, la pobreza. Su
conciencia de la pérdida es más aguda porque entrevé que la caída no fue inevitable -como
lo fue alguna vez la del henequén- sino el resultado de fallas humanas.
Admite que errar es de humanos, pero no errar en esas proporciones. La sensación de haber
sido víctima de un gran engaño, las evidencias de la más alucinante corrupción, la abrupta y
continua fluctuación de expectativas, todo ello y el sacrificio cotidiano e incierto que
impone la crisis, se ha enlazado hasta formar un nudo difícil de desatar, un nudo hecho de
azoro, arbitrariedad, cinismo, depresión, angustia y, sobre todo, incomprensión…
El agravio arroja una sombra de desconfianza sobre los regímenes herederos de la
Revolución. Es muy probable que las tensiones se alivien a medida que se abata la
inflación y la economía reaccione. Todos lo sabemos. Pero todos sabemos también que la
salida de la crisis no es inmediata y que sus dimensiones políticas persistirán por largo
tiempo…
Fuente : Fundación Christleb Ibarrola, Centro de Estudios Políticos del PAN, Aminadab
Pérez Franco, 17 de Febrero del 2004.
El Fin de la Revolución
Economía Informal
Macario Schettino
El Universal
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Jueves 19 de febrero de 2004
Finanzas
El fin de la Revolución
La muerte del último presidente de la Revolución nos permite recordar que el régimen
debió haber muerto antes. Veinte años antes de que López Portillo nacionalizara la banca,
México pudo optar por otro camino
A raíz de la muerte del "último presidente de la Revolución", habrá que dejar pendiente el
análisis del PIB, y el resto de la información económica reciente, que sigue confirmando un
repunte que puede hacerse muy interesante en pocos meses.
La muerte de José López Portillo nos da la excusa para una breve recuperación de cómo
México cambió de rumbo a partir de los años 80.
Por esa tendencia a dividir el tiempo sexenalmente, se cree que con la salida de López
Portillo de la presidencia terminó el tiempo del desarrollo, o el populismo, y que de
inmediato inició el periodo neoliberal. Esto es incorrecto.
La crisis económica iniciada en 1981 duró hasta 1986, a pesar de algunos breves momentos
de tranquilidad en 1984. Fue una crisis muy profunda, que no sólo dañó la economía, sino
que rompió el consenso alrededor del poder político. Muchos empresarios que habían
apoyado al régimen de la Revolución decidieron alejarse, y algunos de ellos se movieron al
PAN, con el que años después lograrían ganar la presidencia. El mismo Vicente Fox alguna
vez reconoció que fue esa crisis de 1982 lo que le convenció de participar en política.
La caída económica a fines del sexenio de López Portillo tiene su origen en una serie de
malas decisiones, iniciada en 1971. Cuando Estados Unidos abandona el tipo de cambio
fijo, y se olvida de los acuerdos de Bretton Woods, los tiempos de la posguerra terminaron.
Los 25 años iniciados en 1946 habían sido los mejores en toda la historia económica
mundial, tanto en materia de crecimiento como de inflación.
Todos los países occidentales crecieron a ritmos muy importantes, entre ellos nosotros.
Insistentemente se le llama a parte de ese periodo el "milagro mexicano", pero esto es
excesivo.
Sí nos fue bien, sin duda, porque crecimos a un ritmo de 3% per cápita, cada año. Pero en
ese mismo periodo, Francia crecía al 4.5% anual, Alemania al 5%, y Japón al 7%. También
por habitante. No nos fue tan bien.
A partir de 1971, las cosas cambian, y nosotros no. México decidió no sólo no modificar su
estrategia económica, sino profundizarla.
Son esos años que llamamos de "populismo", porque muchas medidas de política
económica no tenían ninguna posibilidad de funcionar, y los costos a futuro eran inmensos.
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Son tan grandes, que todavía no los medimos bien, ni nos damos cuenta de ellos.
Las pensiones, que hoy nos empiezan a ahogar, salieron de control en esos años; la
educación, que hoy nos detiene por su escasa calidad, inició su caída en tiempos de
Echeverría. El dispendio y la corrupción, que no son nuevos, sí se movieron a un nivel
distinto, sobre todo con la "administración de la abundancia".
Efectivamente López Portillo fue el último presidente que puede considerarse
completamente dentro de la línea del régimen de la Revolución. Todavía De la Madrid y
Salinas seguirán funcionando con las reglas políticas de ese régimen, pero tendrán una
orientación económica diferente.
Sobre todo Salinas, porque De la Madrid no puede tomar decisiones durante buena parte de
su sexenio, apenas se dedica a reaccionar para evitar, como dijo él, que "el país se le fuera
entre las manos".
Propiamente hablando, el modelo "neoliberal" inicia en 1987, con el Pacto de Solidaridad
Económica. Ya entonces era Salinas el candidato presidencial, y por las condiciones de
entonces, es seguro que fuese el hombre más poderoso del país.
Cuando dividimos los periodos de esta manera, se hace más evidente el costo del
populismo, y resulta que no es tan malo el "neoliberalismo". Crecemos más, y con menor
inflación, de 1987 en adelante, que en los 15 años previos. Incluso, si medimos el
comportamiento del PIB en dólares, el periodo neoliberal es comparable con los tiempos
buenos del desarrollo estabilizador, del "milagro mexicano". Hace algún tiempo platicamos
de ello en esta columna.
La muerte del último presidente de la Revolución nos permite recordar que el régimen
debió haber muerto antes. Veinte años antes de que López Portillo nacionalizara la banca,
México pudo optar por otro camino. Después de ese sexto informe de gobierno, el régimen
moriría con una lenta, penosa y costosa agonía. Y es por eso que hoy estamos sufriendo en
la construcción de un nuevo régimen. Todo pudo ser más fácil.
Director de investigación, Tec de Monterrey, campus Ciudad de México.
(Continua la visión desde la derecha académica)
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JLP o el antimilagro mexicano
Por Lorenzo Meyer, del Colegio de México
¿Pudo JLP haber evitado la petrolización de la economía, el endeudamiento galopante, el
robo, el dispendio y el final desastroso? ¿Fue ese desastre responsabilidad de JLP o él
simplemente presidió sobre un sistema con vida propia, imposible de modificar?. Al ex
Presidente fallecido y a todos los ex presidentes que aún sobreviven, se les juzga desde la
frustración y la rabia que produce el naufragio del proyecto nacional de desarrollo.
Difícilmente se puede ser generoso desde el fracaso.
Un tipo de justicia
Al día siguiente de conocerse la noticia de la muerte del ex presidente José López Portillo
(JLP), un corresponsal extranjero preguntó, entre asombrado y escandalizado, cómo se
podía explicar que quien fuera poderoso jefe del Poder Ejecutivo no sólo no recibiera un
funeral de Estado, sino que incluso miembros del público llamaran indignados a una
televisora para reclamar al conductor el desperdicio de tiempo por comentar la muerte del
personaje que había dominado la escena política mexicana entre 1976 y 1982.
Quien esto preguntaba suponía que en otros países una situación similar sería poco
probable, pues lo normal es que la desaparición de un jefe de Estado y de gobierno dé pie a
un funeral solemne y a una serie de comentarios elogiosos para el fallecido de parte del
Presidente en funciones y de los principales líderes políticos, a programas especiales en los
medios de comunicación electrónicos y a páginas enteras en los diarios dando cuenta de los
momentos trascendentes de la gestión del difunto.
¿Por qué el encono contra el ex Presidente? La explicación es que esa actitud fue la
única forma en que una comunidad finalmente pudo hacer justicia simbólica ante la
imposibilidad de la justicia real y sustantiva.
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Los hechos y los personajes del pasado siempre serán juzgados desde las peculiaridades del
presente. Y hoy por hoy el hecho más importante en la vida cotidiana de los 104 millones
de mexicanos es la mediocridad persistente del comportamiento de la economía. En
realidad, desde el último año del gobierno de JLP el crecimiento promedio real del
Producto Interno Bruto (PIB) de nuestro país ha sido menor al 1 por ciento; es decir, desde
entonces estamos estancados. Toda una generación ha vivido sin saber de las oportunidades
de una economía en expansión, de ésa donde los jóvenes tienen posibilidades de optar por
empleos y formas de vida a la altura de sus expectativas. Alguien ha señalado que hoy el
trabajo de una buena parte de los mexicanos es el buscar trabajo, y no le falta razón. JLP y
todo lo que él representa hoy, está inevitablemente ligado a este enorme fracaso de 22 años
de la economía y de la política mexicanas. Al ex Presidente fallecido y a todos los ex
presidentes que aún sobreviven, se les juzga desde la frustración y la rabia que produce el
naufragio del proyecto nacional de desarrollo. Un juicio menos amargo de JLP y de los
otros líderes priistas tendrá que esperar a que surja un México menos amargado con su
presente. Difícilmente se puede ser generoso desde el fracaso.
El antimilagro mexicano
Salvo en la actualidad, en ningún otro momento de nuestra historia independiente, México
ha vivido más de dos decenios que combinen paz interior y exterior con un estancamiento
material tan rotundo como el experimentado de 1982 a la fecha. Ningún juicio sobre JLP
puede esquivar tamaña tragedia colectiva.
Veamos con detalle las cifras disponibles -que son las del siglo XX- para tener una
perspectiva de lo que ha sucedido a partir de 1982. Según datos del INEGI (Estadísticas
históricas de México, T. I, México: INEGI, 1985, pp. 311-312), en la parte inicial del siglo
pasado -final del Porfiriato-, el PIB per cápita cayó, aunque no mucho, en 1902, 1906 y
1908. El estallido revolucionario de 1910 impidió que por 10 años los datos de la realidad
económica se recabaran con fidelidad, pero según los viejos cálculos de Enrique Pérez
López, y no obstante la lucha y el desorden, el PIB creció en ese decenio, en promedio, al
0.7 por ciento anual (México: cincuenta años de revolución, Ed. Abreviada, México: FCE,
1963, p. 131). Conviene notar que el magro crecimiento económico del México de hoy es
muy similar al del México de hace más de 80 años, con la diferencia que entonces reinaba
la guerra civil y hoy no. Es más, en un artículo reciente, Sandra Kuntz reconstruye
cuidadosamente las exportaciones de la época revolucionaria y resulta que los únicos años
de baja real de ese indicador fueron dos: 1914 y 1915. Es posible que en términos relativos
el desastre económico sea mayor hoy que en esos "tiempos negros" de revolución ("The
Export Boom of the Mexican Revolution: Characteristics and Contributing Factors" en
Journal of Latin American Studies, 36, 2004). Los años que siguieron, los 1920 y 1930, no
fueron buenos, pues además de los problemas de la reconstrucción y de la guerra cristera
(1926-1929), hubo una baja muy pronunciada en la demanda de las exportaciones que
México podía hacer, y luego se vino encima la Gran Depresión Mundial. El PIB per cápita
cayó sistemáticamente entre 1927 y 1932, y aunque luego, durante el gran cambio político
y social del cardenismo, el crecimiento volvió, resultó ser modesto, al punto que sólo hasta
1942 se superaron las cifras de 1926.
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A partir de la Segunda Guerra Mundial todo cambió. El despegue de la economía mexicana
fue impresionante, y hasta 1982 la historia económica del país fue una de crecimiento
sostenido al 3 por ciento anual per cápita en promedio (únicamente 1949 y 1953 registraron
pequeñas bajas). Es justamente a ese aumento sistemático de las cifras económicas a lo que
en los 1960 se denominó el "milagro mexicano", un milagro que empezó a perder su brillo
justo cuando se le reconoció. En efecto, a partir de 1970 se presentaron ya problemas
estructurales serios con el modelo de crecimiento basado en la sustitución de
importaciones, pero justamente cuando JLP pudo intentar las reformas de fondo, se
anunciaron importantes descubrimientos de hidrocarburos en un mundo sediento de
petróleo -en 1980 las reservas probadas de Pemex sobrepasaron los 60 mil millones de
barriles y las probables 200 mil millones- y las reformas se olvidaron, el optimismo oficial
se disparó lo mismo que el dispendio y la corrupción.
Para nuestra desgracia, en junio de 1981 se presentó lo que se debió prever pero no se
previó: el descenso de los altos precios del petróleo y en un abrir y cerrar de ojos toda una
forma de vida -economía, política e imagen del futuro de México- se vino abajo. El 17 de
febrero de 1982 el Banco de México anunció que se retiraba temporalmente del mercado de
cambios y el peso dio un salto de 26.91 a 38.10 pesos por dólar y la devaluación no pararía
en mucho tiempo. México tuvo que posponer el pago de sus compromisos externos por tres
meses y gestionar la ayuda de emergencia de los organismos internacionales y de Estados
Unidos. La deuda externa pública que en 1970 era de tan sólo 4 mil millones de dólares,
para 1976 había ascendido a casi 20 mil millones y a 60 mil millones de dólares en 1982.
En el siguiente sexenio rebasaría los 100 mil millones de dólares. Toda una etapa de la
historia política y económica de México se cerró para dar paso al antimilagro mexicano. Es
la inauguración por JLP de la época de desaliento para muchos y de oportunidades para
muy pocos, es en esa época donde seguimos varados, es desde ahí que juzgamos no sólo al
ex Presidente, sino a todos los que contribuyeron al fracaso y al régimen que los cobijó.
JLP, gozne entre dos ciclos
JLP afirmó que él había sido el último Presidente de la Revolución. Falso, él nada tuvo que
ver ni para bien ni para mal con ese movimiento y, en sentido estricto, su linaje tira más al
lado contrarrevolucionario, pues su abuelo, José López Portillo y Rojas, fue subsecretario
de Instrucción Pública y por algunos meses secretario de Relaciones Exteriores de
Victoriano Huerta. Como sea, JLP es quien cierra el ciclo de gobiernos posrevolucionarios
y abre el del neoliberalismo.
La posrevolución se inicia cuando el cardenismo, en tanto esfuerzo por transformar la
estructura social de México, queda exhausto y es sustituido por otro proyecto nacional
menos generoso y más acorde con la tradición y los intereses creados. La alianza con
Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y la "unidad nacional" en la lucha
contra el fascismo, sirvieron de justificación perfecta para desmantelar la propuesta de
continuar adelante con la reforma social y poner en su lugar la defensa de un gran valor
universal: la democracia política. Ahora bien, se trató de una defensa puramente discursiva,
pues lo que en realidad se afianzó entonces en México fue un régimen autoritario sostenido
por un partido de Estado.
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A las organizaciones de masas del cardenismo -CNC, CTM y otros sindicatos- se les vació
de sus contenidos radicales y se les transformó en corporaciones al servicio de un proyecto
de industrialización basado en un mercado interno protegido en nombre del nacionalismo, y
donde el gran ganador sería una burguesía mexicana (en la que había conspicuos
extranjeros) muy ligada y dependiente del Presidente en turno, de su círculo interno.
Un gran control sobre los procesos políticos internos así como un anticomunismo de "bajo
perfil" pero muy efectivo, fue lo que le permitió a la élite política mexicana de la época
negociar con el gobierno norteamericano un cierto grado de autonomía y de nacionalismo.
En efecto, a pesar de favorecer la democracia, la Casa Blanca nunca denunció la falta de la
misma en México, ni siquiera durante las masacres de 1968 ó 1971. No obstante procurar el
desarrollo por la vía de la empresa privada, Washington no objetó en lo fundamental que
los gobiernos mexicanos dieran forma a un gran aparato estatal, que no firmaran un tratado
de ayuda militar con el Pentágono o que su legislación sobre el capital extranjero insistiera
en mantener en manos nacionales la banca, el transporte o la agricultura y en poder del
Estado el petróleo, la energía eléctrica o los ferrocarriles. Salvo por alguna que otra
declaración de algún legislador norteamericano particularmente reaccionario, Washington
no se alarmó demasiado porque el gobierno mexicano mantuviera relaciones con la URSS,
no rompiera relaciones con la Cuba revolucionaria o que JLP se entrevistara en Cancún con
Fidel Castro y rompiera con el gobierno de Somoza en la última etapa de ese régimen de
dictadura familiar, entre otras cosas.
El crecimiento económico y el dominio presidencial sobre todas las organizaciones,
instituciones e intereses importantes abrió amplios campos a las decisiones discrecionales y
a la corrupción. Sólo el Presidente podía llamar a cuentas y nadie podía pedir cuentas al
Presidente. Fue en ese ambiente donde JLP, usando su amistad juvenil con el presidente
Luis Echeverría, penetró hasta el centro del círculo interno de la clase política y fue de ese
ambiente donde él tomó el estilo de gobernar. Un estilo autoritario, irresponsable,
cortesano, de discurso ampuloso pero acciones venales. Como secretario de Hacienda de
Echeverría, JLP no hizo nada por impedir los excesos de quien se ufanó de que "la
economía se maneja desde Los Pinos" y fue corresponsable de la primera crisis seria del
modelo económico, la de 1976. Pero justamente su tolerancia de la irresponsabilidad de
Echeverría fue lo que le valió a JLP recibir entonces la banda presidencial de manos de su
amigo.
¿Pudo JLP haber evitado la petrolización de la economía, el endeudamiento galopante, el
robo, el dispendio y el final desastroso? ¿Fue ese desastre responsabilidad de JLP o él
simplemente presidió sobre un sistema con vida propia, montado de mucho tiempo atrás en
un esquema de corrupción institucionalizada e imposible de modificar incluso por la
voluntad presidencial? La respuesta no puede ser lo uno o lo otro sino ambos. La
responsabilidad personal de JLP no disminuye un ápice por el hecho de reconocer que las
inercias y los compromisos adquiridos de tiempo atrás por y entre los grupos de poder,
hacían muy difícil la reforma desde dentro. Baste recordar cómo el gran capital obligó a
Echeverría a dar marcha atrás en la desde entonces necesaria reforma fiscal, y que
justamente a raíz de esa crisis fue que JLP recibió la encomienda de hacerse cargo de la
Secretaría de Hacienda a condición de que no intentara afectar a ninguno de los intereses
que impedían la modernización y transformación del sistema impositivo.
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Sin embargo, JLP nunca intentó ponerse al frente de una lucha contra los intereses creados;
cuando nacionalizó la banca en 1982, simplemente trató de encontrar el chivo expiatorio al
que cargar la culpa de un Presidente derrotado.
Lo dicho, tendrá que cambiar México y pasar mucho tiempo antes de que la memoria
colectiva tenga un mejor juicio de JLP, si es que eso es posible.
NACIONALIZACIÓN BANCARIA-SINDICALIZACIÓN UN
PROCESO PARA ESTUDIARSE Y RECORDARSE
En diciembre de 1970, el Presidente Echeverría incorporó la Comisión Nacional de Seguros
a la Comisión Nacional Bancaria, que en ese entonces se denominó Comisión Nacional
Bancaria y de Seguros. Al entregar la presidencia en 1976 el Lic. Luis Echeverría Álvarez,
ya era general la desilusión y el descontento en todo el país por la crisis económica en la
que lo dejó inmerso, y que se intensificó al final de su mandato con la flotación del peso,
que anunció el 31 de agosto, un día antes de su último informe presidencial; más peor que
eso, fue el temor y la incertidumbre respecto al rumbo que tomarían las cosas con el nuevo
gobierno que le sucedería. Pero el Lic. José López Portillo, que asumió la presidencia para
el siguiente sexenio de 1976 a 1982, supo levantar el deprimido ánimo de los mexicanos
con sus palabras elocuentes cuando pidió perdón a los marginados y desposeídos, al mismo
tiempo de que prometía congruencia entre las palabras y los hechos, y también pesos
fuertes. Ante toda sucesión presidencial, la ciudadanía, que esperaba siempre un cambio de
situación hacia la mejoría, y que esta vez se encontraba escéptica además de temerosa, al
escucharle hablar así y presenciar por la televisión el acto conmovedor, se reconfortó, y
reavivó sus esperanzas.
Y al sorprendernos tan gratamente el exuberante auge petrolero al finalizar la década, con
altas tasas de crecimiento entre 1978 y 1980, nos hizo soñar a todos los mexicanos en que,
por lo menos, la extrema pobreza desaparecía al fin de nuestro suelo patrio.
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Pero la cruda realidad vino a despertarnos abruptamente y de improviso con el impacto de
una inflación que comenzó a desatarse sorpresivamente, sin que el común de la gente que
simplemente trabaja y espera, pudiese explicarse de pronto las causas de semejante revés.
El desengaño entonces no sólo fue más fuerte, sino que, con él, llegó también la confusión
y el desconcierto. La fuga de capitales al exterior iniciada en el sexenio anterior, se acentúo,
y con ello la restricción de la inversión privada.
El Presidente López Portillo había implantado una política de austeridad para combatir la
crisis económica; pero mientras la ciudadanía aceptaba resignadamente las consecuencias
de los errores gubernamentales, el gasto público siguió creciendo cada vez más sin que
diese muestras de disminuir; y lo que sí fue contrayéndose fueron los salarios, además de
las inversiones, a pesar del plan del Estado de "Alianza para la Producción"; deprimiéndose
gradualmente la economía en general. Entre los años de 1965 a 1970 el crédito interno,
promediado, alcanzó un 41% del total del crédito obtenido por el gobierno para financiar el
gasto público, y el externo llegó consiguientemente al 59%; en tanto que durante el lapso
entre 1977 y 1982 estas cifras cambiaron al 58% el crédito interno, y el externo,
proporcionalmente, al 42%. Así a la par de la creciente elevación del gasto público
aumentaba también, lógicamente, el crédito a través del cual se financiaba, y, por
consecuencia, el gobierno dependía cada vez más de los recursos captados por la Banca;
viéndose obligado, además, cada año, a la emisión adicional de nuevo circulante para
solventar sus gastos porque el crédito cada vez alcanzaba a cubrir menos parte de su
programa. Y si la banca orientaba a sus cuentahabientes en la exportación de sus dineros,
como era su obligación, naturalmente que también buscaba en estas operaciones su propio
beneficio.
La especulación con el peso, la creciente fuga de capitales, la frecuente creación primaria
de dinero, que de 1978 a 1981 alcanzó aproximadamente un 33% promedio anual, y la
reducción de la inversión productiva aceleraron la inflación, dadas las altas tasas de interés;
y en la carrera salarios-precios, los productos básicos y los energéticos elevaron sus costos
a un nivel como nunca se había visto en los últimos 60 años, y mucho más en los primeros
meses de 1980 y 1982, siendo este último año muy pródigo en devaluaciones de nuestra
moneda; la baja de precios en las materias primas de exportación, como el petróleo, el
algodón, la plata, etc. y la "crisis de confianza" contribuyeron a dificultar la situación
económica ya de por sí desordenada y grave. Y se intensificó la ya inmoderada compra
interna de divisas por la necesidad angustiosa de resguardarse bajo una moneda más fuerte
y estable.
Estando así la situación, en su último informe del 1º de septiembre de 1982, cumpliendo
con el mandato constitucional, ante la Asamblea Legislativa, el Lic. José López Portillo,
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, anunció, por causa de utilidad
pública, la nacionalización de la Banca Privada y el control generalizado de cambios, ante
la sorpresa de los asistentes y el aplauso general de la inmensa mayoría de los presentes en
el recinto legislativo. Y el consiguiente estupor de toda la nación oyente.
Al día siguiente los periódicos de la capital comentaron la noticia con cierto asombro los
moderados, con gran inquietud los previsores y con serios cuestionamientos los valientes.
La ciudadanía, perpleja ahora y aún más temerosa, conservó su actitud expectante.
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Los bancos suspendieron sus servicios cerrando sus puertas al público dos días hábiles, el
2 y 3 de septiembre; y el lunes 6 reanudaron sus labores habituales en forma normal.
En conferencia de prensa sustentada el día 4, el Director del Banco de México había dado a
conocer las primeras medidas de la banca nacionalizada; y solicitando prudencia a los
usuarios de sus servicios les aseguró que el dinero estaría mejor guardado en los bancos, y
que a partir del día 6, dentro de las normas de rigor, todos serían libres de realizar cualquier
transacción bancaria; advirtiéndoles que los depósitos en los bancos o en las cajas de
seguridad para uso directo del público, seguían siendo propiedad de los depositantes, no del
gobierno, ni de los accionistas privados que antes gozaban de la concesión pública de la
banca.
Pero el señor Presidente, además de declarar la moratoria a la deuda externa, había dicho
también algo completamente nuevo en su informe, y esto era que: "Los derechos de los
trabajadores del sistema bancario serán respetados. El viejo anhelo de crear un sindicato
bancario podrá fructificar, como ocurre en la mayor parte de los países". Así, junto con la
nacionalización de la banca, se ofrecía a los trabajadores bancarios, cuando ellos no lo
esperaban, la tan ansiada oportunidad de agruparse sindicalmente; tan negada antes.
México, en aquella época de 1972 a 1982, sufrió un período muy difícil de crisis financiera;
ya la banca de ningún país, se le puede sacar del contexto financiero, porque, entre otras
muchas cosas, es un gran termómetro que siempre está registrando el estado en que se
encuentra la economía interna: si la economía interna anda mal, la banca anda mal, y si ésta
anda bien, también la banca. Por lo consiguiente, la etapa de aquel decenio, fue también
una etapa inactiva para el sindicalismo bancario. Y lo que aconteció durante el transcurso
de ese tiempo, todos lo sabemos, fueron los últimos años del sexenio de Luis Echeverría y
todo el de José López Portillo; tiempo en el que el país, por mala planeación general se
endeudó demasiado, y en determinado momento, ya no hubo con qué pagar y se decretó la
suspensión de pagos, declarando a la nación en quiebra en el último informe presidencial de
López Portillo. Se quiso hacer creer que los culpables habían sido los banqueros, pero es
más probable que la causa haya sido una mala administración, una idea equivocada sobre
las realidades del país, una visión errónea de él; y consecuentemente, las determinaciones
tomadas fueron negativas para su desarrollo, y hasta para su existir; sufriendo una amarga y
dura depresión económica de la que apenas comenzamos a reaccionar.
Hubo entonces que tomar medidas de emergencia, igual que se hace con un enfermo muy
grave al que ya no le sirven las aspirinas y hay que aplicarle drásticos remedios, porque
esto mismo pasa cuando una institución anda mal; en aquel tiempo México necesitaba
terapia intensiva y dentro de ésta, una operación de emergencia; entonces el Presidente
López Portillo pensó en la nacionalización de la banca.
Y esta se dio casi al término de su mandato presidencial, cuando ya teníamos un Presidente
electo, al Lic. Miguel de la Madrid.
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Para nadie escapa la idea de que la nacionalización de la banca haya sido una estrategia
planeada por los dos, es decir, por el Presidente saliente y el a punto de entrar; pero López
Portillo aclara esto en su libro "Mis tiempos", en el que hace sus memorias; ahí explica que
él no se lo comunicó a de la Madrid por dos razones, la primera: porque si se lo contaba y
de la Madrid no lo aceptaba por no considerarla justa, de todos modos lo hubiera hecho, y
habría roto las relaciones con él. Y la segunda: no quería que de la Madrid cargara
históricamente con la responsabilidad que sólo le correspondía a él. O sea, que López
Portillo presenta la nacionalización de la banca en su libro, no como una seguridad que él
tenía de que las cosas iban a salir muy bien; sino que sabía que era un riesgo.
Y, naturalmente que lo era, ningún mandatario de cualquier país puede ignorar los ejemplos
y las experiencias de otras naciones; las nacionalizaciones en países como Francia, España,
Portugal, y Sudamericanas, han sido buenas y malas; en Inglaterra se nacionalizó la banca,
luego se regresó a manos privadas, en Francia lo mismo; y no vuelve a intentarse como
solución. Entonces, no han sido el remedio al problema. El Presidente López Portillo y sus
asesores conocían esto, sabían que podía ser la solución o no serlo.
Al cabo del tiempo, y en términos generales, se puede decir que la nacionalización de la
Banca en México, fue buena para la Banca, para el pueblo de México y para el Gobierno.
Porque no hay nada peor que la inmovilidad, la inacción; y la economía del país había
caído en un atolladero tal, que se hallaba atascada en medio de un tumulto de situaciones
estáticas, tan apretadas, que casi no había espacio para donde hacerse, y de no haber
provocado un rápido movimiento que la activara, tal estado habría terminado por asfixiarla
definitivamente. Esto fue bueno para el pueblo y para el gobierno; y puede estimarse que
fueron dos los puntos principales que favorecieron a la banca: en primer lugar, que desde
un principio se dio cierto paso atrás, se dejó una Banca Mixta con participación de los
privados; en segundo lugar, y fundamental, fue que la administración de la banca se dejó a
los banqueros que conocían de la banca; y los bancos se fortalecieron, tan es así, que los
bancos crecieron, y cuando se vendieron, se vendieron muy bien. Dentro de este gran
contexto de la nacionalización, el Presidente López Portillo tenía que buscar la manera de
efectuarla de acuerdo a los establecido por la Ley, y la máxima Ley en México, pues, es la
Constitución; entonces, tenía que mandar una reforma, una enmienda a la Constitución para
darle el monopolio del ejercicio de Banca y Crédito al Estado. Lo hizo así, y por
consecuencia tenía que, si iba a reformar la Constitución, pues darle cumplimiento a la
Constitución; y la Constitución, en su artículo 123, claro explica que los trabajadores
bancarios deberían de estar sindicalizados desde hace mucho tiempo.
Y se abrió la posibilidad para ello. Y el impulso hacia la agrupación sindical, que se hallaba
latente desde hacía muchos años en el sentir de este sector, inmediatamente cobró vida al
darse la noticia de la nacionalización el 1º de septiembre de 1982. Sin perder más tiempo,
algunos grupos de trabajadores bancarios empezaron a tratar de formar sus sindicatos; ya
no como se había intentado en 1972, es decir: haciendo una Central y desde ahí bajar a
construir los sindicatos, sino que se aprendió la lección, y todos los grupos comenzaron a
formar sus propios sindicatos. Y hubo, dentro ya del contexto burocrático, o sea, como
servicio del Estado, muchas facilidades. ¿ Por qué ? Porque las empresas ya estaban dentro
de la administración pública federal.
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Y en todo el ámbito laboral de los trabajadores bancarios, se dio una verdadera lucha entre
ellos; pero una lucha muy institucional, muy cuidadosa y fraternal, una intensa lucha
ardorosa pero franca y leal, por los votos; en la que, los diferentes grupos y corrientes
obtuvieron democráticamente, sus Comités Ejecutivos formando sus planillas
correspondientes; y luego presentaron su solicitud de registro ante el Tribunal Federal de
Conciliación y Arbitraje, que es el único organismo, entre los servidores públicos, que
puede, evidentemente, otorgar dichos registros. Y la ley establece específicamente, que se
le dará el registro al grupo que, ante el Tribunal, acredite que cuenta con el mayor número
de agremiados; aunque las solicitudes puedan presentarlas un mínimo de 20 representantes
de su constitución, por cada grupo.
Pero la lucha intensamente ardorosa, verdaderamente institucional (conceptos de los
mismos trabajadores bancarios), franca y leal, de la que hablamos antes, tuvo que darse
constante y plenamente antes de obtener los registros, pero después de haber presentado a
las autoridades correspondientes las solicitudes de las respectivas asociaciones. Y durante
aquel mes de septiembre, entre el día 7 y el 20, se constituyeron todos los sindicatos, ya
que, con sólo integrar el Comité Ejecutivo, se contaba con los 20 sujetos indispensables
para solicitar el registro, y tiempo después podían presentarse las firmas de afiliación de los
demás trabajadores; además de esto, al presentar dicha solicitud debía acompañarse con los
Estatutos del sindicato, por lo que elaboraron unos Estatutos de acuerdo al Apartado "B".
Así, luego de presentar la referida documentación ante el Tribunal, los diferentes grupos de
los distintos bancos, no habiendo una sola institución que no contara con dos o tres grupos,
se dedicaron a lograr la identificación con la gente para conseguir, a través de ella, las
firmas de adhesión necesarias para obtener el registro solicitado. Entonces, a lo largo de los
meses de septiembre, octubre y noviembre, se dieron a la lucha entusiasta por conseguir los
votos, la afiliación de sus compañeros; evidentemente, en estas luchas internas, tan
ardientemente competidas entre los grupos bancarios, los que más se asemejaran al
trabajador bancario, y los que éste sintiese más cerca de él, y más identificados
laboralmente, serían los que ganarían a la hora de las votaciones.
Algo que se mantuvo, y se mantiene, fundamentalmente, dentro de los sindicatos bancarios,
fue y es, que han sido dirigidos y han sido integrados por genuinos trabajadores bancarios.
Ahí no fueron de la CTM, ni de la CROM, ni de ninguna otra organización del Congreso
del Trabajo a llevarles un líder externo; ahí todos los líderes tenían no menos de 8 a 10 años
dentro de la institución en donde prestaban sus servicios, y por alguna razón, se había
identificado con la gente. Dentro de aquellas campañas se podían distinguir dos grupos muy
definidos, un grupo que después se denominó: Bloque de Sindicatos Bancarios, y el grupo
de la Coordinadora; éste último, era un movimiento de sindicatos que tenía como
identificación al sindicalismo independiente.
La Coordinadora estaba integrada por muchos ex-trabajadores bancarios, por otros que sí
eran empleados, y algunos líderes entre ellos que pertenecían desde antes a esos grupos; y
se puede decir que eran más independientes porque lo que pasa con este tipo de
organismos, históricamente en México, es que, cuando hay un movimiento sindical que no
tiene registro legal, para que le sea posible identificarse, se autonombra: Coordinadora;
como, por ejemplo, hay un sindicato de trabajadores de la Secretaría de Educación Pública,
el SNTE: Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, y en su seno existe la
34
Coordinadora de Maestros. Consecuentemente, los integrantes de esta Coordinadora del
movimiento bancario, desde el principio, comenzaron, prácticamente, casi a aceptar que no
les darían el registro; por lo que, ya de por sí, el renombre no era bueno. Tenían la idea de
que primero debían reunirse y consolidarse todos ellos, entonces, puede deducirse
fácilmente que, el gran error de la Coordinadora, fue que siguió el esquema del movimiento
de 1972; porque ahí se reunían muchos sindicatos de varios bancos, con la intención de
crear una Federación, una coordinadora General, y luego, desde allí, propiciar el nacimiento
de los demás sindicatos locales.
En cambio, los integrantes de los sindicatos bancarios que actualmente tienen registro legal,
se dedicaron desde el principio a hacer lo que tenían que hacer, el trabajo interno en sus
respectivas instituciones, acercándose a los trabajadores para decirles: nosotros somos el
Comité Ejecutivo, y nos preocupamos por la formación del sindicato. En seguida procedían
a presentarles al Secretario General, así como al resto del Comité, identificándose todos
sobre quiénes eran, la profesión que ejercían y el puesto que ocupaban en tal o cual
departamento, y la antigüedad que tenían como trabajadores bancarios. Y los bancos, en
esta ocasión, tuvieron una actitud muy positiva hacia las actividades sindicales de sus
empleados, al facilitarles locales para sus reuniones en algunas sucursales y centros de
trabajo; así como al comprender que debían de ausentarse para viajar a los Estados y
dejarles en libertad para hacerlo. Esto fue muy bueno para los trabajadores porque así
pudieron llevar a cabo su labor de proselitismo dentro de las propias instituciones, y
además, ahí era imposible que se diera cualquier agitación violenta, ya que la mayoría de
las personas que formaban los Comités (y todavía es una característica), eran
profesionistas: abogados, contadores, actuarios, licenciados en administración, etc., hay
entre los bancarios, todo tipo de profesionistas, ya que su trabajo les exige cierto nivel de
preparación. Actualmente, para ingresar a un banco, se tiene que presentar, cuando menos,
el certificado de Preparatoria; por lo consiguiente, los líderes tienen que ser profesionistas.
En la capital del país, se reunían en el domicilio del sindicato del Banco Internacional, en el
del Multibanco Comermex, en las oficinas de Banobras, y en otros locales por el estilo. Y
muchas veces, y desde antes, se reunían solamente los 40 o 50 líderes para planear cada
movimiento, porque ellos sabían qué hacer y para dónde hacer. Y luego tocaban en todas
las puertas habidas y por haber: fueron a Gobernación, al Departamento del Distrito
Federal, al partido y al no partido, hasta a la Secretaría de Programación y Presupuesto.
Aquellos hombres se reunían incansablemente, y se reunían por la necesidad que tienen los
trabajadores de tener una representación, porque solitos y sin apoyo de nada, nadie les iba a
hacer caso, como a los sindicatos solos y aislados tampoco; se reunían pues, para hacer una
fuerza, para poder ir a la Secretaría del Trabajo, a la de Hacienda, y al Tribunal Federal de
Conciliación y Arbitraje y lograr ser oídos, para que los directores de bancos supieran que
existían; y para mejorar sus Estatutos, para ver qué tenían que hacer para que los
trabajadores bancarios entendieran cada vez más al sindicato, para fraguar estrategias sobre
cómo le tenían que hacer para viajar, etc.
Y luego comenzó su también incansable peregrinar por toda la República, fortaleciendo
aquí y allá el sindicalismo y forjando la unidad; experimentando y viendo hasta dónde y
cuánto se podía hacer.
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Se organizaron dos foros de trabajo: uno en Guadalajara y otro en la ciudad de México, en
el cine Variedades; porque también tenían que decirles a todos los trabajadores, que ahí
estaban, en pié de lucha; y esos Foros fueron además, para explicarles qué era lo que
querían y cómo lo iban a hacer. En el cine Variedades lograron reunir, aproximadamente, a
unos cinco mil trabajadores bancarios; y de ahí salió, consolidado ya, el Bloque de
Sindicatos Bancarios.
Así rendía sus primeros frutos sólidos la dura contienda; y es que, es necesario comprender
que las agrupaciones sindicales, los sindicatos, tienen que buscar su espacio político, su
lugar dentro de las fuerzas vivas que trabajan y se esfuerzan por la construcción de una
patria mejor. Un espacio propio desde el cual hablar, manifestarse, y, por supuesto, actuar.
Mas aún faltaba mucho por hacer, los viajes a provincia se intensificaron, y también las
arduas campañas de información y convencimiento. Fue un trabajo muy duro, lleno de
penalidades y a veces realizado a costa del propio peculio. Pero lo hicieron. Y no pudo
haber ni un solo grupo de Coordinadora o de cualquier otro sindicato, que les pudiera tachar
de no haber hecho un esfuerzo directo con los trabajadores, o de que se le haya obligado a
alguien a dar su firma, o que se impusiera a algún trabajador, o que se "inventara" a alguien
que salió de allí quién sabe de dónde, o que se llevara a un "jilguero" de cualquier otro
partido político para que llegara a ser Secretario General. No; todos eran "de casa" e
identificados con los problemas de la gente; entonces los trabajadores vieron seriedad, y les
dieron sus votos.
¿ Y que fue lo que pasó ? pues que a la hora en que se otorgaron los registros, los que
acreditaron la inmensa mayoría de los votos fueron los sindicatos del Bloque que habían
realizado un trabajo interno directamente con sus compañeros, y consecuentemente, ya
estaban muy bien identificados con los trabajadores. Y los que perdieron, pues perdieron
porque les faltó estrategia, o por no conjuntarse con un buen equipo, o se dedicaron a
querer subir al tercer piso antes de al primero; el caso fue que, en el momento de obtener
los registros, todos los sindicatos, absolutamente todos los sindicatos del Bloque ganaron. ¡
Ninguno perdió ! Y la constancia de esta lucha victoriosa quedó registrada en los
cuantiosos expedientes de su historia, que guarda en su archivo el Tribunal Federal de
Conciliación y Arbitraje, certificados con las firmas de todos los trabajadores bancarios.
Y, hay que decir que, a pesar de la equivocación cometida por la Coordinadora, al querer
formar una "Federacioncita" antes de hacer un sindicato, o por lo menos obtener el registro,
algunos de sus integrantes, como ya se mencionó, ganaron la votación; pero los que
ganaron, fue porque también habían realizado un trabajo interno y directo.
Difícilmente se puede hablar de agitadores o de violencias durante la gestación de los
sindicatos bancarios, salvo algunas personas de la oposición que agredía, no de hecho, sino
en sus escritos dirigidos a los miembros de las agrupaciones sindicales; agresiones que, en
realidad, nunca pudieron ser comprobadas ni mucho menos justificadas, y que, además,
lejos de perjudicar a los sindicatos del Bloque, de restarles puntos buenos, sirvieron para
fortalecerlos, pues todos ellos se habían formado con trabajadores bancarios de mucha
antigüedad.
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En este aspecto el Bloque de Sindicatos Bancarios se cuidó mucho de la intervención de
extraños; tal vez, en alguna ocasión, uno que otro extraño se colara a las Asambleas
públicas de los Foros, pero se tenía buen cuidado de que no sucediera; en las realizadas
dentro de las instituciones era imposible que alguien se colara, por lo que resultó de gran
ayuda para todos que una buena parte de los bancos facilitaran los locales para ese fin.
BASES LEGALES PARA LA CREACIÓN DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE
SINDICATOS BANCARIOS (F E N A S I B)
La Iniciativa Privada ha establecido diversas instituciones de crédito, como el Banco de
Londres y México en 1865 y el Banco Nacional de México en 1884?
La Ley General de Instituciones de Crédito, se expidió en 1897, para normar el
funcionamiento de todos los bancos que se fueran estableciendo?
Se crea la Comisión Nacional Bancaria en 1924 y por medio de ella, el gobierno puede
ejercer su intervención en el funcionamiento de los diferentes bancos de iniciativa privada?
A partir de entonces, las instituciones han operado bajo la supervisión y acuerdos
determinados por la Comisión?
Durante la crisis económica de México en 1982, ocasionada por el elevado incremento de
la deuda pública externa, el Presidente Licenciado José López Portillo anunciaba en su
último informe presidencial, tanto el control generalizado de cambios, como la
nacionalización o estatización de la banca privada del país?
Los antiguos bancos privados conservaron sus nombres y continuaron funcionando como
entidades distintas, mientras que sus directores fueron designados por el Estado, a través de
la Secretaría de Hacienda y Crédito Público?
REVISTA NEXOS NUMERO 260.
23 de Agosto de 1999
Nacionalistas vs. Neoliberales
por José Ramón López-Portillo
Este artículo abarca treinta años de historia económica en México, la de la transición del
nacionalismo al neoliberalismo. ¿Cómo ocurrió esta transición, en qué marco institucional,
bajo qué circunstancias, y qué trajo consigo? Su propósito es el de subrayar las deficiencias
de la estrategia neoliberal y la necesidad de un nuevo rumbo económico a partir de los
reclamos irreversibles de la globalización.
En los años ochenta, profundas transformaciones políticas, ideológicas y económicas a
nivel mundial, tales como la crisis global del capitalismo keynesiano y el fracaso de los
sistemas comunistas, generaron corrientes internacionales hacia ideas y políticas
neoliberales que se presentaron como aparente panacea política y económica universal.
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Estas corrientes han sido absorbidas e institucionalizadas globalmente, entre otras formas, a
través de mecanismos de condicionalidad financiera. En México estos procesos y presiones
se unieron a factores internos para inducir tanto el tránsito del nacionalismo económico al
neoliberalismo como el debilitamiento del sistema político tradicional con la intención de
establecer un régimen más democrático.
Sin embargo, las características institucionales específicas de México condicionaron la
manera en que se tradujeron y adaptaron dichas presiones y factores. La implantación de
reformas y de olíticas neoliberales requirió necesariamente de la autoridad central del
régimen1 político tradicional. No obstante, tanto la globalización como la dinámica misma
de las reformas minaron crecientemente la capacidad del régimen para reproducirse, hasta
volverlo inefectivo para mantener el control social y la seguridad pública. Fuentes
alternativas de poder y autoridad, surgidas de la globalización, han inhibido los
mecanismos compensatorios y la capacidad del Estado mexicano para promover el
desarrollo, la cohesión y la justicia social.
Este proceso ha mostrado que, si bien el nacionalismo económico y sus variantes no
pueden reimplantarse en México, tampoco es viable no corregir las insuficiencias
neoliberales, entre otras cosas porque se entorpecería la consolidación hacia una
democracia libre, transparente y equitativa.
En los años setenta la estrategia de desarrollo, basada en la sustitución de importaciones y
volcada hacia adentro, manifestaba ya signos de agotamiento, con menores tasas de
crecimiento económico, de la productividad y del empleo. Promover un crecimiento
sostenido requería de reformas fiscales, financieras y comerciales importantes, que tanto el
presidente Luis Echeverría como José López-Portillo pudieron posponer.
El acceso al crédito externo masivo, el abultamiento del déficit fiscal y el descubrimiento y
explotación del petróleo, facilitaron el aplazamiento de esas reformas necesarias pero
políticamente riesgosas.
A pesar de ello, un amplio consenso prevaleció durante esos años entre sectores
internacionales y nacionales, a favor de una industrialización basada en el endeudamiento
externo y, luego, en los crecientes ingresos petroleros, pues producirían un rápido y
sostenido crecimiento económico dirigido por el Estado.
El clima intelectual de los años setenta auspiciaba soluciones nacionalistas que, además,
prometían mayor autonomía del exterior, justicia social y democratización.
Eso contrastaba positivamente con experimentos autoritarios represivos e inequitativos por
parte de los Chicago Boys, lo que llevó a la distinción entre "progresistas" y
"reaccionarios".
En este contexto, Echeverría buscó traducir las lecciones políticas de la grave crisis de
legitimidad derivada del movimiento estudiantil de 1968 y de las pobres condiciones de
vida de la mayoría de los mexicanos, en un nuevo modelo político y económico:
"apertura democrática" y "desarrollo compartido".
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Buscó incrementar el papel del Estado con el propósito de alentar el crecimiento
económico, modernizar la economía y generar activamente el empleo y propiciar procesos
de redistribución del ingreso mediante programas sociales. Este es un ejemplo de un viraje
de política derivado de una crisis: la del desarrollo estabilizador y la de un sistema político
autoritario y rígido denunciado en 1968. Sin embargo, este viraje generó rápidamente
contradicciones internas que enajenaron al sector privado; tensaron las relaciones con
Estados Unidos; no evitaron la violencia de parte del Estado, ni el terrorismo y la guerrilla;
e impidieron corregir las desigualdades sociales de manera sostenible.
El problema del financiamiento del desarrollo llevó a dos intentos frustrados de reforma
fiscal en 1970 y 1972, debido principalmente a la resistencia de los grupos empresariales
más poderosos. Esta política enfrentó a Echeverría con el sector privado. Por principio, las
autoridades financieras apoyaban estas reformas, aunque no el ánimo y objetivos de un
gasto público creciente, que defendía un grupo de tecnócratas neo-keynesianos
recientemente reclutados por el gobierno como parte de la distensión política.
El aplazamiento de las reformas fiscales llevó a la necesidad de financiar la estrategia con
un déficit fiscal y deuda externa e interna crecientes. Ello, en parte, fue posible porque los
préstamos internacionales eran accesibles de manera creciente (auspiciados por los euro y
los petro-dólares en mayor circulación). Contrariamente a su propia filosofía y estrategia, la
estructura fiscal prevaleciente y el bajo nivel de gravamen desanimaron la redistribución
del ingreso y transfirieron ineficientemente recursos al sector privado.
Las controvertidas políticas y la frustración de Echeverría llevaron a la efervescencia
política: una agresiva retórica anti-empresarial por parte del gobierno y una agria reacción
del sector privado. Las resultantes fricciones dentro del gabinete, entre los que apoyaban el
expansionismo fiscal y los que defendían la restricción monetaria, produjeron un proceso
de freno-arranque que perduró hasta 1977.
En el contexto de esta disputa Echeverría declaró que la política económica se decidía en
Los Pinos, involucrando a la presidencia directa y personalmente en el manejo de las
instituciones y políticas económicas clave. Esta decisión politizó de inmediato la
formulación y conducción de la política económica y la incluyó como componente
principal en las luchas por la sucesión presidencial, fenómeno que se confirmó con la
selección de López-Portillo _entonces secretario de Hacienda_ como candidato
presidencial.
De allí en adelante el manejo de la política económica y el compromiso con un modelo
económico u otro, se establecieron en el centro de las luchas sucesorias y de la selección
del candidato presidencial, como lo prueban las designaciones de Miguel de la Madrid,
Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Esta situación se comienza a superar hasta 1999, cuando los pre-candidatos del PRI y de
los partidos de oposición _con más experiencia política que económica_ reflejan la
preocupación creciente por la estabilidad política y social del país, y por fórmulas que
corrijan las deficiencias graves del neoliberalismo.
39
El punto muerto entre las dos facciones que evolucionaron de aquellas disputas de los años
setenta fue heredado por el gobierno de López-Portillo, quien incluso lo formalizó en su
reforma administrativa, que redistribuyó los poderes discrecionales de la SHCP (Secretaría
de Hacienda y Crédito Público) y creó un gabinete económico que representó ambas
corrientes de política.
López-Portillo buscó resolver la disputa institucionalizando la planeación, para ligarla a las
necesidades y condiciones del país, y no a las luchas ideológicas. No obstante, estas
disputas persistieron hasta que en 1982 los nacionalistas fueron desplazados del gobierno.
La marea de incertidumbre política, polarización de la sociedad y pánico financiero de
1976, llevó a López-Portillo a adoptar, en sus primeros años, una actitud más conciliadora
con el sector privado y con Estados Unidos, y a seguir el programa de estabilización
negociado con el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el gobierno de Estados Unidos.
En 1977, el logro de cierta estabilidad y los promisorios ingresos petroleros restablecieron
la confianza. Esto y la errática actitud del FMI llevaron al abandono del programa de
estabilización, bajo el optimismo general de los nacionalistas y de los liberales. La disputa
se centró entonces en sintonizar el sistema de economía mixta _que favorecía a la empresa
nacional y al mercado interno, y restringía los intereses económicos externos_.
Los nacionalistas buscaron restablecer, bajo los auspicios del Estado, las condiciones de un
rápido crecimiento económico y la generación de empleos, que consideraban un elemento
indispensable para mantener la gobernabilidad del país y una redistribución perdurable del
ingreso. Muchos creyeron que los experimentos estatistas eran razonables y viables bajo las
favorables condiciones internacionales, y que un sector público más poderoso implicaba un
Estado más fuerte y una garantía de desarrollo económico más justo.
La estrategia seguida fue respaldada por amplios programas sociales y por la reforma
política de 1977, que formalizó una apertura sustancial en la estructura autoritaria y en el
sistema electoral, en contraste con experimentos de liberalización económica de la época en
otros países, que estaban acompañados de esquemas autoritarios. Por lo menos, en esta
medida, puede argumentarse que un mayor nacionalismo económico podía ir acompañado
de liberalización política, lo que pone en perspectiva el supuesto binomio liberalización
económica y política, que el neoliberalismo aduce.
La cantidad de divisas disponibles en un típico auge exportador basado en materias primas
dio la impresión de poder "administrar la abundancia" y manejar cada vez más
productivamente la deuda externa. El segundo choque petrolero de 1979 fue interpretado
como una característica de largo plazo de la economía internacional, mientras que las
crecientes tasas de interés lo fueron como un fenómeno pasajero.
Aunque la variante keynesiana del capitalismo estaba en crisis en el ámbito mundial, las
circunstancias económicas internacionales eran propicias para nuevos experimentos
nacionalistas en aquellos países con acceso abundante a divisas y crédito externo.
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Todo esto fortaleció la postura de los nacionalistas, quienes se vieron cada vez menos
interesados en la reforma fiscal, en controles externos de divisas y en impedir el
relajamiento de los controles a las importaciones. El vigor del nacionalismo económico se
reflejó también en el debate acalorado dentro y fuera del gabinete en torno a la entrada al
GATT (Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio) que comprometía al país a seguir
políticas no-nacionalistas.
El GATT parecía la forma más fácil de superar problemas bilaterales crónicos con los
Estados Unidos. López-Portillo había ya participado en reuniones del GATT desde 1974 a
instancias de Miguel de la Madrid y Héctor Hernández, e incluso desde 1978 había tenido
varias reuniones con Henry Kissinger y David Rockefeller, entre otros, con miras al
establecimiento de un tratado de libre comercio de América del Norte.
La neutralidad de López-Portillo en torno a este asunto se rompió cuando se convenció de
que la entrada al GATT no era condición indispensable para superar la dinámica negativa
del proteccionismo y para asegurar una relación más equitativa con Estados Unidos.
Las consultas nacionales evidenciaron los graves problemas políticos y sociales colaterales
de tal decisión. Una opción menos ambiciosa y políticamente más manejable fue la de
consolidar una relación más sana con Estados Unidos a partir de "acuerdos bilaterales de
buena fe". (Sin embargo, López-Portillo sabía que, a la larga, era inevitable la entrada al
GATT.
Tan es así que el hecho de que De la Madrid favoreciera la entrada al GATT no fue
obstáculo para su designación como candidato presidencial.) Contrariamente al cálculo de
López-Portillo, el aplazamiento de la entrada al GATT generó por parte de Estados
Unidos un clima creciente de restricciones a importaciones mexicanas, y condiciones de
acceso a mercados de capital más vinculadas a crecientes exportaciones petroleras, menos
favorables para México. La eventual entrada al GATT y el consecuente cambio de rumbo
en la política económica fueron resultado de la profunda crisis de los ochenta y ejemplo de
una estrategia favorecida por el grupo que llegó al poder, pero que tuvo que esperar hasta
1985 para alcanzarla, cuando las condiciones nacionales e internacionales fueron propicias.
La convicción de que México debía consolidar su autonomía y diversificar sus relaciones
internacionales fue otra expresión del nacionalismo de los años setenta y principio de los
ochenta, y provocó el acoso de los Estados Unidos y de la derecha mexicana.
En esa misma época se desplegó una política exterior más agresiva que la de años
anteriores en foros internacionales, en la defensa de causas tercermundistas, en el Diálogo
Norte-Sur y una injerencia mayor en la política de la región centroamericana y caribeña.
Esto rápidamente entró en conflicto con los intereses norteamericanos dentro de las
disputas Este-Oeste.
A principios de los ochenta, el gobierno de México incluso creyó que Estados Unidos
atentaba contra la estabilidad económica y política del país, con miras a debilitar su
posición internacional y desprestigiar a los nacionalistas.
41
Así, las relaciones entre los dos países se tensaron en un contexto de menor autonomía
económica para México, pues, irónicamente, el auge petrolero había intensificado la
integración económica con Estados Unidos a partir de una mayor dependencia comercial,
tecnológica y financiera, que se extremó a partir de la crisis de la deuda.
Hasta 1981 la gran mayoría de los modelos de predicción económica, públicos, privados,
nacionales y extranjeros sostenían que México continuaría con un crecimiento económico y
de elevada generación de empleos y con tasas de inflación y de déficit en cuenta corriente
manejables. Estas perspectivas se agregaban a logros ya significativos en estas esferas, que
reaseguraban al gobierno sobre la viabilidad de sus políticas.
Incluso la tesis doctoral de Ernesto Zedillo argumentaba que en esas circunstancias México
se encontraba sub-endeudado. El panorama cambió; con tasas de crecimiento económico en
promedio sólo ligeramente positivas entre 1982 y 1988, la relación deuda externa a
exportaciones totales pusieron al país peligrosamente por encima de los parámetros de
"endeudamiento severo". Con el Plan Brady de 1989 esta relación disminuyó y México
pasó de estar "moderadamente endeudado" a principios de los noventa a "menos
endeudado" hacia 1997.
En efecto, hasta mediados de 1981 la rápida acumulación de deuda externa no causaba
alarma, porque el Producto Interno Bruto y las exportaciones totales crecían aun más
rápido, reduciendo la relación deuda-exportación y deuda-PIB. Muy pocos previeron que
las tasas de interés subirían y se mantendrían muy altas por un periodo largo, más arriba
que la tasa de crecimiento de las exportaciones. Tarde o temprano se secaría el acceso a
nuevo crédito externo y las deudas tendrían que pagarse generando superávit comercial.
El proceso que llevó a revertir el flujo de recursos financieros fue el resultado de una serie
de errores y excesos entendibles de parte de ambos, acreedores y deudores. En particular,
en 1981 los acreedores internacionales que estaban dispuestos a prestar en abundancia
fallaron en entender y reaccionar oportunamente a las contradictorias políticas fiscal y
monetarias de Volcker y la administración de Reagan,2 por una parte, y de López-Portillo
por la otra.
En octubre de 1980 un grupo representativo de banqueros se entrevistó con López-Portillo
para manifestarle su preocupación por la incipiente sobrevaluación del peso y por las
políticas expansionistas que podrían empeorar la situación. En las reuniones de gabinete
siguientes la SHCP y Banxico (Banco de México) defendieron la importancia de una libre
movilidad del tipo de cambio, conscientes de que llevaría a una probable devaluación, pero
seguros de que evitaría desequilibrios futuros en la balanza de pagos. Por otra parte, la SPP
(Secretaría de Programación y Presupuesto), la STPS (Secretaría del Trabajo y Previsión
Social) y otros asesores sugirieron alternativamente acelerar la tasa diaria de depreciación
del peso.
Finalmente, SEPAFIN (Secretaría de Patrimonio y Fomento Industrial) y otros asesores
argumentaron contra estas opciones.
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Según ellos, elevarían el costo de importaciones esenciales, impondrían mayor presión
sobre la inflación y no mejorarían la balanza de pagos (en vista de que las exportaciones
eran mayoritariamente petroleras y de que las exportaciones no-petroleras no se verían
promovidas en virtud de su alta demanda interna).
Se argumentó también que los ingresos petroleros y el acceso al crédito mantendrían las
reservas internacionales a un nivel suficiente para enfrentar especulaciones repentinas. Por
ello, López-Portillo se convenció de que la devaluación podría desatar una reacción en
cadena que acabaría con el crecimiento y la generación de empleos. A posteriori, se puede
explicar por qué, al no alterarse el curso seguido, se acumularon desequilibrios que
finalmente resultaron inmanejables.
Cuando los precios del petróleo cayeron a mediados de 1981, muchos supieron que habían
sobrestimado la viabilidad del rápido crecimiento mexicano en condiciones internacionales
propicias. Aun así, acciones correctivas oportunas fueron suprimidas debido a
interpretaciones y recomendaciones contradictorias dentro del gabinete económico, en parte
en virtud de las luchas internas por la sucesión presidencial.
Este y otros factores llevaron a la necesidad y, luego, al fracaso del primer programa de
ajuste de 1981, tras la caída de los precios del petróleo, y obedecieron a un manejo
disparatado y en parte manipulado de las cifras macroeconómicas por parte del gabinete, y
a una resistencia por parte de dependencias y empresas públicas a controlar sus gastos e
inversiones.
Esto impidió recortes oportunos al gasto público y a las importaciones, medidas que
entonces hubieran hecho manejables los desequilibrios, lo que extremó los problemas de
balanza de pagos, la necesidad de recurrir masivamente al endeudamiento de corto plazo en
la segunda mitad de 1981 y el aumento del déficit público muy por encima del autorizado.
En su desconcierto, los nacionalistas ejercieron presión contra soluciones ortodoxas y de
apertura comercial, mientras que las autoridades monetarias introdujeron medidas
restrictivas. La indecisión del gobierno llevó a la economía al peor de ambos mundos:
expansión fiscal, sobrevaluación de la moneda, restricción monetaria, apertura
comercial y libre movilidad del capital.
Para 1982 era demasiado tarde para prevenir la creciente fuga de capitales y lidiar con la
cerrazón del crédito externo, lo que llevó a un pánico financiero global y a la crisis de la
deuda.
En julio de 1982, una vez que De la Madrid había sido electo, pero antes de tomar el poder,
el sistema político mexicano se encontraba en su punto más vulnerable ante presiones
externas. La confrontación con los banqueros llevó a una lucha por el predominio
ideológico y económico, en parte, debido a su creciente anti-estatismo y prácticas
especulativas.
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Se rompió el tradicional acuerdo entre el Estado y el sector privado de dirimir sus
controversias en negociaciones privadas, y en un intento de recuperar el control político y
económico el gobierno nacionalizó la banca. El gobierno buscó evitar así que el país se
volviera ingobernable, sumido como estaba en un pánico financiero, con una especulación
incontrolable y en riesgo de un rápido deterioro de la estabilidad social y política.
Fue el último recurso de los nacionalistas para combatir prácticas especulativas
estructurales, concentración masiva del poder económico en las manos de conglomerados
financiero-industriales y la ineficiencia del sistema de sobreprotección de agentes rentistas
privados. Además, fue la reacción gubernamental ante la embestida de parte del gobierno
norteamericano, que intentaba darle un sesgo político e ideológico a la crisis financiera en
México.3
Sin embargo, la nacionalización representó un cambio no planeado ni previsto en la política
económica derivado de una crisis. Para López-Portillo la nacionalización significaba evitar
el colapso del sistema político y bancario, atemperar los procesos especulativos
incontrolables que, en su opinión, estaban desangrando al país, y asegurar la gobernabilidad
futura de México.
A posteriori se evidenció que era un viraje insostenible, pues consistió en medidas tomadas
en circunstancias políticamente contradictorias y en un contexto internacional donde las
nacionalizaciones estaban ya desprestigiadas como fórmulas de rescate económico o
financiero. De la Madrid no apoyó la medida y tampoco intentó llevar a cabo sus
propósitos, y la comunidad financiera internacional la rechazó al menos en términos
ideológicos.
A pesar de manifestaciones iniciales de apoyo popular y de medios de comunicación,
incluso internacionales, pronto se persuadió a la opinión pública de que la nacionalización
había sido producto de decisiones autoritarias para encubrir la mala administración
económica.
Esto reforzó la creencia, entre empresarios privados y clases medias afectadas, de que el
sistema dominado por el PRI no era confiable y que continuaría tomando decisiones
arbitrarias y demagógicas, a menos que fuera detenido y domesticado por la
sociedad civil e intereses privados.
El proceso de toma de decisiones podría haber continuado oscilando entre tendencias
nacionalistas y liberales, si no hubiera sido por el golpe al sistema, precipitado por la caída
económica internacional de 1981-82 y la crisis de la deuda y de fin de sexenio que la
acompañó. Estas eran las peores condiciones para argumentar en favor de una política
económica nacionalista alternativa.
Los acreedores internacionales, previamente descoordinados y relativamente ignorantes de
su exposición financiera conjunta en países en desarrollo, rápidamente formaron un frente
unificado. A partir de él, lidiaron con los países deudores, caso por caso, para dividirlos y
evitar así soluciones generalizadas.
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El FMI y el Banco Mundial fueron investidos con la confianza y la autoridad para manejar
la crisis de la deuda, y adquirieron nuevos mecanismos de presión para que naciones
deudoras honraran los plazos de sus deudas e implantaran los ajustes económicos
necesarios.
La exageración de las metas estatistas a principios de los ochenta probó ser desastrosa en
un contexto internacional y empresarial que no contenía más las condiciones propicias para
un rápido crecimiento en México. Esto contribuyó no sólo al debilitamiento del papel del
Estado y del presidencialismo, sino a la exclusión de los nacionalistas del gobierno.
La fuerte impresión de éxito económico bajo el modelo nacionalista en los tardíos setenta,
se colapsó totalmente, y dio a los liberales, y luego a los neoliberales, la oportunidad de
tomar el poder, rompiéndose así el empate que prevaleció durante los años setenta.
La dura crítica que marcó el final del sexenio lópez-portillista eclipsó la respuesta
nacionalista contra los remedios ortodoxos y desacreditó sus propuestas.
México se convirtió en escaparate contra el estatismo y el populismo. La opinión
pública en general, el empresariado y las clases medias en particular, jugaron un papel
preponderante en la consolidación de una base política para la reforma económica y la
reestructuración del papel económico del Estado, bajo el convencimiento de que la
inversión privada era en principio más eficiente que la pública.
Las acciones de revancha de parte de aquellos que habían sido denunciados por el gobierno
de López-Portillo hicieron prácticamente imposible evaluar con objetividad qué había
pasado, y la complejidad de la situación. Aun los análisis académicos estuvieron cargados
con consideraciones ideológicas y ataques personales. El rápido deterioro de las
circunstancias económicas internacionales generó la fuerte impresión de que sería
prácticamente imposible que México abordara la crisis de balanza de pagos y de liquidez
mediante controles de cambio y de importaciones, y mayor intervención del Estado.
Como resultado, De la Madrid pudo seleccionar su gabinete a partir de un sector reducido
del espectro ideológico y político, principalmente entrenado en el sector financiero, e
incluir a tecnócratas conservadores graduados de universidades privadas y extranjeras.
El apoyo en la teoría económica neoclásica y en políticas ortodoxas ayudó a mantener un
mayor grado de disciplina y rigor que en el pasado, a pesar de que también hubo episodios
de graves disputas internas, engaños y manipulación de información, bajo la misma lógica
del sistema político-burocrático.
El gobierno parecía estar convencido de que la única forma para superar la crisis y pagar la
deuda era a partir de medidas drásticas de estabilización y ciertas reformas económicas, en
tanto que contribuyeran a esa estabilización.
Este es el caso de la retoma del proceso de apertura comercial, que se utilizó en
combinación con una fuerte subvaluación de la moneda para atemperar las presiones
inflacionarias. El objetivo principal de la política económica alternó erráticamente varias
veces durante el sexenio de De la Madrid y dentro de la limitación del pago de la deuda,
entre controlar la inflación y promover algún grado de crecimiento económico.
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Durante todo el tiempo, el gobierno mantuvo la efímera expectativa, auspiciada por el FMI
y el Banco Mundial, de que sus acciones disciplinadas para pagar la deuda, reducir el
déficit fiscal y abrir la economía atraerían, gradualmente, recursos financieros frescos y
generarían las condiciones para renegociar positivamente la deuda y restablecer el
crecimiento. Ante la incertidumbre, la mayoría de las organizaciones privadas expresaron
su preocupación por el deterioro de la situación económica y demandaron una privatización
y racionalización más rápida del sector público, menores controles sobre precios y mayor
dependencia de las fuerzas del mercado.
La fragilidad económica y política y la fuerte presión externa condujeron a un proceso de
aprendizaje penoso y por partes, en el cual la apertura económica real fue forzada de
manera abrupta por una serie de crisis, más que adoptada por diseño.
México quedó con pocas opciones. Entró al GATT _a pesar de la reiterada oposición de
trabajadores, grupos de productores privados e intelectuales_ como prerrequisito para
reabrir el acceso a recursos financieros internacionales y establecer una relación comercial
más estable con Estados Unidos y otros socios comerciales, quienes no habían ofrecido
nada a cambio de la apertura comercial unilateral de México.
Si bien De la Madrid estaba ya convencido de la necesidad de entrar al GATT, pensaba que
a la estabilización debía preceder un esfuerzo serio de reforma económica y liberalización
comercial. En 1986, el gobierno tenía poco que perder si entraba al GATT, en virtud del
grado de apertura alcanzado, en buena parte, como efecto colateral de la necesidad de
estabilizar los precios. Esta vez la presión ejercida por los Estados Unidos y la
condicionalidad externa hacían difícil rechazar al GATT.
De manera similar, los gestos iniciales de privatización de las empresas públicas estuvieron
motivados por la presión externa, pero también por la necesidad de restaurar una relación
armoniosa con el sector privado, y reducir el gasto y aumentar el ingreso público. Pero fue
hasta el gobierno de Carlos Salinas que se dieron pasos sustanciales en este sentido.
El costo principal de la abrupta apertura comercial y la liberalización financiera recayó
principalmente sobre la masa de la población: hubo una pérdida de más del 40% en los
salarios reales. A pesar de protestas y críticas, los trabajadores fueron forzados a escoger
entre perder sus empleos o bajar el nivel de sus ingresos.
A la vez, perdieron el respaldo del gobierno para movimientos que obstruyeran el proceso
de estabilización económica. De hecho, el número de huelgas no aumentó y las
organizaciones de trabajadores perdieron su fuerza política dentro y fuera del PRI.
Esto dejó a los nacionalistas con una base social y política erosionada a partir de la cual
lanzar sus ataques y promover sus políticas.
Muchos fueron "reciclados" dentro del gobierno y otros fueron forzados a unirse a la
oposición. El embudo político se estrechó.
46
Tan importante como los eventos de 1982 para inducir el cambio, la crisis de 1986 llevó a
una segunda fase de reformas económicas mucho más ambiciosas. La situación económica
rápidamente se deterioró en 1985-86. Varios factores contribuyeron a ello: la deficiente
implantación de los ajustes de 1983-84 bajo el PIRE (Programa Inmediato de
Recuperación Económica), el clima internacional hostil, la persistente crisis de la deuda, los
costosos terremotos de septiembre de 1985 y el colapso de los precios del petróleo de 1986.
La profundidad de la crisis golpeó a la opinión pública y convenció a muchos y, sobre todo
al gobierno, de que algo más radical debía intentarse. Tras casi cuatro años de medidas
ortodoxas de estabilización, el gobierno enfrentó críticas severas que subrayaban que sus
políticas no sólo habían sido deficientes, sino que sólo prometían sumir al país en un
agujero más profundo. Un virtual consenso nacional surgió en torno a que mayor
austeridad, con el mero propósito de pagar la deuda a cualquier costo, era inadmisible
("no más de lo mismo") y que "la condición para pagar era crecer".
Una presidencia cada vez más agobiada necesitaba un plan para señalar su determinación
de asegurar cierto grado de crecimiento económico, alivio social y relajamiento de las
restricciones externas. Sobre esta base y en vista de la errática historia del proceso de
decisiones económicas en México, muchos esperaban una reversión de la marcha en 1986,
que rompiera con la estrategia de estabilización y apertura económica.
De hecho, las autoridades coquetearon brevemente con la idea de un cartel de deudores,
pero tras cierta indefinición, en vez de relajar el ímpetu de las reformas quedó claro que,
esta vez, se intensificarían. La decisión de profundizar en las reformas neoliberales fue
facilitada por el relativo aislamiento de la élite política a presiones sociales, la
condicionalidad externa y la dimensión de la crisis.
Aunque la crisis de 1982 fue un golpe profundo contra el nacionalismo económico, la crisis
de 1986 fue la determinante del viraje de México hacia el neoliberalismo. Las presiones de
Washington se intensificaron. A pesar de protestas internas generalizadas, el gobierno no se
desvió de su convicción de aplicar restricciones fiscales y monetarias adicionales y
profundizar sus reformas económicas. Sin embargo, el fracaso de las pasadas políticas de
estabilización tenía que pagarse de alguna forma.
Esto llevó a severos conflictos y manejos de información y análisis contrapuestos dentro
del gabinete, en especial entre posiciones ortodoxas y neoliberales. Complicados por el
proceso de la sucesión presidencial, estos conflictos adquirieron una dimensión política
importante, que finalmente llevó a la renuncia de Silva-Herzog a mediados de 1986.
De nueva cuenta se rompió aquí un nuevo empate entre la SHCP, la SECOFI (Secretaría de
Comercio y Fomento Industrial), la SEMIP (Secretaría de Energía, Minas e Industria
Paraestatal) y las otras agrupaciones clave, principalmente la SPP y Banxico, que abogaban
por una liberalización y privatización más radical y rápida.
El cambio en las políticas de estabilización del FMI y el Banco Mundial hacia "paquetes de
liberalización" y el consentimiento de poderosos grupos privados nacionales, alentaron al
gobierno a acelerar sus reformas.
47
Mientras tanto, el fracaso global de lidiar con la crisis de la deuda mediante recetas de
mayor austeridad y la creciente impaciencia de los deudores latinoamericanos rompieron el
atolladero con las autoridades financieras internacionales.
El Plan Baker prometió conceder la renegociación de la deuda y recursos financieros
frescos a cambio de la liberalización económica. Un FMI y un Banco Mundial reforzados
jugaron un papel clave en la imposición de condiciones sobre acuerdos financieros para
tales propósitos.
Sin embargo, el FMI y el Banco Mundial tuvieron que responder a las características
específicas de cada país, con la finalidad de que sus estrategias funcionaran.
Este fue precisamente el caso de México en 1986 cuando, tras el fracaso de los intentos de
estabilización pasados, México logró persuadir al FMI de basar sus evaluaciones y metas de
ajuste fiscal sobre el déficit fiscal primario _y no sobre el financiero_ que reflejaba mejor
los esfuerzos fiscales realizados.
En parte, como reacción a esta nueva condicionalidad, la apertura económica se aceleró.
México era un caso probeta y tenía el imperativo de controlar la inflación, prevenir abusos
en los precios en sectores económicos sobreprotegidos e inducir una mayor eficiencia
económica.
La condicionalidad impuesta por la comunidad financiera internacional fue, sin duda, el
factor más poderoso para impulsar el rápido cambio hacia políticas neoliberales desde
mediados de los años ochenta. No obstante, México no siguió ciegamente los dictados de
las autoridades financieras internacionales, ni tampoco aplicó las ideas de Friedman,
Hayek, Reagan o Thatcher en sentido estricto.
Las reformas resultantes tuvieron que adaptarse a factores institucionales e históricos, y no
sólo fueron la respuesta a un voluntarismo o al dogmatismo externo o interno.
A pesar de la fe del gobierno en su nueva estrategia, inscrita en el PAC (Programa de
Acción y Crecimiento) y en el auge de la bolsa promovido por el gobierno, el intento
excesivamente ambicioso de abordar demasiados objetivos al mismo tiempo llevó a un
fracaso macroeconómico y a una aguda devaluación a finales de 1987, justo al inicio de las
campañas políticas presidenciales.
Los nacionalistas, en la oposición, lanzaron un nuevo desafío al gobierno, mientras éste
trataba de ofrecer algún alivio a trabajadores y campesinos, y retener desesperadamente la
confianza de los inversionistas privados.
En materia de semanas, el gobierno se vio forzado a recurrir a acuerdos tripartitas
tradicionales _trabajadores-campesinos, empresarios y sector público_ con la finalidad de
implantar una nueva ronda de ajustes económicos que, de nuevo, recayeron principalmente
sobre trabajadores y campesinos. El resultante Programa de Solidaridad Económica,
anteriormente no previsto, es un ejemplo conspicuo de cómo el control político central y la
herencia institucional prevalecieron al mediar las presiones para el cambio, condicionadas
por la sobrevivencia política y la necesidad de reproducir la estructura de poder del Estado.
48
De hecho, se tuvo que recurrir continuamente a medidas de control estatal de precios y
factores clave, tales como el tipo de cambio, los precios de productos y servicios ofrecidos
por el Estado y el salario de los trabajadores, para auspiciar las condiciones de estabilidad
económica y social que permitieran profundizar las reformas económicas neoliberales, con
miras a que estas reformas contribuyeran a su vez a la estabilidad económica futura.
Le tomó a Estados Unidos hasta 1988 darse cuenta de la importancia de una relación más
integral y viable con México.
La actitud y políticas de Estados Unidos cambiaron de modo significativo durante los años
ochenta; primero con el susto de 1982 y el intento de destruir el estatismo y el populismo;
luego con la crisis de 1986, cuando extremaron sus presiones para que México adoptara el
neoliberalismo y un sistema más democrático, de preferencia basado en un bipartidismo de
derecha.
Finalmente, en 1988 un nuevo susto surgió del inesperado éxito electoral de
Cuauhtémoc Cárdenas y, por tanto, de lo que percibían como nuevas versiones de
estatismo y socialismo. Todo esto persuadió a Estados Unidos a ofrecer una relación
económica más estable y viable a través del Plan Brady y luego del TLC. Por otra parte, el
hecho de que cada vez más mexicanos fueran receptivos a los reclamos e ideales
norteamericanos contribuyó a auspiciar la implantación de más políticas similares a la de
los Estados Unidos.
Pero el mecanismo más efectivo fue el sistema de control central de México y el ascenso al
poder de un grupo de reformadores completamente comprometido con las reformas. Esto
ofreció a los Estados Unidos un punto focal confiable sobre el cual ejercer presión, llevar a
cabo negociaciones y tomar decisiones en un contexto de estabilidad política. El apoyo
norteamericano ayudó así a reforzar la reproducción del sistema.
Con la selección de Carlos Salinas como candidato presidencial en 1987, un nuevo grupo
dominante de tecnócratas neoliberales se hizo cargo de la toma de decisiones económicas.
Atacó las estrategias proteccionistas, el populismo, el estatismo, así como algunos
preceptos del monetarismo ortodoxo, especialmente en su forma de lidiar con la inflación
inercial.
Pero, a pesar de que el neoliberalismo rechaza en teoría el intervencionismo estatal, se tuvo
que echar mano del viejo sistema centralizado para filtrar las ideas y prácticas neoliberales
con miras a implantarlas. Esto contrasta con la pretensión de que el neoliberalismo y la
naturaleza radical de sus reformas están ligados inexorablemente a la liberalización política.
Salinas lo planteó en términos de que no se puede tener una economía abierta y un sistema
político cerrado.
La explicación más recurrida era que al desmantelar los controles económicos del Estado
(subsidios, tarifas, regulaciones, cuotas, etc.) se eliminarían los medios de manipulación
social y los intereses mismos del régimen político por mantener su hegemonía económica.
49
Sin embargo, la coherencia de acciones que llevaron al establecimiento de un proyecto
neoliberal a la mexicana, ha exigido echar mano tanto de las viejas prácticas y mecanismos
del autoritarismo, como de nuevos procedimientos que reproducen el paternalismo estatal y
el neopopulismo.
El conflicto entre el esquema neoliberal y las formas de pensamiento y prácticas del
México postrevolucionario, llevaron a la necesidad de improvisar la formulación y
ejecución de las reformas. En el proceso de aprendizaje y adaptación de políticas orientadas
hacia el mercado, y a diferencia de otros países, México mantuvo un control central de la
toma de decisiones y un sentido general de dirección de su política.
Aunque el colapso de las estrategias nacionalistas de los setenta puso una gran presión
sobre la centralización de la toma de decisiones, el gobierno continuó recurriendo a la
autoridad del tradicional sistema político con miras a implantar reformas neoliberales. Más
aún, el grupo burocrático-político comprometido con la liberalización de la economía
monopolizó los medios de la movilidad burocrática y la intermediación política en los años
ochenta, con la finalidad de permanecer en el poder y desplazar a otras corrientes políticas.
No es de sorprender, por tanto, que el proceso de democratización continuara siendo
convenientemente manipulado, mientras que a casi dos décadas de distancia la culpa por las
dificultades estructurales que enfrenta el país se le siguen imputando a los nacionalistas y
a sus políticas.
Estas y otras características políticas e institucionales distinguen a México de otros
ejemplos de transformaciones neoliberales. Varios países entraron a un precipitado proceso
de democratización que inhibió las oportunidades de cooperación y el establecimiento de
una coalición mayoritaria en favor del cambio. Otros mantuvieron un control autoritario
para implantar dichas transformaciones. Las experiencias divergentes de Brasil, Rusia y
China y del sudeste asiático sirven para ilustrar el punto.
La centralización del poder de decisión habilitó al gobierno para filtrar y seleccionar
aquellos elementos ideológicos, institucionales y de política que se creía eran pertinentes
para México y para la sobrevivencia del régimen.
Esto previno la aplicación de un neoliberalismo ortodoxo y sus reclamos de un Estado
minimalista y de una total dependencia de las fuerzas del mercado.
(De manera similar, en los años setenta la manera peculiar en que México medió las
presiones ideológicas y políticas, internas y externas para el cambio, filtró las ideas y
políticas neo-marxistas, de la teoría de la dependencia y neo-keynesianas, y las adaptó a las
necesidades de sobrevivencia y reproducción del Estado mexicano.)
En forma piramidal _de arriba a abajo_ el gobierno siguió tratando de racionalizar
sacrificios y acciones pasadas, desde mediados de los ochenta, buscando articularlos dentro
de una nueva filosofía económica para México.
50
Desde entonces ha seguido prometiendo cumplir, de manera más exitosa que el llamado
"nacionalismo revolucionario", con los objetivos de un crecimiento económico sostenido,
diversificado y estable; mayor competitividad internacional y estabilidad de la balanza de
pagos; y mayor equidad social a partir de una suficiente generación de empleos, mayor
productividad de la mano de obra y programas sociales auspiciados por el Estado.
De hecho, el gobierno de Carlos Salinas pudo llevar a cabo un conjunto de reformas
algunas necesarias desde los años setenta, en parte, gracias a que las articuló como
legítimas dentro de ese espíritu y las ligó a soluciones no-neoliberales, adaptadas con la
finalidad de hacer que las políticas orientadas hacia el mercado funcionaran en México.
Su "liberalismo social" y los elementos "neo-populistas" (como lo propone la periodista
Dennise Dresser), como el PRONASOL (Programa Nacional de Solidaridad), potenciaron
el presidencialismo y la capacidad de instrumentación de las reformas en el contexto
mexicano.
El gobierno buscó activamente separar la estrategia económica seguida en México de la
terminología e implicaciones del neoliberalismo promovido por el "Consenso de
Washington". Para ello contó con el apoyo externo a partir del Plan Brady y luego con
las negociaciones para el TLC (Tratado de Libre Comercio) y la entrada a la OCDE
(Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico).
Las creencias, valores, explicaciones y expectativas neoliberales se reprodujeron y
empotraron en importantes segmentos de la sociedad y en su conducta, lo que facilitó la
consolidación de las reformas. Los logros se manifestaron pronto en un auge de los
mercados financieros, de la actividad comercial y exportadora, de un crecimiento
económico moderado y, sobre todo, a partir del dominio de la inflación.
Un aspecto que facilitó la implantación del neoliberalismo fue el avance en las reformas
electorales que, tras la muerte de Luis Donaldo Colosio, permitieron eventualmente
garantizar una victoria a Ernesto Zedillo en 1994.
La mayor fiscalización y el creciente escrutinio de las decisiones presidenciales y las
acciones gubernamentales por parte de la prensa nacional y extranjera, y la admisión de
observadores internacionales _sobre todo a partir y en virtud del TLC y la entrada
a la OCDE_ han limitado sucesivamente ciertos excesos del autoritarismo y del
presidencialismo.
No obstante, persistió también un conjunto de factores que contribuyeron a las victorias
electorales del PRI, tales como el endoso de buena parte de los medios de comunicación,
recursos partidistas mayores, campañas sobre el "voto miedo", maniobras para reducir la
inflación a un mínimo insostenible, y la persistencia de la opinión de que "más vale malo
por conocido que bueno por conocer". La resistencia a la democratización ha sido en parte
producto del pragmatismo político, de la necesidad del Estado de mantener la
gobernabilidad sobre una población heterogénea, compleja, desigual, con un pasado
violento y bajo la presión de Estados Unidos en virtud de su inmensa frontera con México.
51
Por otra parte, los avances hacia la democratización han sido motivados por la pérdida de
legitimidad y efectividad del régimen-PRI y su deterioro electoral desde 1988, que han
fortalecido a la oposición y exigido un acomodo entre las necesidades de relegitimación del
pensamiento, las acciones y los candidatos priistas, y mantener cierto grado de control y
expectativas políticas certeras en torno al modelo económico a seguir.
(El temor de muchos consistió en que una crisis económica grave que llegara a quebrar
finalmente al régimen-PRI no tendría como resultado, necesariamente, una democracia
transparente y funcional.) Particularmente destructiva es la inestabilidad de los mercados
globales de capital y la virtual imposibilidad de gobernar el capital a partir de acciones
nacionales _como lo atestiguan las crisis de las economías asiáticas y las mexicanas en las
últimas décadas_. El debilitamiento del Estado mexicano por la globalización, el
desmantelamiento gradual de su poder económico a partir de la introducción de reformas
neoliberales, y la erosión del régimen-PRI en cuanto instituciones políticas con autoridad
política centralizada, han generado peligrosos vacíos de poder.
Es posible, como algunos optimistas especulan, que surjan nuevas formas descentralizadas
de regulación de los mercados a partir de una democracia cosmopolita, basada en una densa
red internacional y nacional de instituciones sólidas y de actividades políticas libres,
transparentes y representativas de los intereses de la sociedad. Pero también es probable,
como observadores más cautelosos concluyen, que los vacíos de poder sean llenados por
factores indeseables ya presentes y más poderosos y organizados; por ejemplo, una
combinación entre crimen organizado, redes de empresas nacionales y transnacionales
poderosas respaldadas por Estados Unidos y un neo-caudillismo autoritario.
A pesar de la feroz crítica contra su antecesor y, en contraste con otras profundas crisis,
como en 1968-1970, 1976, 1982, 1987-88, Ernesto Zedillo no hizo modificaciones
significativas al modelo económico salinista, aunque tuvo mayor espacio para continuar
avanzando en la liberalización política, en virtud de que las reformas económicas
principales que requerían del sistema de control centralizado de toma de decisiones y
conducción socio-política ya habían sido realizadas.
Incluso, cuando la crisis económica de 1994-95 se extremaba, no tuvo que recurrir a los
procedimientos del viejo autoritarismo para contener lo que parecía un descontento popular
tendiente a ser incontenible. Los escándalos en torno al salinismo y las medidas
tomadas por el gobierno al respecto, desprestigiaron en parte las reformas y el modelo, pero
distrajeron la atención y absorbieron parte de las reacciones por el descontento, de manera
parecida a lo ocurrido a partir de 1982 contra López-Portillo.
En contraste con el gobierno de De la Madrid, el de Zedillo no cambió de estrategia, ni de
grupo, ni tuvo que adicionar ningún elemento cualitativamente distinto. Se sentó sobre un
modelo que había perdido su fuerza creativa inicial, aunque no su viabilidad en vista del
apoyo y condicionalidad externa, buscando mantener la estabilidad macro-económica a
toda costa.
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En su fase creativa, la introducción de medidas neoliberales _libre comercio, TLC,
privatización, eliminación del ejido y aun el reinicio de las relaciones con la iglesia_ tuvo
que presentarse y compensarse con planteamientos ideológicos y programas sociales
aceptables para un Congreso y una población escépticos. El "liberalismo social" fue
ofrecido y promovido como justificación ideológica del modelo neoliberal y como marco
del PRONASOL, que había introducido elementos definitivamente no-neoliberales.
Se presentó como una estrategia preocupada por la justicia social, no por la justicia
individual, como lo postula el neoliberalismo ortodoxo. El punto es que tanto el liberalismo
social, como el PRONASOL y luego PROCAMPO y los sucesivos programas sociales, son
un reconocimiento a priori de las deficiencias del mercado y del neoliberalismo para abatir
la pobreza extrema, permitir una distribución más equitativa del ingreso, alcanzar un
mayor bienestar social, y garantizar la seguridad pública y la gobernabilidad.
Un reconocimiento en esas mismas líneas ha surgido gradualmente en el ámbito
internacional, en particular porque la "globalización de la pobreza", la dificultad de lograr
un crecimiento sostenido y los crecientes problemas de gobernabilidad y violencia como
resultado del desmantelamiento del Estado, son endémicos a muchos países en desarrollo.
Los logros de las estrategias neoliberales permanecen sometidos a críticas abiertas, como lo
prueba el surgimiento zapatista en Chiapas en enero de 1994 o la consiguiente
emergencia financiera que llevó a un paquete crediticio orquestado por la administración
de Clinton. A pesar de la promisoria recuperación macroeconómica a principios de los años
noventa, ninguna solución creíble ha sido encontrada a finales de esta década para atacar el
creciente problema del subempleo y del desempleo, de las graves disparidades e injusticias
sociales y de un crecimiento económico sostenido que permita elevar la productividad en
general, y de manera más equilibrada entre las diversas regiones del país.
Los desequilibrios en las cuentas externas de México han aumentado, a pesar de los efectos
innegables y sustanciales que la liberalización comercial ha traído sobre el tamaño creciente
del sector externo y la capacidad exportadora manufacturera del país. Ello ha obedecido en
parte a que la propensión a importar ha crecido con mayor rapidez que la de exportar, y las
compras del exterior aumentan dos veces y media más aceleradamente, en términos reales,
que el producto nacional.
El crecimiento de las exportaciones no ha podido generar suficientes divisas para cubrir el
déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos, siquiera derivado de un crecimiento
moderado. Y un crecimiento moderado que, a pesar de ser mayor que el crecimiento
poblacional, no ha podido generar suficientes empleos. Esta cadena continúa, pues al no
haberse generado empleos y remuneraciones suficientes basados en el aumento de la
productividad, los beneficios del desarrollo no han podido ser distribuidos equitativamente.
Más aún, las imperfecciones y rigideces del mercado interno de bienes y servicios y de
trabajo, sus estructuras oligopólicas, sus deficiencias institucionales y la baja productividad,
especialmente en la producción de bienes no comercializables, han contribuido a limitar un
crecimiento alto con baja inflación.
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Por su parte, la necesidad de mantener la inflación baja a la par de la de los principales
socios comerciales, ha requerido de un esfuerzo constante por restringir la demanda,
principalmente a través de altas tasas de interés y un bajo gasto público, que no puede
crecer sanamente porque su base fiscal, y los ingresos públicos en
general, se han ido reduciendo, en parte por factores internacionales como el precio del
petróleo.
Esto ha llevado a costos socioeconómicos significantes. En particular, el PIB por cabeza ha
continuado decreciendo para la gran mayoría de la población, acompañado de mayor
pobreza extrema. Con el propósito de ser viable, la transformación neoliberal de México
debería haber mostrado ya sus ventajas en términos socioeconómicos y políticos. Está claro
que estrategias pasadas, como el nacionalismo económico y sus variantes liberales,
populistas y estatistas, no pueden ser reimplantados en México.
Sin embargo, un proceso electoral más limpio en el 2000, más centrado en el debate de los
problemas nacionales que en el de la personalidad de los candidatos, podría forzar los
compromisos políticos y económicos hacia consideraciones de un crecimiento
económico mayor, generación de empleos sostenibles, educación y capacitación, lucha
contra la pobreza extrema y la degradación ambiental y la seguridad pública.
Todo esto en la medida en que los candados impuestos por la globalización y por los
propios acuerdos comerciales y financieros de México lo permitan en la práctica, y
en la medida en que se genere suficiente apoyo social.
En efecto, el Plan Brady, el TLC y el rescate financiero de México por la administración de
Clinton representan sellos de aprobación de las reformas económicas llevadas a cabo y del
compromiso con el neoliberalismo. En tanto producto de la globalización, el TLC ha sido
también el sello que garantiza que las reformas económicas y del Estado se encierren dentro
de un marco fiscal, monetario y comercial que no puede ser ya controlado exclusivamente
por México. El Tratado abrió una nueva era donde México, de manera institucional _no
circunstancial_, cuenta con menor autonomía y control sobre el manejo de su política
económica, donde es más dependiente del apoyo de los Estados Unidos y donde no existen
todavía garantías ni tendencias claras hacia un crecimiento económico sostenido.
El desmantelamiento abrupto de toda práctica proteccionista, la liberalización y
desregulación financiera, la contracción y las limitaciones estructurales del gasto e
inversión públicas y la eliminación de la política industrial, dejaron al gobierno con dos
instrumentos principales para evitar desequilibrios externos: el manejo del tipo de cambio y
de las tasas de interés.
En el pasado, los intentos por eliminar la inflación y cubrir el déficit creciente en la cuenta
corriente, a través de la apreciación y fijación del tipo de cambio real, y de mayores tasas
de interés para atraer capitales externos, llevaron a situaciones insostenibles y a crisis
severas, como la de 1994-95. Se dañó seriamente al sistema bancario, se afectó la
competitividad de los productores nacionales de bienes y servicios comercializables y se
eliminó buena parte de las empresas medianas y pequeñas, cuyas deudas se volvieron
impagables y las carteras vencidas de los bancos inmanejables.
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La resultante debilidad estructural del sistema bancario y la pérdida en la producción y
el empleo la ha pagado México con creces. El objetivo de defender el tipo de cambio a toda
costa ha llevado a fórmulas tan diversas como el control de cambios, alzas estratosféricas
en las tasas de interés, o intentos por dolarizar la economía.
Todas han fracasado en países con economías abiertas. Quizá lo más efectivo ha sido el
experimento chileno de gravar o limitar de manera temporal la entrada de capitales de corto
plazo. Por otra parte, el desmantelamiento abrupto del papel económico del Estado y el
rompimiento de los mecanismos tradicionales de negociación y de distribución del poder, a
partir del debilitamiento de las características institucionales del sistema político, han
mermado la base de la estabilidad y de la gobernabilidad en su forma tradicional.
La creciente inseguridad pública, la violencia y propagación de organizaciones
criminales están vinculadas no sólo a la pobreza y a la desigualdad sino a los vacíos de
poder y de control social abandonados por el régimen-PRI. Se ha creado un nuevo arreglo
de fuerzas y relaciones, a partir de la pérdida del respeto al orden que había prevalecido de
manera continua por décadas. La ineficiencia y corrupción de los órganos de seguridad
pública no era un problema desastroso cuando había un orden social estable.
Sin embargo, con el desmantelamiento de ese orden, la descomposición de la seguridad
pública ha magnificado enormemente sus vicios y deficiencias. En años recientes se han
profundizado las divisiones en el PRI y en los partidos de oposición, incapaces de
administrar las diferencias internas y promover aquellas tendencias con máximas
posibilidades de éxito y que permitan mantener la unión.
El PRI se ha visto inducido a un cambio gradual en sus procedimientos de selección
internos, para evitar una división mayor y optimizar su cohesión y éxito electoral. Pero
cierto control de las condiciones y conducción del proceso de elecciones primarias le puede
resultar esencial para mantener la unidad y la disciplina. El nuevo ímpetu en los procesos
democráticos y en un sistema partidista más abierto y activo, puede llevar al país a
fortalecer sus instituciones y a lograr una mayor fiscalización y transparencia en los actos
de gobierno. No obstante, la viabilidad de estos procesos depende de cambios y aprendizaje
graduales.
El riesgo de la anarquía o de un nuevo caudillismo está siempre presente, o bien un
estado de inestabilidad permanente, donde gobiernos débiles sean incapaces de aprovechar
las oportunidades y ventajas con que cuenta México.
A pesar de que la racionalización y la transformación de ideas y políticas económicas en
México coincidieron a grandes rasgos con la convergencia global hacia soluciones
neoliberales, sería equivocado ver estos cambios en México como meros reflejos de
desarrollos en el ámbito mundial, o como la consolidación de un orden económico y
político superior que llegó para quedarse. La forma peculiar en la que los arreglos
institucionales en México modificaron las presiones externas e internas, ideológicas y
políticas para el cambio, determinaron cuáles factores y elementos fueron aplicados a
México en un momento determinado.
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La impresión de que todo está influido desde afuera requiere, por tanto, de una calificación
extensiva. Como he intentado mostrar, la forma y la intensidad con la que factores
internacionales y nacionales influyeron en la formulación de políticas, el cambio de
políticas y la oportunidad de las decisiones, varió significativamente a lo largo de la historia
reciente de México, imposibilitando una respuesta simple a estas cuestiones. Lo que sí
queda claro es que las instituciones mexicanas internalizaron esas fuerzas externas y las
adaptaron a las circunstancias nacionales y a la necesidad de sobrevivencia y reproducción
del Estado. Para el año 2000 se requerirá de un esfuerzo superior para convertir esas fuerzas
en aquello que el gobierno y el pueblo de México puedan aprovechar como auténtica y
legítima solución mexicana. El proceso de reconciliación de reformas necesarias y la
internacionalización del mundo, con la re-legitimación de un sistema político mexicano
renovado, es el reto para el año 2000.
José Ramón López Portillo. Doctor en Filosofía Política por la Universidad de Oxford.
La Conspiración Neoliberal.
La Historia económica de México esta ligada al petróleo y cuando el gigantesco yacimiento
Poza Rica empieza a declinar en los años sesenta empieza el quiebre del modelo llamado
estabilizador, en donde el petróleo era el elemento estabilizador y a la vez el
desestabilizador cuando ya no existen las petrodivisas.
Y todo se iba a centrar en las escuelas de economía y especialmente la ENE de la UNAM.
En 1966 se acaba Poza Rica y coincide con el fin del periodo como Director de la ENE del
coahuilense Horacio Flores de la Peña y entonces la discusión se centra en quien sería su
sucesor, dado el agotamiento de los ingresos petroleros habría que echar a andar la
paraestatal oculta creada por Cárdenas, la narco-economía y por lo tanto la izquierda
nacionalista y radical se unían en torno al proyecto del economista sinaloense José Luis
Ceceña Gamez y el Gobierno Federal impulsaría al delfín del general Leyva Velásquez
(incondicional de Cárdenas) Leopoldo Sánchez Celis, Gobernador de Sinaloa quien a través
de su hijo Leopoldo Sánchez Duarte, líder de la Facultad de Derecho, echarían de la
Rectoría de la UNAM al prestigiado cardiólogo Ignacio Chávez, inclinado hacia la
izquierda, así en la ENE detuvieron a Ceceña e impusieron una línea modernista y
moderada de izquierda encabezada por Ifigenia Martínez de Navarrete, quien venía de la
SHCP y mas exactamente de la Dirección de Política Hacendaria de donde vendrían los
cuadros del neoliberalismo incipiente así se daba el germen neoliberal entre el Padre del
Neoliberalismo Mexicano, el economista Antonio Ortiz Mena (tío del actual Gobernador
de Banco de México, Guillermo Ortiz Martínez) y la Madre del Neoliberalismo, Ifigenia
Martínez y el centro de incubación fue la ENE con alfiles muy importantes en el Colegio de
México como Leopoldo Solís que es el tutor de toda una pléyade de economistas
neoliberales.
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“Los Ifigenios” de la ENE fueron los mas activos destacando entre ellos Armando Labra
(actual alto funcionario de la UNAM), Gildardo López Tijerina (de Nueva Rosita
Coahuila), Raúl González Avelar (hermano de Miguel-exsecretario de Educación
Palindromica y esposo de Tere Vale, dueños de la poderosa cadena de estaciones de Radio
Formula de corte neoliberal), Antonio Tenorio Adame, tío de Lucila Adame, economista
muy cercana a Salinas, Antonio Sacristán Colas y su hijo Sacristán Roy, fundadores del
CIDE otro centro del pensamiento neoliberal, Raúl Salinas Lozano (padre del
innombrable), Ricardo Torres Gaytan , Ramón Plaza Mancera, otro de los alfiles puntales
del neoliberalismo e incrustado en el Colegio de México, David Ibarra Muñoz, luego
Secretario de Hacienda, el Clan de los Anguiano también de Michoacán, también ligados
al Colegio de México y en la SRE, siendo Eugenio Embajador en China Comunista,
también destacan los economistas neoleoneses Jesús Puente Leyva, expulsado de la
Dirección de la Escuela de Economía de la UANL por los grupos reaccionarios de
Monterrey que no vieron con buenos ojos su trabajo profesional (meramente técnico) sobre
la Distribución de la Riqueza llamado Distribución del Ingreso en una Área
Metropolitana: El Caso de Monterrey, con introducción de Ifigenia Martínez, publicado
por Siglo XXI en 1969 y merecedor del Premio Nacional de Economía 1968 , dicho estudio
demostraba en la pagina 44 que el índice de Gini - que es un indicador de la distribución de
la riqueza, desarrollado por el economista italiano Conrado Gini-en Monterrey era de 0.49
mientras en los EUA era de 0.29, es decir a medida que se acerca a 0 la distribución de la
riqueza tiende a ser mas equitativa y por lo tanto la solución son impuestos progresivos
(llamados por Franklin Delano Roosevelt, Wealthy Taxes o impuestos a la Riqueza) algo
que los grupos regiomontanos consideraban y consideran como una herejía, gravar a los
ricos, mas aun si planteamos en la época foxiana, impuestos a la riqueza extrema en
especial a las 300 Familias Forbes y muy especialmente a la Familia Slim, por cierto dice
Forbes que México mima a sus ricos, que sería un error abandonar México, que es el
paraíso de los Ricos y el martirio de la Clase Media y Popular (EL Universal, 20 de mayo
del 2004, Consiente México a ricos, dice "Forbes")
57
De acuerdo con un estudio realizado por la revista Forbes, en México quien gana más paga
menos impuestos, a diferencia de otras naciones como Estados Unidos, Francia y España,
pues de esta forma Puente Leyva desató la ira regia y tuvo que estar asilado en Venezuela
por mas de 30 años, algo nunca visto en los anales de los derechos humanos tan pregonados
por el foxismo y por los defensores de los derechos humanos, y también quedó demostrado
que las ciencias exactas, especialmente la Estadística, tiene un sesgo político-ideológico,
pues los libros de Estadística Pura pocas veces toman en cuenta los indicadores de
“concentración” como la riqueza, las tierras en pocas manos (léase el reciente caso del
Encino, en donde no hay políticas publicas en cuanto a limitar la concentración de tierras
urbanas en pocas manos), las acciones bursátiles en pocas manos de Casas de Bolsaextranjeras-, o los índices de contaminación (IMECAS) en donde no se nos dice que es peor
la contaminación en el DF o en Monterrey. El segundo a bordo de Puente Leyva en la
Escuela de Economía de NL, Raúl Ramos Zavala fue asesinado de manera misteriosa en las
calles de la Ciudad de México, se decía que esta dupla de economistas regiomontanos
“ifigenios” estaban participando activamente en la formación de la Liga Comunista 23 de
Septiembre junto a los economistas del ITESM encabezados por Von Bertrab y con la Liga
Comunista Espartaco de Sócrates Rizzo, otro economista de la UANL y luego Gobernador
de NL con apoyo de Carlos Salinas.
El ITESM nace como alternativa conservadora a la Universidad Publica en especial a la
UANL inaugurada en 1941 por el Rector de la UNAM, Mario de la Cueva. El TEC de
Monterrey nació el 6 de septiembre de 1943. Otros destacados “Ifigenios” de la ENE
fueron Hugo Brodziak y Víctor Ampudia (ahora sospechosamente ligados al lavado de
dinero de Bosque Real, el mas lujoso fraccionamiento habitacional de la Ciudad de México
y cercano a los intereses de otro Ampudia, operador de la Camorra Italiana de Cuernavaca)
Jorge L. Tamayo, primo de López Portillo y asesinado por el Gobernador de Veracruz
cuando era Director del Plan de la Cuenca del Río Papaloapan (Veracruz, Oaxaca y Puebla)
Gustavo Romero Kolbeck, posteriormente Director del Banco de México y luego Director
del Banco Obrero, muy cercano a Ernesto Fernández Hurtado, tío-papá de Miguel de la
Madrid Hurtado y también Director del Banco de México, Irina del Castillo, hasta la fecha
gran operadora del CEN del PRI, Ifigenia con el apoyo de Antonio Ortiz Mena, entonces
Director del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se la jugó con Emilio Martínez
Manatou (ahora renacido con el Partido Verde Ecologista y el grupo de Farmacias de
Similares) para la Presidencia de la Republica en 1970, en contra de Luis Echeverria
Álvarez, es decir fue la primera confrontación entre los Neoliberales y los Nacionalistas
Revolucionarios del PRI, “modernizadores económicos” contra “aperturistas políticos”
como sabemos la partida la ganó LEA, pero fue una victoria amarga, pues los alumnos
“brillantes” de Ifigenia fueron los grandes ganadores de la primera disputa por la Nación
Moderna, Carlos Salinas, Guillermo Ortiz, Manuel Camacho, Lozoya Thalman.
58
59
Inflacion Sexenal
Avila Camacho 1940-46
Miguel Aleman 1946-52
Ruiz Cortinez 1952-58
Lopez Mateos 1952-64
Diaz Ordaz
1964-70
Echeverria
1970-76
Lopez Portillo 1976-82
Miguel de la M 1982-88
17.5
9.4
6.7
2.2
3.4
12.6
35.3
72.5
Acuerdos de Bretton Woods de 1944
Devaluacion de 4 a 8.50 pesos por dólar
Devaluacion de 8.50 a 12.50
Inicia el Proteccionismo
Olimpiada de 1968,Mundial del Futbol de 1970
Devaluacion del Dólar en 10%
Segundo Embargo Petrolero,1979
Inicia el Neoliberalismo
Indicadores de la Gestion de JLP 1976-1982
Indicadores de
1976
1977
1978
1979
1980
1981
1982
PIB (%)
2.1
3.3
7.3
8
7.4
7.1
0.6
IBF(%)
-2.9
-8.4
16.4
20.3
15.8
15.7
-16.3
IBF-Pemex
1.5
-12.7
60.1
8.1
19.7
12.7
25
Export(%)
6.5
10.1
18.5
13.3
20.1
6.5
5
Export-Oil
21.1
84.7
72.4
112.2
150.5
41.1
17.4
Reservas-MM
1.411
1.968
2.303
3.088
4.003
5.035
3.683
SBC(%)
-21.1
-13.7
-21.1
-37.1
-63.7
-90.1
-100.8
DeudaEx(i)
41.4
15.1
22.2
31.6
25.7
27.4
28.5
INPC(%)
15.8
28.9
17.5
18.2
26.3
27.9
58.9
Yfederal(%)
29
42.9
30.2
36
63.7
36.7
25.7
Gasto(%)
25.7
35.1
32.5
38.2
40.4
43.3
-9.3
MS(%)
30.3
26.6
31.1
35.4
39.6
44.3
54.1
Credito(IP)
-87.6
10.2
602.4
138.6
29.1
-31.2
109.5
Credito(SP)
22.7
-18.2
-6.8
25.5
8.1
66.4
137.6
Oil-Mbpd
0.877
1.086
1.33
1.618
2.142
2.583
2.748
Oil-(%)
10.9
23.8
22.5
21.7
32.4
35.6
18.8
Oil-PrecioExp
13.44
13.96
13.31
19.36
31.21
33.2
28.7
Encaje Legal
0.605
0.505
0.491
0.513
0.547
0.55
0.56
Tasas interes
10.9
12.6
13
13.8
21.2
30.3
30.9
Pob(%)
3.6
3.6
3.7
3.1
2.9
2.8
2.5
L/PIB(%)
0.41
0.39
0.38
0.35
0.34
0.33
0.32
K/PIB(%)
0.41
0.42
0.43
0.45
0.45
0.45
0.48
Fuente: Wharton Econometrics Forecasting Association (WEFA),Programa DIEMEX,29 de Enero,1987
Nota: Las cifras estan dadas en porcentajes de incrementos o decrementos,a menos de que se especifique
Analisis
1: PIB
El PIB alcanza el nivel mas alto de toda la historia economica reciente de México, especialmente
en el año de 1979,año que inicia el Segundo Embargo Petrolero de la OPEP a Occidente
2:IBF
La Inversion Bruta Fija mantuvo niveles adecuados al desarrollo industrial de México
3:Exportaciones: mantuvieron un ritmo de alza y especialmente las petroleras,que alcanzaron su maximo
entre 1979 y 1980,esto debido a la presión de EUA
4:Reservas Monetarias: Crecieron constantemente y llegaron a niveles muy altos en 1981
no son comparables a las 60,000 que tiene Mexico,actualmente,pero son adecuadas para
el tamaño de la economia de 1980.
5:SBC:
El Saldo de la Balanza Comercial fue fuertemente deficitario,debido a la fuerte inversion
del Gobierno Federal en Petroleo,Mineria,Siderurgia,Fertilizantes,inversion que llegó a
los 100,000 millones de dólares en Inversion Productiva,no especulativa como lo fue el
caso de la Administración de Carlos Salinas de Gortari
La Sociedad Mexicana gozó de altos niveles de ingreso debido a los petro-dolares,pero fue casi
derrochado en bienes de lujo, viajes al exterior,estudios en el exterior,compras fronterizas,etc.
6.Deuda Externa: las tasas de interes que se pagó en la Deuda Externa fueron muy elevadas,practicamente
la Banca Extranjera fue la gran beneficiaria del Boom Petrolero de México,ya que cobró los
prestamos a tasas de usura internacional,por ejemplo en 1979,tasas de mas de 30% en dólares
frente a las tasas de 13 % en pesos pagadas internamente,reflejan un gigantesco cobro
que luego trató de ser corregido en el llamado Cartel de Cartagena,pero no funcionó,porque
México prefirió negociar unilateralmente con EUA y aceptar los Bonos Brady con MMH, mismos
que fueron un pesimo negocio,pues se negociarion 30,000 millones de USD y se terminaron
pagando mas de 80,000 MDD en la Administracion de Vicente Fox,20 años despues.
7.INPC
La Inflación de México era adecuada al ritmo de crecimiento de la Economía,excepto el año
de 1982 en ya fue considerada Inflación Galopante y que se convirtió en Hiper-inflacion en la
Administración de Miguel de la Madrid.
8:Ingreso y Gasto Publico Como se puede observar fueron mas los Ingresos que los Gastos, lo cual permite
60
determinar que la concepción popular de que fue un sexenio gastalón no concuerda con lo que
se oberva en las cifras.
Mucho del Gasto publico se orientó hacia la Inversion Productiva,
como Pemex que recibió en el sexenio cerca de 50,000 Millones de dólares, lo que vale