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Reseñas
de lecturas sobre
geopolítica y economía
global
ESADEgeo, bajo supervisión del Profesor Javier Solana
y del Profesor Javier Santiso.
The Globalization Paradox
Rodrick, Dani (2011), New York: W. W. Norton & Company
La longevidad del capitalismo se debe a su casi infinita
capacidad para moldearse.
No podemos perseguir simultáneamente la democracia, la
soberanía nacional y la globalización económica.
Cuando los países emergentes entran en crisis los culpamos
a ellos. Cuando entran en crisis los países desarrollados
culpamos al sistema.
La globalización comercial se diferencia de la financiera en
que la corrosión del sistema no crea una debacle sino una
lenta degradación.
Idea básica y opinión
Rodrik analiza la globalización económica (básicamente la financiera y comercial) y
concluye que existe una paradoja: para que la globalización produzca beneficios
económicos para toda la sociedad en general, aquella necesita de democracias
nacionales fuertes y normas nacionales que protejan a todos los actores
socioeconómicos, pero normas que, a la vez, permitan a estos una suficiente
interacción y maniobrabilidad internacional. Esta propuesta contrasta con la doctrina
prevalente en la actualidad que exige que la híper-globalización económica vaya
acompañada de instituciones públicas mundiales. El autor ve la globalización como un
trilema donde no es posible combinar simultáneamente 1) democracia, 2) soberanía
nacional y 3) la híper-globalización económica. Solo es posible combinar dos de estos
tres factores y él se decanta por democracia, soberanía nacional y globalización
limitada.
El autor
Dani Rodrik es profesor de Economía Política Internacional en la John F. Kennedy
School of Government de la Universidad de Harvard. Publica ampliamente en las áreas
de economía internacional, desarrollo económico y economía política. ¿Qué constituye
una buena política económica? y ¿por qué algunos gobiernos implementan mejores
políticas económicas que otros? son sus preguntas centrales de investigación. Fue
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galardonado con el primer premio Albert O. Hirschman del Social Science Research
Council en 2007. Es miembro del National Bureau of Economic Research de los EEUU y
del Council on Foreign Relations.
Mercados e instituciones
¿Cómo es posible que la crisis del 2007 golpeara inadvertidamente? Sabíamos que los
mercados generan burbujas, que la intervención estatal en un mercado financiero con
problemas debe ser rápida, que la falta de transparencia rebaja la confianza en los
mercados...y aún así la crisis nos cogió por sorpresa. Según Rodrik, se debe a que la
“narrativa” preponderante entre todos—economistas en particular—durante las
últimas décadas predicaba que los mercados son eficientes, la innovación financiera
reparte los riesgos de manera óptima, la auto-regulación funciona y la intervención
estatal es ineficiente.
La influencia de los economistas en el ámbito socio-político actual es enorme. El
problema es que los economistas sufren de las mismas limitaciones racionales y
cognitivas y de partidismos al igual que cualquier otro grupo. Por lo que ellos también
generan narrativas y visiones comunes que les ayudan a simplificar la compleja
realidad. Y estas narrativas pueden estar muy equivocadas.
Hoy en día, la sabiduría económica popular—la narrativa actual—ha vuelto a abrazar la
tesis que los mercados requieren de mecanismos no-mercantiles (instituciones
públicas y supervisores externos) para funcionar. La historia nos ilustra bien este
punto. El comercio mundial incrementó de manera importante durante el siglo 17,
bajo la creación de los concesionarios monopolistas privados como las English East
India Company y Dutch East India Company. A estas empresas privadas el estado les
concedía algunos derechos monopolistas en unos territorios coloniales a cambio de
mantener, vía regulación y uso de la fuerza, un entorno seguro para los intercambios
comerciales.
El acuerdo con estos monopolios privados era, de manera sintética: tú creas la
infraestructura necesaria para el comercio y a cambio te doy algunos privilegios en
exclusiva. Con el tiempo, cuando los monopolios privados se vieron incapaces de
garantizar la infraestructura necesaria para el funcionamiento del mercado, esta labor
reguladora la pasó a ejercer el estado de manera directa.
La premisa que predica que el mercado necesita instituciones públicas para funcionar
está muy bien fundamentada con la realidad del mundo actual. La relación hoy en día
entre estado y desarrollo económico es claramente positiva. Además, los países
comercialmente más abiertos e internacionalizados tienen los estados más grandes en
términos de PIB (p.ej. los Países Bajos y los países escandinavos). Los mercados y los
estados son complementarios. No son excluyentes entre sí en absoluto. Los estados,
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además de hacer que las reglas de mercado se cumplan, realizan otra labor
fundamental: legitiman al mercado porque salvaguardan a los ciudadanos de los
riesgos, peligros, externalidades y excesos de éste. Prestaciones por desempleo,
programas de reinserción laboral y pensiones son ejemplos de estas salvaguardas
públicas destinadas a aminorar los costes sociales derivados del mercado.
Estado mundial o Estado-nación
En la actualidad no existe desacuerdo entre la mayoría de economistas de que el
mercado necesita estado, y casi todos abogan por complementar la globalización
económica con más institucionalidad mundial y por reducir el peso del estado-nación.
Esta corriente mayoritaria propone que las instituciones públicas necesarias para un
sistema económico global sean de ámbito mundial. Los estados son indispensables
para la economía doméstica pero una fuente de costes de transacción en la economía
global (al generar diferentes marcos institucionales para un mismo mercado mundial).
Y es justamente en este punto donde llega la gran aportación de este libro. Según el
autor, la narrativa incondicional pro-globalización económica combinada con
instituciones mundiales vuelve a ser una muestra de una narrativa errónea. Lo que
hace falta es moderar ligeramente la globalización económica y no reducir los estadosnación.
He aquí la paradoja que da título al libro: para salvar la globalización económica hay
que limitarla y fortalecer las instituciones públicas nacionales.
Esto es así porque en relación a la globalización económica existe un trilema: no
podemos combinar a la vez instituciones nacionales del estado-nación (o soberanía
nacional), la híper-globalización y la democracia. Tenemos que elegir a lo sumo dos de
estos tres factores ya que la híper-globalización, mediante la competencia ilimitada
internacional, impone decisiones al estado-nación, reduciendo la soberanía nacional. A
su vez, estas decisiones (como reducir la fiscalidad corporativa, los requisitos sanitarios
o los derechos laborales) suelen ser de carácter político y estar sujetas a procesos
democráticos nacionales. Por tanto, si las decisiones impuestas no son refrendadas vía
los procesos democráticos nacionales, no se implementarán y se truncará la híperglobalización.
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Deep economic integration
Golden Straitjacket
Nation State
Global Federalism
Democratic politics
Bretton Woods compromise
El caso argentino de la convertibilidad peso-dólar durante la década de los noventa
ilustra el trilema: En el caso argentino, para poder reducir la inestabilidad monetaria
nacional se eliminó, de facto, la política monetaria anclando el peso al dólar. En el caso
argentino, el pueblo eligió acabar con la no-convertibilidad. Esto supuso la abrupta
interrupción de la híper-globalización de Argentina ya que se quebraron sus lazos
financieros y comerciales con el resto del mundo.
Podríamos elegir crear una democracia mundial, como abogan los pro-globalización. Es
decir, sacrificar el estado-nación y que todas las instituciones públicas fueran de
carácter mundial. Esto no sería viable por dos motivos: a) se requerirían unos
mecanismos y unas instituciones democráticas a nivel mundial que ahora son casi
impensables, y b) las diferencias entre estados-nación son demasiado grandes para
hacer funcionar un sistema político unitario a nivel mundial. Los problemas de
legitimidad democrática que sufre la UE son un ejemplo de estas dificultades, todo y
que en términos relativos, a nivel mundial, los países miembros de la UE son similares.
Se podría proponer crear agencias mundiales más potentes de las actuales (p.ej. FMI,
OMC, Banco de Pagos Internacionales, G20). Pero ello nos plantearía otro tipo de
problema, el de la falta de accountability de estos posibles sistemas de gobernanza
global. A nivel estatal, los representantes políticos son elegidos, habitualmente, cada 4
años, y la delegación a agencias técnicas es posible solo en aquellos temas que son
poco políticos y muy técnicos —o donde hay un consenso alto entre fuerza políticas—.
El comercio mundial o la globalización financiera no cumplen el primer requisito: son
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altamente políticos y no existe un consenso mundial claro, tal y como demuestra el
bloqueo en la negociación de la ronda de Doha de la OMC.
El autor acaba proponiendo unos pocos puntos clave sobre los que fundamentar la
nueva globalización económica: los mercados deben estar profundamente
incorporados en sistemas de gobernanza; esta gobernanza debe organizarse dentro de
comunidades políticas nacionales; los países tienen derecho a proteger sus propias
regulaciones e instituciones; ningún país tiene el derecho a imponer sus instituciones a
los demás; los acuerdos económicos internacionales deben establecer reglas para
administrar la interacción entre instituciones nacionales; y los países no democráticos
no pueden contar con los mismos derechos y privilegios en el orden económico
internacional que las democracias.
El libro es una obra muy placentera de leer, bien documentado y bastante accesible. La
tesis, aunque discordante con la narrativa actual, es innovadora y valiente. De todas
formas, este muy buen libro contiene algunas lagunas. En particular, no queda claro
como en la práctica se pueden identificar los límites de la globalización (¿Dónde está la
frontera que distingue una globalización limitada de una híper-globalización?) ni cuáles
son las reglas mínimas internacionales que permitirían conectar los distintos estadosnación. La solución de Rodrik tampoco aborda, tal como él mismo lo reconoce, el
problema de los bienes comunes globales (como el medioambiente) que sí requieren
de instituciones mundiales. Por último, parece que Rodrik, al proponer al Estadonación como garante de la democracia, ignora la profunda crisis de legitimidad que
hoy en día sufren las democracias nacionales.
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