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Transcript
¡Abre losen
ojos,
puebloLatina
americano!
Los Bancos de Desarrollo
América
en los años de
la industrialización por sustitución de importaciones
Pablo
López
Marcelo
Rougier
ORGANIZAN: UC – CIFF – IELAT
DOCUMENTOS DE TRABAJO UC-CIFF-IELAT Nº 7
Junio 2012
Los Bancos de Desarrollo en América Latina en los años de
la industrialización por sustitución de importaciones
Pablo López
Marcelo Rougier
Estos documentos de trabajo de UC-CIFFIELAT están pensados para que tengan la
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Impreso y hecho en España
Printed and made in Spain
ISSN: 2174-5501
Ernesto Talvi - Centro de Estudios de la Realidad
Económica y Social (CERES)
López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
Junio 2012
Los Bancos de Desarrollo en América Latina en los años de la
industrialización por sustitución de importacionesI
Pablo LópezII y Marcelo Rougier III
Resumen: Las instituciones financieras de desarrollo han sido cuestionadas fuertemente en
la década de 1990, a la par que se criticaba la política de industrialización por sustitución de
importaciones (ISI). Sin embargo, la propia debacle de las experiencias neoliberales
permitieron reabrir un debate sobre la ISI y, en consecuencia, sobre las instituciones
destinadas a promover esa estrategia. En América Latina, a partir de la década del treinta, la
necesidad de movilizar importantes montos de recursos monetarios para destinarlos a
inversiones de larga maduración, no podía ser satisfecha por instituciones financieras que
en general estaban orientadas al financiamiento de actividades comerciales ligadas a los
negocios de importación y exportación. En este contexto, en algunos países los bancos de
fomento o de desarrollo nacieron tempranamente en la década del treinta, aunque su
vínculo con el sector industrial sería definido a partir de la década de 1940. En otros países
estas instituciones surgieron en forma posterior, directamente vinculadas con el sector
industrial. Con este trabajo intentamos contribuir a una mejor comprensión de la naturaleza
del papel que los bancos nacionales de desarrollo tuvieron en los procesos de
industrialización en la región y su rol en tanto parte del andamiaje de políticas públicas en el
período.
Palabras claves: Banca de desarrollo, industrialización por sustitución de importaciones,
América Latina
Abstract: The role of development banks was severely questioned during the 1990s at the
time that critiques of the policies of indutrialization through substitution of imports became
current. Nonetheless, the failures of many neoliberal experiiments around the world
allowed for a reopening of debates on development strategies and development banks. The
origins of the latter in Latin America can be found in the 1930s when the need for long term
capital investments became more marked but were not satisfied by the region´s tradicional
commercial banking system, oriented mainly to providing credit for domestic and foreign
trade. It was in the 1940s, however, in the larger countries the development banks
established close links to industrial projects. A similar process took place at a slightly later
date in other nations of the region. In this essay we attempt to a offere a historical
summary which can contribute to an understanding of the role of development banks in
industrialization in Latin Ammerica during the period under review.
Key Words: Development banks, Import Substitution Industrialization, Latin America
I
El presente artículo resume los principales hallazgos de investigación del libro recientemente
compilado por Marcelo Rougier, La Banca de Desarrollo en América Latina. Luces y sombras de la
industrialización en la región, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011.
II
Profesor investigador del Área de Estudios sobre la Industria Argentina y Latinoamericana. Doctorando
en Economía, Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
[email protected]
III
Director del Área de Estudios sobre la Industria Argentina y Latinoamericana, Doctor en Historia por la
Universidad de San Andrés (2003). [email protected]
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
I.
Junio 2012
Introducción
En América Latina, los bancos nacionales de desarrollo surgieron en el siglo XX durante
el predominio de un modelo de acumulación basado en la industria entre 1930 y 1980,
la denominada Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Si bien
existieron otras entidades que desempeñaron funciones similares, como los bancos de
fomento agrícolas y regionales, fueron los bancos de nacionales de desarrollo los que
encarnaron la estrategia de crecimiento industrial de cada país1. Eran bancos de
crédito a largo plazo, controlados por los Estados Nacionales y dedicados a promover
la inversión en proyectos prioritarios en el marco de procesos de industrialización. En
algunos casos estas instituciones apoyaban financiera y técnicamente a proyectos del
sector público y, en otros, proveían financiamiento al sector privado (Diamond, 1957).
Se trataba de entidades comprometidas, principalmente, con la provisión de capital a
largo plazo para la industria y la generación de infraestructura y, solo
excepcionalmente, canalizaban fondos a otros sectores (Mariante, 2007 y Armendáriz
de Aghion, 1999). Por ello nos referimos a estas instituciones como bancos de
desarrollo o de fomento industrial, indistintamente.
A partir de la década de 1980, este tipo de instituciones han sido duramente
cuestionadas y en particular durante los años noventa, a la par que se criticaba la
política de industrialización por sustitución de importaciones, el “paradigma
industrial”, la teoría keynesiana y la intervención del Estado en la economía2. Como
resultado de la fuerte deslegitimación que sufrieron estas entidades, las propuestas
prevalecientes en esos años plantearon o bien la liquidación lisa y llana de los bancos
de desarrollo o su reestructuración con distintos énfasis. No obstante, esas reformas
tampoco resultaron en un aumento significativo del ahorro nacional, más bien se
incrementó la dependencia de flujos financieros altamente volátiles. Estos factores,
unidos a la falta de desarrollo de los mercados de capitales, se tradujeron en la
precariedad de los recursos financieros necesarios para sustentar el proceso de
desarrollo, y especialmente en la limitación del acceso al financiamiento privado de
algunos sectores de alta significación económica y social como las pequeñas y
medianas empresas y las empresas de innovación tecnológica.
De todos modos, pese a las críticas respecto al funcionamiento de los bancos de
desarrollo durante la ISI y el fracaso posterior de los intentos de reforma impulsados
por la perspectiva neoliberal, la experiencia histórica, muchas veces negada por los
promotores del retiro del Estado, presenta tozudamente distintas alternativas y casos
de instituciones con gran capacidad para impulsar el crecimiento económico.
1
2
Sobre los bancos de fomento agrícola puede verse Trivelli y Venero (2007).
Para una discusión en torno a las potencialidades y límites de la ISI, puede verse Hirschman, 1980.
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
Junio 2012
El propio Banco Mundial ha reconocido que las políticas crediticias de los países del
sudeste asiático, por ejemplo, han utilizado muchas veces los mismos instrumentos de
política económica que los países latinoamericanos, aunque con mejores resultados.
En la mayoría de los países involucrados en el “milagro de Asia Oriental” existieron
“intervenciones selectivas” para fomentar el desarrollo, no solo a partir de
regulaciones del mercado financiero (como créditos subvencionados y orientados a
industrias específicas), sino también a partir de instituciones estatales que
proporcionaban fondos de inversión, garantías explícitas a los tomadores de crédito o
garantizaba la viabilidad financiera de los proyectos promovidos (Banco Mundial,
1993).
No es necesario recurrir a ejemplos exitosos en geografías distantes. La experiencia en
algunos países del área latinoamericana también demuestra que es factible organizar
una institución con capacidad de financiar determinados sectores industriales y
entroncarlos con los objetivos del desarrollo, al menos en determinados contextos. En
consecuencia, revisitar aquellas experiencias tiene un gran valor histórico para una
comprensión más acabada de los procesos de industrialización, de sus éxitos, fracasos
y dilemas; pero además resulta imprescindible como guía para pensar en nuevos y
mejores diseños institucionales que se ajusten a las necesidades y desafíos actuales.
El presente trabajo tiene como propósito rastrear los orígenes de banca de desarrollo
en el espacio latinoamericano y plantear líneas generales en cuanto a su trayectoria
durante la industrialización por sustitución de importaciones hasta la década de los
noventa. En el primer apartado presentamos algunas consideraciones generales en
relación al financiamiento de procesos de crecimiento y desarrollo. En el segundo
apartado analizamos los orígenes de la banca de desarrollo en América Latina,
buscando comprender cuáles eran las condiciones que llevaron a su nacimiento, las
fuentes de recursos utilizadas y las principales orientaciones de la política crediticia.
Por último, presentamos los grandes rasgos de la trayectoria de la banca de desarrollo
durante los procesos de industrialización vía sustitución de importaciones en la región
y algunas consideraciones que se derivan del análisis de los casos seleccionados.
De esta manera, este trabajo pretende arrojar luz sobre la historia del crédito y los
mercados financieros en la región, a partir de un análisis general, pero a la vez,
trazando algunas líneas comparativas. El interés en la historia comparada descansa en
la creencia que de ella se pueden obtener criterios de análisis más generales que los
que surgen de estudios de casos aislados. En materia de banca de desarrollo, las
diversas experiencias que se llevaron adelante en la región presentan algunas
características comunes, así como divergencias importantes que permiten (re)construir
un mosaico de variantes posibles en materia de este tipo de entidades. A su vez, la
suerte diversa que corrieron estas instituciones, en una misma región y
contemporáneas en el tiempo, permite dar cuenta de realidades disímiles y matizar
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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cualquier conclusión que pueda obtenerse al analizarse una experiencia nacional. En
este sentido, precisamos la relevancia de estudios de esta naturaleza para la toma de
decisiones respecto a la creación y funcionamiento de instituciones con objetivos
similares en el contexto actual.
II.
El financiamiento de los procesos de crecimiento y desarrollo
Todo proceso de crecimiento económico requiere de inversiones para llevarse
adelante. Estas inversiones implican gastos en equipos y bienes de capital que solo
pueden realizarse si se dispone del capital financiero necesario; a su vez, deben existir
los mecanismos para que esos fondos se canalicen hacia quienes pueden realizar las
inversiones. Dicho en otras palabras, el crecimiento de la producción se produce
gracias a la formación de capital, su acumulación y su encauzamiento hacia las
unidades económicas que demandan fondos para sus inversiones. Por otra parte, las
inversiones que se realizan determinan el perfil de ese crecimiento y, en definitiva, las
posibilidades de que ese crecimiento conduzca a un proceso de desarrollo.
El análisis del financiamiento del crecimiento y el desarrollo abarca, por lo tanto,
distintas aristas. Por un lado, la generación de excedentes y la manera en que éstos
fluyen hacia otros sectores. Por otro lado, cómo esos excedentes son asignados luego
entre los distintos demandantes de fondos.
El primer punto es relevante para pensar en una estrategia de desarrollo y se vincula a
la generación de los excedentes y las formas de canalización de los mismos hacia el
sistema financiero. El segundo, implica establecer los mecanismos necesarios para
asignar dichos recursos a las actividades consideradas prioritarias desde el punto de
vista del desarrollo.
En definitiva, la relación entre los sectores que generan los excedentes y los sectores
que invierten se encuentra mediada por los mercados financieros a través del crédito.
El crédito surge a partir de la existencia de capital inmovilizado y permite ponerlo a
disposición de los procesos de producción y circulación. De esta manera, a partir de las
relaciones crediticias, el capital monetario se transforma en capital real, esto es,
capital que permite ampliar el volumen de producción y fortalecer las fuerzas
productivas. El crédito potencia, así, las posibilidades de crecimiento y desarrollo.
Cierto es que, para que el crédito pueda cumplir estas funciones deben existir formas
institucionales a través de las cuales el crédito pueda funcionar. En este sentido, la
estructura financiera resulta relevante en cualquier economía, ya que sus
características determinarán de qué manera se distribuirán los recursos entre los
distintos destinos posibles del crédito. Aunque la dinámica fundamental del desarrollo
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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económico descansa por fuera del sistema financiero, la manera en que el sistema está
estructurado puede fomentar o retrasar el desarrollo.
Por ejemplo, Cameron planteó la distinción entre tres casos: 1) cuando la estructura
financiera restringe y dificulta el desarrollo industrial y comercial; 2) cuando el sistema
financiero simplemente se acomoda a las necesidades de los tomadores de créditos; 3)
cuando las instituciones financieras promueven activamente nuevas oportunidades de
inversión o incentivan la toma de crédito y proveen otros servicios (Cameron et al,
1967).
En el mismo sentido, un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL), marcaba que una estructura financiera “neutra”, permite y promueve
la canalización de recursos hacia las actividades dominantes desde las condiciones de
rentabilidad y posibilidades de expansión pero sin alterar las características del patrón
de crecimiento. Por otro lado, un sistema financiero “desarrollista”, que cumple un
papel activo en la asignación de recursos, dirige los fondos hacia los fines considerados
prioritarios según el efecto que tienen en la aceleración del desarrollo económico y
social. Esto quiere decir que la estructura del sistema financiero y la manera que
desarrolla sus funciones, afecta, para bien o para mal, el progreso de la
industrialización y del desarrollo económico (CEPAL, 1974).
El financiamiento del desarrollo engloba, por tanto, el encauzamiento de los recursos
desde los sectores superavitarios hacia los deficitarios y la asignación de los
excedentes hacia aquellos sectores considerados prioritarios, no solo en función de
lograr un sendero de crecimiento, sino con el objetivo de alcanzar el desarrollo.
En todas las órbitas de ese proceso, el Estado tiene un rol que cumplir en la búsqueda
de inducir un proceso de desarrollo económico. A través del sistema tributario o de
regulaciones e incentivos puede canalizar los excedentes que se generan en la
economía hacia el sistema financiero. Luego, la intervención del Estado en el sistema
financiero, ya sea induciendo al sector privado a actuar en función de determinado
patrón de asignación de recursos, o a través de instituciones públicas, o mediante una
combinación de ambas. Es en este esquema que se insertan las potencialidades de
instituciones financieras estatales como los bancos de desarrollo.
III.
El origen de los Bancos de Desarrollo en América Latina: el problema del
financiamiento industrial y las limitaciones de las estructuras financieras
tradicionales
El problema del financiamiento industrial implica la generación de mecanismos e
instituciones para la movilización de capital hacia el desarrollo de las actividades
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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manufactureras. Tanto en Europa continental como en Estados Unidos, el proceso de
industrialización se realizó, en general, acompañado por el desarrollo de fuentes de
financiamiento no propias o impersonales, como bancos o mercados bursátiles (Haber,
1991).
Los llamados modelos agroexportadores, que determinaron la estructuración
económica de los países latinoamericanos antes de la Segunda Guerra Mundial,
generaron estructuras financieras acordes a las necesidades financieras del proceso.
Los recursos financieros, en esa etapa, estuvieron ligados, directa o indirectamente, a
las necesidades del comercio exterior. Existían fuentes de financiamiento para la
producción y comercialización de los productos de exportación, así como para los
negocios de importación. A su vez, las inversiones que se realizaban en infraestructura
beneficiaban también, en forma directa, a estas actividades.
La mayor parte de la ampliación de la capacidad productiva del sector agroexportador
se realizaba con recursos internos, generados por las utilidades provenientes del
comercio exterior, mientras que los sectores de mayores necesidades de capital, como
la minería, el transporte o la energía, se financiaron principalmente con capital
extranjero. Las inversiones directas y el financiamiento gubernamental a partir de la
colocación de títulos en mercados de capitales externos, dieron cuenta en gran medida
de dichas inversiones (CEPAL, 1974).
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, en la conformación del sistema bancario
en la región, confluían los intereses de exportadores e importadores, tanto de
economías latinoamericanas como de países europeos que se beneficiaban de ese
comercio, al igual que sectores locales que buscaban llevar adelante el negocio
bancario para obtener así una rentabilidad. En este contexto, en algunos casos, los
primeros bancos se crearon a partir de alianzas entre firmas mercantiles inglesas y
comerciantes-prestamistas locales que ya habían alcanzado cierto desarrollo
(Marichal, 1986).
En la última parte del siglo, comenzó a generarse, con la ampliación del sistema, una
red de instituciones bancarias especializadas destinadas al financiamiento de
actividades para las cuales la banca comercial, basada en depósitos a corto plazo,
imponía limitaciones (Bulmer Thomas, 1998). Este fue el caso de los primeros bancos
hipotecarios, agrícolas o mineros. También en este período fueron creados bancos
estatales, tanto nacionales como provinciales, al tiempo que se expandían
rápidamente las casas bancarias extranjeras, en ocasiones filiales de los grandes
bancos internacionales. En todos los casos, el crédito no benefició ni indujo ningún
tipo de diversificación productiva, ni aún favoreció la diversificación de las
exportaciones. Los préstamos se concentraron en las actividades ya existentes del
sector exportador, que recaían, en general, en pocos productos.
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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Las bolsas de valores tuvieron cierta importancia en algunos períodos de esta etapa,
aún mayor que durante la industrialización sustitutiva de importaciones3. Las
operaciones financieras que se desarrollaron en esos mercados estuvieron asociadas al
comercio exterior, a las deudas gubernamentales y a la especulación cambiaria.
Grandes movimientos especulativos bursátiles, que desembocaron en importantes
crisis financieras, estuvieron presentes en esta etapa. En este sentido, los mercados de
capitales no implicaron una alternativa generalizada para el financiamiento productivo.
La especulación inmobiliaria fue otro de los rasgos del período que, sumada a las
fluctuaciones cambiarias ante las vicisitudes del comercio exterior y a la ya
mencionada especulación en las bolsas, dieron lugar a sistemas financieros todavía
precarios e inestables (CEPAL, 1969). La excesiva dependencia de la afluencia del oro
del exterior, como pilar del orden monetario, generó en algunos casos la toma de
deuda externa y situaciones de crisis cambiarias, financieras y monetarias que
incluyeron importantes quebrantos en el sector bancario.
Los superávit generados a partir del comercio exterior se destinaban a financiar a otras
unidades del mismo sector, infraestructura básica e inversión urbana. Por lo tanto, las
actividades manufactureras, por lo general se autofinanciaron, aprovechando los
momentos en que el balance de pagos favorecía el desarrollo de la producción
nacional. Lo cierto es que no existieron en este período mecanismos e instituciones
para la movilización del capital necesario para el financiamiento de la industria a gran
escala.
La Primera Guerra Mundial alteró las condiciones del comercio mundial y el orden
monetario que había estado vigente hasta entonces. Al igual que en el resto del
mundo, durante la década del veinte, los países latinoamericanos buscaron estabilizar
sus monedas y tipos de cambio. La estabilidad fue apuntalada por reformas
financieras, la creación de instituciones bancarias y la sanción de regulaciones sobre el
sistema financiero.
La creación de bancos centrales en algunos países de la región fue resultado, en parte,
de este proceso4. Si bien se trataba de reformas financieras de corte ortodoxo, que se
3
En este campo, la historiografía económica latinoamericana no ha avanzado mucho y la literatura no es
abundante. Sin embargo, algunos interesantes trabajos merecen mencionarse. Para el nacimiento de los
mercados de capitales en Brasil y México ver Levy, 1977 y Marichal, 1999 respectivamente. Para una
comparación entre esos dos casos se puede ver Haber, 1999.
4
En Díaz Fuentes y Marichal, 2001 pueden verse las razones políticas y de coyuntura que han conducido
a la creación de bancos centrales latinoamericanos en la década del veinte. Los bancos centrales de
México y Chile fueron creados el mismo año, en 1925. En Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, también se
crearon bancos centrales en la década del veinte. El Banco Central argentino se fundó una década más
tarde, en 1935. La experiencia de Brasil difiere en este aspecto de los otros tres casos: el Banco Central
se creó recién en 1964, aunque desde 1945 las funciones de banca central las realizaba la
Superintendencia de Moneda y Crédito.
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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sumaban a la inhibición de las políticas monetaria y fiscal para actuar
contracíclicamente, comenzaron a funcionar en esos años algunas instituciones
diseñadas para apoyar financieramente a sectores específicos. Este proceso de cambio
y de surgimiento de nuevas instituciones, se acentuó en la década del treinta.
Como es sabido, en el período que se extiende desde la Gran Depresión hasta la
Segunda Guerra Mundial, la alteración en el comercio internacional y el cambio en la
estructura de precios relativos incrementaron la rentabilidad de las actividades
industriales, protegidas de la competencia externa.
El sistema bancario existente en estos países estaba, sin embargo, estructurado en
torno a los negocios de importación y exportación. Los bancos comerciales solo
prestaban a la industria a corto plazo, en general, a partir del descuento de letras. La
necesidad de realizar inversiones a largo plazo por parte de la industria generaba un
nivel de riesgo que el sector bancario (sin instituciones específicas que pudieran
atender esos requerimientos) no estaba dispuesto a correr. Dadas las estructuras
financieras tradicionales, no se encontraban fondos para invertirse en proyectos de
inversión viables fuera del comercio y la agricultura. Los mercados financieros se
presentaban, de esta manera, como incompletos, incapaces de brindar financiamiento
a los proyectos necesarios desde el punto de vista del desarrollo industrial. Las nuevas
condiciones reclamaban un cambio en la estructura financiera, en la que el sector
industrial, que adquiría cada vez más dinamismo, pudiera acceder al financiamiento.
Así, la creación de mecanismos e instituciones para la movilización del capital
necesario para el financiamiento a largo plazo de la industria a gran escala se erigía
como un problema ante el escaso desarrollo de los mercados de capitales, por un lado,
y la ausencia de entidades bancarias con el tamaño y el expertise necesario para llevar
adelante dicha tarea, por el otro.
En la década del treinta esta cuestión podía percibirse, aunque la política industrial no
era, todavía, el eje central de la estrategia económica de los gobiernos de la región.
Aún así, la estructura financiera comenzó, efectivamente a modificarse. Producto de
las convulsiones en la economía mundial, se produjo la interrupción en la entrada de
capitales, al tiempo que las políticas gubernamentales buscaron impedir la fuga de los
mismos. Las filiales de empresas extranjeras que se habían instalado en el sector de
bienes de consumo, se vieron obligadas, en muchos casos, a participar en la
acumulación interna de capital, a partir de impuestos y la reinversión de utilidades.
En este contexto, se fueron creando instituciones y herramientas para la regulación
monetaria y del crédito, y de la economía en general. Se trataba de formas de
intervención que no existían durante los esquemas agroexportadores y que se fueron
desarrollando en algunos países en la década del veinte y más extendidamente en la
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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década del treinta. En los años posteriores a la Gran Depresión, comenzó a
vislumbrarse el surgimiento de un sistema bancario bajo la órbita del sector público,
que incluía el establecimiento de entidades financieras para atender las necesidades
de financiamiento a largo plazo de sectores específicos, como la agricultura, la
industria o la construcción.
A pesar de estos esfuerzos, el autofinanciamiento siguió siendo la principal fuente de
las inversiones del sector industrial y en la década del cuarenta, el proceso de
industrialización tenía grandes necesidades financieras que debían atenderse
principalmente con recursos internos. Ante tales circunstancias, diversos interrogantes
se abrían en cuanto a las posibilidades de seguir avanzando en el proceso de
industrialización a partir de la estructura financiera preexistente. El problema central
que se planteaba era la necesidad de llevar adelante grandes proyectos de
infraestructura y ciertas inversiones prioritarias para el desarrollo en sectores básicos,
en ausencia de fondos y mecanismos disponibles para el financiamiento a largo plazo y
la carencia del capital humano y empresario para emprender dichos proyectos (CEPAL,
1974). Además, el aparato productivo industrial requería de una modernización y
ampliación de la escala, para lo cual era necesaria una importante capitalización. En
este contexto, tanto la estructura productiva como la capacidad de financiamiento
interno imponían un límite para el desarrollo de la industria.
Esa limitación era notoria ante una estructura bancaria basada en entidades
comerciales y mercados de capitales con escasa profundidad. Aún en el caso argentino,
que en la década del cuarenta, el mercado bursátil tuvo cierto dinamismo, este se
estancó y tuvo escaso protagonismo a partir de la década del cincuenta. En ausencia
de un mercado con esas características es que cobraba especial importancia la política
oficial y la búsqueda de avanzar en desarrollos institucionales que pudieran satisfacer
las necesidades financieras de la industria (Basch y Kybal, 1969 y CEPAL, 1969).
IV.
Aspectos generales de la trayectoria de los Bancos de Desarrollo en América
latina
Los primeros bancos de desarrollo surgieron en la región en la década del treinta,
aunque su rol de fomento industrial sería definido más adelante (López y Rougier,
2011). Este fue el caso de México, donde la fundación de Nacional Financiera
(NAFINSA) se produjo en 1934, pero fue en 1941 cuando inició una verdadera tarea de
financiamiento en el marco del proceso de industrialización. En Perú, el Banco
Industrial se creó en 1936 pero sus operaciones fueron muy reducidas hasta 1957 por
falta de fondos. Otro caso de creación temprana de este tipo de instituciones se dio en
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Chile, donde en 1939 quedó constituida la Corporación de Fomento a la Producción
(CORFO).
Fue a partir de la década de 1940 que el sector público comenzó a jugar un rol activo
promoviendo los procesos de industrialización y avanzó en una búsqueda más decidida
para generar mecanismos para el financiamiento a largo plazo. En esa década la
intermediación financiera pública orientada al desarrollo, cobró vigor a partir de la
creación de nuevas instituciones (como en los casos de Argentina, Colombia y
Venezuela) o de la redefinición de las funciones de entidades ya existentes, como fue
el caso de México. En todos los casos, estas entidades quedaron constituidas como
bancos de fomento industrial o de desarrollo. Sus funciones debían ser más amplias y
más comprometidas con el desarrollo económico que las de los bancos comerciales,
tanto en la orientación y promoción de inversiones públicas y privadas, como en la
canalización del financiamiento interno y externo para nuevas actividades. De esta
manera, la fundación de estas entidades estuvo asociada a la búsqueda de estructurar
sistemas financieros con rasgos “desarrollistas”, con instituciones financieras capaces
de satisfacer las necesidades de la industria.
Durante la segunda posguerra, este tipo de instituciones resultaron fundamentales en
muchos países, ya que le brindaron al Estado herramientas para suplir deficiencias de
los mercados de capitales privados en el financiamiento de proyectos que eran
cruciales para el desarrollo pero que no necesariamente resultaban rentables en el
corto o aún mediando plazo. A su vez, muchas de estas instituciones resultaron
importantes para el financiamiento de obras de infraestructura, energía,
comunicaciones, etc. que permitieron elevar la productividad de la economía en el
mediano y largo plazo.
Ya en la década del cincuenta, se extendió el rol de estas instituciones, no solo por el
mayor protagonismo que fueron adquiriendo las existentes, sino por el surgimiento de
nuevos e importantes bancos de desarrollo. Es el caso de Brasil, cuyo banco de
desarrollo fue creado en forma posterior a las experiencias antes mencionadas,
aunque los requerimientos que debía cubrir eran similares. A principios de la década
del cincuenta, resultaban evidentes las necesidades por las que atravesaba la
economía brasileña en materia de infraestructura, sobre todo en el área energética y
de transporte (Vianna, 1987).
La forma de actuación de estas instituciones fue, en general, a través de créditos a
mediano y largo plazo destinados al sector industrial, la agricultura y obras de
infraestructura, y la participación directa en el capital de diversas empresas. También,
en algunos casos, podían otorgar créditos a corto plazo a sus deudores de largo plazo.
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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Con el avance de la industrialización sustitutiva de importaciones, las necesidades
financieras aumentaron sustancialmente. La ISI en su etapa difícil implicaba el
desarrollo de ramas con una mayor densidad de capital. A su vez, los sectores
exportadores no siempre estaban en condiciones de generar las divisas suficientes
para las importaciones necesarias, expresándose esta situación en recurrentes crisis de
balance de pagos. La entrada de capital extranjero fue uno de los resultados de dicho
proceso y los bancos de desarrollo se erigieron, en muchos casos, como mecanismos
para la canalización de esos recursos hacia los sectores industriales (CEPAL, 1969).
En algunos países de la región, estas instituciones desempeñaron un papel empresario
activo, en el desarrollo de actividades que eran consideradas clave, pero para las que
no se encontraban las fuerzas privadas necesarias para llevarlas adelante. En este
sentido, algunos bancos de desarrollo actuaron como “empresarios de último
recurso”. De esta forma, a través de estas instituciones, los Estados actuaron, en
términos de Alexander Gerschenkron, sustituyendo factores ausentes y considerados
necesarios para el desarrollo.
El grado de importancia de estas instituciones fue variable en cada país, pero en los
casos su creación respondió a la necesidad de generar mecanismos de financiamiento
para las actividades industriales. Ante estructuras financieras que no se adecuaban por
sí solas a las necesidades del proceso de desarrollo, la intervención del Estado en la
intermediación financiera se presentaba como necesaria y los bancos de desarrollo
fueron una expresión de esa necesidad.
A partir de la década del 1980, la crisis de la deuda en la región implicó la interrupción
de los procesos de industrialización, en la transición hacia la aplicación de las políticas
neoliberales en la década de los años noventa. El nuevo contexto generó fuertes
críticas a la intervención del Estado en la economía y, más aún, a la propiedad estatal
de empresas y bancos. Así, los bancos de desarrollo debieron redefinir sus funciones
perdiendo gran parte del peso que habían tenido durante la ISI.
V.
Un análisis comparativo de las experiencias más importantes
1. Orígenes
La experiencia mexicana con banca de desarrollo fue una de las más importante de la
región durante la industrialización vía sustitución de importaciones, a partir de la
creación de Nacional Financiera en 1934 (López, 2011). Como una respuesta a la falta
de financiamiento para ciertas actividades y plazos, durante el gobierno de Cárdenas
(1934-1940) el Estado mexicano buscó promover mercados financieros privados,
sujetar la asignación del crédito al control estatal y desarrollar instituciones financieras
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públicas5. NAFIN fue creada para llevar adelante la tarea de liquidación directa o el
fraccionamiento y colonización de los activos inmuebles que, como consecuencia de la
revolución y de la Gran Depresión, habían quedado en manos de diversas instituciones
bancarias, afectando su liquidez.
En correspondencia con la importancia que adquirió la industria en la estrategia
económica, luego de los primeros años en los que su labor fue poco significativa y no
estuvo completamente definida, Nacional Financiera sufrió una transformación
significativa en los inicios de la década del cuarenta. El nuevo contexto, reclamaba que
NAFINSA se dedicara a promover la inversión de capital en la organización,
transformación y fusión de empresas (NAFINSA, 1994). Desde entonces, y hasta el final
del período de industrialización vía sustitución de importaciones, su importancia en la
economía mexicana fue creciente.
En Chile, el gobierno que llegó al poder en 1938 asumió con un discurso planificador y
con la idea de crear una agencia crediticia y promotora del desarrollo industrial que
pudiera contribuir a impulsar un proceso de sustitución de importaciones (Durán y
Fermandois, 2011). A su vez, fue un hecho inesperado el que terminó de darle forma
al proyecto. Luego, del terremoto de Chillán, del 24 de enero de 1939, comenzó a
debatirse la necesidad de crear una nueva institución para movilizar los fondos
necesarios para la reconstrucción y que pudiera impulsar también la transformación
productiva que la economía requería. Así, el proyecto de creación de la Corporación de
Fomento y Reconstrucción, después Corporación de Fomento de la Producción, se
concretó en mayo de 1939.
A esta nueva institución se le asignó la difícil tarea de formular un plan general de
fomento de la producción. Sin embargo, ante la falta de estadísticas necesarias para
llevar adelante esta labor, las actividades de CORFO en sus primeros años fueron
principalmente de índole explorativa y se concentraron en la investigación, estudio de
proyectos y establecimiento de cuentas nacionales. Una vez creadas las comisiones
permanentes que se harían cargo de las distintas áreas de la economía, la CORFO
procedió a elaborar e implementar planes sectoriales de acción inmediata para la
minería, la producción de energía y combustibles, la agricultura, la industria, el
transporte y las comunicaciones.
Contemporánea a estas experiencias, el Instituto de Fomento Industrial (IFI) de
Colombia fue creado en 1940 con el objetivo de financiar nuevas industrias, o la
ampliación de existentes, principalmente en industria básica y en la transformación de
materias primas locales. El IFI fue por muchos años el único organismo oficial con la
5
En esos años se volvió más activa la actuación del Banco Nacional de Crédito Agrícola, que había sido
fundado en 1926 y, a partir de 1935, su actividad fue complementada con la del Banco Nacional de
Crédito Ejidal. En 1937, el Banco Nacional de Comercio Exterior.
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tarea de fomentar el desarrollo industrial en Colombia, que actuó hasta la década del
sesenta como un verdadero banco de desarrollo, aunque con su actividades bien
delimitadas. Según se estipuló en su Ley Orgánica, debía complementar al sector
privado, allí donde este no había logrado desarrollarse, y estaba en la obligación de
vender al sector privado, a la primera oportunidad posible, las acciones que tenía en
las empresas que respaldaba (Brando, 2011).
En Argentina, hasta los años cuarenta la industria careció de un régimen de
financiamiento bancario sobre la base de una entidad especializada y estructurada
sobe bases técnicas y crediticias acordes con la especificidad de la demanda del sector
industrial. La ausencia de financiamiento manufacturero, considerado especialmente
escaso para las pequeñas y medianas empresas, se agravó por las particulares
condiciones generadas durante la Segunda Guerra Mundial. Varios intentos legislativos
que utilizaban los redescuentos otorgados por el Banco Central a los bancos privados o
directamente creaban una “sección de crédito industrial” en distintas entidades
oficiales no llegaron a concretarse. Incluso el gobierno militar decretó la instauración
de un “Sistema de crédito industrial” en agosto de 1943 que no fue aplicado. Se temía
que la participación de la banca privada en el sistema entorpeciera la canalización de
los recursos hacia las actividades que se proponía promocionar (en su mayor parte
ligadas a la “defensa nacional”).
En opinión de los actores de la época, la creación de una entidad especializada de
crédito industrial de largo plazo podría impulsar a aquellas ramas industriales que más
interesaban a la economía nacional, a las economías regionales y a las ramas básicas
proveedoras de insumos para otros sectores de la industria. El Banco de Crédito
Industrial Argentino, más tarde Banco Industrial de la República Argentina (BIRA)
organizado en 1944 tenía presente esos objetivos (Rougier, 2001).
La experiencia de Brasil en materia de banca de desarrollo comenzó tardíamente en
términos comparativos. El Banco de Desenvolvimiento Económico quedó constituido
en 1952.6 En 1951 comenzó a funcionar la Comisión Mixta de Brasil-Estados Unidos
(CMBEU) que tenía por objetivo evaluar las condiciones y posibilidades de crecimiento
de la economía. La conformación de esta Comisión se debía a la intención del gobierno
de Estados Unidos de financiar un programa de desarrollo en Brasil, a través del Export
Import Bank (EXIMBANK) y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento
6
En portugués, Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico. En 1982 se le dio al banco un rol en el
financiamiento de programas sociales que hasta entonces no había tenido. A partir de esas nuevas
funciones la institución pasó a llamarse Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social
(BNDES).
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(BIRF), para lo cual se debían identificar los puntos estratégicos que serían objeto de
los préstamos7.
En 1951, el nuevo ministro de finanzas Horacio Lafer, anunció el Programa Nacional de
Re-equipamiento Económico (llamado luego Plan Lafer, para llevar adelante los
proyectos que resultarían de la CMBEU y establecer las fuentes de financiamiento
interno necesarias para complementar los recursos externos. Este Programa tenía los
siguientes objetivos: el re-equipamiento de puertos y ferrovías; el aumento de la
capacidad de almacenamiento de ganado, así como de frigoríficos y mataderos; la
elevación del potencial de la energía eléctrica; el desarrollo de industrias básicas y de
agricultura.
En relación al problema que planteaba la gestión de los recursos, se creó el Fondo de
Re-equipamiento Económico y se estipuló la creación de una nueva institución: el
Banco Nacional de Desarrollo Económico (BNDE). El BNDE debía, a su vez, administrar
los créditos obtenidos del exterior, así como contratar, como agente del gobierno,
nuevos empréstitos externos destinados a la ejecución de ese Programa de fomento.
También, el Banco recibió el mandato legal para otorgar garantías para empréstitos
contratados en el exterior para fines de re-equipamiento. Bajo estas premisas, entró
en funcionamiento el BNDE en 1952. Así, en el centro de la escena estaba la necesidad
de proveer financiamiento a largo plazo en una economía en pleno proceso de
industrialización.
En definitiva, entre mediados de la década del treinta y mediados de la década del
cincuenta, se produjo el surgimiento de gran parte de los bancos de desarrollo en la
región. En estos países latinoamericanos, este suceso respondió a la necesidad común
de llenar el vacío existente en el financiamiento a largo plazo. Así, la estrategia de
industrialización, dentro de una identificación del proceso de desarrollo con la
industrialización, llevó a los estados a la creación de bancos de desarrollo que tuvieron
por objetivo el apoyo a la industria en cada país.
2. Los recursos y el destino de su financiamiento
Las fuentes de recursos de estas instituciones fueron variadas, pero pueden clasificarse
en tres tipos: las intra-sector público (es decir, alguna modalidad de transferencia de la
administración pública), las provenientes del sector privado (a través, por ejemplo, de
la colocación de títulos propios) y las del exterior (típicamente, créditos de
instituciones financieras internacionales). En general, pueden reconocerse diferentes
7
En septiembre de 1951 el gobierno de Brasil firmó con el BIRF y el Eximbank un acuerdo de
cooperación financiera. La CMBEU era la pieza clave del acuerdo, ya que debía detectar las prioridades
para un programa de generación de infraestructura, elaborando los proyectos específicos a nivel de los
sectores y sus respectivos detalles técnicos (Vianna, 1987).
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combinaciones de este tipo de fuentes en los bancos nacionales de desarrollo de la
región, con distinto peso de una u otra fuente, y con cambios a través del período
analizado.
En el caso de México, por ejemplo, Nacional Financiera logró, desde la década del
cuarenta, un gran aumento de su capital, empujado por su buena rentabilidad y la
capitalización de dividendos. A su vez, llegaron a ser característicos del mercado
interno financiero mexicano, los títulos emitidos por la institución. Se trataba de
instrumentos que requirieron inicialmente de cierta ingeniera financiera para hacerlos
atractivos al público y, al mismo tiempo, le permitieran a la institución financiarse a
bajo costo.
Así, en el caso de los Títulos Financieros, los primeros títulos de deuda emitidos por
Nacional Financiera en 1940, el banco estaba obligado a recomprar los títulos a la par,
en caso que existiera un exceso de oferta de los mismos, garantizando una liquidez
absoluta. En 1941, se emitieron, a su vez, los Certificados de Participación, que tenían
respaldo en paquetes de acciones y bonos designados para cada emisión.
Por su parte, los créditos del exterior como fuente de recursos de la institución,
aumentaron su participación entre finales de la década del cincuenta y el primer
quinquenio de la década del sesenta. El Estado mexicano acudió desde el inicio de la
2GM al Expor-Import Bank (Eximbank) y, más tarde, al Banco Interamericano de
Reconstrucción y Fomento (BIRF) y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Gran
parte de estos fondos, se canalizaban a través de Nacional Financiera y tenían el
destino preestablecido y, en muchos casos, el objetivo era financiar obras o empresas
ligadas a la infraestructura económica.
Este proceso era coincidente con el aumento del peso que comenzaba a adquirir el
capital extranjero en el financiamiento de los procesos de industrialización de la
región. Sin embargo, hacia el final de la década del sesenta, el endeudamiento externo
generaba una creciente dependencia y se convertía en una modalidad peligrosa de
financiamiento. Esto se expresó claramente en la economía mexicana y, también, en
Nacional Financiera.
Hacia el final de la década del sesenta, los fondos provenientes del exterior explicaban
más de un 40% de los recursos de NAFINSA. Como contrapartida, hacia mediados de la
década del setenta, fueron perdiendo dinamismo las fuentes propias de recursos. La
institución siguió captando importantes recursos de agencias y bancos internacionales
y su deuda externa creció entre 1979 y 1981 en un 25% y entre ese año y 1983 en un
49%, a partir, principalmente de créditos directos a largo plazo.
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A diferencia de Nacional Financiera, el BNDE quedó establecido como una sociedad
autárquica o semi-autónoma, que dependía del Ministerio de Finanzas y del Gobierno
de la República. De esta manera, la institución no contó con una política inicial de
generación de fuentes propias de recursos. Con su creación, se estipuló que el Banco
debía recibir los fondos, provenientes del Tesoro Nacional, de la recaudación de un
adicional del 15 sobre el impuesto a la renta, que se pagaría por cinco años, desde
1952. Se trataba de préstamos compulsivos de origen fiscal. Además, debía recibir y
canalizar los recursos externos que se habían estipulados en el CMBEU.
Sin embargo, la escasez de recursos predominó en la primera etapa de la institución.
En cuanto a la ayuda externa que se esperaba recibir, ni el Eximbank ni el Banco
Mundial continuaron proveyendo los fondos originalmente prometidos. Así, el
adicional del impuesto a la renta fue la principal fuente de recursos en los primeros
cuatro años de vida del Banco. Las aplicaciones de estos fondos quedaban a criterio
exclusivo de los órganos deliberativos del Banco, dentro de las finalidades y límites
establecidos en su legislación orgánica (Araujo et al, 2011).
Desde 1956 adquirieron un gran peso los recursos vinculados. Se trataba de fondos
que provenían de recaudaciones de tasas e impuestos federales destinados a financiar
programas sectoriales específicos, cuya administración fue entregada al BNDE8.
También aumentó la participación de los recursos propios del Banco.
En 1974 se incluyeron a las fuentes de fondos del Banco, los recursos del Programa de
Integración Social y Programa de Formación de Patrimonio del Servidor Público
(PIS/PASEP), que se constituyeron en la principal fuente de recursos del Banco durante
la aplicación del II Plan Nacional de Desarrollo (1974-1980)9. Asimismo, en ese período,
se registró un gran aumento de los recursos provenientes del exterior. Estos, si bien
representaban una parte menor de los recursos del Banco, se incrementaron en más
de 500% con relación al período 1968/1973, y pasaron a dar cuenta de un 12% de los
fondos de la institución, entre 1974 y 1979.
Respecto de la CORFO en Chile, puede señalarse que, desde su conformación, obtenía
sus recursos de fuentes tributarias y de créditos provenientes del exterior. Las fuentes
tributarias provenían esencialmente de la explotación extranjera del cobre, que, con la
8
Esos recursos ingresaban al banco para su administración y asignación, pero los destinos ya estaban
vinculados a determinadas actividades, sectores o programas. La autonomía del BNDE con respecto a
esos recursos varió mucho con los años. En algunos casos la decisión sobre los mismos correspondía a
otras instancias de gobierno. En otros, los recursos estaban vinculados a sectores o programas, pero le
correspondía al BNDE definir los beneficiarios de los empréstitos.
9
Se trataba de programas que habían sido creados en 1970 y que eran administrados por la Caja
Económica Federal y el Banco de Brasil respectivamente. Desde 1974 el BNDE pasó a ser agente para la
aplicación de esas contribuciones, comprometido a elaborar programas especiales de inversión y
procesar la aplicación de los recursos, de acuerdo a la directrices aprobadas por el presidente de la
república (Prochnik, 1995).
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legislación de la CORFO, sufrieron una mayor presión impositiva (Durán y Fermandois,
2011). Esta significó un alza de un 10% del impuesto a los ingresos y, desde 1942, una
nueva reforma llevaría la tributación a alrededor de un 50% de las rentas.
En Argentina, inicialmente el Banco de Crédito Industrial se financió con un aporte del
Banco Nación y con la captación de depósitos. Pero estas fuentes de recursos
resultaron pronto muy limitadas. Más tarde, durante la experiencia peronista, entre
1946 y 1955, el Banco quedó incluido dentro del llamado “Sistema del Banco Central”
por lo que esta institución le giraba redescuentos de manera discrecional (Rougier,
2001). A partir de 1955 la entidad se financió con fondos provistos por el Banco Central
y con una cada vez mayor participación de préstamos de organismos financieros
internacionales (Eximbank y BID, fundamentalmente) que llegaron a representar la
mitad del pasivo de la institución hacia 1960. A estas fuentes de financiamiento se
sumó en los años siguientes la recuperación de los recursos propios, que brindaron
mayores posibilidades de ampliar la acción crediticia.
Con su transformación en Banco Nacional de Desarrollo (BND) hacia 1970 se previó
que la entidad dependiera cada vez menos de los fondos provistos por el Banco
Central y de los recuperos de préstamos. Dos nuevos mecanismos fueron creados para
obtener recursos: el sistema de depósitos a plazo fijo y el Fondo de Ahorro para la
Participación en el Desarrollo Nacional. Éste último era un ahorro forzoso constituido
por el aporte de asalariados, de tomadores de créditos y de los bancos de acuerdo con
el volumen de sus operaciones; estaba destinado a financiar exclusivamente
inversiones en grandes obras de infraestructura.
Finalmente, a partir de 1976, el BND fue impulsado a financiarse a través de créditos
externos de largo plazo y a actuar como “agente” del Tesoro Nacional por cuenta y
orden del Estado para suscribir compromisos fuera de su cartera ordinaria y facilitar las
negociaciones financieras internacionales de gran magnitud destinadas a empresas y
organismos oficiales. Los fondos captados en el exterior que sólo representaban
valores inferiores al 25% de los totales durante la primera mitad de la década de 1970
pasaron a constituir más del 50% entre 1976 y 1980, contribuyendo de ese modo a la
acumulación de la enorme deuda externa que registró el país en ese período (Rougier,
2004).
En cuanto al destino de los fondos de los bancos de desarrollo, los sectores de la
economía que fueron apoyados fueron variados, y, si bien se pueden encontrar
diferencias, fueron las áreas de infraestructura y de insumos básicos los principales
beneficiados. Se trataba de proyectos que requerían una gran masa de recursos y que
poseían largos plazos de maduración, por lo que no resultaban atractivos para el sector
privado. Dada la relevancia que dichas obras adquirían para la estrategia de desarrollo,
el Estado buscó ocupar ese espacio, a través de entidades públicas o mixtas. Así, el
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destino de los fondos de los bancos de desarrollo refleja el compromiso de los mismos
con el desarrollo económico.
Su destacada labor en la generación de industria básica e infraestructura necesaria
para el desarrollo industrial de Chile, se devela en la importancia de la CORFO en la
creación y administración de empresas como la Empresa Nacional de Electricidad
(ENDESA), la Cía. de Acero del Pacífico (CAP) y la Empresa Nacional de Petróleo (ENAP).
Estas empresas, creadas en las décadas del cuarenta y del cincuenta, constituyeron la
más concreta encarnación del “Estado empresario” chileno, que se desarrolló hasta
1970. La intervención directa del Estado bajo esta modalidad, se llevó adelante en
sectores estratégicos, como la energía eléctrica, la industria básica y la producción de
combustibles y otros bienes intermedios. En todos los casos se trataba de actividades
susceptibles de contribuir a la integración vertical de la industria local. Así, el Estado, a
través de la CORFO, llegó a controlar una porción importante de las inversiones del
país en maquinarias y equipos, más de un 30% en algunos períodos, y más de una
cuarta parte de las inversiones públicas (Durán y Fermandois, 2011).
En México, Nacional Financiera destinó, a lo largo del período de estudio, la mayor
parte de sus recursos al desarrollo de infraestructura. Entre 1940 y 1952, las industrias
básicas recibieron también un apoyo importante, cuando la institución llevó adelante
grandes proyectos productivos en conjunto con el sector privado, pero en los cuales
este último no contaba ni con los conocimientos, ni con el capital necesarios para
efectivizarlos. Desde la década del cincuenta, durante el período conocido como el
“desarrollo estabilizador” (1954-1970), la participación del sector de industrias básicas
se redujo y en la década siguiente las áreas de infraestructura ganaron peso en el
financiamiento total de la institución.
El destino de los fondos de la institución a lo largo de la década del sesenta, dominada
por los preceptos estabilizadores de la política económica, evidencia algunas de las
características del proceso de industrialización mexicano y de la estrategia de
desarrollo. La dispersión del financiamiento al sector industrial, revela la ausencia de
una política sectorial y selectiva en la estrategia de industrialización. La escasa
participación de los rubros de insumos básicos, implica que esas industrias, claves en la
etapa por la que transitaba el proceso de industrialización sustitutiva de
importaciones, no eran prioritarias en la estrategia seguida. En ese período, el
aumento de la participación del sector infraestructura en el financiamiento canalizado
por NAFINSA, debe entenderse como parte del proceso de endeudamiento externo, ya
que los créditos internacionales tenían como destino principalmente empresas ligadas
a estos sectores.
En la década del setenta, la composición del financiamiento canalizado por la
institución se modificó, expresando un mayor apoyo a la industria. El sector
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infraestructura pasó de recibir más del 60% de los recursos de la institución, en el
período 1970-76, a obetener el 20% en 1982. El sector de industria básica, por su
parte, en el mismo lapso, pasó de ser destinatario de menos del 20% de los fondos de
NAFINSA, a recibir más del 40%. Al respecto puede verse el gráfico a continuación.
Gráfico 1: NAFINSA: distribución de su financiamiento
100%
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
1952 1954 1956 1958 1960 1962 1964 1966 1968 1970 1972 1974 1976 1978 1980
Infraestructura
Industria Básica
Otras Industrias
Otras Actividades
Fuente: Elaboración propia en base a NACIONAL FINANCIERA, Informes Anuales, varios años
Inicialmente, el BNDE dirigió su financiamiento al desarrollo de proyectos de
infraestructura de transporte, área que, en los primeros cinco años de vida de la
institución, acaparó más del 65% de los recursos canalizados por el Banco. Los sectores
de energía eléctrica y de industria básica, recibieron también importantes fondos del
BNDE.
En la segunda mitad de la década del cincuenta, durante la aplicación del Plan de
Metas (1956-1961), las ramas de insumos básicos fueron las más beneficiadas,
lideradas por el sector siderúrgico, el metalúrgico y el de productos químicos y
fertilizantes. En esos años, el BNDE llevó adelante una política de crédito selectivo,
promoviendo y desarrollando sectores específicos de la industria. Así, en la primera
década de vida de la institución, predominó el apoyo a los grandes proyectos de
infraestructura y de la industria siderúrgica. Sin embargo, promediando la década del
sesenta, según la visión de los técnicos del Banco, no se presentaba como una
necesidad iniciar grandes proyectos en esas áreas, dada la elevada capacidad ociosa
existente (BNDES, 2002a). El objetivo era expandir el financiamiento a otros sectores
de la industria de transformación. Así, los sectores antes beneficiados vieron reducida
su importancia, y diversas actividades se agregaron a las apoyadas por la institución.
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A partir de 1974, las actividades del BNDE pasaron a estar orientadas en función de los
objetivos y lineamientos del II Plan Nacional de Desarrollo (II PND) (Araujo et al, 2011).
El objetivo general de este esquema, era mejorar la balanza de pagos, profundizando
la sustitución de importaciones y estimulando la competitividad de la industria. Los
sectores productivos prioritarios, eran los de bienes intermedios y de capital, para
aliviar la presión de las importaciones sobre la balanza comercial10. En este contexto, el
BNDE fue escogido como el instrumento básico para coordinar y financiar las acciones
del sector público. Entre los sectores que más crecieron como receptores de recursos
del BNDE, se destacan los sectores de insumos básicos y bienes de capital la industria.
Además, el sector infraestructura registró un aumento importante en su participación,
a partir del crecimiento del área de energía eléctrica.
Gráfico 2: BNDE: distribución de su financiamiento
100%
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
1952 1954 1956 1958 1960 1962 1964 1966 1968 1970 1972 1974 1976 1978 1980
Infraestructura
Industria Básica
Otras Industrias
Otras Actividades
Fuente: Elaboración propia en base a BNDE, Exposição sobre o Programa de Reaparelhamento
Econômico, varios años; y CURRALERO, 1998
El caso argentino, presenta diferencias marcadas con las experiencias de México y
Brasil, además de existir algunos problemas derivados de la forma de presentación de
la información en los documentos oficiales. En primer lugar, una parte importante del
financiamiento de la institución no se destinaba a la industria ni a obras de
infraestructura; particularmente en su primer decenio de funcionamiento, acapararon
buena parte de los fondos otro tipo de actividades, como los créditos a instituciones
comerciales gubernamentales y diversas empresas públicas. A su vez, dentro del sector
10
Los insumos para la industria de fertilizantes (productos químicos) y otros bienes intermedios como
papel y la celulosa, y equipamiento pesado para la industria siderúrgica, eran productos que, en su
mayoría, se importaban, presionando sobre la balanza de pagos.
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industrial, fueron las ramas livianas las beneficiadas principalmente, como se observa
en el cuadro 1.
Cuadro 1: Argentina: Préstamos acordados por el BIRA/BND, según ramas
industriales
Por períodos, en porcentaje
Actividad / Rama
1944/49 1950/55 1956/58 1959/61 1962/63 1964/66 1967/69 1970/72 1973/75 1976/80
Alimentos y bebidas
12
14
16
15
14
14
18
13
10
11
Textil
12
20
21
19
21
19
10
11
6
6
Papel
2
1
3
3
4
3
5
7
4
11
Químicos
9
6
8
7
6
4
4
6
4
18
Metales
8
9
14
11
14
16
18
11
10
10
Maquinaria
7
15
16
13
12
17
15
13
8
6
Construcción
9
6
6
10
10
11
13
17
16
8
Otros
41
29
16
22
19
17
17
22
42
30
Fuente: Elaboración propia sobre la base de BCIA/BIRA/BND, Memoria y Balance, (Buenos Aires, 194480).
A este comportamiento debe adosarse el hecho de que el Banco Industrial,
contrariamente a las intenciones con que fue creado y proclamadas en sus estatutos,
adquirió prontamente un perfil “comercial” aún cuando la cartera fuese industrial,
donde predominaron los créditos de corto plazo para financiar operaciones ordinarias
como la compra de materias primas o el pago de sueldos (Rougier, 2011).
Si bien en los años cincuenta el acceso a recursos del exterior le permiteron realizar
apoyos importantes al sector industrial, financiando la incorporación de bienes de
capital, fue en la segunda mitad de la década siguiente que la institución adquirió un
perfil más proclive a impulsar y promover grandes emprendimientos industriales. En
efecto, entre 1955 y 1966, el BIRA intentó reorientar sus actividades, para avanzar en
la promoción industrial y en el compromiso con el financiamiento a largo plazo, más
acorde a los objetivos de desarrollo. Sin embargo, en la práctica, estos nuevos
lineamiento no se expresaron con contundencia; sin dudas, la inestabilidad política
existente en el país se reflejó en las continuas redefiniciones en cuanto a la orientación
de la institución.
Un mejor desempeño tuvo el Banco a partir de 1967, en momentos en que la
estabilización económica y las pautas relativamente claras de política económica
permitían una asignación más eficiente de los recursos y cierta independencia
financiera derivada de la recuperación efectiva de los préstamos. La reorganización
administrativa y la ampliación de los objetivos del denominado Banco Nacional de
Desarrollo en los primeros años de la década del setenta le imprimieron mayores
desafíos a la entidad. No obstante, su política crediticia quedó atrapada rápidamente
por la modificación de la coyuntura económica, a su vez condicionada en gran medida
por la crisis política y social del tercer gobierno peronista y buena parte de sus
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operaciones se canalizó hacia las empresas públicas de servicios y a la construcción
(Rougier, 2004).
Aún así, el BIRA/BND cumplió un rol significativo y preponderante para el sector
industrial argentino hasta 1976, al punto de constituirse en el agente financiero del
sistema de promoción, interviniendo activamente en la selección y evaluación de
muchos de los grandes proyectos industriales. A partir de esa fecha, su papel fue
redefinido en función de las posibilidades de captación de recursos del exterior para
luego de la crisis de la deuda, a comienzos de los años ochenta, desaparecer
prácticamente como institución de apoyo al sector manufacturero.
En términos generales, puede sostenerse que tanto NAFINSA como el BNDE apoyaron
prioritariamente a la industria básica y a la generación de infraestructura. Lo mismo se
observa en el caso de la CORFO. Dentro de esta lógica, la diferencia fundamental con
relación a la orientación sectorial de los recursos parece haber sido una mayor
especialización en el apoyo a la industria en la política del BNDE, que en el resto de los
casos. Este, concentró su financiamiento a sectores industriales específicos ligados a
las necesidades del proceso de sustitución de importaciones. Si bien NAFINSA apoyó
fuertemente a la industria, su política no tuvo una orientación selectiva acorde a las
necesidades del proceso. El destino de los fondos de la banca de desarrollo en el caso
argentino, marca una diferencia importante con relación a los otros tres países
señalados.
3. Planificación y rol empresario
El papel desempeñado por estas instituciones estuvo ligado al de Estados nacionales
que buscaban ingerir en el rumbo del desarrollo, a partir de inducir los procesos de
industrialización. Esto demandaba que los Estados desarrollaran, por un lado,
cualidades en el complejo arte de la planificación, para direccionar los recursos en un
sentido distinto al mercado, y, por el otro, capacidades empresarias, para suplir a un
sector privado reacio a invertir en los proyectos que el proceso de desarrollo requería.
Los bancos de desarrollo, así como otras instituciones, encarnaron, en distintas dosis,
estas realidades de los Estados latinoamericanos.
En México, durante la década del cuarenta Nacional Financiera desarrolló un rol
empresario activo, llevando adelante grandes proyectos productivos involucrándose
no solo en el financiamiento, sino también en la puesta en marcha de diversas
empresas (Blair, 1964; Basch y Kybal, 1969). Así, a finales de la Segunda Guerra
Mundial, las inversiones de NAFINSA eran amplias y diversificadas, manteniendo una
posición dominante en la propiedad de diversas empresas.
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Desde la década del cincuenta, sin embargo, las inversiones directas por parte de la
institución fueron perdiendo peso a favor de una política de canalización de recursos a
través de créditos y buscando fomentar al sector privado, más que montando
empresas con participación pública. Así, el banco siguió desempeñando un papel
importante y creciente en la economía mexicana, pero a través de modalidades que
no implicaban un activo rol empresario y ante un sector privado que buscó limitar
constantemente las áreas de injerencia de la institución pública11. En el mismo sentido,
el rol planificador del Estado, que tuvo un peso importante en la década del treinta,
también se fue diluyendo hacia la década del cincuenta. De hecho, los planes sexenales
se abandonaron en 1946, y luego existieron programas de gobierno, pero no planes de
desarrollo.
El Estado mexicano mantuvo un papel activo en el sector industrial y como proveedor
de infraestructura económica, aunque bajo el lineamiento general de intervención de
último recurso, en actividades consideradas esenciales para el crecimiento económico
y que el sector privado no estaba interesado en desarrollar. Promediando la década
del cincuenta, el Estado selló un férreo compromiso con la estabilidad nominal de la
economía, manteniendo el objetivo de desarrollo industrial, aunque sin políticas
selectivas ni secuenciales que indicaran la existencia de una estrategia de
industrialización a largo plazo. En este contexto Nacional Financiera, fue una expresión
de esta política estatal que, en materia financiera, diseñó toda una serie de
instituciones y procesos necesarios para el financiamiento de actividades o proyectos
en los que el sector privado no podía o no quería intervenir,
En la década del setenta, el rol empresario de la institución fue retomado, aunque con
nuevas características. La expansión de las actividades empresariales del Estado, y de
Nacional Financiera, registrada a lo largo de los años setenta, se apoyó,
progresivamente, en el endeudamiento externo. A lo largo de la década del setenta,
los fondos provenientes de créditos del exterior, explicaron más del 40% de los
recursos movilizados por la institución (Ramírez, 1986).
De forma similar a Nacional Financiera, en Chile, la CORFO desarrolló en la década del
cuarenta una destacada labor en materia de planificación y un activo rol empresarial
para llevar adelante importantes proyectos industriales. En los inicios del proceso de
industrialización vía sustitución de importaciones, la CORFO participó activamente en
la elaboración e implementación de planes de acción referentes la explotación minera,
a la producción energética y de combustibles, a la agricultura, la industria, el
transporte y las comunicaciones.
11
Existe evidencia para sostener que, promediando la década del cuarenta, Nacional Financiera
aparecía, ante ciertos segmentos del sector privado, como un fuerte competidor y un crítico no
amigable (Blair, 1964).
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En su primera etapa, el Estado chileno, a través de la CORFO, implementó la estrategia
de recurrir a la propiedad estatal en la medida que fuera necesario para eliminar
determinados “cuellos de botella” que trababan el desarrollo. Luego, la propiedad
estatal se reemplazaría por la propiedad mixta o privada en la medida que cada
empresa alcanzara mayor ruedo y pudiera despertar el interés de inversores privados
(Mamalakis, 1967). Al igual que en otros países, la institución financiera para el
fomento del desarrollo chilena, llevó adelante proyectos de gran envergadura, no solo
proveyendo financiamiento, sino también haciéndose cargo de la construcción,
administración y puesta en marcha de las operaciones. Se trataba de emprendimientos
con un alto valor para la estrategia de industrialización vía sustitución de
importaciones y que los agentes privados no estaban en condiciones o no estaban
dispuestos a desarrollar, ya fuera por la elevada inversión que demandaban o por su
baja rentabilidad (Durán y Fermandois, 2011).
Aún así, es cuestionable, sin embargo, en qué medida la actividad de la CORFO
obedeció a una verdadera planificación. A partir de su labor ayudó a desarrollar el
sector energético y la industria básica. A su vez, contribuyó al establecimiento de la
industria de bienes de consumo, sustituyendo ampliamente a los productos
importados. Sin embargo, el proceso de industrialización del que la CORFO fue un
engranaje importante, adolecía de muchas de las deficiencias que trababan el
desarrollo en otras economías de la región. El atraso tecnológico, la imposibilidad de
sustituir insumos y maquinaria necesaria para la industria y, sobre todo, la
dependencia de la exportación de una sola materia prima, eran factores que limitaban
el desarrollo industrial. La ausencia de una estrategia decidida y de largo plazo para
superar estas debilidades, se expresó en el desenvolvimiento de la CORFO y en el
conjunto del proceso de industrialización chileno.
En Brasil, la estrategia de desarrollo industrial perduró como eje de la política
económica entre las décadas del cuarenta y ochenta, aunque el énfasis y los medios
propuestos para llevarla adelante fueron variando. En este contexto, si bien no
desplegó un activo rol empresarial, el BNDE desarrolló importantes capacidades en
materia de planificación, siendo una herramienta importante para el Estado en los
lineamientos de los planes de industrialización elaborados en cada período. Los más
importantes de estos planes fueron el Programa Nacional de Re-equipamiento
Económico (conocido como Plan Laffer), el Plan de Metas (1956-61) y el II Plan
Nacional de Desarrollo (1975-79). En términos generales, puede sostenerse que el
desarrollo industrial en Brasil, si bien no de manera lineal, fue continuo, progresándose
paulatinamente, tanto en la superación de los obstáculos que se presentaban, como
en la generación de un entramado industrial cada vez más complejo.
La actuación del BNDE se insertó, en la década del cincuenta, en una infraestructura
institucional que combinó entidades existentes desde hacía tiempo (como el Banco de
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Brasil), con otras nuevas, cuya burocracia logró cierto aislamiento para la formulación
y ejecución de las políticas, y separarse de la burocracia habitual que siguió dominando
en gran parte de las instituciones gubernamentales brasileñas. En el centro de la red
institucional, se hallaba el BNDE, que actuaba coordinando la estrategia de desarrollo
económico, y fue el más importante e influyente nicho de eficiencia que emergió en
esos años (Sikkink, 2009). En estas condiciones, el banco de desarrollo adquirió una
gran relevancia durante el gobierno de Juscelino Kubistschek (1956-1961), que se
expresó en las actividades de planificación y coordinación para la elaboración y
aplicación del Plan de Metas.
Durante la ejecución de dicho programa de desarrollo, el Banco actuó como
coordinador de las actividades del Consejo de Desarrollo, organismo conformado en
1956, integrado por los técnicos del Banco y al que se transfirió toda la actividad de
investigación realizada por la institución. Así, la institución desarrolló, en sus primeros
años, importantes capacidades técnicas para la elaboración de análisis de la economía
de Brasil y para la aplicación de prácticas de planificación. Se conformaron de esta
manera, bases institucionales sólidas y se gestó un expertise que se iría acumulando,
que resultó clave para el desarrollo de las políticas sectoriales llevadas adelante por el
Banco.
Si bien en la segunda mitad de la década del sesenta, se diluyó en gran medida el rol
planificador del Estado y, en consecuencia, la labor del BNDE, desde 1974, el Banco
desempeñó un papel relevante para llevar adelante el II PND. Para ello, fueron
importantes los conocimientos que poseía y la calificación de sus cuadros técnicos, que
llegaron a ser especialistas en cada uno de los sectores más dinámicos del proceso de
industrialización de Brasil.
En el caso del BIRA/BND argentino, el constante recambio de las autoridades y
funcionarios constituyó una limitación importante para el desarrollo de cierta
autonomía respecto del poder político y de otros organismos estatales y del
empresariado, que afectó en definitiva el buen desempeño institucional. Algunos
datos al respecto ofrecen perspectivas sugestivas. La sucesivas Cartas Orgánicas, por
ejemplo, fijaban para los cargos directivos una duración de entre cuatro y seis años, sin
embargo, las principales autoridades cumplieron funciones por períodos menores a un
año en promedio. En total hubo una veintena de presidentes de la institución, cuando
según las normativas seis personas podían haber ocupado ese cargo entre 1944 y
1976; sólo cuatro de ellos permanecieron en su puesto más de tres años. Por su parte,
sólo el 20% del total de los directores permanecieron en su cargo tres años o más en
todo el período (Rougier, 2011). La altísima tasa de rotación del personal superior del
Banco necesariamente afectó su actuación. Más aún, llama la atención que la
institución (como la economía en su conjunto) no hubiera tenido un desempeño más
precario en esa etapa por causa de la inestabilidad política del país, en la medida que
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los sucesivos recambios presidenciales y de gabinete provocaban a su vez alteraciones
en la cúpula de los organismos oficiales.
El problema del BIRA/BND no residía tanto en la falta de formación de esa burocracia
estatal, sino la inexistencia de una carrera administrativa definida a través de claros
criterios “meritocráticos” que permitiera ascender al personal especializado hasta los
altos puestos de dirección. Ninguno de los gerentes o funcionarios de “carrera” del
período cumplió funciones como director, lo que reforzó la división entre la “cúpula
política” y la “administración”; y sólo tres directores llegaron a ocupar el cargo de
presidente del Banco evidenciando la fuerza de las definiciones políticas por sobre la
de los representantes sectoriales. Dadas estas circunstancias, el Banco no pudo
constituirse como un reducto de eficiencia, en un contexto burocrático afectado por
los mismos dilemas de la inestabilidad, e imposibilitado de establecer conexiones
virtuosas de intercambio de personal con las asociaciones profesionales y los demás
organismos estatales.
Esa inestabilidad del personal superior fue agravada por continuos cambios
organizacionales. Durante el transcurso de poco más de tres década se sucedieron seis
normativas generales diferentes y otros tantos cambios en la organización funcional.
Esas reformas provocaban en el corto y mediano plazo una mala coordinación de la
acción interna así como con el resto de la estructura burocrática. En efecto, antes de
que se llegara a plasmar una estructura organizacional o a obtener la experiencia
suficiente sobre algún tipo específico de operatoria sobrevenía una nueva alteración
que trastocaba parcial o profundamente su funcionamiento. Luego de 1976, en el
marco de una política de desindustrialización encarada por la última dictadura militar
el papel del Banco Nacional de Desarrollo como promotor se iría desdibujando de
manera acelerada hasta su liquidación final a comienzos de la década de 1990.
VI.
Conclusiones y reflexiones para el presente
Como señalamos, nuestro interés en la historia comparada descansa en la creencia
que de ella se pueden obtener criterios de análisis más generales que los que surgen
de estudios de casos aislados. En el caso de la banca de desarrollo vinculada
específicamente al sector industrial, las diversas experiencias que se llevaron adelante
en la región presentan algunas características comunes, así como divergencias
importantes que permiten (re)construir un mosaico de variantes posibles en materia
de este tipo de entidades. A su vez, la suerte diversa que corrieron estas instituciones,
en una misma región y contemporáneas en el tiempo, permite dar cuenta de
realidades disímiles y matizar cualquier conclusión que pueda obtenerse al analizarse
una experiencia nacional.
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El objetivo de este trabajo fue poner en contraposición las experiencias nacionales
para poder exhibir una historia común de los orígenes y trayectoria de la banca de
desarrollo en la región, sin desatender las diferencias nacionales. Así, buscamos
aportar a un entendimiento más rico y complejo de estas experiencias institucionales.
Creemos que a partir de este abordaje se pueden extraer valiosas reflexiones que
mejoren nuestra perspectiva sobre la actualidad.
El resultado de estas experiencias de banca de desarrollo fue muy disímil en los
distintos países. Sin embargo, no cabe duda que su origen respondió en términos
generales a las necesidades legítimas de una estrategia de desarrollo basada en la
industria y motorizada por el Estado. Se trataba de llenar el vacío existente en el
financiamiento a largo plazo, acorde a la estrategia de industrialización vía sustitución
de importaciones que se buscaba impulsar.
El surgimiento y difusión de estas instituciones financieras de desarrollo estuvo
vinculado a las deficiencias de las estructuras financieras tradicionales, ligadas a las
actividades agroexportadoras, para cubrir las necesidades financieras de la industria.
La falta de instituciones bancarias propicias para otorgar financiamiento a la industria y
la deficiencia de los mercados de capitales locales eran los rasgos característicos en la
región antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Fueron en esos años que
comenzaron a desarrollarse estas entidades estatales.
De esta forma, así como en la segunda mitad del siglo XIX en países como Alemania,
Bélgica y Francia, se desarrollaron los bancos de inversión que acompañaron los
procesos de industrialización cumpliendo un papel esencial, en América Latina se
desenvolvieron estas instituciones financieras de desarrollo, impulsadas por el Estado.
Estas entidades buscaban generar una forma de canalización de los excedentes hacia
proyectos vinculados a la industria y, en cierta medida, a eliminar cuellos de botellas
en infraestructura que trababan el crecimiento.
La experiencia en algunos países de desarrollo tardío demuestra que es factible
organizar una institución con capacidad de financiar determinados sectores
industriales. El crecimiento económico requiere mantener la estabilidad
macroeconómica y política; pero ello no es suficiente. El diseño institucional debe ser
acorde con los objetivos del desarrollo, en la medida en que éstos sean planteados con
claridad y se generen instituciones con la coherencia administrativa y la capacidad para
impulsarlo.
El desarrollo industrial con criterio selectivo, y la conformación de instituciones para
llevarlo adelante, puede provocar como resultado una captación de rentas y una gran
ineficacia, pero también es posible que dicha intervención se lleve adelante en el
marco de una base institucional estable y una burocracia eficaz. En este sentido, este
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artículo pretende aportar elementos de juicio imprescindibles para la comprensión del
papel de las instituciones financieras en el desarrollo económico, pero también para la
elaboración de instrumentos de política económica tendientes a fortalecer la
industrialización, como pilar fundamental de un desarrollo económico inclusivo.
En una situación de persistencia de falta de acceso a los mercados de crédito y
capitales de importantes sectores y de falta de financiamiento de largo y mediano
plazo, no resuelto por las reformas financieras, la banca de desarrollo tiene un rol
importante a jugar; por ejemplo y como mínimo, orientando de manera más
homogénea el crédito e incorporando a aquellas empresas que debido a los altos
costos de transacción que significan para los bancos su atención, quedan al margen del
sistema financiero. Los bancos de desarrollo pueden, igualmente, proporcionar a las
empresas que no acceden al capital extranjero una fuente más estable en la
disponibilidad de financiamiento, así como facilitarles recursos a mediano y largo
plazo.
Por otra parte, la banca de desarrollo puede desempeñar la función de elemento
catalizador, actuando como instrumento de creación de mercados e instrumentos
financieros orientados a una clientela inicialmente propia, pero llamada a relacionarse
luego con la banca comercial tradicional, la cual, a su vez, incorpora de este modo a su
actividad a empresas que anteriormente no calificaban para acceder a sus servicios.
Finalmente, como lo demuestra la experiencia reciente del BNDE, estas instituciones
pueden ser una importante herramienta en el conjunto de políticas contracíclicas
destinadas a enfrentar situaciones de crisis De esta manera, ambas acciones (política
contracíclica y banca de desarrollo), pueden complementarse contribuyendo al
volumen de crédito posible de movilizar en un período relativamente corto.
La experiencia histórica, tanto de los países desarrollados como de los países en
desarrollo, muestra que el mercado no conduce plenamente por sí mismo a un
proceso inversor en pos de una estrategia de industrialización y desarrollo. En este
contexto, la justificación de la acción estatal en materia financiera va más allá de
corregir las fallas de mercado, sino que se vincula a los objetivos de desarrollo. Así, la
propiedad estatal de bancos de fomento industrial puede resultar importante en el
marco de una estrategia de desarrollo basada en la diversificación productiva. La
experiencia de América Latina en este campo es muy rica y su estudio a fondo resulta
imprescindible para pensar en las posibilidades de desarrollo de la región. En este
sentido, este trabajo pretende enriquecer el entendimiento de las potencialidades de
la banca de desarrollo y abrir el camino a nuevas investigaciones.
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López y Rougier. “Los Bancos de Desarrollo en América Latina”
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_______________________________________________________
Todas
las
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están
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tres instituciones participantes: IELAT,
CIFF y Universidad de Cantabria.
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