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ESTUDIO DE CASO
Autor: José María Banfi
“La broma ha terminado”
Notas para el docente
El tema de este caso es la crisis financiera de 1929 y su impacto en la economía norteamericana,
así como las consecuencias sociales y políticas que trae aparejadas. El caso se centra en el
testimonio de Ike Roddik, quien de empresario dedicado a espectáculos artísticos devino en
inversor bursátil durante la fiebre especulativa previa al estallido del jueves negro de octubre de
1929. El relato transcurre en un encuentro de amigos todos ellos afectados por las distintas fases
de la crisis que impactaron en sus vidas de modo parecido. Si bien esta no era la primera crisis del
sistema capitalista, su duración, su profundidad y las terribles consecuencias que se advertían
hacían de la gran crisis un evento desconocido. Se avecinaban las elecciones de 1932 en EEUU y
parecía que alguna luz de esperanza se encendía en la propuesta de candidato Demócrata Franklin
Roosevelt que inauguraría una nueva etapa en el rol del Estado y su propuesta de New Deal.
Las grandes ideas que trata este caso
1- El crecimiento de la economía en las sociedades capitalistas suele llevar a
comportamientos especulativos que provocan crisis con serias consecuencias sociales.
2- La crisis financiera de 1929 arrastró a la economía norteamericana hacia la Gran Depresión
y luego se expandió por todo el mundo.
3- Las consecuencias de la crisis afectan a muchos actores que tuvieron poco que ver con el
estallido de la misma.
_ “Vende todo, vende todo ya que voy a la ruina!!!”, gritó Ike desesperadamente. Todavía
resonaban en su cabeza aquellas palabras que le había dicho a su amigo agente de bolsa el fatídico
jueves negro de 1929. Había pasado ya casi cuatro años y tenía el recuerdo tan presente como si
fuera hoy en día.
Ike había sido durante buena parte de su vida un productor de espectáculos artísticos con los que
había alcanzado buena fama en los teatros de Broadway. Pero allá por 1926 había comenzado a
iniciarse en otros negocios, tal vez pensando en ganar más dinero algo más rápidamente. Así se lo
contaba a sus amigos en una habitual rueda de café de los días martes. “Muy pronto, otro negocio
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mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asunto llamado
mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa agradable
descubrir que era un negociante muy astuto, o por lo menos eso parecía, porque todo lo que
compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero, ¿quién lo necesitaba? Se podía cerrar
los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababa de
comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender
una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor.
Entonces empecé a pasarme las mañanas instalado en el despacho de un agente de bolsa,
contemplando un cuadro lleno de signos que no entendía. A no ser que llegara a buena hora, ni
siquiera me era posible entrar. Muchas de las agencias de Bolsa tenían más público que la mayoría
de los teatros de Broadway. Parecía que casi todo el mundo que yo conocía se interesaba en el
mercado de valores: el plomero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes
de hacerse ricos arrojaban sus mezquinos salarios – y en muchos casos sus ahorros de toda la vidaen Wall Street. Ocasionalmente el mercado flaqueaba, pero muy pronto se liberaba de la
resistencia que ofrecían los prudentes y los sensatos, y proseguía su ascensión.
De vez en cuando, algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público
que los precios no guardaban ninguna relación con los verdaderos valores y recordando que todo
lo que sube debe luego bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos estúpidos cobardes y
a sus palabras de cautela.
Yo no estaba presente cuando la Fiebre del Oro… Pero imagino que esa fiebre fue muy parecida a
la que ahora infectaba a todo el país. El presidente Hoover estaba pescando y el resto del gobierno
federal parecía completamente ajeno a lo que sucedía. No estoy seguro de que hubiesen
conseguido algo aunque lo hubieran intentado, pero en todo caso el mercado se deslizó
alegremente hacia la perdición.
Un día concreto, el mercado empezó a vacilar. Unos cuantos de los clientes más nerviosos
empezaron a vender. Eso ocurrió hacia varios años y no recuerdo las diversas fases de la catástrofe
que caía sobre nosotros, pero así como al principio del auge todo el mundo quería comprar, al
empezar el pánico todo el mundo quiso vender. Al principio las ventas se hacían de manera
ordenada pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo
sus valores, que por entonces habían bajado tanto de precio que sólo tenían el nombre de tales.
Varias personas a quienes conocía perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí
fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo a dos mil por semana).
Hubiera perdido más, pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo
antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Elfer, me telefoneó desde Nueva York. En
cinco palabras lanzó una afirmación que con el tiempo, creo que ha de compararse
favorablemente con cualquiera de las citas memorables de la historia americana… Poco charlatán
por naturaleza, esta vez ignoró incluso el tradicional “hola”. Todo lo que dijo fue: “Ike, ¡la broma
ha terminado!”. Antes de que yo pudiese contestar, el teléfono se había quedado mudo.
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Los amigos de Ike escucharon el relato impávidos, recordando algunos de ellos varias situaciones
por las que habían pasado en esas mismas épocas aunque en distintos lugares. Preston, que
trabajaba en una industria automotriz había sido despedido pues la producción por aquellos años
había bajado casi el 50%. Sils, que trabajaba en una empresa productora de acero había logrado
mantener su trabajo pero a costa de resignar el 50 % de sus salario. Sus empleadores optaron por
no despedirlo teniendo en cuenta que constituía una familia con 5 hijos, pero al cabo de dos años
finalmente corrió la misma suerte que su amigo. Eric, había estado trabajando en una de las
grandes tiendas que habían comenzado a florecer hacia 1920 con el furor del consumo masivo,
ayudado por las campañas publicitarias, las ventas a plazo y los nuevos productos que ofrecía la
pujante industria norteamericana. Soltero y sin apuros de constituir familia, había sido uno de los
primeros de la tienda en perder su empleo.
Todos recordaban lo que Ike les estaba comentando y a cada uno de ellos les corría un frío sudor
por la espalda de solo pensar por lo que habían pasado.
Ike les recordaba que Roosevelt había prometido hacerse cargo del problema y tomar medidas
para revertir la situación. Se venían las elecciones de 1932 y parecía que el gobernador de Nueva
York merecía un voto de confianza ante la inacción del pobre Hoover que se había hecho famoso
no por las medidas que había tomado durante su gobierno sino por los nombres que la pobre
gente que fue a parar a la calle le ponía a su desgracia: las mantas Hoover (los diarios viejos con
los que se tapaban quienes dormían a la intemperie), las Hoovervilles para referirse a los barrios
de emergencia que empezaron a poblar el panorama de la periferia de las ciudades.
Preston recordaba que como primera medida luego de perder el trabajo, pudo vivir un tiempo de
sus ahorros pero luego debió recurrir a los préstamos familiares cuando ya no tenía ni siquiera la
póliza de seguros para gastar. Finalmente estuvo viviendo casi un año en casa de familiares pues
no había podido seguir pagando la renta de su vivienda aun vendiendo el auto que con algún
esfuerzo había podido comprar apenas dos años antes de la Gran Crisis.
Ike no podía borrarse de su cabeza las escenas cotidianas de gente haciendo cola para retirar un
plato de comida caliente de aquellas organizaciones que se dedicaban a la ayuda humanitaria.
Todavía había mucha gente que no podía encontrar un nuevo trabajo. Nunca antes una crisis había
sido tan severa y tan duradera.
¿Por qué el gobierno no actuaba dando respuestas a los problemas de sus ciudadanos? ¿Cómo fue
que en otras ocasiones de crisis las empresas habían vuelto rápidamente a retomar la producción?
¿Qué había pasado ahora que grandes bancos habían caído en la bancarrota generando una
enorme desconfianza en toda la sociedad? Hacia el comienzo del verano de 1929 todo parecía
indicar que vivíamos en una fiesta; a los pocos meses las luces se apagaron y quedamos en
penumbra. Había que tratar de comenzar una nueva vida, pero… ¿por dónde empezar?”
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Preguntas críticas
1- En su opinión: ¿cuáles son los temas importantes que trata el caso? Dialoguen entre
ustedes y hagan una lista para luego compartir con los compañeros.
2- Qué es lo que llevó a Ike a invertir en la Bolsa de Valores? Por qué creen que no pudo
retirarse a tiempo?
3- Ike reconocía que nunca había obtenido beneficios de sus inversiones en la Bolsa, en
vuestra opinión, ¿cómo puede catalogarse entonces su comportamiento?
4- En base a la información que suministra el caso y a la información que puedan obtener,
¿por qué creen que el Estado no tomaba decisiones para hacer frente a la crisis?
5- ¿Conocen otras situaciones en las que haya ocurrido algo similar a lo que relata el caso o
que esté ocurriendo por estos tiempos?
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