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Transcript
HACE
EL
CUARENTA AÑOS
GRAN CRACK
CUANDO WALL STREET SE HUNDIO
Cualquier ciudadano de los Estado Unidos que durante los primeros días del mes de octubre
de 1929 hubiese escuchado la predicción de que su país estaba al borde del cataclismo
económico hubiera reido a carcajadas. Todo iba bien, todo iba lo mejor posible. Se estaba
viviendo en lo que después se llamó "la decena de las ilusiones". Quienes la vivían
ignoraban que era una decena y que estaba acabando: Creían que era una eternidad y no
suponían que era una ilusión, sino una serie de realidades crecientes.
La guerra había terminado once años antes y el mundo era dócil. Un mundo sin Hitler. Un
mundo con Stalin, pero con un Stalin al que los obervadores del mundo occidentales creían
condenado precisamente por una frase que marxismo aplicaba al mundo capitalista, las
"contradicciones internas" El mundo capitalista parecía sólido y unitario, próspero y
tranquilo. Pero en el mundo de Stalin acababa de producirse la evicción de Trosky. "El viejo"
iniciaba su largo exilio, su trágico vagabundeo que le llevaría finalmente a Méjico, y allí a la
muerte a manos de Ramón Mercader. Los campesinos acomodados se negaban a la creación
de koljoses y soviets; Stalin iniciaba una depuración cruda y dura. El personaje que dirijía
Italia; Benito Mussolini, parecía más cómico, más espectaculas, más teatral que realmente
amenazador. Acababa de firmar el tratado de Letrán: su conflicto con la Iglesia había
terminado y el Papa salía a la plaza pública para impartir sus bendiciones por primera vez.
La guerra parecía algo lejano en el pasado, imposible en el porvenir. Hemingway parecía
subrayarlo al publicar su "Adios a las armas" en el momento en que las cifras más altas de
librería correpondían a "Sin novedad en el frente", de Remarque. Si podía haber una guerra,
sería entre Rusia y China. La figurilla minúscula y sufrida de Gandhi no prefiguraba todavía
el desplome del imperio en la India. Casí simbólicamente, dos grandes figuras de la guerra
se extinguían en Francia: Clemenceau, el "Trigre", el civil que había sostenido la contienda
con una parodoja que si hizo célebre, "la guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo
en manos de militares", y uno de los militares que había ganado la guerra para
Clemenceau, el mariscal Focho. Francia era aún la nación más poderosa de Europa, y sus
tropas ocupaban profundamente una parte de Alemania, de la República Alemana que
dificilmente trataba de construir una democracia mientras reía de un grupo de camisas
pardas que trataba de agitar el país en nombre de un nacionalismo sin horizonte visible. En
Inglaterra, los conservadores habían perdido las elecciones. El gobierno laborista de Ramsay
McDonald proponía una era nueva. El primer ministro hablaba en Ginebra, ante la Sociedad
de Naciones, que todavía no había perdido vigor, y explicaba que la decisión británica y
norteamericana de limitar los armamentos navales era un primer paso para un mundo sin
guerra.
"EL JUEVES NEGRO"
La pérdida de las elecciones había dejado sin trabajo a un honorable ciudadano de nombre
ilustre y vida ya aventurera, llamado Winston Churchill. Era canciller del Exchequer, esto es,
ministro de Hacienda, y había perdido su ministerio. Churchill era hombre poco capaz de
aceptar derrotas. Había decidido poner tierra por medio y se había ido a los Estados Unidos
- la tierra de su madre- oara descansar y para olvidar. Iba a dedicarse a la pintura. Pero su
reciente empleo de hacendista no le dejaba indiferente a los fenómenos económicos. Un día
de octubre, en Nueva York, decidió visitar la Wall Street, la "Calle del muro" que había
hecho su nombre en la empalizada que separó Nueva York -el Nueva York holandés- de las
tribus indias, la empalizada sobre la cual se efectuaban cambios de mercancías. Aquel
intercambio original se había magnificado hasta situar en Wall Street el centro abstrato del
intercambio más grande de productos del mundo, el Stock Exchange, la Bolsa de Nueva
York. Churchill había pedido un pase y se lo habían dado con fecha de 24 de octubre. Era un
jueves. El Rolls negro de Churchill no pudo pasar de la Trinity Church. Una multitud -que
luego se evaluaría en cinco mil personas- cerraba el paso, rodeaba el edificio. Era una
multitud silenciosa, siniestra. Churchill se abrió paso, con su papel en la mano, hasta la sala
de mármol gris y placas de oro. Dentro, era el infierno. Era el día que se iba a llamar
"jueves negro" en la historia, el día que influiría más que ningún otro en el desarrollio de los
acontecimientos contemporáneos. Fue el día en que se creyó que el capitalismo se había
hundido para siempre.
"¿POR QUÉ NO SON RICOS TODOS USTEDES?"
El 3 de septiembre el índice de valores había alcanzado su número más alto de la historia.
Todo había subido, y ello se consideraba como una base de properidad. Los Estados Unidos
eran un pueblo de capitalistas, el primer pueblo de capitalistas del mundo. Se calculaba que
ese día cerca de un millón de personas compraron acciones sin dinero. El dinero para
comprar acciones se obteníaprestado. ¿Por qué no? Bastaba con esperar a que el papel
comprado multiplicase su valor por dos o tres para venderlo, devolver el préstamo y
quedarse con una pingüe ganancia. Los intereses para esta clase de préstamos se había
elevado al nueve por ciento, pero esto no tenía importancia. Se podían pagar fácilmente.
Unos ocho mil millones de dólares facilitados por los bancos estaban prestados en ese
momento. Dos años antes, en 1927, el dinero prestado había sido solamente de 3.500
millones. En 1920, sólo mil millones de dólares. Nadie podía privarse de ser rico por la
simple excusa de que no tenía dinero. "¿Por qué no son ricos todos ustedes?", había
preguntado al país, con admirable inguenuidad, un hombre que había sabido serlo, John
Raskob, presidente de la General Motors. Su receta debía ser infalible. "Quince dólares
invertidos en Bolsa cada mes pueden producir en veinte años, gracias a la acumulación de
dividendos, ochenta mil dólares , o sea, cuatrocientos dólares de renta mensual". Y, ¿quién
no tiene quince dólares al mes para invertirlos en la Bolsa? Si alguien no los tiene,
cualquiera se los puede prestar....
EL LOBO FEROZ
Cuando el índice llegó a una cifra histórica, el 3 de septiembre, algunas personas se
inquietaron. Los técnicos, no. Los técnicos consideraron que la prosperidad espaba
empezando. Solamente más tarde se vio que los precios de las acciones desbordaban
especulativamente, en muchas veces el valor real de los bienes que representaban.
Solamente más tarde se vio que había una crisis en la agricultura que no se había repuesto
de la caída de los precios agrícolas que trajo consigo la postguerra, que había crisis en las
industrias textiles de Nueva Inglaterra, y paro obrero en el Sur, en Michiga.
Cuando, más tarde F.C. Mill escribiera sus "Tendencias económicas en los Estados Unidos"
se vería que el desplazamiento del hombre por la máquina todavía no había sido absorbido
por la sociedad, que el 75 por ciento de las familias tenían ingresos inferiores a tres mil
dólares anuales y 40 por ciento inferiores a mil quinientos dólares. Lo que se veía entonces
era un escaparate. Era el collar de perlas rosa que unos joyeros de la Quinta Avenida
acababan de vender en seiscientos ochenta y cinco mil dólares. Los anuncios de zibelinas
rusas en los peródicos: a cincuenta mil dólares. La declaración de la Asociación Nacional de
Sastres, explicando el guardarropa de un americano medio: veintre trajes, doce sombreros,
ocho abrigos, veinticuatro pares de zapatos. Sin contar con los trajes de etiqueta, los de
"sport", los de montar a caballo... El "Heral Tribune" de aquel día canta la excelencia de los
seis meses de gobierno del Presidente Hoover: seis meses que han permitido que los
hombres de negocios construyan su prosperidad. No hay por qué inquitarse. Aquí está Walt
Disney para tranquilizar a todos con "Los tres cerditos". Cuando se construye sólidamente
una casa con ladrillos, el lobo de la miseria se queda a la puerta...
Pero, desde el 3 de septiembre, la Bolsa comienza a bajar. No hay aún por qué inquietarse.
Es una "rectificación", es un regreso a normas más estables. Sólo se asustan los cobardes.
Los valientes aprovechan la baja para seguir comprando. De esta forma hay unas cuantas
sacudidas, pero la noción general es la de la baja. Se entra en octubre con la consigna
optimista: "Aprovechen para comprar. Es la última oportunidad de comprar barato". Falso.
Poco a poco, luego mucho a mucho, las bajas se van acentuando. Los pequeños, los
nuevos, los ineptos capitalistas populares comienzan a descubrir que las ganancias que han
digo acumulando están desapareciendo ya, que van a desaparecer si no venden a tiempo y
que pronto no podrán responder con sus acciones del dinero que han recibido prestado. Que
sus ahorros se van a escapar...
PÁNICO EN LAS CALLES
Cuando Winston Churchill consiguió entrar, el jueves 24 de octubre, en la Bolsa de Nueva
York, verdaderas masas humanas combatían antes las diecinueve ventanillas dedicadas a la
venta, y las cifras inscritas en el mercado eléctrico descendían vertiginosamente de valor.
Las órdenes de venta se acumulaban. ¿Cuántos títulos se pusieron a la venta ese día? No se
pudieron hacer. Se calcula que unos seis millones en las primeras horas, unos trece
millones al cierre. El teletipo de la Bolsa se atasca, toma cuatro horas de retraso. EL 29 de
octubre, dieceiséis millones de títulos están a la venta. El "jueves negro" se va convirtiendo
en la década negra. Decenas de millones de títulos cambian de manos con pérdidas del 30 a
40 por ciento de su valor, a veces del 50 por ciento. Los periódicos cambian ya sus títulos.
Al "jueves negro", a la "decena negra", sustituyen una palabra compuesta con las letras
grandes de las cajas: Pánico. Se nombra el Pánico con mayúscula. Es una presencia, es algo
que está ahí.
El 24 de ocutbre, los grandes sabios de las finanzas han advertido ya el enorme riesgo. Se
reunen en la Casa Morgan. Morgan está representado por Lamont. iItchell representa al
National City Bank; Potter, al Guaranty Trust; Wiggin, al Chase National: Prosser, al Nakers
Trust. Deciden unir sus esfuerzos para hacer frente al descenso de precios. Envían a sus
agentes con orden de comprarlo todo. Los agentes van regresando a la reunión: cuando
quieren comprar a los precios a que se están ofreciendo las acciones, éstas bajan
automáticamente, y si compran al nuevo precio, siguen bajando. No consiguen remontar la
corriente, dar la vuelta a la tendencia del mercado. Cada paquete de acciones que
adquieren vuelve a bajar al minuto siguiente. Sobre las noticias económicas se van
acumulando otras que tienen valor dramático: once especuladores se han suicidado al
terminar la jornada, convencidos de que no podrán escapar a la cárcel al no pagar las
deudas.
Cuando un cliente tardío llega al Waldorf Astoria para solicitar una habitación de un piso
alto, el portero le responde : "¿La quiere usted para dormir o para arrojarse por la
ventana?". El Commercial & Financial Chronicle - sobrio y medido de lenguaje siempreescribe: "La semana que termina ha presenciado la mayor catástrofe de Bolsa de toda la
historia". Rockefeller se lanza a la lucha y comienza a comprar. Otras sociedades anuncian
reparto de dividendos extraordinarios para mantener la idea de que la prosperidades
auténtica y la baja de acciones es falsa y especulativa. La Bolsa decide acortar su jornada,
reducir sus horas de apertura. Todas estas acciones conjugadas, la fuerza del propio Pánico,
una contención en los pequeños accionistas va restableciendo, poco a poco, la situación.
"Restablecer" no es la palabra. Mas bien sería contener. Se paraliza el 13 de noviembre. Ese
día la Bolsa conoce el índice más bajo de valores, pero a partir de ese día la baja se contine.
MILLONES EN EL AIRE
El terror duró quince días. Durante ese quince días desaparecieron en el aire unos treinta
mil millones de dólares. La cifra no se explica bien por sí sola. Se explica mejor diciendo que
equivale a los gastos de la participación de los Estados Unidos en la primera guerrra
mundial, o que sumaba el doble del total de la deuda nacional.
Pero la catástrofe no sirvió aún para abrir los ojos. El país de la prosperidad se negaba a
renunciar a ella este relámpago fatídico. Las explicaciones optimistas comenzaron a
producirse. La sacudida había sido "necesaria y normal" para desprenderse de la fiebre de la
especulación y retrotraer las cosas a la normalidad. Era un movimiento "coyuntural". Una
"rectificación de precios" para volverlos a su estado propio... Un accidente de Bolsa, una
"pequeña crisis" se llegó a escribir... Pocas personas se inclinaron entonces a estudiar las
causas profundas, el gran problema del crédito. El crédito fue el gran dañado en esta crisis,
y el crédito, que estuvo en su origen, era exactamente el corazón de la economía
americana. Tras la crisis, vino la restricción de créditos.
Poco a poco, las tesorerías de las grandes empresas se fueron agotando. Poco a poco, los
bancos fueron incapaces de satisfacer las demandas, de responder de sus depósitos. Una
quiebra de un banco arrastraba inevitablemente las quiebras de unas cuantas empresas
grandes, de una cantidad importante de empresas pequeñas y medias. Ante el pánico de la
quiebra, muchas empresas redujeron gastos. Se comienza siempre por reducciones en el
personal. El personal licenciado, sumado al de las empresas que quebraban o cerraban
simplemente sus puertas, comenzó a formar una enorme masa de obreros sin trabajo, de
empleados sin trabajo. La recesión se reflejaba en cada hogar. Los obreros sin trabajo
dejaban de comprar, los que aún trabajaban reducían sus gastos al mínimo en previsión de
tiempos peores. En consecuencia, las mercancías no salían de los almacenes y las empresas
debían reducir más su producción, con lo que lanzaban a la calle miles y miles de obreros
que sumaban al cortejo ya trágico de los sin trabajo. Seis meses después del "jueves
negro", en los Estados Unidos había tres millones de obreros sin trabajo. Un años después,
siete millones. En 1932, había once millones de parados. Sobre las estadísticas de aquella
época, una décima parte de la población total del país, pero aproximadamente una cuarta
parte de la población activa. La producción industrial había descendido a la mitad de lo que
era en 1929.
EL ROSTRO DE LA MISERIA
La miseria, de pronto, se hizo visible. Los Estados Unidos han querido siempre ocultar el
rostro destruido de la miseria. No podían soportar que saltara a las calles. Pero, en Nueva
York, se formaban inmensas colas ante los establecimientos de caridad que daban comida
gratis. En las esquinas de la Quinta Avenida, de la Avenida del Parque, de la Madison, los
sin trabajo vendían manzanas o llapiceros. En los jardines públicos de las grandes cuidades
dormían miles de personas sin techo. Hombre, mujeres , niños... Por las mañanas, las
ambulacias salían en busca de cadáveres y de moribundos. Suicidas, muchos. Otros,
muertos sencillamente de hambre. ¿Se hubíera podido imaginar que a lorillas de Hudson las
gentes muriesen de habre como a orillas de Ganges? El Presidente Hoover se encontró, de
pronto, a la cabeza de un país miserable. Tenía que tomar medidas que nunca había ni
imaginad. Tenía que encontrar que su nombre servía para bautizar unas terribles ciudades,
las "hoovervilles", construidas con chatarra de automóvil, cajones de embalaje, bidones de
gasolina, que cercaban las grandes cuidades. Pornto esas multitudes iban a convertir su
resignación y su miseria en protesta y angustia. En marzo de 1930, la policía tuvo que
cargar contra los manifestantes que trataban de tomar la alcaldía de Nueva York, que
descendían por la Quinta Avenida dispuestos a todo...
El Presidente perdió pie. Comenzó a hacer promesas. "La prosperidad está a la vuelta de la
esquina"... "En sesenta días, los estados Unidos se habrán restablecido"..."Las estructuras
del país son sanas"..."El sistema capitalista restablecerá la prosperidad. Las clases obreras
deben rendir homenaje al patriotismo y al espíritu de sacrificio de nuestros grandes
industriales"... Por las noches, el Presidente Hoover releía el libro que le parecía en más
sguro para hacer frenta a la situación. "Como ser dueño de sí mismo gracias a la
autosugestión", del doctor Coue. Por las mañanas, aparecía de nuevo, gracias a la
autosugestión. Pero nunca sugestionó a los demás.
LOS DOGMAS SE TAMBALEAN
Lo que se había anunciado en los Estados Unidos era algo más que su mecanismo
económico. Era su doctrina. Había entrado la duda en su propias virtudes. Un país donde la
tradición puritana ligaba la conquista del dinero a la protección de Dios, y creía firmemente
en Dios, se sentía, de pronto, abandonado de Dios. La libre empresa ya no era un dogma,
los supuestos del liberalismo económico habían dejado de valer, la iniciativa privada carecía
de valor...
Cuando el Presidente Hoover se presentó a la reelección, en 1932, fue trágicamente
derrotado. En su lugar aparecía un hombre nuevo: Franklin D. Roosevelt. Roosevelt
implantó el "New Deal". Los primeros tres meses de su Presidencia, se conocen como "Los
Cien Días". Es una negativa a la depresión, una intervención del Estado en la economía, una
forma de elevar el nivel adquisitivo del obrero para reanudar el ciclo paralizado del
consumo. Se abandona el patrón-oro, se devalúa el dólar. Se restablece el crédito, iniciado
a partir de las cajas del Estado. El Estado debe intervenir en los negocios: debe encauzar la
economía de una forma uniforme y debe proteger a los obreros contra los excesos
capitalistas. El programa encuentra, inmediatamente, la oposición del capital y de centros
de presión. "¡Es el socialismo!", gritan. Probablemente, Roosevelt tendía hacia una forma de
socialismo. La moderación impuesta a su programa lo rebajó grandemente, pero ya nunca
el capitalismo liberal volvió a ser lo que era.
Con esta nueva estructura económica Roosevelt tuvo que inaugurar una nueva política
exterior. La repercusión de la crisis de 1929, en Europa, no está bien estudiada aún, pero es
muy posible ligar la aparición de dictaduras, y muy especialmente la de Hitler, a este
hundimiento de la economía del país más rico del mundo. Es curioso pensar que Hitler y el
nazismo fue una batalla que tuvo que dar Roosevelt para terminar de restaurar la economía
de su país. Pero el intervencionismo exterior americano, en pugna con el asilacionismo que
había prevalicido en los años de la prosperidad, fue también una consecuencia de la nueva
pobreza. El país trataba de aislarse cuando rea rico, de volcarse al exterior- de
imperializarse- cuando fue pobre...
Es imposible estudiar aquí todas las implicaciones que trajo al mundo, la crisis en la Bolsa
de Nueva York, el 24 de octubre de 1929, es absurdo imaginar cómo se hubiera
desarrollado el mundo de no haber existido. Pero es lícito decir que todo sería distinto.
por JUAN ALDEBARAN