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Con ojos de resucitado
Comentario – Así las llagas y las crisis se convierten en
bendiciones
Luigino Bruni
Publicado en Avvenire el 27/03/2016
Resurrección es una de las grandes palabras de esta
tierra. La vida que renace de la muerte es la primera
ley de la naturaleza, las plantas y las flores, que
llenan de colores y belleza el mundo y nos dicen que
la vida es más grande que la muerte que la nutre. Las
mujeres y los hombres renacen muchas veces a lo
largo de su existencia. Se encuentran resucitados
después de haber sido crucificados por un luto, un
abandono, una depresión o una enfermedad. A veces
resucitamos resucitando a otros de sus sepulcros.
Esas son las resurrecciones más hermosas y
verdaderas. Si la resurrección no fuera una palabra
humana, amiga y de casa, aquellas mujeres y
hombres de Galilea no hubieran sido capaces de
intuir algo del misterio, único, que se realizó entre la
cruz y el día posterior al sábado.
Pero si la resurrección es una palabra humana,
también es una palabra de la economía. Hay mucha
resurrección en la economía, en las empresas, en el mundo del trabajo. Podemos
verla todas las mañanas, incluso en estos tiempos de crisis, sobre todo en estos
tiempos de crisis.
Pero debemos aprender a ver y a reconocer la resurrección, mirando el mundo con
“ojos de resucitado”. No es fácil ver y reconocer las resurrecciones ni a los
resucitados, por muchos motivos. Sobre todo porque los cuerpos de los resucitados
llevan los estigmas de la pasión. Las heridas, propias y ajenas, nos dan miedo.
Huimos de ellas. No somos capaces de vivirlas como el comienzo de la resurrección y
el sacramento que siempre la acompaña. Pero cuando buscamos una resurrección sin
llagas ni dolor, no la encontramos e incluso podemos confundirla con el éxito. No
vemos la resurrección porque pensamos que es la anti-cruz, lo contrario de la pasión,
y no su cumplimiento. Huimos de los crucificados y los abandonados y así no vemos a
los resucitados, que sólo se encuentran ahí. La resurrección comienza en la cruz y sus
señales son para siempre.
La resurrección de Cristo es la resurrección de su cuerpo herido. La novedad de esta
resurrección está, entre otras cosas, en su corporeidad. Pero la resurrección del
cuerpo no es un regreso al cuerpo del jueves. El acontecimiento de la resurrección no
borra las señales de la flagelación y la vía crucis. Cristo se aparece con sus llagas, la
luz de la resurrección elimina los estigmas del viernes santo. La gloria del resucitado
no es como la de los héroes antiguos; su gloria es humilde, herida, débil. Los
resucitados que se aparecen sin llagas son fantasmas, ilusiones, sueños o ideologías y
por consiguiente no tienen luz. Nuestra resurrección comienza con el grito de
abandono en la cruz. Si no aprendemos a gritar, tampoco aprendemos a resurgir. La
lógica de las bienaventuranzas sólo se entiende desde la perspectiva de un resucitado
con estigmas.
Las llagas que perduran tras la resurrección son un elemento fundamental para
entender la economía de la salvación, pero también la salvación de la economía. Si
las heridas permanecen en los cuerpos resucitados, entonces no existe una economía
para los crucificados y otra economía para los resucitados. La cruz y la resurrección
están dentro de la misma economía, dentro de la misma vida. Si queremos encontrar
las verdaderas resurrecciones de nuestra sociedad y de nuestra economía, debemos
buscarlas donde ya nadie las busca: entre las muchas empresas que están naciendo
de los inmigrantes con sus heridas, en las múltiples cooperativas que florecen dentro
de las cárceles, entre los jóvenes que deciden no dejar su tierra y aprender
humildemente los antiguos saberes de las manos, en medio de los trabajadores que
no se rinden ante todas las razones de la propiedad y el mercado y hacen resurgir su
empresa. Sin cometer el error de pensar que las heridas que generan la resurrección
un día desaparecerán y todo será luz y sólo luz.
Si escondemos las señales de las llagas, nuestras historias de resurrección, aunque
sean auténticas, no se convertirán en lugares creíbles de esperanza para otros que
todavía están en la etapa de la cruz. En nuestra economía hay demasiados
desmoralizados que sólo esperan poder meter sus manos en las llagas resucitadas
para comprender y amar de distinta manera sus propias llagas aún no resucitadas. La
resurrección no llega cuando se acaban las heridas sino dentro de ellas.
Uno de los muchos significados de la palabra pésaj, la primera pascua, es el verbo
cojear (psj). Cuando el lector de la Biblia lee “cojear” piensa en Jacob, el gran cojo.
En el vado nocturno del río Yaboq, Elohim le hirió en el nervio ciático, le dejó cojo y
le cambió su nombre por el de Israel. Según una tradición rabínica Jacob cojeó
durante el resto de su vida. En el combate nocturno, en el vado del Mar Rojo renació
el nuevo pueblo, pero la señal-recuerdo de la esclavitud de Egipto no desapareció
nunca de su cuerpo. Del gran combate del Gólgota brotó un cuerpo resucitado con
estigmas. La resurrección no borra las heridas, sino que las transforma en
bendiciones. En la resurrección, las heridas permanecen pero se hacen luminosas. Las
verdaderas resurrecciones se reconocen por la luz que irradian sus llagas.
Ndr – La imagen de “Jesús Resucitado” de Michel Pochet (CentroMaria) se encuentra
en la Mariápolis Faro (Križevci, Croacia)