Download entre la Bolivianización de la Horticultura Argentina y la

Document related concepts

Migración humana wikipedia , lookup

Composición étnica de Argentina wikipedia , lookup

Etnogénesis wikipedia , lookup

Trabajador migrante wikipedia , lookup

Transcript
Economía Social y Etnodesarrollo: entre la Bolivianización de la Horticultura Argentina
y la Argentinización de la Identidad Migratoria Boliviana
Un Puente Interpretativo desde la Economía Política del Desarrollo
Sergio Prieto Díaz
Palabras Clave: circuito migratorio Argentina-Bolivia, transnacionalismo, interculturalidad,
etno-desarrollo, economía social, capital simbólico.
Resumen
“Las nuevas colonias bolivianas parecerían seguir los senderos trazados por las
familias mitimaes, aunque esta vez extendiendo la dinámica doble de sus idas y
venidas hacia un nuevo escenario, el de un archipiélago de pisos ecológicos
trasnacionales en tiempos de globalización. Sus comunidades o ciudades de origen,
sustituidas en términos de residencia por Washington DC, Madrid, Buenos Aires y
otras urbes, también podrían cumplir la función que para aquellos viajeros ejercían las
cabeceras étnicas cercanas al lago sagrado. Los desplazamientos en función a un
centro permanente continúan. Continúa también la necesidad del retorno multifacético
hacia la tierra abandonada”.
El sector productivo hortofrutícola argentino lleva varios años construyéndose en torno a la
“bolivianización”, un proceso en el que la organización cooperativa de este colectivo
inmigrante ha permitido la consolidación de una “escalera boliviana” (ambos conceptos
acuñados por Roberto Benencia) que explica en gran parte, pero desde una interpretación
limitada al ámbito de la sociedad receptora, algunas de sus características. Sin embargo la
experiencia y los alcances de la misma trascienden constantemente, como la misma
migración, estos alcances metodológicos, conceptuales e interpretativos. Aportando desde la
antropología económica migratoria, mi convivencia en una pequeña comunidad rural de
Potosí, Bolivia, residente casi en su totalidad en Argentina, muestro desde el reverso de la
realidad observable en los lugares de destino, el sentido de proponer, aceptando que la
horticultura argentina se está “bolivianizando”, que al mismo tiempo se “argentinizan” las
dinámicas identitarias y comunitarias bolivianas.

El autor es Economista Social por la Universidad Autónoma de Madrid, Experto en Desigualdad, Cooperación
y Economía del Desarrollo (Universidad Complutense de Madrid), y Magíster en Políticas de Migración
Internacional (Universidad de Buenos Aires). Actualmente se desempeña como Investigador del Espacio de
Estudios Migratorios-EEM (www.estudiosmigratorios.com.ar). Espacio de Estudios Migratorios-EEM
Introducción
El debate sobre las diversas características e implicaciones subyacentes en los procesos
migratorios contemporáneos está empezando a concentrar visiones específicas desde una
multiplicidad de disciplinas (sociología, antropología, psicología…) que enriquecen las
interpretaciones clásicas, de corte eminentemente económico (desde Smith, Ricardo, List,
Marx… hasta Wallerstein). Esto sucede así porque las interpretaciones desde la economía
(neoclásica, de los mercados duales de trabajo, sistema mundial, de redes, etc.), defendían sus
argumentos como dogmas, en franca incompatibilidad con cualquier de la otras tendencias,
imposibilitando una mirada complementaria entre ellas, asì como entre los distintos espacios
geográficos que abordan. Una limitación al sentido de una interpretación migratoria, que por
definición debe ser holística, englobando múltiples lugares, miradas, actores y conexiones.
Los procesos migratorios desde los ámbitos rurales, del Sur al Norte, aún son
mayoritariamente abordados desde perspectivas “urbanas y occidentales”, limitadas hacia la
adaptación social, la inserción laboral, la vinculación con la delincuencia o la descripción de
los elementos folklóricos atractivos a la sociedad receptora. Cuesta encontrar aún análisis
sobre las dinámicas socio-étnicas que ocurren al interior de estos colectivos migrantes, y con
sus comunidades de origen. Tal sería el caso de los procesos de migración de ciudadanos
bolivianos a la Argentina. Sus trayectorias, ocupaciones, alcances y efectos varios han sido
amplia, sistemática, y diversificadamente abordados; pero cuesta encontrar interpretaciones
focalizadas en transformaciones identitarias que se producen dentro de estos colectivos y
entre estos con sus comunidades de origen.
La primera parte de este trabajo va a describir una realidad migratoria concreta en los
cinturones verdes de las ciudades argentinas1. La concentración de inmigrantes de origen
boliviano que han copado y desarrollado un espacio identitario paradigmático alrededor del
sector productivo hortofrutícola. Partiendo de esta contextualización, sus condicionantes
socio-históricos, y de la interpretación que desde los ámbitos académicos o las
investigaciones científicas se han venido aportando sobre la misma, la segunda parte pretende
aportar al conocimiento de estas dinámicas, desde la perspectiva poco estudiada de los efectos
de estas dinámicas en los territorios de origen.
La bolivianización de la horticultura argentina
“Hoy se está dando una bolivianización de la horticultura en la Argentina.
Hay bolivianos en los cinturones verdes de Salta y Jujuy, pasando por
Tucumán, Córdoba, Santa Fe, Rosario, Goya (en Corrientes), Mar del Plata,
Bahía Blanca, por los valles de Río Negro, Chubut y por Tierra del Fuego”
“De acá en adelante es imposible pensar esta actividad sin la participación de
esta comunidad, que por su experiencia y especialización, será la encargada
de la horticultura en toda la Argentina”
Roberto Benencia (2007)
Debe destacarse para comenzar que la continuidad (territorial, cultural…) y larga data
histórica de movimientos poblacionales entre ambos países limítrofes facilitan la persistencia
y desarrollo de mecanismos de interacción entre las comunidades migradas y las residentes.
1
Este primer capítulo resume algunas partes de mi trabajo de tesis “TAYPI-TINKU-KUTI
hacia el Sumaj K’uchiykachay (Buen Migrar). Escalera transmigrante boliviana
(saropalqueña) y construcción del retorno, a través de las cooperativas hortofrutícolas
originarias en Buenos Aires”.
Tesis para la obtención del título de Magíster en Políticas de Migración
Internacional, de la Universidad de Buenos Aires, presentada en marzo de 2010.
La proximidad geográfica es fundamental pues posibilita un retorno continuado. Así, los
migrantes limítrofes procedentes de espacios rurales se insertan progresivamente en un
ambiente urbano pero siguen ligados a sus estructuras originarias, su identidad y su cultura,
realimentadas por los contactos entre sus miembros, y donde los retornos serían una de las
formas de dar continuidad y consolidar su organización social-comunitaria originaria.
Los primeros migrantes bolivianos, procedentes en su mayor parte de las regiones del
Altiplano, empezaron a llegar a Escobar, a 50 Km. de Buenos Aires, hacia los años 70. Y
fueron atraídos progresivamente hacia la capital según los ciclos zafreros del Norte y Oeste
argentinos se iban agotando para ellos, debido a su progresiva tecnificación y al consiguiente
desplome de los precios de producción. Aquellos primeros pioneros en la gran ciudad
encontraron trabajo en las quintas de españoles, italianos, portugueses, japoneses, y
argentinos, cuyos hijos ya no veían interesante continuar la horticultura que sus progenitores
introdujeron en esta región desde inicios del s.XX. Esto facilitó cierto “acomodamiento
cultural” en la inserción del migrante, que encontraba un espacio donde su identidad se
convirtió en refugio y seguridad (aunque fuera como respuesta a un entorno de discriminación
bastante amplio y extendido), y desde donde esta se redefinía parcialmente en sus diversas
interacciones con la sociedad de destino. Su inserción en la sociedad productiva argentina no
fue fácil: condicionados por las tradicionales “reticencias” al reconocimiento e inserción de
migrantes limítrofes de las políticas argentinas, fueron objeto de fenómenos de exclusión y
persecución de notable virulencia.
Actualmente, los bolivianos (especialmente, cochabambinos, tarijeños y potosinos) controlan
la producción del 80% de la fruta y verdura que se consume diariamente en la capital, Buenos
Aires, y su conurbano. Y ya no sólo en Buenos Aires, sino en el resto de ciudades del país.
Tras su paso por el norte argentino y Buenos Aires, las colectividades bolivianas vinculadas al
cultivo de fruta y verdura se van “diseminando”. En Río Cuarto (Córdoba) encontramos
originarios de San Lorenzo (Tarija). En Santa Rosa (Salta) y Fraile Pintado (Jujuy), migrantes
procedentes de Pampa Redonda (Tarija). Río Colorado, Mar del Plata, Bahía Blanca, Alto
Valle del Río Negro, Neuquén, Trelew (Chubut), Ushuaia… son otros lugares donde los
horticultores bolivianos empezaron a desarrollar territorios propios vinculados a estas
actividades productivas, donde antes no existían. Se produce lo que el Prof. Roberto Benencia
define como “bolivianización de la horticultura”, extendida a toda la “escalera boliviana” de
progresión laboral en que se ha transformado este sector productivo: su presencia mayoritaria
en los puestos de venta al detalle se va extendiendo progresivamente hasta la propia cadena de
distribución (ámbito en que la ganancia supera ampliamente al de la producción/cultivo). Hoy
día el 40% de los productores hortícolas (25% propietarios de la tierra, y 75% arrendatarios) y
entre el 60-80% del total de trabajadores agrarios, son de nacionalidad boliviana, y origen
mayoritariamente quechua. Su presencia fundamentalmente en la actividad frutihortícola,
contrastada con una mayoría de migrantes de procedencia aymara en el rubro textil, será una
de las características que validarán catalogar esta actividad como “nicho étnico” o “economía
de enclave étnico”, sosteniendo la fortaleza del concepto de “plusvalía étnica”.
La expresión organizativa de ese sentimiento “originario-comunitario” en este contexto
postmigratorio son las cooperativas de productores hortofrutícolas que se han ido
consolidando en estos últimos tiempos. Varios mercados concentradores de fruta y verdura
“nacionales” (bolivianos) aparecieron, surgidos al amparo de una determinada masa crítica de
paisanos y productores. Dos de estas cooperativas bolivianas, localizadas en el llamado
“cinturón verde” de la capital argentina (el Mercado Frutihortícola de Saropalca –Morón- y la
Cooperativa Frutihortícola de la Colectividad Boliviana –Escobar-) resultan paradigmáticas
por ser respectivamente la más reciente, y la primera en constituirse, representando los
extremos entre los que se está desenvolviendo esta reconstrucción identitaria que estimo
relevante. En la Colectividad Boliviana de Escobar, fundada en 2001, los miembros
compartían y comparten una nacionalidad y un espacio de ubicación determinado y común
(ser “bolivianos en Escobar”). Esta iniciativa seguía cronológicamente el desarrollo de la
actividad comercial “boliviana” en la Matanza. Se trata, sin dudas, de la organización
“boliviana” más importante en cuanto a sus logros económicos, y tiene ya un rol estratégico
como interlocutor del sector. Pero había otro objetivo, quizás menos explícito, pero en el
fondo más importante…
“… la unión del compatriota, lograr la identidad boliviana, mantener las
costumbres, para que el compatriota de cualquier lugar venga y diga voy a mi
Bolivia, este es un pedacito de Bolivia en Argentina”
Distintos acontecimientos propiciaron una progresiva reorganización de antiguos y nuevos
miembros alrededor de una “nueva identidad”. Son “originarios” de una misma localidad de
origen en Bolivia: son “saropalqueños en Argentina”. Este caso es el germen de lo que llamo
“cooperativa originaria”, por ser su eje articulador el origen específicamente común de sus
miembros. Actualmente, cerca del 85% de la población de esta comunidad potosina vive
concentrada en dos grandes núcleos de la Argentina: Lules, en Tucumán, y el conurbano de
Buenos Aires, donde se sitúa el Mercado Frutihortícola Saropalca. En este nuevo espacio (que
al reorganizarse también se extiende y complejiza) se añaden redes y propósitos especiales a
la iniciativa original: entre ellos la implicación directa en el desarrollo de proyectos
específicos y “comunitarios” en el lugar de origen. Esta posibilidad estaría condicionada al
mantenimiento de una determinada serie de vínculos con la comunidad original, que
permitiría que los no-migrantes se incorporen al círculo de la comunidad transnacional, y a
los migrantes revalidar sus lazos con la comunidad, en términos de presencia y prestigio.
La particular conformación del sector hortofrutícola en Buenos Aires y su “bolivianización”
no sorprende desde el punto de vista del proceso de estructuración mundial de los distintos
sectores productivos. La relevancia de las redes sociales de compadrazgo y/o cosanguineidad
en la definición de la ocupación productiva ha sido explicitada en muy diversos lugares,
principalmente (pero no sólo) aquellos con una fuerte y consolidada tradición migratoria en su
territorio, desde los pioneros estudios de las comunidades cubanas en Miami, o las coreanas
en Los Ángeles. Esta misma noción podría servir para describir los procesos de desarrollo
económico-productivo que siguieron todos los países del continente latinoamericano y
aquellos que no eran o fueron hegemónicos, ya que en ellos se instaló de alguna forma un
“capitalismo de enclave” (desde la plata al estaño en Bolivia, donde la minería suponía en
1952 el 80% de los ingresos del país, y donde a partir de ahora parece “enclavarse” el litio)
según los recursos específicos y particulares que interesaba proveyeran al sistema global.
Estos “nichos étnicos” pueden referirse entonces a la existencia de barrios específicos donde
se concentra la población y la actividad comercial de una determinada etnia/origen. En
Buenos Aires, “barrios de bolivianos” podrían ser el porteño de Charrúa, o poblaciones del
conurbano como Escobar o Morón, como “mercados bolivianos” podrían considerarse a La
Salada o Liniers. También hace referencia a la existencia de una diferenciación ocupacional
basada en criterios étnicos: los bolivianos en el sector hortofrutícola y en algunas ramas de la
construcción, o las bolivianas en servicio doméstico, costura y venta minorista hortofrutícola;
los uruguayos en actividades terciarias (administrativas y comerciales); los paraguayos en las
actividades del sector de la construcción y las paraguayas en tareas domésticas; de la misma
forma que los asiáticos se insertan con mucha visibilidad en pequeños comercios y
lavanderías… Todas estas divisiones ocupacionales pueden responder tanto a que
determinada colectividad posea “recursos intangibles” que la hagan preferible en
determinados rublos, como que se vean abocados a los mismos por su escaso interés para la
población nativa, o que la existencia de redes sociales de parentesco propias haga de ellos un
primer espacio para su inserción productiva.
Los movimientos migratorios están reconfigurando así formas de vida social de
“comunidades” o de “sociedades étnicas” específicas. Numerosos estudios de bolivianos en
Argentina muestran como la vitalidad de sus culturas de origen (andinas) les ha permitido
organizarse como grupos étnicos básicos y también organizar sus relaciones sociales a partir
de prácticas fundadas en la selección de algunos rasgos culturales de su identidad étnica,
inyectando también ciertos elementos étnicos a la sociedad receptora, reconfigurados
selectivamente. Entonces la “comunidad”, como espacio donde se comparte un sentido
identitario o de intereses, y funciones o papeles sociales concretos con respecto a los demás,
gracias a la migración va a poder aparecer en muchos y dispersos lugares, se
redesterritorializa, y persiste bajo la forma de “comunidades transnacionales”. En el seno de
esta ocurrirán además dinámicas de convivencia entre lo propio y el contexto, que con el paso
del tiempo y a través de esa interacción, se irán reconfigurando progresivamente.
Identificando entonces estas variables en la lógica transnacional andino-boliviana, esta estaría
formada por redes familiares y de paisanaje que han posibilitado el desplazamiento territorial
hacia los grandes núcleos urbanos, desarrollando prácticas productivas hortícolas (que repiten
en otras áreas del país), funcionando desde ese momento como un enlace directo para los
nuevos migrantes, conservando y reproduciendo valores étnico–culturales en el espacio de
destino. Este proceso ha sido ampliamente identificado para el caso de los migrantes
bolivianos en Argentina, y refiere a la conformación de territorios productivos “…cuyos
integrantes son “bolivianos en Argentina” y desarrollan un comportamiento propio que les
permite accionarse de maneras particulares: su comunidad ha logrado producir e inventar
una fuerte representación simbólica cultural y formas organizativas y asociativas de
afinidad bien cohesionadas; emplazaron una cultura con características y rasgos propios al
interior de la sociedad argentina”.
La argentinización de las dinámicas culturales e identitarias bolivianas
Las migraciones modernas dan lugar a creolizaciones, prácticas liminales y subyacentes en
continua reconstrucción de culturas e identidades que desafían los poderes de los Estados para
definir y controlar a poblaciones determinadas en lugares delimitados. Ya no pueden
distinguirse apenas los lugares de salida y los de tránsito o llegada… junto a las personas que
salen, entran, y transitan, se conforman nuevos sistemas integrados, diferentes y particulares
respecto de ambos lados. La inmigración genera diversidad, multi, inter y pluri culturalidad,
desafiando este mito de la homogeneidad, igual que los movimientos migratorios desafían
todas las barreras y límites que se interponen, y mientras la sociedad civil se transforma en
actor de empoderamiento ciudadano, reclamando frente a Estados u organismos
internacionales. Se hace imprescindible por tanto la superación de los enfoques duales: hay
que entender que nos movemos en un solo mundo, para interpretarlo desde los diversos
ángulos posibles.
La “bolivianización de la horticultura argentina” puede ser analizada en términos duales:
puede ser producto de una respuesta cultural y económica a un mercado de trabajo
fragmentado y hostil, que genera minorías intermedias con capacidad de explotar diversos y
variados recursos propios (materiales o simbólicos). También como resultado de un abandono
por parte de la población argentina de dicho sector productivo, que permite a nuevos
contingentes de personas, inmigrantes, apropiarse del mismo y reconfigurarlo a través de su
desarrollo, tal y como ocurre también residencialmente: una sucesión tanto en la ocupación de
áreas residenciales como en la propiedad de los negocios. Pero posiblemente la aproximación
más apropiada sea una conjunción de ambas: existe una segmentación laboral que permitiría
“ocupar” un determinado sector productivo, y al mismo tiempo barreras de todo tipo para que
esto se produzca, y de la conjunción de ambos factores es que resultará fundamental que los
inmigrantes que optan a insertarse en el mismo recuperen y transformen formulas étnicas
propias e informales para asegurar su éxito (sus redes sociales, o prácticas como los créditos
rotativos o el trabajo comunitario). La posibilidad de desarrollar y lograr el éxito de estas
“economías étnicas” vendrá por tanto determinado por la conjunción entre los que los grupos
étnicos pueden ofrecer, y lo que se les está permitido que ofrezcan. Más allá de esa
conjunción y selectividad evidente, múltiples factores se van a hacer visibles, en otros
ámbitos espaciales.
Estas economías étnicas por tanto deben ser analizadas, en nuestro contexto contemporáneo
global, más allá de los contextos locales o nacionales donde se ubican. El modo de vida
transnacional, la “… amplitud de relaciones sociales, culturales, políticas y económicas,
transfronterizas, que emerge intencional e inesperadamente de la presión de los migrantes
por mantener y reproducir a distancia su ambiente socio-cultural de origen”, hace necesario
que analicemos las consecuencias que tiene, “al otro lado”, las realidades observables en uno
de ellos. La migración debe ser entendida como un proceso, un circuito que conecta multidireccionalmente lugares y prácticas diversas, donde todas se relacionan y resultan afectadas.
Resumiendo el capítulo anterior, las distintas familias migrantes comienzan un proyecto de
evolución propio en el seno de una “comunidad percibida”, permitiendo con la consolidación
de su situación, abandonar este “refugio” y dar cabida a nuevos compatriotas. Estos enclaves
no deben ser vistos como guettos: en ellos no sólo se produce una concentración de personas
o negocios en un área determinada, sino que definen ambientes sociales e identitarios
comunitarios, afianzando la identidad de pertenencia a los mismos. La visión menos
explorada del alcance e importancia de estas redes sociales se encuentra en esos vínculos que
se mantienen y realimentan en el territorio de origen. Las necesidades de los que se quedan, el
deseo de quienes se fueron de aportar al pueblo que los vio nacer, junto a la ambición de dar a
la familia transmigrante mejores posibilidades en la tierra natal, forman un complejo conjunto
de razones que explican porque en el caso boliviano, frente a otros ejemplos, los migrantes
parecen tratar de hacer que “la herida familiar sea curada por la sutura del trabajo”.
Las idas y venidas mantienen los vínculos con los lugares de origen y sus frecuencias
conectan y dan vitalidad a las relaciones recíprocas entre ambos espacios. El boliviano
migrante no abandona (o no lo siente así) la tierra en que nació: su objetivo final es regresar,
diferente ha como partió, para a su vez cambiar la tierra que lo vio nacer. En palabras de
Hinojosa, “… la Bolivia más querible se está construyendo hoy día en la distancia, a través
de tantas personas que piensan que vivir aquí es un lujo, que merece la pena ser solventado
desde afuera”. Pero de la misma forma que esta vitalidad produce efectos en el ámbito
postmigratorio donde se asienta (esa “bolivianización” no se limitaría a la presencia
mayoritaria de estos migrantes en el sector productivo particular, ni siquiera a su posible
control del mismo, sino que se evidenciaría también en la introducción de sistemas
comunitarios-identitarios propios, como la “mink’a” –trabajo gratuito rotativo a favor de la
comunidad-, el “pasanaku” –crédito comunitario rotativo- o el “anticrético” –cesión de uso
de inmuebles por dinero, radicalmente distinto al alquiler-), también conlleva una
resignificación, a veces perversa, de sus dinámicas identitario-comunitarias, trasladadas a
entornos donde estas no son visualizadas tradicionalmente de la misma forma.
A lo largo de este proceso se imbrican relaciones que surgen de ese sentimiento identitario
comunitario, con otras puramente mercantiles cuya vivencia es interiorizada intensamente a lo
largo del proceso migratorio. De la misma forma, surgen poderes y personas dentro del
colectivo que renuncian a su identidad comunitaria originaria y se transforman brutalmente
abandonando esta lógica e incorporándose acríticamente al modelo dominante, profundizando
determinados clichés a partir de los sectores en que se ocupan, y utilizando también
selectivamente determinados rasgos identitarios propios, ya “contaminados” por su
interacción postmigratoria.
Por poner algunos ejemplos de la “argentinización” (en este caso, desde su incidencia
“perversa”) de estas dinámicas, hoy día muchos migrantes bolivianos, utilizando sus redes de
conocidos y compatriotas en Bolivia, no dudan en ejercer este poder disuasorio para atraer
nuevos migrantes a los que explotarán en el sector de los talleres textiles clandestinos. Una
utilización inversa, o perversa, del sentido original y habitual de las redes sociales, del
“capital social” como este es entendido mayoritariamente. De la misma forma comienza a
observarse como los migrantes con mayor trayectoria y éxito relativo, interfieren en las
dinámicas tradicionales de elección de autoridades comunitarias en Bolivia. Esta dinámica,
que solía estar fundamentada en su carácter rotativo, hoy se lleva a cabo únicamente entre
aquellos que tuvieron éxito, paradójicamente, en el exterior, limitando o eliminando
completamente las opciones de los residentes en Bolivia de llegar a ejercer dichos cargos, y
presionando con ello aún más la necesidad percibida de migrar para no quedar relegados. En
las comunidades de origen bolivianas, ya tremendamente afectadas por un proceso de
migraciones que hace temer su completa despoblación, la población aún residente se ve
afectada en múltiples aspectos por la experiencia y ganancias concretas de quienes migraron,
aún si, como es el caso de Saropalca, vuelven con cierto espíritu comunitario latente (invertir
en mejoras para la comunidad –agua, instalaciones…-): los que se fueron, vuelven trayendo
también la cumbia, las distintas modas y adelantos, historias no siempre reales sobre el éxito y
el paraíso (escondiendo las malas experiencias), y ya interiorizada, una identidad creolizada
que los mantiene lejos o alejados progresivamente de ambos lugares, alterando, las más de las
veces, involuntariamente, delicados equilibrios tradicionales.
Bibliografía
Arjona Garrido, A. y J. C. Checa Olmos
2006 “Economía étnica: teorías, conceptos y nuevos avances”. Revista Internacional de
Sociología, Vol. LXIV.
Bonacich, E.
1973 “A theory of middelman minorities”. American Sociological Review, 38.
Guarnizo, L.
2004 “Aspectos económicos del vivir transnacional”. En “Migración y desarrollo” (A. Escrivá
y N. Ribas –coords-), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Córdoba.
Light, I. y E. Bonacich
1988 “Immigrant entrepreneurs. Koreans in Los Angeles, 1965-1982”. University of
California Press, Berkley.
Massey, D.
1988 “International migration and economic development in comparative perspective”.
Population and Development Review, 14.
Piore, M.
1974 “Notes for a theory of labor market stratification”. En “Labor market segmentation” (R.
C. Edwards y D. M. Gordon –edits-), Lexington Mass.
Portes, A. y M. Zhou
1992 “En route vers les sommets: perspectives sur la question des minoriies éthniques”.
Revue Européenne des Migrations Internationales”, Vol. 8, 1.
Portes, A., y L. Jensen
1987 “What’s an ethnic enclave? The case for conceptual clarity”. American Sociological
Review, 52.
Portes, A., W.K. Haller y L. E. Guarnizo
2002 “Transnational entrepreneurs: the emergence and determinants of an alternative form of
immigrant economic adaptation”. American Sociological Review, 67.
Pries, L.
2001 “The approach of transnational social spaces. Responding to new configuration of social
and spatial”. En “New transnational social spaces. International migration and transnational
companies in the early twenty-first century” (L. Pries –ed.-), Routhledge, Londres.
Waldinger, R.
1993 “The ethnic enclave debate revised”. International Journal of Urban and Regional
Research, 13.