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Economía Social y Etnodesarrollo: entre la Bolivianización de la Horticultura Argentina y la Argentinización de la Identidad Migratoria Boliviana Un Puente Interpretativo desde la Economía Política del Desarrollo Sergio Prieto Díaz Palabras Clave: circuito migratorio Argentina-Bolivia, transnacionalismo, interculturalidad, etno-desarrollo, economía social, capital simbólico. Resumen “Las nuevas colonias bolivianas parecerían seguir los senderos trazados por las familias mitimaes, aunque esta vez extendiendo la dinámica doble de sus idas y venidas hacia un nuevo escenario, el de un archipiélago de pisos ecológicos trasnacionales en tiempos de globalización. Sus comunidades o ciudades de origen, sustituidas en términos de residencia por Washington DC, Madrid, Buenos Aires y otras urbes, también podrían cumplir la función que para aquellos viajeros ejercían las cabeceras étnicas cercanas al lago sagrado. Los desplazamientos en función a un centro permanente continúan. Continúa también la necesidad del retorno multifacético hacia la tierra abandonada”. El sector productivo hortofrutícola argentino lleva varios años construyéndose en torno a la “bolivianización”, un proceso en el que la organización cooperativa de este colectivo inmigrante ha permitido la consolidación de una “escalera boliviana” (ambos conceptos acuñados por Roberto Benencia) que explica en gran parte, pero desde una interpretación limitada al ámbito de la sociedad receptora, algunas de sus características. Sin embargo la experiencia y los alcances de la misma trascienden constantemente, como la misma migración, estos alcances metodológicos, conceptuales e interpretativos. Aportando desde la antropología económica migratoria, mi convivencia en una pequeña comunidad rural de Potosí, Bolivia, residente casi en su totalidad en Argentina, muestro desde el reverso de la realidad observable en los lugares de destino, el sentido de proponer, aceptando que la horticultura argentina se está “bolivianizando”, que al mismo tiempo se “argentinizan” las dinámicas identitarias y comunitarias bolivianas. El autor es Economista Social por la Universidad Autónoma de Madrid, Experto en Desigualdad, Cooperación y Economía del Desarrollo (Universidad Complutense de Madrid), y Magíster en Políticas de Migración Internacional (Universidad de Buenos Aires). Actualmente se desempeña como Investigador del Espacio de Estudios Migratorios-EEM (www.estudiosmigratorios.com.ar). Espacio de Estudios Migratorios-EEM Introducción El debate sobre las diversas características e implicaciones subyacentes en los procesos migratorios contemporáneos está empezando a concentrar visiones específicas desde una multiplicidad de disciplinas (sociología, antropología, psicología…) que enriquecen las interpretaciones clásicas, de corte eminentemente económico (desde Smith, Ricardo, List, Marx… hasta Wallerstein). Esto sucede así porque las interpretaciones desde la economía (neoclásica, de los mercados duales de trabajo, sistema mundial, de redes, etc.), defendían sus argumentos como dogmas, en franca incompatibilidad con cualquier de la otras tendencias, imposibilitando una mirada complementaria entre ellas, asì como entre los distintos espacios geográficos que abordan. Una limitación al sentido de una interpretación migratoria, que por definición debe ser holística, englobando múltiples lugares, miradas, actores y conexiones. Los procesos migratorios desde los ámbitos rurales, del Sur al Norte, aún son mayoritariamente abordados desde perspectivas “urbanas y occidentales”, limitadas hacia la adaptación social, la inserción laboral, la vinculación con la delincuencia o la descripción de los elementos folklóricos atractivos a la sociedad receptora. Cuesta encontrar aún análisis sobre las dinámicas socio-étnicas que ocurren al interior de estos colectivos migrantes, y con sus comunidades de origen. Tal sería el caso de los procesos de migración de ciudadanos bolivianos a la Argentina. Sus trayectorias, ocupaciones, alcances y efectos varios han sido amplia, sistemática, y diversificadamente abordados; pero cuesta encontrar interpretaciones focalizadas en transformaciones identitarias que se producen dentro de estos colectivos y entre estos con sus comunidades de origen. La primera parte de este trabajo va a describir una realidad migratoria concreta en los cinturones verdes de las ciudades argentinas1. La concentración de inmigrantes de origen boliviano que han copado y desarrollado un espacio identitario paradigmático alrededor del sector productivo hortofrutícola. Partiendo de esta contextualización, sus condicionantes socio-históricos, y de la interpretación que desde los ámbitos académicos o las investigaciones científicas se han venido aportando sobre la misma, la segunda parte pretende aportar al conocimiento de estas dinámicas, desde la perspectiva poco estudiada de los efectos de estas dinámicas en los territorios de origen. La bolivianización de la horticultura argentina “Hoy se está dando una bolivianización de la horticultura en la Argentina. Hay bolivianos en los cinturones verdes de Salta y Jujuy, pasando por Tucumán, Córdoba, Santa Fe, Rosario, Goya (en Corrientes), Mar del Plata, Bahía Blanca, por los valles de Río Negro, Chubut y por Tierra del Fuego” “De acá en adelante es imposible pensar esta actividad sin la participación de esta comunidad, que por su experiencia y especialización, será la encargada de la horticultura en toda la Argentina” Roberto Benencia (2007) Debe destacarse para comenzar que la continuidad (territorial, cultural…) y larga data histórica de movimientos poblacionales entre ambos países limítrofes facilitan la persistencia y desarrollo de mecanismos de interacción entre las comunidades migradas y las residentes. 1 Este primer capítulo resume algunas partes de mi trabajo de tesis “TAYPI-TINKU-KUTI hacia el Sumaj K’uchiykachay (Buen Migrar). Escalera transmigrante boliviana (saropalqueña) y construcción del retorno, a través de las cooperativas hortofrutícolas originarias en Buenos Aires”. Tesis para la obtención del título de Magíster en Políticas de Migración Internacional, de la Universidad de Buenos Aires, presentada en marzo de 2010. La proximidad geográfica es fundamental pues posibilita un retorno continuado. Así, los migrantes limítrofes procedentes de espacios rurales se insertan progresivamente en un ambiente urbano pero siguen ligados a sus estructuras originarias, su identidad y su cultura, realimentadas por los contactos entre sus miembros, y donde los retornos serían una de las formas de dar continuidad y consolidar su organización social-comunitaria originaria. Los primeros migrantes bolivianos, procedentes en su mayor parte de las regiones del Altiplano, empezaron a llegar a Escobar, a 50 Km. de Buenos Aires, hacia los años 70. Y fueron atraídos progresivamente hacia la capital según los ciclos zafreros del Norte y Oeste argentinos se iban agotando para ellos, debido a su progresiva tecnificación y al consiguiente desplome de los precios de producción. Aquellos primeros pioneros en la gran ciudad encontraron trabajo en las quintas de españoles, italianos, portugueses, japoneses, y argentinos, cuyos hijos ya no veían interesante continuar la horticultura que sus progenitores introdujeron en esta región desde inicios del s.XX. Esto facilitó cierto “acomodamiento cultural” en la inserción del migrante, que encontraba un espacio donde su identidad se convirtió en refugio y seguridad (aunque fuera como respuesta a un entorno de discriminación bastante amplio y extendido), y desde donde esta se redefinía parcialmente en sus diversas interacciones con la sociedad de destino. Su inserción en la sociedad productiva argentina no fue fácil: condicionados por las tradicionales “reticencias” al reconocimiento e inserción de migrantes limítrofes de las políticas argentinas, fueron objeto de fenómenos de exclusión y persecución de notable virulencia. Actualmente, los bolivianos (especialmente, cochabambinos, tarijeños y potosinos) controlan la producción del 80% de la fruta y verdura que se consume diariamente en la capital, Buenos Aires, y su conurbano. Y ya no sólo en Buenos Aires, sino en el resto de ciudades del país. Tras su paso por el norte argentino y Buenos Aires, las colectividades bolivianas vinculadas al cultivo de fruta y verdura se van “diseminando”. En Río Cuarto (Córdoba) encontramos originarios de San Lorenzo (Tarija). En Santa Rosa (Salta) y Fraile Pintado (Jujuy), migrantes procedentes de Pampa Redonda (Tarija). Río Colorado, Mar del Plata, Bahía Blanca, Alto Valle del Río Negro, Neuquén, Trelew (Chubut), Ushuaia… son otros lugares donde los horticultores bolivianos empezaron a desarrollar territorios propios vinculados a estas actividades productivas, donde antes no existían. Se produce lo que el Prof. Roberto Benencia define como “bolivianización de la horticultura”, extendida a toda la “escalera boliviana” de progresión laboral en que se ha transformado este sector productivo: su presencia mayoritaria en los puestos de venta al detalle se va extendiendo progresivamente hasta la propia cadena de distribución (ámbito en que la ganancia supera ampliamente al de la producción/cultivo). Hoy día el 40% de los productores hortícolas (25% propietarios de la tierra, y 75% arrendatarios) y entre el 60-80% del total de trabajadores agrarios, son de nacionalidad boliviana, y origen mayoritariamente quechua. Su presencia fundamentalmente en la actividad frutihortícola, contrastada con una mayoría de migrantes de procedencia aymara en el rubro textil, será una de las características que validarán catalogar esta actividad como “nicho étnico” o “economía de enclave étnico”, sosteniendo la fortaleza del concepto de “plusvalía étnica”. La expresión organizativa de ese sentimiento “originario-comunitario” en este contexto postmigratorio son las cooperativas de productores hortofrutícolas que se han ido consolidando en estos últimos tiempos. Varios mercados concentradores de fruta y verdura “nacionales” (bolivianos) aparecieron, surgidos al amparo de una determinada masa crítica de paisanos y productores. Dos de estas cooperativas bolivianas, localizadas en el llamado “cinturón verde” de la capital argentina (el Mercado Frutihortícola de Saropalca –Morón- y la Cooperativa Frutihortícola de la Colectividad Boliviana –Escobar-) resultan paradigmáticas por ser respectivamente la más reciente, y la primera en constituirse, representando los extremos entre los que se está desenvolviendo esta reconstrucción identitaria que estimo relevante. En la Colectividad Boliviana de Escobar, fundada en 2001, los miembros compartían y comparten una nacionalidad y un espacio de ubicación determinado y común (ser “bolivianos en Escobar”). Esta iniciativa seguía cronológicamente el desarrollo de la actividad comercial “boliviana” en la Matanza. Se trata, sin dudas, de la organización “boliviana” más importante en cuanto a sus logros económicos, y tiene ya un rol estratégico como interlocutor del sector. Pero había otro objetivo, quizás menos explícito, pero en el fondo más importante… “… la unión del compatriota, lograr la identidad boliviana, mantener las costumbres, para que el compatriota de cualquier lugar venga y diga voy a mi Bolivia, este es un pedacito de Bolivia en Argentina” Distintos acontecimientos propiciaron una progresiva reorganización de antiguos y nuevos miembros alrededor de una “nueva identidad”. Son “originarios” de una misma localidad de origen en Bolivia: son “saropalqueños en Argentina”. Este caso es el germen de lo que llamo “cooperativa originaria”, por ser su eje articulador el origen específicamente común de sus miembros. Actualmente, cerca del 85% de la población de esta comunidad potosina vive concentrada en dos grandes núcleos de la Argentina: Lules, en Tucumán, y el conurbano de Buenos Aires, donde se sitúa el Mercado Frutihortícola Saropalca. En este nuevo espacio (que al reorganizarse también se extiende y complejiza) se añaden redes y propósitos especiales a la iniciativa original: entre ellos la implicación directa en el desarrollo de proyectos específicos y “comunitarios” en el lugar de origen. Esta posibilidad estaría condicionada al mantenimiento de una determinada serie de vínculos con la comunidad original, que permitiría que los no-migrantes se incorporen al círculo de la comunidad transnacional, y a los migrantes revalidar sus lazos con la comunidad, en términos de presencia y prestigio. La particular conformación del sector hortofrutícola en Buenos Aires y su “bolivianización” no sorprende desde el punto de vista del proceso de estructuración mundial de los distintos sectores productivos. La relevancia de las redes sociales de compadrazgo y/o cosanguineidad en la definición de la ocupación productiva ha sido explicitada en muy diversos lugares, principalmente (pero no sólo) aquellos con una fuerte y consolidada tradición migratoria en su territorio, desde los pioneros estudios de las comunidades cubanas en Miami, o las coreanas en Los Ángeles. Esta misma noción podría servir para describir los procesos de desarrollo económico-productivo que siguieron todos los países del continente latinoamericano y aquellos que no eran o fueron hegemónicos, ya que en ellos se instaló de alguna forma un “capitalismo de enclave” (desde la plata al estaño en Bolivia, donde la minería suponía en 1952 el 80% de los ingresos del país, y donde a partir de ahora parece “enclavarse” el litio) según los recursos específicos y particulares que interesaba proveyeran al sistema global. Estos “nichos étnicos” pueden referirse entonces a la existencia de barrios específicos donde se concentra la población y la actividad comercial de una determinada etnia/origen. En Buenos Aires, “barrios de bolivianos” podrían ser el porteño de Charrúa, o poblaciones del conurbano como Escobar o Morón, como “mercados bolivianos” podrían considerarse a La Salada o Liniers. También hace referencia a la existencia de una diferenciación ocupacional basada en criterios étnicos: los bolivianos en el sector hortofrutícola y en algunas ramas de la construcción, o las bolivianas en servicio doméstico, costura y venta minorista hortofrutícola; los uruguayos en actividades terciarias (administrativas y comerciales); los paraguayos en las actividades del sector de la construcción y las paraguayas en tareas domésticas; de la misma forma que los asiáticos se insertan con mucha visibilidad en pequeños comercios y lavanderías… Todas estas divisiones ocupacionales pueden responder tanto a que determinada colectividad posea “recursos intangibles” que la hagan preferible en determinados rublos, como que se vean abocados a los mismos por su escaso interés para la población nativa, o que la existencia de redes sociales de parentesco propias haga de ellos un primer espacio para su inserción productiva. Los movimientos migratorios están reconfigurando así formas de vida social de “comunidades” o de “sociedades étnicas” específicas. Numerosos estudios de bolivianos en Argentina muestran como la vitalidad de sus culturas de origen (andinas) les ha permitido organizarse como grupos étnicos básicos y también organizar sus relaciones sociales a partir de prácticas fundadas en la selección de algunos rasgos culturales de su identidad étnica, inyectando también ciertos elementos étnicos a la sociedad receptora, reconfigurados selectivamente. Entonces la “comunidad”, como espacio donde se comparte un sentido identitario o de intereses, y funciones o papeles sociales concretos con respecto a los demás, gracias a la migración va a poder aparecer en muchos y dispersos lugares, se redesterritorializa, y persiste bajo la forma de “comunidades transnacionales”. En el seno de esta ocurrirán además dinámicas de convivencia entre lo propio y el contexto, que con el paso del tiempo y a través de esa interacción, se irán reconfigurando progresivamente. Identificando entonces estas variables en la lógica transnacional andino-boliviana, esta estaría formada por redes familiares y de paisanaje que han posibilitado el desplazamiento territorial hacia los grandes núcleos urbanos, desarrollando prácticas productivas hortícolas (que repiten en otras áreas del país), funcionando desde ese momento como un enlace directo para los nuevos migrantes, conservando y reproduciendo valores étnico–culturales en el espacio de destino. Este proceso ha sido ampliamente identificado para el caso de los migrantes bolivianos en Argentina, y refiere a la conformación de territorios productivos “…cuyos integrantes son “bolivianos en Argentina” y desarrollan un comportamiento propio que les permite accionarse de maneras particulares: su comunidad ha logrado producir e inventar una fuerte representación simbólica cultural y formas organizativas y asociativas de afinidad bien cohesionadas; emplazaron una cultura con características y rasgos propios al interior de la sociedad argentina”. La argentinización de las dinámicas culturales e identitarias bolivianas Las migraciones modernas dan lugar a creolizaciones, prácticas liminales y subyacentes en continua reconstrucción de culturas e identidades que desafían los poderes de los Estados para definir y controlar a poblaciones determinadas en lugares delimitados. Ya no pueden distinguirse apenas los lugares de salida y los de tránsito o llegada… junto a las personas que salen, entran, y transitan, se conforman nuevos sistemas integrados, diferentes y particulares respecto de ambos lados. La inmigración genera diversidad, multi, inter y pluri culturalidad, desafiando este mito de la homogeneidad, igual que los movimientos migratorios desafían todas las barreras y límites que se interponen, y mientras la sociedad civil se transforma en actor de empoderamiento ciudadano, reclamando frente a Estados u organismos internacionales. Se hace imprescindible por tanto la superación de los enfoques duales: hay que entender que nos movemos en un solo mundo, para interpretarlo desde los diversos ángulos posibles. La “bolivianización de la horticultura argentina” puede ser analizada en términos duales: puede ser producto de una respuesta cultural y económica a un mercado de trabajo fragmentado y hostil, que genera minorías intermedias con capacidad de explotar diversos y variados recursos propios (materiales o simbólicos). También como resultado de un abandono por parte de la población argentina de dicho sector productivo, que permite a nuevos contingentes de personas, inmigrantes, apropiarse del mismo y reconfigurarlo a través de su desarrollo, tal y como ocurre también residencialmente: una sucesión tanto en la ocupación de áreas residenciales como en la propiedad de los negocios. Pero posiblemente la aproximación más apropiada sea una conjunción de ambas: existe una segmentación laboral que permitiría “ocupar” un determinado sector productivo, y al mismo tiempo barreras de todo tipo para que esto se produzca, y de la conjunción de ambos factores es que resultará fundamental que los inmigrantes que optan a insertarse en el mismo recuperen y transformen formulas étnicas propias e informales para asegurar su éxito (sus redes sociales, o prácticas como los créditos rotativos o el trabajo comunitario). La posibilidad de desarrollar y lograr el éxito de estas “economías étnicas” vendrá por tanto determinado por la conjunción entre los que los grupos étnicos pueden ofrecer, y lo que se les está permitido que ofrezcan. Más allá de esa conjunción y selectividad evidente, múltiples factores se van a hacer visibles, en otros ámbitos espaciales. Estas economías étnicas por tanto deben ser analizadas, en nuestro contexto contemporáneo global, más allá de los contextos locales o nacionales donde se ubican. El modo de vida transnacional, la “… amplitud de relaciones sociales, culturales, políticas y económicas, transfronterizas, que emerge intencional e inesperadamente de la presión de los migrantes por mantener y reproducir a distancia su ambiente socio-cultural de origen”, hace necesario que analicemos las consecuencias que tiene, “al otro lado”, las realidades observables en uno de ellos. La migración debe ser entendida como un proceso, un circuito que conecta multidireccionalmente lugares y prácticas diversas, donde todas se relacionan y resultan afectadas. Resumiendo el capítulo anterior, las distintas familias migrantes comienzan un proyecto de evolución propio en el seno de una “comunidad percibida”, permitiendo con la consolidación de su situación, abandonar este “refugio” y dar cabida a nuevos compatriotas. Estos enclaves no deben ser vistos como guettos: en ellos no sólo se produce una concentración de personas o negocios en un área determinada, sino que definen ambientes sociales e identitarios comunitarios, afianzando la identidad de pertenencia a los mismos. La visión menos explorada del alcance e importancia de estas redes sociales se encuentra en esos vínculos que se mantienen y realimentan en el territorio de origen. Las necesidades de los que se quedan, el deseo de quienes se fueron de aportar al pueblo que los vio nacer, junto a la ambición de dar a la familia transmigrante mejores posibilidades en la tierra natal, forman un complejo conjunto de razones que explican porque en el caso boliviano, frente a otros ejemplos, los migrantes parecen tratar de hacer que “la herida familiar sea curada por la sutura del trabajo”. Las idas y venidas mantienen los vínculos con los lugares de origen y sus frecuencias conectan y dan vitalidad a las relaciones recíprocas entre ambos espacios. El boliviano migrante no abandona (o no lo siente así) la tierra en que nació: su objetivo final es regresar, diferente ha como partió, para a su vez cambiar la tierra que lo vio nacer. En palabras de Hinojosa, “… la Bolivia más querible se está construyendo hoy día en la distancia, a través de tantas personas que piensan que vivir aquí es un lujo, que merece la pena ser solventado desde afuera”. Pero de la misma forma que esta vitalidad produce efectos en el ámbito postmigratorio donde se asienta (esa “bolivianización” no se limitaría a la presencia mayoritaria de estos migrantes en el sector productivo particular, ni siquiera a su posible control del mismo, sino que se evidenciaría también en la introducción de sistemas comunitarios-identitarios propios, como la “mink’a” –trabajo gratuito rotativo a favor de la comunidad-, el “pasanaku” –crédito comunitario rotativo- o el “anticrético” –cesión de uso de inmuebles por dinero, radicalmente distinto al alquiler-), también conlleva una resignificación, a veces perversa, de sus dinámicas identitario-comunitarias, trasladadas a entornos donde estas no son visualizadas tradicionalmente de la misma forma. A lo largo de este proceso se imbrican relaciones que surgen de ese sentimiento identitario comunitario, con otras puramente mercantiles cuya vivencia es interiorizada intensamente a lo largo del proceso migratorio. De la misma forma, surgen poderes y personas dentro del colectivo que renuncian a su identidad comunitaria originaria y se transforman brutalmente abandonando esta lógica e incorporándose acríticamente al modelo dominante, profundizando determinados clichés a partir de los sectores en que se ocupan, y utilizando también selectivamente determinados rasgos identitarios propios, ya “contaminados” por su interacción postmigratoria. Por poner algunos ejemplos de la “argentinización” (en este caso, desde su incidencia “perversa”) de estas dinámicas, hoy día muchos migrantes bolivianos, utilizando sus redes de conocidos y compatriotas en Bolivia, no dudan en ejercer este poder disuasorio para atraer nuevos migrantes a los que explotarán en el sector de los talleres textiles clandestinos. Una utilización inversa, o perversa, del sentido original y habitual de las redes sociales, del “capital social” como este es entendido mayoritariamente. De la misma forma comienza a observarse como los migrantes con mayor trayectoria y éxito relativo, interfieren en las dinámicas tradicionales de elección de autoridades comunitarias en Bolivia. Esta dinámica, que solía estar fundamentada en su carácter rotativo, hoy se lleva a cabo únicamente entre aquellos que tuvieron éxito, paradójicamente, en el exterior, limitando o eliminando completamente las opciones de los residentes en Bolivia de llegar a ejercer dichos cargos, y presionando con ello aún más la necesidad percibida de migrar para no quedar relegados. En las comunidades de origen bolivianas, ya tremendamente afectadas por un proceso de migraciones que hace temer su completa despoblación, la población aún residente se ve afectada en múltiples aspectos por la experiencia y ganancias concretas de quienes migraron, aún si, como es el caso de Saropalca, vuelven con cierto espíritu comunitario latente (invertir en mejoras para la comunidad –agua, instalaciones…-): los que se fueron, vuelven trayendo también la cumbia, las distintas modas y adelantos, historias no siempre reales sobre el éxito y el paraíso (escondiendo las malas experiencias), y ya interiorizada, una identidad creolizada que los mantiene lejos o alejados progresivamente de ambos lugares, alterando, las más de las veces, involuntariamente, delicados equilibrios tradicionales. Bibliografía Arjona Garrido, A. y J. C. Checa Olmos 2006 “Economía étnica: teorías, conceptos y nuevos avances”. Revista Internacional de Sociología, Vol. LXIV. 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