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1 II PARTE DEL CURSO CUESTIONES DE HISTORIA DE LA IGLESIA MEDIEVAL Descarga del documento La división de la Historia de la Iglesia, según el modelo de la historia humana, es una cuestión que se planteó en la época moderna. Superados los esquemas de las edades y de las centurias, la Historia de la Iglesia fue asimilando los métodos de la cultura dominante. En la historia general se había introducido desde el siglo XVII la división tripartita de edad antigua, media y moderna. Esa división entró en la Historia de la Iglesia por obra de J. A. Möhler (+ 1838), considerado como el padre de la historia moderna de la Iglesia. El largo período entre los siglos VII y XV, denominado Edad Media, nació con mala prensa. Esta división responde a los criterios de la modernidad. En ese contexto era un período que los renacentistas y los reformados consideraban como un espacio intermedio de barbarie entre el mundo antiguo clásico y los nuevos tiempos, los únicos merecedores de atención para una persona culta. Para muchos era un período de decadencia, dominado por una Iglesia fanática e inquisitorial. Este juicio se hizo dogmático con la Ilustración, pero en la actualidad estas calificaciones se consideran muy relativas. Sólo a partir del romanticismo del siglo XIX se recuperó el significado de esta época, que ha sido objeto de polémicas innecesarias. Estas visiones están superadas, porque sin la Edad Media nuestros conocimientos de la historia serían muy fragmentarios y superficiales. Hoy se considera que es una época que tiene sus propios valores y que ha aportado ideas decisivas para el futuro de la historia humana. En esta exposición se acepta esa división clásica de la historia general, pero sin darle más valor que el didáctico y formal. Por eso, no se trata de buscar una unidad interna a todo este tiempo. Tampoco se usan las denominaciones alta o baja Edad Media, porque no hay una terminología uniforme. La denominación Iglesia medieval, sin entrar en grandes discusiones eruditas sobre las fechas del cambio de las diversas épocas, comprende su desarrollo entre los siglos VII y XV. En realidad Media no significa más que un período intermedio. Con la desaparición del imperio romano los nuevos pueblos, que fijan su morada en Occidente, aceptan la fe romana católica. Así surge en el centro de esta sociedad cristiana una fuerza muy peculiar, que es el papado y que se erige en principio rector de los pueblos europeos. Esos fenómenos dan a la sociedad occidental una propia caracterización, que se denomina la germanización del cristianismo. Romanismo y germanismo son los dos elementos, que configuran la Edad Media y que dan lugar a una nueva civilización. El fenómeno más sobresaliente es el afianzamiento del poder temporal de la Iglesia. En ese contexto surge esa realidad política y social, que será el imperio cristiano de Occidente. El imperio está formado por una serie de monarquías, que son el futuro de las nacionalidades europeas. Estas dos fuerzas, imperio y papado, dinamizan aquella sociedad, a pesar de los conflictos, que mantienen entre sí. Aunque se sigue en particular la Iglesia occidental, sin embargo no se puede olvidar todavía la Iglesia Una, que sigue teniendo su vigencia en Oriente. A ella se dedica uno de los temas de estas cuestiones medievales de historia. En esta sociedad occidental la evangelización avanza y se consolida con nuevos pueblos. La Iglesia consigue formar un todo bastante compacto, para poder dar lugar a una sociedad denominada “cristiandad”. Pero aparece en el curso del siglo VII otra religión monoteísta, que será un cerco constante a la civilización cristiana. Es el islamismo. La sociedad cristiana occidental se refuerza en su conciencia ante el anillo islámico que la circundaba por el sur. En la nueva situación adquiere importancia el campo y su posesión, imponiéndose así una cultura agraria, que da lugar al fenómeno del feudalismo entre los siglos VII y XI. Aunque la expresión es de tipo social, sin embargo la Iglesia lo padeció en la misma medida que el resto de la sociedad. El orden social está muy jerarquizado. En el campo jurídico la costumbre suple la organización legal establecida, de modo que las tradiciones cuentan más que las disposiciones positivas del régimen romano. La implantación de esta forma de organización social da lugar a lo que se denomina “dominio de los laicos”. Reyes y poderosas familias dominan sobre la Iglesia, confundiéndose así los márgenes del evangelio con los márgenes de la historia profana. En la Iglesia prenden los aires de reforma en ambientes monásticos. Cuando el papado asume esos planteamientos en el siglo XI se habla de la reforma gregoriana, que sirve para denominar este nuevo período y que convierte al papado en un poder central, que gobierna la Iglesia y la sociedad. Ello da lugar a un régimen teocrático. Pero al lado de esta estructura básica de la Iglesia medieval, surgen movimientos de ideas y organizaciones, que confieren gran dinamismo a la misma. Un período importante para la conocer la totalidad de la vida de la Iglesia en la historia. El programa de este período comprende: 2 1. El nuevo sacro imperio de Occidente: entre los siglos VII y IX la antigua sociedad cristiana va adquiriendo otra imagen. El fenómeno más sobresaliente es el afianzamiento del poder temporal de la Iglesia. En ese contexto surge el Sacro imperio romano de Occidente. 2. Distanciamiento entre Oriente y Occidente: la unidad ideal de la Iglesia se rompe con el cisma de 1054. La Iglesia ortodoxa forja su espíritu en la defensa de las herejías y tiene como soporte el potente imperio bizantino. Los hechos del siglo IX, primero, y del siglo XI, luego, dan lugar a esta gran división del mundo cristiano. 3. La reforma gregoriana: la lucha por la libertad de la Iglesia, como superación de los males del feudalismo, encuentra su expresión en el papa Gregorio VII. Se crea un amplio movimiento de reforma, que da lugar a nuevas formas de vida cristiana. 4. Apogeo y declive de la Iglesia medieval: el papado llega a la cúspide de su poder en el siglo XIII. Ello da lugar a creaciones originales tanto en el campo de la vida religiosa como de la cultura. Pero también tiene su contrapeso en el dominio hierocrático de la sociedad y en la desintegración de la Iglesia medieval, que tiene lugar en el siglo XIV. Tema V EL NUEVO SACRO IMPERO DE OCCIDENTE Esquema 1. Evangelización de pueblos europeos y nuevas fronteras de Occidente 1.1. Evangelización de nuevos pueblos europeos 1.2. Las nuevas fronteras de Occidente 2. Nuevo asentamiento político de Occidente 2.1. La línea de los papas del siglo VIII 2.2. Los francos y la consolidación del papado 2.3. La donación de Pipino: origen de los Estados Pontificios 3. Fundación de un nuevo imperio 3.1. La coronación de Carlomagno 3.2. La larga mano del imperio sobre la Iglesia 4. Vida de la Iglesia 4. 1. Organización de la Iglesia 4.2. El culto y la piedad 4.3. Las aspiraciones de reforma monásticas 4.4. La cultura cristiana de Occidente La desaparición del imperio romano de Occidente en el 476, por obra del jefe hérulo Odoacro, que destronó al último emperador Rómulo Augústulo, no significó la desaparición de la idea imperial. En realidad siguió viva en el imperio cristiano de Oriente, para quien en Constantinopla residía el verdadero emperador, heredero de Augusto. En este contexto el rumbo de la historia de la Iglesia va a estar marcado por las nuevas alianzas entre el papado y los nuevos pueblos de Occidente. Entre los siglos VII y IX la antigua sociedad cristiana va adquiriendo otra imagen. El fenómeno más sobresaliente es el afianzamiento del poder temporal de la Iglesia. En ese contexto surge el Sacro imperio romano de Occidente. Estos hechos modificaron en el curso de estos siglos la geopolítica europea. Se supera la tradicional imagen de una Europa mediterránea y de civilización grecorromana y otra Europa septentrional entregada a los bárbaros. La nueva situación política hace surgir una Europa occidental de cultura latina y fuertemente germánica y una Europa oriental de cultura griega y fuertemente eslava. Por su parte el imperio bizantino mantiene su fuerza en Oriente, pero su presencia en algunos enclaves occidentales, particularmente en la península itálica, va desdibujándose. El distanciamiento entre el papado y el imperio bizantino así como el ingreso de nuevos pueblos en la órbita occidental 3 modifican el escenario político. A ello se añaden las invasiones islámicas, a las que se enfrentan tanto los cristianos orientales como los occidentales. La nueva religión monoteísta, surgida en la península arábiga, está también sostenida por una fuerza imperial potente. La redistribución de los territorios europeos occidentales, como consecuencia de las migraciones de los pueblos germánicos hacia el antiguo imperio romano, es un fenómeno de transcendencia política. A las oleadas de los silos V y VI, que obedece al empuje germánico de godos y ostrogodos hacia el sur, suceden las de los siglos VII y VIII de los pueblos eslavos, búlgaros y musulmanes. Los pueblos germánicos fueron los primeros en modificar la unidad política de Roma. Para el cristianismo estos fenómenos ofrecieron una nueva oportunidad a la evangelización. La fusión de estos pueblos con las instituciones del antiguo cristianismo da lugar a una forma original de sociedad, que confiere a la Iglesia un renovado vigor y una imagen histórica nueva. La Iglesia había formado sus estructuras en el ámbito romano, donde la ciudad prevalecía sobre el campo. Las pequeñas comunidades rurales no tenían plena autonomía, pero con las invasiones el guerrero se convierte en señor y terrateniente. Al mismo tiempo estas propiedades se convierten en hereditarias dando así lugar a que los beneficios eclesiásticos se concentren en las familias más poderosas. El paso del orden social romano al orden germánico es esencialmente el paso de lo público a lo privado, de la burocracia al feudalismo, de la autoridad y el poder como funciones públicas al poder entendido como patrimonio personal. El feudalismo aparece cuando pierde eficacia el absolutismo burocrático de los romanos y se instaura un nuevo sentido de la propiedad, para conservar y administrar mejor las tierras conquistadas, por obra de los germanos. Es un sistema de defensa mutua de señores y vasallos, pero es jerárquico y piramidal. Todo este sistema se ve reforzado por un juramento sagrado, en virtud del cual el señor concede la investidura o encomienda mediante la entrega de un símbolo, como el anillo, la espada o el bastón. El juramento de vasallaje era sagrado y vincula sin fisuras al señor y al vasallo. En el marco de las concesiones feudales es donde hay que situar también la fundación de los llamados Estados pontificios. El feudalismo entra en la Iglesia desde el momento en que estos nuevos pueblos empezaron a convertirse al cristianismo. Pero fueron los francos los primeros que realizaron una fusión entre los intereses estatales y los intereses eclesiásticos. Entonces aparecen las iglesia particulares, fenómeno que se extendió muy pronto en otros ámbitos. Las iglesias privadas se convirtieron en beneficios y feudos. Hasta el mismo papado, a merced de reyes y emperadores, y de las mismas familias nobles de Roma, acabó convirtiéndose en una iglesia privada. 1. Evangelización de pueblos europeos y nuevas fronteras de Occidente Estas transformaciones se produce de forma gradual, pero continua, entre los siglos VII y XI. En esos siglos la suerte del cristianismo en Occidente era una cuestión pendiente, porque estaba a merced de pueblos no cristianos o poco cristianizados. La misma iglesia de Roma se vio amenazada de perder su independencia y libertad tanto por las presiones que ejercía el emperador bizantino cuanto por las destrucciones que sufrió la cultura antigua a merced de un pueblo batallador como los lombardos. Esta situación se fue modificando gracias a la conversión de estos pueblos al cristianismo y a la instauración del imperio cristiano de Occidente, a pesar de las protestas de los bizantinos ante esta nueva situación. 1.1. Evangelización de nuevos pueblos europeos: El cristianismo aparecía consolidado en los pueblos del imperio romano, pero también había prendido en los que habían entrado en este espacio geográfico en los siglos anteriores, como ostrogodos, visigodos y francos. Otros pueblos ya cristianizados eran los ingleses y los irlandeses. Pero durante el siglo VII no estaba aún asegurada la consolidación del cristianismo en Occidente. No estaban todavía asegurados ni el ordenamiento eclesiástico ni el equilibrio político, pues para ello era preciso aglutinar los diversos pueblos en torno a un centro ideal de unidad y solamente Roma podía tener esta condición. En la península itálica la presencia de Bizancio se debilita con la invasión de los lombardos, pueblo batallador y de difíciles alianzas en 568, pero a partir de entonces Roma cambia de situación política. El pueblo franco entre los siglos VII y VIII conoce una progresiva implantación de elementos propios de la vida eclesiástica, pero se trata todavía de fermentos muy rudimentarios de vida cristiana tanto por la decadencia de los reyes merovingios como por los saqueos de obispados y abadías en las guerras contra los árabes. Pero la transformación de los obispos en jefes y la secularización de la propiedad eclesiástica se hicieron frecuentes, sobre todo durante las campañas contra los sarracenos. Los obispos eran tanto romanos como francos, sin distinción política ni social, que eran designados por el rey y vivían en armonía con los ministros. Sin embargo, Roma conservaba aún cierto prestigio, pues era la suprema autoridad en materia de doctrina y de principios. Al principio la iglesia franca no fue más que una prolongación del cristianismo romano, pero ahora se va a convertir en una verdadera iglesia territorial, cuyo gobierno estaba asegurado directamente por el rey. 4 En el curso del siglo VII varios monjes irlandeses, con la intención de peregrinar por Cristo, llegaron a Europa. El más célebre fue san Columbano (+ 615), que fundó varios monasterios en la región del lago de Costanza y el norte de Italia. Aunque estas misiones tuvieron un efecto reducido, porque seguían aferrados a sus peculiaridades y les faltaba una fuerza superior que significase unificación, sin embargo aportaron al cristianismo continental nuevas formas de espiritualidad monástica. La evangelización de Gran Bretaña culminó con el sínodo de Witby, en 663, en el que se unificaron las observancias romanas y las celtas. Mantenía buenas relaciones con Roma. De hecho uno de los obispos que más influjo tuvo en la misión en Inglaterra, como ya había sucedido con Agustín de Canterbury, fue Teodoro, que también había partido de Roma. A su muerte, ocurrida el 690, esta Iglesia gozaba de orden y de paz. En este ambiente surge Beda el Venerable (+ 735), que se iba a hacer célebre en el continente por sus trabajos sobre el calendario y sus homilías, además de redactar la historia de su pueblo. Durante un siglo la iglesia de Inglaterra, unificada y dentro de la influencia romana, reforzó su influjo en la sociedad. El fenómeno más importante para la configuración de la nueva sociedad cristiana fue la evangelización de los pueblos alemanes que aunque habían recibido el evangelio, sin embargo estaban todavía dominados por el paganismo y tenían muchas supersticiones. La incorporación de los pueblos germánicos a la Iglesia papal es un hecho transcendental de la Edad Media. Ese objetivo lo consigue Vilibrordo (+ 739), misionero benedictino de la Iglesia anglosajona, que escogió como centro de expansión misionera a Utrech y predicó en el mar del Norte. Más conocido es su discípulo Bonifacio (672-754). Monje misionero entre los germanos en Frisia, fue acogido en la familia pontifica en 719 por Gregorio II. De él recibe el mandato misionero de evangelizar Germania. Es consagrado en Roma como obispo misionero sin sede fija: había hecho el juramento a san Pedro y a su sucesor de obedecer al papa y de mantenerlo informado sobre el avance de su misión. En 732 es elevado a arzobispo y su influjo llega incluso a los francos. Después de diversos intentos se convierte en organizador de la Iglesia, cuando en el 738 Gregorio III lo nombra vicario apostólico de Alemania. En 742 convoca el primer sínodo de Alemania, donde prescribe la regla de san Benito para los monasterios y prohíbe a los clérigos que tomen parte en las guerras. Muere mártir con 52 compañeros a manos de los frisones el 754. Más tardía y agitada fue la integración en este universo cristiano de los sajones, otro pueblo germánico, que también fueron evangelizados por discípulos de Bonifacio. Sajonia se oponía al rey de los francos, por eso se mantienen paganos, porque hacerse cristianos suponía someterse a aquéllos. Carlomagno los vence en 777 y envía varias misiones que terminaron con el asesinato de los enviados. Por eso, de nuevo les declara la guerra en la que hizo degollar a cuatro mil guerreros. En 785 fueron bautizados los jefes sajones, de modo que a principios del siglo IX todo el pueblo era cristiano y se pudo organizar la jerarquía. En este mosaico de pueblos cristianos de Occidente todavía hay que mencionar a la iglesia visigótica de la península Ibérica, que quedó destruida por la invasión árabe del 711. Los que se sometieron al dominio musulmán pudieron seguir practicado su religión. Son los mozárabes. La iglesia mozárabe reconstituyó su organización tal como había existido bajo el arzobispado primado de Toledo, conservando las tradiciones de los tiempos pasados. A finales del siglo VIII ocupaba la sede Elipando, que dio lugar a una controversia sobre la divinidad de Jesús. El cristianismo se refugió en el norte de la península, que se organiza como una fuerza que irá creciendo y pronto surgirán reinos cristianos en Asturias, Navarra y luego León. Estos hechos en su conjunto inician los grandes éxitos de la implantación del cristianismo en Occidente. En este conglomerado de pueblos el reino franco se convierte en centro de integración política y de renovación de la vida cristiana y eclesiástica. La misión de Bonifacio había favorecido este clima contribuyendo a acercar el papado y los francos, cuya alianza en el futuro será determinante para esta zona. Estos dos fuerzas todavía permanecen separadas cuando en 739 el papa Gregorio III se dirige a Carlos Martel buscando ayuda contra los lombardos, pero de momento éste niega cualquier tipo de alianza con Roma. 1.2. Las nuevas fronteras de Occidente: Los siglos VII y VIII son cruciales para la gestación de un nuevo orden político entre los pueblos cristianos de Europa occidental. Este renovado mundo cristiano encuentra por el flanco sur una barrera infranqueable. El motivo fue la difusión imparable del Islam, que en muchos lugares suplantó a las comunidades cristianas. En este período se puede decir que las pérdidas que sufrió el cristianismo fueron más considerables que sus avances en territorios europeos. Mahoma, que vivió entre los años 570 y 632, introdujo en la península arábiga un forma de religión monoteísta, con el fin de unificar las diversas tribus. El islamismo (confianza en Alá) es, ante todo, una comunidad de fieles orantes, pero se va convertir en un poderoso imperio y en una cultura no sólo diferente, sino también hostil al cristianismo. Las luchas entre bizantinos y persas había dejado exhausta la zona oriental, lo cual favoreció la conquista del imperio persa por parte de los árabes a mediados del siglo VII, que desde entonces serán los señores de Oriente. El 651 ya habían conquistado el imperio persa. La guerra santa no es de exterminio, sino que se transforma en sometimiento y explotación de los vencidos en beneficio de los verdaderos creyentes de Alá. Los conquistadores no tardaron en darse cuenta que no interesaban las conversiones, porque los creyentes dejaban de pagar impuestos. Así los musulmanes constituyeron en medio de las poblaciones vencidas una casta privilegiada, exenta de impuestos y sometida únicamente a las obligaciones del Corán y al servicio del ejército. La rapidez de las conquistas árabes se vieron favorecidas por las divisiones religiosas del imperio cristiano de Oriente: los 5 monofisitas de Egipto, Siria y Palestina aceptaron de buen grado a los árabes más tolerantes. Los árabes también se dirigieron hacia Constantinopla el 670 y el 673 su flota aparece ante la capital imperial. Pero tuvieron que retirarse el 677 con una terrible derrota. Las oleadas árabes prosiguieron su marcha imparable hacia Occidente conquistando el norte cristiano de África y la península Ibérica, donde había una floreciente iglesia visigótica. Llegaron hasta el reino franco en las Galias, cruzando España. Sólo un siglo separa la muerte de Mahoma (632) y la batalla de Poitiers (732), donde el franco Carlos Martel detuvo estas conquistas de tierras cristianas. Las victorias de los bizantinos en 677 y la de Carlos Martel en 732 significaron un alivio para el mundo cristiano. Estas dos victorias se han considerado como batallas decisivas de la historia mundial. Más allá de la idealización de estos dos acontecimientos, lo cierto es que a partir de entonces los Pirineos señalaron los límites reales entre el mundo islámico y el mundo cristiano y el imperio de Oriente tiene gran pujanza entre los siglos VIII y XI. También estos hechos abrieron el camino para la futura y paulatina recuperación de los territorios ibéricos para el cristianismo. 2. Nuevo asentamiento político de Occidente La invasión longobarda de Italia el 568 había dejado fraccionada la península en dos soberanías: los bizantinos, que tenían su capital en Rávena, y los invasores, que tenían su corte en Pavía. Los bizantinos fueron derrotados por los lombardos, que impusieron nuevos tributos a Roma. Todo esto sucedía en el breve pontificado de Diosdado (615-618). El ducado romano separado de toda unión territorial con el exarcado bizantino consigue mantenerse a duras penas, pues está continuamente amenazado por los bárbaros y privado del auxilio de Bizancio. Son tiempos de gran desolación, como lo testimonian las descripciones de la época que refieren que las campiñas romanas que no daban ni aceite para la lámpara de san Pedro. Además, el conflicto con Oriente toma nuevo cariz en el curso del siglo VII: se agudizan las cuestiones dogmáticas con el problema monotelita (afirmación de una voluntad en Cristo, la divina). La cuestión nace en Bizancio y es consecuencia de los problemas planteados por el monofisismo. En Roma el papa Martín condenó en 649 el monotelismo en un concilio de Letrán sin el consentimiento del emperador. Así Roma queda atrapada en la maraña de las controversias teológicas de los bizantinos, que dan lugar a la condena del papa Honorio I (625-638) en el tercer concilio ecuménico de Constantinopla 680681. Con este motivo el papa sufre nuevas agresiones como la deportación a Constantinopla y la elección del sucesor Eugenio (654-657) por imposición del exarca del emperador en Italia. Esta cuestión pone de nuevo sobre el tapete las relaciones entre la Iglesia de Constantinopla y la de Roma. En el fondo se trata del problema de la independencia del papado respecto al emperador bizantino, que seguía siendo considerado el único legítimamente cristiano. Entre finales del siglo VII y comienzos del VIII el papa continuaba siendo aún su súbdito. Pero cada vez más el papado era un soberano con sus propios territorios y con capacidad para entenderse con los nuevos pueblos de Occidente. A mediados del siglo VIII Roma se libera de la hipoteca del imperio bizantino y dio un giro histórico al aliarse con el reino de los francos. Por eso no debe sorprender que la constitución del imperio carolingio de los francos fuera considerada como una usurpación. Pero en Occidente la doctrina de la transferencia del imperio no se difundió hasta el siglo XII. Los papas que pusieron las bases para la instauración del imperio romano de Occidente fueron Gregorio II (715-731), Gregorio III (731-741), Zacarías (741-752) y Esteban II (752-757), León III (795-816), que coronó a Carlomagno, y León IV (847-855), que defendió la ciudad contra los sarracenos. 2.1. La línea de los papas del siglo VIII: Ante la situación política de lejanía del emperador cristiano de Constantinopla y los nuevos pueblos invasores de la península itálica, los papas comprendieron que era necesaria la defensa del ducado romano con sede en el Palatino. A principios del siglo VIII esta institución era ya una realidad, de modo que los papas aparecen como verdaderos soberanos. La primera mención de un duque en Roma es de 712, pero es seguro que ya existía desde 661. Esta institución nueva es para los papas la seguridad contra lombardos y bizantinos. Necesita del poder civil para mantener su autonomía. Junto a esta institución aparecen en Roma el exercitus romanus, que había absorbido la antigua aristocracia, el clero y el papa. Por entonces aparece el título: Sancta Dei ecclesia rei publicae romanorum (La santa Iglesia de Dios de la república de los romanos), lo cual significaba que el ducado romano era el núcleo del sistema y el papa su valedero. Con León III el Isáurico (717-741) Oriente había tomado una orientación política hostil al papado, sobre todo cuando comienza la batalla de la imágenes. Las relaciones con Bizancio iban a tomar un giro decisivo con Gregorio II (715-731), romano, que se opuso al emperador negándose a someterse a las exigencias de fiscalizar también los bienes eclesiásticos. Apoyaban al papa los propietarios laicos de tierras, que constituían las fuerzas armadas regulares del ducado romano. El papa ya no puede ser apresado y ejecutado como pretendía el emperador. Gregorio II habla abiertamente de secesión en el imperio, idealmente uno y cristiano, contra el emperador iconoclasta León III, al que le dice: “Yo soy emperador y sacerdote”. Pero la situación se precipita cundo el exarca bizantino busca los apoyos del rey lombardo Liutprando contra el papado. Gregorio II logró parar el avance, lo cual significaba que se había 6 vuelto la espalda, si no al imperio, sí por lo menos al emperador. El papa, apoyado por los dirigentes laicos, afrontó con gran audacia la acción política de entenderse con los temibles lombardos. La diplomacia y la finanzas eclesiásticas, que les ceden algunas plazas, prevalecieron para bien, no tanto del imperio en el que ya nadie parecía pensar, sino para el bien de la república y del ejercito de Roma. Así se producía una descentralización, que permitía al papado arreglarse con los lombardos sin recurrir a Constantinopla. A Gregorio II le sucedió un sirio, ya conocido por su sabiduría y magnanimidad. El exarca bizantino accedió a su confirmación y fue consagrado papa con el nombre de Gregorio III (731-741). Uno de los primeros actos del nuevo pontífice fue enviar a León Isáurico y a su hijo Constantino (futuro Constantino V) una vigorosa advertencia sobre las imágenes. La “defensa del pontífice”, como motivo ideal, había inducido a la alianza entre romanos y lombardos contra el exarcado bizantino. Este ideal actúa como una fuerza real, cuando el emperador comenzó su política iconoclasta, que Gregorio III condena en un concilio romano. Este papa prosigue la misión germana y las obras civiles: murallas y basílicas. El gesto más espectacular de Gregorio fue la decisión de acudir a los francos. Este pueblo iba saliendo de su letargo secular bajo la espada victoriosa del mayordomo del palacio, Carlos Martel. Su épica derrota de los árabes en 732 en Poitiers no suscitaba en él ningún deseo de marchar contra los lombardos de Liutprando, pues le habían ayudado a rechazar a los sarracenos en Provenza. Pero Liutprando seguía siendo una amenaza para Roma, de la cual no podía ya salvarla Bizancio, por la enemistad creada por las cuestiones iconoclastas. Gregorio III envía el 739 una misión a Carlos Martel donde se ofrecían acuerdos contra los lombardos. Además estos acuerdos preveían un pacto por el que el pueblo romano se comprometía a separarse del imperio y ponerse bajo la protección del príncipe franco. Pero, el omnipotente mayordomo de los merovingios, Carlos, se abstiene de intervenir, aunque da buenas palabras, lo cual es un buen presagio. Esta aspiración culminará con el futuro viaje del papa Esteban II (752-757) a la corte de los francos. El recurso a los francos significaba la liberación definitiva de la tutela del exarcado bizantino, y los documentos papales comienzan a hablar de la santa Iglesia de Dios de la república de los romanos. Roma y Constantinopla ya no eran dos pulmones de una misma Iglesia, sino que cada una seguía inexorablemente su propio curso. 2.2. Los francos y la consolidación del papado En 741 muere Gregorio III, al que habían precedido en un mes Carlos Martel y León el Isáurico casi en un año. Así quedaba libre la escena para nuevos protagonistas. La situación vivida entre el imperio bizantino con su exarcado de Rávena y los lombardos, terminó por convencer al pontificado de la necesidad de acudir a otros medios. Cada vez estaba más claro que había que buscar la protección de otro pueblo más proclive a apoyar el papado. Ese pueblo serán los francos, cuyo poder secular va a garantizar la independencia de Roma y que dará lugar a una nueva etapa en las relaciones de la Iglesia y del poder político. Entonces tanto papa como los reyes de estos pueblos germanos pudieron invertir la cuestión, presentándose ellos como los verdaderos herederos de la institución imperial romana. Pipino el Breve, hijo de Carlos Martel, decide acabar con la dejadez y la holgazanería de los reyes merovingios. Pipino era mayordomo del palacio y se opone a la anarquía reinante, sobre todo a la de algunos revoltosos, que al amparo de la abulia de Chilperico III, pretenden derrocarle. Se produce entonces un hecho inesperado, que vendrá a fortalecer las buenas relaciones del papado con los francos. La autoridad el papado en el mundo occidental queda de manifiesto, cuando en 751 Pipino pidió al papa Zacarías (741-752) que decidiese sobre un conflicto dinástico. Pipino envía a Roma una embajada con la célebre pregunta: “¿quién debía llevar en justicia el título y la dignidad de rey, el que permanece tranquilo en casa o el que carga con las molestias de los negocios y el cuidado del reino?”. El papa respondió que era mejor que, aquel que tenía el poder supremo, tuviese también el nombre de rey. Así se reconocía que era preferible que el título real lo poseyera quien disponía efectivamente del poder antes que quien no lo tenía, para que el orden no fuera alterado. Esto significa decir que el que es rey de hecho que lo sea de derecho. Al poco tiempo Bonifacio, el activo misionero de los germanos, en nombre del papa, ungía al fundador de la dinastía carolingia. Bizancio ya no era obstáculo para estos nuevos entendimientos, pues su lejanía era evidente en todos los campos, y los escollos de los pueblos dueños de Italia comenzaban a disminuir. 2.3. La donación de Pipino: origen de los Estados Pontificios La diplomacia con los lombardos no terminaba de arreglar pacíficamente los problemas internos de Italia, de modo que los francos no tenían pretexto alguno para retardar la intervención. Todo esto culmina con el viaje en 754 del papa Esteban II (752-757) a la corte de los francos, a pesar de las amenazas del rey lombardo Astolfo, para pedir ayuda a Pipino. El encuentro estuvo rodeado de gran veneración por parte del rey franco, que se postra en tierra ‘adorándolo’ y conduce su caballo haciendo de palafrenero. En abril del 754, en Quierzy (Francia), el papa Esteban II y el rey franco Pipino firmaron un acuerdo (promissio carisiaca) por el que el rey era reconocido como “patricio de los romanos”, y al Papa se le prometía la “restitución” de los territorios imperiales ocupados en Italia por los lombardos del rey Astolfo. El entendimiento entre Esteban II y Pipino es uno de los momentos más decisivos de la historia medieval, porque queda formado el estado guerrero y clerical de los francos, que es la base de la posterior evolución europea. 7 A principios del 755, bloqueada la capital longobarda, se hizo realidad la donación de Pipino con la concesión al papa del exarcado, la Pentápolis y las ciudades de Narni y Comachio. En esta campaña se había realizado la promesa de devolver al papa los territorios conquistados por Pipino, que fueron efectivamente entregados al Papa, pero en ellos el “patricio de los romanos” se consideró como en su casa y se constituyó en garante del orden público. Pipino hizo donación solemne a san Pedro y a la iglesia romana de los territorios devueltos por Astolfo, sin preocuparse para nada de sus anteriores propietarios. Entonces el papa consagra de nuevo en Quiercy al rey y a su esposa y a sus hijos Carlos y Carlomán, con el consentimiento de los próceres. Los pontífices pronto airean los favores hechos al rey de los francos, como si esto creara un derecho: do ut des. En realidad lo que hizo fue renovar la donación que había hecho anteriormente y a la que el papa se refería en sus lamentaciones en 755, invocando ya un acta consignada por escrito: donationis pagina. Sin embargo, ni el Liber pontificalis ni el continuador de la crónica carolingia mencionan una donación de este género. Más bien los hechos de Quiercy hay que considerarlos como una promesa o una donación in futurum. No se conoce el texto, pero se conocen los términos en los que fue renovada por Carlomagno a Adriano I en 774: los territorios mencionados nunca fueron poseídos por la Santa Sede, pero se hizo entrega al papa de Rávena, Emilia, Pentápolis y después depositó las llaves en la confesión de san Pedro, mientras que los rehenes garantizaban la fidelidad de las ciudades al representante del apóstol. Así nacía otra Roma, la del pontificado. La cuestión de los orígenes de los Estados pontificios ha suscitado discusiones teológicas e históricas. Las primeras han interferido demasiado en las segundas, precisamente porque la legitimidad de los territorios los seguirá creyendo poseer el emperador bizantino, legítimo sucesor del antiguo imperio romano. La conocida teoría de la “donatio Constantini”, basada en el reconocimiento de Constantino al papa Silvestre por haberle curado de la letra no resiste a la crítica histórica. La tradición documental no se remonta más allá del siglo IX. Como esta teoría sobre fundamento de la legitimidad de los Estados pontificios es rechazada, otros acuden a que la soberanía del papa tuvo su origen en los tratados de Pipino y su hijo Carlomagno con los papas Esteban II y Adriano I. En realidad estos tratados son reconocimientos y restituciones, que legalizan lo jurídicamente existente, pero no crean una soberanía. Como dicen los documentos, “restituyen a san Pedro” lo que los lombardos pretendían. Este intercambio de favores típicamente feudales reforzó los lazos entre el papado y el imperio, que estaba gestándose, y en la práctica se convirtieron en vasallo el uno del otro, con el fin de garantizar la defensa y la promoción de la “cristiandad”. 3. Fundación de un nuevo imperio Desde el 768 era rey de los francos Carlomagno, hijo de Pipino. El rey lombardo trató de atraerse al nuevo rey franco dándole en matrimonio a su hija Desiderata. Pero al año siguiente la repudió, sin que se sepa la causa, de modo que quedaron desbaratados los planes de colaboración entre lombardos y francos. El nuevo rey era un patriarca de carácter primitivo, para quien los ideales de la vida cristiana eran todavía muy aproximados, pues llegó a tener cuatro mujeres y cinco concubinas. 3.1. La coronación de Carlomagno: Adriano I (772-795) acude de nuevo al rey franco pidiendo ayuda contra los lombardos, que fueron sometidos definitivamente en 774. La nostalgia del antiguo imperio no había desaparecido nunca entre los romanos, a pesar de los tiempos de inseguridad que venían viviendo desde hacía tiempo. La crueldad, rapiña, inmoralidad e incultura habían reducido el antiguo mundo a una pálida sombra de lo que había sido. Junto a esto seguía presente la leyenda de la donación de Constantino. Todo esto se lo recuerda Adriano a Carlomagno. A partir de entonces Carlomagno se llamará en los documentos: Carolus gratia Dei rex Francorum et Longobardorum et Patrtitius romanorum. Ese año el rey quiere celebrar la Pascua en Roma y el papa Adriano prepara una recepción triunfal: ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’. En medio de este entusiasmo el papa exige el derecho derivado de este reconocimiento, y le pide que confirme el tratado de Quiercy (promissio carisiaca) y Carlos mandó a su capellán redactar una nueva donación ‘ad instar anterioris’, al modo de la anterior. Bizancio reconoce los hechos consumados y trata de buscar nuevas alianzas y amistades con la nueva estrella de Occidente. La aristocracia romana y la familia del papa difunto, deseosos de obtener la soberanía, no se resignaban a desprenderse de ella. Los parientes y oficiales del difunto Adriano llegaron a agredir incluso a su sucesor el papa León III (795-816). Roma vivía una jornada de tragedias la mañana del 25 de abril del 799 durante la procesión de las letanías de san Marcos. Entonces el papa busca de nuevo el apoyo de Carlomagno, a quien recibe con todos los honores. El autor de las Gesta episcoporum neapolitanorum, que escribe a finales del siglo IX y está bien informado, afirma que en aquella ocasión León III prometió a Carlomagno que, si le defendía contra sus enemigos, le coronaría con la diadema imperial. Pero los revoltosos asumieron el papel de acusadores, y el rey franco decide abrir una información. En una asamblea romana el papa juró ser inocente, sin que nadie se atreviera a contradecirle. De ahí un principio del derecho que ya giraba desde el siglo V: “Todos somos juzgados por la santa Sede, pero a ella nadie la juzga”. Con este motivo el prestigio de Carlomagno como pacificador de los cristianos y protector de la iglesia romana acababa de obtener nuevos méritos. Llegaba la navidad del año 800, noche que pasa a la historia como fecha clave para la renovación del viejo imperio romano. El papa recobraba su prestigio pontifical, presentándose no como súbdito, sino como padre y 8 fundador del imperio. El ceremonial de la coronación de Carlomagno como emperador se celebró conforme al rito bizantino: coronación, aclamación y proskínesis: el papa rendía los honores el primero. En adelante Carlomagno cambió el título de patricio por el de augusto y emperador de los romanos. Esa coronación no tuvo consecuencias internas para Roma, porque el emperador no residía en ella, pero creció el prestigio de la ciudad, que ahora legitimaba de hecho a los nuevos poderes. La ceremonia no era una improvisación ni mera ocurrencia del papa. El biógrafo Eginardo dice que Carlomagno lo habría rechazado, si se hubiera enterado antes de entrar en capilla. Algunos opinan que protestó, porque no quería estar sometido ni al papa, anticipando así el galicanismo. Pero en realidad se trataba de una dinámica de concesiones mutuas, necesaria dado el vacío de poder imperial que se había producido en Occidente (legalidad substancial) y justificada por la impresión de que el papa tenía la autoridad moral suficiente para hacerlo (legalidad formal, corroborada por la aparición, quizás por estos años del documento conocido como la “Donación de Constantino). El nuevo imperio no debe ser considerado como una traslación de los griegos a los francos, como se dirá en el siglo XII. En este momento Bizancio era todavía para los occidentales la capital legítima del imperio en Oriente y sus emperadores legítimos sucesores de los antiguos augustos romanos. En la mente de los autores contemporáneos el nuevo imperio era la restauración del imperio romano de Occidente desaparecido en 476. Las protestas de Bizancio eran ya lejanas, y el papa toma la iniciativa en una coyuntura más favorable para dar cabida a la nostalgia romana del imperio. En realidad se trata de una creatio imperii christiani, porque es un imperio romano pero de carácter cristiano. Las diferencias más notables son que ahora el emperador no era el único dueño efectivo, sino que había muchas monarquía autónomas en Occidente. Pero el título tiene una cierta soberanía sobre éstas. En la mente del papa ahora la misión del imperio era salvaguardar la cristianad y particularmente la Iglesia romana. Este imperio era un lazo de unión de todos los pueblos cristianos para realizar mejor la idea de un reino cristiano universal. El emperador era el “advocatus ecclesiae”, los cual implicaba proteger al papa, favorecer la expansión misionera y fomentar la paz y la concordia entre los príncipes cristianos. Tal es la concepción del sacro imperio romano, que luego añadirá germánico. De este modo Carlomagno se equipara a los grandes emperadores de la antigüedad. En la Edad Media corría una leyenda que decía que Adriano I había concedido a Carlomagno los titulares de todas las iglesias, incluso la romana. Una nueva donación de Constantino, pero al revés. Otón I aducirá esta leyenda, cuando trate de imponer el dominio laico sobre la Iglesia. Lo cierto es que el emperador nombra personalmente a los obispos y serán en la práctica funcionarios del emperador. Lo mismo sucede con las asambleas o concilios, que Carlomagno solía reunir en primavera: Campos de Mayo. Nobles y obispos trataban cuestiones civiles y eclesiásticas. El emperador preside, juzga y aprueba si lo cree oportuno. Las llamadas capitulares eran instrucciones concretas, desprendidas de las decisiones conciliares y destinadas a ser promulgadas por todo el reino. Un sistema de vigilancia garantizaba el cumplimiento de estas normas. Carlomagno murió en 814 y fue canonizado a petición de Federico Barbarroja, en el siglo XII, por el antipapa Pacual III. En la capilla imperial de Aquisgrán se le tributa una veneración secular, pero la Iglesia romana no reconoció nunca esta canonización. La dinastía carolingia nunca llegará al esplendor de su fundadores y esta decadencia arrastró a la misma Iglesia. Todo esto es expresión del feudalismo de la época. Esta forma imperial pronto entra en decadencia y va a manifestar los peligros para la Iglesia, pues las luchas intestinas dominan el pontificado. El siglo IX fue de gran inseguridad para Roma. A estos conflictos internos se añaden ahora el peligro de los árabes. Nuevas invasiones de normandos y sarracenos hacen de este siglo un tiempo de calamidad y miseria. Es épico el gesto de León IV (847-855), que los rechazó con la señal de la cruz. Su obra será las construcción de las murallas de la denominada “ciudad leonina”, en la que participó todo el pueblo animado por el papa. Bajo este pontífice también se manipularon o inventaron colecciones jurídicas (Decretales), que tienden a dar al papa el poder omnímodo. A mediados del siglo IX todavía el papado con Nicolás I (858-867) adquiere un gran prestigio. Nicolás proclamó que Roma ocupaba la posición suprema y que la jurisdicción pontificia se extendía a todos los miembros de la Iglesia, tanto clérigos como laicos. Asume la primera corona de la tiara romana. Pone nuevas bases para la supremacía del papa y tiene una gran conciencia de su poder. Las falsas decretales eran el arma que necesitaba para imponerse a reyes y obispos. Nicolás representa el tipo de papa que usa ese poder todavía con sentido moderado. En su tiempo aparecen los problemas planteados en Oriente por Focio, a quien se niega a reconocer. Con los presupuestos de los que ambos partían estas relaciones eran imposibles, como se verá en el capítulo siguiente. 3.2. La larga mano del imperio sobre la Iglesia El siglo que sigue al derrumbamiento del poder carolingio en Francia fue desastroso para la historia en general de aquella sociedad. La autoridad imperial desapareció de manos de los duques feudales, de las cortes y de los obispos. Se llega incluso a substituir a los abades en los monasterios señores laicos. De esto resultó el empobrecimiento y a veces la desaparición completa de los bienes eclesiásticos, pues los abades, comendatarios laicos, se apoderaron de la parte de propiedad monástica reservada para la subsistencia de los monjes. A esto hay que añadir la devastación de los nuevos invasores, los vikingos, que significó otra vez la inestabilidad social. Al mismo tiempo, los papas viven cada vez más inmersos en las tareas mundanas, incluida la guerra. Juan VIII (872-882) todavía podía elegir entre dos candidatos a la corona imperial, y sus decisiones estaban avaladas ”por privilegio de la Sede apostólica”. Por última vez concedió la corona imperial a Carlos III el Gordo, que fue destituido por la nobleza en 887. Con él 9 acabó la dinastía carolingia en 888 y entonces el imperio de Carlomagno se dividió en pequeños reinos. Juan VIII terminó abandonado y envenenado, comenzando así un sombrío período en la historia de al Iglesia, que se conoce como siglo de hierro. Al llegar al año 900 César Baronio (+1607) en sus Annales ecclesiastici califica este siglo de barbarie como saeculum ferreum por su aspereza y hostilidad; plumbeum por la deformidad de sus males y obscurum por la inopia de sus escritos. Son tiempos de gran turbación y confusión, que han dado lugar a fantasías de la historia. El papado estaba sujeto a las ambiciones de las grandes familias. Su dominio sobre el papado origina fenómenos desastrosos como son las dobles elecciones, que dan lugar a que unos invaliden los actos de los otros. El caso más famoso es el macabro “juicio cadavérico” del papa Formoso (891-896), que fue juzgado después de muerto. En Roma poco a poco se impone la familia Teofilacto. Ejercía una verdadera autoridad clerical y civil y domina el papado por la habilidad de su mujer Teodora y luego de sus hijas Teodora II y Marozia. Ésta es “senatrix et patricia”, verdadera señora de la ciudad entre 904 y 935. Pero la situación vivida en Roma, que no la soportaban los reformistas del monasterio de Cluny, solamente la podía cambiar la intervención de alguno más poderoso. Así comienza a tomar fuerza la intervención de la naciente dinastía imperial germánica, que va a crear el sacro imperio romano-germánico. Al morir en 911 el ultimo rey carolingio de Alemania se formó un nuevo grupo de ducados tribales, que son la osamenta de la futura dinastía germana. Después de tanteos, a partir de 936, comienza una serie de monarcas capaces y eminentes de las dinastías sajonas, que durante dos siglos ocuparon el primer plano en el continente y que contribuyeron a defender y dilatar las fronteras de su reino y de la cristiandad. En este momento Otón I el Grande (936-973), hijo del fundador de la dinastía de Sajonia, era el más indicado y se convierte en el primer monarca que reinó efectivamente en toda Alemania. Otón continúo la política de su padre, que imponía el cristianismo a los pueblos vencidos o aliados y que había inaugurado la alianza con la Iglesia concediendo al obispo de Toul los poderes de conde feudal. Siguiendo el régimen del apoyo familiar y la unión con la Iglesia, al conceder a obispos y abades importantes títulos, consigue unificar sus territorios. Como los territorios no eran hereditarios, el rey tiene un mayor control sobre los mismos. Bajo el pontificado de Juan XII (955-964), nieto de Marozia, interviene Otón I el Grande, a petición del papa, para defenderlo de la invasión húngara. Con este motivo fue coronado emperador en Roma en 962, pero a partir de ahora el emperador tendrá su peso en la elección del papa, pues adquiere derechos sobre la iglesia romana. Comienza así otro síntoma de este período: la disputa del poder entre los papas romanos y los jefes imperiales. El emperador no era ya el protector al que recurría el papa, sino un soberano que pretendía reducir la iglesia romana al estado de protectorado. El célebre privilegio otoniano de 962 consiste en la promesa de sometimiento de Roma y del papa al emperador. Así esta restauración imperial, todavía precaria, condujo a nuevos enfrentamientos entre los dos poderes. Con esta situación se pasa ahora del dominio de las familias romanas sobre el papado a la tutoría del emperador sobre esta iglesia. Otón rompió con el antiguo dicho “papa a nemine iudicatur” (al papa nadie lo juzga),y en un sínodo llega a deponerlo y elige en su lugar a otro: León VIII. Así la larga mano del imperio se apodera definitivamente de Roma, que elige a su antojo a los papas. Otón III (983-1002), nieto del primero y el más célebre de la dinastía otoniana, es el forjador de una nueva forma imperial. Los romanos ponen en sus manos la elección del papa, cuando es llamado por Juan XV (985-996) para defenderse de la tiranía de los Crescencios. Proyectó establecer en Occidente un imperio universal que fuera heredero del antiguo romano y que absorbiera o eliminara al de Oriente. En esta concepción el papa era el primer sacerdote o el primer obispo, y, como en el reino alemán todas las grandes iglesias eran propiedad privada del rey, así también Roma debía ser por excelencia la iglesia privada imperial. Otón III, en consecuencia, hizo y deshizo papas; les dio sus órdenes y presidió los sínodos pontificios. Elige a Gregorio V (996-999), primer alemán en el trono de san Pedro. Le sucedió Silvestre II (999-1003), primer francés en el pontificado. Esta política intervencionista la acentuó Conrado II (1024-1039), que no permitió que nadie apelara a Roma sin su autoridad. Presidió los sínodos, prescribió fiestas y ayunos y se dio el título de vicario de Cristo. Su hijo Enrique III (1039-1056) siguió con esta idea imperial germánica. La mano imperial se hacía cada vez más intensa y pesada sobre Roma. Después de un período turbulento y cambiante, Enrique III ejerció con rigor todos los derechos reales sobre la Iglesia. Tiene frente a sí a un papa, Benedicto IX (1032-1047), que gobernó alternativamente tres veces. En el sínodo de Sutri de 1046 depone a Silvestre III y comienza una directa intervención del emperador en los asuntos eclesiásticos, particularmente en relación del derecho del “principado en la elección del papa”. El papa Gregorio VI (10451046) fue desterrado a Colonia, donde le acompañó el clérigo Hildebrando futuro Gregorio VII. El prestigio del papado, ya identificado con la iglesia romana, era fuente de luchas. León IX (1049-1054) aceptó el papado a condición de que la elección fuera confirmada por el clero y el pueblo, para no ser acusado de usurpación del trono. 4. Vida de la Iglesia La era cristiana, establecida en 532 por Dionisio, que la hizo empezar el 25 de diciembre del año 753 de la fundación de Roma, es adoptada ya desde el siglo VII por los cronistas e historiadores. Comenzó a entrar en el uso oficial, primero por parte de los emperadores el año 840, luego por parte de los papas en 878 y desde los años 968-970 se usó sistemáticamente. Más que los legendarios “terrores del año mil” éste fue el síntoma de que la historia del cristianismo estaba pasando de una época a otra. Aquella sociedad encontraba en el cristianismo una fuerza espiritual unificadora. La Iglesia adquiere su conciencia también en dependencia de su experiencia histórica y esa circunstancia de los “tiempos cristianos” se refleja en muchas de las manifestaciones de su vida, de las que es testigo incluso la misma sociedad. Pero todo ello no hace desaparecer esa conciencia más profunda que la liga, sobre todo, al reinado de Dios. 10 En este largo período de la temprana Edad Media surgieron algunos aspectos propios de la Iglesia, que están muy marcados por esta sociedad cristiana, pero que van a ser relevantes para la vida espiritual y civil de aquella sociedad. Para una adecuada visión de esta época, es preciso mencionar algunos. 4. 1. Organización de la Iglesia: En la antigüedad, al convertirse la Iglesia en un cuerpo visible y organizado, fue surgiendo un marco jurídico, para definir los diversos poderes y actividades. En Oriente los concilios, que constituían una manifestación peculiar de la vida eclesial, publicaron leyes disciplinares. A partir del siglo VI en Oriente los códigos y decretos imperiales reconocían a la Iglesia visible como el elemento esencial de la sociedad y legislaban concediendo a este cuerpo un estatuto privilegiado. Pero en Occidente la situación era distinta. También aquí los concilios interpretaban las tradiciones antiguas, pero a partir del siglo IV los papas manifestaron su autoridad con actas y cartas que dictaban órdenes y respondían a consultas. Esto originó las decretales, cuyo ejemplar más antiguo se remonta al pontificado de Siricio (384-398). Junto a estas decisiones, que fueron reconocidas como válidas, los papas también afirmaron en sus cartas el primado del que gozaban en materia de disciplina y de moral. Estas fuentes de la legislación eclesiástica permanecieron dispersas, hasta que estudiosos del derecho comenzaron a reunir las decisiones conciliares y las decretales en colecciones. Son notables las de Dionisio el Exiguo (+ hacia 545), que propuso el año del nacimiento de Cristo y cuyas recopilaciones de leyes se convierten en el fundamento del derecho canónico posterior. Pero la desaparición de las asambleas conciliares y sinodales y la desintegración del gobierno episcopal aumentó la confusión, como por ejemplo en torno a la penitencia privada, sobre la cual la legislación que había ido surgiendo era muy desigual. Sólo en España se continuaban celebrando concilios y publicando sus cánones. Los inconvenientes de esta situación preocuparon a Carlomagno, que veía en ellos una fuente de desorden. Por eso pide al papa Adriano I unas directivas. El papa le envió en 774 una copia de la colección de Dionisio, que se promulgó en todo el imperio en 802 en Aquisgrán. Al hacerse familiar este derecho se fue enriqueciendo por las famosas falsificaciones, de las que las más conocidas son las Decretales pseudoisidorianas. La fecha de este conjunto de leyes se fija alrededor del año 850. Estos textos han de comprenderse en el momento histórico en el que se compusieron. El problema que tenía entonces la Iglesia era defender sus propiedades contra los ataques de los potentados laicos. A estos problemas respondieron algunos clérigos completando el cuerpo de leyes ya existente. Se trataba de la libertad de la Iglesia, por lo que atribuyen al papa la jurisdicción completa, directa, última y general sobre toda la Iglesia. Estas colecciones se tuvieron por auténticas durante siete siglos e influyeron realmente en defender y sostener al clero en medio de la decadencia general de la sociedad. La organización de la Iglesia en la antigüedad había creado, junto a los grandes patriarcados y a los episcopados, una organización parroquial. Pero con el andar del tiempo estos distritos eclesiásticos, ligados al territorio y en dependencia de las estructuras de organización romana, fueron perdiendo el sentido original de la parroquia, como lugar “transitorio y de peregrinación”, de provisionalidad y precariedad, para convertirse en núcleos de referencia total de la vida cristiana. La llegada de los pueblos germánicos acentúa la formación de las “iglesias particulares” o “privadas”. Así los clérigos se convierten en súbditos del obispo que los había ordenado y los fieles se convierten casi en vasallos del párroco. De este modo el “beneficio” tenía el primado sobre el “oficio”, es decir que las iglesias eran concesión de los señores feudales. Es éste uno de los síntomas del feudalismo de la época. 4.2. El culto y la piedad: La manifestación de la vida espiritual medieval continuó expresándose principalmente en los oficios litúrgicos. La misa siempre había constituido el centro del culto y de la piedad. Al comenzar este período existía en todas las regiones una liturgia eucarística sencilla, que comprendía los principales elementos de la misa occidental. El centro de la liturgia eucarística era el canon intangible, cuyo origen se pierde en los orígenes de la misma historia de la Iglesia. Pero cada vez más van apareciendo gran variedad de formas y fórmulas, que configuran de manera prácticamente definitiva la liturgia de diversas iglesias en este período. Los sacramentarios de origen romano habían contribuido a seguir un proceso de fijación de las fórmulas eucarísticas en el mundo occidental. El rito romano se había ido configurando en distintas etapas, entre los siglos V y VII, marcadas por las iniciativas de León I, Gelasio I y Gregorio I. Junto a este rito aparecen luego el galicano en el reino de los francos (antigua Galia); el celta en las islas británicas; visigodo hispano-romano (mozárabe o toledano) en la península Ibérica; el ambrosiano en Milán y el rito aquileyense en la zona eclesiástica del Véneto y territorios adyacentes. Pero la importancia de la sede romana en otros ámbitos repercute también en la organización litúrgica, que va implantándose o influyendo en otras regiones, lo cual da lugar a un proceso de unificación en Occidente. En la época carolingia hubo una cierta unificación en el campo litúrgico. Esta exigencia era particularmente sentida, porque la liturgia constituía, entre otras cosas, la expresión más viva de la unidad social, ya que el culto iniciaba y clausuraba todo acto civil importante. Este proceso se realiza en torno a la liturgia romana, a la que se unen elementos autóctonos como los galicanos, e irá creciendo entre los siglos VII y XI. La unificación se produjo también siguiendo la inspiración eminentemente pragmática de los pueblos germánicos y del feudalismo. La liturgia, además de su función de celebración de los misterios cristianos, asume otra serie de finalidades prácticas y se trasforma en una especie de intercambio entre clérigos y laicos. Se produce un proceso de clericalismo de la liturgia, quedando reducidos los laicos a la condición de “usuarios”, que tienen acceso a los servicios litúrgicos mediante el ofrecimiento de dinero o dones en especie. De aquí arranca también un proceso de “materialización” de 11 las palabras y los gestos, sobre la base del ceremonial feudal, confiriendo un mayor dramatismo y espectacularidad al rito. Estos condicionamientos de la liturgia producen formas nuevas de piedad popular, en las que se mezclan elementos paganos y tradicionales con los cristianos. La supersticiosa credulidad de los fieles la comparten también los clérigos, que aceptan estas situaciones sin mayor sentido crítico. Las directivas y correcciones de estos procesos se encuentran en los sermones de los grandes escritores como Gregorio I, Cesáreo de Arlés, Martín de Braga y en los misioneros de los nuevos pueblos cristianos. 4.3. Las aspiraciones de reforma monásticas Merece una mención particular en el mantenimiento y renovación de la vida cristiana la obra de los monjes. En este mundo dominado por tantas incursiones, no faltaron sin embargo energías renovadoras. Los señores seculares y eclesiásticos pretendían disfrutar de los derechos y posesiones, que tenían los grandes monasterios, con detrimento de la disciplina monástica. Así Carlos Martel había repartido monasterios entre abades laicos. Con los carolingios los que labran las tierras ya no son los monjes, sino los colonos o vasallos. Así amontonaban grandes riquezas, siendo la abadía el centro de la vida económica, industrial y religiosa. Se iniciaron algunos intentos de reforma, como el de san Benito de Aniano (+ 821) en el sur de Francia. Pero la inestabilidad de la sociedad, sometida a saqueos e incursiones por parte de diversos pueblos, dificultaban las ansias de reforma. Pero a partir del siglo VIII algunas abadías consiguen una exención de sus monasterios, que los liberaba de la jurisdicción del obispo diocesano y quedaban sometidos directamente a la Santa Sede. Este fue el caso del monasterio de Cluny, que se valió de esta prerrogativa, para llevar a cabo la deseada reforma. El antiguo monacato va a conocer con la fundación de Cluny un nuevo esplendor, del que fueron exponentes los reformadores gregorianos. Fundado el año 910 en Borgoña estaba estrechamente ligado a Roma. De todos los abades el más famoso es san Odón, que acentuó la división entre clérigos y hermanos laicos conversos o legos. Esta idea organizativa contribuyó a su auge, pero también fue el motivo de su declive. En estos ambientes monásticos comienza una reacción, que pretendía superar aquella situación de dependencia de la Iglesia de los poderes políticos y feudales. A comienzos del siglo X en los círculos del movimiento de Cluny se planteó una lucha por la “liberación de la Iglesia” de los vínculos feudales y de los abusos que conllevaban. De estos ambientes proceden los papas reformadores, entre los que sobresale Gregorio VII. Fue una reacción de signo contrario, pero que en sus promotores más extremos se llegó a concebir a los emperadores, los soberanos, los príncipes y todas las instituciones sociales como “fundaciones”, en el fondo como “propiedades” de la Iglesia. Fue la lucha de las investiduras, que tuvo lugar al iniciarse el segundo milenio y de las que se hablará en el capítulo séptimo. Pronto las nuevas exigencias de evangelización desbordan estas formas de vida jerárquica y feudal propia de la sociedad y de la misma tradición monástica, que comienzan un proceso de diferenciación del monacato. Arraigan así diversas congregaciones en ese cuerpo tradicional, de las que saldrán las futuras reformas. Entre estos movimientos hay que citar, en primer lugar, a los romualdianos o camaldulenses, que eran seguidores de Romualdo (+ 1027) y que fueron unidos en congregaciones por Pedro Damiani (+ 1072). Juan Gualberto pone en pie los Valleombrusianos hacia el 1073. Vida de marcado rigor eremítico y una inexorable propaganda antisimoníaca eran algunas de sus características. La más conocida es la rama cisterciense. Esta forma de vida encuentra en el gran monasterio de Citeaux una nueva orientación más acorde con el benedictismo antiguo a partir de 1098. 4.4. La cultura cristiana de Occidente: Esta convulsa y azarosa primera época medieval significó para la vida de la Iglesia un esfuerzo de adaptación y substitución de formas antiguas por otras nuevas. Con frecuencia se describe como una época estéril en el campo del pensamiento y en el plano teológico, pero esta impresión genérica puede dejar al margen manifestaciones históricas importantes. Es cierto que no hubo enseñanza sistemática de la teología antes de la escuela de Chartres hacia el año 1000, pero ello no significa que no existieran controversias teológicas que dejaron en el dogma occidental una impronta duradera. La eucaristía era el centro de la piedad cristiana. Por eso, en este tiempo se dan algunas controversias versan sobre la eucaristía, particularmente sobre el modo de presencia de Cristo en la hostia consagrada. La piedad elemental de entonces hizo que se enseñara una presencia espacial, como si el cuerpo de Cristo estuviera en miniatura en la hostia, y de ese modo se acentuaban los aspectos milagrosos, de los que aquella sociedad era tan crédula. La incapacidad de entender la acción litúrgica simbólica y los símbolos de los dones como símbolos reales, dio lugar a la pregunta sobre la explicación más exacta de la presencia real de Jesucristo en el sacramento. El tema de la presencia real pasó a convertirse en el problema capital de la teología eucarística de la Edad Media. La primera de estas controversias fue desencadenada por Pascasio Radberto (+ 859), abad del monasterio benedictino de Corbie. En su obra Sobre el cuerpo y la sangre del Señor defiende la plena identidad del cuerpo de Jesucristo histórico, nacido de María, con el cuerpo eucarístico. También entendía la repetición diaria de la pasión y muerte de Cristo en la misa como una verdadera inmolación o escenificación literal del drama del calvario. Era un realismo extremo. En sentido contrario, el monje Ratrammo de Corbie (+867) redactó bajo el mandato del rey otra obra de mismo título, en la que dice que el pan y el vino son modificados por la transformación y son, por tanto, sólo "figuras" del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. Por consiguiente su cuerpo y su sangre están ocultos, a una con su poder divino, bajo los velos de estas figuras. Según esto, no se puede decir que se ha recibido verdadera y realmente el cuerpo de Cristo, sino que se le recibe más bien en figura, en imagen, en misterio y en poder. Ratrammo no niega la presencia real, sino que refuta la plena identificación del cuerpo histórico con el eucarístico. Prefería hablar de una representación en misterio de la 12 pasión y muerte sufrida de una vez por siempre, no de una nueva y diaria pasión. El peligro de esta posición era terminar por afirmar un mero y puro alegorismo. En el siglo XI se renovarán otra vez estas controversias. La penitencia, que era concebida en la antigüedad como una recuperación de la gracia bautismal y que tenía forma pública, fue poco a poco reemplazada por la influyente e importate forma de la penitencia privada o confesión. Durante esos cuatro siglos se estableció y generalizó en toda la Iglesia occidental la práctica de la confesión sacramental privada o auricular. El año 589 un concilio de Toledo denunciaba estas nuevas prácticas en la penitencia y mandaba volver al antiguo sistema. Lo importante es que los fieles lo acogían favorablemente y que luego algunos concilios de las Galias entre el 647 y 653 aconsejan esta innovación. La costumbre provenía de Irlanda, donde lo practicaban los monjes de San Columbano, que lo extienden por el continente europeo a partir del siglo VI. Esta nueva forma va a derivar hacia la llamada penitencia “tarifada”, de donde van a derivar las indulgencias, que empezaron a extenderse a finales de este período. Otros asuntos teológicos versaban sobre la predestinación, donde se ponen de relieve los aspectos más sombríos y reduccionistas de la Providencia. Pero el problema de más graves consecuencias de este período fue probablemente la introducción en el credo de la palabra filioque (y del Hijo). El símbolo de Nicea, promulgado por primera vez en el concilio de Constantinopla el año 381, hacía proceder al Espíritu Santo del Padre a través del Hijo. La nueva fórmula introducía que “el Espíritu procede del Padre y del Hijo”. Esa palabra se añadió al credo en España, a partir de mediados del siglo VI, en la fe formulada en el concilio de Toledo del 589. Con esta innovación no había ninguna intención polémica con la iglesia griega, que seguía fiel a la fórmula de Nicea. Pero Carlomagno, enemistado con la emperatriz Irene, encargó a sus teólogos la tarea de demostrar en la mayor medida posible que los griegos enseñaban errores. Alcuino indicó que esta palabra faltaba en el credo griego, lo cual es motivo de polémicas interminables entre Oriente y Occidente. La literatura clásica, a pesar del cambio que habían experimentado las condiciones históricas, era la fuente de inspiración de la cultura medieval. Durante este período la tarea más noble se cifraba en imitarlos o reproducirlos. La cultura del tiempo se cultivaba en pequeños círculos y estaba en dependencia de las creaciones clásicas. Pero ahora sus cultivadores son cristianos. Por eso la historia de la literatura de esta época forma parte de la historia de la Iglesia. A las figuras de la antigüedad tardía como Boecio, Casiodoro, Gregorio I o Cesáreo de Arlés, hay que añadir a Gregorio de Tours (+ 594), Isidoro de Sevilla (+ 636) y Beda el Venerable (+ 735), Alcuino (+ 804), que representaron para francos, visigodos y británicos auténticos transmisores de la cultura antigua y regeneradores de la nueva. Estos pueblos convertidos al catolicismo tienen así la oportunidad de recibir el legado anterior. Isidoro de Sevilla había codificado los antiguos esquemas de la enseñanza clásica, que así pasaron a la cultura medieval. Esto permite que se hereden los programas de estudios de Roma: trivio (gramática, lógica y retórica) y el cuadrivio (geometría, aritmética, astronomía y música), pero puestas al servicio de comprender y comentar la Escritura y las obras patrísticas. El mismo Alcuino llegó incluso a considerar las artes liberales como obra de Dios y no de los hombres. Así la cultura se hace cristiana y se convierte en dominio reservado de hombres de Iglesia, monjes o clérigos. Esto da lugar a diversos renacimientos, de los cuales el más influyente será el carolingio, que permite la formación intelectual con su escuela palatina. Alcuino (+ 804), especie de ministro de cultura de Carlomagno, representa en el terreno cultural lo que el misionero Bonifacio en el eclesiástico y político por relación a la génesis de esta nueva forma de cristianismo. El pensador más importante de la época es Juan Escoto Eriúgena (+ 870), que en 858 traduce al latín las obras griegas del Pseudo-Dionisio. Estas tradiciones darán lugar a las diversas lenguas populares, siendo las de raíz germánica las primeras en emanciparse, pues la herencia latina era más fuerte en el ámbito de las lenguas románicas. Bibliografía: I. W. FRANK, Historia de la Iglesia medieval, Herder, Barcelona 1988. F. GANSHOF, El feudalismo, Ariel, Barcelona6 1981 F. PIERINI, La edad media. Curso de historia de la Iglesia, San Pablo, Madrid 1997. W. ULLMANN, Historia del pensamiento político en la Edad Media, Ariel, Barcelona 1983. Sugerencias para la reflexión y estudio personal del capítulo: 1. Sentido y novedades aportadas por el sistema feudal 2. Las fronteras del cristianismo en Occidente 13 3. Aspiraciones del papado durante el siglo séptimo. 4. Hechos y consecuencias de la alianza entre el papado y los francos. 5. Importancia y significado de las nuevas colecciones jurídicas. Prof. Gregorio Celada Luengo Nota: © Orden de Predicadores – PP. Dominicos Se permite la reproducción citando autor y procedencia 14