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Llamados a Caminar Juntos en la Fe
F. Javier Orozco (31º Domingo del Tiempo Ordinario, 2011)
No hace muchos años atrás que se oía una canción muy popular en la radio donde el
mensaje central era el reconocimiento de que a veces los caminos y sendas por las cuales
andamos no son las mejores. El refrán de la canción decía algo así: “Los caminos de la vida
no son como yo pensaba como los imaginaba no son como yo creía. Los caminos de la vida son
muy difícil de andarlos difícil de caminarlos y no encuentro la salida.”
En la primera lectura de hoy, el profeta Malaquías nos exhorta a que seamos honestos con
nosotros mismos y que miremos bien los caminos en los cuales andamos metidos. A
veces, siguiendo nuestra conveniencia propia, nos dejamos llevar por lo que es más fácil y
lucrativo. En otras ocasiones, la vida nos presenta dificultades y retos que nos desaniman
al puto de abandonar nuestros buenos ideales e intenciones.
Siguiendo la sabiduría del profeta Malaquías, gran parte del problema es que en vez de
permanecer fieles a la voluntad de Dios lo que hacemos es apartarnos o desviarnos del
camino de Dios (Mal 2: 8).
Como lo menciona el Evangelio, nuestros caminos sin Dios son caminos de hipocresía,
vanidad y soberbia. “Todo lo hacen para ser vistos por los hombres. Miren esas larga citas de
la Ley que llevan en la frente y los largos flecos de su manto. Les gusta ocupar los primeros
lugares en los banquetes y los asientos reservados en las sinagogas. Les agrada que los
saluden en las plazas y que la gente los llame Maestro” (Mt 23: 5-7).
Entonces, si estamos dispuestos a verdaderamente escuchar las palabras proféticas de este
día, tenemos que reflexionar seriamente para así poder seguir en el verdadero camino que
Dios nos ha preparado. Como nos lo recuerda el apóstol Pablo, la fe que hemos recibido no
es una fe simplemente humana sino una fe que brota del cariño y caminar juntos como
hermanos y hermanas (1Tes 2: 5-7). Nuestro caminar juntos en la fe es precisamente lo
que nos ayuda a mantenernos firmes en el camino de Dios. No es la arrogancia la que nos
va a conducir al buen camino, sino la disposición y apertura a Dios y al servicio muto que
nace de la fe misma.
Juntos tenemos que mantener nuestra mente y corazón fijos en el camino verdadero que se
encuentra en Cristo Jesús—el que nos encamina y nos conduce al lo bueno: “Tampoco se
dejen ustedes llamar guía, porque ustedes no tienen más guía que Cristo. El más grande de
ustedes se hará el servidor de todos” (Mt 23:12).
Digamos juntos, “Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos soberbios; grandezas que
superan mis alcances no pretendo” (Sal 130). ¡En Cristo, los caminos de la vida, si
encuentran salida!