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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe
www.virgendeguadalupe.org.mx
Versión estenográfica de la
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Hilario González García, Obispo de Linares, en
ocasión de la peregrinación de dicha Diócesis a la Basílica de Guadalupe.
5 de agosto de 2015
Es la primera vez que como Obispo me toca presidir una Eucaristía aquí. Primera vez que
vengo como Obispo con la comunidad de Linares. Me siento contento y me siento
bendecido porque el Señor siempre se va mostrando con nosotros rico en misericordia. El
Señor siempre que se fija en nosotros, se fija para fortalecernos, para animarnos. Es
cierto, nos va a pedir que nos convirtamos, que cambiemos de vida, pero sobre todo el
Señor quiere que disfrutemos de su presencia. Y al venir este día como Diócesis de
Linares a peregrinar a la casa de Nuestra Madre Santísima, la Virgen María, nuestra
Señora de Guadalupe, igual que la Virgen también nosotros alabamos al Señor porque ha
mirado la humildad de nuestra condición.
Igual que ella también nosotros nos reconocemos amados de manera especial por el
Señor y también igual que la Virgen queremos descubrir cuál es la voluntad del Señor
para nosotros. Por eso venimos a visitarla, para aprender de ella a ser fieles al amor de
Dios. Cuando nosotros amamos a alguien buscamos agradarle lo mejor que podemos.
Queremos agradarle a Jesús que es camino, verdad y vida para cada uno de nosotros y si
alguien agradó con su vida, con su entrega, con su docilidad, su escucha, su obediencia
al Señor, fue la Virgen Santísima.
Queremos aprender de ella también a tener como centro de nuestra vida a Jesús. Ella lo
llevó en su seno. Nosotros lo llevamos en el corazón. Ella aprendió del Verbo escuchando
la Palabra y guardándola en su corazón. También nosotros queremos ser buenos
discípulos que aprendamos a escuchar la voz del Señor y ella también fue buena
misionera. Tan pronto sabe lo que le sucede a su prima Isabel, sale presurosa y va y
saluda y visita y sirve a su prima. También nosotros queremos tener esa actitud
misionera, salir de nuestras comunidades para llevar el Evangelio, saludar a los demás
con el saludo de la paz para desterrar de nuestro corazón y de nuestras comunidades
cualquier rastro de enojo, de agresión, de violencia, de egoísmo, de rencor.
También nosotros como la Virgen María queremos ponernos al servicio de aquellos que
están necesitados. Es cierto, todos somos necesitados, todos tenemos situaciones
difíciles que resolver. Ninguno de nosotros tiene su vida resuelta, pero es cierto también
que en la medida en que nosotros salimos, saludamos con la paz y servimos a los demás
nuestra vida también se va integrando, se va sanando. Porque quien pone su confianza
en el Señor no queda defraudado. Quien se ve mirado con misericordia por el Señor no
puede, logra agradecer esa mirada y no puede quedarse con los brazos cruzados.
La primera lectura escuchamos que la Sabiduría dice que en ella está la gracia del camino
y de la verdad. En ella está la plenitud de esta revelación de Dios, que en ella está la
esperanza de la vida. Y si decimos que Jesús es el camino, la verdad y la vida, pues
tenemos que acercarnos a la Virgen para que nos enseñe a que ese camino lo sepamos
recorrer, a que esa vida la sepamos defender y proclamar, a que esa verdad también la
podamos llevar a los demás.
Nosotros tal vez pues tenemos diferentes situaciones en nuestra casa. Los que venimos
de Linares, algunos pertenecemos tal vez a zona rural, otros a una ciudad, otros somos
de la periferia, unos viven en la montaña, otros viven pues en el desierto, unos en el norte,
otros en el sur. Y sin embargo somos una sola familia, somos la familia de Dios que
peregrina en Linares.
Creo que, hermanos y hermanas hoy estamos de manera especial invitados por el Señor
para, imitando a la Virgen María podamos llevar a los demás esta gracia de la verdad,
esta gracia del camino. Nosotros también que hemos sido beneficiados por el amor de
Dios tenemos esa responsabilidad de llevar la esperanza de la vida ante situaciones de
presión, de desesperanza, de desánimo. No podemos ser nosotros personas que
fomentemos esos estados de ánimo. Al contrario, debemos vencer el mal a fuerza de
bien. Debemos procurar que las cosas negativas no envenenen nuestro corazón ni
tampoco lo amarguen. No hay nada peor que un hijo de Dios triste, un hijo de Dios
apocado, un hijo de Dios que no tiene sentido en su vida. Si estamos aquí, hermanos,
hermanas es porque tenemos puesta la confianza en el Señor y porque descubrimos que
la Virgen María es nuestra madre muy querida que también intercede por nosotros.
Finalmente quisiera tomar el modelo de Juan Diego. Tal vez nosotros nos parezcamos
más a Juan Diego. Si se acuerdan en el relato de las apariciones, pues Juan Diego hacía
tres cosas: uno, iba ese día a la doctrina, iba a la enseñanza. Al día siguiente, domingo,
iba a la misa, iba a celebrar su fe y al tercer día cuando era el día crucial, pues le quedó
mal a la Virgen porque su tío estaba enfermo.
Si se fijan, Juan Diego busca en su vida diaria vivir estos 3 aspectos de nuestro bautismo:
aprender la Palabra, ser profetas, ser evangelizadores, celebrar la fe, cumplir con la vida
sacramental en la honra de Dios y también el servicio al necesitado, al pobre y al enfermo.
Juan Diego se muestra así en su incipiente vida cristiana como un verdadero profeta, un
verdadero sacerdote y un verdadero servidor. Ojalá que también nosotros de vuelta a
nuestra casa, hermanos y hermanas nos llevemos este ejemplo. Aprendamos a ser
misioneros, ser evangelizadores. Que no dejemos a un lado el aprendizaje de nuestra
doctrina, de la verdad revelada por el Señor.
Que también nosotros como Juan Diego cuando volvamos a nuestra casa celebremos
nuestra fe los domingos y fiestas de guardar, la vida de la gracia, los sacramentos. Que
no seamos personas ajenas a esta gracia que se nos da día con día.
Y que también nosotros cuando regresemos a nuestra casa como Juan Diego también
busquemos a quien servir, quien hace falta de ser auxiliado, porque está enfermo, porque
está pobre, porque está abandonado, porque no tiene quien vele por él.
Hermanas, hermanos, como bautizados que somos, somos sacerdotes, somos profetas,
somos reyes y servidores. Tenemos que salir al encuentro de los demás con esta
condición de hijos de Dios, con esta dignidad, con esta identidad bien firme. No podemos
ser cristianos blandengues, desanimados, apocados. Tenemos que ser salir contentos de
quienes somos. Si confiamos en la Virgen María, si aprendemos de ella, se tiene que
reflejar también en nuestra vida diaria.
Pongamos finalmente hermanos y hermanas, nuestras necesidades delante de Dios.
También venimos a eso con nuestra mamá, porque sabemos que nuestra mamá tiene esa
palanca con nuestro Señor. Sabemos que hay situaciones difíciles o situaciones por las
que batallamos. Pidámosle su intercesión, seguramente nos concederá, nos alcanzará
aquello que verdaderamente nos ayude a ser mejores hijos e hijas de Dios.