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Un sendero de vida A ti, muchacha, que con tanta ilusión te vas despertando a la vida y vas buscando un camino para realizarte; A ti, joven, que no toleras la injusticia, te rebelas contra la hipocresía y quieres comprometerte en la lucha por un mundo más humano y solidario; A ti, hermana, que te sientes defraudada, frustrada, a punto de echarte al borde del camino, pues no ves por qué seguir andando; A ti, mujer, quienquiera que seas, se dirigen estas palabras sencillas de un grupo de mujeres como tú, deseosas de compartir contigo una experiencia de vida. Con ánimo de ayudarte. Dios “Tengo sed de Dios, del Dios vivo”. Así expresaba un viejo poeta de Israel uno de los anhelos más profundos del corazón humano. Su deseo esencial. Al mundo moderno lo devora el vértigo. En su afán de progresar a toda costa y poseer cada vez más cosas, el hombre de hoy va perdiendo su identidad, su instinto religioso, el norte de su vida. Está, a menudo, totalmente desorientado. Pero el deseo de Dios subsiste aún en el fondo de su ser. El desasosiego, la insatisfacción, indican su presencia oculta. Agustín de Hipona dio en la diana cuando escribía: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón ni haya paz hasta que descansa en Ti.” Quienes, como nosotras, llegaron a convencerse de ello, ya no tienen más opción que lanzarse a la más apasionante aventura humana: la de buscar a Dios. Jesús de Nazaret Pronto nos dimos cuenta de que buscábamos a Dios porque Dios nos buscaba a nosotras. Un día u otro, topamos con una persona infinitamente seductora: Jesús de Nazaret. Jesús nos llamó por nuestro nombre. Cómo y en qué circunstancias, es el secreto de cada una de nosotras. Pero en todos los casos pudimos distinguir claramente la invitación: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el rey de tu belleza.” Y Jesús nos subyugó. Su encuentro transformó nuestras vidas, nuestros proyectos, nuestras ilusiones. Ya no pudimos abrigar otro deseo que el de conocer a Jesús, amar y servir a Jesús, vivir y morir con Jesús; estar un día con Jesús en su reino. Esta es nuestra fe y nuestra esperanza. Benito de Nursia Dios habló al profeta Oseas:“Mira, voy a seducirla,llevándomela al desierto y hablándole al corazón.” Es lo que nos sucedió a nosotras: Dios nos trajo a la soledad. Y aquí nos confió a un maestro: Benito de Nursia. Un maestro auténtico, pues nos enseña el arte de vivir en nombre de Jesús, el Maestro por antonomasia, con su evangelio como norma suprema. Un maestro paternal, no paternalista. Tiene un respeto infinito por la persona y la gracia de cada uno de sus discípulos. Un maestro que nos inculca autenticidad, discreción, dinamismo, amor al orden y a la paz, gran sentido de Dios, una sensibilidad exquisita por todo lo auténticamente humano. Un maestro que nos descubre que la felicidad no consiste en acaparar, poseer y gozar con egoísmo, sino en darlo todo y desvivirse por todos. Como hizo y enseñó Jesús de Nazaret. Un maestro que construye con nosotras una verdadera hermandad cristiana, cuyos miembros se sirven unos a otros y se esfuerzan por formar “un solo corazón y una sola alma”. San Pelayo de Antealtares El desierto al que nos trajo el Señor es un lugar concreto con nombre propio: San Pelayo de Antealtares. Nuestro monasterio se levanta en Santiago de Compostela, corazón de Galicia. Esta ubicación nos impone un talante compostelano y netamente gallego. El edificio, legado de otra época y fruto de otra mentalidad, es amplio, majestuoso, austero. No gusta –lo sabemos- a mucha gente de hoy. Querríamos una casa mucho más modesta, más acorde con la simplicidad de Cristo; y también mucho más cómoda y alegre. Pero al fin todos los edificios son sólo tiendas provisionales que nos cobijan en nuestra breve peregrinación terrena. Dios quiso que heredáramos esta casa y la aceptamos agradecidas; procuramos conservarla en buen estado, adaptando su interior a las necesidades de hoy. Moderada por la discreción de san Benito, nuestra jornada es esencialmente una armoniosa alternancia entre oración y trabajo, actividad y reposo. La alabanza divina ocupa en cada día el lugar de preferencia. Sentimos la urgencia de cantar a Dios para celebrar sus maravillas. Dedicamos un buen espacio de tiempo a la “lectio divina”, es decir, a profundizar en el corazón de Dios por la lectura personal saboreando su Palabra. Cada día participamos en la Eucaristía, centro de nuestra vida. A las horas señaladas nos sentamos a la mesa –frugal, pero bien abastecida- para compartir el alimento del cuerpo. Trabajamos y nos cansamos, pero reposamos y dormimos las horas suficientes. Y en todo momento procuramos mantener en nuestro espíritu el recuerdo de Dios, a cuyo servicio estamos consagradas. Vivimos de nuestro trabajo: confección de ornamentos para el culto y otras labores, repostería, educación de los niños y niñas de nuestra escuela infantil, atención a las estudiantes de nuestra residencia… Naturalmente luchamos y sufrimos como todo el mundo. Pero sabíamos que en el monasterio habíamos de “participar de los sufrimientos de Cristo con nuestra paciencia, para poder compartir también con Él su reino”. Nos afectan asimismo las penas y tribulaciones de nuestros hermanos, que son todos los hombres, a quienes encomendamos en nuestra oración y procuramos aliviar en lo posible. Estamos contentas y alegres. Somos felices. Sabemos por experiencia que nuestro Dios es bueno y compasivo. Y comprobamos el realismo personal de aquella escenificación sencilla con que san Benito reconstruye el misterio de la vocación monástica: El Señor pregunta a la multitud: “¿Hay alguien que quiera vivir y pasar días felices?” Si tú, al oírle, respondes: “Yo”, te dice: “Si quieres gozar de una vida verdadera y perpetua, apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. Y cuando cumpláis todo esto, tendré los ojos fijos sobre vosotros, mis oídos atenderán vuestras súplicas y antes de que me interroguéis, os diré yo: Aquí estoy. Hermanos amadísimos, ¿puede haber algo más dulce para nosotros que esta voz del Señor que nos invita? Mirad cómo el Señor, en su bondad, nos indica el sendero de la vida.” La Comunidad benedictina de San Pelayo de Antealtares Monasterio de Benedictinas San Pelayo de Antealtares, 23 Tel: 981 583127 e-mail: [email protected] Santiago de Compostela (A Coruña)