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HORA SANTA AL INICIAR LAS 24 HORAS PARA EL SEÑOR
El sacerdote expone el Santísimo Sacramento que permanecerá 24 horas para la adoración.
A continuación, hace un canto e inciensa. Después introduce esta jornada de plegaria:
Señor Jesús, unidos a toda a Iglesia comenzamos este tiempo de oración en el que
queremos permanecer Contigo, vivo y realmente presente en este sacramento. Tu
nos has mostrado tu amor hasta el extremo subiéndote en cruz y resucitando y has
querido permanecer con nosotros todos los días hasta el fin del mundo en la
Eucaristía, síntesis de tu misericordia hacia cada uno de nosotros. Queremos estar
Contigo un día completo de nuestra vida correspondiendo a tu amor ilimitado. Abre
nuestros corazones a la conversión, a la gratitud y a la entrega.
Se deja un breve momento de silencio ante el Santísimo Sacramento. Después se reza el
salmo 50 que dispondrá a la asamblea a acoger el Evangelio. Se recitará a dos coros.
Salmodia
El sacerdote introduce la recitación:
Vamos a ir preparándonos interiormente mediante la salmodia. Dios se muestra
misericordioso iluminando nuestra conciencia por medio de su palabra, siempre viva
y eficaz. Recitaremos en presencia del Señor el salmo 50, que reconoce nuestra
pequeñez y pecado a la luz del gran amor de Dios:
Salmo 50
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
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Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
Canto: Misericordias Domini in aeternum cantabo
Evangelio
Canto: O Christe, Domine Iesu!
Del Evangelio según san Lucas:
Jesús les dijo esta parábola: -«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su
padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los
bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país
lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado
todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue
entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos
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a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los
cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no
merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre
lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su
hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y
vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero
cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y
ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Toda la asamblea canta: O Christe, Domine Iesu!
El sacerdote hace una pequeña reflexión centrada en las actitudes del padre y del hijo
menor de la Parábola.
Tres momentos en la vida del Hijo. El primero es la decisión pasional de abandonar
la casa paterna. Muchos, quizás, le habrían acariciado los oídos diciéndole que fuera
encontraría libertad auténtica, que estaba sometido al reglamento paterno, que en
definitiva, fuera, "se iba a realizar".
La voz del mundo y del que en el mundo actúa, el demonio, es seductora. Promete
una felicidad plena y todo desemboca en la más honda desolación y vacío. La voz de
Dios es firme y señala cuanto está bien o mal, exige; es palabra que pone al
descubierto nuestras intenciones y las orienta al bien y la verdad. El primer camino
es fácil de seguir; el segundo, costoso.
El hijo decide emprender un camino atrayente en apariencia. Pero, he aquí el primer
movimiento soberbio de su corazón: "Dame la parte de la herencia que me
corresponde". Es una ofensa tremenda al corazón de su padre. Viene a decirle que
lo único que le interesa de él es su dinero; y manifiesta con esta declaración que
para él está muerto. No en vano, toda herencia se recibe cuando el que reparte ha
muerto.
Aquel padre siente cómo su pecho se abre en canal. Sin embargo, accede a aquella
petición descarada, respetando así con pulcritud suma la libertad de su hijo.
Finalmente le entrega su parte.
El segundo momento corresponde al camino de alejamiento del hogar paterno, que
va unido al desenfreno de su corazón. Tiene dinero y le acompañan los amigos que
le sedujeron. Comienza a vivir perdidamente. Piensa encontrar la felicidad en una
vida de fiesta, perversión e impureza: fiesta, bebida, sexo... Tiene dinero... tiene
felicidad en bandeja. Aquel hijo destroza su vida lejos del hogar que le vio crecer
sano.
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El tercer momento corresponde al movimiento de crisis de su bolsillo y de su
corazón. No tiene nada. Absolutamente nada. Ni dinero, ni amigos. Tampoco
diversiones. Ni siquiera algo que llevarse a la boca. Es tanta su miseria que le
gustaría llenar su estómago con el alimento de los cerdos -animal despreciado en la
cultura judía- pero nadie se lo ofrece.
Su estado es lamentable. El trato que dio a su padre, se lo ha devuelto el mundo. A
este solo le interesaba su dinero. La aparente libertad y la felicidad que le traería es
un engaño manifiesto. Ha tocado fondo, está en el barro, despojado de toda
dignidad. Roto. Vacío. Triste. Qué contraste con la precipitación inicial.
Después de este tripe momento hay un paréntesis que corresponde a un
movimiento de su corazón aún egoísta e interesado: Recapacitando entonces, se
dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí
me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame
como a uno de tus jornaleros."
El hijo no siente ningún dolor; piensa solo en sí mismo -como hasta ahora- y ahora
espera llenar el estómago. Ha urdido un discurso perfecto, pero vacío. No siente
esas palabras, solo pretende un puesto de trabajo y un sueldo.
Pero lo importante es que se pone en camino. Y ahí es donde comienza un camino
de conversión. El momento del cambio es cuando encuentra unos brazos abiertos
que le abrazan y no le piden explicaciones de su pasado.
Ahí está la conversión del hijo. ¿La clave? El amor. Ahora sí, el hijo comienza a
pronunciar desde lo hondo del alma aquel discurso prefabricado... Pero el padre
corta este justo en el momento que el hijo va a pedir que le trate como un jornalero.
¡Gran corazón el del Padre! El hijo continúa siendo hijo. Y por eso lo abraza y besa.
Hacemos un silencio meditativo. Al final del mismo podemos cantar el canon: Adoramus Te,
Domine.
Puede abrirse un triple tiempo de oración en torno a la simbología de los regalos que el
Padre ofrece al hijo que regresa, tomado de "Misericordiosos como el Padre. Subsidios para
el Jubileo de la misericordia, 274-275":
De la excepcional alegría del padre brotan los dones que el hijo recibe. En ellos, a
menudo, se han captado varios significados tomados del amplio patrimonio
simbólico de la tradición cristiana.
Primer don de la misericordia: El mejor vestido
El mejor vestido es inmediatamente asociable al nuevo estado de vida al que el
padre restituye al hijo y crea sugestiones típicamente bautismales: «todos los
bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (GáI3,27). En consecuencia
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«Ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y
palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del
hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando
hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador» (Col 3,810). Por medio del bautismo la vida del cristiano es definida aquí en términos
nuevos, con un comportamiento impensable para quien permanezca inmerso en la
pesadez del pecado. En efecto, si el bautizado es un «renacido», su nueva vida no
puede ser más que la vida de Cristo y la vida en Cristo. La carta a los Colosenses
subraya que este crecimiento se hace mediante una continua renovación. De este
modo, el Sacramento de la Reconciliación se vincula profundamente con el
Sacramento de nuestro Bautismo:
La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y
la debilidad de la naturaleza humana ni la inclinación al pecado que la
tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin
de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana
ayudados por la gracia de Dios (CIC 1426).
Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la
vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea
ininterrumpida para toda la Iglesia [ ... ]. Es el movimiento del «corazón
contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia a responder al amor
misericordioso de Dios que nos ha amado primero (CIC 1428).
Segundo don de la misericordia: El anillo en el dedo
El anillo en el dedo indica el poder con el cual el hijo es nuevamente honrado. Para
conferir plenos poderes a José, hijo de Jacob, el faraón le entrega su anillo (Gén
41,42), lo mismo hace el rey persa Asuero con respecto a su confidente Amán (Est
3,10). El anillo constituye un símbolo de vínculo y de unión. El hijo es restablecido en
la plena comunión con el padre y participa de su señorío.
Segundo don de la misericordia: Las sandalias en los pies
Las sandalias en los pies. Llevar zapatos y sandalias era un privilegio de los hombres
libres: los prisioneros de guerra y los esclavos tenían que caminar descalzos (Is
20,2.4). El hijo es rehabilitado así en sus antiguos derechos.
Salmo 135
El sacerdote introduce la recitación: Después de haber meditado el amor incondicional
que Dios nos profesa, vamos a recitar el salmo 135, que revela la gratitud de un
pueblo que no puede ni quiere olvidar las acciones de su Dios y prorrumpe en un
cántico de alabanza al Dios cuyo amor es eterno. Así nosotros también alabamos su
misericordia eterna.
Salmo 135 I
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Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.
Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.
Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.
El afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.
Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.
El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.
La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.
Canto: Misericordias Domini in aeternum cantabo
Salmo 135 II
El hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.
Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.
Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.
Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.
Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.
Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
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porque es eterna su misericordia.
Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.
Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.
Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.
A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.
Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.
Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.
En heredad a Israel, su siervo:
porque es eterna su misericordia.
En nuestra humillación se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.
Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.
Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.
Canto: Misericordias Domini in aeternum cantabo
El sacerdote: Al final de esta recitación somos invitados a dar gracias en silencio,
desde lo más profundo de nuestro corazón, por tantos acontecimientos y personas
con los que Dios ha hecho historia de salvación con cada uno de nosotros.
Después del sacerdote termina con un cántico de adoración y se invita a velar junto al Señor
en la Eucaristía.
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