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TRASFORMARE IL PECCATO
LA RECONCILIACIÓN Y LA VIDA RELIGIOSA
Glosa de 2 Co 5,14-6,1
en perspectiva de teología de vida religiosa dehoniana
Juan José Arnaiz Ecker, scj
En origen, este trabajo forma parte de una interesante iniciativa de
acercamiento multidisciplinar, aún en espera de ser publicada, que la
Delegación provincial ESP de formación permanente llevó a cabo hace unos
años para profundizar, desde variados aspectos de estudio, en los núcleos
fundamentales de nuestra espiritualidad y carisma. Revisamos aquella
“apretada” reflexión incluyendo las reflexiones de la carta del Superior
general sobre la reconciliación del 20 de mayo de 2013. Pese al tiempo
pasado y la revisión hecha, no deja de seguir siendo una sorpresa para mí
que, en los cada vez más lejanos tiempos de los estudios secundarios, no se
me diese mal captar algo de la teoría epistemológica de Kant y sus a priori.
La profesora nos explicó que aquellos a priori eran como moldes de
repostería prefabricados que, colocados sobre la masa, dan las diferentes
formas a las pastas. Tener ante los ojos el texto bíblico de 2Co y extraer de él
“teología de la vida religiosa” suscita en mí el miedo a moldear con mis a
priori, con mis moldes prefabricados, lo que la Palabra dada nos dice.
Espero no caer en la tentación1. Aun así, en letra negrita aparecen los moldes
que considero necesarios para componer una teología de la vida consagrada
dehoniana. Sirvan de guía y de razón de la estructuración interna de un texto
escrito “de seguido.”
1
Para conjurar en lo posible esta tentación seguiremos el método de comentar el
texto bíblico a la luz de los documentos Elementos esenciales (1983) [EE], Vida
fraterna en comunidad (1994) [VFC], Vita consecrata (1996) [VC], Caminar
desde Cristo (2002) [Caminar], Ecclesia in Europa (2003) [EinE] y la Carta de
nuestro Superior general Servidores de la reconciliación (2013) [Servidores].
49
1. La muerte de Cristo nos fundamenta en el amor
El texto de 2Co 5,14 - 6,1, que sirve a Pablo para manifestar lo que es
‘misión apostólica’, se describe en Servidores como la base bíblica que
inspira la formulación de nuestra CST 7 en la que se caracteriza nuestra
vocación y misión como “una profecía de amor y un servicio de
reconciliación”2. Parece que Pablo, al escribir, estaba triste (2,5) y ofendido
(7,12) porque un miembro de la comunidad quería apartarle del mando.
Pablo ve cuestionada su autoridad, es decir, el origen, el remitente último al
que representa, el original que transmite, el autor de lo que transmite. Algo
muy habitual, pero con consecuencias como las que señala Servidores 1:
“Más peligrosa que la ausencia de Dios es la manipulación de su nombre,
para ponerlo al servicio de los proyectos limitados y megalómanos del
hombre. […] El proceso de degeneración del hombre comienza con la
ausencia y el deterioro de la figura de Dios”. Partiendo de este estado de
ánimo y de problemática, la carta paulina puede dividirse en una parte
dedicada a la reconciliación (cc. 1-7), seguida de dos notas sobre la colecta
(cc. 8 y 9) y una defensa de Pablo (cc.10-13). La citada primera parte
contiene unas llamadas “recomendaciones del apóstol” (3,1-6,10), entre las
que se encuentra nuestro texto de estudio, en concreto en la argumentación
cristológica de la sección3. Aquí Pablo se enfrenta a sus adversarios,
espléndidos en argumentos teóricos pero incapaces de descubrir su corazón.
Por eso Pablo se centra en el amor que llevó a Cristo a morir por nosotros y
que supone que estamos muertos con Él, no pudiendo ya vivir para nosotros
mismos. Dios, que nos reconcilió a todos por medio de Jesucristo
haciéndonos semejantes a Él, confía a sus ministros este ministerio de la
reconciliación4. Las cartas encima de la mesa.
2
3
4
Servidores, Introducción.
Esta sección la podemos dividir así: exordio (no necesitamos recomendaciones:
3,1-3); proposición (nuestro ministerio viene de Dios: 3,4-6); argumento
histórico (la comparación con Moisés: 3, 7-18); argumento teológico (4,1-5,10);
argumento cristológico (5,11-6,10).
J. SANCHEZ BOSCH, Escritos paulinos, Estella 1998, 223-251.
50
En el v. 145 podemos identificar la experiencia primera que nos
fundamenta en el amor, el cual, más allá de todo sentimiento inicial y
cambiante, se concreta en la muerte de Cristo. Por lo tanto, “nos conduce al
centro del proyecto de Dios, de la misma vida de la Iglesia, del anuncio del
Evangelio y de las expectativas de la humanidad”6. Esta muerte así vivida es
la obediencia de amor hecha sacrificio de una vida enteramente ofrecida.
Este acto de amor de Jesús en la cruz y su resurrección nos han dado la
verdadera vida y esto confiere al Señor una soberanía absoluta sobre
nosotros (Rom 14,9). Nuestra propia pascua bautismal, que nos hace
partícipes de esta muerte de Cristo, adquiere forma y estilo concreto al
manifestarse como vocación a la consagración a través de nuestra profesión
religiosa según el carisma dehoniano, que actualiza para el hoy eclesial,
precisamente, la oblación reparadora de Cristo al Padre (CST 6). En EE 23
quedó dicho: “Cuando Dios consagra una persona, concede un don especial
en orden a la realización de su propio designio de amor: la reconciliación y
la salvación del género humano. El no sólo escoge, segrega y dedica a Sí
mismo la persona, sino que la compromete en su obra divina”. El amor
(consagración7) en sí mismo incluye la dinámica de la reciprocidad
(comunión8), un movimiento de dentro hacia fuera (misión9), del amante al
amado y viceversa. Todas las instituciones de nuestra vida religiosa
colaboran eficazmente a la acción de esta gracia, porque “la espiritualidad de
5
6
7
8
9
Hermanos: El amor [caridad//ἀγάπη] de Cristo nos apremia
[posee/espolea//συνέχει], al considerar [saber/pensar// κρίναντας] que, si uno
murió por todos [muchos// πάντων], todos murieron;
Servidores, introducción.
VC 21: “La referencia de los consejos evangélicos a la Trinidad santa son
expresión del amor del Hijo al Padre en la unidad del Espíritu Santo”.
VC 21: “La vida fraterna manifiesta al Hijo encarnado, que reúne a los redimidos
en la unidad, mostrando el camino con su ejemplo, su oración, sus palabras y,
sobre todo, con su muerte, fuente de reconciliación para los hombres divididos y
dispersos”.
EE 23: “La consagración inevitablemente implica misión. La elección de una
persona por parte de Dios, es para la salvación de los demás: la persona
consagrada es «enviada» para realizar la obra de Dios, con el poder de Dios.
Jesús mismo tenía clara conciencia de ello. Consagrado y enviado para llevar la
salvación de Dios, estaba por entero dedicado al Padre en la adoración, el amor y
la obediencia, y totalmente entregado a la obra del Padre, que es la salvación del
mundo”.
51
la comunión da un alma a la estructura institucional”10, que busca inspirarse
cada vez más en la Palabra que afirma, ilumina, convoca, integra y
reconcilia11.
2. La consagración para revivir el misterio de Cristo
El v. 1512 alude a Gal 2,20, situándonos ante nuestra propia especificidad
carismática dehoniana. Nuestra razón de existir está en Jesucristo13.
Nuestra espiritualidad se concibe como en un continuo caminar desde Cristo
(CST 12) comenzando por el momento más alto de su amor — cuyo misterio
guarda la Eucaristía celebrada y adorada —, cuando en la cruz Él da la vida
en el máximo acto de oblación. Llamados a vivir así los consejos
evangélicos no podemos sino frecuentar la contemplación del Crucificado y
su Corazón. Es el libro, abierto por fuera y por dentro, en el que se aprende
qué es el amor de Dios y cómo se ama a Dios y a la humanidad. La
consagración es el modo que nos sugiere el Espíritu para revivir el misterio
de Cristo crucificado, venido al mundo para dar su vida en rescate por todos
y responder a su amor14.
Este es el camino y el desafío. Es el cambio profundo que nos deja como
criterio de evaluación el v. 1615. Evaluación de los logros en el ámbito
espiritual de nuestra formación inicial; criterio de revisión y permanente
formación en los objetivos y estilos de nuestra vida religiosa apostólica.
Porque nos hemos comprometido en un nuevo “conocer”, que posee el matiz
de “juzgar”, de “formarse opinión”. El padre General es claro en su
expresión: “La capacidad de vivir en comunidad, de superar conflictos y
rencores para colaborar con los otros, deben ser considerados entre los
10
11
12
13
14
15
Caminar 7.
Idem.
Cristo murió por todos, [1Tim 2,6; Rm 6,4-11; Gal 2,20], para que los que viven
[Rom 4,25; 14,7-8], ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por
ellos [Rm 6,11; 7,1].
Cf. Rom 14,28.
Cf. Caminar 27.
Por tanto no valoramos [miramos/conocemos//οἴδαμεν] [Rm 7,5] a nadie según
la carne [de manera humana/a lo humano//κατὰ σάρκα] [Rm 1,3; 9,5]. Si alguna
vez juzgamos [conocimos] a Cristo según la carne, ahora ya no.
52
primeros criterios de discernimiento vocacional y del camino formativo,
como camino del corazón”16. Cabe preguntarse: ¿debería tener efectos
retroactivos este criterio para los ya profesos? Porque siempre acecha un
riesgo. Avanzamos por la vida y, si no estamos vigilantes, los módulos
puramente humanos desplazan a los evangélicos. Y estos módulos no
sostienen suficientemente nuestro conocimiento experiencial de Cristo como
salvador. La valoración del hombre cambia ante la nueva realidad del morir
y resucitar con Jesucristo. Como religiosos, somos testigos de que las viejas
o puramente humanas tablas de valores que rigen han perdido su importancia
ante Cristo, piedra angular de la nueva creación.
3. Dios declara ‘bueno’ el mundo
Es la Buena Noticia que habita este texto: “Lo antiguo ha pasado, lo
nuevo ha comenzado” (v. 17)17. Dios restaura en Cristo el mundo
desordenado por el pecado18: “En el pasaje de Pablo, la realidad negativa no
se limita a las relaciones entre personas y de éstas con la naturaleza. Aquella
es la manifestación del alejamiento de Dios y de su proyecto. Por lo que la
dimensión fundamental de la reconciliación es la de acercar de nuevo la
persona a Dios y transformarla, permitiendo así renovar todas las demás
relaciones”19. El Padre Dehon es muy sensible a este pecado, que define
como el rechazo del amor de Cristo (CST 4): “darnos cuenta de la realidad
del mal y la posibilidad de la reparación y de la reconciliación”20. Es preciso
detenerse una vez más en analizar e intentar conocer lo más certeramente
posible qué es el pecado: descafeinarlo, hacerlo light, ocultarlo o negarlo no
nos ha traído, recientemente, más que alejamiento de la verdad, confusión e
incapacidad de acción para dar vida y luz eficaz a nuestros corazones. Por
eso, son de reseñar las matizaciones que hace al respecto Servidores, 1: el
punto de inicio es claro: “La mirada de Dios sobre el mundo lo declara
‘bueno’. No existe una creatura o un mundo que sean objeto del odio de Dios
16
17
18
19
20
Servidores, 4.
El que es de Cristo [está en Cristo] es una criatura [creación// κτίσις] nueva [Is
41,18-19]. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Cf. Gal 6,15; Col 1,15-20.
Servidores, Introducción.
Servidores, 1.
53
o fuera de su poder, aun cuando alguno se declare enemigo suyo”; pero a
renglón seguido viene el punto de continuación, de ‘presente continuo’: “La
conciencia de lo incompleto, de la mortalidad, de la corrupción y de la
desviación está constantemente presente en la visión del mundo”. Y llega la
pregunta: ¿por qué?; y la respuesta de fe: “El alejamiento de Dios y su
proyecto tiene consecuencias desastrosas para el mismo hombre y para el
mundo en que habita. Rechazando a Dios el hombre se propone como centro
del universo sin ninguna referencia superior que lo defienda de su propia
limitación y fragilidad”. Y señalamos la solución. Del amor crucificado
surge la nueva creación, liberada del pecado y la muerte, donde se encuentra
el hombre nuevo (CST 12)21. La palabra καινὴ (nuevo) no designa algo que
acaba de aparecer, sino una manera nueva de ser, diferente esencialmente de
lo que era habitual. Cautivado por esta novedad que mana del Amor (por
otra parte despreciado), Dehon nos enseña a responder a él “con una unión
íntima al Corazón de Cristo, y con la instauración de su Reino en las almas y
en la sociedad” (CST 4). Es un Amor reconciliador, puesto en marcha por
Dios. Su “enemigo”, su “problema”, su “dolor” es claro: el pecado en sus
múltiples formas y facetas. Especialmente el que nos aleja a hombres y a
Dios. Y, por eso, toda la economía salvífica desplegada en Cristo (v. 18:
“Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió
consigo”…). Y por eso la misión (…“y nos encargó el ministerio de la
reconciliación”)22.
4. Jesús es solidaridad hecha carne
Las situaciones personales, comunitarias, sociales de dolor son eco del
grito de Jesús en la cruz: “¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Jesús
ahí es solidaridad hecha carne con la humanidad. De modo radical penetra,
comparte y asume todo lo negativo, hasta la muerte, fruto del pecado. Reúne
en sí el rostro del Padre, el rostro del hombre e incluso el “rostro” del
pecado. Esto es tan central que la carta Servidores dedica todo el punto 2 a
describir cómo Cristo se hace presente en la realidad misma del hombre
21
22
Cf. Ef 2,15; 4,24; Col 3,10; Rm 6,4; 8,29.
Todo esto viene [proviene] de Dios, que por medio de Cristo [Rm 5,10] nos
reconcilió consigo, y nos encargó [confió/dio/confirió] el ministerio de la
reconciliación [διακονίαν τῆς καταλλαγῆς].
54
pecador, compartiendo la débil condición humana. Resaltada como
“desproporcionada solidaridad”, es ella la que revela el amor imperecedero
de Dios para con nosotros. Dios toma sobre sí los dolores y las desviaciones
de la humanidad, abriendo un camino de esperanza y de vida. Es el inicio del
don de la reconciliación: el acercamiento, la solidaridad y el compartir con
las personas. Es el don que hemos recibido y el modelo del servicio que se
nos confía. Pero, solo es posible si se da esa “acogida del Espíritu” con que,
junto con otras dos acciones espirituales, se describe la reparación en nuestra
CST 23. Como subraya el Superior general, el Espíritu desciende sobre los
discípulos para transformarlos y hacerlos capaces de continuar su misión. El
costado traspasado es la revelación de la totalidad del amor de Jesús y el don
del Espíritu que crean la nueva humanidad. La reconciliación traída por
Cristo comienza con la acogida del don del Espíritu. Es el Espíritu quien
transforma todos los seres a partir del propio corazón. Como religiosos que
siguen a Cristo debemos recuperar la capacidad de reconocer el pecado
radicalmente presente en el corazón y en la vida de todos, y descubrir en el
rostro-corazón doliente de Cristo el hecho reconciliador de la humanidad con
Dios.
5. Las comunidades se construyen a partir de la Liturgia
En este contexto, cabe recordar que nuestras comunidades se construyen
a partir de la Liturgia23. En ella, la consolidada centralidad de la Eucaristía,
celebrada y adorada cada día, es el lugar privilegiado para el encuentro con
este Señor que aviva desde dentro la oblación renovada de la propia
existencia, el proyecto de vida comunitaria y la misión apostólica. Ella es el
sacramento de la filiación, de la fraternidad y de la misión24. Nuestra vida
religiosa fraterna es el espacio teologal de un amor alimentado por la Palabra
y la Eucaristía, que se purifica en el Sacramento de la Reconciliación25
23
24
25
VFC 14.
Caminar 26.
VC 95: “Las personas consagradas mediante el sacramento de la Reconciliación,
a través del encuentro frecuente con la misericordia de Dios, renuevan y
acrisolan su corazón, al mismo tiempo que, reconociendo humildemente sus
pecados, hacen transparente la propia relación con El. La gozosa experiencia del
55
(medio a través del cual el Señor aviva la unión con Él y con los hermanos 26
a través de “la progresiva sanación del corazón […, que puede] librarnos del
mal mismo que nos ha hecho caer, hacernos ver las cosas con ojos nuevos,
para que se pueda buscar la reparación, en la medida de lo posible, del mal
hecho y construir un futuro nuevo”27), sostenido por la súplica de la unidad,
don especial del Espíritu para aquellos que se ponen a la escucha obediente
del Evangelio28.
Así, somos capacitados para descubrir al Señor fuera de nosotros
mismos: en los niños y jóvenes a educar, en los feligreses, enfermos,
encarcelados, pobres de nuestras parroquias, en la llamada a salir de las
propias fronteras para servir; lugares todos donde se precisa novedad de vida
porque reina el desaliento, el pecado y la muerte. Hoy es, pues, necesario
proponer nuevamente con fuerza el ministerio de la reconciliación confiado
por Jesucristo a su Iglesia. Es el mysterium pietatis. Jesús en la cruz asumió
sobre sí el mal para redimirlo. Nuestra vocación sigue siendo la de Jesús y,
como Él, asumimos sobre nosotros el dolor y el pecado del mundo
consumiéndolos en el amor29.
6. Anunciar el Evangelio de la esperanza
Nuestro Dios es activo. El v. 1930 nos lo repite. Estaba actuando en Cristo
y hoy actúa por nosotros haciéndonos depositarios de la “palabra de la
reconciliación” (palabra hecha carne). Una palabra que no debemos retener,
sino extender. Dice el apóstol Pedro: “No les tengáis ningún miedo ni os
turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones,
siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra
esperanza” (3,14-15). Evangelizar es, pues, la dicha y la vocación propia de
26
27
28
29
30
perdón sacramental hace dócil el corazón y alienta el compromiso por una
creciente fidelidad”.
VFC 14.
Servidores 3.
VC 42.
Caminar 27.
Es decir, Dios mismo [Rm 3,24-25; Col 2,19-20] estaba en Cristo reconciliando
al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha
confiado la palabra [mensaje//λόγον] de la reconciliación.
56
la Iglesia, su identidad más profunda. Iglesia localizada. Como parte de la
que peregrina en el Viejo Continente, estamos llamados a anunciar en
Europa; una Europa que está llamada, ante todo, a reencontrar su verdadera
identidad31. Juan Pablo II decía: “¡Iglesia en Europa, te espera la tarea de la
«nueva evangelización»! Recobra el entusiasmo del anuncio. Aunque no se
exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y verdadera
que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una esperanza
que no defrauda. Por tanto, que el anuncio de Jesús, que es el Evangelio de
la esperanza, sea tu honra y tu razón de ser”32. El Evangelio de la
esperanza, que pide ser anunciado y testimoniado cada día, es la misión
indicada a la Iglesia hoy en Europa. El objetivo es la recuperación de la
esperanza a través de la experiencia personal del perdón de Dios para cada
uno de nosotros, experimentar la alegría de una verdadera liberación,
experimentar que se puede vivir sin encerrarse en la propia miseria. Porque
“sentirse amados de Dios, revoluciona la forma de mirarse a sí mismos, a los
otros y al mundo; […] la constatación del límite y del mal puede convertirse
en experiencia de misericordia y en camino de esperanza”33.
7. La reconciliación es el fundamento de la verdadera esperanza
Esta es la experiencia irrebatible e intransferible, por ser personal (por
corresponder a las ‘razones del corazón’), que Dios propone como camino:
“Dios hace posible esta nueva vida, pero no quiere (no puede) vivirla por
nosotros. Éste es el camino del Corazón que caracteriza la perspectiva
contemplativa y activa de nuestra herencia carismática. Abrir, sanar,
purificar, educar y modelar el propio corazón según el Corazón de Jesús es
posible por la acción de su Espíritu en nosotros”34. Ante la pérdida tan
extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad caracterizada por
el relativismo y el subjetivismo en campo moral, debemos ofrecer la gracia
de un nuevo comienzo y dar motivos para esperar35. El fundamento de la
verdadera esperanza es el “camino de reconciliación” que estamos visitando
31
32
33
34
35
EinE 109.
EinE 45.
Servidores 3.
Idem.
EinE 76.
57
en este comentario. Entre lo que hay y la promesa de novedad, entre creación
y nueva Jerusalén, que dice el Superior general, “se encuentra toda la
historia humana, como historia de salvación. Dios no vuelve desilusionado la
espalda a la imperfección de su creación. La acompaña con misericordia y
providencia, para que pueda alcanzar la meta feliz para la cual la ha pensado
y querido”36. Es en esta historia donde “se inserta el camino de la
reconciliación. No se trata simplemente de recuperar una inocencia perdida
en el pasado, ni sólo de reparar los daños inferidos a Dios, a las personas y a
la humanidad, sino de crear, en las relaciones y los comportamientos, las
dinámicas que permiten superar el mal y la división para desarrollar personas
nuevas”37.
El v. 2038 deja clara sea nuestra condición de “mensajeros”, sea el
“mensaje” que hemos de llevar. Somos instrumentos de Dios que prolongan
la obra de Cristo y, además, que ocupamos su lugar cuando dirigimos la
llamada de Dios a la libertad sagrada e intocable de cada ser humano.
Libertad que puede aceptar o rechazar. Así, nuestra conciencia de misión
debe moverse entre estos parámetros. Los reúne muy bien la carta Servidores
en su número 5 cuando nos habla de la conciencia del amor de Cristo que
nos ha amado y reconciliado consigo hasta cambiar radicalmente nuestra
vida y darnos una nueva dirección. Como ocurrió, cada cual según su
modalidad, con Pedro y Pablo, nosotros, en el encuentro con el amor de
Cristo, somos reconciliados para reconciliar. Es a partir del amor como
motivación fundamental como se puede asumir la primera actitud del
reconciliador: la sensibilidad y la escucha ante el sufrimiento, la injusticia y
el mal, y por eso, cada uno de nosotros y cada una de nuestras comunidades
debe interrogarse en base a un criterio: el puesto que ocupan los pobres, los
que sufren y los abandonados – buenos y malos – en nuestras
preocupaciones y prioridades. Ciertamente la misión profética es el proyecto
de una humanidad salvada y reconciliada, y para este servicio se precisa una
profunda experiencia de Dios y conciencia de los retos del propio tiempo39,
que nos dote del dinamismo de la caridad, del perdón y de la reconciliación,
36
37
38
39
Servidores 1.
Idem.
Por eso, nosotros actuamos como enviados [embajadores//πρεσβεύομεν] de
Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de
Cristo os pedimos que os reconciliéis [dejaos reconciliar] con Dios.
VC 73.
58
capaces de construir en la nueva justicia un mundo que ofrezca nuevas y
mejores posibilidades a la vida y al desarrollo de las personas40.
8. La unidad se establece al precio de la reconciliación
La acción es justamente plural. Como perteneciente a su naturaleza es
como entendemos el ejercicio de la comunión en vida fraterna en nuestra
vida religiosa. Porque “la reconciliación es siempre un camino relacional con
Dios, con las otras personas, con el universo”41. El v. 2142 es ejemplo con su
constante uso del plural. El que no tuvo pecado se hizo pecado por nosotros
para reconstruir o reparar la unidad perfecta43. Enseñó la igualdad en la
40
41
42
43
Caminar 35.
Servidores 4.
Al que no había pecado [no había conocido/conoció] pecado Dios lo hizo
expiación [pecado] [Is 53,5-12, Rm 8,3; Gal 3,13; 1Jn 3,5; 1Pe 2,24] por nuestro
pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación [justicia] de
Dios.
El apóstol busca las palabras más enérgicas para poner ante la conciencia de sus
lectores lo inaudito del don otorgado; para ello encuentra esta fórmula
sobrecogedora. Nuestra reacción a esta verdad de Dios en Jesús, que es la
corporeidad del ágape, es un movimiento acogedor del corazón que cree. Esta
“idea” de la fe unifica nuestro cuerpo y nuestra mente porque percibe la verdad y
la reconoce. Por eso dice Dehon: “Ojalá imprimiese también [Jesús] sus rasgos
en nuestros pensamientos y en nuestro corazón, para que jamás nos olvidásemos
de consolarle” (DSP 50). Este gesto de la fe se basa en el reconocimiento de
Jesús como el que libera del yugo del mal, como “reparación” de lo humano y a
favor de lo humano. Es algo ya obrado y cumplido. Cristo asumió de forma
vicaria y sustitutiva la expiación de todos los pecados. Esto crea una peculiar
estética de la fe. La vicariedad es un correlato típico de la reparación. Nuestra
tarea es introducir a cada libertad que entra en contacto con nosotros en el
espacio del reconocimiento de esta oblación de Cristo liberante y reconciliante
con Dios. Así entendida, la reparación se sitúa sobre el plano teológico del
testimonio. El icono bíblico puede ser la curación del paralítico llevado sobre
una camilla en Mt 9,1-8: la fe de los cuatros amigos se hace literalmente cargo
de la condición de una vida que no les es propia pero que descubren marcada por
la enfermedad del pecado. El reconocimiento de esta fe de los amigos induce a
Jesús a liberar del mal y perdonar el pecado (que para Él son las dos caras de la
59
fraternidad y la reconciliación en el perdón. Cambió totalmente las
relaciones de poder y de dominio, dando Él mismo ejemplo de cómo se ha
de servir y ponerse en el último lugar. Durante la última cena, les dio el
mandamiento nuevo del amor recíproco (Jn 13,34; 15,12) e instituyó la
Eucaristía que lo alimenta. Después se dirigió al Padre pidiendo para
nosotros la unidad trinitaria: “sean uno” (Jn 17,21). Con su muerte en la
cruz destruyó el muro de separación entre los pueblos, reconciliando a todos
en unidad, enseñándonos de este modo que la comunión y la unidad son el
fruto de la participación en su misterio de muerte44. La vida de comunidad,
pues, reúne a todos los miembros en Cristo y debe ofrecer un ejemplo de
reconciliación en Cristo y de comunión, enraizada y fundada en su amor45.
Precisamos un toque de realismo: “las comunidades no pueden evitar todos
los conflictos; la unidad46 que han de construir es una unidad que se
establece al precio de la reconciliación. La situación de imperfección de las
comunidades no debe descorazonar”47. O como señala el Superior general:
“Aunque siempre imperfectas, nuestras comunidades son signo profético de
la nueva humanidad peregrina hacia la reconciliación y la plenitud. El
empeño por la construcción de la comunidad es, por tanto, tarea fundamental
de los que han sido reconciliados en Cristo. De ahí el escándalo del rencor y
del odio entre aquellos que, habiendo sido reconciliados gratuitamente por
Dios en Cristo, son incapaces de perdonar, colaborar y vivir como
hermanos”48.
Quizás una de las (ir)realidades capaces de descorazonar es la vanidad
(6,149). Mantener en tensión nuestra fecundidad es la garantía de que nuestra
propia existencia reposa en un sentido, no es vana, sino una ofrenda eficaz.
Los corintios habrían recibido la gracia de Dios sin provecho alguno si
44
45
46
47
48
49
misma intención del deseo de Dios). Cf. M. NERI, Gesú, affetti e corporeità di
Dio: il Cuore y la Fede, Assisi 2007, 157-173.
VFC 9.
Cf. CIC 602. EE Normas, 8.
VC 41: “Las personas consagradas, en efecto, viven «para» Dios y «de» Dios.
Por eso precisamente pueden proclamar el poder reconciliador de la gracia, que
destruye las fuerzas disgregadoras que se encuentran en el corazón humano y en
las relaciones sociales”.
VFC 26.
Servidores 4.
Así, pues, nosotros, como colaboradores [cooperadores//Συνεργοῦντες] suyos, os
exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.
60
hubieran vuelto a caer en la forma de vida de los paganos o si se hubieran
dejado seducir por falsos maestros. No deja de ser por ello un reto para
nuestra personal vida religiosa estar en actitud de conversión constante. Más
que nada por cuidar ese don, ese carisma en la vasija de barro que somos
cada uno de los llamados, consagrados, reunidos y enviados por ese puro y
gratuito amor de Dios.
61