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CRISTIANISMO
VERDADERO
¡LLEVANDO MUCHOS HIJOS A LA GLORIA!
SERIE MADUREZ CRISTIANA
PRIMER CURSO
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CRISTIANISMO
VERDADERO
SENDAS QUE NOS LLEVAN A LA GLORIA
Enfatiza las prioridades más altas de la vida.
Es un enfoque sobre lo que podremos llevarnos
al partir de este mundo.
Ve más allá de las bendiciones de Dios
para descubrir los deseos de Su corazón.
¡Es una guía hacia la gloria!
Cristianismo Verdadero:
Sendas que nos llevan a la gloria
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Título original:
"True Cristianity:
Paths that Take Us to Glory"
Copyright © por Paul G. Caram
Libro de texto de Zion Christian University
Usado con permiso
Todos los derechos reservados
Primera Impresión en Latinoamérica, enero 2007.
A menos que se indique lo contrario, todas las citas son tomadas de:
La Santa Biblia, versión Reina-Valera © 1960, propiedad de Sociedades Bíblicas Unidas
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación,
o transmitida por cualquier vía o bajo ninguna forma, sea electrónica, mecánica, fotocopiado,
grabado o cualquier otra, sin la autorización escrita que exprese el consentimuento del autor.
Para mayor información o reproducciones adicionales, contacte a:
Zion Christian Publishers
P.O. Box 70
Waverly, New York 14892
Teléfono: 607-565-2801
Fax: 607-565-3329
www.zionfellowship.org
en Guatemala:
Instituto Bíblico Jesucristo
Apartado Postal 910-A
Guatemala, Centroamérica
Tels: (502) 5219-0444
e-Mail: [email protected], [email protected]
Página web: www.ibjcristo.org
ISBN # 0-9627490-3-6
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Dedicatoria
Con profunda gratitud y
amorosa estimación, dedico
la Serie Madurez Cristiana,
al honorable
Brian J. Bailey
Presidente de la
CONFRATERNIDAD
INTERNACIONAL SION
Desde mi juventud, él ha sido mi padre espiritual
y hábil maestro en los sagrados misterios del reino
de los cielos. Su vida y ministerio ejemplares han
inspirado mi amor por Cristo y por Su verdad.
Para todos los que le conocemos, ha sido siempre
el caballero cristiano ideal, irreprensible y
caritativo. Ante todo, es un hombre aprobado por
Dios, alguien a quien Dios muestra Su rostro.
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PREFACIO
CRISTIANISMO VERDADERO es un enfoque sobre los temas más importantes de la vida. Las
disertaciones de nuestro Señor se centraron exclusivamente en los asuntos más trascendentales del
corazón, y en ellos debe centrarse también todo genuino creyente. El autor ha escudriñado las
Sagradas Escrituras, seleccionando para este libro los versículos que, a su criterio, describen con
mayor acierto las disposiciones absolutas de Dios para cada seguidor. Acaso surjan estas interrogantes:
“¿Cuál es el blanco? ¿Cuál es el premio? ¿Cuál es el supremo llamamiento que perseguimos?
Revisemos a continuación este listado espiritual y subrayemos los objetivos más valiosos de la
vida.
• ¿Cómo podemos hacernos atractivos para Dios?
• ¿Qué nos podremos llevar al partir de este mundo?
• ¿Qué debemos procurar alcanzar, y en qué debemos invertir durante nuestra breve trayectoria
por esta tierra?
• ¿De qué manera podemos evaluar nuestro caudal espiritual o la carencia de él?
• A los ojos de Dios, ¿qué es grandeza y qué es éxito verdadero?
• ¿En dónde se pueden encontrar la verdadera felicidad y la realización personal?
• ¿Cómo resumió Cristo los 31,102 versículos de la Biblia?
• ¿Cómo podemos medir la espiritualidad de un individuo? ¿Y la nuestra?
• En nuestra vida cristiana, ¿cómo avanzamos del punto C al punto D?
• ¿En qué lugar del mapa de Dios estamos ubicados? ¿Hacia dónde nos dirigimos y cómo llegamos
a ese lugar?
• ¿Cuál es el deber número uno del hombre?
• ¿Cuáles sacrificios impresionan a Dios y cuáles no?
• ¿Cuáles sacrificios destruyen a Satanás?
• ¿Qué es la gracia y cuáles son las condiciones para recibir más de ella?
• ¿Cómo podemos medir nuestra fortaleza espiritual y crecimiento?
• ¿Cuáles son los distintivos de la madurez?
• ¿Cuáles son las claves para llegar a la unidad y al amor no fingido de unos por otros?
• ¿Qué siete cosas deben añadirse a nuestra fe?
• ¿Sobre la base de qué ley seremos juzgados o recompensados?
• ¿Qué es más importante, sentir la presencia de Dios o hacer Su voluntad?
• ¿En qué hemos centrado nuestros afectos?
• ¿Sobre qué pondremos el énfasis en esta vida?
El uso que hagamos de nuestro tiempo, energía, talentos y posesiones, depende exclusivamente de
una cosa: de la agudeza de nuestra visión espiritual. Proverbios 29:18 advierte: “Sin profecía [visión
progresiva], el pueblo se desenfrena”. A menos que tenga una visión clara y específica, el creyente
deambulará por la vida sólo para descubrir al final de la jornada, que ha sido desviado del propósito
principal.
El cristianismo verdadero reduce nuestra caminata a la razón suprema de nuestra existencia. Hace
que todos los temas fundamentales de la Biblia converjan en un empeño central que nos da una
meta claramente definida hacia la cual avanzar.
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CRISTIANISMO VERDADERO
Introducción
Cristianismo Verdadero es la primera de una serie de cuatro partes basadas en el tema del crecimiento
cristiano. Es nuestro propósito inspirar al lector a avanzar de 1 Pedro 2:2 a Apocalipsis 19:7-8; de ser un
bebé en Cristo, pasar a ser una esposa gloriosa y madura, preparada para el Esposo Celestial. Por lo tanto,
para heredar el trono y todo lo demás que Dios ha dispuesto para nuestra vida, es indispensable que
después de nacer de nuevo, mantengamos un saludable compás de crecimiento espiritual (Ap. 3:21).
Por un momento pensemos en lo grave que sería que una inmensa fortuna testada a nuestro favor,
pasara a manos ajenas tan sólo por no haberla reclamado nosotros (por cualquier razón). Esto nos
dejaría devastados si se tratara únicamente de una herencia terrenal. Entonces, ¿podemos imaginar
cuán terrible sería tratar con irresponsabilidad una herencia eterna? Lamentablemente, en esa forma
actúan con frecuencia los redimidos. Muchos creyentes quedan destituidos de lo que Dios ha
planificado para sus vidas, quizás por ataduras que no pueden o no quieren superar, o por pruebas
que continúan reprobando año tras año.
El Israel de antaño es un buen ejemplo de esto
Dios había libertado bondadosamente a Su pueblo de la rigurosa esclavitud de Egipto. Él lo salvó
del juicio y de la muerte por medio de la sangre del cordero de la Pascua, y lo compró para que fuera
de Su propiedad. Luego, puso la tierra prometida delante del pueblo, una bella extensión de colinas
y arroyos, y dijo: “Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie será vuestro. Solamente confiad en
Mí de todo corazón y guardad Mis mandamientos”. Desgraciadamente, los pies de esa generación
nunca tocaron la tierra prometida.
¿Por qué no recibieron las promesas los israelitas?
Canaán les pertenecía por herencia. Desde el principio del mundo se había dispuesto que Israel
heredara la tierra prometida a Abraham. ¡Hebreos 4:3 lo indica claramente! Pero, aunque esa promesa
se les había hecho repetidas veces a sus antepasados, ellos nunca la recibieron. ¿Por qué? ¡Porque
endurecieron sus corazones en el trayecto hacia la tierra gloriosa! Se ofendieron por los retrasos que
se suscitaron en el camino. Israel no quiso obedecer el plan de batalla ni marchó al paso del liderato
de Dios. Ante cada contingencia del viaje, Israel opuso resistencia al Espíritu del Señor. Israel
reprobó cada una de sus pruebas en el desierto. Por lo tanto, esa generación nunca entró en la tierra
de reposo. Este es el tema evidente en los capítulos tres y cuatro de Hebreos. Esa generación nunca
alcanzó su destino, mas caminó pesadamente y sin rumbo a través del desierto, hasta morir. Así,
Israel fue a la tumba con promesas no cumplidas (ver 1 Co.10:11).
Hoy, como en toda generación, la Iglesia enfrenta la misma situación. Dios le está ofreciendo una
rica herencia espiritual a cada integrante de Su pueblo. Cristo [ya] nos ha bendecido con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales (Ef.1:3). Cada una de estas bendiciones nos pertenece
en potencia. Sin embargo, si no seguimos a Dios por el desierto, si no aprobamos nuestras pruebas
ni obedecemos el plan de batalla, no seremos capaces de obtener lo que por herencia ha sido testado
a nuestro favor. Los vencedores son los únicos herederos de las promesas de Dios (Ap. 21:7). En
Hebreos 4:1 se nos exhorta a temer para no ser destituidos de las promesas de Dios al igual que
Israel. Cada uno de nosotros continúa siendo amonestado por las palabras que el Señor dijo por
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boca de Josué: “Queda aún mucha tierra por poseer, ¿hasta cuándo seréis negligentes para venir a
poseer la tierra que os ha dado Jehová el Dios de vuestros padres?” (Jos.13:1, 18:3). Recordemos
que las promesas de Dios tienen condiciones; las recibimos hasta haber hecho la voluntad de Dios,
y sólo hasta entonces (He.10:36).
Por consiguiente, no sólo se trata de lograr llegar al cielo, sino también de cumplir los propósitos de
Dios para nuestra vida. Hay un blanco que alcanzar, una carrera que correr, un premio que obtener,
una herencia que ganar o perder. Están en juego las recompensas de un reino eterno. Muchos cristianos
entrarán por las puertas del cielo dejando atrás una carrera incompleta, un llamamiento no cumplido,
y una corona que no pueden reclamar. ¿Estamos conscientes de que nuestro trabajo en la tierra y
nuestro llamamiento nos están preparando para una posición eterna en el cielo? ¿Vemos que el
incumplimiento de nuestra tarea en la tierra nos inhabilitará para poseer ese lote de herencia especial
que Dios nos ha deparado, y que nuestra corona pasará a otro? (Ap. 3:11).
Entrar en el reposo
El tema principal de los capítulos tres y cuatro de Hebreos es entrar en el reposo. Se trata del viaje
de Israel desde Egipto hasta Canaán, un recorrido que todo creyente debe hacer. Para el Israel de
antaño, el reposo significaba lograr cruzar el desierto, graduarse de las pruebas, someter a sus
enemigos y ganar otras numerosas batallas. Por eso Pablo exhorta a los creyentes neotestamentarios
diciendo “procuremos, pues, entrar en aquel reposo”. Reposo quiere decir llegar a nuestro destino.
El destino de Israel dependía de que cruzaran el Jordán, entraran en la tierra de Canaán y se
posesionaran finalmente del monte de Sion. Por lo tanto, reposo es sentir haber tomado posesión de
la plenitud del llamamiento y de los propósitos de Dios para nuestra vida. Reposo significa también
guardar el día de reposo espiritual, “cesar en nuestras propias obras” (cesar en nuestras propias
ideas, opiniones y métodos). Otro símbolo de reposo es el matrimonio, en el cual ya no somos
independientes, ni andamos solos, sino que estamos bajo la protección, señorío y guía de Otro,
nuestro Esposo Celestial (Rut 3:1).
El reposo es:
1. Llegar a nuestro destino: graduarnos de nuestras pruebas; no quedar aniquilados
en el desierto, sino aprender nuestras lecciones y avanzar. Es someter enemigos, ganar
batallas y acudir a Dios para resolver todos los asuntos de nuestro vivir. Reposo es
madurar en nuestro llamamiento y tomar posesión del plan completo de Dios para
nuestra vida.
2. Experimentar el día de reposo espiritual: cesar en nuestras propias obras (en
nuestros propios afanes, pensamientos, métodos y palabras). Ver Hebreos 4:4, 4:9,10,
Isaías 58:13. Es una obra espiritual que se lleva a cabo en nuestro corazón.
3. El matrimonio: estar bajo la protección y guía de Otro, en donde ya no somos
independientes ni andamos solos, sino que cada parte de nuestro ser está
completamente casada con Él y bajo su señorío. El reposo es un símbolo del
matrimonio (Rut 3:1).
“Su habitación será gloriosa”
Isaías 11:10
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EL VIAJE DE ISRAEL—NUESTRO MAPA
De Egipto a Sion en siete etapas
1.) La Pascua: la salvación en Egipto por la sangre del Cordero.
2.) Los Panes Sin Levadura: alimentarnos para siempre con la Palabra pura de Dios.
3.) El Mar Rojo: un símbolo del bautismo en agua.
4.) El Monte Sinaí: un símbolo de Pentecostés, ser llenos del Espíritu.
* Después de reprobar su décima prueba en Cades-barnea,
Dios dijo que nunca entrarían en Su reposo. Vagaron otros 38 años.
5.) La Muerte De Moisés en el Monte Pisga: el toque de trompeta para proseguir
del desierto a la tierra prometida.
6.) El Paso del Jordán: limpieza profunda, circuncisión y la derrota de los 31 reyes.
7.) En Sión: la plenitud de la presencia de Dios, el reposo supremo (Sal.132:13-16)
La primera generación murió en el desierto. Después, una nueva generación guiada por Josué
entró en la tierra prometida, pero fue negligente y aceptó convivir con sus enemigos (Jueces,
capítulo 1). Hebreos 4:8 muestra claramente que Josué no introdujo a los israelitas en un pleno
reposo. Fue sólo hasta en los días de David, unos 443 años después del éxodo de Egipto, que
Sion fue por fin sometida. Entonces Israel entró en un pleno reposo.
(Ver el libro de Brian J. Bailey El viaje de Israel).
Atravesando
el Jordán
Sión
(7)
CA
MAR
MEDITERRÁNEO
NA
ÁN
(6)
▲
Monte
Pisga
(5)
Cades
Barnea
Desierto
(Deu. 8:2)
Gosén
(1-2)
jo
r Ro
Ma
EGIPTO
(3)
•
Mara
Monte
Sinaí
• Elim
(4)
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La importancia de acabar nuestra carrera
Esta serie, Madurez Cristiana, está dedicada a Brian J. Bailey, un padre espiritual en la fe tanto para
mí como para muchos otros hijos e hijas alrededor del mundo. En varias ocasiones él ha relatado la
extraordinaria experiencia que tuvo con la muerte hace muchos años. Creo que vale la pena contarle
una vez más al Cuerpo de Cristo universal, este “encuentro con la eternidad”.
Antes de la era del movimiento carismático, Brian Bailey era un joven incorporado al ministerio y
vivía en cierta ciudad norteamericana. En ese tiempo, no era muy común ser bautizado en el Espíritu
Santo ni manifestar Sus dones. Lamentablemente, la comunidad cristiana de esa ciudad se dividió
por esta razón, encontrándose Brian Bailey en medio de la polémica. Una noche, cuando la presión
parecía insoportable, él dijo: “Señor, ya es suficiente para mí, llévame a casa”. Dios le contestó la
oración, ¡Esa noche falleció! Una vez fuera del cuerpo, permaneció en el lugar por unos momentos
contemplando su propio cadáver. Un ángel del Señor que había venido por él, estaba de pie a su
lado, sin hablar. Luego, a una enorme velocidad, viajaron hacia el cielo. Pero cuanto más se
aproximaba él a las puertas celestiales, más se compungía su corazón. Entonces, ante sus ojos, en
sólo una fracción de tiempo, pudo ver toda su vida extenderse ante sí como en breves escenas. Pudo
ver su etapa de lactante, su niñez y su adolescencia, y aun el momento en que partió de esta vida.
Desde allí, las escenas cesaron y hubo solamente espacios en blanco.
La angustia de ir al cielo sin haber acabado la misión
Sólo entonces se dio cuenta de la agonía de morir antes del tiempo señalado, o de ir al cielo con una
carrera incompleta. Todavía eran muchas las cosas que Dios proyectaba hacer en su vida y a través de
ella. Dios le hizo comprender de una manera sumamente realista, que no sólo es importante lograr
llegar al cielo, sino también cumplir la misión y tarea que tenemos en la vida. De otro modo, no
estaremos preparados para ocupar nuestra posición celestial, y tendremos que aceptar un lugar inferior
en el reino eterno de Dios, renunciando a nuestra corona. Al hombre o mujer que sólo haya cumplido
una parte de la obra asignada a su vida, Dios no le podrá decir: “¡Bien hecho, siervo bueno y fiel!”
Brian Bailey recibió también un nuevo entendimiento de lo expresado en Apocalipsis 21:4: “Enjugará
Dios toda lágrima de los ojos de ellos”. Así comprendió que muchos santos llorarán angustiosamente
delante del tribunal de Cristo, cuando vean todas las recompensas eternas que no podrán reclamar
por haber perdido el derecho a ellas, y que han sido dadas a otros. Por lo tanto, Apocalipsis 3:11 nos
exhorta a retener lo que Dios nos ha dado, “para que ninguno tome tu corona”.
Seremos llamados a comparecer para dar cuenta de nuestra vida
Un llamado no es sólo una invitación, también es una citación. Es una orden a comparecer ante el
Juez para dar cuenta de lo que hemos hecho con la vida, los talentos y las posesiones. Las parábolas
del Señor explican esto con mucho realismo (Mt. 25:14-30, Lc.19:12-27). La obra que hacemos
durante nuestra existencia aquí en la tierra nos está moldeando para una posición eterna en la vida
venidera. Los pocos años que pasamos en la tierra son simplemente una preparación para la eternidad.
Incluso nuestras ocupaciones terrenales desarrollan cualidades espirituales en nuestro interior para
reinar con Cristo. Por consiguiente, nunca debemos despreciar el trabajo secular. Moisés fue instruido
en la corte de Faraón, pero esto creó en él la capacidad de ser el administrador de la Ley. Dios nunca
hizo uso de la educación terrenal de Moisés, sino de la habilidad que ésta forjó. David, como pastor
de ovejas, se entrenó en los asuntos terrenales del diario vivir. Dios lo estaba preparando para
pastorear y alimentar a Su pueblo (Sal. 78:70-72).
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Además de estar adiestrando a David en su quehacer terrenal para un ministerio espiritual, Dios
también lo estaba preparando para un ministerio en la vida venidera, porque David resucitará en
el milenio para ser pastor de Israel (Jer. 30:9, Ez. 34:23-24, 37:24-25, Os. 3:5). Recordemos que
nosotros también estamos recibiendo formación de reyes y sacerdotes para reinar con Cristo por
toda la eternidad (Ap. 5:9-10; 1:6; 20:6).
Naturalmente, habiendo recibido la misericordia del Señor, Brian Bailey regresó de su funesta
experiencia para hablarnos sobre esa noche aterradora. Desde entonces, con su vida y su mensaje,
insta a todos sus oyentes a ser personas que finalizan la obra que comienzan. Pablo era un finalizador,
y dijo: “He acabado la carrera”. Jesús declaró: “He acabado la obra que me diste que hiciese”. Al
fiel Daniel se le dijo que iría hasta el fin y que se levantaría para recibir su heredad al fin de los días
(Dn.12:13, Jos.14:8, Hch.13:25, 20:24, 2 Ti.4:7). ¡No permitamos que ninguno tome nuestra corona!
Las dos preguntas de Pablo en su conversión
Cuando Pablo se encontró con Cristo en el camino a Damasco, hizo las dos preguntas más importantes
de la vida. Primero inquirió:
1.) “¿Quién eres, Señor?” y después,
2.) “¿Qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:5-6).
Sus dos preguntas enfocan de cerca el corazón mismo del cristianismo. La primera: “¿Quién eres,
Señor?” denota relación, conocimiento de Dios. La segunda, “¿Qué quieres que yo haga?” señala la
tarea que Dios ha planeado para nuestra vida. La primera es interior; la segunda es exterior. Este
orden nunca se debe alterar. Conocer a Dios es la búsqueda número uno y la más importante de la
vida (Juan 17:3). Porque de nuestra relación con Dios, de conocerle, procede la capacidad de cumplir
con nuestra tarea y revelar a Jesús al mundo.
Conocer a Dios
Es interesante que por el resto de su vida, el Apóstol Pablo continuó preguntando: “¿Quién eres,
Señor?” Veintiocho años después de su conversión, clamó: “A fin de conocerle” (Fil. 3:10).
Aunque Pablo había visto a Dios en varias visiones y revelaciones (Hch. 26:16; 2 Co.12:1),
anhelaba que en su corazón se siguiera desarrollando el conocimiento de Dios. Por lo tanto, el
conocimiento de Dios tiene niveles.
¿Qué tan bien conocemos al presidente de la República? Lo vemos todos los días en la televisión,
y conocemos su postura frente a todos los asuntos importantes. Pero, ¿le hemos dado la mano
alguna vez o platicado con él personalmente? ¿Lo conocemos de la misma manera que los miembros
de su gabinete e igual que los senadores que dialogan frecuentemente con él? ¿Y lo conocemos tan
bien como su esposa? ¡Claro que no! Entonces, es fácil comprender que hay diferentes niveles en el
conocimiento de una persona, y esto es especialmente cierto acerca de nuestra relación con Dios.
Diferentes niveles en el conocimiento de Dios
• Como un siervo: (circunstancialmente) el que sólo sabe ir de acá para allá, y hacer esto o aquello.
• Como un amigo: (estrechamente) el que conoce la mente y propósito del otro.• Como una esposa:
(íntimamente) el que es realmente una parte integral del otro.
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NIVELES EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS
(Como un siervo, como un amigo, como una esposa)
Un siervo: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he
llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15).
En cierto sentido, debemos siempre tener el espíritu de un siervo en lo que se refiere a la buena
voluntad de servir a los demás con una actitud humilde. Ésta es una cualidad que debemos procurar
tener y mantener.
En los países tercermundistas se aprecia con más facilidad lo que el Señor está tratando de comunicar
a través de Juan 15:15. Por lo general, los servidores domésticos provienen de la extrema pobreza y es
muy escasa su capacidad de recibir elogios o pequeños obsequios. ¡Normalmente eso los corrompe!
Agar sería un buen ejemplo. Tan pronto como la esclava Agar fue llamada para dar a luz un hijo a
Abram, vio con desprecio a Sarai, que era estéril. De inmediato la menospreció (ref. Gen.16:1-6).
Los servidores domésticos se contentan con salarios bajos. Se les indica hacer esto y aquello, ir de
acá para allá; no se les ofrece ninguna explicación. Nadie hace preguntas. Ellos sencillamente
llevan a cabo lo que se les manda. Muy raras veces existe algún diálogo entre patrón y siervo. El
siervo no sabe ni entiende las meditaciones íntimas del corazón de su patrón. Cuando mucho, la
relación entre un siervo y su patrón es circunstancial y superficial.
Un amigo: Dios quiere que nuestra relación con Él exceda a la de un siervo. Un siervo no conoce la
mente de su patrón. El patrón solamente comparte sus pensamientos íntimos con amigos cercanos.
Abraham fue llamado “amigo de Dios” (2 Cró. 20:7, Is. 41:8, Stg. 2:23). El Señor le mostró a Abraham
sus secretos por ser Abraham su amigo cercano: “Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy
a hacer? (Gn.18:17). Dios le informó a Abraham lo que haría en Sodoma y Gomorra (Gn.18:17-33).
Una Esposa: la relación conyugal es todavía más íntima que la de un amigo cercano. Una verdadera
esposa aprende a conocer instintivamente a su pareja. Sin mediar palabra, ella casi siempre sabe
lo que él está pensando y sintiendo. Más que oír las palabras de su marido, ella oye por intuición
lo que dice el corazón de éste. Reflexionemos sobre lo que Dios dijo para sí en Génesis 8:21, (lea
Génesis 8:21). No lo dijo en voz alta. Alguien era tan cercano a Dios, que oyó lo que Él decía en
Su interior.
En Éxodo 32:9-14, Dios le ordenó a Moisés apartarse mientras destruía a Israel por sus perversidades.
Moisés no se apartó ni dejó a Dios solo. Por el contrario, se paró en la brecha y dijo: “Señor, yo sé
que esto no es realmente lo que deseas hacer. Yo sé que preferirías mostrar misericordia”. Enseguida,
con estas palabras, Moisés le rogó a Dios salvaguardar Su prestigio: “¿Por qué han de hablar los
egipcios [y las otras naciones] cuando oigan que sacaste a Israel de Egipto y que después lo destruiste
en el desierto?” Moisés oía el corazón de Dios, aun más que Sus palabras. De esta manera hizo que
Dios cambiara de parecer y que Israel no recibiera daño.
Así, nosotros estamos llamados a ir más allá de una relación mecánica de siervos, porque el siervo
conoce a su patrón solamente a distancia. Los amigos están mucho más cerca del patrón y perciben
con claridad lo que Él está diciendo y haciendo. Mas la esposa conoce el corazón del patrón, porque
ella es hueso de sus huesos y carne de su carne. Por lo tanto, procuremos calificar para convertirnos
en Su Esposa (Ap.19:7-8, Jer. 9:24). Hay requisitos específicos. Averigüemos con diligencia cómo
prepararnos para ser atractivos y deseables para Él.
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Creados para Dios
“Señor, digno eres de recibir la gloria, y la honra y el poder, porque tú creaste
todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11).
Ante too, cada ser humano debe entender que fue creado para otro: para Dios. Estoy convencido de
que el hombre no tendría una “crisis de identidad” si tuviera una correcta comprensión de esto. El
corazón humano está inquieto e insatisfecho porque trata de ser algo por sí mismo, separado de
Dios. El corazón está lleno de ambición y de auto-promoción. Sin embargo, Dios no creó a nadie
para que fuese el mejor maestro del mundo, o el mejor atleta, músico o empresario. ¿Qué ganaríamos
con eso? Sólo lograríamos atraer la atención hacia nosotros y no hacia Dios. Y aun así, no nos
sentiríamos realizados.
Entonces, ¿cómo nos podemos sentir realizados? La respuesta es realmente simple. Lo primero que
tenemos que hacer es descubrir por qué fuimos creados. Apocalipsis 4:11 nos dice que Dios nos
creó para Sí mismo. Fuimos creados por Él y para Él. Fuimos creados para satisfacerlo. Por lo tanto,
sentirnos realizados es el resultado directo de satisfacer a nuestro Creador.
Fuimos creados para Dios. No nos pertenecemos a nosotros mismos, le pertenecemos a Él (1 Co.
6:19-20, Sal.100:3). Comprender esta verdad es esencial para tener un corazón satisfecho y
contento. Entonces, debemos preguntarle a Dios lo siguiente: “¿Qué puedo hacer para complacerte
intensamente? ¿Cuál es tu voluntad para mi vida? ¿Cómo puedo ganar Tu aprobación? ¿Qué
puedo hacer para engrandecerte y darte satisfacción?” Recordemos que lo que Dios más desea en
el mundo, es una esposa que lo ame y comprenda (Ap.19:7-9; Jer. 9:24).
Hacernos atractivos para Dios
Nuestra actitud debe ser: “Señor, yo fui hecho para ser una bendición para Ti”. Sin embargo, muchas
veces escuchamos lamentaciones como ésta: “Esta mañana vine a la iglesia, pero no recibí nada en
el culto”. Pero, ¿con qué propósito venimos a la iglesia? ¿Venimos sólo para ver qué conseguimos,
o venimos para traerle a Dios una ofrenda de gratitud? Una cosa que hace a una esposa atractiva
ante su pareja es la gratitud. Un espíritu alegre y positivo hace a una mujer seductora ante el hombre.
Y esto es perfectamente cierto en nuestra relación con Dios.
Una manera segura de lograr entrar en la tierra prometida (o de alcanzar las promesas de Dios),
es tener la actitud de Caleb y Josué, quienes dijeron: “Si Jehová se agradare de nosotros, él nos
llevará a esta tierra” (Nm. 14:8). Lo que decían era: “Si ganamos su aprobación, entraremos”.
El resto de la congregación fue negativo, crítico, desagradecido e incrédulo, actitud que
decepcionó enormemente a Dios. Es por esta razón que la gente no recibe el favor de Dios y
deja de tomar posesión de Sus promesas.
Dios quiere ser entendido. Fuimos creados con ese propósito. “Mas alábese en esto el que se hubiere
de alabar: en entenderme y conocerme” (Jer. 9:24). Dios quiere exponerle Su corazón a una persona,
y la está buscando. Alguien de Su nivel, con quien compartir Sus secretos más profundos. Él está
buscando personas que deseen ser hechos compatibles con Él, y que estén dispuestos a ser
conformados a Su imagen (Ro. 8:29). Dios no puede abrir totalmente Su corazón a un niño. Por
consiguiente, anhela que su pueblo salga de la etapa infantil (1 P. 2:2), para que pueda estar en Su
propio nivel de comunicación, el nivel de una esposa madura (Ap.19:7-8).
15
Recuerdo con certeza el testimonio de un hombre que tenía un hijo de quince años que nunca creció
desde su nacimiento. Aunque quinceañero, era un bebé. El padre dedicó tiempo a describir detalladamente
el dolor de tener un hijo que nunca había crecido ni desarrollado. Pero luego dijo algo que jamás
olvidaré. Dios le habló al hombre, diciendo: “Así como ves a tu hijo, te veo Yo a ti. Tú jamás has
crecido en tu vida espiritual y por eso no le has dado gozo a mi corazón”. Indiscutiblemente, el Señor
no puede estar satisfecho con nosotros si no continuamos creciendo hasta llegar a la madurez espiritual.
Creados para ministrarle
Dios creó al hombre para tener comunión con él. Deseaba gente sobre la cual depositar Su afecto;
personas que con libertad le correspondiesen, que voluntariamente le amasen. Por lo tanto, nuestro
primer llamamiento no es a un ministerio, sino a Dios. Recordemos las dos preguntas que hizo
Pablo. En primer lugar: “¿Quién eres, Señor?” Y después “¿Qué quieres que yo haga?”
Éxodo 30:30 nos revela una unción especial. Esta unción no era para ministrar al pueblo, sino al Señor.
“Ungirás también a Aarón y a sus hijos, y los consagrarás para que sean mis sacerdotes”. Esta preciosa
unción es portadora de amor y ternura especiales, que capacitan al creyente consagrado para consolar,
amar, entender y adorar al Señor. A medida que ministramos al Señor, fluyen desde el trono la guía, la
dirección y el ministerio. “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo…” (Hch.13:2).
La soledad, la necesidad de tener más de Dios
La soledad es un problema espiritual. El simple amor humano no puede curar la soledad. Tanto el
hombre como la mujer pueden sentirse terriblemente solos aun en medio de una muchedumbre. Tampoco
el matrimonio puede remediar la soledad, porque como esposos podemos sentirnos separados e
insatisfechos. Si tratamos de encontrar nuestro “todo” en una persona, sospecho que jamás encontraremos
la felicidad (Sal. 62:5). Si no conquistamos la tristeza antes, el estar casados no nos proporcionará
satisfacción, porque un problema espiritual sin resolver ha sido trasladado a la unión.
La soledad es la necesidad de tener más de Dios. Solamente Dios puede llenar ese vacío. Cuando
estemos solitarios o apesadumbrados, acerquémonos más a nuestro Esposo Celestial, el Señor Jesucristo.
Las Escrituras declaran: “Vosotros estáis completos en Él” (Col. 2:10). El matrimonio en sí, no completa
a nadie. Solamente en Cristo nos encontramos completos. La mujer del pozo se había casado cinco
veces, y el hombre con quien vivía no era su marido (Jn. 4:16-18). En el interior de su alma, ella tenía
sed de sentirse realizada, y había andado de un hombre en otro buscando amor y satisfacción. Jesús la
reorientó, diciendo: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que
yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14).
Uno de los títulos de Cristo es “Fuente de agua viva” (Jer. 2:13). Él es la única respuesta efectiva para la
soledad. Cuando el hombre y la mujer beben abundantemente de la “Fuente de agua viva”, experimentan
vida y satisfacción, sintiéndose verdaderamente realizados, independientemente de su estado civil.
Mi esposa y yo somos de floración tardía. Teníamos aproximadamente cuarenta años de edad cuando
nos casamos. No planificamos nuestra vida de esta manera, simplemente fue así que Dios
bondadosamente nos guió. Sin embargo, quisiera decir en nombre de Betsy y mío, que aprendimos a
tener contentamiento y a sentirnos realizados antes de nuestro enlace matrimonial. Y me gustaría decir
a los solteros ya mayores, que no importa si la selección se reduce más y más. Ustedes no necesitan
una amplia selección para tener de dónde escoger; sólo necesitan una persona, la elegida por Dios.
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En cierta ocasión, un excelente conferencista dijo: “Cuando Dios ve que seremos felices y que podremos
servirle mejor estando casados, Él trae la persona correcta a nuestra vida”. Creo que esta declaración es muy
sabia. Sólo Dios sabe qué persona nos conviene. Y también sabe cuál es el mejor momento para el matrimonio.
Resumen:
• El amor humano no cura la soledad.
• La soledad es un problema espiritual, es la necesidad de tener más de Dios.
• Nosotros estamos completos en Él. El matrimonio en sí no nos completa.
• La tristeza prenupcial es un problema no resuelto que a menudo se traslada al matrimonio.
• Beber de la “Fuente de agua viva” es la única solución para la soledad.
• Los solteros no necesitan una larga selección para tener de dónde escoger; sólo necesitan
una persona,la elegida por Dios.
• Cuando Dios ve que seremos más felices estando casados, y que así podremos servirle mejor,
trae la persona correcta a nuestra vida. No necesitamos salir desperadamente a buscar cónyuge.
Edificar sobre buenos cimientos
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé
a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mt. 7:24).
La parte más importante de un edificio son los cimientos. Aunque la superestructura sea imponente,
unos cimientos imperfectos harán que el edificio no dure mucho. Recuerdo haber visto en 1968 la
portada de una revista que mostraba unos rascacielos inclinados de Brasil. En lugar de levantarse
perfectamente erectos, estos edificios estaban comenzando literalmente a ceder en una u otra
dirección. Hubo que demoler estructuras multimillonarias que surgieron por todos lados de la noche
a la mañana, porque los cimientos no se habían colocado a la profundidad adecuada. Los arquitectos
no habían pensado en la enorme presión que el fundamento de tan elevados edificios debía soportar.
¡Mayúscula lección a aprender! Si queremos hacer grandes cosas para Dios, tenemos que permitirle
colocar nuestros cimientos a profundidad. Muchos creyentes no quieren esperar a que esa obra se
realice en sus vidas, y aborrecen el período preparatorio (He.12:5-8). ¡Quieren el éxito ahora! Después
de todo, los cimientos no se “ven”. Los cimientos representan la vida oculta de preparación, mediante
la cual Dios nos humilla y prueba para ver si somos obedientes (ref. Dt. 8:2). Los cimientos no son
atractivos, pero es la profundidad de ellos la que determina si nuestro edificio caerá o permanecerá
erecto. Este edificio es equivalente a nuestra vida, matrimonio, hogar, ministerio, y a todas las obras
hechas por nosotros en la vida. ¿Qué le hemos metido a los cimientos de nuestro hogar, ministerio
y vida? En determinado momento, cada uno de nosotros será probado por las violentas tempestades
del vivir. Hoy en día muchas “casas” se están derrumbando. Se están cayendo grandes ministerios
y ministros. Casi siempre, el problema se reduce a unos cimientos defectuosos.
El fundamento de nuestra vida debe ser la obediencia a la palabra del Señor (Mt. 7:24). Todas
nuestras medidas (creencias, doctrinas, convicciones) deben ser tomadas a partir de la principal
piedra del ángulo, el Señor Jesucristo (Ef. 2:20, 1 P. 2:6). Las casas espirituales se derrumban por
doquier debido a que hombres y mujeres han ignorado las especificaciones del Señor, y han construido
en base a las suyas propias (Mt. 7:26-27).
17
Fundamentos para un buen matrimonio
Cuando se construye una casa, se tiene en mente que ésta dure para siempre, no solamente diez o
quince años. Esto también se aplica al matrimonio y a la familia. Se deben planificar de tal forma que
permanezcan para toda la vida. ¿Qué estamos poniendo en el fundamento de nuestro hogar y matrimonio,
y las vidas de nuestros hijos? Déjeme sugerir que todo comienza mucho antes del día del casamiento.
El fundamento del matrimonio comienza tempranamente en la vida, pero particularmente en el cortejo.
¿Por qué los matrimonios tienen serios problemas? La falla está en el fundamento. Se remonta al comienzo
de la relación. ¿Aprobó Dios la persona con la cual habríamos de casarnos o escogimos por nuestra
propia cuenta? ¿Fue invitado Dios a participar en la decisión más importante de nuestra vida o fue
ignorado? ¿Esperamos la elección o el tiempo de Dios? ¿Nos conducimos prudentemente en los meses
del cortejo y del noviazgo? ¿Fuimos moralmente puros o hubo promiscuidad en la relación? Las relaciones
sexuales prematrimoniales acarrean culpa, desconfianza y pérdida de respeto al entrar al matrimonio.
¿Qué pasó en nuestra adolescencia? ¿Cómo fue la relación con nuestros padres, hermanos y
hermanas? El joven que es irrespetuoso con su madre, también será irrespetuoso con su esposa. La
joven que albergue resentimiento en contra de su padre cuando él se opone a su voluntad, hará lo
mismo con su futuro esposo. Si ella constantemente discutía y peleaba con su hermano, también lo
hará con su esposo. El matrimonio no crea problemas, sencillamente revela lo que nunca fue
conquistado antes de él. Lo que no es resuelto antes del matrimonio, es llevado a él.
¿Cuál fue [o es] nuestra razón primordial para contraer matrimonio? ¿Es por compañía o por obtener
satisfacción emocional? ¿Es el matrimonio básicamente una forma de encontrar respuesta a la
soledad? ¿Es para encontrar seguridad o deseo de tener una familia? Todas estas cosas son parte del
propósito del matrimonio, pero ninguna de ellas debe ser la razón fundamental para casarse. El
propósito supremo del matrimonio debería ser glorificar a Dios y conocerle y servirle con más
efectividad. Después de todo, fuimos creados por Él y para Él. Debemos orar diciéndole: “Señor,
dame una compañera a quien Tú usarás para desarrollar mi carácter a Tu semejanza, una persona
que me ayude a cumplir la obra que Tú has estipulado para mi vida”.
¿Estuvo [o está] nuestro matrimonio construido sobre la roca, la roca sólida de la obediencia a las
palabras del Señor? (Mt. 7:24,25) ¿O fue construido sobre un fundamento determinado por nuestras
propias especificaciones? (Mt. 7:26,27) Si nuestra casa ha sido construida sobre un cimiento defectuoso,
debemos armarnos de valor y saber que Dios es capaz de reemplazar piedras defectuosas por piedras
nuevas y durables que sirvan de buen fundamento para nuestra vida y hogar. Nuestra vida y nuestro
hogar deben estar erigidos sobre las siete columnas de la sabiduría (Pr. 9:1, Stg. 3:17).
Procurar tener un matrimonio que crece
¡Debemos procurar tener un matrimonio que crece! La única forma de que un matrimonio se vuelva
más intenso, es que nosotros crezcamos espiritualmente. Crecer espiritualmente significa que nos
estamos haciendo más y más como Aquel que creó el matrimonio. A medida que nos asemejamos al
Señor, somos transformados continuamente en cónyuges más deseables. Jesús es sabio, paciente y
manso. Él está lleno de amor, gozo, paz y todos los otros frutos del Espíritu (Gá. 5:22-23). No es
susceptible ni iracundo. Él es misericordioso, bondadoso, magnánimo y perdonador. No guarda
rencores ni resentimientos. ¿Hasta qué punto nos asemejamos a nuestra principal piedra del ángulo,
a Aquel de quien se toman todas las dimensiones espirituales?
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Resumen
Guías para tener un matrimonio bien cimentado:
• Ser obedientes a la Palabra de Dios. La obediencia a Cristo debe ser nuestro fundamento.
• Resolver los conflictos familiares: padres, hermanos, hermanas y otros.
• Que sea el cónyuge que Dios nos ha elegido. Esperar Su tiempo.
• Mantenernos moralmente puros durante el noviazgo. Apartémonos de situaciones
de vulnerabilidad.
• Respetemos a las autoridades: padres, maestros, funcionarios de la ley, jefes y ministros.
Si no nos sujetamos a la autoridad ni la respetamos, un espíritu de rebeldía reinará
en nuestro matrimonio y en nuestros hijos.
• Seamos responsables con el dinero. En el matrimonio, muchas presiones se deben
al factor económico.
• Dejemos que el propósito supremo del matrimonio sea dar gloria a Dios, seamos
como Él y cumplamos la tarea que nos ha encomendado.
• Procuremos el crecimiento de nuestro matrimonio. Nuestro matrimonio se
intensifica cuando crecemos espiritualmente y nos hacemos como el Señor.
El matrimonio no crea problemas; pero revela aquello que no ha sido conquistado antes de la boda.
La Importancia de los Orígenes
Lo que nace de la envidia y lo que nace de Dios
“Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame
hijos, o si no, me muero” (Gn. 30:1-6). Aquí tenemos el caso de dos hermanas, una fecunda y otra
estéril. La envidia de Raquel la impulsó a tener hijos por cualquier medio posible. Su procedimiento
para adquirir “hijos” se ve una y otra vez en la Iglesia de hoy. La envidia llevó a Raquel a dar su
sierva a su esposo para tener hijos por medio de ella. Esto redundó en el nacimiento de Dan.
Entonces, podríamos decir que Dan nació de la envidia. El motivo de su nacimiento en este
mundo, fue la envidia. Mas debemos recapacitar en el fruto que siguió.
¡Cuántas obras que se “inician para Dios” tienen sus orígenes en la envidia! (Fil. 1:15). Y no nos
equivoquemos, no hay nada de malo en querer hacer algo para Dios. El deseo de ser productivos y de dar
fruto para Dios es innato. Sin embargo, el problema radica en nuestras motivaciones. ¿Estamos dispuestos
a decir: “Señor, de qué manera particular puedo ser productivo para Ti?” “¿Cómo puedo servirte mejor?”
¿O estamos tratando de “llegar a la meta” valiéndonos de lo que sea? ¿Estamos dispuestos a permitir
que Dios purifique nuestras motivaciones? ¿Somos capaces de dejar a un lado nuestras causas? Hay
muchos que creen ser los protectores y campeones de la causa de Dios, pero lo son de su propia causa.
A través de los años he observado las serias consecuencias de resistirnos repetidamente a corregir
nuestras motivaciones cuando Dios las señala. Evadir los problemas, pasarlos por alto y oponer
resistencia una y otra vez, hacen que tanto el embotamiento espiritual como el engaño, ganen una
fortaleza (Stg. 1:22). Y mientras las personas continúan en su obstinación, trabajando por esa “causa”
del Señor, acaban desparramando la cosecha en lugar de recogerla. El Señor advierte: “El que
conmigo no recoge, desparrama” (Mt.12:30, Lc.11:23).
19
Si no hacemos las cosas a la manera de Dios, e insistimos en hacerlas a nuestra manera, ello
producirá más daño que beneficio en el reino de Dios. Por consiguiente, que todo empeño nazca,
no de la voluntad del hombre, ni de la voluntad de la carne, sino de Dios. Estemos en la luz,
permitiendo que nuestras motivaciones sean transparentes delante de Dios y de nuestros hermanos.
¡Que todas nuestras obras sean “hechas en Dios” y establecidas por Él! (Jn. 3:21)
Usados por Dios, mas sin su aprobación
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿ no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Entonces les
declararé: “Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!” Mateo 7:22-23
Hace algunos años, hubo una mujer usada poderosamente por el Señor como profetisa.
Indudablemente, muchos fueron bendecidos por su unción y su ministerio. Sin embargo, poco a
poco se infiltraron en su vida el orgullo y el engaño, y ella comenzó a pensar que estaba por encima
de la ley (Abd.1:3). Creyó que por su extraordinario éxito en el ministerio, Dios le disculparía su
pecado de adulterio. Cuando tuvo que encarar el asunto, dijo “Oh, Dios nunca me desecharía. Son
demasiadas las profecías que he dado y que se han cumplido”. Ella llegó a confiar en sus obras y
dones especiales para ser aceptada por Dios y como medio de salvación, en vez de depender de la
sangre de Jesús y de Su justicia.
Para poder realizar los poderosos milagros de Mateo 7:22, ciertamente tendríamos que ser
creyentes lavados en la sangre de Cristo y llenos del Espíritu. Los hombres y mujeres
mencionados en Mt. 7:22-23 claramente reconocieron a Jesús como su Señor y Salvador. Realizaron
asombrosos milagros de sanidad y de liberación en el nombre de Jesucristo, y multitudes se
convirtieron bajo su ministerio. No obstante, llevaron al mismo tiempo una vida de desorden. Ellos
contaban con que sus grandes ministerios les salvarían. Qué ilusorio es pensar que Dios excusará y
pasará por alto nuestra iniquidad por causa de un poderoso ministerio (ver Ez. 33:12-13).
En el día del juicio, implorarán misericordia basándose en el mérito de sus obras, dones y ministerio.
La triste respuesta del Señor será: “Nunca me permitieron conocerlos. Apártense de mí, hacedores
de maldad”. Desgraciadamente, su relación con Dios era, cuando mucho, superficial. Dios
efectivamente los usó como instrumentos en Su mano, pero nunca los aprobó. A Dios nunca se le
dio la oportunidad de llegar a conocerlos. ¿Cómo conocerlos? Ellos no tuvieron tiempo para Él.
Estaban demasiado ocupados promocionando su persona y su reino; todo, por supuesto, en el Nombre
del Señor (Is. 4:1). Consecuentemente, el pecado y la tentación vencieron y les tendieron lazo,
haciéndolos practicantes habituales de iniquidad (ref. 1 Co. 9:27).
Dios usó la quijada de un asno como instrumento de liberación. Pero, ¿qué hizo con ese instrumento
una vez que cumplió su propósito? ¡Lo descartó! (Jue.15:15-17). Nosotros no queremos ser como
los andamios. Dios usa los andamios para edificar Su Iglesia, pero luego éstos son quitados y ya
no forman parte de Su glorioso santuario. Tampoco queremos ser como las estrellas fugaces que
aparecen con todo esplendor por un momento (como algunos ministerios), para luego desaparecer
y ser olvidadas.
¿Qué es entonces el cristianismo verdadero?
Oramos para que los siguientes puntos contribuyan
a contestar esta pregunta tan importante.
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ÍNDICE
• SEÑALES DE MADUREZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 2
• NUESTRA META: ENTRAR EN LA GLORIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Página 24
• LA VERDADERA GRACIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 27
• LAS VERDADERAS RIQUEZAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 31
• LOS VERDADEROS SACRIFICIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 38
• LA VERDADERA FORTALEZA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 45
• LOS VERDADEROS FRUTOS DEL ESPÍRITU Y LOS FALSOS . . . . Página 54
• EL VERDADERO ARREPENTIMIENTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 61
• LA VERDADERA FE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 66
• LA VERDADERA ADORACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 73
• LA VERDADERA LIBERTAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Página 79
• EL VERDADERO TEMOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 82
• LA VERDADERA SABIDURÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 83
• EL VERDADERO ÉXITO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 85
• LOS VERDADEROS HERMANOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 87
• SER LA ESPOSA DE CRISTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Página 88
• ACERCA DE LA UNIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 99
• CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Página 103
21
SEÑALES DE MADUREZ
Medición de nuestro crecimiento espiritual
El cristianismo verdadero nos obliga a enfrentarnos honestamente con nosotros
mismos. La madurez cristiana llega paso a paso, a medida que se resuelven los
siguientes “problemas del corazón”. He aquí varias cañas de medir, útiles para calcular
el crecimiento espiritual.
CAÑAS DE MEDIR
La madurez se mide por las siguientes características:
1. Por la capacidad de llevarnos bien con los demás (Jn.17:21), lo cual abarca todo lo siguiente:
2. Por el grado de contentamiento que hemos aprendido a tener (Fil. 4:11-12, 1 Ti. 6:6).
3. Por la habilidad de gobernar nuestro espíritu y controlar nuestras emociones, amor u
odio (Pr. 16:32).
4. Por el grado en que hemos erradicado la soberbia y otros conflictos atormentadores (Ro. 12:3).
5. Por cuánta paciencia poseemos, habiendo sometido la imprudencia y la crítica (Pr. 18:13,
Is. 32:4).
6. Por cuán perseverantes somos: no con altibajos, sino constantes “todo el tiempo” (Hch. 20:18).
7. Por nuestra habilidad de controlar la lengua. La mayoría de los pecados se cometen con la
lengua (Stg. 3:2).
8. Por el grado de santidad que tenemos. Un gran ministerio que no tiene carácter, vale muy poco
(Mt. 7:20-23).
9. Por cuánto tenemos del espíritu de siervos. La humildad es el distintivo de la grandeza
(Mc. 10:43-45).
10. Por nuestras actitudes hacia la autoridad. Las malas actitudes revelan que desafiamos al Señor
(Ez. 3:7).
11. Por el dominio sobre nuestra vida pensante. Toda batalla se pierde o se gana en la mente (1 P. 1:13).
12. Por una discreta administración de nuestras finanzas. El manejo del dinero comprende conciencia
y carácter (Lc.16:10-11).
13. Por las veces que hemos dejado de decir: “Eso no es justo” (Gn. 45:5-8, 50:20).
14. Por nuestra gratitud. Ser agradecidos es la clave de la victoria y de la salud (Ef. 5:20, 1 Ts. 5:18).
22
15. Por reconocer lo mucho que no sabemos. Los inmaduros tienen todas las respuestas (1 Co. 8:2).
16. Por nuestra habilidad de manejar el rechazo con entendimiento y perdón (Hch. 5:41).
17. Por la forma en que reaccionamos a los retrasos, prueba de la profundidad que tienen nuestras
raíces (Sal. 40:1-2, Is. 64:4).
18. Por nuestra habilidad de manejar el fracaso personal o lo que tiene esa apariencia (1 S. 30:6,
Is. 49:4).
19. Por nuestra habilidad de enfrentar la pérdida de algo (Job 1:21).
20. Por nuestra habilidad de manejar la hostilidad que otros nos dirigen (Ro. 12:17-21).
21. Por nuestra habilidad para manejar el éxito. ¿Continuamos dependiendo de Dios? (Dt. 8:11-14).
22. Por cuánta sabiduría hemos acumulado. Sabiduría ante todo (Pr. 4:7, Lc. 2:52).
23. Por cuánto amor poseemos. El amor es totalmente desinteresado, es el vínculo perfecto
(Col. 3:14).
24. Por lo responsables y confiables que somos, y por cuánto tememos al Señor (Neh. 7:2).
25. Por nuestra habilidad para administrar el tiempo. Desperdiciar el tiempo es desperdiciar la vida
(Sal. 90:12, Ef. 5:15-17).
26. Por nuestra actitud hacia los hermanos caídos: ser limpios de la actitud de “te lo dije” (Gá. 6:1).
27. Por conocernos bien, incluso como Dios nos conoce (1 Co. 13:12). Por haber sido nuestro
corazón purgado de hipocresía (Mt. 7:1-5). La hipocresía es autoceguera.
28. Por cuánto poseemos del fruto del Espíritu (un resumen de todo lo anterior).
El crecimiento, la fortaleza y la madurez se pueden medir de esta manera: “Por
sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:20, Gá. 5:22-23). Los nueve frutos del Espíritu
revelan la naturaleza de Dios. Por consiguiente, cuando todos estos frutos
abundan en nuestro interior, somos muy semejantes a Él. Este es nuestro
llamamiento y nuestra meta (Ro. 8:29, 1 Jn. 3:2).
En las siguientes páginas daremos una breve explicación de cada punto.
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EXPLICACIÓN DE LAS SEÑALES DE MADUREZ
Solución para los problemas del corazón
1. ¿CUÁN BIEN NOS LLEVAMOS CON LOS DEMÁS? ¡El cristianismo nos relaciona con
personas! Por eso es muy antibíblico ser un cristiano solitario. Estar desligado de un cuerpo de creyentes
es síntoma de conflictos no resueltos, tales como heridas, desconfianza e indiferencia. A veces parece
más fácil dejar de relacionarnos con los demás; pero al hacerlo, dejamos de enfrentar para siempre los
problemas muy arraigados, y continuamos con las mismas tendencias y rutinas. Para que haya equilibrio
y crecimiento nos necesitamos unos a otros. ¡De hecho, es imposible madurar si no nos tenemos unos
a otros! (Jn.17:11, 21, 23)
¡Estar solos es antibíblico y peligroso! Satanás le habla con más frecuencia a los que andan solos.
Todo el mensaje cristiano nos relaciona con los demás. La espiritualidad que tenemos depende
de nuestra capacidad para adaptarnos socialmente y llevarnos bien con otros cristianos, con el
jefe que está en autoridad y especialmente con nuestros familiares. En la vida, éstos son los
verdaderos problemas del corazón (Mt. 22:36-40). ¡El cristianismo es relaciones!
Hay ovejas dispersas por doquier. Los cristianos solitarios y desligados de un
cuerpo de creyentes, son así generalmente por las siguientes razones principales:
• Niñez y procedencia penosas, lo que resulta en la incapacidad de avenirse o adaptarse
socialmente.
• Ofendidos y sin poder recuperarse. Heridas, vergüenzas, desilusiones y rencores han
hecho que algunas personas eviten y rehuyan la comunión con los cristianos y con la
iglesia local. Incluso, algunos que anteriormente fueron predicadores del Evangelio se han
retirado del ministerio porque alguien o algo los ofendió (He.12:15).
• Extremadamente rectos (Ec.7:16). Éstos tienen principios tan elevados que abandonan
la iglesia cuando otros feligreses no viven a la altura de esas normas autoconcebidas.
Después de asistir a una cantidad de iglesias y de encontrar defecto en todas, se establece
el patrón y dejan totalmente de asistir.
• Independientes. Éstos son los que creen saber más que el pastor y les molesta que
alguien los amoneste. No le rinden cuentas a nadie y tienen la fantasía de ser mensajeros
especiales enviados por Dios. Otros, no se entregan a ningún lugar fijo y no responden a
nadie. Van de iglesia en iglesia o simplemente se quedan en casa, ven la televisión
cristiana, escuchan grabaciones, o empiezan sus propios estudios bíblicos.
¡El cristianismo verdadero nos relaciona a ti y a mí con los demás! Las Escrituras nos instan a
amarnos, a tener comunión unos con otros, a exhortarnos, edificarnos, servirnos, perdonarnos y
unirnos en el vínculo del amor (Col. 2:2). El cristianismo genuino hace habitar a la gente en
familia (Sal. 68:6), lo cual es para nuestra seguridad y crecimiento. Satanás hace presa de los
aislados más que de los a grupados. ¿Cuán bíblico es el cristianismo que usted practica? ¿Se viola
con él 1 Tesalonicenses 5:12,13? ¿Y Hebreos 10:25 ó 13:17? ¿Le rinde usted cuentas a alguien?
¡El cristianismo es relaciones! La Biblia entera está resumida en solo dos cosas:
cómo tratamos a la gente y cómo tratamos a Dios (Mt. 22:36-40). No lo pasemos por alto.
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2. ¿TENEMOS CONTENTAMIENTO? El contentamiento es verdaderamente uno de los mayores
tesoros de Dios. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Ti. 6:6). El
contentamiento se da en hombres como David, el cual redujo sus deseos a uno solo: él deseaba al
Señor (Sal. 27:4). Él había descubierto plenitud de gozo en la presencia de Dios (Sal.16:11). Pablo
había aprendido a contentarse en todas sus circunstancias (Fil. 4:11). No tenía una casa hermosa, ni el
consuelo de una esposa comprensiva, ni ropa elegante, ni otros lujos de la vida. Por el contrario, había
sufrido la pérdida de todo, incluyendo su posición, sus títulos anteriores y el elogio de los hombres
(Fil. 3:7-10). Sin embargo, la presencia del Señor lo sostenía y complacía por completo. Muchos
creyentes beben de las contaminadas corrientes del mundo, en un intento de saciar su alma sedienta,
pero Pablo halló el secreto del contentamiento teniendo muy poco de los placeres mundanos. Su gozo
provenía sólo de una fuente. Él había tocado a Cristo y continuaba bebiendo abundantemente de Su vida.
3. ¿CUÁN BIEN GOBERNAMOS NUESTRO ESPÍRITU? (Pr.16:32) Un cristiano no es
maduro cuando lo gobiernan y dominan sus emociones, cuando tiene estallidos de ira y no ha
aprendido a lidiar con heridas emocionales. Gobernar nuestro espíritu significa decir NO a nuestros
sentimientos e inclinaciones naturales. La capacidad de decir NO resulta de haberse derramado
la gracia en nuestra vida durante las disciplinas del Señor, y también combatiendo nuestro ego.
¿Cómo podríamos “gobernar las naciones con vara de hierro” sin haber aprendido a gobernar el
propio espíritu? (Ap. 21:7, 2:26-27). Es esencial refrenar nuestras emociones, porque de ellas
surgen todos los actos y decisiones de la vida (Pr. 4:23).
4. ¿HEMOS CONQUISTADO LA SOBERBIA? Nuestro mayor enemigo no es Satanás,¡es nuestro
ego! La soberbia es el problema número uno del hombre. La soberbia está detrás de la mayoría de
nuestros conflictos y tormentos. No podemos esperar ser cristianos maduros sin que la soberbia haya
sido suprimida. La soberbia hace que los hombres aparenten ser lo que no son. La soberbia exige
reconocimiento. Un soberbio se ofende cuando es ignorado o inadvertido. La soberbia es la causa de
una actitud violenta. Los estallidos de ira se producen cuando un soberbio no puede salirse con la suya
o cuando su voluntad es contrariada. ¡Pero la humildad libera al corazón de todos estos males!
5. ¿TENEMOS PACIENCIA? (Stg.1:3-4) ¡La paciencia es una virtud poco común! Se obtiene
pasando por muchas presiones y sinsabores (Stg. 5:10-11, Ro. 5:3). La paciencia es uno de los
atributos de un apóstol (2 Cor.12:12). Es esa cualidad espiritual que sopesa todos los asuntos con
cuidado y no llega a conclusiones precipitadas ni a juicios repentinos. El que reacciona con
imprudencia carece de sabiduría y conocimiento (Is. 32:4). Es locura llegar a una conclusión sin
antes haber examinado perfectamente todos los hechos (Pr.18:13).
6. ¿SOMOS PERSEVERANTES? A un cristiano se le juzga maduro por su estabilidad. Las
Escrituras hablan mucho de estar arraigado, cimentado, afirmado y establecido. La causa de
inestabilidad en los creyentes es que todavía son dominados por los sentimientos y el humor variable.
Sin embargo, los cristianos maduros no están gobernados por las emociones o las circunstancias,
sino por la fe y por lo que Dios ha dicho. Pablo declara: “por fe andamos, no por vista” (2 Co. 5:7).
Israel era voluble. Los israelitas se regocijaban sólo cuando las circunstancias eran favorables;
luego se volvían contra Dios cuando surgían problemas (Sal. 78:37).
Pablo perseveraba, a pesar de sus circunstancias (Hch. 20:18,19). Él dijo: “vosotros sabéis
cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, sirviendo al Señor con toda humildad,
y con muchas lágrimas”. Pablo permaneció leal en los tiempos buenos y en los malos. Con él
no había altibajos. Él captó una visión celestial que operó un cambio en su vida. Una nueva
visión cambia nuestra forma de pensar y de vivir. Pídale a Dios una visión nueva de lo que Él
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desea hacer en usted y por medio de usted. ¡La visión determina nuestra perseverancia! Si no
tenemos una visión progresiva, viviremos desenfrenadamente (Pr. 29:18). Todos necesitamos un
blanco hacia el cual extendernos.
7. ¿ESTÁ NUESTRA LENGUA BAJO CONTROL? El control de la lengua es la mayor evidencia
de santidad. ¡El que refrena su lengua es varón perfecto! (Stg. 3:2) De nuevo, este es un problema
del corazón porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6:45). Todas las obras de la
carne que se mencionan en Gálatas 5:19-21 se desatan por medio de la lengua. La lengua es el
miembro más poderoso de nuestro cuerpo. Dios no nos libertará de situaciones difíciles hasta que
nuestra conversación cambie (Sal. 50:23, Job 42).
Necesitamos controlar la lengua en las siguientes áreas:
• Guardar secretos (Pr.11:13): “El que anda en chismes descubre el secreto”.
Absténgase de revelar los asuntos confidenciales de otros. Dios reprobó a Cam por
haber descubierto la desnudez de su padre (Gn. 9:20-27).
• No hacer confesiones negativas. Éstas son contagiosas y afectan a nuestros hermanos.
La confesión negativa de los diez espías desanimó a toda la congregación, haciendo que
ésta murmurara y se endureciera contra las promesas de Dios (ver Nm. 13:26-33, 14:110; 32:9, Dt. 1:28).
• No vengarnos verbalmente. Cuando alguien nos hiere, debemos orar para que
Dios derrame Su gracia sobre nosotros y no nos venguemos con nuestras palabras
(Is. 53:7; 1 P. 2:22-23). ¡Esto es mansedumbre! El alegato y la represalia producen
dureza de corazón (Pr. 24:29). Un hombre indignado puede ser desarmado si se le
da una respuesta suave (Pr.15:1).
• Conversaciones necias. Hay una diferencia entre el gozo necio y el gozo divino
(Ef. 4:29). Las preguntas necias nos inducen a dar respuestas necias (Ti. 3:9, Pr. 26:4).
Debemos evitar los temas que no edifican y cortarlos desde su inicio.
• Labios sin engaño (Sal.17:1-3 120:2). Oremos para que el Señor nos libre de
situaciones en donde nos veamos forzados a decir lo que no queremos. No seamos
mentirosos ni racionalicemos todo asunto, mas seamos gente en la cual “no hay
engaño”, como Natanael (Jn.1:47). Los que están más cerca de Dios tienen una
lengua limpia (Ap.14:5).
• Cuidado con la lisonja. La lisonja es un mal espíritu, es un lazo. Satanás es un
lisonjero. Las palabras del lisonjero son embaucadoras. Un cumplido sincero o una
palabra de estímulo significan mucho, pero la lisonja es exagerada y su motivación
es incorrecta. La lisonja siempre quiere algo a cambio (Pr. 26:28). La lisonja es una
de las tácticas del anticristo venidero, y con ella atrapará a muchos (Dn.11:32).
• Cuidado con los compromisos. “Te has enlazado con las palabras de tu boca”
(Pr. 6:2). La boca puede lograr que nuestra carne peque haciendo promesas,
convenios o compromisos que después lamentaremos y no podremos cumplir (Ec.
5:1-6, 5:6). Ejercitemos mucha cautela, recapacitando antes de dar nuestra palabra.
26
• Ejemplos limpios. En una prédica, no debemos usar ilustraciones gráficas
indecentes. Nuestras palabras pintan imágenes en la mente de las personas.
Evitemos los testimonios detallados sobre pecados del pasado, y no mencionemos
los asuntos personales de otros. Esto realmente causa impureza en el público oyente
(1 Ts. 2:3, Ef. 5:12). Las palabras producen fruto (Pr.12:14, 13:2, 18:20,21).
• Que no haya discordia. Las palabras que sembramos en los corazones de los
demás, son semillas que germinan y crecen. Las palabras equivocadas producen
amargura y malos frutos. Dios aborrece la siembra de discordia (Pr. 6:19). Judas
contaminó a los otros discípulos con sus quejas (Jn.12:4-6; Mr.14:4-5). Satanás
hace su mayor daño con la boca (Ap.12:10). ¡Lo mismo es cierto de nosotros! La
mayor parte de los pecados se cometen con la lengua. Cuando un hombre juzga y
critica a otro, atrae sobre sí esas mismas maldiciones (Mt. 7:1-2).
• Cómo le hablamos a Dios. El Señor dijo: “Vuestras palabras contra mí han sido
violentas” (Mal. 3:13; ver Job 27:2, Nm.14:3). Nuestra manera de hablarle a Dios y
de referirnos a Él es sumamente importante. Sobre esa base Dios tratará con nosotros
(Nm.14:28). Necesitamos que nuestros labios sean purificados como los de Isaías
(Is. 6:5,6).
8. ¿CUÁN SANTOS SOMOS? La santidad se relaciona con lo que decimos con el corazón (nuestros
pensamientos, motivaciones y deseos). La rectitud tiene que ver con nuestros hechos, pero la santidad
tiene que ver con nuestras motivaciones. Se puede estar obrando rectamente y aun así no ser santos
interiormente. El corazón puede a la vez estar aferrado a otros amores e ídolos. Esta verdad se
confirma muchas veces en la Palabra de Dios.
Varios reyes “hicieron lo recto ante los ojos de Jehová… pero no quitaron los lugares altos” (1 R. 15:1114, 22:43, 2 R.12:2-3, 14:1-4). Aunque personalmente llevaron a la práctica obras de justicia, tenían
en el corazón otros afectos que excusaron, y que no quisieron combatir. Hoy en día se puede decir lo
mismo de una multitud de creyentes. Son muchos los cristianos que se pronuncian públicamente en
contra de la pornografía, el aborto y el humanismo, mientras se aferran con el corazón a otros ídolos.
Muchos son rectos sin ser santos. Sin embargo, Dios está llamando a cada uno de nosotros a un mayor
nivel de pureza.
De acuerdo con Mateo 7:20-23, el carácter de un hombre no se puede medir a través de los dones
ministeriales especiales que posee. Un hombre puede tenerlos todos y seguir siendo inmaduro. El
carácter se juzga por el fruto. “Por sus frutos los conoceréis”. ¿Hasta qué punto se ve el fruto del
Espíritu en nuestra vida? ¡Ésta es la verdadera pregunta! ¿Tiene la persona mansedumbre,
paciencia, bondad, templanza, benignidad, amor, gozo, paz y fe? Lucifer poseía muchos talentos,
pero no tenía carácter. Era un músico brillante con un carisma extraordinario, pero estaba interesado
solamente en una cosa: la auto-promoción. El carácter tiene que ver con virtudes tales como la
fidelidad, la lealtad y la mansedumbre, además de la correcta reacción ante las ofensas. Busquemos
evidencia de estas cosas en nuestra propia vida y en la de los demás.
9. ¿HASTA QUE PUNTO TENEMOS UN ESPÍRITU DE SIERVOS? De acuerdo con las
palabras del Señor, la humildad determina la grandeza e indica hasta dónde se ha desarrollado
un corazón de siervo en nuestra vida (Mr. 9:33-35, 10:37, 41-45). Jesús fue el Siervo de
todos los siervos. ¿Qué es un verdadero siervo?
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UN SIERVO ES:
• Uno que está entregado a otro: un individuo dedicado a las necesidades y al
bienestar de otros. Es lo contrario de la persona egocéntrica y abstraída en sus
propias heridas y dificultades (Fil. 2:19-21).
• No es exigente; no insiste en sus propios derechos ni en la igualdad, mas acepta
con espíritu de gratitud lo que se le ofrece (Mt. 5:3). Ninguna persona que
genuinamente es “pobre en espíritu” tiene una actitud exigente.
• No es independiente, es alguien que sobrelleva las dificultades: “soportando todas
las cosas por amor a los elegidos..." Es lo contrario de la naturaleza caída que declara:
“Yo no tengo que soportar esto” (1 Co. 9:19, 2 Ti. 2:10).
• Es una persona que no tiene reputación qué defender. Un siervo es exactamente
como nuestro modelo de siervo, el Señor Jesucristo (Fil. 2:6-8). Jesús nunca tuvo
problemas de identidad. No tuvo una imagen qué mantener. Él buscaba la honra de
otro: Su Padre. El Hijo nunca procuró alcanzar un nombre terrenal ni fama para sí
mismo.
• Una persona sin orgullo. Por lo tanto, no se ofende fácilmente ni es enojadizo. Sólo
los patronos se ofenden.
• Una persona que trabaja más de lo que se le pide y, aun así, no necesita que se lo
agradezcan ni que le den una palmada de reconocimiento en la espalda (Lc.17:7-10).
Vive para la alabanza de su Amo, no para ser elogiado por sus semejantes
(Col. 3:23,24).
• Una persona que tiene la presencia de Dios. Dios camina con el humilde siervo,
porque Él también es un siervo (Is. 57:15). Le gusta andar con los que son como Él,
con ellos encuentra compatibilidad.
Tener un corazón de siervo es la clave para llevarse bien con los demás,
especialmente con la gente de casa. El verdadero siervo cumple la ley del amor,
que es el desprendimiento total (1 Co. 13).
10. ¿QUÉ ACTITUD TENEMOS HACIA LOS QUE ESTÁN EN AUTORIDAD? ¿Hasta qué
punto estamos sujetos al Señor? No tendríamos una manera de saber la respuesta a esta pregunta si
Dios no nos diera lecciones objetivas palpables para mostrarnos lo que tenemos en el corazón.
Nuestra reacción hacia las autoridades humanas (las que Dios pone sobre nosotros) revela si poseemos
la ley de la sujeción. Dios habla y obra a través de hombres. A menudo Dios nos habla a través de
agentes humanos tales como un profesor, un pastor, un policía, un esposo, y demás. Por eso, cuando
los pasamos por alto a ellos, estamos pasando por alto a Dios (Ez. 3:7, Ro.13:1-7).
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Consideremos el ejemplo del sumo sacerdote Elí en 1 Samuel, capítulos 1-3. Elí había caído en
falta. Por otro lado, juzgó mal a una de las hermanas de la iglesia, acusándola de ebriedad. Ana, por
supuesto, no estaba ebria, mas en la amargura de su alma, rogaba a Dios por un hijo ante el altar.
Cuando ella explicó su situación a este extraviado ministro de Dios, él contestó: “Ve en paz, y el
Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho” (1 S.1:15-20). Dios honró las palabras y
bendiciones de Elí. Honró el cargo de Elí aunque no necesariamente honró a Elí. En el corazón de
Ana entró la fe, y al volver a casa concibió al pequeño Samuel. Ana tuvo la sabiduría de discernir
que Dios le hablaba a través del hombre. Hizo a un lado las ofensas y escuchó la voz de Dios en un
ministro cuya vida no estaba en orden. Por lo tanto, vemos la importancia que tienen nuestras
actitudes hacia la autoridad.
¡El cristianismo es actitudes! La actitud de una esposa hacia su cónyuge demuestra si posee o no la
ley de la sujeción (1 P. 3:1-7). Lo mismo revelan las actitudes hacia un pastor, un policía, o un jefe
malhumorado (1 P. 2:13-14,18). En el análisis final, cualquiera que dice: “Yo no escucho al hombre,
sólo al Señor” no está escuchando al Señor tampoco. Dios está intentando hablarle a ese individuo
a través de los hombres, pero él no es capaz de oír. Si Dios le hablara directamente, no lo discerniría
ni obedecería porque no tiene el hábito de obedecer. La ley de la obediencia no mora en su interior.
11. ¿HEMOS LLEGADO A DOMINAR NUESTRA VIDA PENSANTE? No es posible ser
espiritual sin dominar primeramente nuestra vida pensante. Las meditaciones que elegimos
determinan victoria o derrota porque cada batalla es ganada o perdida en la mente. La meditación es
alimento. Con nuestras meditaciones estamos alimentando la nueva naturaleza o la vieja. Recordemos
que los pensamientos fructifican (Jer. 6:19). Los pensamientos se vuelven actos, los actos se vuelven
hábitos, los hábitos se vuelven nuestro destino.
• El desánimo es la consecuencia de meditar y confesar lo que dice el enemigo en lugar de
confesar lo que dice Dios. Los pensamientos de Dios acerca de nosotros siempre son buenos
(Jer. 29:11). ¿En qué estamos pensando cuando estamos desanimados? ¿Son nuestros
pensamientos los pensamientos de Dios? (Is. 55:8).
• El pecado se concibe en los pensamientos. Crece a medida que se alimenta de meditaciones,
luego es dado a luz en forma de acto. El pecado puede cortarse de raíz en los pensamientos. La
gente peca porque así lo ha planeado, lo ha tramado de principio a fin. Las meditaciones
incorrectas nutren y fortalecen los malos hábitos (Col. 3:9; Ro. 6:12-13). Las meditaciones
correctas debilitan los malos hábitos y los tornan infructuosos. (Col. 3:10; Ef. 4:22-24).
• Las meditaciones influyen en nuestra salud. Vivir constantemente con temor, violencia y
venganza, puede afectarnos el pulso y la respiración. Los malos pensamientos estimulan
exageradamente las glándulas, los órganos y el sistema nervioso, enfermándonos. Las
meditaciones (aquello en que constantemente pensamos) afectan espíritu, alma y cuerpo,
inclusive. Asimismo, las grandes decisiones surgen de lo que hemos razonado con lógica. “Sean
gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía,
y redentor mío” (Sal.19:14).
• No puede haber victoria si no hemos aprendido a ordenar nuestra vida pensante. No es posible ser
espiritual sin ceñir los lomos de nuestro entendimiento (1 P. 1:13). ¿Qué significa “ceñir los lomos de
nuestro entendimiento?” En tiempos bíblicos, el hombre usaba vestiduras largas y anchas. Cuando
quería salir de viaje, recogía firmemente bajo el cinturón su ropa desparramada, y se hacía al camino.
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Esto era “ceñir los lomos”. Pedro dice que así obremos con la mente. Nuestros pensamientos
tienden a desparramarse como esas ropas holgadas. Nos corresponde a nosotros eliminar los
pensamientos equivocados y activar los pensamientos correctos. Ciertamente, tenemos el poder
para cambiar de enfoque.
• La santidad está relacionada con lo que estamos diciendo con el corazón. “El que…habla verdad
en su corazón” (Sal.15:2). Debemos detenernos a escuchar nuestros pensamientos. Dios oye
todo lo que el corazón dice. A menudo no nos damos cuenta de lo que hablamos interiormente.
La Palabra de Dios discierne nuestros pensamientos e intenciones y nos dice quiénes somos en
verdad (He. 4:12; 1 Cr. 28:9). Recordemos que lo que meditamos determina si obtenemos la
victoria o la derrota. Las amas de casa pasan una gran parte del día reflexionando sobre algo
que las hirió, hasta irritarse. Sin embargo, le abrimos una puerta a Satanás cuando repasamos
continuamente las ofensas. Pensemos en algo bueno acerca de nuestro agresor y luego oremos
por él. Meditemos en lo que es puro, amable y de buen nombre (Fil. 4:8; Sal.19:14). Si obramos
así, el Dios de paz estará con nosotros.
12. ¿SOMOS ÍNTEGROS EN MATERIA DE DINERO? En la Biblia hay más de 2,000 versículos
que se refieren al dinero. Me gustaría hacer una afirmación que quizás parezca atrevida al principio,
pero que es absolutamente cierta: “Nuestra forma de administrar el dinero determina si triunfaremos
o no en la vida cristiana”. Ésta es la razón por la cual Jesús mencionó el tema en dos terceras partes
de Sus parábolas. La pregunta no es cuánto dinero tenemos, sino cuán bien lo administramos.
El dinero y nuestra forma de administrarlo, revelan
estos aspectos importantes acerca de nosotros:
• Si tenemos una buena conciencia o no.
• Cuáles son nuestras prioridades.
• Hacia qué cosas hemos enfocado nuestros afectos.
• Cómo utilizamos el tiempo.
• Si tenemos buen juicio y sabiduría.
• Si amamos a nuestra familia más que al materialismo.
• En qué ponemos nuestra seguridad.
• Si tenemos fe o incredulidad en el corazón.
• Si somos personas de sacrificio o no.
• Si somos obedientes o no.
• Si tenemos disciplina y dominio propio o no.
• Si Dios puede confiarnos riquezas espirituales o no.
• Finalmente, hasta qué punto estamos entregados al Señor.
Muchos creyentes no son íntegros en materia de dinero. Las librerías cristianas no pueden
conceder créditos a hermanos creyentes porque con mucha frecuencia dejan de pagar. Asimismo,
los institutos bíblicos han tenido que cambiar sus políticas, debido a que un sinnúmero de
estudiantes no paga lo que debe de la tasa educativa. La nueva política ha tenido que cambiar
a: “¡Sin pago no hay diploma!” Nuestra facultad ha observado que los estudiantes que se gradúan
habiendo sido fieles en sus pagos, por lo general triunfan en el ministerio. ¡Los otros, jamás!
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Es deshonesto hacerse de deudas enormes para luego comprar ropa de moda, muebles y artículos
finos, y una guitarra cara. Primero debemos finiquitar nuestras deudas. ¡Ésta es la manera cristiana!
En Romanos 13:8 Pablo ordena: “No debáis a nadie nada”. ¿Será ético divertirnos con amigos en
restaurantes de lujo, y ser derrochadores cuando no le pagamos a nuestros acreedores? Es una forma
de robo que las personas eludan el pago de sus deudas esperando que éstas caigan en la clasificación
de incobrables. Esta mentalidad permite que la conciencia se vuelva resbaladiza. Afecta la relación
del hombre con Dios, porque vuelve al hombre insensible al Espíritu Santo. ¿Cómo nos sentiríamos si
un individuo nos debiera (o a nuestra compañía) miles de dólares, habiendo antes proyectado declararse
en quiebra, y sin tener jamás la intención de pagarnos? ¿Es esto vivir según la regla de oro?
“Por lo tanto, si no hemos sido fieles con el dinero [el inicuo Mamón], Dios no nos confiará las
verdaderas riquezas” (ref. Lc.16:10-12). Cristo nos enseñó que la mayordomía desleal del dinero
es señal de que tampoco en los asuntos espirituales seremos fieles, porque esta es una regla del
corazón. En consecuencia, Dios nos prueba primeramente en los aspectos naturales de la vida,
como nuestro trabajo, familia y peculio. Si en éstos hemos demostrado fidelidad, calificaremos
para “las verdaderas riquezas” o para el ministerio y autoridad espiritual. Muchos cristianos se
auto-descalifican por el dinero. La forma en que lo administramos es parte integral del mensaje
evangélico, y abarca la conciencia, el carácter y el objeto de nuestros afectos. A continuación se
mencionan varias causas de esclavitud económica.
TRES CAUSAS PRINCIPALES DE ESCLAVITUD ECONÓMICA
A. No diezmar. No podemos ser benditos si no diezmamos. Proverbios 3:9-10 nos manda diezmar,
y tiene promesa de bendición y provisión. Por eso, al no diezmar, estamos desobedeciendo la Palabra
de Dios. Retener el diezmo es también una forma de incredulidad. La gente dice con frecuencia: “Si
pago el diezmo, me faltará para mis propios gastos”. Pero, ¿cómo podrá bendecirnos Dios si estamos
violando Su palabra y tenemos un corazón carente de fe? La prosperidad se les promete solamente
a los que guardan todos Sus mandamientos (Josué 1:8).
Tal como está escrito, cuando descuidamos el pago del diezmo, a Dios le estamos robando
(Mal. 3:8-11). Asimismo, nos estamos privando de las bendiciones prometidas, ya que al honrar
al Señor con lo mejor de nuestros bienes, “Él reprende por nosotros al devorador”. Los
devoradores son espíritus malos que succionan nuestro dinero. En Malaquías, el devorador
llegó en forma de un parásito que disminuyó toda la cosecha. El día de hoy existen devoradores
que constantemente nos agotan los recursos, tales como cuentas hospitalarias, reparaciones
automovilísticas y maquinaria averiada. ¿Está la bendición de Dios sobre nuestra casa e
industria? ¿Estamos honrando al Señor con las primicias de nuestros bienes?
En Hageo 1:3-11 el pueblo tenía la casa de Dios en el abandono. La vida giraba en torno a sus propias
viviendas y otros intereses egoístas. En vista de que las prioridades no se encontraban en el orden
correcto, Dios sopló sobre sus obras. Cada uno laboraba tiempo extra sólo para poner su salario en
saco roto. Dios no honra nuestras obras si nosotros no honramos la Suya, y ello comprende diezmar.
Diezmar no era sólo un mandato de la Ley mosaica. El diezmo existía mucho antes de la Era de la Ley.
Abraham pagó sus diezmos a Melquisedec (Gén.14:18-20). Jacob diezmó (Gn. 28:22), y ambos tuvieron
una superabundancia de bendiciones. Nuestro Señor Jesucristo también respalda el diezmo para la
Era Neotestamentaria. En Mateo 23:23, el pueblo diezmaba pero descuidaba los asuntos más importantes
de la Ley, tales como la misericordia, la justicia y la fe. Cristo declaró: “Esto era necesario hacer
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(misericordia, justicia y fe), sin dejar de hacer aquello (diezmar)”. Ciertamente, diezmar es una obligación,
pero los otros aspectos importantes de la Ley, la fe, la justicia y la misericordia, no se deben descuidar.
Dios ama al dador alegre (2 Co. 9:7). Por eso es de suma importancia la actitud que tenemos al
dar. Debemos dar porque así lo deseamos, no por deber. Además, debemos dar en fe, sabiendo
que Dios nos proveerá. Si damos forzadamente, ello no procederá de la fe sino de la obligación.
Sea nuestro sacrificio el resultado de una relación de amor y fe.
B. Una mala administración del dinero. ¿Por qué algunos individuos de escasos recursos pueden salir
adelante, mientras que otros que tienen mucho más están siempre endeudados? El problema es una mala
administración. Por lo tanto, no se trata de cuánto tenemos, sino de cuán hábilmente administramos
nuestros fondos. Muchas veces la gente sufre escasez porque no ha usado sabiamente lo que Dios le ha
suplido. Somos mayordomos del dinero que Dios nos da. ¿Qué uso le estamos dando?
He aquí algunos ejemplos de la mala administración del dinero:
• Las malas inversiones. Emprender proyectos precipitadamente, sin antes haber
orado o buscado el consejo de asesores competentes.
• Las tarjetas de crédito. El dinero rápido y accesible es un lazo que nos lleva a ser
despilfarradores, propasándonos en el gasto.
• Solicitar préstamos sin discreción. Las altas tasas de interés por períodos largos
producen esclavitud. Seamos guiados por el Espíritu Santo antes de construir o de
comprar un inmueble. En lo posible, tratemos de refinanciar nuestro antiguo préstamo
a una menor tasa de interés.
• El momento inadecuado. Pagar una excesiva cantidad de dinero por artículos
que, habiendo aguardado, habríamos adquirido a un precio más bajo. Estemos atentos
a las rebajas especiales y esperemos el oportuno momento. Averigüemos primero,
con el fin de conseguir las mejores ofertas.
• Las cuentas telefónicas enormes. Limitemos la extensión de nuestras llamadas;
busquemos el mejor plan para llamar por larga distancia a esos lugares que
acostumbramos.
• Gastar en exceso. Hacer compras innecesarias. No debemos comprar lo que no es
indispensable, ni hacer gastos que no nos podemos permitir.
• Desperdiciar nuestros recursos. Las luces y el aire acondicionado sin apagar, el
agua del grifo sin cerrar, etc. El calentador de agua abarca 25% de nuestra cuenta de
energía eléctrica. ¡Pensemos conservadoramente! Cuando estemos de vacaciones,
pongamos el refrigerador en bajo, y apaguemos el calentador de agua.
• Desear sólo lo mejor. A la larga, lo más barato no es siempre lo mejor. Sin embargo,
¿debemos tener lo más selecto de todo? ¿En qué hemos puesto el corazón? Un
buen carro usado sólo cuesta del 20 al 30% del valor de un automóvil nuevo. ¡Siempre
estamos pagando una gran cantidad de dinero en cosas nuevas! ¿Nos podríamos
conformar con algo “casi nuevo” a un precio mucho más bajo? ¿Somos tan orgullosos
que no podemos ir a una tienda de ropa usada?
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C. La falta de disciplina y de carácter. “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan”
(Ec. 2:10). Salomón no tenía dominio propio. Iba detrás de todo lo que sus ojos veían. Salomón
incursionó en todo lo que había debajo del sol, tratando de hallar dicha y satisfacción. Sin embargo,
la dicha se encuentra tan sólo en Cristo, no en estas cosas. Muchos cristianos se “enredan en los
negocios de la vida” (2 Ti. 2:4). El Señor advierte que los afanes, las riquezas y los placeres de este
mundo ahogan la vida del reino (Lc. 8:14). Nuestro supremo llamamiento es cumplir los dos grandes
preceptos de Mateo 22:36-40: Amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos. Para obedecer esto, debemos consagrar a Dios nuestro
tiempo, energía y afectos. Si ocupamos nuestra vida en el materialismo y en trabajar horas extra, no
podremos cumplir nuestro llamamiento.
EL DINERO afecta nuestra vida espiritual. ¡El dinero revela quiénes somos! No
podemos ser espirituales si no administramos sabiamente nuestros fondos. Todo
redunda en esto: la esclavitud financiera nos impide hacer la voluntad de Dios para
nuestra vida. Por eso, ¡procuremos por todos los medios ser económicamente libres!
La seguridad es otra causa predominante para que la gente ame el dinero. Sin embargo,
la seguridad se encuentra en el centro de la voluntad de Dios, no en nuestro dinero.
Lamentablemente, las personas que se aferran a su cuenta bancaria, raras veces,
cuando mucho, experimentan en su vida algún alivio espiritual de importancia. ¿Qué
lugar tiene el dinero en nuestro corazón?
13. ¿HEMOS APRENDIDO A DEJAR DE DECIR: “NO ES JUSTO”? Cuando en nuestra
conversación abunda el reproche de “No es justo”, ello demuestra por lo menos dos cosas acerca de
nuestro carácter. Demuestra que todavía no hemos aprendido las costumbres del Señor, y que aún
no estamos viviendo en victoria. El hombre tiene un defecto terrible: cree merecer algo mejor, y es
muy desagradecido con respecto a lo que ya posee. El camino a la victoria es entender primeramente
en lo profundo de nuestro corazón, que no merecemos nada. Sí, la verdad es que no merecemos
absolutamente nada, ¡aunque nos cueste convencernos de ello! No somos “pobres en espíritu”.
“Bienaventurados los pobres en espíritu” (Mt. 5:3). En el idioma griego original, pobre se describe
como “un sumiso pordiosero”. Este sumiso pordiosero está agradecido por cada mendrugo de
pan que recibe. Él es completamente lo contrario del hombre que demanda algo más y mejor, o que
exige “igualdad”. Cristo nunca exigió igualdad de derechos, y así debemos proceder nosotros. El
problema es que nos comparamos con los demás y asumimos que debemos tener lo mismo que
ellos. No imitamos al Señor cuando esperamos igualdad de derechos y los exigimos. Muchas
luchas mentales y emocionales cesarían si practicásemos Mateo 5:3. Estoy convencido de que la
mayor parte de nuestros problemas no proviene de una baja autoestima, sino de la soberbia y del
ego, de la ingratitud, de las áreas no redimidas del yo, y de no ver los asuntos de la vida desde la
perspectiva divina. A partir de una temprana edad, debemos enseñar a nuestros hijos a no asumir
que necesitan lo que otros tienen.
14. ¿CUÁN AGRADECIDOS SOMOS? La gratitud es la clave de la victoria. Ser agradecidos es
para el alma un tónico curativo. Es algo que vence toda amargura, toda queja y toda situación
difícil. La gratitud nos pone en disposición de alabar y nos lleva a la pura adoración del Señor. Las
Escrituras instan a entrar por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza (Sal.
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95:2; 100:4). La gratitud es una actitud que genera fe. Israel carecía de fe; el pueblo no estaba
agradecido por todo lo que Dios había hecho a su favor. Israel nunca logró entrar en la tierra prometida
por causa de un espíritu desagradecido e incrédulo. La falta de gratitud, como lo podemos ver en la
historia, es el primer paso principal hacia el extravío (ver Romanos 1:21). Aun Lucifer cayó de su
posición elevada debido a la falta de gratitud. En lugar de dar gracias a Dios por todo lo que había
hecho por él, solamente exigió más. Es realmente imposible triunfar en la vida sin la excelencia
de un corazón agradecido.
¿Somos capaces de dar gracias al Señor en todo y por todo? (1 Ts. 5:18; Ef. 5:20; Hab. 3:17-19). A
mi parecer, hemos descubierto la clave de la vida triunfante cuando somos capaces de dar gracias al
Señor en todo y por todo. La gratitud nos libera de cualquier tono negativo, como el pesimismo, la
censura y la queja. Indiscutiblemente, la gratitud es la clave de la victoria y del avance en el
conocimiento de Dios (Nm.14:8). Y recordemos que un espíritu agradecido es lo que nos hace
atractivos a Él. También este espíritu hace atractiva a la mujer delante del hombre. Un espíritu
agradecido y jubiloso, deleita al Señor y gana Su favor (Is. 64:5).
El cristianismo es actitudes. La actitud que tenemos al cumplir la voluntad de Dios es de vital importancia
para Él. Sólo hay una cosa más importante que hacer la voluntad de Dios, y es deleitarse en hacer Su
voluntad (Sal.40:8; 37:4). En la vida se ve una buena ilustración de esto. Un padre puede pedir a su
hijo o hija que haga una labor; pero si se le obedece de mala gana o con una actitud desafiante, el padre
no se sentirá complacido. Así sucede en nuestra relación con nuestro Padre celestial.
15. ¿COMPRENDEMOS LO POCO QUE SABEMOS? Proverbios 17:27 declara: “El que ahorra
sus palabras tiene sabiduría”. Esto sugiere que cuanto más sabemos, más comprendemos lo mucho
que desconocemos, y somos mas tardos para ofrecer consejo (Stg.1:19). Hasta Job tuvo que ser
reprendido por “multiplicar palabras sin sabiduría” (Job 35:16). Dios dijo: “¿Dónde estabas tú cuando
yo fundaba la tierra?” (Job 38:2-4). En realidad, sabemos muy poco. De acuerdo con Efesios 2:7, por
toda la eternidad Dios nos estará dando revelaciones nuevas. Debemos comprender que sólo hemos
vislumbrado una pequeña parte de lo que Dios tiene por revelar. Por consiguiente, el hombre que cree
que ya tiene y sabe todo, habita en la patética categoría de Apocalipsis 3:17-19 (ver 1 Co. 8:2; Gá. 6:3).
16. ¿CUÁN BIEN NOS AVENIMOS AL RECHAZO?
17. ¿CUÁN BIEN RESPONDEMOS A LOS DOLOROSOS RETRASOS?
18. ¿CUÁN BIEN MANEJAMOS EL FRACASO?
19. ¿CUÁN BIEN AFRONTAMOS LA PÉRDIDA DE ALGO?
20. ¿CUÁN BIEN MANEJAMOS LA HOSTILIDAD QUE OTROS NOS DIRIGEN?
21. ¿CUÁN BIEN MANEJAMOS EL ÉXITO?
Los temas anteriores determinan si somos cristianos fuertes o no. Cada punto se explica con más
detalle en la sección titulada “VERDADERA FORTALEZA” (ver página 45).
22. ¿CUÁNTA SABIDURÍA HEMOS ACUMULADO? La sabiduría es lo que distingue al
cristiano maduro del inmaduro. Por eso en Proverbios 4:7 se nos exhorta a adquirir “sabiduría ante
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todo”. La sabiduría transforma al simple [o infantil] en un adulto con discernimiento. Jesús mismo
creció en sabiduría, y mientras lo hacía, crecía en gracia para con Dios y los hombres (Lc. 2:52).
También la sabiduría hizo que el Hijo del Hombre se fortaleciera en espíritu (Lc. 2:40).
El Libro de Proverbios fue escrito para producir sabiduría de reyes. Fue escrito por un rey, para un
rey. El tema de Proverbios es: “La formación de un rey”. Cada creyente está llamado a convertirse
en un rey (1 P. 2:9; Ap. 5:9-10; 1 S. 2:8). La sabiduría abarca todo lo siguiente: Prudencia,
discernimiento, perspicacia, previsión, buen juicio, habilidad, experiencia, profundidad, pureza,
paz, bondad y más. Todas estas virtudes son necesarias para reinar en el trono con el Rey de reyes
(Ap. 3:21). Hace algunos años, un desanimado pastor que había renunciado a una ocupación muy
lucrativa con el fin de trabajar en el ministerio, se lamentaba delante del Señor, diciendo: “¿Dejé
todo aquello para pastorear este puñado de gente?” El Señor le contestó: “¡Tú estás preparando
veinte reyes para que reinen conmigo por toda la eternidad!” Instantáneamente se disipó su desaliento.
TEMAS IMPORTANTES DEL LIBRO DE PROVERBIOS
Esenciales para la formación de un rey
• Disciplinar correctamente a un niño (la formación de un rey comienza en el nacimiento).
• Limpieza interior y motivaciones correctas (no menospreciar la disciplina del Señor).
• Tener el temor del Señor (éste es el principio de la sabiduría).
• Andar con los amigos correctos (“No tengas envidia de los malos ni desees estar con ellos”).
• Buscar incesantemente la sabiduría (ésta sólo se le concede al escudriñador digno).
• Dar nuestro corazón [afectos] a Dios. Todas las decisiones que se toman en la vida brotan del corazón.
• Protegernos del vicio. Practiquemos la moderación, la templanza y el dominio propio.
• Cuidarse del lazo de la lisonja (la lisonja quiere algo a cambio).
• El poder de la lengua para lo bueno y lo malo. La lengua tiene el poder de la vida y de la muerte..
• Acerca de oír y retener lo que oímos. Las palabras clave son: “no olvidar” y “obedecer”.
• Exhortaciones contra el soborno y el mal uso del dinero en cualquiera de sus formas (ver 1 S. 12:3).
• Los peligros de desperdiciar el tiempo y el dinero (cuidado con postergar nuestros actos).
• Exaltar la humildad (“A la honra precede la humildad”).
• Enfatizar el tratar a los pobres con justicia. Rehuir la opresión en cualquiera de sus formas.
• Comparar los rasgos de la mujer buena y de la mala; la selección de una esposa de la mejor calidad.
• La personalidad de la sabiduría: la sabiduría es pura, pacífica, etc.(ver Stg. 3:17).
• La sabiduría que edifica una casa (colocar los cimientos de sabiduría que edifican el matrimonio).
• La oposición al escarnio, la mofa y la jactancia. En la vida de un rey, no es de buen gusto hacer esto.
• Arrepentimiento, ser enseñables, dejar nuestra propia sabiduría.
• Dejar de sentirnos ofendidos (un corazón ofendido puede degenerar en un corazón perverso).
• Aborrecer el ser simples. Rechazar la sabiduría trae como consecuencia el rechazo de Dios.
• Las actitudes correctas hacia los enemigos (no hay lugar para la represalia ni para buscar venganza).
• El respeto a nuestros padres, cualquiera sea su edad (“No aborrezcas a tu madre en su vejez”).
• Los problemas del alma que afectan el cuerpo (un cuerpo saludable depende de un alma saludable).
• Otros.
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LA EVIDENCIA DEL VERDADERO MENSAJE
¿Cuál es el mensaje del momento?
EL MENSAJE ETERNO
(Absolutos)
• La humildad y mantener el ego fuera del cuadro.
• Llevar a cabo la voluntad de Dios para mi vida.
• Aborrecer el pecado y amar la justicia.
• La pureza de motivaciones, ir tras la sabiduría divina.
• Llegar al conocimiento de Dios, que mi vida sea transformada.
• Discernir el deseo que Dios tiene en Su corazón para el día de hoy.
• Centrarnos en el Cordero, volvernos como Él.
• La unidad entre nosotros, especialmente en casa.
• La unidad de pensamiento entre esposo y esposa.
• Tener un espíritu contrito, enseñable y quebrantado.
• Aclarar todo conflicto de nuestro corazón.
• La Iglesia de Dios alcanzando la gloria y la madurez.
• Ser una esposa preparada para Cristo.
• Proclamar el Evangelio con poder y realidad..
• Centrarnos en todos los frutos del Espíritu
EL MENSAJE TEMPORAL
(Ninguno de estos puntos es absoluto)
• Lo que Dios puede hacer por mí.
• La forma más rápida de salir de mis problemas.
• Reclamar mis derechos en Cristo.
• Recibir bendiciones materiales.
• Centrarme en mi persona: cuán excepcional llegaré a ser
estando en Cristo.
• Cómo puede Jesús convertirme en un éxito.
• Predecir el futuro.
El mensaje de la prosperidad ha fallado enormemente
por haber hecho hincapié en lo que Dios puede hacer por
mí y no en la vida de santidad. No ha puesto el énfasis en
tener un corazón de siervo, volverse cordero o ceder los
derechos. Tampoco la humildad se ha mencionado
adecuadamente ni se ha predicado la importancia de la
pureza moral y marital.
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23. ¿POSEEMOS UN AMOR DIVINO? Si se resumieran todas las características del amor divino,
podrían abarcarse con tres palabras: falta de egoísmo. El amor es lo contrario del egoísmo. El amor
divino no es solamente una emoción. ¡Es carácter! Hace lo que más le conviene a los demás. El amor
no busca lo suyo, no se irrita con facilidad. Soporta y sufre todas las cosas. El verdadero amor es
totalmente desinteresado. Es el “vínculo perfecto” (Col. 3:14). El amor es sufrido, pone su vida por
los demás. El amor es el cumplimiento de la Ley (Ro.13:8-10). ¡El amor nunca deja de ser! La
perfección cristiana se determina por el grado en que se ha perfeccionado en nuestra vida la naturaleza
magnánima del amor de Dios.
El egoísmo es exactamente lo contrario del amor. El egoísmo considera el ego primeramente. El
egoísmo es la razón principal de que las personas no se puedan llevar bien entre sí. Además, es una
importante causa de divorcio. Alguien dijo: “Si los legisladores aprobaran una ley que permitiese el
divorcio sólo a los faltos de egoísmo, no existirían los divorcios”. La negación del yo es un paso
básico en el cristianismo (Mt.16:24). Ni aun el Salvador se agradó a sí mismo (Ro.15:1-3).
Alcanzar el Verdadero Amor y la Unidad
“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el
amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 P. 1:22).
¿Cómo se llega al “amor fraternal no fingido”? 1 Pedro1:22 y 1 Juan 1:7 nos muestran el camino.
Se llega a través de un proceso lento y gradual que requiere muchos actos de obediencia y mucho
acato a la verdad. La causa de que se manifieste tan poco carácter en la Iglesia, es que estas valiosas
posesiones (el amor y la unidad) llevan una etiqueta que anuncia un alto precio, y pocos están
dispuestos a pagar ese valor para obtenerlas.
“El amor fraternal no fingido” es unidad. ¡Lo uno equivale a lo otro! Donde existe la humildad
genuina, hay unidad. Sin embargo, nosotros por naturaleza no somos humildes ni desinteresados,
sino que promocionamos con firmeza nuestras costumbres, opiniones y voluntad. Son pocos los
que tienen la nobleza de ceder, por eso continuamente se suscitan disputas.
Dios entiende perfectamente la causa de los conflictos y rupturas que hay entre nosotros. Por
consiguiente, Él brega con esos problemas de uno en uno y a su propio paso. Él nos hablará con
claridad y no habrá malos entendidos. Dios señalará el problema que hay en nuestra vida. Tal vez nos
haga tomar conciencia, diciendo: “Esto necesita arreglo”, o “quiero que esperes”, o “no te conviene
esta relación”. Acaso intente darnos una nueva orientación, diciendo: “Este no es mi plan para tu vida;
estoy pensando en algo diferente”. O quizás: “Tu actitud hacia esta persona no es buena porque impide
tu crecimiento y afecta negativamente a los demás”. El Espíritu puede hablar suavemente a nuestro
corazón, diciendo:“Quiero que seas más dócil; eres muy rígido en tus opiniones”.
Cuando Dios nos confronta con alguna imperfección nuestra, también nos ofrece la gracia
(capacitación divina) que nos ayuda a responder a Su pedido. Ésta es la clave: si respondemos
obedeciendo Su voz, hay una transformación en nuestro corazón. Se deposita algo en nuestro ser.
Efectivamente, cada vez que obedecemos de corazón a las verdades frescas que se nos ofrecen, una
nueva purificación ocurre en nuestra alma. “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia
a la verdad”. Leer 1 Pedro 1:22 de nuevo.
Respondiendo en cada ocasión a la luz de la verdad de Dios, se opera un cambio interno. A medida
que este proceso se repite una y otra vez, llegamos a ese bienaventurado estado de “amor fraternal
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no fingido” (1 P. 1:22). Cada nuevo acatamiento a la verdad, subsana en nuestro corazón aquello
que está causando desunión, esas áreas de negrura, confusión, egoísmo y dureza.
La Luz Conduce al Amor y a la Unidad
“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de Jesucristo su Hijo [continuamente] nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
¡La luz conduce al amor! Por ningún otro camino se llega al amor, sólo andando en la luz. El
compañerismo que tenemos los unos con los otros se basa en andar en la luz, o andar en la verdad.
El andar en la luz (en la verdad) es lo que subsana las tinieblas y la desunión que hay en nuestro
corazón. Por eso, es imposible que haya unidad o compañerismo si estamos rehuyendo la luz. El
verdadero amor se perfecciona a medida que andamos en luz y respondemos a ella (1 Jn. 2:5). Por
esa razón, los obedientes son los únicos que entran en el verdadero amor y en la unidad.
De nada sirve anunciar desde el púlpito: “Debemos tener unidad aquí; debemos amarnos los unos a
los otros”. El amor y la unidad verdaderos son posibles únicamente cuando la congregación está
respondiendo a la luz. El crecimiento es continuo solamente cuando estamos diciendo “sí” a lo que
Dios señala en nuestra vida. Cada vez que decimos “sí” a Dios, hay cambio, hay crecimiento. De
esta manera es que avanzamos del punto C al D espiritualmente. Pero cuando decimos “no” a Dios,
se detiene nuestro crecimiento y cesa también la verdadera guía. Dios no nos mencionará el punto
E si hemos hecho oídos sordos al punto D.
Dios es Luz – Dios es Amor
El cristianismo tiene que ver con compañerismo, es una comunión con Dios y con los demás. La
vida entera gira en torno a las relaciones (Mt. 22:36-40). Todas los pecados tienen que ver con
nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. Entonces, lo que nos hace falta es un compañerismo
que crezca y madure. Un compañerismo creciente se da cuando desarrollamos el amor divino, lo
cual conduce a la unidad. Sin embargo, solamente al andar en luz (en la verdad) tenemos este
compañerismo. Sólo entonces la sangre de Jesucristo nos limpia [continuamente] de todo pecado y
subsana todas nuestras desavenencias (1 Jn. 1:7).
¿Cuáles son las cosas que destruyen nuestro compañerismo? El pecado destruye el compañerismo. Hiere
nuestra relación con Dios y con el hombre. El odio y la falta de perdón destruyen el compañerismo y nos
separan. Juan dijo que si aborrecemos a nuestro hermano estamos y andamos en tinieblas (1 Jn. 2:9-11). El
error destruye el compañerismo. Los falsos conceptos y los falsos espíritus producen frutos malignos que
corroen la comunión y unidad que tenemos. Todos estos son temas centrales de la primera epístola de
Juan. Y aunque a Juan se le conoce como “el apóstol del amor”, también es el apóstol del discernimiento.
Primeramente Juan nos presenta al Dios de luz, y luego al Dios de amor. “Este es el mensaje que hemos
oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Jn.1:5). En los versículos
6 y 7, Juan aclara que nuestra comunión con Dios y con el prójimo depende de que andemos en luz. Tras
establecer el hecho de que “Dios es luz”, Juan desarrolla el tema de que “Dios es amor”. ¡La luz precede
al amor! Andar en luz, obedecerla y ser llenos de ella es lo que nos lleva al amor y a la unidad.
La luz precede al amor, no puede haber amor sino hasta que
afrontamos la luz y se subsanan nuestros conflictos.
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ANDAR EN LUZ NOS LLEVA AL AMOR Y A LA UNIDAD
Comparación entre la luz y las tinieblas
Andar en la luz
• Mantener una buena conciencia.
Andar en las tinieblas
• Ir en contra de los dictados de nuestra conciencia.
• Obedecer lo que sabemos que es correcto, viviendo • Dar la espalda a lo que sabemos es la verdad y
voluntad de Dios; rechazar la luz (Pr. 2:13).
sobre la base de las verdades que tenemos hoy.
• Amar la verdad, buscar activamente más de la verdad. • Amar el mundo y las cosas de las tinieblas.
• Acatar la corrección en forma rápida y positiva:
acoger la reprensión y no resentirla.
• Contrariarnos al ser reprendidos por nuestros
superiores, y no querer admitir cualquier falta o
debilidad.
• Tener la disposición de exponer ante Dios todo
nuestro corazón, y ser abiertos para con nuestros
hermanos.
• Encubrirnos y escondernos de Dios, no revelando
a nuestros hermanos nuestros hechos de mayor
gravedad.
• Andar en compañía de hermanos que tienen
convicciones, personas que también anden en luz.
David siempre acudió a Samuel por consejo.
• Tener amigos que no caminan con Dios. Evitar a
quienes sí andan en luz. Por ejemplo, Saúl rehuía a
Samuel.
• Mantener el corazón libre de ofensas y rencores.
Ver 1 Juan 2:9-11. No endurecer el corazón.
• Permitir que entren en nuestros corazones el odio
y los malos sentimientos hacia los demás (1 Jn. 2:911; He.12:15).
Características de la luz
Características de las tinieblas
• Revela, alumbra, expone, muestra lo oculto. La luz
hace añicos el velo del fingimiento.
• Las tinieblas son una cobertura, un manto. En las
tinieblas, el individuo puede fingir y representar un
papel (Jn.3:19-2; 15:22).
• En las tinieblas se desarrollan enfermedades y
• La luz nos hace genuinos y reales, nos limpia de
falsedad y de hipocresía. Nos vuelve transparentes. microbios. Es allí en donde se propaga la plaga de la
maldad.
• La luz es verdad. Es un poder libertador (un láser
es una potente concentración de luz).
• Las tinieblas son oscuridad, confusión, falta de
claridad y de dirección. También son un ámbito de
irrealidad.
• La luz es salud. Los gérmenes y la enfermedad se
desarrollan en lugares sin luz.
• Las tinieblas son desaliento, desesperación, mentira.
La depresión es tinieblas, tal como la penumbra y la
bruma.
• La luz nos muestra hacia dónde vamos. Es dirección
y entendimiento. Dios es luz. Él no tiene confusión,
duda, temor, desánimo ni tristeza. No hay cosa que
a Dios le tome por sorpresa.
• Satanás sólo tiene poder en los lugares en que está
perfectamente escondido o disfrazado de alguien
más. Satanás ama las tinieblas. El suyo es un reino
de tenebrosidad. Su poder es quebrantado cuando es
expuesto por la luz.
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24. ¿SOMOS PERSONAS DE RESPONSABILIDAD? Una persona responsable tiene un alto
sentido de la responsabilidad. Siempre está consciente de que rendirá cuentas a Dios, a su familia
y a los demás. El hombre responsable teme a Dios. Por lo tanto, vigila sus palabras, gestos,
actitudes y hechos. Entiende que su vida está dejando constantemente una huella en quienes lo
rodean, y que está influyendo en sus destinos para toda la eternidad.
Se puede confiar en el hombre responsable tanto en el trabajo como en la casa y en la iglesia. Es un
varón de palabra. Toma en serio lo que dice, y dice lo que toma en serio; es alguien que cumple sus
promesas (Mt. 5:37). Cuando hace un compromiso, lo lleva a cabo hasta el fin (Sal. 15:4). Cuando
dice: “Nos vemos a las 8:00 a.m.”, estará allí o se comunicará con nosotros en caso de que no
pueda. El hombre responsable tiene buenas actitudes hacia la autoridad: hacia su jefe, policías,
maestros, funcionarios electos y progenitores. Además, tiene la delicadeza de pagar sus deudas
antes de recrearse en otros intereses.
Las actitudes que predominan en las personas irresponsables se parecen a estas: “Yo no tengo que
aguantar esto”, “A mí nadie me ordena lo que tengo que hacer”, “Yo hago con mi vida lo que me da
la gana”, “Si no me gusta mi empleo, o la presión, o mi matrimonio, simplemente me voy”. Caín se
desligó de toda responsabilidad cuando Dios le preguntó por el paradero de su hermano. Dijo muy
elocuentemente: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Pilato pensó que con lavarse las manos
quedaría exento de culpa por derramar sangre, y dijo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo”
(Mt. 27:24). Sin embargo, estaba bajo su jurisdicción ponerlo en libertad o condenarlo, y Dios
ciertamente lo hizo responsable de este acto (Jn. 19:10). Pablo se hizo a sí mismo guarda de sus
hermanos. Dijo que era deudor a todos los hombres y que se sentía obligado a decirles la verdad
(Ro. 1:14-15). Él “soportó todas las cosas por amor de los escogidos” y “se volvió de todo para todos”
para que algunos fuesen salvos (1 Co. 9:22; 2 Ti. 2:10). Pablo, con el fin de servir y rescatar al hombre
caído, hizo a un lado la comodidad y todo interés personal.
25. ¿CÓMO ADMINISTRAMOS NUESTRO TIEMPO? ¿Hemos hecho a Jesús el Señor de
nuestro tiempo? El tiempo es el regalo que Dios nos ha dado. En la eternidad el tiempo no es motivo
de preocupación. Sin embargo, en la tierra el tiempo es el bien más preciado que Dios nos ha confiado.
El tiempo es una mayordomía, algo que se nos ha confiado divinamente, algo que no se puede comprar
ni prestar. Dios nos preguntará cómo usamos el tiempo. Supongamos que hemos desperdiciado la
mitad del día ocupándonos en insignificancias. Si hemos hecho de esto un hábito, hemos desperdiciado
la mitad de nuestra vida. ¡Desperdiciar el tiempo es desperdiciar la vida! Cuando se nos ha acabado el
tiempo, se nos ha acabado la vida. El tiempo transcurre. ¿De qué manera lo estamos usando? Dios
nos dará los años necesarios para cumplir lo que ha planeado para nuestra vida. Pero si desaprovechamos
el valioso tiempo, no podremos cumplir la voluntad de Dios.
El Salmo 90 es una oración de Moisés. Las personas de su generación habían vagado cuarenta
años por el desierto desperdiciando la mayor parte de su vida en desobediencia y dureza de
corazón. Por lo tanto, Moisés ora en el Salmo 90 por las generaciones futuras, para que nosotros
no desperdiciemos nuestra vida en búsquedas sin objeto, y que Dios nos conceda sabiduría para
saber usar correctamente el tiempo. “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos
al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). Que Dios nos lleve al punto en que todo lo que hagamos tenga
sentido, sea provechoso y eficaz; que dé fruto perdurable.
¿HEMOS HECHO A JESÚS EL SEÑOR DE NUESTRO TIEMPO?
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Sacar el mayor provecho de nuestro tiempo
• La mayoría de nosotros ya tiene suficientes ocupaciones. La pregunta es, ¿son
productivos los proyectos en que estamos ocupados? En Efesios 5:16-17 se nos
ordena “aprovechar bien el tiempo” y “redimir el tiempo”. Debemos hacer que cada
esfuerzo cuente. Esto significa estar en los lugares correctos a la hora correcta,
reunirnos con la gente correcta y decir las palabras correctas. En síntesis, debemos
ser guiados por el Espíritu hasta en los menores detalles.
• ¿Estamos delegando responsabilidades en las personas apropiadas? No debemos
tratar de hacerlo todo nosotros solos. Hasta nuestro Señor Jesús, estando en la tierra,
entendió que no podía estar en todas partes a la vez. Por eso, depositó Su misión y
Su mensaje en otros hombres que los propagaran.
• Cuando decimos que no podemos comprimir todas nuestras actividades dentro de
un día de veinticuatro horas, es que estamos demasiado ocupados. Recordemos que
Dios sabía lo que hacía cuando creó días de veinticuatro horas. ¿Hay que tener dos
empleos para pagar lujos que son innecesarios para vivir? Esto reclama nuestro
tiempo, energía y nervios. A la larga, si consideramos lo que vale tener un segundo
carro, pagar impuestos adicionales, pagar niñeras y muchas otras cosas más, ¿será
realmente económico que una madre salga a trabajar?
• ¿Nos da miedo declinar invitaciones o rechazar solicitudes pensando que con ello
ofenderemos a alguien? Aprendamos a decir que “no” amablemente. Hay una forma
discreta de hacerlo, ¿por qué no pedirle ayuda a Dios? Hay que hacer una catalogación.
¿Son rotundamente necesarios todos nuestros esfuerzos? (¿Viajes, atenciones, actividades,
pasatiempos?) Luego de hacer una lista, escojamos los elementos más importantes y
borremos algunos de los otros. Lo que queremos es dar fruto que perdure. Oremos para
que Dios nos conceda sabiduría para usar eficientemente nuestro tiempo y sólo para los
asuntos que tienen importancia para la eternidad. El tiempo es corto; ya se acaba.
Distracciones que consumen nuestro tiempo y dinero
(Entre más de ellas tenemos, mayor mantenimiento debemos darles)
A continuación describimos con una sola palabra, las tareas que tenemos que hacer para dar
mantenimiento a todos los aparatos, proyectos y pasatiempos adicionales que nos desvían del tiempo
con el Señor y de nuestro supremo llamamiento. Estas cosas tienen que ser:
modificadas
cambiadas
limpiadas
gravadas
cultivadas
cortadas
desempolvadas
archivadas
llenadas
sujetadas
engrasadas
guarecidas
aseguradas
inspeccionadas
autorizadas con icencia
reparadas
hipotecadas
segadas mecánicamente
abonadas
engrasadas
organizadas
revisadas en un taller
pintadas
cubiertas con parches
pulidas
preservadas
podadas
grabadas
reguladas
renovadas
reparadas
raspadas
restregadas
selladas
atendidas
lavadas con shampoo
afiladas
entresacadas
enderezadas
barridas
apretadas
acicaladas
afinadas
aseadas con aspiradora
esmaltadas
lavadas
irrigadas
desyerbadas
protegidas del invierno
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Hasta las cosas buenas y legítimas pueden impedir que le seamos fieles a Dios. Si fuésemos llamados
al ministerio, procederíamos con sabiduría poniéndole límite al número de hijos procreados. Con
una familia numerosa necesitamos una casa más grande, lo que significa mayores impuestos, mayores
cuentas por servicios públicos, mayores honorarios médicos y odontológicos, y muchas otras
obligaciones. Existen demasiados misioneros/ministros que han tenido que abandonar el ministerio
para velar por el bien de sus hijos. Al hacerlo, han sido negligentes para con cientos de hijos
espirituales. Guardémonos de enredarnos en los negocios de la vida, aun si éstos son valederos.
26. ¿QUÉ ACTITUD TENEMOS HACIA LOS HERMANOS CAÍDOS? Gálatas 6:1 es otra
demostración vital de espiritualidad: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta [o
pecado], vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a
ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. ¿Qué pensamientos pasan por nuestra mente cuando
vemos tropezar a un compañero creyente?
Cuando un hermano o hermana cae en pecado, ello comúnmente origina varias reacciones equivocadas:
a). La crítica.
b). La dureza.
c). La aspereza.
d). Una actitud de decir “te lo dije”.
e). Una actitud de decir “Dios a éste ya no puede ayudarle”.
David dijo: “Muchos son los que dicen de mí: no hay para él salvación en Dios” (Sal. 3:2). Así se expresaban
del rey David sus compañeros creyentes cuando pecó y se vio bajo una disciplina severa. Muchos decían:
“Para él no hay remedio; Dios ya acabó con él”, pero se equivocaban. Un cristiano maduro se da cuenta
de que también es capaz de caer en pecado. Él ha aprendido a ser sensible a las luchas y tentaciones que
atormentan a los demás, y está agradecido y consciente de la gracia que lo ha protegido (1 P. 1:5).
El ser duro y crítico para con un hermano caído, revela en nosotros lo siguiente:
• Que no estamos convencidos de que podemos caer en el mismo lazo.
• Que no percibimos algunos de los tormentos sufridos por los demás. Si fuésemos sensibles a ello,
seríamos misericordiosos.
• Que necesitamos una visión más clara y mayor del deseo de Dios de restablecer a las personas.
El corazón de Dios está a favor de la restauración.
27. ¿CUÁN BIEN NOS CONOCEMOS A NOSOTROS MISMOS? Después de conocer a
Cristo, lo más importante es conocer nuestro propio ser (1 Co. 13:12). Tenemos conflictos por no
entendernos a nosotros mismos. Muchas de nuestras ataduras se rompen cuando son expuestas
por completo a la luz. Nuestros problemas no pueden resolverse sino hasta que estamos
convencidos de ellos. La liberación llega sólo hasta que estamos persuadidos de la falla que
tenemos. Recordemos que Job fue purgado sólo después de haberse visto a sí mismo a la luz
divina (Job 42:5-6). Sólo hasta entonces acabó su prueba. Nosotros debemos tener la capacidad
de ver lo que Dios ve en nosotros, así haremos una confesión sincera.
Las pruebas, el tiempo y la presión nos reblandecen. Nos suavizan de tal manera
que oímos y vemos lo que antes no aceptábamos por ineptitud o renuencia.
Luego, el nuevo entendimiento nos transforma (Romanos 12:2).
De acuerdo con las palabras del Señor Jesucristo, la hipocresía es autoceguera (Mt. 7:1-5). El ser
humano puede tratar a los demás con gran severidad y aspereza, teniendo él mismo en su corazón
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iguales defectos que, por lo general, son aun mayores (Ro. 2:1). Entonces, ¿por qué es hipócrita la
gente? Por no conocerse a sí misma. La gente está ciega al estado de su propio corazón (Jer. 17:9). El
genuino cristianismo y la madurez implican que toda nuestra vida interior es escudriñada por Dios e
inundada de luz divina. Esto significa que cada área de nuestro ser debe ser examinada por la mirada
de Dios, que todo lo observa y redime. (Sal. 11:4; Pr. 20:27). Dios ve y conoce cada parte nuestra.
Cuando somos capaces de ver lo que Él ve, somos libres. Sin embargo, existe otro factor aquí. Para
mostrarnos lo que Él ve y nuestra verdadera condición, Dios tiene que esperar hasta que hayamos
alcanzado la madurez suficiente.
28. ¿HASTA QUÉ PUNTO SE HA DESARROLLADO EN NOSOTROS EL FRUTO DEL
ESPÍRITU? He aquí el máximo sello de espiritualidad. El patrón supremo que usamos para juzgar
el carácter de los hombres es el siguiente: Por sus frutos los conoceréis (Mt. 7:20). Cada uno de los
nueve frutos del Espíritu aparece en Gálatas 5:22-23 y constituye un aspecto de la naturaleza de
Dios. Por consiguiente, el objetivo del Espíritu Santo es producir cada uno de estos bellos frutos
dentro de nuestra vida, de manera que nuestra naturaleza sea exactamente como la del Señor. Estamos
predestinados para ser hechos conformes a Su imagen (Ro. 8:29). Por eso, cuando todas estas
virtudes celestiales se encuentran floreciendo abundantemente, somos muy semejantes al Señor.
Además, la fortaleza de un hombre se determina por la manifestación de estos frutos en su vida.
Los nueve frutos del espíritu son fuerzas
(Gálatas 5:22-23)
El amor es la fuerza para poner a otros en primer lugar. Es la fuerza para ser
desinteresado, para resistir y soportar todas las cosas. El amor no busca lo suyo, mas
coloca a los otros primero.
El gozo. “El gozo del Señor es nuestra fortaleza”. El gozo obra en nuestro espíritu
sanando heridas, rencores y depresiones. El gozo incluso nos fortalece físicamente y
nos proporciona energía.
La paz es la fuerza para mantenernos serenos en medio de las tormentas. La persona
que tiene paz no es sacudida por dudas, temores o ataques del enemigo. La paz
proporciona estabilidad al corazón y a la mente.
La paciencia es la fuerza para “no darse por vencido” y para soportar dificultades,
demoras y circunstancias.
La benignidad es la fuerza para no ser rudos ni mordaces para con los demás. Es la
fuerza para ser amables. Emana de la sabiduría. Solamente una persona fuerte puede
ser benigna.
La bondad es la fuerza para proceder conforme a la moral. Es desechar nuestros
propios deseos y hacer lo que es provechoso para el prójimo en términos eternos.
La fe es la fuerza que vence al mundo, a Satanás y a las tenebrosas pruebas (1 Jn.
5:4). La fe mueve montañas. La fe es superior a cualquiera de nuestros problemas.
La mansedumbre es la fuerza para no vengarse, ni verbal ni físicamente (Is. 53:7;
1 P. 2:21-23). Además, es la fuerza para aceptar sin enojo nuestras circunstancias.
La templanza (dominio propio) es la fuerza para no autocomplacerse y para controlar
los apetitos y las pasiones. Sansón no era de espíritu fuerte.
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NUESTRA META: ENTRAR EN LA GLORIA
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Este sencillo pasaje
nos muestra cuál es la meta en la vida: entrar en la gloria. Pecar es estar destituidos de ese objetivo.
La misión suprema de nuestro Señor Jesucristo fue “llevar muchos hijos a la gloria” (He. 2:10). Él
no vino a la tierra simplemente para rescatar del juicio eterno a una humanidad caída. Jesús vino a
revolucionar a un pueblo para que se asemejase perfectamente a Él, “para exaltar del muladar al
menesteroso, haciéndole sentar con príncipes y heredar un sitio de honor” (1 S. 2:8). Es por eso que
Pablo proclama: “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a
Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25).
El deseo de Dios es tener una Novia madura y gloriosa que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante
(Ef. 5:26-27). Dios ansía una persona que esté a Su mismo “nivel de comunicación”, alguien a quien
poder abrir Su corazón y compartir los secretos más profundos. Dios no puede tener esa clase de
relación con una niña. Consecuentemente, debemos avanzar del estado de niños recién nacidos en
Cristo, a una Esposa madura. Es un progreso que va de 1 Pedro 2:1-2 a Apocalipsis 19:7-8.
Pablo usó las palabras “niños” y “carnales” para describir a los creyentes de Corinto (1 Co. 3:1-3; ver
He. 5:12-14). En la época en que Pablo les escribió, éstos no estaban preparados para reinar con
Cristo. El trono no se le confía ni a niños sin desarrollar ni a personas carnales, mas sólo a los
vencedores (Ap. 2:26; 3:21; 21:7). Pablo retó a los corintios, diciéndoles: “Vosotros sois [actualmente]
indignos de juzgar cosas muy pequeñas”, cuando de hecho hemos sido llamados a juzgar al mundo
y los ángeles (1 Co. 6:2-3). Pablo no alzó desesperadamente las manos cuando les escribió. Él
confiaba en que Dios “los confirmaría hasta el fin, para que fuesen irreprensibles en el día de
nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 1:8). Pablo recordaba su propia procedencia. Se daba cuenta de
que la misma gracia que transformó su vida, era poderosa para realizar lo mismo en los corintios si
éstos continuaban obedeciendo y respondiendo diariamente a la voz de Dios. Los corintios eran en
efecto personas nacidas de nuevo, llenos del Espíritu y santificados en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo (1 Co. 6:11). Tenían delante de ellos el inmejorable ejemplo de Pablo, y poseían muchos
de los dones espirituales. Sin embargo, aun eran jóvenes en la fe, inmaduros y carnales. No se
habían limpiado de los deseos mundanos (2 Co. 7:1). Todavía estaban por entrar en la gloria.
¿Qué significa “entrar en la gloria”? En mi opinión, hemos comenzado a entrar en la gloria cuando
los demás pueden contemplar a Cristo en nosotros (Gá. 1:16, 24). Cristo en nosotros, la esperanza
de gloria (Col. 1:27). Cuando nacemos de nuevo, Cristo es concebido en nosotros como una simiente
(1 P. 1:23). Esa simiente santa en nosotros no puede pecar (1 Jn. 3:9). Con todo, debemos permitirle
formarse completamente en nuestro interior (Gá. 4:19) hasta que lleguemos a un varón perfecto, a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (ver Ef. 4:13-14). Por supuesto, Cristo está en
nuestro ser cuando nacemos de nuevo, y según alcanza el pleno desarrollo, los que están a nuestro
alrededor ven al Cristo maduro manifestándose a través de nuestra vida.
Por lo tanto, entrar en la gloria es ser conformados a la imagen del Hijo de Dios (Ro. 8:29) y
manifestar Su vida al mundo. La gloria implica cuatro cosas:
1.) En toda circunstancia, dar a Dios la gloria debida a Su nombre.
(Hch.12:23; Ro. 4:20; 1 Co. 10:31; 2 Co. 4:15; Ap. 4:11; 11:13; 14:7; 16:9). 1
2.) Recibir la gloria o aprobación que Dios concede (Jn. 5:44; 12:43; Ro. 2:7,10; He. 3:3).
3.) Reflejar la gloria de Dios alcanzando la madurez (1 Co.11:7; 2 Co. 3:18).
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4.) En la venida del Señor, ser partícipes de la gloria consumada concedida a los santos (Ro. 8:18;
1 Co.15:43; 2 Co. 4:17; 2 Ts. 1:10; 1 P. 5:1, 4).
¿CÓMO ENTRAMOS EN LA GLORIA?
• EL HAMBRE, EL DESEO. Tener hambre de Dios es un don divino. Dios mismo siembra esta
hambre en nuestro corazón cuando esperamos en Él y nos atrae soberanamente (Jn. 6:44). Moisés
buscó de Dios, diciendo: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Ex. 33:18). El resultado de ello fue
una magnífica aparición divina descrita en Éxodo 34:5-8. “Te ruego” es una frase muy fuerte en el
idioma hebreo original y en griego. Denota desesperación. La gloria de Dios se revela al individuo
que escudriña ávida y desesperadamente. ¡La clave es el deseo! Los cristianos que están conformes
con su forma de ser, no entran en la gloria (Ap. 3:15-19). Si no estamos hambrientos, oremos así:
“Señor, ten misericordia de mí y atráeme” (Cantares 1:4; Jn. 6:44).
• LA SED. David tenía sed de Dios (Sal. 42:1-2). Él tenía sed del poder y gloria de Dios (Sal. 63:12). En la vida sólo se había quedado con un deseo: “contemplar la hermosura de Jehová e inquirir
en Su templo” (Sal. 7:4). Estaba dispuesto a pasar por secas experiencias de desierto porque ellas
crean sed de Dios y de gloria. Puede ser que Dios seque algunos de nuestros antiguos riachuelos
para que bebamos exclusivamente de Él, la fuente de agua viva (Jer. 2:13). Recordemos que Dios
derrama Su Espíritu sólo sobre los sedientos (Is. 44:3; 41:17-18; Mt. 5:6).
• LA AGRESIVIDAD. Dios no visita a los pasivos. Él frunce el ceño ante la tibieza. La Esposa que
Cristo escoja no tendrá doblez de corazón (Ap. 3:15-16). Si queremos tener un encuentro con Dios para
que nuestra vida cambien de manera significativa, debemos ser agresivos (Mt. 11:12; Pr. 2:1-5). Todo
creyente debe vencer sus “raíces” y trasfondo. Las fortalezas y las flaquezas que hemos heredado en
particular, se trasladan a la vida cristiana. Por ejemplo, los Cuáqueros y los Amish no oponen resistencia.
Ellos están en contra de todo tipo de guerra. Sin embargo, a menudo trasladan su mentalidad a la vida
espiritual, a tal grado que no le oponen resistencia a Satanás. Pero, en las Escrituras, tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento, encontramos una abundancia de terminología militar. Jesús mismo declaró
que se requiere un espíritu violento para arrebatar la vida del reino (Mt. 11:12). “El reino de los cielos
sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”, “el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por
entrar en él” (ver Lc. 16:16). Sólo los agresivos obtienen las promesas y entran en la gloria.
• LA JUSTICIA. “Gracia y gloria dará Jehová” a los que andan en integridad delante de Él (Sal.
84:11). Dios ama la justicia y favorece al íntegro con Su gloria. Ciertamente, el Señor nos hará
participar de todas Sus gloriosas promesas al deleitarnos nosotros en Él y al obrar con rectitud
(Nm. 14:8; Is. 64:5).
• EL ORDEN. Cuando sea puesto en orden todo lo que atañe a nuestra vida y hogares, se revelará la
gloria del Señor (Is. 40:3-5). No puede llegar la gloria de Dios si no satisfacemos la norma. Son muchas
las cosas que preceden a la llegada de la gloria de Dios. Fue sólo hasta que el tabernáculo estuvo “completo”
y que cada artículo se encontró en su debido lugar, que la gloria del Señor descendió (Ex. 40:33-35). Así
sucedió también en el templo de Salomón (1 R. 6:38; 8:10-11), y ciertamente estas verdades se aplican
a nosotros porque somos el templo de Dios. Por eso, es vital que nuestro hogar marche ordenadamente
y que las relaciones con hijos y cónyuge se sujeten a las amonestaciones bíblicas.
Para que Dios aparezca en Su gloria, muchos preparativos deben efectuarse (Sal. 102:16). “Entonces
Moisés dijo: Esto es lo que mandó Jehová; hacedlo, y la gloria de Jehová se os aparecerá” (Lv. 9:6,
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9:4). Antes de que la gloria del Señor apareciera a Israel, los primeros ocho capítulos de Levítico
debieron acontecer. El pueblo de Dios tuvo que ofrecer los debidos holocaustos, pasar por varias
limpiezas, hacer la correcta aplicación de la sangre, tener las vestiduras espirituales apropiadas, y ser
ungidos. Todo esto es indispensable en nuestras propias vidas antes de que la gloria llegue.
• LA MADUREZ. La gloria desciende sobre los maduros, sobre un plantío que ha alcanzado madurez.
El campesino cuyo plantío no llega al punto de madurez, no está feliz sino triste. Asimismo, Dios es
un labrador y no se alegra ni puede estar satisfecho si nosotros no producimos un fruto perfecto (Lc.
8:14; Stg. 5:7). La madurez se basa en crecer en sabiduría.“Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría;
y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia” (Pr. 4:7; Sal. 90:12).
El anhelo de Dios es que Su Iglesia entre en la gloria plena. Cristo viene por una Iglesia gloriosa
(Ef. 5:26-27). Él debe quitar toda mancha y arruga de nuestra vida, ya que Dios no tomará para sí
una esposa con defecto. Se determinó desde antes del principio del mundo que la Iglesia entrara
en la gloria. La entrada de la Iglesia en la gloria es un hecho (Ef. 5:26-27; Is. 60:1-2; 40:3-5). La
pregunta es si usted y yo tendremos parte en esa gloria. Números 14.21 declara: “Tan ciertamente
como vivo Yo, mi gloria llenará toda la tierra”. A partir de este singular versículo podemos ver
cuál es el deseo de Dios desde los inicios del hombre.
¿Cuál es la clave para entrar en la gloria? Sencillamente es permanecer en la senda que Dios tiene
para nuestra vida. No debemos virar ni a derecha ni a izquierda, ni evadir un problema que Dios nos
esté señalando (2 R. 22:2). Afrontemos cada situación denodadamente. Si el asunto es muy difícil,
debemos orar hasta obtener la victoria. Si aun así nos abruma, debemos acudir a los ancianos por
ayuda. Subamos la escalera espiritual dando un paso a la vez. Los santos que han escalado más
arriba en la escalera, son aquellos que no eludieron el asunto, sino que por gracia afrontaron cada
situación. En el momento en que le decimos “no” al Señor, dejamos de crecer. Oremos por un
corazón dócil y cooperador. Poderoso es Dios para darnos un corazón de carne (Ez. 36:26).
FUNDAMENTO BÍBLICO PARA ENTRAR EN LA GLORIA
1. Entrar en la gloria es el blanco hacia el cual nos esforzamos.
“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
2. La suprema misión de Cristo es que el hombre entre en la gloria.
“Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas…que habiendo de llevar muchos
hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (He. 2:10).
3. Dios nos ha llamado a ser como Jesús, quien es la gloria de Dios.
“Él nos predestinó para que fuésemos hechos conformes a la imagen de Su Hijo" (Ro. 8:29).
4. El anhelo del corazón de Dios es que Su Esposa entre en la gloria.
“A fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga” (Ef. 5:27).
5. El deseo de Dios es llenar toda la tierra de Su gloria.
“Mas tan ciertamente como vivo yo, y mi gloria llena toda la tierra” (Nm. 14:21).
La definición más sencilla de pecado es esta: Quedar destituidos de la meta que es la gloria de
Dios. Por consiguiente, si nuestro andar cristiano no progresa,
si no estamos creciendo,es que estamos pecando.
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LA VERDADERA GRACIA
Lo que es la gracia
Lo que no es la gracia
Cómo recibir la gracia
Cómo nos resistimos a la gracia
“Os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que
ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (1 P. 5:12).
“Os he escrito brevemente, amonestándoos, y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en
la cual estáis” (1 P. 5:12). Pedro hace hincapié en la verdadera gracia de Dios porque aun en sus días,
se predicaba dentro de la Iglesia un falso tema de la gracia. Así, Judas advirtió contra “hombres impíos
que habiéndose infiltrado dentro de la Iglesia, estaban convirtiendo en libertinaje la gracia de nuestro
Dios” (Jud. 1:4). La verdadera gracia nos enseña a decir “NO” a la impiedad y a los deseos mundanos
(Tit. 2:11-12).
¡La gracia verdadera no es tolerancia! No es una excusa para pecar, ni justifica el pecado. La gracia
verdadera no sugiere que Dios voltea la cabeza fingiendo no ver nuestro pecado, o que por conocer
nuestra debilidad disculpa la desobediencia. La gracia no quita nunca la responsabilidad que tenemos
de guardar los mandamientos de Dios, mas nos capacita para obedecerlos. La Iglesia debe darse
cuenta de que Dios no pasa por alto nuestros pecados. Por el contrario, Él ofrece este bien divino
llamado gracia, para que quedemos libres de la garra del pecado y podamos hacer la voluntad de
Dios. Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (Ro. 5:20b).
La gracia tiene dos significados específicos:
1. Gracia es un favor no merecido. Es la soberana generosidad y benignidad de Dios para con
nosotros.
2. Gracia es la capacitación divina y fuerza. Es un poder transformador que nos faculta y vigoriza.
Este estudio en particular tiene que ver con el aspecto de la gracia descrito en el numeral 2: la
capacitación divina (o el poder).
¡LA GRACIA ES PODER!
Poder para cambiarnos, guardarnos y usarnos
La gracia de Dios nos capacita (1 Co.15:10). Es un bien que Dios deposita en nosotros cuando
estamos necesitados (He. 4:16). La gracia es lo único que transforma nuestra vida (1 Ti.1:13-14). Si
Dios no nos da soberanamente de Su gracia, no se opera ningún cambio. Podemos mantener nuestro
corazón libres de amargura sólo cuando se nos concede la gracia (He.12:15). La gracia es básica
para controlar nuestras emociones: “Porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia” (He.
13:9). La gracia nos proporciona el poder necesario para obedecer lo que Dios nos pide (Ro. 1:5).
La gracia es tan poderosa que la manifestación de ella salta a la vista (Hch. 11:23).
“No estamos bajo la ley, sino bajo la gracia” significa que Dios espera más de nosotros (Ro. 6:14-15).
Antes de que la gracia llegara por medio de Jesucristo, el pueblo de Dios tenía la Ley pero su poder
para obedecerla era escaso. Ahora, habiendo llegado la gracia, el poder para guardar sus justos
requerimientos está disponible. La justicia de la Ley debe cumplirse en nosotros (Ro. 8:4).
47
Repaso
Solamente la gracia nos cambia (1 Co. 15:9-10). Pablo, en otro tiempo perseguidor de la Iglesia
de Dios, dijo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (Gá.1:13). La gracia transformó la vida de
Pablo. Él la recibió en abundancia (1 Ti. 1:13-14).
La gracia es concedida en tiempos de necesidad (He. 4:16). Existe la exhortación a “acercarnos
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro”. Si lo invocamos y mantenemos la actitud correcta, Dios derrama fielmente en nuestra
vida la gracia sustentadora cuando nos encontramos bajo presión.
La gracia se concede solamente a los humildes (Stg. 4:6; 1 P. 5:5-6; Pr. 3:34). Siempre hay una
razón para que unos reciban gracia y otros no. Noé halló gracia a los ojos de Jehová y fue protegido
en medio del juicio. Otros no lo fueron. Nuestra actitud determina si recibiremos gracia o no.
Cuando la gente endurece su corazón, se resiste a Dios y corta el flujo de la gracia.
La abundancia de gracia nos permite reinar en vida (Ro. 5:17). “Reinarán en vida... los que
reciben la abundancia de la gracia”. Si sólo recibimos una pequeña porción de gracia, no podemos
reinar. La medida de gracia que recibimos depende tanto de nosotros como de Dios. El Espíritu de
gracia puede ser ofendido (He. 10:29). Cada vez que somos agraviados, la gracia está disponible de
inmediato, pero el no apropiarnos de ella resulta en amargura (He. 12:15). De acuerdo con Pablo, no
tenemos excusa para amargarnos, pues Dios no nos somete a una prueba mayor de la que podemos
soportar (1 Co. 10:13). Así, al amargarnos nos estamos resistiendo a la gracia disponible, hemos
endurecido el corazón y no hemos querido soltar la ofensa.
La perfección exige más gracia (He. 6:1-3). Pablo exhortó a los hebreos a ir más allá de los
primeros rudimentos de la doctrina, diciendo: “Vamos adelante a la perfección”. Pero luego añade:
“Esto haremos, si Dios en verdad lo permite”. En otras palabras, si Dios da más gracia.
¿CUÁNTA GRACIA RECIBIREMOS?
Repetidas veces en las Escrituras, Dios compara a los hombres con vasijas. Fuimos creados con
un vacío, y por eso tenemos una capacidad innata de contener algo. Lo que permitamos que se
vierta en nuestra vida, determinará si seremos vasijas buenas o malas (Ro. 9:22-23; 2 Ti. 2:2022). Cualquier cosa que se vierta en nosotros, saturará todo nuestro ser. Observemos la cantidad
de veces que encontramos las palabras “lleno” o “llenado” en la Palabra de Dios.
En el libro de los Hechos es interesante notar que cuando el Señor se movía en un avivamiento,
los habitantes de cada ciudad se llenaban de algo. Unos se llenaban del Espíritu Santo, mas otros
se llenaban de envidia. Unos se llenaban de fe y poder, mas otros de indignación. Unos se llenaban
de frutos de justicia, pero otros eran llenos de Satanás. Todo dependía de la fuente que les daba de
beber, si el río de Dios o el río de este mundo (ver Hch. 13:9-10).
Por consiguiente, ya que somos vasijas y podemos contener algo, Dios quiere llenarnos de Su gracia
y de todos los frutos que la acompañan. Cada vez que le permitimos a Dios depositar en nuestra vida
este bien espiritual llamado gracia, somos diferentes. Cambiamos. La gracia no es algo etéreo. Es un
bien y se recibe en nuestra vasija. Pensemos en el rey Saúl, el cual al instante “fue mudado por Dios en
otro hombre” (1 S. 10:6, 9). Este es un ejemplo de lo que es experimentar y recibir la gracia.
Lamentablemente, él recibió la gracia de Dios en vano (2 Co. 6:1). Saúl retornó a su antigua vida.
48
Resumen
Por ser la gracia lo único que nos transforma, y por ser sólo los humildes los que la reciben, la
manera exclusiva de avanzar en nuestro andar cristiano es humillándonos. Para poder recibir en
nuestra vida gracia nueva, esa gracia que conduce a un nuevo crecimiento, debemos arrodillarnos al
pie de la cruz. Por esta razón vale la pena tener una dificultad irremediable. Cuando la solución de
un problema está más allá de nuestros límites, tenemos que humillarnos y buscar ayuda en los
demás, lo cual abre la puerta a nueva gracia (Stg. 4:10).
Al hombre se le concede gracia en tiempos de necesidad. Por lo tanto, quienes han pasado por más
dificultades y han acudido a Dios en ellas, poseen una mayor gracia en su vida. Una dolorosa situación
es una oportunidad para que se vierta en nuestra vasija esa gracia que cambia vidas. A las personas que
enfrentan una gran necesidad, se les imparte una abundante gracia. Sin embargo, aquí entra en juego otro
factor: la actitud. La forma en que respondemos a una situación difícil es lo que hace la diferencia.
Muchas veces el hombre se enfrenta a la adversidad, pero por su mala actitud, no recibe gracia. La
reacción que tengamos puede convertir una circunstancia penosa en una horrenda tribulación o en una
oportunidad para recibir nueva gracia. Tenemos la alternativa de abrir o cerrar nuestra vasija a la gracia.
Recibir o rechazar la gracia está en nuestra potestad. Cuando nos hieren, de inmediato tenemos una
alternativa. Podemos endurecer nuestro corazón rechazando la gracia, o podemos clamar a Dios por Su
gracia, la cual nos sostiene en momentos de tribulación. Su gracia basta (2 Co. 12:9), pero si endurecemos
el corazón, detenemos el flujo de ella y la amargura toma posesión (He. 12:15). Es como ponerle a
nuestra vasija una tapadera que impide la entrada de la gracia. Por eso, en todo tiempo la vasija debe
permanecer abierta a las maravillosas riquezas de la gracia de Dios. El único momento en que debemos
cerrarla es cuando haya plaga o muerte en el aire (como chismes y doctrinas falsas). Ver Nm. 19:14-15.
Pablo mantenía su vasija abierta para Dios, y llegó a acumular una enorme cantidad de gracia con el
paso de los años (1 Ti. 1:13-14). Cuando la gracia es vertida sin cesar en nuestra vida, día a día,
acumulamos lo que Pablo describió como la “abundancia de la gracia” (Ro. 5:17). La abundancia
de la gracia se requiere para reinar en esta vida y en la venidera. Las Escrituras mencionan tres
niveles de gracia: La gracia que basta, la que es suficiente para sacarnos adelante (2 Co.12:9); la
abundancia de la gracia, para reinar en vida (Ro. 5:17), y la gracia que sobreabunda, para
transformarnos completamente, haciéndonos más que vencedores (1 Ti. 1:13-14).
“Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Gn. 6:8). ¡Pero otros no! Sin embargo, Dios no tiene favoritos.
¿Por qué reciben gracia unas personas y otras no? Depende de la actitud. Dios da gracia a los humildes
mas resiste a los soberbios. Por eso, nuestra actitud determina cuánta gracia recibiremos (Is. 57:15).
Este es el clima en que se concede la gracia: En las dificultades, en las tentaciones, estando bajo
presión (He. 4:16; 2 Co.12:7-9).
Ésta es la actitud para recibir la gracia: La humildad. Se concede la gracia a los humildes (Stg.
4:6; 1 P. 5:5-6; Pr. 3:34; Ef. 6:24).
Pablo amonesta: “Esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:1). Jesús vino a la tierra como
un hombre corriente. Durante Sus múltiples pruebas y tentaciones, Él obtuvo gracia (capacitación
divina) de Su Padre Celestial, hasta estar “lleno de gracia y de verdad” en cada aspecto de Su vida
(Jn.1:14). Cristo comprende plenamente cada fase de tentación humana (He. 2:16-18). Hoy somos
llamados al trono de la gracia para hallar socorro en nuestra necesidad, porque esta gracia se encuentra
en Cristo Jesús, quien está sentado a la diestra de Dios.
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DEFINICIÓN DE LA GRACIA
La gracia es mucho más que un favor inmerecido. En la Palabra de Dios, muchas veces “gracia”
significa capacitación divina o poder. A continuación damos una lista de ejemplos del poder
capacitador y transformador de la gracia mencionada en la Biblia:
LA GRACIA ES PODER PARA LLEVAR UNA PESADA CARGA.
“Antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10).
LA GRACIA ES PODER PARA UN MINISTERIO PODEROSO.
“Pues el que actuó (el Espíritu) en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en
mí para con los gentiles. Y cuando Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas,
nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo” (Gá. 2:8-9).
LA GRACIA ES PODER PARA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS.
“Y por quien recibimos la gracia... para la obediencia” (Ro. 1:5).
LA GRACIA ES PODER PARA TRANSFORMARNOS.
“Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador... Pero la gracia de nuestro Señor fue
más abundante” (1 Ti. 1:13-14).
LA GRACIA ES PODER PARA VENCER EL PECADO.
“Mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Ro. 5:20).
LA GRACIA ES PODER PARA REINAR EN VIDA.
“Los que reciben la abundancia de la gracia... ellos reinarán en vida” (Ro. 5:17).
LA GRACIA ES PODER PARA ENTENDER LA VERDAD Y DECLARARLA.
“El don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder. A mí, que soy
menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los
gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea la
dispensación del ministerio” (Ef. 3:7-9).
LA GRACIA ES PODER PARA DESEMPEÑARNOS SABIAMENTE EN CARGOS DE
AUTORIDAD. “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener” (Ro. 12:3).
LA GRACIA ES PODER PARA MINISTRAR LOS DONES DEL ESPÍRITU.
“Teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada” (Ro. 12:6).
LA GRACIA ES PODER PARA MANTENER NUESTRO CORAZÓN LIBRE DE
AMARGURA. “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando
alguna raíz de amargura, os estorbe” (He. 12:15; ver 2 Co. 12:9, 1 Co. 10:13).
LA GRACIA ES PODER PARA AFIRMAR NUESTRO CORAZÓN Y EMOCIONES.
“Porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia; no con viandas” (He. 13:9).
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LAS VERDADERAS RIQUEZAS
Centrarnos en los asuntos correctos de la vida
“Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, [en el caso del inicuo Mamón:
riquezas, dinero y posesiones] ¿quién os confiará lo verdadero?” (Lc. 16:11)
¿Qué es lo que más valoramos en esta vida? ¿Cuáles son nuestras expectativas? ¿En qué hemos
puesto nuestros más íntimos deseos y aspiraciones? ¿Se centran todas estas cosas en lo temporal
o en lo eterno? Jesús dijo: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”
(Mt. 6:21). Nuestro continuo meditar es un indicador de lo que más atesoramos.
La gente pasa la mayor parte de su vida trabajando para tener cosas temporales y perecederas: una bella
casa, una educación, una ocupación, una atractiva cuenta bancaria, seguridad, pasatiempos, deportes,
ropa, placeres terrenales y los afanes de esta vida. Todos ellos exigen nuestro tiempo, afecto, energía
y dinero. Sin embargo, en resumidas cuentas, ninguna de estas cosas se puede llevar a la eternidad.
Ninguna de estas cosas es la “mejor y perdurable herencia” que menciona Pablo en Hebreos 10:34.
¿Cuáles son las “riquezas verdaderas” de Lucas 16:11, y la “mejor y perdurable herencia” de Hebreos
10:34? ¿Qué tesoros debemos hacernos en los cielos? (Mt. 6:20) ¿De qué manera debemos usar
nuestro tiempo y capital? ¿Qué inversiones nos proporcionarán los mayores dividendos eternos?
¿Qué podremos llevar con nosotros al partir de esta vida terrenal y entrar en la venidera? Este breve
estudio sobre Las Verdaderas Riquezas tiene por objeto evaluar nuestro caudal. Es una exhortación
a invertir en aquello que perdura (Lc.10:42). Apocalipsis 14:13 declara que a los que mueren en el
Señor, “sus obras les siguen”.
¿Cómo medir nuestro caudal? Las Escrituras tocan profusamente el tema de las riquezas. Hay
riquezas falsas y riquezas verdaderas. Hay tesoros palpables y tesoros impalpables. ¿Tenemos
nosotros la mejor y perdurable herencia, o tenemos una substitución? En Apocalipsis 3:18 es
evidente que Dios desea que seamos ricos, pero con la correcta clase de riquezas. Él dijo: “Yo te
aconsejo que de Mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico”. Y a la vez recibimos la
exhortación de no poner la esperanza en las riquezas inciertas de este mundo (1 Ti. 6:17-18).
Las falsas riquezas
“Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién
será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lc. 12:20-21; 16-21).
Jesús dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee” (Lc.12:15). En Lucas 12:13-15 tenemos una disputa sobre un
testamento o herencia. “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia”. En este caso
específico, el Señor no alentó al hermano a “pelear por su justa porción” ni a exigir igualdad de
derechos. Él vio que este hombre era movido por la codicia, y le advirtió: “La vida del hombre no
consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Lo que le estaba diciendo era: “Esas no son las
riquezas verdaderas; no se debe luchar por ellas. ¡No es en ellas en donde encontrarás felicidad!”
“Pues si no fuisteis fieles en…[las riquezas, el dinero, los bienes], ¿quién os confiará lo verdadero?
(Lc.16:11) Lo que Cristo sugirió es que las riquezas mundanas, dinero y bienes, no son recursos
perdurables. ¡Se pueden palpar! Pero las riquezas mejores y perpetuas son impalpables.
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“UNA MEJOR Y PERDURABLE HERENCIA”
(Las riquezas impalpables que podemos llevar a la eternidad)
Podemos llevar dos cosas básicas a la vida venidera:
NUESTRO CARÁCTER: lo que somos: Lo que hemos permitido que Dios deposite en
nuestra vida.
NUESTRAS OBRAS: las cosas santas que depositamos en los demás y que han cambiado
su vida.
Por consiguiente, debemos invertir en las personas, no en las cosas.
Las personas son eternas, las cosas no lo son.
RIQUEZAS QUE DEBEMOS PROCURAR
Una mejor y perdurable herencia
1. UN BUEN NOMBRE. “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama
más que la plata y el oro” (Pr. 22:1). Un buen nombre es el respeto de Dios hacia nosotros. “Porque yo
honraré a los que me honran” (1 S. 2:30). ¡Qué tesoro tan grande es que Dios alce la luz de Su rostro
sobre el hombre o mujer que se ha ganado Su aprobación y favor! Cuando lo hemos complacido, Dios
no sólo nos respeta, sino que hace que los hombres nos respeten (Lc. 2:52). Aun después de la muerte,
Dios hace que sea bendita la memoria de los justos (Pr. 10:7; Sal. 45:17). El buen nombre es un tesoro
que puede dejarse en la tierra y que también puede llevarse a la eternidad.
Dios promete: “Porque yo me volveré a vosotros” (Lv. 26:9), pero esta promesa tiene condición. Se basa
en el versículo 3: “Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por
obra”. Perder el respeto de Dios es trágico, porque una vez perdido, se pierde también el respeto de los
hombres. Dios ha quitado Su favor de muchos líderes de la Iglesia contemporánea. Los ha privado de un
buen nombre porque cambiaron Sus normas morales en un intento de hacer que su ministerio fuese más
aceptado (Mal. 2:7-9). Por eso debemos continuar escogiendo el camino angosto, no el popular. Si no,
nos veremos privados de la sonrisa de Dios sobre nuestra vida. Pablo dijo: “…vida eterna a los que,
perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra [un buen nombre] e inmortalidad” (Ro. 2:7).
2. ORO REFINADO EN FUEGO. “Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para
que seas rico” (Ap. 3:14-19). El oro simboliza la naturaleza divina. “El oro refinado en fuego” se
refiere a una naturaleza divina que se produce en el horno de la aflicción (Is. 48:10; Mal. 3:2-3; Ap.
2:9). Esta calidad de oro es mucho más costosa que la de cualquier oro natural que haya en la tierra,
porque indica el refinamiento del carácter humano. Dios dijo: “Haré más precioso que el oro fino al
varón, y más que oro de Ofir al hombre” (Is. 13:12). En términos terrenales, la iglesia de Laodicea
era muy acaudalada. Sus miembros alardeaban: “Somos ricos y nos hemos enriquecido, y de ninguna
cosa tenemos necesidad”. Sin embargo, la evaluación que le hizo Dios al ángel de esta iglesia, fue
muy diferente. Dios dijo: “Eres pobre, ciego y desnudo”. El deseo de Dios era que abundara en
bendiciones eternas, y añadió: “Compra de mí oro refinado en fuego, para que seas rico”.
El “oro refinado en fuego” es el carácter divino! Tener un carácter divino significa ser semejantes
a Dios y poseer Sus atributos. En los fuegos de Dios, somos moldeados a la imagen de Cristo, lo
cual es lo más importante en esta vida (Ro. 8:29). Cuando morimos y abandonamos este mundo,
llevamos a la eternidad lo que somos: nuestro carácter. El carácter es lo más importante en la
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vida. El carácter se forma por medio del martillo de Dios e intenso calor y presión. Se desarrolla
cuando escogemos constantemente el camino correcto, no el camino popular.
Por lo tanto, forjar carácter se relaciona siempre con dolor. Al enfrentar una situación difícil o
una tentación atormentadora, ¿elegimos el camino fácil o elegimos el camino de Dios, por Su
gracia? Se desarrolla el carácter cuando aprendemos a decir “no” a los sentimientos propios, y
“sí” a la voluntad de Dios. Nuestro carácter es la suma total de todas las alternativas y decisiones
que hemos tomado. Esto es lo que nos llevamos a la eternidad. El oro terrenal con toda seguridad
pasará, pero el oro de la naturaleza divina, forjado en el interior de nuestro ser eterno, no pasará
jamás (Sal. 45:13).
3. TESOROS EN LOS CIELOS. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni
el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mt. 6:19-20; Col. 3:12). Igualmente,
Pablo insta a los creyentes acaudalados a no confiar en las riquezas inciertas, sino a ser ricos en
buenas obras, atesorando para ellos las riquezas que duran eternamente (1 Ti. 6:17-19).
Cuando un creyente abandona esta corta vida y llega a su destino final, ¿qué clase de casa le espera
allá? Una casa es una morada. En el cielo tendremos una morada así como la hemos tenido aquí en
la tierra. Las mansiones del cielo varían grandemente. Algunas son más suntuosas que otras. ¿Estamos
conscientes de que nuestra casa celestial se está construyendo en este mismo momento? El material
utilizado en nuestro hogar eterno está siendo enviado ahora mismo por medio de las obras que
hacemos en la tierra. Una adolescente soñó con la casa que sus padres tendrían en el cielo. Era
bonita y estaba completa. Luego vio unas cuantas piezas de material de construcción, y preguntó:
“¿Qué es esto?” Muy a pesar suyo, le contestaron: “Ésta es tu casa. Es todo lo que nos has dado para
trabajar”. Desde entonces, ella también ha estado edificando en lo invisible.
“Donde ladrones minan y hurtan”. Cuando hablamos de ladrones que asaltan y roban, pensamos
en nuestra propiedad, en nuestra casa. A mi parecer, en esto pensaba Jesús cuando hizo la exhortación
que se encuentra en Mateo 6:19-21. Él estaba diciendo: “Inviertan más en su casa eterna que en su
casa terrenal”. Nuestra morada terrenal nos absorbe una gran parte de tiempo y atención. Claro que
no hay ningún error en poseer una casa adecuada. Pero ésta no debe ocupar demasiado nuestros
afectos, impidiendo que nos centremos en aquella habitación perpetua. ¿Qué clase de material
estamos enviando a los “constructores celestiales” para nuestra mansión eterna? ¿Sobre qué casa
hemos fijado principalmente el corazón?
4. RICOS EN BUENAS OBRAS. “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren
en el Señor… descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13). Nuestras
obras nos siguen a la eternidad. Ciertamente, la vida eterna es un don gratuito de Dios que no
podemos ganar. Sin embargo, recibiremos galardones de acuerdo con nuestros hechos. Mateo 5:19
demuestra que el galardón no será el mismo para todos. Todo sacrificio hecho para el Señor con un
corazón puro, cosechará ricas recompensas. Hasta las sonrisas y los pequeños gestos de cortesía
están anotados en el libro de memoria que guarda el Señor.
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”
(Ap. 22:12). En Hechos 9:36 se cuenta de una mujer que “abundaba en buenas obras y en limosnas
que hacía”. Sólo pensemos en lo que estaba atesorando para ella en el cielo. Otros sufrieron afrenta
y sus posesiones les fueron confiscadas debido a su testimonio cristiano y buenas obras. En las
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palabras de Pablo: “Sostuvieron gran combate de padecimientos; sabiendo que tendrían una mejor
y perdurable herencia (He. 10:32-35; Tit. 3:8; 1 Ti. 6:17-18).
5. ENRIQUECIENDO A OTROS. “Como pobres, mas enriqueciendo a muchos” (2 Co. 6:10). De los
lujos de este mundo, el apóstol Pablo poseyó pocos. Sin embargo, pudo enriquecer espiritualmente a
muchos por medio de las verdades que les impartió. De sus discípulos pudo decir: “Ustedes son mi
corona”. En otras palabras: “Ustedes son mi galardón” (1 Ts. 2:19-20; Fil. 4:1). Pablo enriqueció a
muchos, proporcionándoles respuestas para los conflictos de la mente y del corazón. Sus enseñanzas
indicaron a los demás cómo avenirse a la vida, cómo encontrar la paz y el gozo; cómo conocer el amor
de Cristo que excede a todo conocimiento. Pablo no deseaba un conocimiento común, sino “la excelencia
del conocimiento de Cristo”, porque el conocimiento superior produce efectivamente un carácter
superior en los cristianos (Fil. 3:8). Una semilla más excelente produce un fruto más excelente. Por lo
tanto, Pablo pasó toda su vida sembrando en las vidas de otros la mejor semilla de la Palabra de Dios.
Pablo se regocijó al contemplar el fruto de sus labores y así se regocijará por toda la eternidad.
A medida que Pablo invertía su tiempo, energía, enseñanzas y oraciones en las vidas de sus prosélitos,
éstos eran completamente transformados. Eran enriquecidos con la misma revelación que había
revolucionado la vida del apóstol. Las verdades que él depositaba en estas vasijas de barro, las
transformaban en un tesoro para el Señor (2 Co. 4:7). La meta o propósito de Pablo era presentar la
Iglesia, como una virgen pura, a Cristo en Su venida (2 Co. 11:2-3). Del mismo modo, Dios confiará
a nuestro cuidado, individuos que se convertirán en nuestro galardón y corona (Sal. 2:8). Recordemos
esto: llevaremos a la eternidad lo que hayamos invertido en las personas.
6. GRAN GANANCIA ES EL CONTENTAMIENTO. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada
de contentamiento” (1 Ti. 6:6-10). Un corazón contento y feliz es un inestimable tesoro. Las personas
se extralimitan en la búsqueda de felicidad y contentamiento, pero no los pueden encontrar a menos
que Dios se los conceda. De esto da fe Salomón, diciendo: “Porque al hombre que le agrada, Dios le
da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo” (Ec. 2:26). El gozo es un don que Dios da
al individuo que es bueno ante Sus ojos. Salomón mismo poseía sabiduría y conocimiento, pero no
poseía gozo. Había perdido el gozo porque internamente su lealtad tenía doblez. Cuando escribió
Eclesiastés, ya no era “bueno ante los ojos de Jehová”. Las vanidades de este mundo habían obstruido
y contaminado sus fuentes de gozo.
Salomón comprendía claramente que el contentamiento es un regalo de Dios. Él ilustra esta verdad
al comparar las vidas de dos hombres (Ec. 5:19 - 6:2). Primero menciona al individuo a quien Dios
había dado riquezas y bienes, así como la facultad para comer de ellas [o la capacidad para participar
de ellas y gozarlas]”. Luego añade: “Esto es don de Dios”. Y continúa: “Hay un mal que he visto
debajo del cielo, y muy común entre los hombres: El del hombre a quien Dios da riquezas y bienes
y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero Dios no le da facultad de disfrutar de
ello”. Este hombre posee riquezas, bienes y honra, pero Dios no le permite participar de ellas ni
disfrutarlas. Salomón se refería a sí mismo, y a muchos otros como él (Ec. 2:4-11).
El gozo y el contentamiento no son como las riquezas de este mundo; no pueden comprarse o
pedirse prestados. Son tesoros impalpables concedidos únicamente a los justos (Sal. 45:7). El
contentamiento sólo se obtiene al beber de la fuente correcta, la fuente de agua viva (Jer. 2:13). En
busca de satisfacción, Salomón había estado bebiendo inútilmente de todos los ríos imaginables,
ríos mundanos y contaminados. En verdad, un corazón con doblez es un corazón falto de gozo.
El gozo es un maravilloso tesoro. El gozo de Jehová es nuestra fuerza (Neh. 8:10). Si la depresión nos
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debilita física y espiritualmente, el gozo puede fortalecernos. El gozo no sólo purifica nuestro corazón de
depresiones y heridas, sino que nos vigoriza. El gozo es la clave de una buena salud mental, emocional,
espiritual y física. “El corazón alegre constituye buen remedio” (Pr. 17:22). El gozo nos conduce a la
santidad y a la pureza. La plenitud de gozo se encuentra en la presencia de Jehová (Sal. 16:11).
Asimismo, el gozo es el fruto de ser fieles a la obra que Dios nos ha encomendado. A los diligentes, Dios
les dirá en el día del juicio: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25:21). El gozo
es otro beneficio impalpable que podemos tener en esta tierra y también trasladar a la eternidad. En el
cielo, algunos tendrán más gozo que otros. La adversidad aquí en la tierra labra en nuestro ser una
cavidad más honda que permite contener el gozo del Señor. ¿Cuánto gozo nos llevaremos a la eternidad?
7. LOS TESOROS ESCONDIDOS. “Y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados”
(Is. 45:3). Los tesoros escondidos son revelaciones especiales que recogemos en nuestra vida a lo
largo de negras experiencias. Ciertas verdades sólo pueden encontrarse en la oscuridad y su precio es
altísimo. Una vez que las hemos recibido, podemos compartirlas con los demás para animarlos y
levantarlos hacia niveles más altos del Espíritu. No hay tinieblas en el cielo. En nuestra vida, ésta es
la única época en que podemos encontrar esos tesoros. Saquemos el mayor provecho de esta oportunidad.
8. EL TESORO DEL VITUPERIO DE CRISTO. Moisés “tuvo por mayores riquezas el vituperio
de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He. 11:2526). Moisés consideraba la voluntad de Dios más valiosa que todos los tesoros egipcios. El seguir
a Cristo no es algo común entre la gente. Cristo nunca fue atrayente para el hombre natural ni para
la carne, y jamás lo será. Para el mundo, Cristo es un tropezadero. Es una figura de vergüenza y
controversia. Se le considera una afrenta y un fracaso. ¿Cuán cerca de un individuo de semejante
descripción nos gustaría andar? Este varón de ordinaria apariencia es Dios disfrazado. Y ocultos en
este Hombre, están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, así como todas las
bendiciones y misterios de la vida (Col. 2:3).
El vituperio de Cristo es un tesoro porque:
• Nos identifica con Cristo y con todas Sus bendiciones disfrazadas, incluyendo un trono de autoridad (2 Ti. 2:12).
• Llegamos a conocer íntimamente a Cristo, mediante la participación de Sus padecimientos (Fil. 3:10).
• Tenemos acceso a la sabiduría y conocimiento que están ocultos en Él, algo que no es posible para otros (Col. 2:3).
• El Señor se avergonzará de aquellos que se avergüencen de Él, y ellos perderán Su favor (Mr. 8:38).
9. UN CUERPO NUEVO Y GLORIFICADO. “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre,
este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa en los cielos no hecha de
manos, eterna. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación
celestial” (2 Co. 5:1-2, v1-8). En estos versículos, Pablo se refiere a nuestro incorruptible cuerpo
resucitado. ¡He aquí otro tesoro en el cual podemos invertir! ¿En qué clase de cuerpo nos gustaría
morar a perpetuidad? Habrá muchos diferentes niveles de gloria en la resurrección (1 Co. 15:40-42).
La resurrección de algunas personas será mejor que la de otras (He. 11:35). Pablo anhelaba la mejor
resurrección (Fil. 3:10-11). Él deseaba tener parte en la primera resurrección. En ésta no participarán
todos los creyentes. Algunos que no resuciten en la venida de Cristo, se levantarán al final del milenio
(Ap. 20:5-6). Para estar en la primera resurrección, debemos ser santos. Debemos ser vencedores.
Hay una ley que determina el grado de “vivificación” que recibiremos en esa mañana de resurrección,
Filipenses 3:21 lo declara. “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea
semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas
las cosas”. Nuestro cuerpo será transformado en la medida que hayamos dejado que Cristo “sujete a sí
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mismo todas las cosas” (todo lo que atañe a nuestra vida). Cada vez que obedecemos a Dios, escogiendo
Su camino y muriendo al ego, algo es sembrado en nuestro ser. Pablo dijo: “cada día muero” (1 Co.
15:31). Sin embargo, los que hacen su propia voluntad no tendrán nada sembrado en su carne mortal,
y en la resurrección habrá poco de ellos qué vivificar. Por lo tanto, se conformarán con una resurrección
inferior porque no le permitieron a Cristo “sujetar a sí mismo todas las cosas” de su vida.
10. RICOS EN FE. “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe?”
(Stg. 2:5). La fe es otro de los tesoros sagrados de Dios. No todos tienen fe (2 Ts. 3:2). Aun entre los
redimidos, cada cual tiene una medida de fe. No obstante, esta fe debe seguir creciendo. Cualquiera
que tiene fe es muy rico. La fe nos saca adelante en los momentos sombríos y difíciles. La fe disipa
todos nuestros temores. La fe nos provee y nos sana. La fe abre un camino donde no parece haber
ninguno. Por el contrario, el mundo está lleno de temor. El hombre está confundido y no sabe qué
hacer ni hacia dónde tornar. Todo por su falta de fe. Los no redimidos, carentes de fe, continúan a
tientas en la oscuridad, buscando las soluciones que Dios ya ha provisto.
“Por la fe entendemos” (He. 11:3). La fe nos abre el entendimiento. Es a través de la fe que entendemos
la obra de la creación. Por medio de la fe conocemos nuestra procedencia y destino. Además,
sabemos por fe qué cosas le acontecerán a la tierra. Es la fe del Hijo de Dios la que nos fortalece,
estabiliza y serena. La fe es lo que vence al mundo (1 Jn. 5:4). La fe es victoria. Sin fe, las palabras
de Dios son meras “fábulas artificiosas”. De cierto, el que no tiene fe es indescriptiblemente pobre.
“No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y
anda” (Hch. 3:6). Lo que la instrucción y los diplomas jamás podrían hacer, y lo que todo el dinero
del mundo jamás lograría, Pedro lo realizó con autoridad a través de la fe. En sólo un instante, un
hombre que nunca había caminado estaba “andando, saltando y alabando a Dios”. Pedro y Juan no
se habían graduado de la facultad de medicina de ninguna universidad, pero tenían el inestimable
poder de Dios sobre ellos, gracias a una relación de fe. Estos varones poseían las verdaderas riquezas.
Estaban en contacto con el trono de Dios, y esta conexión es lo que todo hijo de Dios debe estar
buscando. Abandonémonos a las manos del Señor y estemos disponibles como instrumentos de
liberación para una raza caída. Muchos son los predicadores, pero pocos los libertadores.
11. RICOS EN PACIENCIA, CONSOLACIÓN Y OTROS FRUTOS DEL ESPÍRITU. “Yo conozco tus
obras, y tu tribulación, y tu pobreza, pero tú eres rico” (Ap. 2:9). A una iglesia atribulada y pobre, Dios la
declaró rica. Pero a una iglesia aledaña, que pensaba tenerlo todo, la llamó pobre (Ap. 3:17). La primera,
estaba bajo una enorme presión y no tenía recursos económicos. Sin embargo, el Señor le aseguró que
era rica, que tenía los bienes. Pablo afirma que la “tribulación produce paciencia” (Ro. 5.3). Ciertamente,
esta iglesia estaba adquiriendo, en medio de su tribulación, la rara cualidad de la paciencia, la cual la
facultaría para identificarse emocionalmente con los demás, entendiéndolos. Por consiguiente, el costo de
adquirir paciencia y consolación es muy alto. Es un tesoro poco común tener respuestas y demostrar
compasión a los afligidos (2 Co. 1:3-7). De ahí que Dios le dijera a la iglesia atribulada: “Pero tú eres rica”.
12. EL SEÑOR, NUESTRO GALARDÓN SOBREMANERA GRANDE. “Yo soy tu escudo, y
tu galardón será sobremanera grande” (Gn. 15:1). El mayor de todos los tesoros es el Señor.
Aunque el cielo es muy bello, el centro de atracción será siempre el Hijo de Dios. Jeremías dijo:
“El Señor es mi porción” (Lm. 3:24; ver Sal.16:5; Dt.18:1-2). Pablo dijo que vivía para “ganar a
Cristo” (Fil. 3:7-11). Éste es el tema central de las Escrituras. Nuestra vida debe girar en torno a la
búsqueda de la aprobación de nuestro Esposo Celestial, y de conocer Su amor que excede a todo
conocimiento (Ef. 3:19). Nuestro objetivo en la vida debe ser habitar lo más cerca de Su corazón, no
sólo aquí en la tierra sino también en la eternidad (Sal. 27:4; 23:6).
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RESUMEN DE LAS VERDADERAS RIQUEZAS
Los tesoros que debemos buscar:
1. Un Buen Nombre (el amor y respeto de Dios por nosotros). Éste se produce al optar
constantemente por hacer las cosas a la manera de Dios. Cuando lo complacemos, Dios no sólo nos
respeta, sino que hace que el hombre también nos respete (ver Pr. 16:7).
2. Oro probado en fuego (la naturaleza divina que se recibe en medio de las pruebas ardientes). En
la vida, lo más importante es el carácter, quiénes somos, y es lo que nos llevamos a la eternidad. Un
carácter excelente siempre hace lo correcto, aun en medio del dolor. El carácter (quiénes somos) es la
suma total de todas las alternativas y decisiones que hemos tomado durante nuestra existencia.
3. Tesoros en los cielos (nuestro hogar celestial y otros galardones). Ahora mismo, por medio de
nuestras obras en la tierra, estamos enviando al cielo el material que se utiliza en la construcción de
nuestra morada perpetua. ¿Estamos invirtiendo en una casa que los ladrones no puedan asaltar ni
saquear?
4. Ricos en buenas obras (recompensas en el cielo). Aunque la vida eterna es un regalo que no se
puede ganar, nuestros galardones corresponderán a nuestras obras. Todo sacrificio hecho para el
Señor con un corazón puro, cosechará ricos galardones. Dios incluso recordará y recompensará una
sonrisa o un pequeño gesto de benevolencia.
5. Enriqueciendo a otros (los bienes eternos que ponemos en las vidas de los demás y que los
transforman). Parte de nuestra corona y herencia en los cielos, es la gente que Dios ha confiado a
nuestro cuidado de una u otra manera. Esto incluye a la familia. Debemos invertir en las personas,
no en las cosas. Las personas son eternas, los objetos no.
6. Gran Ganancia es el contentamiento (un corazón satisfecho y feliz). Esto es todo lo que busca
el hombre. A los que agradan a Dios, les es dado un corazón satisfecho y feliz. La adversidad labra
en nuestro ser una mayor capacidad para contener el gozo. Aquéllos que han sido fieles a los
propósitos de Dios, participan del gozo del Señor ahora y en la eternidad.
7. Los tesoros escondidos (revelaciones especiales, pepitas de oro ganadas en las pruebas oscuras).
Podemos compartir estos tesoros con otros que se encuentran pasando por negras experiencias.
8. El tesoro del vituperio de Cristo (la identificación con Aquel que aparenta ser un fracaso).
Este hombre vituperado es Dios mismo disfrazado de hombre común. En Él están escondidos todos
los tesoros y misterios de la vida que Él comparte con quienes le son cercanos, no con los que lo
rehuyen y se avergüenzan.
9. Un Cuerpo Nuevo y glorificado (nuestro cuerpo será vivificado en la medida en que hayamos
muerto al ego), y de acuerdo con lo que, al responder a Dios, le hayamos permitido sembrar en esta
carne mortal.
10. Ricos en fe (la fe produce entendimiento, provisión y sanidad. Nos prepara para la eternidad).
11. Ricos en paciencia y consolación (la rara capacidad para comprender a quienes se encuentran
atravesando pruebas).
12. El Señor (el mayor de todos los dones). Ganar a Cristo es tenerlo todo.
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LOS VERDADEROS SACRIFICIOS
Sacrificios que impresionan al Señor
¡Dios mismo tiene una naturaleza de sacrificio! Él es un dador. “De tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito” (Jn. 3:16). “Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35).
Dios nos ha dado Su mejor posesión, y desea que le correspondamos de igual manera. Para llegar a
conocer a Dios y ganar el premio, se necesita un sacrificio completo. Seguir al Cordero tiene un alto
precio. El propio Cristo recorrió la calle de la abstinencia, mas ese camino de sacrificio genera vida
y nos lleva a un gozo abundante.
¡El cristianismo funciona! Ésta es una realidad absoluta, pero sólo para aquéllos que se entregan de
todo corazón. El cristianismo no funciona cuando somos personas de doble ánimo. “El hombre de
doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg. 1:8). El hombre que trata de servir a dos
amos, no tiene paz ni gozo. Si el cristianismo no nos está funcionando, comprobemos lo siguiente:
• ¿Estamos completamente rendidos a Cristo, o está nuestro corazón repartido entre
otras querencias?
• ¿Guardamos rencor hacia otro? Si no lo hemos perdonado, no nos sentiremos
aceptados por Dios.
• ¿Estamos colaborando con los líderes que Dios ha puesto sobre nosotros?
• ¿Estamos tratando de llevar la vida cristiana con nuestras propias fuerzas?
• ¿Estamos practicando algún pecado grave?
Si alguno de los puntos anteriores está siendo violado, perderemos la realidad y el gozo de nuestra
fe. Recordemos que la realidad es una bendición reservada sólo para quienes están comprometidos
a hacer toda la voluntad de Dios. Y quiero reiterar lo siguiente: No vamos a sentirnos perdonados si
no hemos perdonado a los demás. Los sacrificios correctos que mencionamos a continuación, nos
llevarán al gozo y victoria sobre Satanás. Por lo tanto, debemos tomarlos muy en serio.
David era un hombre conforme al corazón de Dios. Él había determinado cumplir toda la voluntad
de Dios (Hch. 13:22). El día de hoy, Dios está buscando eso mismo, hombres y mujeres que hagan
el sacrificio completo. El rey Saúl, quien fue reemplazado por David, sólo se comprometió a hacer
una parte de la voluntad de Dios: la que lo beneficiaba. Seamos Davides, no Saules.
Sin sacrificio no hay vida. El rey David era un hombre de grandes sacrificios. No ofrecía al Señor algo
que no le hubiese costado (2 S. 24:24; 23:14-17). Los sacrificios que no nos cuestan nada no son sacrificios
en absoluto; y no generan vida. Los mensajeros verdaderos, aquéllos que tienen el ministerio genuino
y vida para impartir, son los que han pagado el precio más alto. Otros, cuyo mensaje no les ha costado
nada, son como metales que resuenan y címbalos que retiñen. Su mensaje es hueco y carente de
riqueza espiritual. ¡Algo se debe pagar para que nuestro corazón sea transformado! (Ver Ap. 7:13-14).
Seguir al Cordero lo exige todo de nosotros. Esto significa que nuestra vida deben asemejarse a la
suya (Ap.14:1-5). Por eso no debemos aferrarnos a cosa alguna, mas debemos entregarlo todo a
Aquel que gratuitamente nos ha dado todas las cosas. A veces, ir en pos de Dios toca nuestro
hogar, comodidades, dinero, seguridad, elección de pareja, estilo de vida, demoras y otras
experiencias. Hacer estos sacrificios por el Señor es un privilegio ya que ellos le son de olor
grato, así como lo fue la vida entera de Cristo (Ef. 5:2; Fil. 4:8; Ro. 12:1). El gozo es el resultado
final de todos los sacrificios hechos para Dios con un corazón puro y dispuesto.
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¿Somos personas dispuestas? Los que pierden su vida por amor a Él, la encontrarán. Los dividendos
captados al hacer la voluntad de Dios son abundantes. La verdad es que no estamos haciendo
ningún sacrificio. El premio es mucho mayor que el precio. He oído las siguientes palabras en boca
de muchos cristianos nuevos: “¡Yo quiero tener lo mejor de Dios, y pagaré cualquier precio por
ello!” Después, cuando Dios les señala alguna anomalía en su vida, gritan irritados. Seamos personas
de carácter; tomemos en serio lo que decimos.
Dios no acepta cualquier sacrificio
Antes de continuar, me gustaría decir que Dios no acepta cualquier sacrificio. A menudo no entendemos
esto. Dios no quiere que le ofrezcamos sacrificios cuando nuestro corazón no está en buenos términos
con Él. Un sacrificio no debe reemplazar algo que Dios pide de nosotros. En cuanto a ubicación
geográfica, debemos estar en el lugar que Dios ha escogido. Él no recibirá nuestro sacrificio si nos
hallamos en otro sitio. Y debemos estar haciendo las cosas a Su manera, no a la nuestra. Dios no
aceptará un sacrificio carnal, ni música mundana en lugar de una ofrenda de alabanza.
•
Dios vio con desagrado el sacrificio presentado por Caín porque su vida no era recta (Gn.
4:5-8; 1 Jn. 3:11-12).
•
Los hijos de Aarón presentaron “fuego extraño” (una forma errada de adoración) y fueron
consumidos (Lv.10:1-2, 10).
•
Dios se irritó por el sacrificio presentado por Coré, porque éste estaba atacando al líder
puesto por Dios (Nm.16:1-3, 15, 35).
•
El Señor sólo acepta nuestro sacrificio cuando estamos en el lugar que Él nos ha escogido
(Dt.12:13-14).
•
El sacrificio de Saúl fue rechazado porque con él sustituía la obediencia a la voluntad de
Dios (1 S. 15:1-3, 9, 22).
•
En los días de Malaquías, la gente presentaba a Dios sacrificios defectuosos, así como
pan contaminado (Mal.1:7-8; 3:3-4).
•
Dios no quiere nuestros sacrificios cuando no hemos tratado de reconciliarnos con un
hermano (Mt. 5:23-24).
•
Ananías y Safira presentaron una ofrenda que fue abominable por haberla hecho
con engaño (Hch. 5:1-10).
Los sacrificios que generan vida
EL SACRIFICIO DE OBEDIENCIA
EL SACRIFICIO DE AMOR
EL SACRIFICIO GEOGRÁFICO
EL SACRIFICIO DE NUESTRO ISAAC
EL SACRIFICIO DE JUSTICIA
EL SACRIFICIO DE UN ESPIRITU QUEBRANTADO
EL SACRIFICIO DEALABANZA/ACCIÓN DE GRACIAS
EL SACRIFICIO DE COMPRAR UNA HEREDAD
EL SACRIFICIO DE JÚBILO
EL SACRIFICIO DE NUESTRA PROPIA VIDA
Todos estos sacrificios le asestan un golpe mortal a Satanás ya que él no puede realizar ninguno de ellos.
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SACRIFICIOS DE OLOR FRAGANTE
“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio
santo,para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 P. 2:5).
1. EL SACRIFICIO DE OBEDIENCIA. “Porque no hablé yo con vuestros padres, ni nada les mandé
acerca de holocaustos y de víctimas el día que los saqué de la tierra de Egipto. Mas esto les mandé,
diciendo: Escuchad mi voz” (Jer. 7:22-23; 11:7). Dios instituyó todos los sacrificios de animales en el
monte Sinaí varios meses después de que Israel saliera de Egipto. Éstos eran simples anuncios del
sacrificio que el Hijo de Dios haría en la cruz muchos años después. Cuando Dios sacó de Egipto a los
israelitas, dejó muy en claro que no anhelaba las ofrendas y sacrificios de animales. A Él le interesaba
otra clase de sacrificio, el de la obediencia. “Obedeced a mi voz” (Ex.19:1-5). Él quería un pueblo que de
corazón oyese Su voz, y que al punto obedeciese con una actitud de amor. Éste es el verdadero sacrificio.
También el rey David comprendió esta verdad porque declaró: “Sacrificio y ofrenda no te agrada;
has abierto mis oídos” (Sal. 40:6-7). David conocía el corazón de Dios. Él había comprendido que
Dios no se deleitaba con el rito de los sacrificios de animales, sino con individuos que tuviesen
oídos atentos y corazones obedientes. Lo que Dios desea es una relación de obediencia, no ceremonias
carentes de vida. El rey Saúl nunca aprendió esto. Tenía la costumbre de obedecer a medias para
luego ofrecer abundantes sacrificios que compensasen su obediencia parcial. Dios nunca aceptó
ninguna de sus sustituciones, mas amonestó a Saúl así: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos
y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor
que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 S. 15:22).
El sacrificio de obediencia es la clave del crecimiento cristiano. Ésta es la manera de avanzar del
punto D al E. Cuando Dios señala alguna anomalía de nuestra vida, Él espera respuesta. Cuando le
respondemos, somos transformados. Sin embargo, si evadimos o rechazamos aquello que Él señala,
nuestro problema sigue sin remedio y dejamos de crecer. De hecho, retrocedemos. El sacrificio
jamás podrá reemplazar a la obediencia. Podemos decir: “Señor, Tú no puedes tocar este aspecto de
mi vida. ¡Eso me pertenece a mí!” Pero al obrar así, se paraliza nuestro andar cristiano. Con Dios
no podemos sentarnos a regatear. Él no acepta sustituciones cuando nos pide un cambio de proceder.
2. EL SACRIFICIO GEOGRÁFICO. “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar
que vieres; sino que en el lugar que Jehová escogiere” (Dt. 12:13-14). Dios es muy detallista acerca
del sitio en que ofrecemos nuestro sacrificio (nuestro servicio y adoración a Él). Únicamente acepta
nuestro sacrificio cuando lo presentamos en el lugar que Él ha seleccionado. De lo contrario, lo
rechaza. No podemos decir: “Dios me está llamando al instituto bíblico. Elegiré un instituto en el
estado de Florida o en Texas, porque el clima es más cálido allá”.
“Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras” (Jer. 18:2). Es importante encontrarnos
en el debido punto geográfico, pues “allí” es en donde Dios podrá hablarnos al corazón. En esa ubicación
están exactamente las personas y situaciones correctas, designadas para nuestro perfeccionamiento y
aprendizaje. Si nos radicamos en otro lugar, ciertos aspectos de nuestra vida permanecerán sin desarrollo
ni redención. En el lugar que Dios elige, Dios tiene las herramientas especiales para alcanzar esas facetas
“inaccesibles” de nuestra vida. Tal vez Dios nos pida abandonar una organización o la iglesia en que
hemos crecido. A veces, para continuar nuestro andar con Dios, se necesita un cambio geográfico completo.
Puede significar despedirse de amistades, parientes u otros cariños. Conforme a Su divino llamamiento,
Abraham sólo pudo avanzar con Dios cuando dejó la casa de su padre (Gn.12:1; Sal. 45:10). Tal vez esto
no sea fácil al principio, pero con la gracia, es posible. Y hallaremos el gozo del Señor en el sitio que Él
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escoja (Mr.10:28-30). Este es un sacrificio de olor grato al Señor y deleita Su vista. Pero cuando no
tomamos el rumbo que Él señala, perdemos bendiciones y gozo. Perdemos Su favor (Mt. 10:37-38).
El lugar donde estamos radicados es muy importante porque acabaremos en la misma dirección que
lleva nuestra iglesia o denominación. Estaremos bajo las mismas bendiciones o juicios. En
Apocalipsis 18:4, a las personas vinculadas con una práctica religiosa errada, Dios les manda lo
siguiente: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte
de sus plagas”. Algunos de nosotros posiblemente necesitemos abandonar las viejas tradiciones en
que crecimos. El bautismo en agua (bautismo por inmersión) rompe viejas ataduras y lazos religiosos
con el catolicismo. Lamentablemente, en el movimiento carismático de años recientes, no se hizo
hincapié en el bautismo en agua. En esa época, el punto focal era el bautismo del Espíritu Santo.
Además, la provisión se encuentra en el lugar escogido por Dios (1 R. 17:2-9). Elías fue enviado al
arroyo de Querit para que los cuervos lo alimentasen. Después, fue enviado a la casa de una viuda
pobre. Cuando Dios nos llama a servirlo, no acepta excusas como ésta: “No me alcanza el dinero”.
Si no nos movemos cuando Dios habla, el enemigo aprovechará para atacar y enlazar a nuestros
hijos. Movámonos cuando la nube de Dios se mueve (Nm. 9:16-23). Aquí en la tierra, en donde más
seguros estaremos, es en el centro de la voluntad de Dios.
3. EL SACRIFICIO DE JUSTICIA. El Salmo 4:5 nos exhorta: “Ofreced sacrificios de justicia, y
confiad en Jehová”. Hacer un sacrificio de justicia significa proceder con integridad, no fijándonos en
las consecuencias. Defender lo que es honesto es un sacrificio porque a menudo no es lo que hace toda
la gente, y se reciben críticas y visajes de disgusto. A veces, hacer lo correcto trae como resultado la
pérdida del apoyo económico, especialmente cuando estamos en un ministerio. Pero, a la larga, Dios
reivindica a quienes ofrecen un sacrificio de justicia y ponen su confianza en Él, no en el hombre. El
propio Dios es justo, y se deleita en la justicia (Sal. 84:11-12).
4. EL SACRIFICIO DE ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS. “Te ofreceré sacrificio de
alabanza, e invocaré el nombre de Jehová” (Sal. 116:17; 107:22). La alabanza y acción de gracias
que Dios aprecia mayormente, no es la que recibe de los habitantes del cielo en donde todo es gloria
y dicha, sino la de aquéllos que están en la tierra bajo terribles presiones. Es fácil ser agradecido
cuando nos rodea la prosperidad, pero la gratitud y la alabanza se vuelven un sacrificio cuando las
bendiciones han disminuido y nos encontramos ante la negrura de la noche. Cuando Job fue reducido
a cenizas, se postró en adoración, y dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito” (Job 1:20-22). ¡Cuánto se enterneció el corazón de Dios con estas palabras! Esta clase de
adoración es la que tiene el valor más alto. También, la gratitud mantiene nuestras fuentes fluyendo
y sin obstrucciones. Y el responder correctamente a los agravios, nos da ventaja sobre Satanás.
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de
labios que confiesan su nombre” (He. 13:15). Este es un estilo de vida permanente. David dijo:
“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Sal. 34:1). Los
verdaderos sacrificios tienen un alto precio. Alabar y agradecer en épocas de bienestar, no constituye
ningún sacrificio. Pero, ¿qué diremos de las ocasiones en que estamos desanimados y bajo presión,
cuando sinceramente queremos hacer lo contrario? Hacer a un lado nuestros sentimientos para
alabar y agradecer a Dios, es un sacrificio que le complace en gran manera. De acuerdo con Isaías
61:3, la alabanza es una vestidura espiritual. El “espíritu angustiado” es también una cobertura.
Hasta cierto punto, nosotros tenemos la capacidad de ponernos o quitarnos estas ropas espirituales.
Esta capacidad radica en nuestro libre albedrío. Por medio de la gracia que nos capacita, tomemos
la decisión de ponernos la vestidura de alabanza y despojémonos del espíritu angustiado.
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5. EL SACRIFICIO DE JÚBILO. “Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean,
y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo” (Sal. 27:6). David estaba presionado, rodeado
por enemigos. Pero dejó de concentrarse en su situación y ofreció al Señor el sacrificio de júbilo,
confiando en que su Dios lo protegería. Dios respeta el sacrificio de júbilo. Esto genera fe y mueve
Su poderosa mano libertadora. El sacrificio de júbilo puede contrarrestar la depresión y el desánimo.
En vez de dejarnos abrumar por una nube oscura al contemplar nuestras circunstancias, podemos
poner la atención en nuestro Libertador, y comenzar a ofrecerle el sacrificio de júbilo con gritos.
Esta reacción produce fe y liberación. De nuevo, es un sacrificio, porque al principio quizás no nos
sintamos gozosos y debamos hacer un esfuerzo. Además, debemos aprender a ofrecer el sacrificio
de júbilo a nuestra pareja y a los demás. Debemos disciplinarnos a responder con alegría a quienes
nos rodean, no agobiándolos con nuestra pesadumbre.
6. EL SACRIFICIO DE AMOR. “Y el amarle [a Dios] con todo el corazón, con todo el
entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es
más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mr. 12:33). Éste es el verdadero sacrificio que Dios
busca: nuestro amor. Dios desea que nuestros afectos, pensamientos, emociones y toda nuestra
energía se coloquen sobre el altar. Asimismo, quiere que amemos y sirvamos a los demás sin egoísmo,
con un corazón puro. Éste es el verdadero sacrificio. El amor es la suma y cumplimiento de la Ley
(Ro. 13:8-10).
Ciertamente, Marcos 12:33 es el cumplimiento de la ofrenda encendida del capítulo uno de Levítico.
Este sacrificio se cortaba en cuatro partes: La cabeza, la grosura, los intestinos y las piernas (Lv. 1:69). Las cuatro secciones debían ponerse sobre el altar para ser totalmente consumidas por el fuego de
Dios. Para que nuestra vida se conviertan en una ofrenda encendida de olor grato para Jehová, deben
colocarse en el altar estas cuatro cosas:
1.) La cabeza : los pensamientos y las opiniones. Nuestros pensamientos no son Sus pensamientos
(Is. 55:8).
2.) La grosura: la energía. ¿Ocupamos la energía y la fuerza en pasatiempos, o las ocupamos en
Dios?
3.) Los intestinos: los afectos. Las cosas que amamos o aborrecemos deben ponerse sobre el altar.
4.) Las piernas: el andar, los lugares que frecuentamos y los viajes que hacemos deben consagrarse
a Dios.
Nuestros afectos (amor u odio) deben ponerse sobre el altar o no daremos en el blanco que Dios tiene
para nuestra vida. Si sólo hacemos lo que nos gusta, nunca seremos personas nobles. A veces, la gente
rehuye el campo misionero aduciendo que la comida de aquel lugar no es de su predilección. Una
mujer dijo que no asistiría a una determinada iglesia porque no le gustaba su música, a pesar de que la
iglesia era más espiritual que las demás. Nuestros agrados y desagrados deben clavarse en la cruz.
Debemos ejercitarnos en lo que no nos gusta. Si queremos ser eficientes en el reino de Dios, debemos
morir a nuestros propios deseos. Cierto día, Dios le habló a una adolescente con estas palabras: “Debes
comer lo amargo y también lo dulce”. La chica odiaba los quehaceres domésticos y sólo quería pasar
afuera. Dios le dijo que si no se disciplinaba a “comer lo amargo tanto como lo dulce” llegaría a ser
una esposa y ama de casa negligente. Ella estaba acostumbrada a hacer sólo lo que le agradaba.
7. EL SACRIFICIO DE COMPRAR UNA HEREDAD. La mujer virtuosa de Proverbios 31:16
“compró una heredad”. También nosotros tenemos que comprar una. Dios tiene un campo
misionero para todos nosotros, pero debemos pagar por él. Muchos que van al campo misionero
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quieren que todos los demás paguen por su campo. Y dicen: “No iré si esta organización no
promete pagarme mensualmente tal cantidad de dinero”. “No iré si no me proporciona un vehículo
y todo lo demás que deseo”. Muchas personas no quieren hacer ninguna inversión, pero entonces
no recibirán ninguna recompensa. ¿Cuánto hemos pagado nosotros por nuestra “heredad”?
8. EL SACRIFICIO DE NUESTRO ISAAC. “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas,
y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto” (Gn. 22:2). Isaac representa lo que más
atesoramos con el corazón: una persona, un llamamiento, las promesas o quizás un ministerio. Dios
probó a Abraham para ver si atesoraba a “Isaac” más que a Él. Dios dijo: “Devuélvemelo todo a
Mí”. La disposición de Abraham de someter a Isaac al sacrificio, fue un golpe para Satanás, así
como lo son los otros sacrificios que hemos mencionado.
Lucifer tenía un ídolo. Para él, el ídolo del ministerio era más importante que su relación con Dios.
A pesar de todo lo que Dios le había concedido, Lucifer anhelaba más para sí: más posición y más
autoexaltación. Quería el trono. Su único deseo era ser el centro de atención. Desde el día en que
Dios lo degradó por causa de su locura, el Celoso acusa a los hermanos de hacer lo que él hizo. Por
ejemplo, acusó a Job de servir a Dios sólo por las bendiciones. Por lo tanto, Dios nos prueba para
ver si estamos pasando bien las pruebas que Lucifer reprobó. Cuando Abraham cedió a Isaac, obtuvo
una gran victoria sobre la Serpiente.
9. EL SACRIFICIO DE UN ESPÍRITU QUEBRANTADO. “Los sacrificios de Dios son el
espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:16-17).
El espíritu quebrantado es esa cualidad espiritual en la que se han eliminado el capricho, la
inflexibilidad y la resistencia de nuestra vida interior. Es el resultado de ofrecer todos los sacrificios
anteriores. Ésta es la clase de corazón que Dios quiere darnos (Ez. 36:26). Esta clase de corazón
vence al mundo, a la carne y al diablo. El hombre de espíritu quebrantado es exactamente lo contrario
del hombre de espíritu ofendido (Pr. 18:19).
10. EL SACRIFICIO DE NUESTRA PROPIA VIDA. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente
sacrificio” (He. 11:4). Abel ofreció un cordero. El mismo Abel era un cordero que más tarde sería
muerto por un hermano resentido cuyo corazón se endurecería. Dios quiere que ustedes y yo nos
convirtamos en corderos inofensivos (Is. 53:7; 1 P. 2:23). Pablo dijo: “Yo ya estoy para ser
sacrificado” (2 Ti. 4:6). Nadie estuvo al lado de Pablo en su primera defensa, antes de su martirio (2
Ti. 4:16). Si alguna vez Pablo necesitó respaldo, fue en este pesadísimo momento. Pero en lugar de
sentirse ofendido, oró para que sus atemorizados hermanos fuesen perdonados. Una forma de saber
si estamos preparados para morir, es cuando podemos reaccionar como Pablo. Habiendo sido un
devorador, se había convertido en un cordero.
También Esteban oró por quienes lo trataron injustamente (Hch. 7:59-60). Es sólo por las
misericordias de Dios que podemos presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo (Ro.12:1). Pablo
tuvo el privilegio de dar su vida como mártir. Él ya estaba preparado para ser un sacrificio para
Dios. Si a cualquiera de nosotros le llama Dios para ofrendar la vida, la debe entregar como un
cordero, así como Pablo y Esteban. Si la voluntad de Dios para nuestra vida es esa, (y no lo es
para cualquiera), habrá gracia [capacitación divina] en ese momento, y no habrá nada que temer.
Los sacrificios anteriores le asestan un golpe mortal a Satanás
porque él no puede realizar ninguno de ellos.
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LAS BENDICIONES DE UN ESPÍRITU QUEBRANTADO
• La clave del poder. Cuando le preguntaban a Smith Wigglesworth el secreto de su poder, él nunca
mencionaba su vida de oración, sus largos ayunos o su aplicación al estudio. Sencillamente decía:
“soy un hombre de corazón quebrantado”. Wigglesworth levantó muertos en veinticinco ocasiones,
y un extraordinario poder fluía por su vida debido principalmente a que poseía un espíritu
quebrantado.
• La clave de la presencia de Dios. De acuerdo con Isaías 57:15, Dios habita con el quebrantado y
humilde de espíritu. Un corazón duro se resiste a la presencia de Dios. Sin embargo, en el hombre
de corazón quebrantado no existe tosquedad. Dios resiste a los soberbios porque la soberbia se
resiste a Él. Dios no camina con el orgulloso. Camina con el humilde porque Él es humilde.
• La clave para recibir revelación y guía. Dios puede darle señales y avisos a un corazón blando
y flexible. Dios escribe Sus leyes en un corazón de carne, pero no puede llegar a aquellas partes
nuestras en que somos duros y callosos. Un corazón recio y pétreo es insensible e incapaz de oír la
calmada voz del Espíritu. Dios sólo guía a los mansos (Sal. 25:9).
• La clave de la unidad y de la paz. Donde hay humildad hay unidad. Donde hay humildad nos
preferimos los unos a los otros. La Biblia ordena que con humildad estime cada uno a los demás
como superiores a sí mismo (Fil. 2:3-4; Ro.12:10). Las personalidades ruidosas, iracundas, enérgicas,
dominantes y recias, deben ser quebrantadas. Los demás no deben sentir nuestro espíritu, mas
deben sentir que el Espíritu de Dios está obrando a través de nosotros. Cuando la gente siente
nuestro espíritu más que el de Dios, necesitamos un quebrantamiento de espíritu, y quizás muchos
golpes trituradores. Un espíritu tosco y sin quebrantar, denota que el individuo no fue debidamente
disciplinado o entrenado cuando niño.
• La clave para no sentirse ofendido. ¡Los corderos no son los que se ofenden y amargan, sino los
señores! El hombre humilde, de espíritu dócil y quebrantado, nunca es el hermano ofendido de
Proverbios 18:19. El hermano ofendido tiene un ego inflado que ha sido herido. La gracia se le ha
negado, él ha endurecido su corazón y se ha amargado (He. 4:16; ver 12:15). Un hermano ofendido
alberga una ofensa y se atrinchera en un hondo abismo. No lo conquistan ni las disculpas ni nada
más, hasta que ha tenido un encuentro con Dios.
Un corazón ofendido que se deja sin supervisión, se torna excesivamente malvado. En los postreros
días muchos se ofenderán, lo cual llevará al odio y a la traición entre la gente (Mt. 24:10). Permitir que
las ofensas saturen el corazón es algo muy serio (Ver Pr. 4:23). Me gustaría repetir esto: un hermano
ofendido no es un cordero; es un señor que tiene un alto concepto de sí mismo y de su propia importancia.
Él defiende sus métodos y exige reivindicación. Uno de los engaños de un hermano herido es que cree
que tiene derecho a ofenderse. Siente que está perfectamente justificado al albergar ira en su interior,
y al esparcir su ofensa y veneno entre los demás. La única forma de eludir este horrible abismo, es
volviéndonos corderos, cediendo nuestros derechos y moldeándonos según el Capitán de nuestra
salvación, el cual encomendaba toda injusticia a Su Padre Celestial (1 P. 2:21-23; ver Mt.11:6; 13:21).
El infierno es para los ofendidos. El infierno está lleno de personas ofendidas que rechazaron la
gracia de Dios cuando fueron agraviadas. Estas personas murieron guardando rencor contra Dios y
contra aquéllos a quienes no quisieron perdonar. Ahora se encuentran atormentadas por las ofensas
de las cuales no liberaron a los demás.
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LA VERDADERA FORTALEZA
Formas de medir la fortaleza
Las Escrituras se refieren abundantemente al tema de la fortaleza. Dios, en Su Palabra, hace
distinción entre creyentes fuertes y creyentes débiles. Existen varias fórmulas fundamentales
para determinar la fortaleza de un hombre, o la ausencia de ella, y señalarlas es el propósito de
este pequeño estudio. Cristo nos advierte que muchos se ofenderán y se apartarán del camino
en nuestros días (Mt. 24:10). ¿Por qué se ofenden las personas y se apartan del Señor? En
definitiva, porque no son fuertes. Por lo tanto, surge la pregunta: “¿En que consiste la fortaleza?”
Mateo 7:22-23 es un cuadro futurista del tribunal de Cristo. Para algunos, será una “escena de
horror” porque habiendo llevado a cabo grandes y poderosas obras para Dios, se les negará la
entrada al cielo. A veces, aquéllos a quienes consideramos torres fuertes y personas “de éxito”,
no lo son en absoluto. Puede ser que nos sorprendamos al ver quiénes permanecen firmes en
nuestros días y quiénes no. No siempre es fácil discernir la profundidad que alcanzan las raíces
de un individuo. Es sumamente esencial estar “arraigado, afirmado, fortalecido y establecido”
para perseverar hasta el fin (1 P. 5:10; Col. 1:23; Ef. 3:17).
El dominio propio es la norma con que Dios mide la fortaleza de un hombre: “Mejor es el que tarda en
airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Pr. 16:32). La
capacidad de mantener controladas nuestras pasiones (el amor o el odio) revela si somos personas fuertes
o no. Jamás podremos gobernar a las naciones si primero no gobernamos el propio espíritu (Ap. 2:26).
Sansón fue fuerte en lo físico, pero débil en lo moral. Podía conquistar una ciudad, pero no
podía gobernar su propio espíritu (Pr. 16:32). Era gobernado por la lujuria. Mientras obraba
milagros y daba muerte a miles de filisteos, era cautivo de muchas mujeres manipuladoras. Por
consiguiente, no podemos considerarlo un hombre de fortaleza.
Entonces, nuestra meta es volvernos poderosos en espíritu (Lc. 2:40). El levantador de pesas de 200
libras puede ser fuerte en lo físico, pero, ¿es fuerte en su interior? Si no puede controlar su ira o su
moral, si lo mueven los vicios, si se resiente con facilidad, si lo domina el desánimo, si no puede
avenirse a las relaciones familiares o a la sociedad, no es un hombre fuerte. La fortaleza interior, la
espiritual, es la que realmente cuenta (Sal. 147:10-11).
En Apocalipsis 3:7-8, Dios describe la iglesia de Filadelfia como de “poca fuerza”. La iglesia de
Sardis tampoco era fuerte. Las dos recibieron la exhortación de: “afirmar las otras cosas que
están para morir” (Ap. 3:2). La evaluación que Dios hizo de Sardis fue más bien patética. Algunos
de sus feligreses eran tan débiles en la fe que estaban para morir. Sin embargo, Dios desea que
todo creyente sea formidablemente fuerte: “fortalecidos con todo poder” (Col. 1:11; ver Ef. 3:16).
Dios hace distinción entre creyentes fuertes y débiles (Ro. 14:2; 15:1; Pr. 24:10; 1 Co. 8:11).
Cristo “repartirá despojos con los fuertes” (Is. 53:12). A través de Su victoriosa vida y de Su perfecto
sacrificio, Él “despojó a principados y potestades” de acuerdo con Colocenses 2:15. “Los reinos del
mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Ap. 11:15). Las naciones son Su herencia.
Todo esto es “el botín” que recuperó del Adversario. Sin embargo, Cristo lo comparte con los
fuertes, con los vencedores. Nosotros estamos llamados a juzgar al mundo y a los ángeles, y estamos
llamados a gobernar a las naciones con vara de hierro (1 Co. 6:2-3; Ap. 2:26-27; 3:21). No obstante,
los despojos sólo se reparten entre los fuertes, entre los vencedores (Ap. 21:7).
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LA FORTALEZA PUEDE DETERMINARSE POR LO SIGUIENTE:
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Por cuán sabios somos.
Por el grado de humildad que poseemos.
Por nuestra capacidad de hacerle frente al fracaso.
Por nuestra capacidad de hacerle frente al éxito.
Por nuestra capacidad de hacerle frente a rechazos y críticas.
Por nuestra capacidad de afrontar la pérdida de algo.
Por nuestra capacidad de reaccionar a las dolorosas demoras.
Por el grado en que hayamos conquistado los temores.
Por nuestra capacidad de tratar a quienes nos han herido.
Por cuán dependientes del Señor somos.
Por cuán consagrados somos.
Por cuánto gozo y demás frutos del Espíritu hay en nosotros.
1. La sabiduría es fortaleza. “El hombre sabio es fuerte, y de pujante vigor el hombre docto”
(Pr. 24:5). A menudo, por falta de sabiduría, desperdiciamos energía y tiempo (ref. Ec.10:10). La
sabiduría da perspectiva y nos enseña lo que debemos hacer en cada situación. Muchas veces
quedamos extenuados después de haber reaccionado mal a las dificultades de la vida. Recientemente,
una de nuestras estaciones misioneras en el África, fue confiscada por un hombre de intereses
egoístas. Dios nos indicó regocijarnos y no contrariarnos. “La obra todavía es de ustedes”, dijo el
Señor. “Todo fruto que provenga de esa obra, será acreditado a su cuenta”. Cuando ese hombre
comparezca ante Dios para recibir su recompensa, descubrirá que todo lo que él ha logrado se nos
atribuirá a nosotros. Ver esta situación desde el punto de vista de Dios, nos ha dado una enorme
fortaleza y paz. Esto es lo que la sabiduría produce.
En la mente del hombre se encuentra la mayor parte de sus ataduras, en esas partes donde la sabiduría
y la revelación aún no han penetrado. El Señor prometió que Su verdad nos haría libres en todo
aspecto de nuestra vida si continuamos atendiendo a Su Palabra (Jn. 8:31-32). La promesa de llegar
a una libertad total depende de continuar en Su Palabra. Por lo tanto, si algo nos ofende y cerramos
nuestro corazón a Dios, no llegaremos a conocer toda la verdad ni seremos totalmente libres. La
condición es: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis… y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres”.
La sabiduría y la ciencia producen estabilidad, son la abundancia de salvación (Is. 33:6). Jesús
desarrolló fortaleza espiritual a medida que crecía en gracia y sabiduría (Lc. 2:40, 52). La sabiduría
sabe cómo responder a todas las irritaciones de la vida. Por consiguiente, la sabiduría produce paz
con los demás y nos lleva a tener el favor de Dios y de los hombres. La sabiduría edifica una casa y
coloca a los matrimonios sobre buen fundamento (Pr. 9:1; ver Stg. 3:17). La sabiduría es lo principal
en la vida, por eso se nos insta a buscarla (Pr. 4:7).
2. La humildad es fortaleza. El cristiano genuinamente humilde, tiene descanso (Mt. 11:28-29).
No hace uso de una fachada ni juega ningún papel. No tiene que probar nada, nada que defender y
nada que perder. ¡El hombre genuinamente humilde es libre! Es estable en lo emocional, deja ir las
ofensas y la paz reina en su alma. Por eso es tan fuerte en su interior, así como el Cordero de Dios.
Por el contrario, el orgulloso tiene un ego; un gran ego. Este ego se ofende y hiere con facilidad, lo
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cual suscita muchos otros conflictos. De ahí que los orgullosos se sientan atormentados y agraviados.
Ellos no dominan sus propias emociones y, consecuentemente, son muy débiles. (En el Curso número
2 de esta serie se cubre este tema con más detalle).
3. Hacerle frente al fracaso es señal de fortaleza . ¿Estamos listos a “renunciar” cuando fallamos
o cometemos errores? Cuando colgaba de la cruz, Dios estuvo dispuesto a parecer un completo
fracasado. Sólo un hombre o mujer fuerte puede soportar la afrenta de verse como un fracasado. A
veces, el fracaso (o la apariencia de fracaso) es imprescindible para poder participar de los
padecimientos de Cristo (Fil. 3:10). En épocas de fracaso, necesitamos la violencia de espíritu que
se menciona en Mateo 11:12, la cual se niega a abdicar.
¿Alguna vez se le ha ocurrido que Dios le ha defraudado o que ha permitido que usted se vea como
un tonto? ¿Alguna vez en su vida estuvo usted seguro de que Dios le indicaba algo (con las debidas
confirmaciones de ello), y luego descubrió que todo era una equivocación? ¿Respondió usted
diciendo: “Si esto es así, desisto”? Hermano o hermana en Cristo, tenga la seguridad de que Dios
no se burla de nosotros.
En la economía de Dios, hay ocasiones en las que nos conviene más fracasar que vencer. De
nuestros agudos fracasos emanan la docilidad y la misericordia, si es que no nos hemos permitido
amargarnos o darnos por vencidos. El fracaso personal ayuda a eliminar de nuestro corazón la
crítica y la tosquedad. Cuando fracasamos, el orgullo y las actitudes de infalibilidad reciben un
golpe mortal. La intención suprema de Dios es bendecirnos en extremo.
El fracaso de Pedro fue horrendo pues maldijo y negó al Señor. Ésta fue una amarga experiencia
para él. Por su orgullo y jactancia, Pedro mismo se tendió la trampa para una tentación innecesaria.
Su declaración osada y abrupta: “Aunque todos te abandonaren, yo nunca te dejaré”, le extendió la
bienvenida a Satanás para probar a Pedro. A Satanás se le permite probarnos cuando hacemos
declaraciones atrevidas como esa (Mr. 14:29-31; Lc. 22:31-34). El Adversario lanzó temor en el
corazón del discípulo, quien a sí mismo se había expuesto a la tentación. Y el revés fue tan aplastante
para él, que ya se disponía a abandonar el ministerio. En Juan 21, el Señor rehabilitó a Pedro en
público, delante de sus hermanos, encargándolo de apacentar Sus ovejas. De los escombros de su
fracaso, Pedro emergió como líder de los doce apóstoles, y luego predicó poderosamente el día de
Pentecostés, sólo 54 días más tarde. Nosotros necesitamos esa fortaleza y capacidad para
sobreponernos al fracaso.
También Moisés tuvo un serio fracaso, mas su grandeza se demuestra en la madurez con que lo
afrontó. Moisés no cayó fulminado de muerte cuando falló. El fracaso no lo hundió en los
abismos de la desesperación y autocompasión. Él anduvo con la cabeza en alto. De su falla
leemos en Números 20:7-12. Cuando Israel necesitaba agua por segunda vez, Dios le indicó a
Moisés hablar a la roca, pero, irritado como estaba, él la golpeó. Perdió el control; su espíritu
se precipitó (Sal. 106:32-33).
Haber golpeado la roca por segunda vez destruyó un símbolo profético de la crucifixión. La roca
representaba a Cristo (1 Co. 10:4). Golpear la roca la primera vez (Ex. 17:1-6) simbolizaba a
Cristo siendo golpeado por la vara de Dios en la cruz, por causa de nuestros pecados. Las aguas
que brotaron de la roca representaban la vida de Cristo que fluye hacia las sedientas almas de los
hombres en todas partes. Golpear la roca dos veces (habiéndosele dicho a Moisés que se le hablara),
significaba que Cristo necesitaría morir dos veces. La ruptura de este símbolo fue tan seria, que
Dios le prohibió a Moisés entrar en la tierra prometida. No fue fácil para Moisés aceptar que se le
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negara la entrada en la tierra. Estaba a sólo unos pasos de cruzar el Jordán, luego de estar cuarenta
años en el desierto. Moisés relata la historia en Deuteronomio 3:23-29. Él apeló ante el Señor
para que cambiase de parecer y le permitiese entrar en la tierra, pero Dios respondió: “Basta, no
me hables más de este asunto”.
En Deuteronomio 4:1 aparece la reacción de Moisés. Lo que realmente Moisés estaba diciendo era:
“Aunque no pueda entrar en la tierra, continuaré enseñándoles los caminos de Dios a fin de que
ustedes puedan entrar en la tierra y sean benditos allí”. Él era un fiel pastor que deseaba que el
pueblo fuese bendito en la tierra, aun si a él se le negaba ese privilegio. Fue con una gran integridad
que Moisés afrontó su revés y el consecuente castigo. Continuó caminando con Dios con la cabeza
erguida. Moisés veía más allá de cualquier herencia terrenal, él veía su herencia eterna. Muchos
años después, Moisés fue resucitado y se le apareció a Cristo en el Monte de la Transfiguración
(Jud. 1:9; Mt. 17:3). Después de todo, Moisés sí entró en la tierra.
Si usted ha fallado, lo más noble que puede hacer es entregar su fracaso a la sangre de Jesús, y
proseguir con Él. La capacidad para levantarnos de nuestro fracaso es señal de fortaleza y de carácter.
Renunciar a nosotros mismos y renunciar a Dios es indicio de debilitamiento espiritual. Seamos
verdaderos hombres y mujeres de Dios, entregando nuestros fracasos a la sangre de Cristo y siguiendo
al Señor de todo corazón.
4. No ser destruidos por el éxito es fortaleza. Aunque parezca paradójico, es más fácil manejar
las dificultades que la abundancia de bendiciones. Los problemas hacen que el hombre acuda a
Dios por ayuda, sin embargo, cuando hemos permanecido por un rato en la cúspide del monte,
¡CUIDADO! La exagerada confianza y el orgullo se infiltran insidiosamente. Las bendiciones
especiales, los dones poco comunes y el éxito, tientan al hombre para que piense que Dios lo
ha dotado en forma singular, más que al resto de la gente (Dt. 17:20; 2 Co. 12:6-10).
La prosperidad nos puede hacer olvidar a Dios (Dt. 6:10-13; 8:7-20; Jer. 22:21). Sin restricciones
específicas, el corazón se vuelve arrogante de la noche a la mañana, y nadie está exento de esto.
Un enorme éxito induce a los predicadores a jactarse de que su iglesia es la que tiene el mayor
crecimiento en toda la región. Cuando el hombre se rebaja a hacer aseveraciones como esa, se ha
desviado de la meta verdadera, la cual es dirigir toda la atención a Dios y desvanecerse uno
mismo en el cuadro. Los nuevos convertidos son particularmente susceptibles al orgullo. Por eso
Dios no nos concede nuestra herencia precipitadamente (Pr. 20:21; 1 Ti. 3:6). Él espera a que
maduremos (1 P. 5:6).
En el libro de Hechos, cada vez que un apóstol obraba un milagro, al poco tiempo recibía maltrato. Ésta era
la misericordia de Dios. Si queremos tener poder sin dolor, nos corromperemos de la noche a la mañana.
Seamos personas de fortaleza, que se gozan en las enfermedades, en las afrentas, en las necesidades, en las
persecuciones, en los pesares por amor a Cristo: porque cuando somos débiles en esa forma, entonces
somos verdaderamente fuertes (2 Co. 12:9-10).
5. La habilidad de hacerle frente a críticas, rechazos y reproches es fortaleza. Jesús advirtió
que las ofensas vendrían, pero dijo: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mt. 11:6;
13:21,57; 15:12; 24:10). Las personas extremadamente sensibles y que se ofenden con facilidad,
son muy débiles. Son como la planta tropical “dormilona”, de hojas que se cierran y tallos que se
agachan al mínimo roce. Ciertas personas son tan susceptibles, que los demás no pueden tocar
ningún aspecto de su vida sin que se sientan heridas o aplanadas. Tocarlas es marchitarlas y casi
darles muerte.
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A nadie le gusta que lo ridiculicen. Sin embargo, si no estamos dispuestos a identificarnos con
algunos de los ultrajes de Cristo, no somos dignos de Él. A Dios no le da vergüenza llamarse Dios
nuestro, y nos pide no avergonzarnos de Él (He. 2:11; 11:16). Dios no reconocerá a los que se
avergüencen de Él (Mr. 8:38; Lc. 9:26). Muchos individuos viven temerosos de la opinión que otros
se formen de ellos (Jn. 12:42-43), pero más temor deberían tener de lo que Dios piense de ellos.
Recapacitemos en la fortaleza de nuestro Señor Jesús, el cual no quiso esconder Su rostro de injurias
y de esputos (Is. 50:6). Dejemos que el Espíritu Santo limpie nuestro corazón de toda vergüenza y
del espíritu de bochorno.
Hay quienes nunca acogen al Señor Jesús en su vida por temor al rechazo y al reproche. Los
“cobardes” de Apocalipsis 21:8 son individuos que tienen miedo de lo que otros opinen de ellos
cuando los identifiquen con Cristo. Otros que sí reconocen a Jesús, posteriormente se apartan de Él
por causa de los gestos de desaprobación de familiares y amigos. Se requiere fortaleza para elegir a
Dios por encima de familiares y amigos. En la vida, la gran pregunta es ésta: ¿Qué aprobación nos
interesa más, la de Dios o la del hombre?
Todos seremos sometidos a prueba; tarde o temprano una injusticia se nos atravesará en el camino.
Quizás provenga de otros cristianos, o de personas que nos inspiran respeto y admiración. ¿Nos
ofenderemos y abdicaremos? ¿Cerraremos el corazón y nos apartaremos del Señor? ¿Nos negaremos
a la gracia que sustenta nuestra vida y que está disponible? ¿Nos amargaremos dejando de perseverar
de todo corazón sólo por abrigar una ofensa? Pidámosle a Dios gracia especial para sobreponernos
a las ofensas; porque si nos resentimos con facilidad es que no somos fuertes. Si no podemos
afrontar la crítica, que no se nos ocurra encargarnos de un ministerio. El liderato es el principal
blanco de la crítica y del ataque espiritual.
6. La capacidad para afrontar la pérdida de algo es fortaleza. Pablo testificó que “todo lo había
perdido”. Sin embargo, tenía una gran victoria interior porque su corazón no estaba centrado
desmedidamente en lo que había perdido. Por eso nos exhorta: “Poned la mira en las cosas de
arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:2). ¿Cómo reaccionamos cuando perdemos un objeto terrenal?
¿Nos parece el fin del mundo cuando nos quitan alguna pertenencia o alguna posición? ¿Pasamos
por severos ataques de depresión y de ira? En ese caso, aquello nos había monopolizado el corazón.
Nunca fue el propósito de Dios que todas nuestras expectativas se cumpliesen en otro ser humano,
sea cónyuge, hijos, amigos, carrera profesional o cualquier logro personal. Nuestras aspiraciones y
alegrías deben centrarse en Él (Sal. 62:5; Jer.15:16).
La actitud nuestra hacia las posesiones terrenales debe ser: “Sencillamente, son cosas prestadas”.
Cuando Job fue despojado de todos sus haberes en un solo día, adoró a Dios diciendo: “Jehová
dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21-22). Su reacción a esa pérdida
terrenal probó que su corazón estaba centrado en Dios, no en las bendiciones de este mundo. De
igual manera, Abraham pudo entregar con libertad a Isaac cuando Dios así se lo pidió. Abraham
soltó a Isaac con un espíritu de fe y de adoración; no hubo ira en Abraham cuando Dios le dijo:
“Devuélvemelo”.
Cuando Dios cierra una puerta o frustra el rumbo que intentamos tomar (matrimonio, carrera
profesional o algún anhelo), debemos agradecérselo sinceramente. Dios tiene en mente algo mucho
mejor para nosotros. Además, es muy probable que nos esté librando de situaciones que después
lamentaríamos. Sólo pensemos en todos los berrinches y enojos que Dios les soporta a Sus hijos
cuando con sabiduría los rescata de indecibles calamidades. Muchas puertas que Dios cierra son
simplemente celdas. Las personas se paran detrás de esas celdas llorando y orando por entrar, pero
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si pudiesen entrar, harían cualquier cosa para salirse de nuevo. Sólo nuestro Padre sabe lo que más
nos conviene y, a la larga, lo que nos hará verdaderamente felices. Confiemos en Él.
7. Reaccionar correctamente a las demoras dolorosas es fortaleza. El tiempo es una vital prueba de
nuestra entrega a Dios. Esperar el tiempo de Dios es otra evidencia de poseer fortaleza divina. A través de
las demoras, el propósito de Dios es revelar nuestras verdaderas motivaciones. ¿Cómo reaccionamos
ante Dios cuando no contesta con rapidez lo que le pedimos? Éxodo 32:1-9 es un relato divino de lo que
hacen muchos creyentes cuando las cosas no ocurren prontamente; le dan la espalda a Dios y regresan al
mundo. Quizás durante años hemos estado orando por una situación difícil y Dios aún no nos ha dado
una palabra clara ni liberación. Un creyente maduro entiende que cuando Dios retrasa una respuesta, lo
hace por razones muy valederas. Se da cuenta de que Dios será fiel y hablará oportunamente.
Jehová espera para tener piedad de nosotros (Is. 30:18). Las dolorosas demoras labran en nuestro
corazón facetas especiales de redención, por eso Dios no siempre responde de inmediato. Los cristianos
consagrados entienden esta verdad y no le fijan a Dios una fecha límite ni le ponen un ultimátum.
Sin embargo, los no consagrados dicen: “Por dos años he orado por esto y ya me cansé de esperar;
si ahora mismo no me das lo que pido, me apartaré de Ti y seguiré por mi propio camino”. Los
cristianos verdaderos han resuelto hacer la voluntad de Dios (no la suya propia), independientemente
del costo o de la tardanza. Los cristianos consagrados, oran de esta manera durante esas prolongadas
demoras: “Señor, por favor concédeme Tu gracia y sácame adelante en esta fase de mi jornada; obra
en mi vida todo lo que sea necesario”. Esta actitud revela fortaleza y nobleza. Esperar el tiempo de
Dios es evidencia de que lo amamos. No esperar el tiempo de Dios puede dar como resultado la
pérdida de una herencia y puede trastornar el plan de Dios para nuestra vida (Is. 64:4; Pr. 20:21).
8. Cuando hemos conquistado los temores es fortaleza. Los temores acaban con la fe y la
fortaleza que tenemos. No nos ha dado Dios espíritu de cobardía (2 Ti. 1:7). El sufrimiento
genera vida, pero los temores detienen el flujo de la vida. Por lo tanto, Dios nos quiere librar de
todos nuestros temores (Sal. 34:4). El temor es un enemigo porque impide que hagamos la voluntad
de Dios. Dios no nos atemoriza para volvernos humildes. Para ese efecto, tiene otros métodos.
De acuerdo con informes médicos, hay más de veintidós millones de norteamericanos con serias
fobias debilitantes, y se cree que el número real es aun mayor. El temor es un adversario que se
puede derrotar, pero debemos tomar las medidas para afrontarlo y vencerlo.
Cualquiera de los puntos siguientes puede originar el temor:
• Temores heredados (propensión a la ansiedad, histeria, terror, fatalismo).
• Temores a consecuencia de abuso infantil (traumas, descuidos, golpes o acoso sexual).
• Temores emanados de conflictos emocionales sin resolver (murallas, imaginaciones,
incapacidad para relacionarse en sociedad).
• Temores emanados de no confiar en Dios (Mt. 6:25-34, cuya raíz es la dureza de
corazón, ver Mr. 6:50-52).
• Temores emanados de problemas físicos (Ejemplo: la hipoglicemia; el cerebro tiene
poco oxígeno, y produce accesos de pánico).
Cualquiera que sea la causa, Dios tiene la respuesta para nuestros temores y ansía
dárnosla. Nuestra mente, en particular, necesitan una total renovación (Ro. 12:2; Is.
55:8-9) . Una mente renovada nos transformará por completo.
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“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en
sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn. 4:18). Muchos
temores están asociados con los demás: el temor al rechazo, el temor al fracaso, el temor a la
opinión ajena. Los conflictos emocionales no resueltos encuentran solución cuando el amor de
Dios se perfecciona en el interior del individuo, y cuando éste aprende a ser transparente y abierto
para con los demás. Esto exige esfuerzo (1 Jn. 3:14).
Pedro aconseja a las mujeres “no temer ninguna amenaza” (1 P. 3:6), lo cual significa que ellas deben
vencer la histeria. La mayoría de las esposas tienen temores sumamente arraigados. Sus cónyuges
deben ayudarlas a expresar oralmente sus temores, identificándolos y luego acudiendo a Dios por
sabiduría para que las ayude a vencerlos. La histeria produce pecado porque las emociones se
exacerban y no es la fe la que gobierna. Las emociones descontroladas producen crítica, ira,
irreverencia e incredulidad. Las mujeres deben ser sobrias (1 Ti. 2:9; 2:15; Tit. 2:4).
Algunos temores son espíritus malignos que deben ser echados fuera. Otros, se conquistan sólo
confrontándolos e inutilizándolos. El temor es una estampa. El temor puede ser el recuerdo de
algo traumático que ocurrió en el pasado, o un pavor del futuro. Por consiguiente, necesitamos
una nueva estampa en nuestra mente. La fe también es una estampa. Necesitamos nuevos recuerdos,
nuevas estampas de victoria y de fe que sustituyan los antiguos cuadros que nos han perseguido.
Enfrentando nuestros temores y tomando las medidas adecuadas hacia ellos poco a poco,
empezaremos a ganar confianza y una nueva estampa. La balanza finalmente se moverá a nuestro
favor cuando confrontemos (por gracia) las cosas que nos atemorizan. Nuestra mente es como
una computadora. Necesita que le reprogramen las imágenes que ha computarizado el temor. Las
nuevas victorias sustituirán a las antiguas estampas que hay en nuestra mente.
9. Tratar bien a quienes nos hieren es fortaleza. Dios está en contra de las injusticias. Sin
embargo, quizás le interese más cómo reaccionamos ante un ofensor que la ofensa en sí. Cuando
alguien nos da una mala contestación, a Dios le interesa nuestra reacción. La mayor parte de nuestros
verdaderos problemas no está fuera de nosotros, lo que alguien ha dicho o hecho. Nuestros verdaderos
problemas están en nuestro interior (el orgullo, la ceguera, la confusión, la susceptibilidad exagerada,
las inseguridades, los temores, la culpa, los rencores, el desasosiego, la falta de gozo). El problema
radica en el hecho de que interiormente no somos fuertes, y en que nuestro hombre interior necesita
ser edificado. Un hombre fuerte puede abstenerse de ser vengativo. No sugiero que nos quedemos
inertes o impávidos, pero sí necesitamos un temperamento controlado por el Espíritu. A medida que
crecemos espiritualmente (en sabiduría, gozo, paz, amor, longanimidad, benignidad, misericordia y
paciencia), responderemos a cada situación a la manera de Cristo.
Había una mujer que era fiel testigo de Cristo. Su ministerio trajo a cientos de personas al Señor.
Su marido no era tan consagrado como ella y en cierta ocasión cometió un pecado de inmoralidad.
Sintiéndose sumamente arrepentido de su infidelidad, le pidió perdón a su esposa, pero ésta no se
lo concedió. Por el contrario, ella endureció su corazón contra él y contra el Señor, quejándose
amargamente de esta manera: “Señor, yo he sido fiel contigo pero Tú no lo has sido conmigo. No
mantuviste fiel a mi esposo”. Luego se negó a sobreponerse a aquel agravio y murió maldiciendo
a Dios. No recibió la gracia para el oportuno socorro (He. 4:16). Solamente la gracia es nuestra
fuente de fortaleza. Aunque esta señora condujo a más de quinientas almas a la vida eterna, ella
misma no pudo entrar (1 Co. 9:27).
10. La fortaleza proviene de depender de Dios. El individuo que se da cuenta de su propia
inutilidad, ora con vehemencia y se apoya en el Señor como fuente de fortaleza. Por lo tanto, es
71
fortalecido y está firme. El hombre que confía en sí mismo, confía en la carne (Fil. 3:3) y se apoya en
sí mismo sin buscar a Dios. Por lo cual no es fortalecido y cae. Es por esta razón que la gente
corporalmente fuerte, falla, pero la común y que depende del Señor, triunfa. La actitud de dependencia,
entonces, es un gran factor en la forma de ser de una persona. Cristo fue el hombre más fuerte que haya
vivido. Ello se debió a que fue el hombre más dependiente que haya vivido. Él se apoyaba totalmente
en Su Padre como fuente de fortaleza y de gracia, lo que constituía Su oportuno socorro. Tal fue el
secreto de Su fortaleza. Nadie en la vida ha soportado semejantes críticas, rechazos y contradicciones
(He. 12:3). Nadie jamás ha enfrentado injusticias como nuestro Señor. Pero Jesús poseía una fortaleza
sobrenatural porque se apoyaba y dependía totalmente del Padre en oración y en actitud.
11. La fortaleza que proviene de consagrar nuestro corazón. Somos fuertes cuando cada parte
nuestra está arraigada y cimentada en el amor a Dios (Ef. 3:17). Los hombres fallan y caen porque algo
se interpone entre ellos y Dios. No existe un completo compromiso de amor. Cuando Dios ve que en
el corazón de un hombre hay algo que lo sacará de ruta, Dios le habla a ese corazón repetidas veces.
Luego le proporciona al hombre versículos bíblicos de alerta. Cuando éstos son ignorados, Dios
suscita circunstancias para captar su atención. Luego envía a otros hermanos para hablarle.
Finalmente, ese problema del corazón que ha quedado sin resolver, se vuelve una ofensa y la persona
se aleja del Señor.
12. La fortaleza que procede del gozo y de todos los frutos del Espíritu. La fortaleza de
un hombre se mide por su gozo. “El gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Neh. 8:10). El gozo
mantiene nuestro espíritu libre de amarguras y rencores. Asimismo, purifica y sana heridas
del pasado. El gozo cura la depresión y el pesar. “El corazón alegre constituye buen remedio”.
Aunque la depresión es un problema espiritual, debilita el cuerpo, mas el gozo aviva y robustece
tanto el cuerpo como el alma. El gozo le dio a los apóstoles la victoria sobre la autocompasión
y el complejo de persecución cuando eran maltratados (Hch. 5:41; 16:23-26). Satanás no puede
perturbar al hombre o mujer que está lleno de gozo. El gozo es un “parachoques” contra el
enemigo. Seamos abiertos a las manifestaciones del Espíritu que generan liberación, alegría y
sanidad. Si algo está obstruyendo nuestras fuentes, tal como: odio, celos, falta de perdón o
lujuria, acudamos al Señor y a los ministros, si es necesario, para que cesen estos atascamientos
(Gn. 26:15-22). Procuremos ardientemente ser totalmente libres en espíritu.
LA FORTALEZA PROVIENE DE FRUTOS DESARROLLADOS
“Por sus frutos los conoceréis”
A menudo, al considerar los nueve frutos del Espíritu que se mencionan en Gálatas 5:22-23, pensamos
en una gama de virtudes que se deben producir en nuestra vida para hacernos como Cristo. Sin
embargo, debemos darnos cuenta de que los nueve frutos del Espíritu son fortalezas divinas. Son
nueve baluartes de resistencia que pueden hacer de nosotros cristianos consolidados. Como cristianos,
debemos entender que estamos en una carrera y que estas nueve fortalezas nos pueden llevar a la
meta (1 Co. 9:24-25).
1. El AMOR es la fortaleza para no ser egoístas.
2. El GOZO del Señor es nuestra fuerza.
3. La PAZ es la fortaleza para no ser sacudidos.
4. La PACIENCIA es la fortaleza para soportar.
5. La BENIGNIDAD es la fortaleza para ser amables.
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6. La BONDAD es la fortaleza para hacer lo que es moralmente correcto.
7. La FE genera fortaleza para vencer al mundo.
8. La MANSEDUMBRE es la fortaleza para no ser vengativos.
9. La TEMPLANZA es la fortaleza para controlar los apetitos carnales.
1. El AMOR es la fortaleza para no ser egoístas. El amor no busca lo suyo ni se irrita fácilmente. El
amor todo los soporta y todo lo sufre. ¡El amor nunca deja de ser! Es el vínculo perfecto (Col. 3:14).
El hombre que posee el amor divino es verdaderamente un hombre fuerte, porque es capaz de
anteponer a los demás a su propia persona (2 Co. 12:14-15). El amor es desinteresado. Dios es
amor; Él no es egoísta. El amor es mucho más que una emoción; es carácter divino (1 Co. 13:4-7).
2. El GOZO del Señor es nuestra fuerza. De acuerdo con informes médicos, la mayor parte de los
trastornos mentales y emocionales tienen sus orígenes en la ausencia de gozo. Cuando el gozo
abandona la vida del hombre, éste se marchita (Joel 1:12). El gozo es la cura para heridas, amarguras
y muchos otros problemas emocionales. Sin gozo, la depresión nos agobia, así como una multitud
de otras enfermedades. Además, el gozo mantiene alejado a Satanás, el cual hostiga a las personas
extremadamente serias.
3. La PAZ es la fortaleza para no ser sacudidos. La paz de Dios silencia todo pensamiento
atormentador y toda acusación esgrimida contra nosotros por el Maligno. La paz es serenidad; es
nuestra fortaleza. Sin paz, somos zarandeados por el Adversario; pero cuando experimentamos la
paz que sobrepasa todo entendimiento, ganamos ventaja sobre él (Fil. 4:7). Quien aplasta a Satanás
bajo nuestros pies es el “Dios de paz” (Ro. 16:20). Sin paz, perdemos la perspectiva y la objetividad;
además, nuestras palabras y actos se tornan irreverentes. La paz es esencial para el crecimiento y
estabilidad de las emociones y del espíritu.
4. La PACIENCIA es la fortaleza para perseverar. Significa ser equilibrado y benévolo. Indica
longanimidad en los momentos de acoso continuo. Es un fruto del Espíritu que capacita a hombres
y mujeres para soportar la presión de un diario hostigamiento. En el interior de Pablo, Dios desarrolló
el fruto de la paciencia (1 Ti. 1:16), haciéndolo sobresalir como ejemplo para los creyentes futuros.
Todo lo soportó por amor de los escogidos (2 Ti. 2:10). Pablo “se reincorporaba” cada vez que era
traicionado, rechazado o azotado.
5. La BENIGNIDAD es la fortaleza para ser corteses. La benignidad es la fortaleza para ser
“comprensivos” y suaves con las personas. Es lo contrario de una naturaleza estricta y exigente.
Sólo una persona fuerte puede permitirse ser benigna. En lo natural, somos toscos para con los
demás, especialmente cuando no los entendemos. Asimismo, la inseguridad nos impide mostrar
clemencia a la gente (Jue. 14:14; 2 S. 22:36).
6. La BONDAD es la fortaleza para hacer lo que es moralmente correcto. La bondad es la
cualidad de espíritu que está dedicada al bienestar eterno de los demás. Sopesa cuidadosamente
cada palabra y acción antes de tomar decisiones y de ofrecer consejo. La bondad nos hace
detenernos a reflexionar sobre “¿cómo influirá esto en ellos?” La bondad es la fortaleza y firmeza
para hacer lo que más conviene a los demás. Dios es bueno (Ex. 34:6; Sal. 34:8).
7. La FE trae consigo la fortaleza para vencer al mundo. La fe vence al mundo con todos sus
atractivos y antagonismos (1 Jn. 5:4). La fe es un conocimiento interno, una habilidad para ver
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más allá de las circunstancias. Es la fuente misma de nuestra vida cristiana. La fe vence las
dudas y los temores; nos saca adelante en las pruebas oscuras. Es una luz que brilla en lugares
tenebrosos. ¡La fe es victoria! Cada bendición que tenemos es “por gracia por medio de la fe”.
8. La MANSEDUMBRE es la fortaleza para no vengarnos. Es la fortaleza para no desquitarnos
cuando somos objeto de ataque, sea físico o verbal. Esto exige una enorme firmeza. La mansedumbre
es completamente lo contrario de la debilidad. El hombre pequeño es aquel que tiene que vengarse
o decir la última palabra. El fuerte puede dejar pasar la ofensa (Is. 53:7). La mansedumbre es
también la fortaleza para aceptar las circunstancias que Dios suscita en nuestra vida, sin amargarnos.
9. La TEMPLANZA es la fortaleza para controlar los apetitos. La voz “templanza” se traduce
también “dominio propio”. Es la fortaleza para no autocomplacernos. Hombres como Esaú o Sansón
no se consideran personas fuertes porque no pudieron dominar sus pasiones o apetitos. El dominio
propio es señal de una gran fortaleza espiritual (Pr. 16:32). Sin embargo, debemos tener cuidado
con los espíritus religiosos que producen falsas abstinencias.
LOS VERDADEROS FRUTOS DEL ESPÍRITU Y LOS FALSOS
Por cada fruto verdadero del Espíritu, hay un fruto falso. Hay amor falso, paz falsa, gozo falso y
mansedumbre falsa. Por ejemplo, Satanás puede proporcionarnos paz, pero es una paz que se
basa en la soberbia y la arrogancia. La gente cree que está bien como está, y hasta cree que Dios
la favorece, cuando en realidad va camino al juicio. Aunque este pequeño estudio no es minucioso
en sentido alguno, sí tiene la intención de despabilar el pensamiento. Es una incitación a adiestrar
nuestros “sentidos” espirituales para que disciernan entre el bien y el mal (He. 5:13-14).
AMOR VERDADERO - AMOR FALSO
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo
conocimiento, para que aprobéis lo mejor [o lo más excelso], a fin de que seáis sinceros
e irreprensibles para el día de Cristo” Filipenses 1:9-10.
Pablo ora para que el amor de la Iglesia Universal se desarrolle en una aguda revelación y en un
discernimiento completo, para que ella conozca y escoja lo más excelso y sobresaliente. El amor
cristiano que ha llegado a la madurez discrimina entre el bien y el mal. Sin embargo, en la Iglesia de
hoy existe un amor inmaduro, que no discrimina, que acepta a todos y a todo, pero que ofende a
Dios (Ez. 22:26). Por lo tanto, el mensaje de amor debe purificarse.
Cuando las verdades se exageran y se llevan demasiado lejos, resultan en error. Cuando se insiste
exageradamente en una verdad, ésta se convierte en equivocación, lo cual es especialmente cierto
en el mensaje de amor. El amor de Dios es insondable; excede a todo conocimiento (Ef. 3:19).
Mas cuando el mensaje de amor es llevado demasiado lejos, asegura que un Dios de amor infinito
jamás permitirá que alguien sufra la venganza del fuego eterno. Además, el “mensaje de amor”
extremo, asevera que Satanás y todos los demonios y ángeles caídos, serán rehabilitados y librados
también del juicio. ¡Esto es amor humanista! El humanismo es realmente “una adhesión que
hace caso omiso del juicio de Dios”. El amor humanista niega que el hombre será juzgado si no
se arrepiente. No obstante, yo podría añadir que Dios nunca le niega la vida a nadie. Es el hombre
mismo quien se juzga indigno de la vida eterna (Hch. 13:46). El hombre es el que rechaza la vida
y escoge la muerte.
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Hoy en día, la Iglesia de Jesucristo está llena de amor humanista. El amor humanista es una mentalidad
que cree que el pecado no tiene consecuencias de largo alcance. Por ejemplo, supongamos que un
creyente renombrado comete un grave pecado. De inmediato, algunos santos lo tildan de “caso
irremediable”, pero otros se van al otro extremo, diciendo: “No juzguemos, seamos compasivos y
restituyámoslo pronto a su prestigioso nivel”. Con este proceder creen demostrar el incondicional
amor divino, pero en realidad están manifestando el amor humano. El problema que tenemos es que
no hemos aprendido a amar a los demás como Dios ama (Ap. 3:19).
Supongamos que a un cristiano que se descarrió se le reincorpora inmediatamente a su cargo de autoridad.
¿Qué pasará si no habiendo jamás afrontado las consecuencias de su error, ni recibido ninguna acción
disciplinaria, se le admite de nuevo con los brazos abiertos? En primer lugar, ese problema que hay en
su vida, el que lo hizo caer, nunca se remediará. Cuando un hombre de Dios cae, es porque en su vida
privada ha esquivado una y otra vez las señales de alto, ignorando advertencia tras advertencia. Dios ha
tratado de hablarle repetidas veces sobre las áreas peligrosas de su vida, pero él no ha querido escuchar.
Por eso, restituir la posición de poder a un hermano caído sería una crasa injusticia, no sólo para el
hombre, sino para el Cuerpo de Cristo. Con toda seguridad, saldría de nuevo a repetir los mismos
pecados. Pero aquí está en juego otro serio factor; es el efecto que tendría la caída y pronta reivindicación
de este individuo en la multitud de sus solidarios. El que no se le impute castigo ni restricción al líder
caído (todo en aras del amor), sería como declarar ante todos los demás espectadores: “El pecado no
tiene consecuencias serias. Si el líder lo puede hacer y se le toma a la ligera, nosotros también lo
podemos hacer. Podemos salir a hacer lo que nos dé la gana. Hagamos lo que hagamos, Dios nos ama
incondicionalmente”. Entonces la iniquidad, como una plaga, se propagaría en la congregación del Señor.
Lo que hemos dicho acerca de los líderes caídos, se aplica ciertamente a cualquier creyente. Cuando
se pasa por alto un pecado grave, éste se esparce por toda la Iglesia. Por lo tanto, el amor verdadero
disciplina, corrige y reprende (Ap. 3:20; Pr.13:24; 19:18). El amor de Dios separa al pecado del
pecador, pero el amor humano mantiene a la gente en esclavitud. ¿Sabía usted que es posible llevar
a una persona amorosamente al infierno? Cuando amamos verdaderamente, hacemos y decimos lo
que es mejor para el prójimo en términos eternos, aun si con nuestras amonestaciones no seamos
bienvenidos. El verdadero amor es vulnerable; se arriesga a ser desdeñado con tal de ayudar a otros
(Pr. 27:6; Sal. 140:5; 2 Co. 12:15). ¡El amor verdadero no es egoísta!
El verdadero amor escoge a Dios por encima de parientes y amigos (Mt. 10:37). Cristo aseveró:
“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que
a mí, no es digno de mí”. Cuando el creyente ama a su padre o a su madre más que a la voluntad
de Dios, ello no es amor divino, es amor humano. Cuando un padre ama a un hijo o hija más que
a la voluntad de Dios, ese amor no es divino sino humano, amor natural. El amor también debe
ser purificado de parcialidad. Isaac y Rebeca procrearon dos hijos. Isaac amó a Esaú, pero Rebeca
amó a Jacob (Gn. 25:28). Cada uno tenía un hijo favorito. Este amor es parcial y carnal. Además,
para tener un amor verdadero, debemos estar limpios de embelesos, fantasías y caprichos que nos
privan del buen juicio.
En su vejez, al profeta Samuel se le aconsejó “dejar de llorar a Saúl” (1 S. 16:1). Algo en su pensar y en
su sentir necesitaba modificación. Samuel se lamentaba de algo que Dios no lamentaba. Dios le dijo que
en su vida privada separara alma y espíritu (He. 4:12). Somos espirituales sólo cuando tenemos los
pensamientos y sentimientos de Dios. Somos almáticos cuando tenemos los nuestros. En cuanto a sus
sentimientos por Saúl, Samuel no estaba sincronizado con el Espíritu del Señor. Si estamos compungidos
por algo, asegurémonos de que Dios también lo está. Si reímos, asegurémonos de que Dios también ríe.
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Nuestro sentir hacia el prójimo y hacia las situaciones debe ser el mismo sentir de Dios; si no, es posible
que mantengamos atados a los demás. Asegurémonos de amar a hombres y mujeres como Dios los ama,
de lo contrario estaremos poniendo de manifiesto un amor humanista, no divino.
“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la
doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Ro. 16:17). En este pasaje, el
apóstol Pablo se refiere a los alborotadores que hay dentro de la Iglesia, a los cuales debemos
evitar. A veces el creyente no puede tener un compañerismo íntimo con toda la gente de la Iglesia.
A veces un feligrés es como una célula cancerosa que esparce enfermedad por todo el cuerpo. Un
sembrador de discordia puede destruir a toda una iglesia. Con sus palabras y actitudes, Judas
contagió a todos los otros hermanos (Mr. 14:3-6; ver Jn. 12:1-6). Fue hasta que Judas dejó el
grupo, que Cristo oró por unidad y les ordenó a los apóstoles que se amasen entre sí. La unidad
sólo es posible cuando han sido eliminados los traicioneros y desleales, como Judas.
“¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de
Jehová ira contra ti por esto” (2 Cr. 19:2). Ésta fue la reprimenda de Dios al rey Josafat por haberse
unido mano a mano con un inicuo compatriota israelita, Acab. Ésta no era una situación de creyente/
incrédulo. Los dos eran compatriotas israelitas. Los dos eran de la casa de la fe.
Leían la misma Biblia y creían en el mismo Dios. De hecho, ambos hombres creían en los dones espirituales
y confiaban en el espíritu de la profecía como su guía para tomar decisiones (2 Cr. 18:1-5). Sin embargo,
Dios se enfureció con su alianza porque un grupo era piadoso y el otro profano, y la mezcla de los
dos corrompía a los justos. Josafat y Acab se volvieron tan buenos camaradas que sus hijos
comenzaron a “verse”. Finalmente, la hija de Acab y Jezabel, se casó con el hijo de Josafat, lo
cual, por muchas generaciones, constituyó la ruina del linaje de los reyes de Judá (2 Cr. 21:6; 22:3-4).
Es exactamente por esta razón que nosotros, aun dentro de la casa de la fe, no podemos “amar a
todas las personas” en forma indiscriminada, ni dejarnos llevar por la corriente.
Sentimos un amor verdadero en estos casos:
• Cuando amamos a los demás como Dios los ama.
• Cuando comprendemos que las amonestaciones y castigos son una medida correctiva, y no una crueldad.
• Cuando demostramos discriminación y sabiduría en nuestra forma de amar.
• Cuando estamos dispuestos a que nos rechacen, con tal de decir la verdad a otros.
• Cuando amamos a Dios más que a familiares y amigos.
• Cuando hacemos por los demás lo que en términos eternos les conviene.
• Cuando estamos dispuestos a amonestarnos los unos a los otros, y a nuestros hijos (Ro. 15:14; Pr. 13:24).
• Cuando limitamos o rompemos los vínculos con compañeros creyentes no arrepentidos (2 Ts. 3:14-15).
• Cuando nos compungimos sólo por lo que a Dios compunge; si no, somos almáticos, no espirituales.
• Cuando damos la vida por nuestros hermanos (Jn. 15:13). No demos la vida por falsos hermanos.
• Cuando no somos egoístas. La suma total de la exposición de Pablo acerca del amor en 1 Corintios 13:4-7
es la ausencia de egoísmo.
Hay ocasiones en que Dios traza una raya y todos tenemos que decidir entre caminar con los
piadosos o con los inicuos de la Iglesia. Israel, en un momento dado, se dividió en dos campamentos
y toda persona tuvo que escoger entre el campamento de Saúl y el de David. Jonatán trató de ser
el amigo de todos y acabó muerto prematuramente, en el campamento equivocado.
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EL GOZO VERDADERO - EL GOZO FALSO
Moisés escogió ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de “los deleites temporales
del pecado” (He. 11:25). ¡El pecado atrae! Hasta puede ser “exquisito” por un tiempo (Pr. 7:12-27).
Los “placeres del pecado” seducen a muchos que andan en busca de emociones, entretenimiento,
fama, fortuna y comodidad. Los placeres mundanos centellean como escapes del estado de
aburrimiento y depresión, y Satanás siempre está cerca para ofrecerle una falsificación al hombre o
mujer infeliz. En realidad, los deleites terrenales ofrecen una exaltación momentánea, pero el fin
siempre es el mismo: desilusión y muerte.
Sólo hay una cosa que el corazón humano busca: la felicidad. Hombres y mujeres persiguen la
felicidad por doquier, mas no la pueden encontrar. La verdadera felicidad no se halla en el ámbito
externo. El gozo genuino procede de una fuente de agua de vida que Cristo coloca en el interior de
cada creyente (Jn. 4:14; Is.12:3). Sin embargo, el gozo que el hombre natural trata de alcanzar es
muy diferente. Es exterior, y siempre depende de que las circunstancias obren a su favor. El gozo
divino es interior. Sostiene al alma aun cuando el mundo mismo se derrumba (Hab. 3:17-18). Jesús
poseía un inmenso gozo cuando se dirigía al Huerto de Getsemaní (Jn. 17:13). Esta clase de gozo es
la que Él desea impartirle a cada creyente.
“Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva,
y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:13).
El gozo es el resultado de que Cristo more en nuestro ser como una fuente de agua de vida. Él es la
Fuente de agua viva. Nuestro gozo permanece cuando perseveramos en hacer de Cristo la fuente de
nuestra vida. Desgraciadamente, muchos santos de Dios beben de otras fuentes. Jeremías no dirigió
su mensaje (Jer. 2:13) a los incrédulos, sino a los redimidos. El Cristianismo se convierte en una
desilusión para todas las personas de doble ánimo (Stg. 1:8; 4:8; Mt. 6:24). Cuando el pueblo de Dios
bebe de todos los arroyos contaminados de este mundo, Jesús no le satisface. Aunque el pueblo diga
“Jesús me satisface”, son palabras tan sólo de los labios pues no tienen validez en el corazón.
Tener un ministerio no satisface, ni tampoco el éxito o la popularidad. Los cristianos deben purificarse
de este espejismo. Salomón tuvo todo esto, pero sin gozo (1 R. 4:29-34; Ec. 2:1-11). Este rey fue
dotado extraordinariamente de sabiduría, ciencia y entendimiento. Además, fue un excelente músico
que escribió más de mil cánticos. Sin embargo, perdió la presencia de Dios porque descuidó su
relación con Él (1 R. 11:6). Su corazón estaba repartido entre otros amores (ver 1 R. 3:3; 11:1).
Cuando Salomón predicó Eclesiastés, ya era un monarca anciano e insensato que rehuía las
amonestaciones. Ésos fueron sus años de cosecha. La viña de su propia vida interior yacía en ruinas
después de haber sido devorada por todas las pequeñas zorras de los deseos de esta vida. Él había
experimentado con todo lo que hay debajo del sol. En resumidas cuentas, Salomón se convirtió en
uno de los hombres más decepcionados de todos los tiempos.
El amor humano no satisface. El amor humano es una de las más comunes “cisternas rotas”. La
mujer del pozo estuvo casada cinco veces y el hombre con quien vivía no era su esposo (Jn. 4:1718). Cristo le ofreció otra fuente, diciendo: “… el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá
sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna” (Jn. 4:14). El apóstol Pablo añade que “en Cristo estamos completos” (Col. 2:10).
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Tenemos un verdadero gozo cuando:
• Extraemos vida de la fuente de salvación, Jesucristo.
• No estamos bebiendo de otras fuentes mundanas.
• No somos de doble ánimo ni fluctuantes en nuestros caminos.
• No estamos tratando de hallar la felicidad en el amor humano, sino en el amor de Dios.
• Hemos sido purificados de la ilusión de que el ministerio, el éxito y la popularidad satisfacen.
• Nuestro gozo no depende de que las circunstancias nos favorezcan (Hab. 3:17-18).
• Por experiencia aprendemos que “la plenitud de gozo” se encuentra en la presencia de Dios (Sal. 16:11).
• Nuestro gozo vence al complejo de persecución y a la autocompasión (Hch. 5:41; 16:23-25).
Recordemos que guardando un espíritu de regocijo, podemos mantener nuestros pozos sin
obstrucciones. Con sus espíritus agradecidos y gozosos, Caleb y Josué guardaron sus pozos sin
atascos, y ello permitió que la fe corriera libre y fluida. Ellos tenían “otro espíritu” que los hizo
entrar en la tierra de la promesa (Nm. 14:8). Si Jehová se agradare de nosotros, Él nos llevará a
todo lo bueno que nos ha prometido.
LA PAZ VERDADERA – LA PAZ FALSA
La paz de Dios es serenidad interior. Es calma en medio de la tormenta (Mr. 4:37-41). Por lo tanto,
la paz de Dios es una gran fuerza estabilizadora. El concepto secular de paz es la ausencia de
dificultades. Sin embargo, aun cuando los problemas exteriores cesan, hombres y mujeres siguen
sufriendo inmensamente de ansiedades interiores. Pablo declara que la paz de Dios guardará nuestros
pensamientos y nuestro corazón (Fil. 4:7). Necesitamos esta paz en el corazón (en los afectos) y
también en los pensamientos, porque allí es en donde tenemos confusión. Todo santo de Dios
necesita una experiencia más profunda de la paz de Dios. Cuando el corazón de los hombres
desfallezca por el temor de lo que viene sobre la tierra (Lc. 21:26), buscarán a quienes posean la paz
de Dios. Nuestra paz se intensifica cuando perseveramos en caminar con Dios, y a medida que
ganamos una y otra batalla en nuestra vida personal. Dios promete hacer un pacto de paz que no
será quebrantado (Is. 54:10). Debemos orar así: “¡Señor, haz ese pacto de paz conmigo!”
No obstante, hay otra paz que proviene del Maligno. Es un estupor que nubla la mente de hombres
y mujeres, haciéndoles creer que están bien como están, cuando de hecho van camino al juicio. Ésta
es una paz que se basa en el orgullo y la presunción. La gente que está cegada por el engaño nos dirá
que ahora más que nunca está convencida de que lo que hace está bien (Pr. 14:12; 16:25). Cuando
la gente tiene una paz total en la descarriada senda que ha elegido, ello es a menudo el resultado de
una conciencia endurecida. Examinemos nuestra paz para ver si viene de Dios o de Satanás. La paz
de Satanás hace a los hombres presuntuosos, demasiado seguros, impasibles y despreocupados
mientras siguen en la ruta que los lleva a una rotunda catástrofe.
LA PACIENCIA VERDADERA – LA PACIENCIA FALSA
“Paciencia” se traduce también como longanimidad. Significa ser equilibrado y perdonador. Es la
paciencia la que nos capacita para permanecer imperturbables bajo la provocación y el acoso
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continuos. La paciencia es una gracia divina; no nos la podemos poner encima como un vestido. La
paciencia (el aguantar con serenidad), puede ser comparada con el incienso. Éste produce una
exquisita fragancia cuando es sometido al fuego. De hecho, entre más ardiente el fuego, más grata
la fragancia. La naturaleza de Jesús es así. A medida que los fuegos aflictivos aumentan, también
aumentan los agradables aromas del fruto de la paciencia.
Las ofrendas encendidas que se le hacían al Señor no podían contener miel (Lv. 2:11). La miel representa
la dulzura humana. Cuando se calienta la miel, sus propiedades químicas se alteran y se echa a perder. La
miel no puede soportar el fuego, así como la dulzura humana no lo soporta. El hombre puede tratar de
vestirse de paciencia y ser perdonador y magnánimo, pero cuando el fuego arde en extremo, la miel
humana se descompone y ocasiona una explosión. Podemos entrenarnos para ser elegantes y cultos, pero
todo eso es dulzura natural que nunca podrá confrontar los fuegos de la persecución o de la crítica.
Las virtudes humanas no pueden soportar el fuego; sólo las virtudes divinas lo soportan. En la
Segunda Guerra Mundial, cuando Francia fue invadida por los Nazis, algunos cristianos trataron de
adaptarse a la persecución, infligiéndose torturas. Trataban de desarrollar un alto nivel de resistencia
al dolor, para sobrevivir a las atrocidades de los alemanes. Sin embargo, las personas que así se
prepararon fueron las primeras en flaquear. Otros creyentes que se apoyaron solamente en la gracia
fueron fortalecidos y pudieron soportar la ocupación germánica. La longanimidad se falsifica cuando
endurecemos el corazón, haciéndonos insensibles e impávidos, y asumiendo una falsa sonrisa o
fachada. La paciencia y la longanimidad artificiales pueden durar sólo mientras la carne aguante.
LA BENIGNIDAD VERDADERA – LA BENIGNIDAD FALSA
Benignidad puede traducirse también como “amabilidad”. Significa ser accesibles y suaves con las
personas. Es una disposición benévola y gentil para con los demás. A menudo, a los inseguros les
cuesta mostrar benignidad hacia los demás. Se requiere fuerza para ser benignos. Sansón se refirió
a esta verdad cuando habló así en su acertijo: “Del fuerte salió dulzura” (Jue. 14:14). Esto me
recuerda una historia que escuché acerca de dos perros que dormían a la entrada de un restaurante
rural. Uno era un enorme buldog y, el otro, un cachorro. Cuando alguien atravesaba la entrada, el
cachorro ladraba ferozmente, pero el perro grande ni se movía. Esto ilustra nuestro tema a la
perfección. La persona fuerte y segura puede permitirse ser benigna. Pero la escasa e insegura es la
que hace todo el ruido y las amenazas. En nuestra vida necesitamos tener una confianza santa y una
buena autoimagen para manifestar el fruto de la benignidad. Los fuertes (los benignos) pueden
perdonar a los demás sin dificultad, y pasar por alto las ofensas (Gn. 45:4-5; Pr. 19:11).
Satanás hace un simulacro de la benignidad, pero con intenciones ulteriores. Políticos no redimidos
pueden ser famosos por su cordura y clemencia. Hombres mundanos pueden exhibir simpatía personal
y tener el tino de agradar a todos. Algunos miembros del reino de las tinieblas son humanitarios y
muestran compasión hacia los pobres y menesterosos. El carisma, la ternura, la sensibilidad y la
cortesía pueden ser atributos de la gente que no es salva. Debemos entender que no todo el reino de
Satanás es grotesco. Algunos demonios y ángeles caídos son muy hermosos, amables y corteses.
No nos engañemos creyendo que sólo por ser agradable y gentil, la gente es redimida.
LA BONDAD VERDADERA – LA BONDAD FALSA
La bondad es la esencia misma de la naturaleza de Dios. Dios es bueno. Todo lo que Dios hace es
bueno. La bondad es uno de los atributos que Dios usó para describirse ante Moisés. Él declaró:
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“¡Jehová! … Grande en misericordia [bondad] y verdad”(Ex. 34:6; ver Sal. 34:8). Bondad es una
palabra de acción; siempre hace lo que es honorable moralmente. La bondad es completamente
pura en intenciones; significa “incapaz de hacer mal”. Bondad significa “rectitud moral en nuestros
tratos con el prójimo”. Este fruto sólo hará lo mejor y más conveniente para el bienestar eterno de
nuestro prójimo, con gentileza. Dios desea que estemos llenos de Su bondad (Ro. 15:14; Ef. 5:9).
La bondad está enraizada en las motivaciones puras. Desea sólo lo que es mejor para los demás y
sólo busca la gloria del Señor. Hay, con todo, una imitación de la bondad que parece sincera y
sacrificada, pero la motivación detrás de ella es asegurar algo para sí, y atraer la atención sobre el
que la brinda. Pablo dijo que una persona puede vender todos sus bienes para dar de comer a los
pobres, y dar su cuerpo para ser quemado como mártir, y todavía carecer de motivaciones correctas
y puras (1 Co. 13:3). Muchos están hambrientos de tener preeminencia y control. Sus muchas
bondades y sacrificios tienen el propósito de auto exaltarse y extender sus tentáculos hacia las vidas
a fin de controlarlas. Al final, su preocupación no está en dar lo mejor a otros, sino en conseguir
algo para satisfacer su propio ego.
LA FE VERDADERA – LA FE FALSA
La fe verdadera es totalmente divina. Es sobrenatural. No obstante, nuestra fe debe ser purificada
porque puede mezclarse con la presunción y otros elementos del ego. El apóstol Pedro dice: “Para que
sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con
fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:7). Años
antes Cristo oró para que la fe de Pedro (que estaba mezclada con la presunción) no fallara en el día
de la negación (Lc. 22:31-32). Hablaremos más de la fe después.
Nuestra visión necesita ser purificada. Dios puede mostrarnos un destello de Sus propósitos para
nuestra vida en una etapa temprana, pero nunca nos mostrará todo el panorama de una sola vez. La
revelación inicial que el Señor nos da en relación con nuestro llamado puede ser cien por cien
divina, pero nuestra mente humana analiza el cuándo, el dónde, el qué y el cómo, y usualmente
nuestros cálculos resultan ser incorrectos. Lo que Dios tiene en mente para nosotros y lo que nosotros
tenemos en mente, son dos cosas muy diferentes (Is. 55:8-9).
LA MANSEDUMBRE VERDADERA – LA MANSEDUMBRE FALSA
La mansedumbre no admite venganzas. Es el pensamiento de una bestia salvaje que ha sido domada.
La raíz del significado de mansedumbre quiere decir “aquel que ha sido domado y no hace su
propia voluntad”. Una persona mansa soporta la corrección de Dios sin enojos. La mansedumbre
acepta y soporta las circunstancias con gozo. Jesús aceptó la voluntad del Padre sin resistirse. Era
como un cordero ante sus esquiladores. Cristo no abrió su boca en ira o con venganza (Is. 53:7, ref.
Sal.39:13). La mansedumbre no toma venganza ni con hechos ni con pensamientos (Pr. 24:29). La
mansedumbre verdadera es sobrenatural. Muchos cristianos poseen muy poca mansedumbre. ¿Cómo
se diferencia la mansedumbre verdadera de la mansedumbre falsa?
Al igual que la mansedumbre divina, la mansedumbre humana no toma venganza, pero en lugar de
reflejar fortaleza, refleja culpabilidad (ver 1 P. 2:20). Los guardias de las zonas fronterizas
frecuentemente descubren un espía por su “mansedumbre”. Los espías saben que un día serán
capturados. Por lo tanto, su mansedumbre es un sentido de culpabilidad, y no el de soportar injusticias.
Otras formas de mansedumbre falsa son: pasividad, sumisión ciega, “dar el brazo a torcer” y no poner
resistencia al extremo que ni Satanás es resistido. Cristo fue el hombre más manso (Mt. 11:29), pero
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fue capaz de hablar y decir “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, serpientes, generación
de víboras, guías ciegos! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” La Iglesia debe
comprender con mayor claridad cuál es el verdadero significado de la humildad y la mansedumbre.
LA TEMPLANZA VERDADERA – LA TEMPLANZA FALSA
Templanza es “dominio propio”. Ésta constituye una restricción de nuestros apetitos mediante el poder
del Espíritu Santo. En ello está comprometida nuestra voluntad, pero no estoy exaltando el poder de la
voluntad o de la fuerza humana. Estoy exaltando al Dios de toda gracia, el cual es poderoso para ayudarnos
a gobernar y cambiar nuestra voluntad (Fil. 2:13). La templanza falsa es una abstinencia originada en la
carne, y respaldada a través del poder de un espíritu religioso. El legalismo, la autonegación y la abstinencia
rígida son intentos de ganar el favor de Dios para avanzar espiritualmente. Hubo un sumo pontífice que
mientras todavía era cardenal, practicaba el comer sólo raciones pequeñas para ganar “puntos”. Después,
en una visita a la República Argentina en la que fue cálidamente bienvenido, rehusó la comodidad de
la cama que le ofrecieron, y prefirió acostarse en un sofá duro y mortificante. Claro, todo esto recibió
una buena publicidad. Asegurémonos de purificar nuestras motivaciones y seamos guiados por Dios
cuando ayunemos, oremos, ofrendemos y nos abstengamos de algo (Mt. 6:1-7).
EL VERDADERO ARREPENTIMIENTO
El arrepentimiento es una unción, un don de Dios. Es un espíritu que desciende sobre el hombre y
la mujer a fin de suavizar su corazón y cambiar su mente (Zac. 12:10). A menos que Dios
soberanamente nos conceda esta gracia, seremos incapaces de quebrantarnos y cambiar (Ro. 2:4).
El arrepentimiento es literalmente “un cambio de mentalidad”. Las voluntades obstinadas y la
terquedad pueden ser quebrantadas cuando Dios derrama en el hombre el espíritu de arrepentimiento.
Con todo, la humanidad puede escoger endurecer su corazón y negarse a recibir la gracia de Dios.
El don del arrepentimiento se nos concede en el nuevo nacimiento, pero el propio arrepentimiento
(el hecho de cambiar nuestras mentalidades y transformar nuestro corazón en uno de carne), debe
continuar todos los días de la vida. El arrepentimiento abre la puerta para las bendiciones de Dios.
Traspasa las barreras que existen en nuestras relaciones con los demás y con Dios. Lo necesitamos
todos los días. El arrepentimiento es tanto la clave para avanzar con Dios, como para cambiar. A
continuación se mencionan diversas formas de determinar la efectividad con que hemos permitido
que el espíritu de arrepentimiento obre en nuestra vida.
Evidencias del Espíritu de Arrepentimiento
• Un quebrantamiento: un entendimiento de lo ciego y necio que he sido.
• Una confesión honesta: “Estoy equivocado, necesito cambiar”.
• Pesar por haber herido a Dios: no sufrir por haber perdido una posición.
• Disposición para aceptar la disciplina y la degradación, de ser necesario.
• Cambiar lo que estoy haciendo: hacer obras [dignas] de arrepentimiento.
• Restitución y medidas para reparar lo que he dañado, hasta donde sea posible.
• Actitud de aceptación: “Estoy recibiendo lo que merezco”, y no: “Se me ha tratado injustamente”.
• No compararnos con otros: “Yo no soy tan malo como otros, por lo tanto, estoy bien así”.
• No pasarle la culpa a otros para justificarnos.
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Arrepentimiento: un quebrantamiento. El hombre puede llegar a ser muy obstinado e
inflexible (en esto incluyo a cristianos y no cristianos). Aun los hombres y mujeres piadosos
luchan con los puntos ciegos y la terquedad. Job, por ejemplo, sufrió quebrantos de salud,
dinero, prestigio y matrimonio. Sin embargo, aún no tenía un espíritu quebrantado. Encontraba
faltas en Dios, pero no veía ninguna en sí mismo y declaró que mejor moriría en lugar de
cambiar de parecer (Job 27:1-6). El corazón de Job se ablandó cuando se abrieron sus ojos al
entrar Dios en escena (Job 42:1-6). El Señor derramó soberanamente sobre Job el espíritu de
arrepentimiento. Así es la bondad de Dios (Ro. 2:4).
Hoy en día, la nación de Israel es dura e incrédula. Sin embargo, el momento vendrá en que toda la
nación se vuelva a Dios (Ro. 11:26). El Antiguo Testamento lo describe de la siguiente manera: “Y
derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración;
y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito …” (Zac. 12:10; ver
Jer. 31:18-19). Cuando Cristo regrese, los judíos que antes se opusieron a Él, se encontrarán llorando
y afligidos. Se dirán a sí mismos: “¡Qué necios, ciegos y obstinados hemos sido todos estos años!”,
y se lamentarán por Cristo. Cuando hay un arrepentimiento verdadero, la persona no discute, no se
defiende ni se justifica, por el contrario, dice: “Estaba tan ciego y tan equivocado”.
Arrepentimiento: una confesión honesta. Hay una sola manera de eliminar el sentimiento de
culpa, y es admitiendo nuestras faltas con honestidad. El individuo que se niega a reconocer sus
faltas, no se ha arrepentido. Él está convencido de que lo que hizo estuvo correcto, o al menos, que
“no estuvo tan malo”, lo cual deteriora las relaciones que tiene con los demás y con Dios. Una
confesión abierta y honesta es el primer paso hacia la reconciliación con Dios y con el hombre. Lo
que Dios pide es que reconozcamos nuestra maldad (Jer. 3:13).
Proverbios 28:13 declara: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se
aparta alcanzará misericordia”. El rey David trató de esconder su pecado, pero su “verdor se convirtió
en sequedades de verano” hasta que reconoció sus transgresiones (Sal. 32:1-5; 38:1-18; 51:3). A
veces, la única forma de aplacar la culpa que originó nuestro pecado es confesándolo, no solamente
a Dios sino también al hombre. Los hijos de Jacob sufrieron por veintidós años la culpa de haber
traicionado a José (Gn. 42:21-22). Ellos pudieron haber reconocido su falta ante Dios, pero no
fue sino hasta que le dijeron la verdad a su padre (a quien le habían mentido), que lograron ser
libres de su culpa.
Para encontrar liberación, es crucial que los criminales reconozcan su delito no sólo ante Dios, sino
ante los hombres. Lo peor que le podría suceder a un criminal es ser absuelto de un crimen del cual
es culpable. Él podrá creer que se le perdona su transgresión aquí en la tierra, pero su pecado no
será nunca borrado y tendrá que enfrentar al Gran Juez en el día del juicio, lo cual es infinitamente
peor. De cierto, nadie se sale con la suya en ningún sentido. Todos los hechos del hombre saldrán a
luz, por eso no debemos preocuparnos por las injusticias o el envilecimiento de la justicia. Es por la
misericordia de Dios que un hombre es hallado culpable, porque así se le da la oportunidad de
confesar su pecado y encontrar la piedad y perdón de nuestro Señor Jesucristo. Si los crímenes no
son expuestos a la luz y confesados en esta vida, se llevarán sin purgar a la eternidad y el culpable
enfrentará el juicio eterno. Para encontrar liberación de culpas, pecados y ataduras, a veces se
necesita hacer una confesión tanto ante el hombre como ante Dios.
Arrepentimiento: disposición para aceptar la disciplina y la humillación. Existe arrepentimiento
verdadero cuando hay un corazón sinceramente contrito por haber avergonzado al Señor y al Cuerpo
de Cristo. Esto es una tristeza santa y trae vida, pero la tristeza del mundo produce muerte (2 Co. 7:9-11).
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La tristeza del mundo es de la carne y se lamenta por la pérdida de una posición, del honor o de
cualquier otra cosa anhelada. En años recientes, hemos visto mucha “tristeza del mundo”
manifestarse en la Iglesia. Los ministros que pecaron, lloraron y se arrepintieron públicamente,
pero se puede cuestionar la sinceridad de ese arrepentimiento. Cuando se les pidió aceptar un
período de disciplina o esperar hasta que recuperaran su credibilidad, algunos se negaron
abiertamente. Su pesar y sus lágrimas no se derramaron por haber ofendido al Señor o por haberle
traído deshonra a la Iglesia, sino por su propia vergüenza y pérdida de una destacada posición.
Eso no es un verdadero arrepentimiento.
Un muchacho se quejaba de la falta de amor y del deliberado rechazo a que se le sometía en su
congregación. Sin embargo, realmente había sido encontrado culpable de abusar de algunos niños
de esa iglesia. Cuando se le pidió que abandonara el lugar, dijo: “La gente me odia; ¿qué cosa tan
horrenda habré hecho?” Este joven era insensible al daño y perjuicio que les había ocasionado a
otros, solamente se preocupaba por sus propios sentimientos de rechazo y de desánimo. No había
señal de un verdadero arrepentimiento.
El perdón puede ser instantáneo, pero la recuperación toma tiempo. Es necesario que haya un
período en que la persona dé pruebas de su credibilidad. Cuando se cometen graves pecados, hay
una pérdida de confianza. Si nuestro hijo fuera irrespetado sexualmente por un hombre, tal vez
perdonemos con prontitud a esa persona, pero, ¿confiaríamos en que nuestro hijo permaneciese
en sus cercanías? Si nuestro pastor cometiera adulterio, ¿desearíamos que un mes después nuestra
esposa recibiera consejería en su despacho? El verdadero arrepentimiento implica estar dispuestos
a aceptar disciplina y corrección para remediar aquello que, si se repitiera, afectaría a Dios, al
prójimo y a nosotros mismos.
Arrepentimiento: hacer lo opuesto de lo que estamos haciendo. “Haced, pues, frutos dignos
de arrepentimiento” (Mt. 3:8). Arrepentirse significa “cambiar de mente”, lo que a su vez nos
hace cambiar nuestras costumbres y obras. Por lo tanto, el verdadero arrepentimiento es una
palabra de acción. Significa hacer lo contrario de lo que hacíamos en el pasado. Por ejemplo, si
un individuo se ha dedicado a desacreditar a otro, menoscabando la confianza en la conducta y
autoridad de aquel, deberá dejar de hacerlo, disculparse ante el agraviado, y hablar a todos bien
de él. Éste es un verdadero arrepentimiento.
Pablo dijo: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno,
para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28). ¡Este es un verdadero
arrepentimiento! He aquí uno que ha robado, y que en otro tiempo vivió de las posesiones ajenas.
No sólo cesa de robar, sino que ahora labora con diligencia para satisfacer sus propias necesidades
y también las de otros. El arrepentimiento puede implicar que dejemos de andar en malas compañías
y comencemos a hacer amistad con la gente correcta. Tal vez implique tener que cambiar la música
errónea por la piadosa. El arrepentimiento es dar un giro de ciento ochenta grados.
Arrepentimiento: restitución en lo posible. El propósito del Cristianismo es rectificar toda
equivocación del pasado y prepararnos para el reino eterno. El objetivo del Cristianismo es
presentarnos sin mancha ni ofensa (1 Co. 1:8; Ef. 1:4; Col. 1:22; Jud. 1:24). Por lo tanto, hasta
donde sea posible, debemos procurar enmendar toda falta del pasado. Eclesiastés 3:15 dice:
“Dios restaura lo que pasó”. Dios, pues, tomará en cuenta lo pasado.
Zaqueo era un prominente recaudador de impuestos. Cuando conoció al Señor Jesucristo como su
salvador, quiso repartir la mitad de sus bienes entre los pobres, y a los que había cobrado
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excesivamente quiso restituirles cuatro veces su dinero. Jesús dijo: “Hoy ha venido la salvación a
esta casa” (Lc. 19:8-9). Ciertamente, si en el pasado adquirimos deudas, debemos procurar una buena
conciencia dando los pasos necesarios para “no deberle nada a nadie” (Ro. 13:8). Cuando Cristo se
convierte en nuestro Salvador, somos perdonados totalmente, mas debemos finiquitar todas nuestras
deudas anteriores con el hombre. Puede ser que le debamos a alguien una disculpa por daños o perjuicios
de otro tiempo, y quizás nos debamos acordar de juramentos matrimoniales y de una familia que
hemos descuidado. Todo esto es parte de un espíritu de arrepentimiento sincero y honesto.
Arrepentimiento: “me tocó lo que merezco”. El ejemplo de una persona que se arrepiente y de
otra que no, lo encontramos en las Escrituras en el caso de dos criminales. Comencemos con el
primer criminal, Caín. Caín mató a su hermano menor y no mostró ningún remordimiento. De
hecho, nunca admitió su crimen abiertamente (Gn. 4:9). Por no haber confesado su culpa jamás,
Dios castigó a Caín sentenciándolo a andar errante, como extranjero en la tierra. (Cuando el hombre
se niega a reconocer su pecado, la guía de Dios termina). Lo único que Caín lamentó fue que su
castigo “era muy grande para ser soportado” (Gn. 4:9-13). En ningún lugar encontramos a Caín
arrepintiéndose de derramar la sangre de su hermano. Su respuesta es la típica reacción de los que
no se arrepienten. En realidad lo que estaba diciendo era: “Se me ha tratado injustamente, mi sentencia
es muy severa, he sido incriminado”.
Luego tenemos el ejemplo del ladrón arrepentido en la cruz. Sus últimas palabras fueron: “Nosotros
recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo” (Lc. 23:41). Luego dijo:
“Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:42-43). Una evidencia vital del verdadero arrepentimiento la
encontramos en el individuo que puede decir: “Recibo lo que me merezco”. El que no se arrepiente,
sólo se queja de que la disciplina que se le impone es demasiado dura e injusta (Sal. 103:10).
El arrepentimiento es la habilidad de admitir nuestros pecados y aceptar la disciplina o castigo
(Lv. 26:40-41). En muchos creyentes encontramos la misma actitud de Caín. Este nunca se humilló
ni admitió su mal proceder. Por eso fue condenado a vivir en la tierra de Nod (Nod significa errante.
Ref. Sal. 68:6). Dios no guía a quienes no se arrepienten. Solamente los santos arrepentidos reciben
la dirección y la unción de Dios que los orienta a lo largo de su peregrinaje en esta vida.
Arrepentimiento: no compararnos con los demás ni pasarle a ellos la culpa. Es fácil caer en la
trampa de medirnos con los demás y luego suponer que estamos bien así. Todas nuestras medidas
espirituales deben tomarse a partir de la principal piedra del ángulo, Jesucristo (Ef. 2:20), y no de
otras personas. La pregunta es: “¿Cómo me elevo yo a la estatura de Cristo?” Nosotros somos
librados de ataduras no por confesar las faltas del vecino, sino las propias. Cuando Dios confrontó
a Job con un problema que había en su vida, Job no dijo: “¿Y mis tres amigos? ¡Mira lo que ellos
han hecho!”. Dios reprendió más tarde a los tres amigos, pero hasta que Job hubo confesado su
propio problema (Job 42:1-10).
“¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos?
Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los
cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que
habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:2-5).
En estos versículos Jesús hace referencia a un aspecto crítico del hombre: la actitud de “no soy tan
malo como otra gente, estoy bien así como estoy”. La advertencia del Señor a la humanidad es ésta:
“Deja de compararte con los demás, compárate con las medidas que Yo te doy”.
84
Cuando Dios nos confronta con nuestros problemas, espera que los reconozcamos sinceramente. Él
no acepta evasivas ni excusas cuando nos señala una irregularidad. Las excusas pueden definirse
así: “Tratar de minimizar nuestra falta o negligencia; tratar de ‘eludir’ nuestra culpabilidad o
responsabilidad; justificarnos; considerar la falta como algo insignificante; relevarnos de la
obligación; pensar que estamos bien así, y mejor que otros”. Un verdadero espíritu de arrepentimiento
no evade el problema, ni busca minimizar o racionalizar la falta o el pecado. El verdadero
arrepentimiento en una persona la motiva a decir: “Señor, pequé, ayúdame y cámbiame”.
EL ARREPENTIMIENTO: RESUMEN
El arrepentimiento es un regalo de Dios, pero el hombre debe doblegarse a sí
mismo para recibirlo. El Señor ofreció a Caín el regalo del arrepentimiento,
pero éste lo rehusó (Gn. 4:8-9). Sin previo arrepentimiento, el hombre no es
capaz de cambiar (Ro. 2:4). Nuestra mente no puede cambiar ni nuestra
obstinación ceder, hasta que somos quebrantados por el espíritu de
arrepentimiento. Necesitamos caminar en esta unción cada día. Un espíritu
arrepentido (la habilidad para cambiar la forma de pensar y de proceder) es
la clave para avanzar en la vida cristiana. No permanezcamos errantes por el
desierto el resto de nuestra vida.
Esaú fue desechado y “no hubo lugar para el arrepentimiento” después de
que vendió su primogenitura (He. 12:16-17). En la vida, algunas decisiones
que tomamos son irrevocables. Luego de vender su primogenitura, Esaú no
pudo cambiar de parecer para recuperarla. Perdió la primogenitura para
siempre. A veces Dios nos advierte una y otra vez, y rechazamos las señales
de alerta hasta que por fin Él dice: “Ya no les rogaré más. Permanecerán
cerrados en su decisión; ustedes nunca cambiarán” (Jud. 2:1-4).
Otra razón por la cual las personas raras veces, o nunca, reciben el don del
arrepentimiento, es la insurrección. Dios se disgusta de manera muy particular
contra aquéllos que atacan a un líder y tratan de derrocarlo. Cuando hablo de
arrepentimiento, me refiero a la capacidad de doblegarnos y de cambiar. Los
creyentes que atacan y tratan de deponer a los líderes establecidos por el
Señor, siempre acaban amargados y nunca son bendecidos por Dios. Es algo
muy grave entrar en la eternidad enojado y amargado. ¡Me pregunto si un
hombre está listo para el cielo en semejante condición!
85
LA VERDADERA FE
La fe es algo completamente sobrenatural. Proviene exclusivamente de Dios. Cada bendición o don que
tenemos o recibimos es “por gracia por medio de la fe” (Ef. 2:8). La fe “no es de nosotros mismos, es un
don de Dios”. La fe es como un boleto en un talonario. Si lo arrancamos de Cristo, no sirve. La fe no se
puede fabricar en la mente natural, como tampoco la podemos inflar como un neumático. Es puramente
divina. La fe verdadera resulta de vivir una relación íntima con el Autor de nuestra fe (He. 12:2).
La fe es un fruto y al mismo tiempo un don del Espíritu (Gá. 5:22; 1 Co. 12:9). La fe (como fruto
del Espíritu) nos sostiene en tiempos de dificultad. Job clamó en su momento más difícil: “He
aquí, aunque él me matare, en él esperaré”, y también: “Mas él conoce mi camino; me probará, y
saldré como oro” (Job 13:15; 23:10). La fe como don es diferente: desata poder y mueve montañas
(Mr. 11:22-23). El don de fe es la llave que abre las puertas en las vidas de las personas. La fe
verdadera es impartida por Dios. No puede inflarse como una llanta. Cuando la fe genuina habita en
nuestro ser, es difícil que le demos cabida a la duda.
La fe es estorbada por el intelecto. La fe no proviene de la lógica ni de la mente natural. Es algo que
Dios pone en nuestro corazón. Por lo tanto, debemos tener la actitud correcta en nuestro corazón
para recibir esa fe impartida. Podemos creer en una promesa y, con todo, carecer de la fe para que
ésta se cumpla. (Tener fe y creer son dos cosas diferentes). Cuando la fe entra en nuestro corazón,
pondrá nuestra promesa en acción y hará que se cumpla.
La palabra de Dios que se predica en muchos púlpitos puede ser ungida. Pero, si el mensaje no se
recibe con fe, no será aprovechado (He. 4:2). Aun el Señor de gloria dejó de realizar muchos milagros
en Nazaret debido a la atmósfera de incredulidad que reinaba en el lugar (Mr. 6:5-6). ¿Qué es lo que
impide que fluya la fe en nuestra vida? El mayor obstáculo para la fe, es la lógica. No debemos
afanarnos por inyectarnos fe nosotros mismos o depender del poder del pensamiento positivo. El
pensamiento positivo en sí no es fe (aunque una actitud positiva sí es importante). Entonces, quiero
repetir esto: La fe verdadera es impartida por Dios mismo, y nada tiene que ver con lo humano.
El cerebro no fue creado para que nos gobernara, sino para que nos sirviera. Cuando una persona es muy
analítica, la fe no puede fluir. El Japón es un país donde la gente es sumamente intelectual y, por esta
causa, la fe no se recibe fácilmente. Es muy difícil predicar en esa nación. Cuando Paul Yonggi Cho
ministró en el Japón hace algunos años, reunió con dificultad a mil doscientas personas en los servicios
que tuvo. La respuesta de la gente al mensaje fue mínima, y sólo algunas pocas personas recibieron
milagros o sanidades. En las Filipinas y en otros países, con frecuencia se reunían unas cuarenta mil
personas en cada evento y había numerosas sanidades. El japonés tiene una mentalidad que dice: “Es
mejor trabajar que orar”. Su gran obstáculo para recibir las bendiciones de Dios es una mente orgullosa
y dominante. Debemos recordar que la mente natural es enemiga de Dios (Ro. 8:7; ver 1 Co. 1:21).
Nuestra fe debe aumentar, debe crecer, o mejor dicho, nuestra capacidad para recibir la fe de Dios
debe ensancharse. Por otro lado, la fe es como un músculo: tiene que ejercitarse para alcanzar su
desarrollo. Esto se logra a través de presiones, tiempo y ejercicio. Abraham se fortaleció en la fe
(Ro. 4:19-22). Dios le ha dado a cada uno de los hijos de Abraham una medida de fe (Ro. 12:3),
pero quiere que esa medida de fe aumente.
“Tened la fe de Dios”. La traducción literal de Marcos 11:22 dice: “Tened la fe de Dios”. Entonces,
es la fe de Dios, no la nuestra. Pablo dijo que vivía en la fe del Hijo de Dios, no la suya propia (Gá.
86
2:20). La condición de nuestro corazón indica si la fe de Dios habita en nuestro ser. Ésta es la razón
por la cual Dios responsabiliza al hombre con estas palabras: “¿Dónde está vuestra fe?” (Lc. 8:25).
En otras palabras, Dios nos dice: “¿Por qué es tan duro tu corazón y tan poco receptivo que mi fe no
puede operar en tu vida?”
La fe es estorbada por un corazón duro. La dureza del corazón y la incredulidad caminan de la
mano (Mr. 6:52; 16:14). La fe obra por el amor (Gá. 5.6). La fe obra en un corazón suave, lleno de
amor. La dureza del corazón impide que la fe fluya. Cuando la gente se aparta de la fe, hay problemas
en su corazón que no han sido resueltos (He. 10:38). Cuando una persona tiene un quebrantamiento
moral en su vida, la fe y el entendimiento le abandonan y comienza a cuestionar las más básicas y
fundamentales verdades cristianas. También, los motivos perversos destruyen la habilidad de una
persona para creer (Jn. 5:44).
La fe no viene sobre los pasivos. Algunas veces la gente piensa que si Dios quiere que algo pase,
pasará. No, no pasará. Sólo los que buscan diligentemente recibirán fe y las respuestas que necesitan
(Lc. 11:9-10). Dios dijo: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro
corazón” (Jer. 29:13). Algunos suponen que orar dos veces por la misma cosa es incredulidad. Para
ellos, orar una segunda vez significa que Dios no escuchó la primera vez, pero esto no es cierto. La
verdad es, que orar requiere mucho trabajo. A menudo nuestras oraciones no son contestadas por
causa de la pereza. Elías tuvo que orar siete veces para que lloviera. No abandone la lucha al primer
intento. Dios desarrolla nuestro carácter a través del tiempo de espera.
LA NECESIDAD DE UN MENSAJE DE FE EQUILIBRADO
Cuando deseamos algo de Dios, no podemos “reclamar” al azar un pasaje bíblico, y luego esperar
que Dios conteste nuestra petición. Esto sería fatuidad; no sería fe. Mejor dicho, debemos inquirir
del Señor para saber con exactitud lo que desea de nuestra vida en ese momento dado. Soberanamente,
Dios habrá de animar la promesa o pasaje bíblico ante nosotros, previo a darle vida y que pase a ser
de nuestra propiedad.
Un serio problema surge cuando acudimos a las Escrituras buscando dirección. En primer lugar,
hay 31,102 versículos. Por lo tanto, tenemos más de treinta mil respuestas para escoger cuando
necesitamos guía. Reflexionemos sobre la ilustración que aparece seguidamente:
Algunos pasajes dicen
Otros pasajes dicen
“Detente”
“No me pidas”
“Espera”
“Recuerda el pasado”
“Prepárate para el futuro”
“Cásate y ten hijos”
“Ten abundancia”
“Yo te sanaré”
“Mora en este lugar”
“Yo pelearé por ti”
“Yo te exaltaré”
“Este es el día de regocijo”
“Avanza”
“¿Por qué no me pediste?”
“Ahora es el tiempo”
“Olvida el pasado”
“Cada día tiene su propio afán”
“Mejor es no casarse”
“Conténtate con lo que tienes”
“Morirás y no vivirás”
“Te enviaré lejos de este lugar”
“¿Por qué no has echado a tus enemigos?”
“Yo te humillaré”
“Este es el día de lamento”
Aun las Escrituras nos pueden hacer errar si las usamos “fuera de su tiempo” o las aplicamos incorrectamente.
87
Las Escrituras contienen una amplia gama de formas y métodos que Dios usó para dirigir a Su
pueblo en el pasado. El asunto es: ¿Qué ejemplo de la Biblia voy a seleccionar cuando necesito
dirección? ¿Qué versículos hablan de mi situación actual? A Abraham se le dijo que debía dejar la
casa de su padre (Gn. 12:1; Hch. 7:3). A Jesús y a Pablo se les instruye que regresen a su lugar de
origen (Lc. 2:51; Hch. 9:30). Vemos, pues, la necesidad de palabra específica de parte de Dios.
Aplicar los principios generales de las Escrituras a nuestras circunstancias no es suficiente; debemos
tener una palabra precisa de parte de Dios, que cobre vida para nosotros en cada situación. Ésta es
la diferencia entre el logos y el rhema.
Dos Traducciones Griegas para “palabra”
El vocablo palabra se puede interpretar de dos maneras en el griego original del Nuevo Testamento.
Logos, que es la Palabra de Dios escrita en la Biblia y rhema es la palabra revelada (una palabra
iluminada de las Escrituras). El logos es la Palabra escrita de Dios. Es la palabra que Dios dijo en el
pasado, estableció e hizo que se escribiera en la Biblia. Santiago 1:21 nos ordena: “Recibid con
mansedumbre el logos implantado, el cual puede salvar vuestras almas”. El logos se compone de
todos y cada uno de los 31,102 versículos bíblicos que contienen las leyes, principios y preceptos
inmutables de Dios. (Otras Escrituras que utilizan la palabra logos: Mr. 7:13; Lc. 3:4; Jn. 8:31;
15:3; Hch. 20:35; Col. 3:16; 1 Ti. 5:17; 2 Ti. 2:15; Stg.1:22-23; 1 P. 1:27; Ap. 6:9 y otros).
El “logos” es la palabra escrita de Dios; el “rhema” es la palabra hablada de Dios. El rhema es una
palabra específica, seleccionada, revelada a nuestra vida por Dios. Muchas veces puede provenir
del logos (o la palabra escrita), pero también nos es dada a través de los dones del Espíritu, pero
jamás va a contradecir la palabra escrita. Una palabra rhema es una palabra presente que Dios está
diciendo a nuestro corazón. Se utiliza en Lucas 4:4 donde Cristo dice: “No sólo de pan vivirá el
hombre, sino de toda [rhema] de Dios”. Al hombre se le enseñó a orar por el “pan nuestro de cada
día” (o una palabra fresca de Dios cada día). La Iglesia se lavará de su inmundicia por el [rhema] de
Dios (Ef. 5:27), no sólo por el logos. ¿De dónde viene la fe? Romanos 10:17 nos dice que la fe
viene por el oír. Oír el [rhema] de Dios y no el logos. La fe no viene sólo de “clamar” una palabra
logos. La fe viene cuando Dios soberanamente nos imparte la palabra rhema. El rhema viene sobre
aquellos que diligentemente buscan a Dios.
La Hiper-Fe
El don de la fe es puramente sobrenatural. Ni es una creencia ni es una actitud positiva. Tampoco es
confianza en Dios. Nada de eso. Mas bien es una sustancia divina impartida por Dios, que recibimos
al oír una palabra rhema (Ro.10:17). No podemos desordenadamente elegir un versículo y “tomarlo
por fe”. Las promesas extraídas de las Sagradas Escrituras se vuelven nuestras sólo cuando Dios nos
las da. Hace unos años, varias muchachas trataron de caminar sobre el agua. Ellas supusieron: “Si
Pedro pudo, nosotras también. Hoy como ayer, Dios es el mismo”. Todas estas jóvenes se ahogaron y
ello se convirtió en una vergüenza para su comunidad. Ellas procedieron en una palabra logos, intentando
repetir lo que para Pedro fue un rhema que el Señor le dio al decirle “ven” (Mt. 14:28-29).
El mensaje de fe que se pregona hoy, tiene validez; sin embargo, estira exageradamente la verdad al
hacer hincapié en el logos y no en el rhema de Dios. A los cristianos se les exhorta así: “Sólo créanlo, sólo
confiésenlo, sólo reclámenlo, sólo tómenle la palabra a Dios y eso será suyo”. Éstas son exhortaciones
para echar mano del logos, mas la fe no llega por el logos sino por la palabra rhema de Dios (Ro. 10:17).
¡Fe y creencia son diferentes! A menudo la creencia se toma equivocadamente por la fe.
88
La creencia es una actitud: “Señor, yo creo que Tú eres capaz”. La creencia puede conducir a la fe,
pero no es la fe. La verdadera fe es sustancia. Cuando Dios nos da fe, ésta siempre acarrea respuestas.
La fe es impartida por Dios y se introduce en nuestro corazón por medio de la palabra avivada. El
don de la fe no es una actitud mental ni es confianza en Dios. La fe verdadera es una semilla que
Dios pone en nuestro interior, una semilla avivada, una palabra rhema. Aunque debemos
entrenarnos para pensar positivamente y confesar las cosas como es debido, eso en sí no es fe. La
fe es divina.
En cierto momento de su vida, el hermano coreano Paul Yonggi Cho necesitaba cinco millones de
dólares. Al pensar en su situación, se angustiaba, se inquietaba y sufría. ¡Entonces, comenzó a orar! Él
confiaba en que Dios le daría una solución. Así que oró, oró y oró, hasta que la fe del Hijo de Dios entró
en su ser. Dios puso Su propia fe dentro de este varón, y Yonggi Cho comenzó a regocijarse. Aunque
el dinero todavía no llegaba, él sabía que estaba en camino. La fe de por sí es sustancia (He. 11:1),
y esa fe había llegado a su espíritu. De igual manera, también llegaron los cinco millones.
El mensaje de la hiper-fe tiende a reprender al diablo por cualquier motivo. Este mensaje espera
resultados inmediatos, pero a veces Dios tiene un tiempo establecido para nuestra sanidad o milagro.
Por ejemplo, un hombre tuvo un serio problema en la tiroides durante dieciocho meses. En su
período de enfermedad, Dios obró en su interior, volviéndolo compasivo. Antes, esta persona había
sido sumamente tosca e impaciente con los demás, pero en sus meses de dificultad, Dios lo tornó
dócil de espíritu y lo sanó. Por esta razón no podemos siempre “tomar autoridad” inmediatamente
sobre todas las cosas. Dios tiene un tiempo definido para obrar liberación (Ec. 3:1-8).
El movimiento de la hiper-fe ha ganado muchos seguidores. Muchos han fracasado en su vida
pasada o proceden de iglesias espiritualmente muertas. Otros, quizás hayan estado en alguna forma
de esclavitud. El mensaje de fe ha captado la atención de muchos porque se les ha dicho: Dios
puede sanar, Dios provee, Dios da gozo y paz, Dios habla y lo puede hacer contigo a diario; tú
puedes ser alguien, tú puedes tener éxito”. En vista de que la gente ha necesitado desesperadamente
oír estas palabras, el mensaje de fe ha esperanzado a muchos. A pesar de la mezcla y desequilibrio
de parte del mensaje actual de fe, a muchos los ha beneficiado hasta cierto punto. No obstante,
nuestra fe debe ser purificada.
Pedro dijo: “Para que [purificada] vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo” (1 P. 1:7). A menudo, nuestra fe se mezcla con la jactancia, y así lo tuvo que aprender
el impulsivo Pedro en sus años mozos. Pedro también nos exhorta a añadir siete cosas a nuestra
fe (2 P. 1:5-9). Él declaró que si estos siete elementos estaban presentes en nosotros, y abundaban,
no caeríamos jamás. También este apóstol nos advirtió que si estas siete cualidades no se añaden
a nuestra fe, seremos ciegos e incapaces de ver más allá. Por ejemplo, se nos ordena añadir a
nuestra fe, virtud. La virtud es excelencia moral. Sansón tuvo fe, pero no le añadió pureza moral
y perdió su visión.
Pasos Que Conducen a la Verdadera Fe
1.
2.
3.
La obediencia.
Un corazón creyente.
Una fe verdadera.
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Pasos Que Conducen a la Verdadera Fe
Un rhema (palabra avivada) proviene de una relación con Dios y de acudir a Él
continuamente buscando dirección en todo asunto. He aquí unos pasos sencillos que
conducen a la fe verdadera:
1). La obediencia. La obediencia nos prepara para tener un corazón creyente.
Debemos obedecer, aunque no entendamos todos los detalles.
2). Un corazón creyente. Ésta es una actitud: “Señor, sé que eres capaz” . Es también
una confesión positiva.
3). Una fe verdadera. Ésta es impartida por Dios. Un corazón creyente y una confesión
apropiada conducen a la fe.
Los israelitas no obedecieron; por eso no pudieron creer y anduvieron faltos de fe.
Todos murieron en el desierto. Caleb y Josué obedecieron y, como consecuencia,
tuvieron un corazón creyente y una confesión apropiada, lo cual los condujo a la
fe divina.
La Debilidad de los Principios que se Enseñan en los Seminarios Bíblicos
Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras [o logos] no pasarán” (Mt. 24:35). ¡Los
principios establecidos en la Biblia son ciento por ciento verdaderos! Ningún creyente con buenos
fundamentos discutiría esto. El asunto, sin embargo, no es si creemos en la autenticidad de la
Palabra de Dios y Sus principios. Nuestro problema está en saber qué principio bíblico es aplicable
a cada situación. Cada circunstancia (y persona) es diferente, por lo cual se necesita una llave
específica que abra la puerta en cada situación. La respuesta que funcionó para alguien en una
ocasión, puede que no funcione para otro individuo. En el Reino de Dios, no hay una llave maestra
que abra perfectamente cada una de las puertas de las prisiones espirituales. Se requiere una llave
especial para nuestra propia liberación, así como para la de nuestro prójimo. De esta manera, podemos
ver que necesitamos la gracia de Dios; necesitamos una palabra rhema de Dios.
Los principios impartidos en los seminarios tienden a clasificar a personas, situaciones y problemas.
En esto radica la debilidad de “los principios”. Toda situación y problema que se pueda concebir se
resuelve teóricamente de antemano. Cada problema es cuidadosamente analizado y resuelto con
soluciones respaldadas por las Escrituras. Esto nos permite tener una respuesta predeterminada
para cada conflicto que surja. Cada vez que un problema se cruza en nuestro camino, todo lo que
tenemos que hacer es ir a nuestro archivo y buscar bajo un encabezado específico la instrucción que
debemos seguir. Es algo sistemático, está completamente respaldado por las Escrituras y tiene garantía
de funcionar si seguimos las indicaciones paso a paso. Sólo que este procedimiento tiene un problema,
¡sencillamente no funciona!
Los “principios” nos motivan a apoyarnos en experiencias del pasado, en lugar de buscar a Dios
para que Él nos dé una palabra fresca y clara para nuestra situación. Los principios nos ofrecen una
90
guía de respuestas. Todas las respuestas están listas para nosotros. Cuando tenemos a nuestra
disposición principios en forma de receta, no necesitamos más buscar a Dios para que nos dé Su
gracia. De hecho, ya no necesitamos más a Dios, si ya tenemos las respuestas. Pero, ¿son realmente
las respuestas de Dios?
Israel pidió un rey cuando Dios mismo era su rey (1 S. 8:5-7; 12:12). Querían un señor que se
pudiera ver, escuchar y tocar; querían algo más palpable. El pueblo de Dios detestaba vivir por la fe.
Caminar en el Espíritu era algo muy indefinido, y confiar en un Dios que no se podía ver, era
demasiado incierto para ellos. Querían un rey que los gobernara. Hay muchas razones por las cuales
la gente no quiere que el Señor gobierne sobre su vida. Es más fácil tener un rey. Los reyes pueden
explicarnos con lógica lo que pensamos que necesitamos oír, y con ello no tenemos que vivir por fe.
Si no tenemos cuidado, una guía de principios puede volverse nuestro “rey”. Algo que evidenciamos
cuando hemos perdido nuestro caminar en el Espíritu, es que cambiamos nuestra relación con Dios
por principios (2 Co. 3:6.)
No nos gusta vivir por la fe, nos resistimos a lo desconocido. El hombre siempre quiere saber lo que
pasa y cómo se van a desarrollar las cosas. Queremos una explicación para todas nuestras
circunstancias y la queremos “ya”. Queremos todo descifrado. Los principios y la Psicología atraen
a nuestra lógica. Los principios pueden siempre darnos una explicación, pero tal vez no sea la
explicación de Dios. ¿Qué tal si Dios no desea hablarnos en este momento, como en la prueba de
Job? No se suponía que Job comprendiera la prueba. A veces Dios calla. Si Dios le hubiera explicado
todo a Job, mostrándole cuál sería el resultado de su prueba, hubiese destruido su obra en la vida de
este varón.
En algunas situaciones, Dios no desea iluminarnos con respecto a algo (Is. 50:10) y lo que debemos
hacer es confiar en Su carácter. Cuando estamos en el fuego de la prueba, podemos aplicar cuanta
teoría y principio encontremos en un libro; pero al final veremos que éstos no funcionarán. La única
cosa que podemos hacer es clamar al Señor para que nos dé Su gracia sustentadora, y eso es
precisamente lo que Dios quiere que hagamos.
No estamos menoscabando las verdades ya establecidas, sino previniendo contra la exagerada
dependencia de principios como solución para todo. Lo que Dios ha dispuesto para la vida de un
individuo, puede ser diferente de lo que ha dispuesto para la vida de otro. Debemos descubrir las
disposiciones de Dios para nuestra vida. Por ejemplo, ciertos conferencistas fomentan el tener
muchos hijos, mientras que otros enseñan que debemos tener pocos o ninguno. Sin embargo, esta
importante decisión es un asunto de convicción personal que procede de Dios a través de una
estrecha relación con Él.
*
*
*
*
*
*
*
91
Resumen
92
•
Nuestro problema no consiste en los principios, sino en saber
cuáles de ellos debemos aplicar a nuestra situación.
Necesitamos una palabra rhema.
•
No hay llave maestra que se acomode a la situación de cada
persona.
Necesitamos una llave específica para cada ocasión.
•
El hecho de apoyarnos en principios clasificados nos aparta
de buscar
a Dios para obtener de Él una palabra fresca.
•
No nos gusta vivir por fe. Los principios, la lógica natural, y
la psicología
son atractivos para nuestra mente natural.
•
Apoyarnos en los principios constituye un rechazo al Señor
como nuestro Rey. Los principios se convierten en nuestro
nuevo rey.
•
Los principios siempre nos dan una respuesta, pero a veces
Dios
no está hablando por medio de ellos.
•
No debemos cambiar nuestro ministerio espiritual por uno
intelectual,
un ministerio de principios.
LA VERDADERA ADORACIÓN
“Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23).
Juan 4:23 revela el corazón de Dios. El Padre busca verdaderos adoradores, aquellos que lo adoren
en Espíritu y en verdad. La adoración verdadera exige una vida totalmente rendida a Dios. La
adoración verdadera tiene lugar cuando amamos cada parte de Dios con cada parte de nuestro ser.
La adoración verdadera tiene lugar cuando le pertenecemos totalmente a Él.
La verdadera adoración consiste de lo siguiente:
• La música correcta.
• Un corazón creyente.
• Una actitud de dependencia.
• Un espíritu agradecido.
• Una vida obediente.
• Un corazón que no alberga nada en contra de otro.
• Rendir a Sus pies nuestros más profundos deseos.
La adoración verdadera tiene lugar
cuando amamos y cada parte de Dios se
deleita con cada parte de nuestro ser. La
adoración verdadera tiene lugar cuando
le pertenecemos totalmente a Él.
• Comprender que pertenecemos a Otro.
• Ser llenos del Ser a quien adoramos.
• Someternos a la autoridad de Dios.
• Un corazón circuncidado.
• Postrarnos ante Él.
La música correcta. Para adorar a Dios en Espíritu y en verdad, nuestra música debe ser la
adecuada. Las Escrituras invitan a adorar al Señor en la belleza de la santidad (Sal. 96:9). Si
nuestra música es mundana y está mezclada con la letra de Satanás y la percusión secular, jamás
podremos adorar a Dios en la hermosura de la santidad. ¡Dios quiere refinar nuestra música! En
el capítulo 15 de Éxodo, después del servicio de alabanza, la música israelita se convirtió en un
ruido (Ex. 32:17-19). Esto se debió a que su relación con Dios se había deteriorado. La clase de
música que escuchamos o tocamos, dice mucho de la condición de nuestro corazón y de la relación
que tenemos con Dios.
Un corazón creyente Toda verdadera adoración debe proceder de un corazón creyente. El
deber primordial del hombre es creer (Jn. 6:28-29). Cuando el hombre no cree en lo que Dios
dice, esto es un insulto. No creerle a Dios es estar en desacuerdo con Él, lo cual contrista Su
Espíritu (Amós 3:3). Cuando el Señor nos habla, espera que estemos de acuerdo con Él. El que
estemos de acuerdo con Él satisface Su corazón. Abraham fue un excelente adorador porque estuvo
de acuerdo con todo lo que Dios le dijo. Un corazón creyente complace y edifica el corazón de
Dios, lo cual es el objetivo supremo de la verdadera adoración. Levantemos nuestras manos a Dios
sin enojos ni dudas (1 Ti. 2:8).
93
Una actitud de dependencia. Cuando adoramos a Dios, debemos acercarnos a Él con una
actitud de profunda humildad y dependencia (Mt. 5:3). La verdad es que no sabemos adorar
correctamente. Tampoco podemos hallar el camino hacia la presencia de Dios porque se
encuentra oculto, a menos que Él nos imparta soberanamente Su gracia (Sal. 43:3; 65:4). La
adoración está arraigada en la gracia, y la gracia sólo se concede a los humildes. La humildad
total es requisito para acercarse por completo al Señor y para llegar a vivir la verdadera
adoración (Is. 57:15).
Un espíritu agradecido. La gratitud es una actitud que vence la amargura y la crítica, y dispone
nuestro corazón para la alabanza que agrada al Creador. Sin un corazón agradecido, no se
puede adorar a Dios en Espíritu y en verdad. La falta de agradecimiento es el primer paso para
alejarse del Señor (Ro. 1:21). La Palabra nos manda a entrar por Sus puertas con acción de
gracias (Sal. 100:4). La gratitud nos prepara para alabar y adorar. La alabanza y la adoración
genuinas requieren gratitud en todas y por todas nuestras circunstancias (1 Ts. 5:18; Ef. 5:20). La
gratitud mantiene libre nuestro espíritu. Nunca debemos presionar a otros para que adoren. Dios
no quiere sacrificio de alabanza que no proceda del corazón. Nunca obliguemos a un individuo a
adorar, más bien animémoslo diciendo: “Si no estás agradecido por la sangre de Cristo y por todo
lo que Él ha hecho por ti, ¡por favor, no adores!” Cuando obligamos a otros a adorar, y no lo
hacen de corazón, incurrimos en irrespeto.
Una vida obediente. La obediencia nos permite obtener el favor de Dios y abre la puerta a la
adoración pura. Dios mantiene Su favor en la medida en que continuamos haciendo lo que Él nos
pide. Dios no acepta nuestro sacrificio de alabanza si estamos haciendo las cosas a nuestra manera
o en el lugar equivocado (Dt. 12:13-14). Dios puede rechazar nuestro sacrificio (Mal. 1:8-10). En
Romanos 12:1 se nos manda a presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Nuestra vida viene a
ser olor grato al Señor cuando ofrecemos nuestro ser total, así como lo hizo Cristo (Ef. 5:2). Cuando
nos encontramos en una encrucijada, y escogemos hacer la voluntad de Dios, somos adoradores y
éste es nuestro culto racional.
Un corazón que no alberga nada en contra de otro. Antes de ir al altar, Dios quiere que
hagamos las paces con aquellos que hemos ofendido (Mt. 5:23-24). Debemos reconocer que
si nuestro corazón se ha endurecido contra alguno, no podremos abrirlo completamente al
Señor. Para ser un adorador del Dios perfecto, debemos ser perfectos (Mt. 5:48). Debemos
ser perfectos en actitudes. El amor hacia nuestros hermanos y enemigos debe ser
perfeccionado. No podemos adorar a Dios en Espíritu y en verdad si en nuestro corazón
existen malos sentimientos.
Rendir a Sus pies nuestros más profundos deseos. La adoración es darnos por entero a otro. La
adoración verdadera no cobra vida en nuestro corazón si éste se encuentra dividido y excesivamente
aferrado a otros amores. Abraham le devolvió a Dios su posesión más querida: Isaac. ¡Adoró
mientras lo hacía! (Gn. 22:5) Honrémosle como nuestro todo; en todo, en tanto que rendimos a
Sus pies nuestras metas, ambiciones, planes, ministerio, y aun personas que amamos. Haciendo
esto le decimos a Dios: “todo es secundario en comparación contigo”.
Comprender que pertenecemos a Otro. La adoración verdadera incluye la actitud de
Apocalipsis 4:11. Es comprender que fuimos hechos para otro: Dios. Fuimos creados por Él y para
Él, para agradarle. No somos nuestros, fuimos comprados por precio (1 Co. 6:19-20; Sal. 100:3).
Fuimos creados para adorar a Aquel que nos creó y así es como encontramos plenitud. La alabanza
máxima tiene lugar cuando amamos cada parte de Dios con cada parte de nosotros.
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Ser llenos de Aquel a quien adoramos. Nos hacemos iguales al objeto (o persona) de nuestra
adoración. El pueblo de Israel siguió la vanidad y se volvió vano (Jer. 2:5). Los paganos, fabricantes
y adoradores de ídolos, se vuelven como ellos (Sal. 115:2-8). Sin embargo, los que son intensos
adoradores del Señor, ¡se vuelven como Él! Por eso debemos tener una revelación creciente de
Aquel que adoramos. A medida que contemplamos al Señor y le rendimos culto, somos
transformados más y más a Su imagen (2 Co. 3:17-18). Dios recompensa nuestra adoración
impartiéndonos parte de Sí mismo. Cuando adoramos al Señor nos llenamos de Su propia esencia,
y luego podemos corresponderle con lo mismo. Es derramar sobre Él la misma fragancia que Él
ha derramado sobre nosotros.
Someternos a la autoridad de Dios. La verdadera adoración se expresa sometiéndonos al gobierno
de Dios y a quienes Él ha designado como nuestras autoridades. La adoración verdadera se demuestra
aceptando totalmente las circunstancias que Dios permite en nuestra vida, sean las que sean. Es
reconocerle a Él como Señor de nuestra vida. Cuando no aceptamos nuestras circunstancias, y
retamos o cuestionamos la manera como Él nos guía, no somos adoradores verdaderos. Job era un
profundo adorador del Señor. Cuando perdió todo lo que tenía, se postró y adoró (Job 1:21-22). Job
había rendido sus derechos a Dios y le reconoció como su absoluto Señor.
Un corazón circuncidado. Pablo dijo: “Nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos
[o adoramos] a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Fil. 3:3).
La circuncisión es cortar aquello con lo que hemos nacido. Nacemos con orgullo, terquedad y otras
enfermedades de la naturaleza caída. La adoración verdadera surge cuando nuestro corazón ha sido
liberado de las ataduras de la tradición y del pensamiento humano por la Espada. Muchos son
incapaces de adorar a Dios en Espíritu porque están inhibidos por sus tradiciones y mentalidad
natural. Algunas iglesias se avergüenzan de levantar sus manos, aplaudir o danzar con gozo delante
del Señor, tal y como lo hizo David (2 S. 6:14-16).
Postrarnos ante Él, a Sus pies. Si el hombre natural se vende a sí mismo con tal de alcanzar una
meta o una causa, ¡cuanto más debemos nosotros entregarnos al Señor de señores para honrarle y
adorarle! ¡A tales personas busca el Padre! Seamos adoradores profundos de Aquel que nos hizo,
¡porque Él es digno!
•
Pedirle a Dios es ocuparnos de nuestras necesidades.
•
Alabar a Dios es estar ocupados en Sus bendiciones, con manos limpias
y corazón puro.
• Adorar a Dios es ocuparnos de Él. Cuando Job perdió todo, se postró en
adoración, no en alabanza. Adoró a Dios sencillamente lo que Él es.
Adorar es mas profundo que alabar. La alabanza lleva a la adoración.
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La Importancia de la Música
La música correcta es muy importante porque afecta el mover del Espíritu Santo y la presencia del
Señor. La alabanza y adoración ungidas traen la revelación de Dios que nos lleva a ser como Él. La
alabanza inspirada por el Espíritu desata los dones espirituales, trae liberación, sanidad, y el espíritu
de profecía para obtener dirección. La música correcta es la clave para el avivamiento y crecimiento
de la Iglesia. Dios creó la música; ésta es parte de Él mismo. El cielo mismo está lleno de música.
La música correcta y la adoración pura nos preparan para una eternidad en el cielo. La adoración
pura también nos ayuda a perseverar en nuestro caminar y nos capacita para alcanzar la meta de
nuestra vida.
La música es parte integral del reino de Dios y del reino de Satanás. La música tiene un enorme
poder y puede conducirnos a cualquiera de estas dos direcciones. Ya que la música ejerce una gran
influencia sobre nosotros, la que escuchemos debe ser santa. Dios ha querido rodearse de alabanza,
adoración y de la hermosura de la santidad (Sal. 96:9). ¿Cumple con este propósito la música que
usted escucha? ¿Está nuestra música agradando a Dios y atrayéndonos a Él? Satanás está atacando
fuertemente en el área de la música e infiltrándose con ello en la Iglesia. ¿Hemos perdido nuestro
discernimiento y sensibilidad en el campo de la música y de la alabanza? La condición espiritual de
la Iglesia en cualquier momento de la historia siempre estuvo relacionada con la situación de su
música, su adoración y su alabanza.
El avivamiento está siempre asociado con la música. Los grandes milagros y la liberación para
que la gente sea salva fluyen con la música correcta. Como hemos dicho, la música correcta
desencadena sanidad, liberación de ataduras, y el espíritu profético (1 S. 16:23; 2 R. 3:15). Durante
el Oscurantismo, la iglesia Católico-Romana prohibió cantar. Como resultado de ello se perdió la
vida y el gozo y surgió la decadencia. Martín Lutero no sólo restauró la verdad de la justificación
por fe, sino que introdujo nuevamente el canto y la alabanza en la Iglesia. Con ello le trajo la
renovación del gozo y de la vida . Lutero mismo dijo “Lo único más importante que la música y la
alabanza es la teología correcta”. El avivamiento en el que tuvieron parte los hermanos Wesley fue
acompañado de 6,000 himnos nuevos. Los Wesley animaron a sus congregaciones a cantar y expresar
el gozo de la salvación con canciones de alabanza y adoración. La salud de la Iglesia en cualquier
momento de la historia siempre ha estado relacionada con la calidad de su música y su alabanza.
La música se originó en Dios. Dios ama la música y se rodea a Sí mismo de alabanza, adoración
y santidad (Ap. 4:8-11). Lucifer fue creado por Dios para presidir los coros celestiales. Los sonidos
del cielo eran majestuosos; pero de pronto, hubo un sonido discordante, un extraño acorde, una
nota de depresión se abrió paso. (Mucha de la música de Satanás está en clave menor). El cambio
en la música de Satanás surge como resultado de la modificación de su relación con Dios. La
rebelión entró en escena. Satanás no perdió su habilidad musical cuando cayó. Hoy, utiliza su
habilidad para pervertir la música y separar al hombre de Dios. Toda habilidad proviene de Dios.
Con qué propósito las usemos queda a nuestro criterio. ¿Para qué utilizaremos nuestras habilidades
musicales?
Ningún instrumento musical es malo en sí mismo. Si los instrumentos se utilizan apropiadamente,
glorificarán al Señor. El rey David fabricó muchos instrumentos siguiendo las instrucciones de
Dios (1 Cr. 23:5; 2 Cr. 7:6; 29:26;27; Neh.12:36). Existen muchos instrumentos musicales en el
cielo, tales como trompetas, bocinas, e instrumentos de cuerda. Lo malo no es el instrumento, sino
el propósito para el cual lo utilicemos. Se puede usar para el bien o para el mal.
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Los órganos, los pianos, las trompetas y las flautas son aceptados por muchos creyentes, pero aun
éstos pueden ser instrumentos de Satanás si el que los ejecuta no está consagrado a Dios. Debemos
evitar tener una banda o conjunto en nuestra iglesia; en lugar de ello tengamos una orquesta de
alabanza celestial.
A veces, la Iglesia le quita libertad al Espíritu por causa de legalismo y tradición. En algunas iglesias
se prohibe la ejecución de instrumentos musicales, así como otras manifestaciones de entusiasmo y
regocijo ante el Señor. Esto para el mover del Espíritu Santo, porque la música y la alabanza están
directamente relacionados con el fluir espiritual. Los puritanos echaban a la gente de las iglesias y
les reprochaban el canto. Juan Calvino creyó que todas las ordenanzas del Antiguo Testamento eran
obsoletas, incluyendo los instrumentos de música. Después del año 70 d.C., los fariseos prohibieron
la música, los tambores, los clarinetes y otros instrumentos, arguyendo que eran malos porque los
utilizaban los gentiles. Los fariseos fueron muy enérgicos y ese mismo espíritu farisaico puede
obstaculizar el desenvolvimiento del Espíritu en las iglesias de hoy.
A veces, las congregaciones imponen restricciones innecesarias por temor al emocionalismo. Las
emociones en sí mismas no son malas si están sometidas al Espíritu de Dios. Dios mismo tiene
emociones y nosotros fuimos creados a Su imagen. Podemos ir de un extremo a otro, de ser todo
emociones a no manifestar ninguna. Ambos extremos son incorrectos. Debemos encontrar un
equilibrio santo. Algunas iglesias son muy emotivas y otras expresan poca o ninguna emoción. Hay
música que expresa emociones, y otra que incita a las emociones. No debemos consentir esta última.
La música es alabanza. Dependiendo del tipo de música, se producirá una buena o mala adoración.
Satanás, valiéndose de una falsa unción, utiliza la música para atraer a la gente, apartándola de Dios.
La música formó una parte integral de la alabanza a la estatua de Nabucodonosor (Dn. 3:1-18), y esto
volverá a suceder en lo que será la adoración a Satanás y al Anticristo en nuestros días (Ap. 13:4;
13:8). El deseo más grande de Satanás es recibir adoración, y la música es el medio del cual se vale
para obtenerla.
La música rock es una de las armas que Satanás ha utilizado para atar al hombre. El rock secular es
terrible. Las portadas de los discos nos muestran con claridad su origen demoníaco. La música se
conoce por los frutos que produce. El rock está ligado a una cultura rebelde. Si usted permite que
sus hijos lo escuchen, se rebelarán contra Dios y contra usted. Este género musical también está
relacionado con la inmoralidad, las drogas y el espiritismo. El espíritu diabólico que opera a través
del ejecutante operará también en las personas cuyos espíritus se abran a esta clase de adoración.
¡La música es adoración! ¿Qué estamos adorando?
EL ROCK CRISTIANO
La esencia del rock cristiano es la percusión. Por lo general, el mensaje que se comunica no tiene
respaldo bíblico y los ejecutantes casi siempre están llenos del espíritu del mundo. Dios no desea
que Su pueblo use los estilos y métodos de Satanás, ni que le ponga música a los versículos bíblicos
con las tonadas mundanas. Es como transportar el arca en carruaje nuevo (1 Cr.13:1-14; 15:12-13).
Hacemos mal en atraer la presencia de Dios por nuestros propios métodos. Dios es muy detallista
en cuanto a nuestra manera de atraer Su presencia y juzgó a Israel por realizar esta labor contradiciendo
Sus estipulaciones. La letra y música que debemos tener deben edificar a Dios y promover Su
supremo llamamiento. Hay música del Atrio, música del Lugar Santo y música del Lugar Santísimo.
Procuremos encaminar a la gente hacia lo más sublime.
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LA MÚSICA EN TRES PARTES:
• La melodía, (el espíritu) el mensaje, la parte más importante.
• La armonía, (el alma) sensaciones de éxtasis (orquestas, etc.) para realzar la melodía.
• El ritmo, (el cuerpo) la percusión, expresiones corporales.
El rock cristiano exalta primero la percusión. El tamborileo es lo que se escucha con mayor
intensidad y muchas veces no podemos oír ni la letra ni la melodía. La música buena y ungida
debe influir primeramente sobre nuestro espíritu, luego sobre nuestra alma y por último sobre
nuestro cuerpo. Si la música influye primero sobre el cuerpo (percusión) y por último sobre el
espíritu, está mal. El rock cristiano atrae la atención primero hacia el ritmo y la percusión.
Nuestra música debe ser la apropiada ya que nos atraerá o a la santidad o a la mundanalidad.
Debemos tener la música correcta en casa, para que Dios entre en ella con Su gloria. Es bueno
adorar juntos en familia. Quizás por un tiempo, algunos deberíamos hacer un ayuno de música para
ofrecerle al Señor nuestro propio sacrificio de alabanza. Perdamos esa necesidad de entretención.
“Vosotros adoráis lo que no sabéis” (Jn. 4:22). Es posible pensar que estamos adorando a Dios,
cuando en realidad estamos adorando otra cosa por causa de la música a la cual nos entregamos.
Josué oyó “un ruido” en medio de la congregación (Ex. 32:17-19). Su adoración había degenerado
en clamor. La adoración no es un ruido ni un clamor (desgraciadamente, en ciertas iglesias sí lo es).
La adoración se convierte en ruido cuando la carne reina, y no Dios.
DIFERENTES MANERAS DE EVALUAR LA MÚSICA
• ¿Qué clase de persona es el artista? ¿Es alguien consagrado a Dios o es sólo un ejecutante?
• Observe los títulos y las carátulas de los discos. ¿Glorifican a Dios, al mundo o a
Satanás?
• ¿Ministra la música al Señor? ¿Lo engrandece?
• ¿Atrae genuinamente a las personas a Dios, o al tamborileo y al ámbito del alma?
• ¿Comunica un mensaje verdadero? ¿Es teológicamente correcto?
• ¿Que clase de gente sigue esta música? ¿La carnal o la espiritual?
• ¿Imita los sonidos y la letra mundana? ¿Hace uso de los estilos satánicos?
• ¿Es la letra cristiana, pero la tonada mundana?
• ¿Mi evaluación de la música sigue la pauta de la verdad, o está nublada por mis preferencias?
(Si sólo me gustan los himnos apacibles, ¿estoy diciendo que la otra música no es de
Dios?)
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LA VERDADERA LIBERTAD
“Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que
no uséis la libertad como ocasión para la carne” (Gá. 5:13).
La libertad es peligrosa; ¡hasta puede destruirnos! ¡El hombre es sencillamente incapaz de gobernar
una libertad ilimitada! Cuando nuestros primeros padres pecaron en el huerto del Edén, Dios no
tuvo más alternativa que imponerles restricciones a causa de su naturaleza caída. Sin ninguna
limitación, la naturaleza pecaminosa no estaría sujeta a impedimento alguno y la raza humana se
degeneraría sin esperanza (Ec. 8:11). De ahí que Dios dijera al hombre: “Maldita será la tierra por
tu causa” (Gn. 3:17b). Los impedimentos que nos fueron impuestos por medio de aquella maldición
redundan en nuestro beneficio y constituyen una muestra de la misericordia de Dios que nos lleva
adelante. Por eso, después de que un “aguijón” ha sido utilizado por Dios en nuestra vida para
lograr un propósito, Él lo quita. Cuando Dios ve que somos lo suficientemente maduros para manejar
cierta libertad, nos saca de esas circunstancias en que estábamos como encarcelados. Si
prematuramente fuésemos puestos en libertad, la utilizaríamos como “ocasión para la carne”.
Dios, pues, no nos libertará de todas las circunstancias adversas inmediatamente. Él sabe que el
hombre es incapaz de gobernar la libertad total de una sola vez. El Señor ha prometido echar fuera
“poco a poco” a nuestros enemigos y problemas (Ex. 23:30; Dt. 7:22). Dios ha puesto sobre nosotros
“tutores y sanadores [gobernadores]” hasta el tiempo señalado por el Padre (Gá. 4:1-2). Estos tutores
y sanadores son personas (y circunstancias) que nos instruyen, restringen y forman vallado por
algún tiempo en torno a nuestro ser. Trabajar arduamente, tener que rendir cuentas a otros, estar
ligados al matrimonio o a un empleo, ver planes frustrados y voluntades crucificadas, son situaciones
que nos aportan beneficio. Estos “confinamientos” no son ataduras como Satanás nos ha hecho
pensar. Por el contrario, son salvaguardas para nuestra vida y moldean el carácter cristiano. Cuando
son eliminadas las restricciones, las personas caen en verdaderas ataduras (hoy existen muchos
movimientos de liberación).
El plan de Satanás es atar al hombre, lo que significa control de su parte. Una
de las formas en que logra controlarnos es distorsionando el significado de los
buenos límites que Dios ha ordenado para el hombre, llamándolos “ataduras”.
Satanás llama atadura a todo aquello que conduce a la libertad; y llama libertad
a todo lo que conduce a la esclavitud. Satanás promueve actitudes como: “No
me cohibas; yo quiero mi libertad”. “No me impongas restricciones, es mi vida
y hago lo que yo quiero”.
Los problemas que a largo plazo agobian nuestra vida (como una enfermedad física, una atadura,
situaciones difíciles en el hogar, etc.) son permitidos por Dios mucho más de lo que nos imaginamos.
Hay razones muy importantes por las cuales Dios permite obstáculos en nuestra vida por un tiempo.
Esto nos mantiene en curso y forma en nosotros el carácter cristiano. Dios apartará estos problemas,
uno a uno, en la medida en que maduremos y seamos capaces de gobernar la libertad, sin que ésta
sea nuestra ruina. Dios tratará con nuestros enemigos y problemas cuando maduremos y se realicen
modificaciones en nuestra vida (Pr. 16:7; 2 Co. 10:6).
Las prisiones espirituales son la misericordia de Dios y pueden ser, literalmente, nuestra salvación.
Por ejemplo, el arca de Noé era una prisión. Sus ocupantes no pudieron ir a ninguna parte en todo
un año, cosa sumamente incómoda. Sin embargo, esa prisión fue su salvación. A veces, Dios nos
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pone en circunstancias de confinamiento con el fin de salvarnos y libertarnos. Cuando era muchacho,
el Señor me llevó por una larga experiencia “estilo túnel” en mi vida personal.
Estuve confundido, deprimido y físicamente lisiado por varios años. Los túneles son muy oscuros y
solitarios, pero ofrecen diversas y valiosas ventajas. Un túnel es el trayecto más corto para cruzar
una “montaña” en nuestra vida. Además, no podemos perder el rumbo cuando estamos en un túnel.
Siempre Dios tiene una luz al final de nuestro túnel y nos da el resultado anhelado (Jer. 29:11).
El cautiverio es confinamiento. Es estar exiliados en circunstancias extrañas y difíciles. Para los
israelitas, significó trasladarse a Babilonia en cadenas de esclavitud. Sin embargo, Dios les prometió
que regresarían a su tierra natal, a la normalidad. El Señor los envió al cautiverio “para su bien”, para
“darles un corazón que lo conociese” (Jer. 24:5-7). Tal es el propósito del cautiverio (ver Job 42:10).
Algunos conferencistas bíblicos han exhortado a los jóvenes a quedarse en casa de sus padres hasta
que se casen. Los que han insistido en obtener su libertad y vivido fuera del hogar, han caído en
pecados morales. No queriendo vivir bajo autoridad ni sometidos a reglas, han caído en las verdaderas
ataduras: pecado moral, aborto, culpa, miseria, rencor, amargura, odio, drogas y alcohol. Las leyes
de Dios vivifican. No son legalismos, sino directrices que nos guardan de caer en verdaderas prisiones:
de culpa, inmoralidad y vicio. La libertad tiene lugar cuando nuestro espíritu es libre. Ser libres es
ser llenos de amor, gozo, paz, dominio propio y todos los demás frutos del Espíritu. La libertad
tiene lugar cuando los vicios, los hábitos y Satanás no gobiernan nuestra vida. Ésta es la verdadera
libertad. Podemos ser libres, pero confinados por las circunstancias. Dios hace todo lo posible para
mantenernos libres de las verdaderas ataduras. Escojamos la verdadera libertad.
¿En qué utilizará usted su libertad?
“Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva” (Ex. 4:23).
Muchos de nosotros tenemos aspiraciones y anhelos que hemos mantenido en oración por años.
¿Que pasaría si Dios nos respondiera hoy y concediera nuestras peticiones en este mismo instante?
¿Sería eso un obstáculo o una ayuda para nuestro caminar con Él? Si se nos realizara hoy el milagro,
¿estaríamos más cerca de Dios, o nos apartaríamos de Su lado? ¿Estamos listos para recibir lo que
tanto ansiamos, o sería eso nuestra ruina al decidir seguir por nuestra propia senda?
• “Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes
ir a mi hijo, para que ME sirva” (Ex. 4:22-23). ¿Con qué propósito libera Dios de ataduras a Su
pueblo? ¡Para que pueda servirle y glorificarle! Muchas veces, cuando Dios le concede un milagro
al hombre o a la mujer, ellos en lugar de servirlo, se sirven a sí mismos. Esto es precisamente lo que
hizo el pueblo de Israel después de ser liberado de la esclavitud de los egipcios, no sirvió a Dios,
sino que se sirvió a sí mismo, yendo por su propio camino.
• ¿Para qué utilizaría usted su milagro? Si Dios le restituyera la salud, ¿para qué utilizaría usted su
cuerpo sano? Si Dios lo bendijera en lo económico, ¿se acercaría más a Dios, o la prosperidad lo haría
vivir alejado de Dios? Hace unos años, un anciano de una iglesia africana oró a Dios pidiendo un
nuevo camión rojo. Cuando lo obtuvo, no vino al culto del domingo ni a los servicios de entre semana
porque estaba demasiado ocupado transportando gente dentro y fuera de la ciudad. No le vieron por
un mes, dos meses, un año. De hecho, nunca lo volvieron a ver. Estaba absorto en manejar su auto y en
ganar dinero. La bendición material lo hizo olvidar a Dios. Ésta es una tentación que tiene lugar no
sólo en África, sino en todo el mundo. No todos son capaces de manejar la bendición financiera.
100
• En Lucas 17:11-19, encontramos la historia de la sanidad de los diez leprosos. El Señor los sanó a
todos, pero solamente uno regresó para glorificar al Señor. Los diez estaban contentos de haber sido
sanados, pero sólo uno utilizó su cuerpo sano para glorificar al Señor. El resto siguió su propio camino
para utilizar su milagro para sus propios intereses. Recuerde, somos libertados para servir a Dios.
Hace algunos años, estando Brian J. Bailey y su esposa en Francia, fueron testigos
de notables sanidades que por sus oraciones se produjeron en una de las iglesias de
aquel lugar. Esta iglesia estaba situada cerca de un hospital que atendía pacientes
desahuciados. Cuando los médicos perdían las esperanzas con algún paciente, lo
referían a la iglesia que se encontraba al cruzar la calle, la cual anunciaba: “Jesús
salva, Jesús sana”. Como último recurso, pues, los pacientes en etapa terminal venían
a la iglesia y Dios milagrosamente sanaba a muchos de ellos. Pero, lo más curioso
de todo era que después de recibir su sanidad, ¡la mayoría de esos pacientes jamás
volvía a la iglesia ni se dedicaba al Señor!
• El Señor apartó del rey David a todos sus enemigos, y a él lo elevó a una posición de grandeza en
la tierra (2 S. 7:9). Normalmente pensaríamos “¡Qué dicha no tener problemas o enemigos!” Pero,
en realidad, esos son momentos de mucho peligro. Poco después de que Dios hubo apartado a todos
los adversarios de David, éste se volvió descuidado y cometió un pecado moral (2 S. 11 y 12). A esto
se debe que Dios se tarde en eliminar todos nuestros problemas de una sola vez.
• Recuerdo bien a una joven y excelente pianista de un instituto bíblico en donde trabajé como
maestro residente. A menudo, cuando ella tocaba, nuestro corazón era conmovido por una unción
muy especial. En cierta ocasión, ella me habló de cuán incómodo le resultaba no tener su vehículo.
Dijo que un mecánico de la localidad no había podido durante todo un año sustituir el averiado
motor del suyo. Esto me impulsó a hablar con el mecánico, el cual rápidamente cumplió con su
deber e instaló otro motor. Sin embargo, había algo que en aquel momento yo no sabía. Por una
razón muy importante, Dios le había quitado deliberadamente el carro a esta joven, al igual que su
libertad. Dios había estado tratando de hablarle y librarla del desastre. Tan pronto como se le restituyó
su libertad, la utilizó como ocasión para la carne: fue y deshizo el matrimonio de un hombre. El
ejemplo que estoy empleando aquí no es nada extraño.
• ¿Para qué utilizaremos nuestra libertad? ¿Qué haremos cuando recibamos liberación de nuestras
ataduras? Sansón utilizó su libertad como ocasión para la carne. Lo que Sansón no aprendió en tiempo
de libertad, lo aprendió en tiempo de prisión (Jue. 16:19-31). Cuando una nación peca gravemente
contra Dios, Él la sujeta a la esclavitud y opresión de otras naciones (Sal. 107:10-14). El Señor lo
hace por tres razones: Para castigarla, restringirla y llevarla al arrepentimiento (Sal. 90:3). Dios
impone yugo a los individuos y a las naciones con el objeto de restringirlos y redimirlos. Cuando
una nación o pueblo obtiene su independencia, o se deshace de su yugo prematuramente, la
naturaleza de maldad se desenfrena y no usa su libertad para servir a Dios sino al hombre mismo.
• Entonces, debemos dar gracias a Dios por nuestras circunstancias e irritaciones, confiando en que
Él nos sacará de nuestro confinamiento cuando sepa que con ello tendremos bendición y no
destrucción. Pidámosle a Dios que nos prepare para nuestro milagro, así cuando éste llegue, estaremos
listos y lo usaremos para Su gloria.
“Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva”. Éxodo 4:23
Dios nos liberta de la esclavitud y de la enfermedad para que le sirvamos a Él, no a nosotros mismos.
101
EL VERDADERO TEMOR
El temor equivocado. El corazón humano está lleno de miedos y fobias. El hombre se preocupa
siempre por lo que los demás están pensando de él. Hay personas que no pueden tolerar el reproche
ni el rechazo, especialmente por parte de amistades, familiares y compañeros. La gente le tiene
pavor al fracaso, o a tener una apariencia de fracaso. A veces, una persona teme creer en algo
diferente de lo que se le enseñó durante sus años de crecimiento. El miedo le impide a muchos
hacer la voluntad de Dios. La vida eterna se pierde principalmente por causa del temor (Ap. 21:8,
Jn. 12:42-43). Todos estos son temores que deben vencerse. “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me
libró de todos mis temores” (Sal. 34:4). Si queremos ir al cielo, debemos tener más temor de ofender
a Dios que de ofender a la gente.
Ningún temor. Existen individuos que alegan NO TEMER, lo cual es muy peligroso. El no temer
es el distintivo de los insensatos. Cuando utilizo una sierra eléctrica de mesa, temo que mis dedos
se acerquen mucho a la cuchilla. Temo tocar un alambre de alto voltaje y temo acercarme demasiado
al borde de un precipicio. Temo salir al frío sin abrigo y sombrero apropiados. Y cuando estoy
atravesando con un niño una carretera muy transitada, me aferro bien a esa mano. Es bueno tener
esa clase de sano temor. Cuando la gente confiesa no temerle a nada, lo que está diciendo es que no
es sabia. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría.
El temor correcto. Éste es un sano temor. Es bueno tener miedo de desagradar a Dios o de no calificar
para que Sus propósitos se cumplan en nuestra vida. Es bueno tener un temor saludable de perdernos el
cielo. El temor de Jehová es una unción, es uno de los siete espíritus del Señor (Is.11:2-3). Esta unción
produce un respeto reverente por Dios. Todo aquel que tiene el temor de Jehová es sumamente rico.
El temor de Jehová:
• Es una unción (Is.11:2). Es uno de los siete espíritus del Señor.
• Es el tesoro de Dios (Is. 33:6).
• Es el principio de la sabiduría (Sal. 111:10; Job 28:28; Pr. 9:10).
• Nos hace temer no calificar para que Dios cumpla en nosotros Sus propósitos (He. 4:1).
• Guarda a los creyentes de resbalar (Jer. 32:40).
• Es limpio, y nos mantiene limpios (Sal. 19:9).
• Es una fuente de vida (Pr. 14:27); nos evita muchos lazos dañinos.
• Nos guarda del pecado (Pr. 16:6).
• Produce discernimiento (Pr. 8:13), hace que el hombre aborrezca el orgullo, la arrogancia
y el mal.
• Hace decentes a las sociedades (Gn. 20:11). Sin Su temor, los hombres son malos (Ro. 3:14-18).
• Es la sensación de que Dios me observa, y que yo le rendiré cuentas (Gn. 42:18; Jon. 1:9).
• La bendición de Dios está sobre todo aquel que le teme (Sal. 115:13).
• El ojo de Jehová está sobre los que le temen (Sal. 33:18).
• Los secretos de Dios se les revelan a quienes le temen (Sal. 25:12-14).
• Algunos temen más que otros (Neh. 7:2).
• Para tener el santo temor, hay que buscarlo (Pr. 2:1-5)
• Hay quienes se niegan al temor de Jehová (Pr. 1:29).
• Por ser tan perversos, Dios endurece a algunos con respecto al temor (Is. 63:17, ver
Ro. 1:24-28).
• La prosperidad y la multiplicación provienen de conducirnos en el temor de Jehová (Hch. 9:31)
• La santidad se perfecciona andando en el temor de Dios (2 Co. 7:1).
102
LA VERDADERA SABIDURÍA
La verdadera sabiduría está escondida del hombre (1 Co. 2:7). Cristo enseñó en parábolas (Mt.13:11-17)
y deliberadamente encubrió de algunos la verdad. Los misterios de la vida se revelan sólo a los
escudriñadores honorables y dignos (Pr. 25:2; 2:1-7). Todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento están escondidos en Cristo (Col. 2:3). Por lo tanto, sólo los que están cerca del Maestro
pueden entender el significado verdadero de la vida (Sal.16:11). El hombre busca la sabiduría y el
significado verdadero de la vida, pero no los puede encontrar, pues antes debe honrar a Aquel de
quien procede toda sabiduría (ver Job 28:7-28; 1 Co. 1:30).
En Proverbios, la sabiduría se personifica como una bella mujer virtuosa (Pr. 3:17; 3:13-18; 4:59; 9:1). A menudo, la sabiduría se presenta en género femenino en el libro de Proverbios. Ella tiene
una personalidad compuesta de siete características divinas (Pr. 9:1; Stg. 3:17), y sobre éstas
reflexionaremos ahora por ser imprescindibles para el éxito en la vida, especialmente en el matrimonio.
Por lo tanto, la sabiduría es más que destrezas y capacidades. La sabiduría tiene una naturaleza.
En Proverbios se hace un contraste entre dos mujeres: la bella mujer virtuosa (que representa la
sabiduría), y la mujer extraña (que representa la insensatez). La humanidad puede escoger a una de
las dos, y se volverá igual a aquélla con quien se ha ligado. Cuando abrazamos a la mujer virtuosa,
ella nos hace ascender a un sitio de honor (Pr. 4:8), pero todo aquel que abrace a la extraña, será
llevado a la ruina (Pr. 5:20-23).
La Sabiduría Edifica El Hogar y El Matrimonio
“La sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas” (Pr. 9:1; ver Stg. 3:17). El
hogar y el matrimonio se edifican sobre las siete columnas de la sabiduría. En Stg. 3:17
vemos la interpretación de estas siete columnas (o características) de la sabiduría.
Edifiquemos nuestro matrimonio sobre estos sólidos cimientos. Nuestro hogar podría
derrumbarse si en él faltara alguna de estas siete columnas. Ver también Mt. 7:24-28.
LAS SIETE COLUMNAS DE LA SABIDURÍA
“Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable,
benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía”
(Stg. 3:17).
1. Pura (impoluta). La primera característica de la sabiduría es la pureza: pureza moral y de
motivaciones. La sabiduría nos mantiene moralmente incólumes. Éste es un tema constante en el
libro de Proverbios. Los que carecen de sabiduría caen en un terrible lazo (Pr. 7:4-27). La sabiduría
también produce motivaciones puras. La verdadera sabiduría no pone de manifiesto un espíritu
competitivo; por el contrario, considera primeramente a los demás. Con el fin de edificar nuestro
hogar sobre buenos cimientos, debemos fundarlo sobre pureza moral, y motivaciones que no nos
lleven a luchar por tener la preeminencia.
2. Pacífica (en paz con Dios, con el hombre y consigo mismo). En el idioma original, el vocablo
para paz y unidad es el mismo. Un hombre tiene paz interior cuando su corazón está afirmado (Sal.
86:11). Si su lealtad está repartida, él no tiene paz. Por consiguiente, cualquiera que trate de servir
a dos amos, es falto de cordura (Mt. 6:24; Stg. 1:8; 4:8; Ap. 3:15). La sabiduría nos da firmeza de
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corazón y de propósito, y con ello, la paz. Cuando estamos en paz con Dios y con nosotros mismos,
podemos estar en paz con el prójimo. La contienda y el alegato no son sabiduría (Pr. 14:1; 21:19).
3. Amable (una cordial prudencia). El hombre sabio presta oídos atentos a los demás y está dispuesto
a tomar en cuenta otros puntos de vista. La sabiduría es moderada y condescendiente con el prójimo,
permitiéndole libertad. El rigor es lo opuesto de la sabiduría. La persona carente de sabiduría es
severa, estricta, tensa, inflexible, dura y extremadamente exacta.
4. Benigna (sumisa, dócil). Esta es la pareja que “tiene la habilidad de saber cuándo conviene
ceder”. La sabiduría sabe cuando ser firme y cuando es mejor dejar ir un asunto. No es nada sabio
presionar o combatir a nuestra pareja (2 Ti. 2:24-25; Pr. 25:15). Mejor es orar y pedirle a Dios que
convenza a nuestro cónyuge. Sin embargo, la mayor parte de las desavenencias no se originan en
que algo esté bien o esté mal; sino mas bien en preferencias.
5. Llena de misericordia y de buenos frutos. La misericordia de Dios es mucho más alta que la
del hombre. La misericordia divina muestra compasión al afligido, aun cuando éste se haya provocado
su propio problema. Ésta es la clase de misericordia que Dios ha demostrado tener con nosotros, y
que espera que nosotros tengamos con el prójimo. Es una compasión carente de la actitud de “te lo
dije”. Nunca debemos mencionarle a nuestra pareja los fracasos y errores de su pasado, porque
entonces Dios quizás tenga que hacernos recordar los nuestros. Si estamos constantemente
recordándole a los demás sus antiguas faltas, es porque no los hemos perdonado con sinceridad
(Mt. 6:14-15). En vez de condenarlos persistentemente, la misericordia divina extiende sus manos
a los caídos, y trata de reparar los pedazos rotos como mejor puede.
6. Sin incertidumbre (sin favoritismo). Hay mucha parcialidad en nuestras emociones, lo cual no es
sabio. Isaac y Rebeca tenían hijos favoritos: Isaac amaba a Esaú y Rebeca a Jacob. Esta parcialidad
perjudicó su hogar (Gn. 25:28). Hizo que Rebeca enseñara a su preferido Jacob a engañar a su padre.
¿Podrá llegar a funcionar un matrimonio si uno de los padres le enseña a un hijo a mentirle al otro? El
favoritismo es amor carnal y produce un mal fruto. El matrimonio de Isaac y Rebeca fue dispuesto por
Dios, pero aun así, la alianza no funcionó debido a aspectos de su corazón que no habían sido rendidos.
7. Sin hipocresía (genuina, no ser una falsificación). La verdadera sabiduría produce sinceridad y
autenticidad profundas. Un hipócrita no es sincero ni auténtico. Alega ser una cosa, pero en su
interior es otra. El hipócrita es tosco y crítico para con los demás. Juzga a otros por errores que están
presentes en su propia vida (Mt. 7:1-5; Ro. 2:1). La hipocresía es ceguera y dureza de corazón, y
destruye nuestra relación con el prójimo. Sin embargo, a medida que la verdadera sabiduría y la luz
penetran en el alma del hombre, éste se ve a sí mismo y es purificado del espíritu dictaminador.
El edificador sabio: alguien que oye y obedece.
Mateo 7:24-27
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las hace, le compararé a un hombre prudente,
que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre
insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron
vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
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EL VERDADERO ÉXITO
Hace varios años, Brian Bailey y su esposa estuvieron en Grecia. En una de las ciudades visitadas,
había dos iglesias en particular. A una de ellas asistían tres mil personas y a la otra alrededor de
doscientas. El pastor de la iglesia más grande se consideraba a sí mismo muy superior al otro. Una
noche, Dios mostró una visión de las dos iglesias como Él las veía. En la iglesia de tres mil miembros
sólo había nueve luces. Solamente nueve personas de esa gran congregación estaban brillando para
Cristo, pero en la segunda iglesia, doscientas luces centelleaban para Jesús. Casi todos los de la
segunda iglesia estaban encendidos para Dios. Ciertamente, la lección es muy clara. A Dios no le
interesan únicamente los grandes números, sino cuántas luces están ardiendo en nuestra iglesia. Le
interesa tener “árboles de justicia” arraigados y cimentados en Él, ya que en los momentos de
prueba, las grandes iglesias repletas de creyentes no comprometidos, serán abatidas por la tormenta
y acabarán en nada.
En otra ocasión, un hombre tuvo una visión en la que vio a varias personas yendo al cielo. Una de
ellas era un evangelista que llevaba en las manos una enorme cantidad de obras. El ángel de la
entrada sonrió, tomó las obras, y las sometió al fuego de Dios. Todo lo que salió del fuego fue un
pequeño grupo. Eso fue todo lo que le quedó al evangelista. La mayor parte de las obras de su
vida habían sido reducidas a cenizas. Después, vio a una mujercita. Ésta sólo tenía una reducida
cantidad de obras para presentar al ángel; pero después de que fueron sometidas al fuego, casi
todas salieron intactas. Realmente, la mujercita tenía más cosas que exhibir en la eternidad que el
evangelista.
Las obras que cuentan son las que permanecen (Jn. 15:16). Las obras de cada cual deberán ser
probadas por el fuego de Dios (1 Co. 3:12-15). No se trata de cuánta gente asiste a nuestra iglesia,
sino de cuánta está comprometida con Dios y encendida para Él. Por lo tanto, los pastores deben
trabajar para llevar a su pueblo a la rectitud (y no sólo a la salvación) porque las personas que Dios
les ha confiado, representan sus obras y el fruto de su ministerio. Es por eso que un ministro debe
tener la verdadera unción y el verdadero mensaje. Así, tendrá frutos que permanezcan. Es mejor
tener un puñado de harina fina que una gran cantidad de tamo.
Es muy frecuente que el éxito se mida conforme a patrones mundanos: números, edificios, figuras
de renombre, publicidad y dinero. Sin embargo, al llegar la prueba, todo esto puede ser consumido
en un instante si no está fundado sobre la roca sólida de la obediencia (Mt. 7:26-27). Después de
tres años y medio de ministerio, Jesús no tenía la apariencia de ser un éxito. Muchos de Sus
seguidores lo abandonaron (Jn. 6:66), y hasta uno de los doce apóstoles lo traicionó. Llegó un
momento en que Cristo parecía ser todo un fracaso al colgar de una cruel cruz. Sin embargo, fue
el campeón más grande de todos los tiempos. ¿Cómo, entonces, mide Dios el éxito? ¿Cuál es la
verdadera prosperidad?
EL ÉXITO CONSISTE EN HACER LA VOLUNTAD DE DIOS
El éxito se mide de una manera: ¡viendo si hemos cumplido o no la voluntad de Dios para nuestra
vida! Si la hemos cumplido, nuestras obras permanecerán y no se perderán. La voluntad de Dios
para nuestro Señor Jesucristo fue Su crucifixión. La cruz no es lo que les gusta a todos. Para el ojo
natural, Jesús se veía como un fracaso total. No obstante, por Su obediencia, derrotó a un enorme
arcángel y a todos los otros demonios y ángeles caídos. Jesús conquistó una naturaleza caída que el
hombre jamás hubiera podido dominar, y pagó la deuda de la humanidad.
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Además de todo esto, lo que sembró en las vidas de los doce apóstoles durante tres años y medio,
produjo un fruto sorprendente. Estos hombres y las Escrituras que dejaron, se convirtieron en las
piedras fundamentales de la Iglesia (Ef. 2:20), siendo Cristo mismo la principal cabeza del ángulo.
El día de hoy existe algo que necesita establecerse en la Iglesia; se trata de la forma errada en que
evaluamos el éxito. El verdadero éxito no se mide por popularidad, carisma, personalidad y grandes
multitudes. Esa es la idea que tiene el mundo acerca del éxito. Tampoco se mide poniendo de
manifiesto los dones espirituales o teniendo la unción de Dios. La unción y los dones espirituales
no son evidencias de que Dios esté complacido (Mt. 7:22-23; 1 Co. 9:27). A los israelitas Dios les
dio milagros, sanidad, liberación, protección y provisión durante su viaje por el desierto, aun cuando
fueron rebeldes, desobedientes y ajenos a Su voluntad por cuarenta años. Ninguna de estas
bendiciones es prueba de que Dios se agrade de nosotros.
Incluso tener la presencia de Dios no es necesariamente una señal del favor de Dios. A la rebelde
nación de Israel le dijo el Señor: “Mi presencia irá con vosotros” (Ex. 33:12-17). Sin embargo, eso se
debió a que Dios es paciente y bondadoso. Muchas congregaciones suponen que el favor de Dios las
cubre y que Él autoriza su proceder porque Su presencia está con ellas, pero eso no es siempre así.
Mucho más importante que sentir la presencia de Dios, es hacer la voluntad de Dios. Rumbo a la
cruz, Jesús no se sentía bien. No sentía la unción y presencia de Dios cuando caminaba hacia el
Calvario, pero esa era la voluntad de Su Padre para Él, y era lo que más importaba. El éxito no se
puede medir siempre sintiendo la presencia de Dios. Éxito es hacer la voluntad de Dios, porque
entonces nuestras obras permanecen (Jos. 1:8).
El hacer la voluntad de Dios es aún más importante que sentir Su
presencia. Jesús no se sentía bien cuando iba rumbo a la cruz. No sentía
la unción ni la presencia de Dios cuando iba hacia el Calvario. Sin
embargo, esa era la voluntad de Dios para Él, lo cual tenía la mayor
importancia. El éxito no siempre se mide por sentir la presencia de Dios.
Éxito es cuando cumplimos la voluntad de Dios, porque entonces
nuestras obras permanecen.
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LOS VERDADEROS HERMANOS
La verdadera minoría
En el mundo existen dos tipos de personas: los redimidos y los no redimidos. No tiene nada que ver
con la raza, si somos negros, blancos, orientales o hispanos. La pregunta en sí es la siguiente:
¿Somos hijos de Dios o hijos del mundo? ¿Somos hijos de la luz o hijos de las tinieblas? (1 Ts. 5:5).
¿Está Cristo en nuestra vida o no? Cada cual pasará la eternidad ya sea en el cielo o en el infierno.
En toda nación hay un pueblo, una minoría, que le pertenece a Dios (Hch. 10:34-35; Ap. 5:9,10). De
cada país, tribu, lengua y raza hay quienes creen en el mensaje del Evangelio y se conducen conforme
a sus enseñanzas. Este grupo particular se llama “la Iglesia”. Es una familia internacional que
piensa, habla y procede de manera similar, cuya mentalidad está moldeada por un libro de reglas: la
Palabra de Dios.
Una familia: los hijos de la luz, una minoría que sale de cada nación.
Un Padre: con el mismo Espíritu en cada uno de Sus hijos.
Un libro de reglas: el cual produce la misma manera de pensar.
Los falsos hermanos
“Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo,
entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (Mal. 3:18).
Es necesario discernir entre justos y perversos, entre el que sirve realmente a Dios y el que no le
sirve. No todo el que aparenta ser hijo de Dios, lo es. No todo el que asiste a la iglesia y usa el
nombre de Cristo es un verdadero cristiano. Entre los genuinos, hay falsos maestros, falsos apóstoles
y falsos hermanos. Éstos tienen la apariencia de rectitud y hablan de manera apropiada, pero en
realidad, no son íntegros y no están sirviendo al Señor.
En la parábola del Señor acerca del trigo y la cizaña, ambos parecían iguales. No se distinguía cuál
era lo bueno y cuál lo malo. Crecían juntos, pero cuando transcurrió el tiempo, la verdad salió a luz.
Este ejemplo es válido para muchas congregaciones del Señor. No todo el que se sienta a nuestro
lado en la iglesia, es forzosamente un cristiano auténtico. Ver Mateo 13:24-30.
En nuestros días, muchos se “molestarán” cuando afloren las dificultades. Según se enfríe su amor
por Cristo, se aborrecerán y traicionarán unos a otros (Mt. 24:10-12). Algunos que en otro tiempo
usaban el nombre de Cristo, se convertirán en enemigos del Señor y de los genuinos creyentes. Su
compromiso con Dios es superficial pues nunca le permitieron purificar su corazón y motivaciones.
Los períodos de prueba revelan el nivel de nuestra entrega. Los verdaderos hermanos no se odian
entre sí, ni le dan la espalda a Cristo (ver Mt. 24:13).
Cristo enseñó que “todos los que hacen la voluntad de Dios son Sus verdaderos hermanos”
(Mt.12:46-50; Mc. 3:33-35; Lc. 8:20-21). Los hombres y mujeres que hacen su propia voluntad,
no tendrán buen suceso al final (Mt. 7:21-23). Ver también Lc. 6:46. Al final de esta era, habrá un
avivamiento poderoso. Cristo lo compara con una inmensa red que es echada al mar. Cuando está
llena, es subida a la barca, y ahí, son separados los “peces” buenos de los malos. El Señor apartará
a los malos de los justos (Mt. 13:47-50). Las iglesias estarán repletas de nuevos convertidos, pero
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entonces, cada cual será puesto a prueba. Dios permitirá que aparezca el Anticristo, el cual atraerá
a todos aquellos que no son sinceros, incluso a algunos miembros de la iglesia.
SER LA ESPOSA DE CRISTO
La lección de Dios más objetiva en la vida es el matrimonio, pues a través de él aprendemos
cómo debe ser nuestra relación con el Señor (Ef. 5:21-33; 1 Co. 11:3). Es un hecho muy interesante
que las mismas cosas que el hombre busca en una mujer, el Señor las busca en Su Esposa. Por lo
tanto, lo siguiente tiene una aplicación natural y espiritual. Para poder calificar para ser la Esposa
de Cristo, debemos estudiar las características del Esposo y tratar de ser como Él. Esto es
compatibilidad. Cristo se casará con aquéllos que son como Él, con personas que han sido hechos
conformes a Su imagen.
Para tomar en consideración
Cristo viene por una Iglesia madura y gloriosa, cuyas vestiduras son blancas y sin mancha
(Ap.19:7-8). Él no se casará con una Esposa inmadura. Cristo no compartirá Su trono con quienes
se hayan negado a salir de la niñez espiritual o con quienes no se le asemejen. No todo creyente
tendrá el privilegio de reinar con Cristo (2 Ti. 2:12), lo cual está reservado para los vencedores
(Ap. 2:26-27; 3:21; 21:7).
Hubo muchas vírgenes hermosas en el tiempo de la reina Ester, pero sólo una fue la elegida. Sólo
una tuvo el privilegio de pararse junto al rey y extender su autoridad desde el trono. El rey Salomón
tuvo “doncellas sin número”, más la perfecta era solamente una (Cnt. 6:8-10).
La parábola de Cristo acerca de las diez vírgenes es altamente significativa porque la Iglesia está
formada de vírgenes (Mt. 25:1-13). Esta parábola no está dirigida a incrédulos; el hecho de que
eran “vírgenes” indica que todas ellas eran creyentes lavadas en la sangre. Todas estaban
conscientes de la pronta venida del Esposo. Los incrédulos tienen falta de fe y no esperan Su
venida. El punto más importante de esta parábola no es si las vírgenes se salvan o se pierden, sino
quiénes son dignas de estar en la cena de las bodas del Cordero cuando venga el Esposo.
Las vírgenes que fueron acogidas en la fiesta de bodas, tenían aceite en sus lámparas y su corazón
ardía por Jesús. El aceite representa la unción. La unción viene de una relación íntima con el Ungido.
Las vírgenes que no tenían aceite descuidaron su relación con Dios y a ellas se les negó la entrada
a la fiesta. El Señor les dijo: “De cierto os digo, que no os conozco” (Mt. 25:12). En este pasaje, la
palabra “conocer” es una palabra griega que significa “intuición, o reconocer inmediatamente”. El
Señor dijo a las vírgenes insensatas que Él no las conocía intuitivamente; Él estaba diciendo: “Yo
no las conozco muy bien”. La fiesta de bodas es solamente para los amigos íntimos, no para gente
que Cristo apenas reconoce.
Por lo tanto, deseo que reflexionemos sobre lo siguiente: Aunque hay millones de creyentes en el
mundo, no toda “virgen” (o creyente lavado en la sangre del Cordero) será parte de la Esposa
(compuesta de muchos miembros) de Cristo. La Esposa de Cristo es un grupo más pequeño que
la Iglesia, que alcanzará la gloria y la unidad. Para llegar a ser la Esposa de Cristo, nosotros
debemos cumplir los requisitos. La relación entre la Esposa y el Rey de reyes es sólo para creyentes
entregados, no para aquellos que son tibios. Consideremos a continuación lo que el Esposo Celestial
busca en Su Esposa.
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CUALIDADES QUE JESÚS BUSCA EN UNA FUTURA ESPOSA
1. Él desea una Esposa enamorada de Él. A Cristo no le atrae alguien carente de ardor o entusiasmo
por Él. Cuando se trata de Su matrimonio, Cristo celosamente exige: “Ojalá fueses frío o caliente”
(Ap. 3:15). Él quiere una persona que lo desee (Pr. 8:17). El Señor no elegirá a alguien que lo tome
a la ligera o que constantemente rechace Su afecto. Israel repetidas veces “se le apartó” (Zac. 7:11)
y no quiso escucharlo. Eso, en gran manera, le restó atractivo al pueblo. Correspondámosle siempre,
y hagámonos así atractivos a Él.
2. Él desea una Esposa que esté de acuerdo con Él. Las Escrituras preguntan: “¿Andarán dos
juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3). El Señor no quiere una virgen que tenga su
propio criterio, sus propias ideas, su propia visión y su propia causa. Un espíritu independiente y
voluntarioso entra en conflicto con Su Espíritu. A menudo, el creyente argumenta con Dios y con la
Palabra de Dios. El Señor espera que Su futura Esposa sea enseñable, alguien que respete cada
porción de Su Palabra, y que ame cada parte de Él.
3. Él desea una Esposa que lo entienda. Cristo anhela alguien con quien abrir Su corazón y
compartir Sus secretos, mas esto no lo puede hacer con un bebé espiritual. El Señor desea que Su
pueblo crezca, de manera que esté a Su mismo nivel de comunicación (Jer. 9:24). Un hombre debe
tener una esposa que esté a su nivel. ¡El matrimonio es comunicación!
4. Él desea una Esposa que no esté protegiendo su identidad o su individualidad. Jesús perdió
Su identidad. Se convirtió en siervo. Los siervos no procuran tener ni “nombre” ni prestigio. El
Esposo Celestial se despojó (Fil. 2:7), y busca una Esposa con un corazón igual (Mt. 16:24-25). La
única manera de encontrar nuestra identidad es entender primero con qué propósito fuimos creados
por Dios. A la mujer la creó Dios para ser una ayuda de su esposo, devota a él. A la humanidad en
general, Dios la creó para tener una esposa que afectivamente estuviese devota a Él, no a su propio
ego (Ap. 4:11). Hoy en día existen mujeres que quieren mantener sus propios apellidos y no ser
identificadas totalmente con sus esposos. Ese es un insulto para el hombre, pero Dios también se
siente insultado cuando Su pueblo quiere mantener su propia identidad.
5. Él desea una Esposa que posea el “Espíritu de Rut” (Rt.1:16-17). Ésta es la disposición de
“seguir al Cordero por dondequiera que va” (Ap. 14:4). Es una inclinación a ir al lugar que el
Esposo Celestial indique (y ciertos lugares no son fáciles), teniendo una lealtad de espíritu que
perdura hasta el final (Mt. 24:10-13). Hay quienes sólo siguen a Cristo por unos cuantos años y
luego se cansan de Él y “retornan a sus dioses”, como Orfa (Rt. 1:15). No somos dignos de Él si
solamente le seguimos durante las épocas fáciles.
6. Él desea una Esposa que le dedique tiempo. Si la Esposa deseada está ocupada en su horario,
agenda, amigos, rutinas e incluso en su propio ministerio, el Esposo Celestial se entristecerá y
buscará a otra que sí tenga tiempo para Él y lo merezca. La verdad es que siempre hacemos tiempo
para lo que más atesoramos (Lc. 1:18-20). A veces, el Señor toca a la puerta de Su Iglesia pero no se
le da la bienvenida (Ap. 3:20). Apocalipsis 3:20 no está dirigido a los incrédulos, sino a la Iglesia.
El primer llamamiento de la esposa es hacia su esposo, no hacia sus hijos. Frecuentemente, este
papel se invierte. Esto también es verdad en nuestra relación con Dios. Nuestro primer llamamiento
es hacia la Cabeza, el Señor Jesucristo. En segundo lugar, estamos llamados a cuidar a Sus hijos (la
gente que Él nos ha confiado). La iglesia de Éfeso trabajó para Cristo hasta el punto de agotamiento,
pero descuidó su relación con Él. Había dejado su primer amor (Ap. 2:3-4).
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7. Él desea una Esposa de espíritu afable y apacible. Cristo desea una Esposa que sea muy calma,
serena y quebrantada. Su Esposa debe vencer la histeria; de lo contrario, sus emociones sin rienda
pondrán de manifiesto un espíritu que lo critica y sospecha de Él (1 P. 3:4-6). El Esposo mismo es
manso y humilde de corazón (Mt. 11:28-29), y desea a aquéllos que tengan igual disposición. La
mansedumbre no toma represalias ni se desquita. Cristo busca una persona con un corazón tierno y
perdonador. Un corazón endurecido provoca separación y divorcio (Mc. 10:4-9). Un corazón
endurecido no es capaz de perdonar ni lo desea hacer, y deja de interesarse por ello.
8. Él desea una Esposa que proteja Su nombre. Una esposa es reflejo de su marido. El Señor quiere
una Esposa que se preocupe por la apariencia de Su “casa” y de Sus “hijos” (Pr. 31:22-31). Una
higiene y arreglo deficientes (de la persona, de la casa y de la iglesia) son una pobre representación del
Señor. ¡Las actitudes también son muy importantes! Como creyentes, nuestros rostros alegres son un
buen reflejo de Aquel a quien pertenecemos, pero un espíritu apesarado es para Él una afrenta.
9. Él desea una Esposa que no sea exigente ni fastidiosa. Cristo desea una Esposa como Ester. Ella
se conformó con lo que recibió, nunca insistió en extravagancias (Est. 2:15). Más que ninguna otra
mujer bíblica, Ester sabía cómo aproximarse a su esposo para presentarle una petición. Su espíritu y
su actitud siempre fueron excelentes. Muchas mujeres no conocen la forma de hablarle a sus esposos.
10. Él desea una Esposa que no esté ni ociosa ni aburrida. Una persona aburrida no tiene visión
ni propósito. La mujer virtuosa de Proverbios 31 tenía visión. Ella compró una heredad. Asimismo,
era capaz y diligente. Usaba con prudencia los dones, bienes y capital de su esposo. Cristo mismo
es trabajador y eficiente. A Él no le atraería una futura Esposa que desperdiciara el tiempo y el
dinero. Según muchas de las parábolas del Señor, se nos pedirá rendir cuentas de cómo hemos
utilizado nuestro tiempo, talentos y fondos. Quienes no hayan sido buenos mayordomos de Sus
fondos, no serán seleccionados para el cortejo nupcial.
11. Él desea una Esposa que mantenga una vida ungida. La unción procede de una vida de
comunicación y compañerismo con el Ungido, el Señor Jesucristo. Recordemos siempre el ejemplo de
María y Marta (Lc. 10:39-42). María aprendió a sentarse a los pies de Jesús y a escuchar Su palabra. La
relación de Marta con el Señor no era tan íntima; ella tenía preocupaciones legítimas en que concentrarse.
Cuando descuidamos la relación con Cristo, Su unción y Su paz no nos cubren y nuestras emociones se
salen de control. Entonces gobiernan nuestra vida la crítica, la incredulidad y el nerviosismo. Recordemos
las cinco vírgenes insensatas. No tenían aceite por haber descuidado la relación.
12. Él desea una Esposa que no esté siempre ofendida. No calificaremos para convertirnos en la
Esposa de Cristo si no salimos de nuestra exagerada susceptibilidad, mal genio y estallidos de ira.
Cristo no quiere estar casado con un gorila herido. Una esposa madura confía implícitamente en su
esposo, y no le guarda rencor cuando él le señala alguna imperfección que ella no había advertido
anteriormente. En Jn. 6:60,61, los seguidores de Cristo se ofendieron ante la nueva verdad que Él
les presentó, y cerraron su corazón a Él. Cristo solamente señala una cosa a la vez (Ef. 5:26). Por
eso, confiemos en Él mientras nos lava con Su Palabra.
13. Él desea una Esposa con justicia impartida. En el nuevo nacimiento somos contados por
justos (Ro. 4:1-8), pero después de eso, somos hechos justos a través de una continua obediencia
(Ap. 19:7,8). Ésta última es una vestidura de justicia requerida en la fiesta de bodas.
14. Él desea una Esposa que se haya tornado gloriosa, sin mancha ni arruga (Ef. 5:27). El Señor
no tendrá una Esposa defectuosa. Ella debe ser una persona perfectamente equilibrada y proporcionada.
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LA ESPOSA DEBE SER IMPOLUTA
Ser impolutos es el mensaje para esta hora. Efesios 5:27 declara que Cristo viene por una Iglesia
gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa y sin mancha. Por consiguiente, toda
mancha y arruga debe ser borrada de aquéllos que integran la Esposa corporativa.
Una hermosa vestidura se deprecia enormemente con sólo que presente una mancha o salpicadura.
Esto es verídico también acerca de nuestro carácter. Los aspectos admirables de un hombre no
pueden tapar lo que no es admirable. Dios desea aplicar un quitamanchas a todas nuestras vestiduras
espirituales (Ap. 7:14) a fin de volvernos inmaculados y sin culpa delante de Él (ver Ef. 1:4; 5:27;
Col. 1:22; Jud. 1:24; Ap. 14:4-5).
Defectos que nos impiden pasar detrás del velo
“Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará. . . Ningún varón de la descendencia del
sacerdote Aarón, en el cual haya defecto, se acercará para ofrecer las ofrendas encendidas para
Jehová. Hay defecto en él; no se acercará a ofrecer el pan de su Dios. Del pan de su Dios, de lo muy
santo y de las cosas santificadas, podrá comer. Pero no se acercará tras el velo, ni se acercará al
altar, por cuanto hay defecto en él; para que no profane mi santuario, porque yo Jehová soy el que
los santifico”. (Lv. 21:18, 21-23). Un sacerdote con defecto tenía prohibido hacer lo siguiente:
• No se podía acercar a ofrecer el pan de su Dios.
• No podía presentar las ofrendas encendidas para Jehová.
• No podía acercarse tras el velo.
• No podía acercarse al altar.
Un sacerdote defectuoso tenía
limitaciones para acercarse a Dios y
para ministrar a los demás.
En el Nuevo Testamento, cada creyente está llamado a ser un sacerdote para Dios y a ofrecerle
sacrificios espirituales (1 P. 2:5,9; Ap. 1:6; 5:10). Además, todo santo de Dios está llamado a pasar
tras el velo a la presencia misma de Dios. El acceso a la presencia de Dios nos ha sido abierto
gracias al perfecto sacrificio de Cristo (Mt. 27:51; He.10:19-20). No obstante, hay ciertos requisitos
que han de llenarse primero (Sal. 65:4; Sal. 15:1-4; He. 12:14). Todo sacerdote con defecto tenía
limitaciones para acercarse a Dios tras el velo. También tenía limitaciones para poder ministrar a
los demás. Los defectos que aparecen en Levítico 21:16-24, aunque físicos, tienen un notable
significado espiritual para todos nosotros. Reflexionemos ahora sobre los doce defectos siguientes:
DOCE DEFECTOS ESPIRITUALES QUE DEBEN REMEDIARSE
(Levítico 21:16-24)
1. Ceguera: sin visión progresiva.
2. Cojera: con un caminar dañado.
3. Mutilado: sin discernimiento.
4. Sobrado: una monstruosidad.
5. Quebrado del pie: persona de poco fiar.
6. Quebrado de mano: no capta.
7. Jorobado: sin rectitud moral.
8. Enano: sin crecimiento alguno.
9. Nube en el ojo: con puntos ciegos, hipocresía.
10. Sarnoso: con una escasa dieta espiritual.
11. Con empeine: demasiado susceptible, doliente.
12. Con testículo magullado: improductivo.
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DEFECTOS QUE NOS DESCALIFICAN PARA ACERCARNOS TRAS EL VELO
1. La ceguera (falta de visión). Todo cristiano necesita una visión progresiva (Ef. 1:18).
Proverbios 29:18 nos advierte que “sin visión [progresiva] el pueblo se desenfrena [o perece]”. Si
la gente no ve algo nuevo hacia lo cual avanzar, vivirá desenfrenadamente. Quizá hasta haya quienes
regresen al mundo. Una visión progresiva transforma a los cristianos pasivos en personas que
marchan hacia adelante. El apóstol Pablo deseaba “una mejor resurrección”. Eso fue lo que lo
mantuvo avanzando hacia la meta (Fil. 3:11-14). También a nosotros eso nos debe poner en
movimiento. Pedro nos exhorta a “estar confirmados en la verdad presente” (2 P. 1:12). Es importante
saber lo que Dios está diciendo el día de hoy y no vivir en el pasado.
Una visión fresca pone un santo temor en nuestro corazón; nos hace temer el pecado. Cuando se
abren nuestros ojos, hay una nueva certidumbre de la eternidad. Estamos conscientes de que las
recompensas eternas se pueden perder por actos de indiscreción, decisiones precipitadas o pereza.
Todo creyente necesita una nueva percepción de lo que Dios desea llevar a cabo en su vida y a
través de ella. Pero la revelación se le concede sólo a los escudriñadores dignos (Pr. 2:1-5). Si Dios
no hace brillar Su luz sobre nuestra senda, no podemos encontrar el camino hacia el Lugar Santísimo
y hacia Sus alturas (Sal. 43:3). Menospreciar las verdades frescas y encerrarse en las viejas tradiciones,
puede descalificar a un hombre para entrar tras el velo. Tenemos necesidad de mayor luz para
conocernos a nosotros mismos y para recibir nueva limpieza. No nos conformemos con el vino
viejo y el antiguo mensaje (Lc. 5:38-39). La ceguera es un defecto.
2. Cojera (un caminar dañado, indecisión). Las Escrituras nos exhortan a no volvernos “ni a la
derecha ni a la izquierda”. Es imprescindible permanecer en la senda que Dios nos ha trazado para
ser bendecidos y posesionarnos de nuestra herencia (Pr. 4:25-27). Cuando un creyente se desvía de
la senda, fácilmente puede caer en una trampa que daña su andar y su testimonio. A veces el daño es
permanente. Por lo general, la cojera espiritual puede sanar (He. 12:13), pero en la mayoría de los
casos, esto toma tiempo. Es de suma importancia buscar ardientemente a Dios (y el consejo de los
piadosos) cuando estamos en una encrucijada de nuestra vida y nos toca tomar una decisión
culminante. A menos que acudamos a Dios y que nuestra cojera espiritual sea corregida, no podremos
acercarnos tras el velo, porque la cojera es un defecto.
Ojalá no andemos por la vida cojeando por heridas causadas al salirnos de la senda que Dios trazó
para nuestra vida. Un giro equivocado puede hacer renquear por años a hombres y mujeres. Al tema
del matrimonio debemos darle un cuidado especial. Una vez que hemos hecho un voto solemne, no
podemos cambiar de parecer. ¡Debemos conocer las reglas antes de contraer matrimonio! Es común
que las muchachas jóvenes, al sentirse muy solas tengan la disposición de comprometerse y casarse
con cualquiera, con prisa de curar su soledad. Luego acaban todavía más solas debido a la
incompatibilidad. ¡Tómese su tiempo y haga las cosas con honorabilidad desde la primera vez! Edifique
su vida y hogar sobre buen fundamento: el fundamento de la obediencia. Tenga carácter en estos
asuntos y no se case con un incrédulo o con una persona divorciada. El matrimonio es un voto de por
vida. Es un pacto que no puede quebrantarse sino por causa de muerte. Dios es un Dios que guarda el
pacto. Él no honrará votos incumplidos.
Asimismo, la cojera es una indecisión. En 1 Reyes 18:21, el pueblo no se podía decidir. La gente
trataba de servir a dos amos. Elías fue al grano, diciendo: “¿Hasta cuando claudicaréis [cojearéis]
vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”. Elías
describe al pueblo como “cojeando entre dos opiniones”. La gente no estaba comprometida con
ninguno de los dos bandos. Así, su caminar era indeciso e incierto, lo cual es cojera espiritual.
112
3. Mutilado, una nariz achatada (falta de discernimiento). Espiritualmente, la nariz es el
instrumento del discernimiento. Una nariz achatada o deforme ha perdido el sentido del olfato. Por
otro lado, una nariz superactiva siempre busca algo impuro; tiene sospechas exageradas acerca de
todo. Ojalá no nos vayamos tampoco a ese extremo. Por ahora, reflexionemos sobre el olfato de una
nariz achatada.
En lo natural, una mala nariz afecta también nuestro sentido del gusto y la persona de “nariz”
espiritualmente mala no puede discernir lo que para el Señor es exquisito o desabrido. Es
imprescindible discernir entre lo que Dios ama y lo que aborrece. En Ezequiel 22:26, los ministros
habían perdido su sentido del olfato. No distinguían entre lo limpio y lo inmundo. No diferenciaban
entre lo santo y lo profano cuando instruían a la congregación. Por consiguiente, el pueblo no
encontraba libertad para salir de ataduras e inmundicia. Los líderes religiosos habían cambiado las
normas morales de Dios. Su mentalidad era ésta: “Todo es aceptado por Dios”, mas Dios estaba
descontento. En Ezequiel 44:10-14, a todos los líderes que descuidaron los estatutos de Dios, se les
prohibió la entrada al Lugar Santísimo. Una mala nariz es un defecto que impide que multitudes de
hombres y mujeres se acerquen tras el velo. Ellos no pueden discernir lo que a Dios ofende, por lo
tanto permiten que en su vida continúe lo horrendo.
La condición de nuestra “nariz” puede significar la diferencia entre vivir y morir. Si la luz
piloto de una estufa de gas se apagara sin haber una válvula de cierre, ello podría resultar
nefasto si alguien no oliera el gas. Es todavía más importante que nuestro sentido del olfato sea
agudo en cuanto a asuntos espirituales. Debemos pedirle a Dios una nariz que discierna entre
el bien y el mal. Algunas manifestaciones espirituales son satánicas, pero se aceptan como
venidas del Espíritu Santo. Por eso debemos someter a prueba la fuente de toda manifestación
espiritual (1 Jn. 4:1).
En Ezequiel 44:23, los ministros piadosos que diferenciaban entre lo limpio y lo inmundo, entre lo
santo y lo profano, fueron honrados por Dios (ref. Mt. 5:19). Éstos son los hombres y mujeres que
son bienvenidos al Lugar Santísimo para ministrarle al Señor y ver Su rostro (Ez. 44:15-16). Por
otro lado, los ministros que hicieron componendas con la verdad de Dios y guiaron a su generación
a la idolatría, manteniéndola en esclavitud espiritual, tuvieron un juicio terrible: no se les permite
acercarse a Dios ni ver ninguna de Sus cosas santas detrás del velo (Ez. 44:13).
4. Sobrado (una monstruosidad, un rasgo demasiado acentuado). Si un sacerdote del Antiguo
Testamento adolecía de alguna monstruosidad o de cualquier desproporción (extremidades largas,
orejas enormes, o una cabeza muy grande), no podía desempeñar sus obligaciones sacerdotales.
Estos excesos indican demasiada vehemencia y desequilibrio. Hoy existen en el Cuerpo de Cristo
muchas monstruosidades espirituales. Se hace demasiado hincapié sobre ciertas verdades, mientras
otras son excluidas totalmente. Algunos grupos se especializan en las cosas de poca importancia, y
minimizan las cosas que son importantes para Dios. No es nada raro que los creyentes se opongan
ferozmente a ciertos pecados, pero que a la vez excusen y respalden otras faltas. Jehú abiertamente
destruyó el culto a Baal en Israel, pero siguió adorando los dos becerros de oro y anduvo en sus
propios caminos. Ver 2 Reyes 10:29-31.
Dios ordena equilibrio. Las personas caen porque sólo se concentran en sus verdades favoritas,
descuidando lo demás. Nuestra seguridad está en predicar todo el consejo de Dios (Hch. 20:26-27).
La monstruosidad no puede acercarse tras el velo. Cristo no tomará una Esposa desproporcionada.
Él se casará solamente con quienes hayan sido moldeados a Su imagen. Debemos amar cada
porción de Su Palabra, no sólo pasajes seleccionados. Jesús mismo es la PALABRA. Él es la
113
VERDAD (Jn. 14:6). Si sólo amamos ciertas partes de la Palabra y rechazamos las demás, estamos
desechando parte de Él. El Lugar Santísimo es la herencia de quienes aman toda la verdad, todo el Cristo.
5. Quebrado del pie (persona de poco fiar). “Quebrado del pie” puede representar varias cosas.
Puede indicar que el individuo salta demasiado rápido a compromisos. Es peligroso tomar decisiones
impulsivamente cuando se trata de asuntos importantes. Estar quebrado del pie también denota no
ser una persona de fiar. “Como pie descoyuntado es la confianza en el prevaricador en tiempo de
angustia” (Pr. 25:19). Algunas personas tienen pies que se descoyuntan en los momentos más
inesperados y Dios asemeja esto al hombre que no merece confianza. Nosotros debemos tener
palabra. Si decimos “Estaré allí a las 8:00 a.m.”, allí debemos estar. Dios mismo pone Su Palabra
por encima de Su nombre (Sal. 138:2).
Es un defecto grave el que nos conozcan por ser personas de poco fiar. Nadie puede acercarse tras
el velo con un pie descoyuntado. Dios no elegirá una Esposa que no es de fiar, que no es digna de
confianza. Si no somos fieles a los hombres (en las cosas naturales de la vida), tampoco le seremos
fieles a Dios.
6. Quebrado de mano (no capta, no puede aferrarse a nada, no puede retener). Estar quebrado
de mano es tener una escasa retentiva. ¿Cuán bien capta usted las cosas espirituales? En Hebreos
2:1 se nos aconseja atender las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Muchos sermones
y exhortaciones inspiradas se olvidan pronto (He. 12:5). El impacto de un mensaje transformador
de vidas se desvanece rápido si no lo anotamos, lo revisamos, lo memorizamos y lo aprendemos
de memoria. Debemos subrayar los versículos que Dios aviva para nosotros, y meditar en ellos
con frecuencia. Así, la Palabra de Dios se grabará en nuestro ser (He. 8:10; Sal. 51:6; Stg. 1:21).
Cuando estemos en una atmósfera ungida, debemos permanecer en la presencia de Dios y reflexionar
sobre lo que Él nos ha dicho. Entonces Sus palabras quedarán selladas en nuestro corazón. Cristo
dijo: “Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras” (Lc. 9:44), sugiriendo que el tiempo
y la meditación son necesarios. El libro de Proverbios nos insta a “mantenernos” “recordando”
“reteniendo” “no olvidando” las leyes y preceptos de la vida. Un continuo ejercicio y repaso de las
exhortaciones de Dios, ayudará a fortalecer nuestra retentiva.
No pierda el poder e impacto de lo que Dios ya le ha hablado. Reténgalo y atesórelo con esmero.
Pedro perdió una palabra ungida cuando el Señor le dijo “ven” sobre el agua. Cuando vio el viento
y las olas embravecidas, comenzó a hundirse (Mt. 14:28-31). Las palabras ungidas se pueden
perder. Debemos echar mano de la vida eterna y de todas las otras promesas que Dios nos ha hecho,
porque de lo contrario las perderemos (1 Ti. 6:12). La quebradura de mano se debe vencer o seremos
sacerdotes defectuosos e ineficaces, no facultados para acercarnos tras el velo. Sobre todo,
aferrémonos al Señor nuestro Dios, pues Él es nuestra vida (Dt. 4:4; 30:20). ¿Cuán fuerte es la
retentiva suya?
7. Jorobado (incapaz de llevar cargas, tiene mentalidad de beneficencia, también carece de
rectitud moral). La espina dorsal indica rectitud moral. Cada vez que pensamos en ella, pensamos
en carácter, valor y dura labor. Los problemas de la columna vertebral siempre son serios.
Ser un jorobado espiritual significa que el individuo es incompetente (o no tiene la disposición)
para llevar una carga. Necesita que otros lo lleven y lo apoyen. El jorobado no puede aguantar
ninguna responsabilidad o presión. Con todo, Dios ha dicho: “Cada uno llevará su propia carga”
(Gá. 6:5). Esta mentalidad inútil no puede acercarse tras el velo. La pereza, la holgazanería y la falta
114
de propósito son incompatibles con la naturaleza de Cristo, por ser defectos. La Esposa de Cristo es
como la mujer virtuosa de Proverbios 31. ¡Ella tiene visión! Por lo tanto, está alerta y es activa,
industriosa, productiva y ordenada.
También la joroba es una falta de rectitud moral. La pureza moral es vital para entrar en la presencia
de Dios. Ninguna inmundicia puede acercarse tras el velo. La fornicación y otras formas de
inmoralidad no sólo impiden que un cristiano se acerque tras el velo, sino que también pueden
hacer que una persona pierda su alma si no se arrepiente (1 Co. 6:9-10; Ef. 5:3-6; 2 P. 2:20-22).
El entendimiento abandona al cristiano a causa de la impureza moral. La oscuridad espiritual toma
control cuando ha ocurrido un derrumbe moral en la vida del creyente, ya que éste se ha dejado
dominar por un espíritu malo y por el engaño (Pr. 7:13-27; Job 31:9-11). Entonces, comienza a
cuestionar y a redefinir las verdades fundamentales más básicas. No es sino hasta que está dispuesto
a dejar su iniquidad, que puede entender la verdad de nuevo (Dn. 9:13).
• El entendimiento es un asunto del corazón más que de la lógica.
• Un individuo puede tener facultades de razonamiento formidables, pero si Dios no lo alumbra,
no puede ver la verdad.
• Dios no derrama Su luz sobre aquellos que practican el pecado (Dt. 29:2-4; Is. 63:17; 66:3b-4).
• El entendimiento es el regalo de Dios para todos los que lo agradan.
• Sólo aquellos que están “dispuestos a hacer la voluntad de Dios” pueden entender (Jn. 7:17).
• Sólo los puros de corazón son capaces de ver a Dios (Mt. 5:8), y de ver como Dios ve.
• La impureza moral siempre produce un estupor mental.
• La inmoralidad conduce a una conciencia cauterizada (1 Ti. 4:2; Pr. 30:20);
la gente pierde toda sensibilidad al pecado.
• Hasta que no haya arrepentimiento y que Dios diga: “Sea la luz”, las tinieblas permanecerán.
“¡Cuán inconstante es tu corazón!” (Ez. 16:28-30). A veces, los inmorales dicen, ¡es que no
podemos contenernos! Pero debemos preguntarles, ¿están dispuestos a entregarle a Dios sus
emociones? (Pr. 23:26) ¿Están dispuestos a dejar que Él cambie sus afectos? Cristo, además de
pagar nuestra deuda, tomó precauciones para corregir una naturaleza descarriada y pecadora. Por
eso, debemos buscarle ardientemente para experimentar Romanos 6:6: la experiencia de estar muertos
al pecado.
Para permanecer libres de pecado, no debemos alimentar o ejercitar un mal hábito o estilo de
vida (Col. 3:5-6). Debemos mantenernos alejados de situaciones de vulnerabilidad, de malos
sitios, de malas personas, de literatura pornográfica y de iglesias con bajas normas morales.
¡Mantengámonos ungidos! Andemos en el Espíritu, y no satisfagamos los deseos de la carne
(Gá. 5:16). Y hagamos lo que hagamos, permanezcamos alejados de la pornografía del Internet
que provoca más adicción que la heroína. Si usted no la apaga, estará destruyendo su hogar, su
matrimonio, su ministerio y su alma.
8. Enano (alguien que nunca crece). En 1 Corintios 13:11, Pablo dice: “Cuando yo era niño, hablaba
como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de
niño”. Dios espera que crezcamos y que no seamos como niños fluctuantes que son “llevados por
doquiera de todo viento de doctrina” (Ef. 4:14). La Iglesia ha permanecido en un nivel infantil debido
a una escasa dieta espiritual. En vez de alimentarse con carne, todavía se alimenta de la leche de la
Palabra. Es un dolor para el corazón de Dios que Su pueblo se conforme sólo con lo básico (Pr.1:22;
115
1 Co. 3:1-3; He. 5:12-14). Los enanos espirituales no pueden acercarse tras el velo. Sólo quienes han
alcanzado la “estatura plena” participarán en la fiesta de bodas (Ef. 4:13; Ap. 19:7-8).
Pablo ordena: “Huye también de las pasiones juveniles” (2 Ti. 2:22). Esta exhortación estaba destinada
a un pastor de treinta y cinco años llamado Timoteo. Las pasiones juveniles pueden ser: carros,
deportes, pasatiempos, programas de físico-culturismo, la necesidad de ser el centro de atención, y
otras vanidades que todavía no hemos dejado. Ciertas personas no crecen jamás. Todavía compiten,
hacen pucheros y estallan en rabietas cuando no pueden tener lo que quieren. Lo vemos todo el
tiempo, aun en el ministerio. A veces los ministros que no son invitados a predicar en una convención
o a sentarse en la plataforma, se ofenden y se retiran de mal humor. Si no son el centro de atención,
se sienten desairados.
Cuando le quitamos a un niño sus juguetes, él hace pucheros y genera un berrinche. ¿Qué
pasaría si Dios nos quitara algunos de nuestros “juguetes” y nos pidiera sentarnos por un rato?
¿Qué pasaría si nos pidiera hacer a un lado nuestro ministerio por una temporada para realizar
en nuestro corazón una intensa labor de gracia? ¿Perderíamos la victoria o nos enojaríamos
con Dios? Un creyente aniñado tiene siempre que estar haciendo algo porque de lo contrario
es infeliz. Sin embargo, un santo maduro puede simplemente sentarse a esperar el siguiente
mover de Dios en su vida. No seamos enanos espirituales, sino verdaderos hombres y mujeres
de Dios (1 Co. 16:13).
9. Nube en el ojo (puntos ciegos, distorsión, hipocresía). “No juzguéis, para que no seáis juzgados.
Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está
en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en
el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la
paja del ojo de tu hermano” (Mt. 7:1-5; Ro. 2:1).
Jesús siempre predicó acerca de las necesidades más importantes del corazón del hombre, y una de
ellas es el problema de la hipocresía o autoceguera. Podemos ser sumamente ásperos con los demás,
sin darnos cuenta de que el mismo problema (a menudo con otro aspecto) también está presente en
nuestra vida e incluso más acentuado. Cristo advierte que al juzgar a otros, seremos juzgados con
nuestra propia caña de medir. Es mejor tratar misericordiosamente a los demás (aun con el
pensamiento), porque Dios nos juzgará por la misma norma que nosotros apliquemos a otros. No se
ofrezca usted mismo para un juicio innecesario. Si usted es severo con alguien, ¡le vendrá una
prueba en el futuro para ver si se encuentra a la altura de lo que exige! La hipocresía, la ceguera, la
tosquedad y la crítica de otros nos mantendrán fuera del Lugar Santísimo. Nunca condenemos,
critiquemos ni juzguemos a nadie. Nuestro problema es este: No vemos las fuerzas invisibles que
están formadas en orden de batalla contra los demás, y no sentimos sus tormentos.
LA LEY DEL REINO
Toda persona deberá comparecer ante el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10). El Padre ha designado a
Cristo como Juez Supremo (Jn. 5:22). Mateo 7:22-23 es un vislumbre del día del juicio. Para algunos,
será terrible; para otros, será maravilloso (Lc. 14:14). Cada cual recibirá una recompensa de acuerdo
con sus hechos (Ap. 22:12), pero hay una norma específica por la cual seremos juzgados todos. En
cada caso, seremos examinados por la Ley del Reino que aparece en Santiago 2:8; Mateo 5:7; 7:12
y 25:40. Como hemos tratado a los demás, y como hemos tratado a Dios, así Él nos tratará.
116
La Ley del Reino
• Mateo 7:1-5: la misma caña de medir que hemos usado en los demás, será la que Dios use
en nosotros.
• Santiago 2:13: quien no haya mostrado misericordia no recibirá misericordia (ver Mt. 5:7;
Jue. 1:6-7).
Dios nos tratará de la misma manera que lo hayamos tratado a Él.
• 1 Samuel 2:30: Dios honrará a quienes lo honren a Él.Él se deleita en aquéllos que se
deleitan en Él.
• Santiago 4:8: cuando nos acercamos a Dios, Él se acerca a nosotros.
• Salmo 18:25-26a: si somos rectos con Dios, Él lo será con nosotros.
• Salmo 18:26b: pero aquéllos que son mentirosos con Dios, a ésos Dios engañará.
• Romanos 1:18-32: cuando el hombre disminuye a Dios, Dios disminuye al hombre.
• Proverbios 1:20-33: los que ignoran a Dios y lo ridiculizan, serán ignorados y ridiculizados
por Dios.
• Números 14:3, compare 14:28-29: cuando Israel acusó a Dios de tener malas intenciones
para con el pueblo, Dios dijo: “Esta bien, haré exactamente lo que ustedes han dicho de Mí”.
Dios juzgará a los hombres por la misma norma que ellos lo juzgan. Lucas 19:20-22 es un perfecto
ejemplo de ello. Un improductivo sirviente con las manos vacías, acusa a Dios de ser “un hombre
severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste”. Mas Dios responde: “Por tu
propia boca te juzgo”. Te juzgaré por la misma norma que has usado conmigo. “Es al revés”, dice
Dios, “tú eres el áspero y corrosivo; tú eres el que se aferra a todos los beneficios sin suministrar nada
a cambio”. La hipocresía del hombre es grande, porque le imputa a Dios culpas que son meramente
suyas. El hombre es un hipócrita y se apresura a encontrar falta en Dios (Is. 32:6). A menudo el
hombre acusa a Dios de no sentir amor, cuando él mismo es quien no demuestra amor.
Seremos juzgados por la Ley del Reino (la Regla de Oro):
•
•
Con la misma caña de medir que hemos usado para otros.
Con la misma caña de medir que hemos usado para Dios.
Un día un maestro de escuela dominical le pidió a sus alumnos enumerar las cinco cosas que
más valoraban en su cónyuge (o en su futura pareja). Después de darles algún tiempo para
pensar, el maestro dijo: “Ahora, hagan ustedes esas mismas cosas”. ¿Quieren delicadeza?
Entonces, muestren delicadeza. ¿Quieren alguien que les preste atención detenidamente?
Entonces, escuchen con esmero. Si desean respeto, entonces, respeten a sus cónyuges. Si
practicásemos la regla de oro, la Ley del Reino, todos tendríamos menos problemas. La
hipocresía, la ceguera y la distorsión son defectos.
10. Sarnoso (con una escasa dieta espiritual). Un cristiano puede tener un apetito voraz por el
alimento espiritual. Sin embargo, puede estar sufriendo de desnutrición espiritual si su “régimen
alimenticio” contiene poca sustancia. Lo que comemos es importante. Cuando un creyente no tiene
hambre de lo espiritual o del compañerismo cristiano, esto indica que su apetito ha sido dañado por
las cosas del mundo, la lujuria, las amistades equivocadas y otros deseos carnales. Un ayuno de
estas cosas agudizará nuestro apetito espiritual por las cosas de Dios. De hecho, la santidad depende
de lo que digiramos. Cristo no nos elegirá como Esposa si tenemos el defecto de la sarna.
117
11. Con empeine (demasiado susceptible, doliente, se ofende con facilidad). Las pústulas son
heridas que no han sanado. Jesús preguntó: “¿Quieres ser sano?” (Jn. 5:6). A veces la gente atesora
una herida y no quiere soltarla. En otras ocasiones, la gente no tiene la capacidad de dejar ir un
agravio. Estos puntos de dolor deben vencerse porque son defectos que impiden que nos acerquemos
tras el velo. Una herida sin curación suscita reacciones impías cuando alguien la roza. Una vieja
herida quizás necesite ser reabierta antes de ser curada. Cristo no tomará por Esposa a alguien que
guarda rencores contra Él o que es tan susceptible que rehuye la sanidad. Permitámosle a Dios
curarnos (Jer. 30:17; 33:6). Con frecuencia herimos a otros con nuestros estados de ánimo. Estos
estados de ánimo también “apagan el Espíritu”.
12. Con testículo magullado (incapacidad reproductora, improductivo). Dios pide fruto. Las ramas
que no producen fruto son cortadas y arrojadas al fuego (Jn. 15:1-8). Con el fin de producir fruto
debemos permanecer en la Vid y sustraer nuestra vida de Cristo. El hacer la voluntad de Dios (y no la
nuestra) garantiza nuestra producción de fruto perdurable. El pueblo de Israel tenía que presentarse
delante de Jehová tres veces al año y no debía aparecer con las manos vacías (Dt. 16:16). En las fiestas
de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, la gente debía llevar en sus manos el fruto de su trabajo y
ofrendárselo a Dios.
•
Pascua (panes sin levadura): representa la salvación
y a quienes nosotros hemos conducido a la salvación.
•
Pentecostés (fiesta de las semanas): representa al Espíritu Santo
y a quienes nosotros hemos conducido a una vida llena del Espíritu.
•
Tabernáculos (fiesta de gloria): representa a quienes hemos conducido
a la madurez y gloria.
Dios desea que le ofrendemos las personas que hemos encaminado a la salvación, aquéllas que
hemos llevado a una vida plena del Espíritu y a la madurez y gloria. No podemos ser espectadores
sino participantes activos de lo que Dios está realizando el día de hoy. No podemos sentarnos a
observar desde los lados. Comprometámonos de lleno con la agenda de Dios, de lo contrario no
tendremos ningún fruto que presentarle al Rey.
DEFECTOS DE NACIMIENTO
Los defectos de nacimiento. De estos doce defectos, muchos son “congénitos”.
Las personas que nos dieron a luz nos pueden deformar espiritualmente. Tienen
mucha trascendencia los padres espirituales que nos criaron e influyeron en nuestro
ser desde los primeros meses y años de vida en Cristo. Nuestra madre (la iglesia
que nos alumbró) es muy importante. Nuestro padre espiritual es el pastor.
Heredamos los puntos buenos y malos de estos padres espirituales. Tal vez
necesitemos desarrollarnos y ser liberados de algunas de las enfermedades y
conceptos que nuestros primeros padres espirituales nos transmitieron al nacer.
118
ACERCA DE LA UNIDAD
Consideremos por un momento el poder de la unidad: “Uno perseguirá a mil, y dos harán huir a
diez mil” (Dt. 32:30). Hay un enorme poder cuando dos personas trabajan juntas en armonía, en
lugar de contradecirse. “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo…les será hecho por mi Padre
que está en los cielos” (Mt. 18:19). En Génesis 11:6, el pueblo hablaba un solo idioma y tenía un
solo propósito. Por eso el Señor declaró: “Nada les hará desistir ahora de lo que han pensado
hacer”. Dios comprende perfectamente el poder de la unidad, y asimismo Satanás. La intención
del adversario es dividir y conquistar. Por consiguiente, su blanco central de ataque es el hogar y
el matrimonio.
En la Iglesia, la unidad comienza por la unidad en el hogar. La Iglesia es solamente un conjunto de
hogares. El mensaje de la unidad está cerca del corazón de Dios (Mal. 4:5-6). Cristo dijo: “Toda
casa dividida contra sí misma, no permanecerá” (Mt. 12:25). Todos los problemas actuales tienen
sus orígenes en el hogar. Dios desea visitar nuestros hogares. El obrar del Espíritu Santo en la
Iglesia es limitado, debido a la condición que impera en las familias. Los rencores y problemas
personales obstruyen nuestras fuentes y la fe no fluye por esa razón. ¿Cómo van las cosas en casa?
Si no estamos creciendo espiritualmente, tampoco creceremos en el matrimonio. Crecer
espiritualmente significa que estamos volviéndonos más y más como el Creador del matrimonio.
También significa que estamos desarrollándonos en gracia, paz, amor, gozo, sabiduría, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza y todos los demás atributos de Dios. A medida
que estas virtudes se producen y florecen en nuestra vida, nos convertimos en cónyuges más deseables
y nos es más fácil llevarnos bien con los demás. Por lo tanto, me atrevo a decir que la unidad dentro
de la Iglesia no sólo empieza por el hogar o por una relación de pareja. La unidad empieza en MÍ.
Cristo oraba por la unidad entre los hermanos (Jn. 17:21-23). En el versículo 23, oró así: “Para que
sean perfectos en unidad”, dando a entender que la perfección es sólo posible si alcanzamos la
unidad. La perfección cristiana no es posible de otro modo. La desunión revela los problemas que
no han sido resueltos en nuestra vida y éstos son los asuntos que Dios quiere tratar. Recordemos que
el Cristianismo gira alrededor de dos conceptos básicos: cómo tratamos a la gente y cómo tratamos
a Dios. Por eso, el Cristianismo es relaciones.
Cuatro niveles de unidad:
1. La unidad en nuestro propio interior (Sal. 86:11).
2. La unidad del Espíritu (Ef. 4:1-3).
3. La unidad de la fe (Ef. 4:11-13).
4. La unidad de los hermanos (Sal.133:1-3).
CUATRO NIVELES DE UNIDAD
1. La unidad en nuestro propio interior (Sal. 86:11). El rey David oraba de esta manera: “afirma
mi corazón para que tema [reverencie] tu nombre”. David oraba por un corazón consolidado porque
los afectos de su corazón estaban repartidos. En su corazón tenía lugar una controversia. La unidad
no comienza por un grupo de personas. Ni siquiera comienza por una pareja. La unidad comienza
119
por cada corazón individual. ¿Cómo esperar llevarnos bien con los demás si ni siquiera nos llevamos
bien con nosotros mismos, careciendo de unidad en nuestros propios corazones? Todo conflicto
debe cesar en nuestro fuero interno; debemos estar en paz con nosotros mismos antes de poder
amar adecuadamente y llevarnos bien con el prójimo. Por eso, nuestra oración debe ser ésta: “Afirma
mi corazón, Señor”.
“¿De dónde vienen las guerras y pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales
combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4:1). Las guerras, las discusiones y las pugnas entre
nosotros, ¿de dónde vienen? Vienen de las luchas que existen en la carne, en el corazón. Surge
entonces la pregunta: “¿Cómo sobreponerse a estas batallas y alcanzar el amor fraternal no
fingido?” 1 Pedro 1:22 da la respuesta. Cada vez que “obedecemos a la verdad” se genera una
transformación paulatina a nuestra vida. No puede haber ni unidad ni amor genuino hasta que haya
tenido lugar una reacción a la luz. Por eso creo que la Iglesia en general no alcanzará la unidad,
solamente la alcanzará la Esposa dentro de la Iglesia.
2. La unidad del Espíritu (Ef. 4:1-3). Después de obtener una medida de victoria en nuestra
vida personales, llegamos a un segundo nivel de unidad: la unidad del Espíritu. Para fluir junto a
un cuerpo de creyentes es indispensable tener: humildad, mansedumbre, paciencia y benignidad
(Ef. 4:2-3), lo cual requiere esfuerzo. El individuo humilde honra a los demás, anteponiéndolos a sí
mismo (Ro. 12:10). La mansedumbre no demuestra ira y acepta las dificultades con una buena
actitud. Paciencia es perseverar, y benignidad es tolerar los defectos molestos que por un largo
tiempo permanecen en el prójimo. La benignidad mantiene unidos a los matrimonios.
En el movimiento carismático de décadas anteriores, muchas denominaciones se juntaron para
recibir el bautismo del Espíritu Santo, adoraron al Señor juntas y demostraron los dones del Espíritu.
La gente de toda denominación se unió para agradecer a Dios Su nueva visitación en el Espíritu.
Esto era progreso. ¡Muchos pensaron que una cosa así nunca sucedería! Mas es un ejemplo de “la
unidad del Espíritu”. Pero, aun a este nivel de unidad, hubo (y hay) algo vital que falta. Aunque sus
corazones se unieron en uno y todos pudieron adorar al unísono, sus mentes distaban mucho de
estar unánimes. Había poca armonía cuando se les mencionaba la doctrina o el credo. Por eso
debemos alcanzar la tercera unidad: la unidad de la fe (Ef. 4:11-13).
3. La unidad de la fe (Ef. 4:11-13). La unidad de la fe común requiere un grado más alto de
madurez que la unidad del Espíritu. Una cosa es que todas las denominaciones puedan rendir culto
a Dios en forma conjunta, y otra es que coincidan en sus creencias (1 Co. 1:10). La unidad de la fe
es la capacidad de tener las mismas opiniones acerca de todas las verdades principales del
Cristianismo. Esto exige renunciar a nuestros propios puntos de vista. El mayor enemigo de la
unidad es la mente natural. En la mente y en el corazón se encuentran murallas divisorias que
separan a las personas.
Cuando se trata de temas de actualidad, el Espíritu Santo no tiene una gama de opiniones como nosotros.
Él sólo dice una cosa. Por eso podemos ver que nuestra mente se interpone. ¿Estamos dispuestos a que
Dios nos cambie el entendimiento aun cuando ello combata nuestras tradiciones o la forma en que
fuimos instruidos? A veces, hombres y mujeres están dispuestos a “morir” por sus creencias, mas deben
tener la certeza de estar sufriendo y muriendo por la causa de Dios, no por la propia.
Para que la Iglesia alcance la unidad se requiere el ministerio quíntuple. Dios está restableciendo estos
cinco ministerios, entregándoselos nuevamente a la Iglesia “…para el perfeccionamiento de los santos
… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
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perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:12-13). En particular, el ministerio
del maestro será el instrumento que traiga unidad de mente a la Iglesia de los postreros días. Si nosotros
tratamos de hacer prevalecer nuestras propias ideas y opiniones, Dios no nos usará en esta última
hora. Él sólo respaldará y confirmará Su propio mensaje.
La verdad trae división. ¡Se supone que así sea! Ella separa las ovejas de las cabras, lo santo de lo
profano y parte el alma y el espíritu. Hay quienes no desean ser santos. Por eso no todos los cristianos
alcanzarán la unidad. La unidad y la mente perceptiva le pertenecen exclusivamente a los santos
(Mt. 5:8). Sólo los que estén entregados a cumplir toda la voluntad de Dios poseerán entendimiento
(Jn. 7:17).
4. La unidad de los hermanos (Sal. 133:1-3). “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los
hermanos juntos en armonía”. Esta maravillosa unidad se asemeja al precioso ungüento de la unción
que corría por la cabeza de Aarón y por sus vestiduras. Para apreciar el significado de este especial
óleo de la unción, es necesario estudiar los ingredientes que lo componían y sus significados
espirituales. El pasaje se encuentra en Éxodo 30:22-25.
En el Cantar de los Cantares de Salomón 4:13-14,
hay nueve plantas que corresponden a los nueve frutos del Espíritu
mencionados en Gálatas 5:22-23:
1. Amor. . . . . . . . .granados.
2. Gozo. . . . . . . . .flores de alheña.
3. Paz. . . . . . . . . .nardo.
4. Paciencia. . . . . azafrán.
5. Benignidad. . . .caña aromática.
6. Bondad. . . . . . .canela.
7. Fe. . . . . . . . . . .incienso.
8. Mansedumbre. .mirra.
9. Templanza. . . . áloes.
Con esto en mente, podemos ahora encontrar la interpretación de varios ingredientes clave que
componen este especial ungüento de la unción de Éxodo 30:22-25. La mirra indica mansedumbre;
la canela representa la bondad y la caña aromática es la benignidad. La casia representa lágrimas
y el aceite de oliva denota paz. Estos son los ingredientes de ese valioso aceite de la unción que
produce unidad: mansedumbre, bondad, benignidad, lágrimas y paz.
El quebrantamiento, la afabilidad, la piedad, el entendimiento y la paz, todos contribuyen a alcanzar
la unidad. Este es Cristianismo verdadero y madurez, cuando los hermanos en el Señor pueden
fluir unidos a este nivel de armonía y compasión correspondidas. Aquí es donde el Señor ordena
bendición y vida eterna. Esto es Cristianismo en su máxima expresión. El amor es el vínculo
perfecto (Col. 3:14).
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CUATRO MANERAS DE PROBAR NUESTRO AMOR POR DIOS
1. Esperando en Él. Isaías nos dice que Dios ha preparado cosas
maravillosas para todos los que esperan en Él (Is. 64:4). Pablo habla
de “las maravillas que Dios ha preparado para los que le aman” (ver 1
Co. 2:9). ¿Qué diferencia hay entre amar a Dios y esperar en Él?
¡Ninguna! Nosotros probamos nuestro amor por Dios al esperar por
Su tiempo y Su agenda para nuestra vida. El tiempo es la verdadera
prueba de nuestra entrega a Él.
2. Apacentando Sus ovejas. “Pedro, si me amas, apacienta mis ovejas”
(Jn. 21:15-17). Para tener alimento que dar al pueblo de Dios, debemos
estar dispuestos a pasar por los procesos necesarios. “Pedro, tú puedes
probar que me amas permaneciendo en las circunstancias en que te he
puesto, de modo que obtengas un mensaje vital para mi pueblo”.
3. Guardando sus mandamientos. “Si me amáis, guardad mis
mandamientos (Jn. 14:15,21; 15:14). Podemos decir que amamos a
Dios, y aun que pasamos horas rindiéndole adoración. Pero si no
hacemos lo que Él indica, estamos demostrando que no lo amamos.
Los hechos, y no las palabras, son los que impresionan al Señor
(Lc. 6:46; Mt. 21:28-31).
4. Amando a nuestros hermanos. La mayor parte de los mandamientos
contenidos en la Palabra de Dios están relacionados con nuestro trato
hacia los demás. La forma en que tratamos a la gente es la forma en
que tratamos a Dios (Mt. 7:13; 25:34-45). De ninguna manera
podemos amar a Dios, a quien no hemos visto, si no amamos a
nuestros hermanos a quienes hemos visto (1 Jn. 4:20-21; Stg. 1:27).
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CONCLUSIÓN
El Cristianismo verdadero implica:
• Obediencia. La obediencia ha sido el tema predominante del universo desde el principio de
los tiempos. Mucho antes de que el mundo fuese, Lucifer y los habitantes del cielo se enfrentaron
a esta pregunta crucial: “¿Haré la voluntad de Dios o la mía propia?” ¿Qué pensaríamos de un
hombre que fuese capaz de predecir quién será nuestro próximo presidente, o que nos diga el
día específico en que el juicio final se hará patente? Hay individuos que pueden hacer esto
pero que a la vez no escuchan lo que Dios les dice sobre las irregularidades de su vida personal.
Este problema lo tuvo Jonás. Los extraordinarios dones del Espíritu no pueden jamás reemplazar
a la obediencia de alguien a la voluntad de Dios. Grandes hombres y mujeres de Dios han caído
por apoyarse en su ministerio para ser salvos, y no en una obediencia continua a la cruz.
Muchas personas ven el Cristianismo sólo como una conveniencia. “¿Qué puedo conseguir yo
aquí con esto?” Muchos que han nacido de nuevo no han coronado a Jesús como Señor de su vida
ni le han demostrado ser Sus verdaderos discípulos (Jn. 6:60-61,66; 8:31-32). A menudo, hay
dentro de la Iglesia un bajo nivel de entrega, y un espíritu de independencia que refleja esta
actitud: “¡Serviré al Señor mientras Él no altere mis planes ni me incomode en absoluto!” En
cuanto a la elección de cónyuge, vocación o domicilio, ¿cuántos son los santos que buscan
diligentemente la voluntad de Dios? Cuando nos encontremos delante de Dios rindiendo cuenta
de nuestra vida, ¿seremos capaces de decirle: “obré conforme a tu voluntad?” o le tendremos
que decir: “obré a mi manera”.
En la vida cristiana no hay manera de fingir o de “arreglárselas para salir adelante”. Estamos tratando
con Alguien que es más real que la vida misma. Estamos tratando con el Dios de Luz, el cual
conoce si somos auténticos o si estamos evadiendo los problemas. Sólo tenemos una forma de
triunfar en la vida. Sólo hay un camino para posesionarnos de la herencia que Dios nos ha prometido,
y es permanecer en la senda que Él nos ha señalado, a través de la obediencia.
Todos sabemos qué cosa es la correcta, más de lo que quisiéramos admitir. Podemos tratar de
desviarnos de lo correcto por medio de racionalizaciones justificadoras, y hasta encontraremos
amigos que coincidan con nuestro parecer y nos respalden. Incluso podemos acudir a ministros
que sabemos que nos profetizarán lo que anhelamos oír. (Acab tenía 400 hombres que le
confirmaban en profecía el rumbo que tomaba, pero todos estaban equivocados y él lo sabía en
su interior). Aunque al principio la prosperidad sea aparente, nos estaremos desviando de la
senda de Dios y acabaremos en la oscuridad. Seamos honestos y hagamos las cosas a la manera
de Dios en cada vuelta de la vida.
• Las relaciones correctas. Toda la Biblia se centra en nuestras relaciones con los demás y con
Dios. Un corazón endurecido es lo que destruye las relaciones. Al endurecer el corazón, dejamos a
la gente fuera de nuestra vida, y también a Dios. Lo que más necesitamos es un corazón nuevo y
dócil. En Su Nuevo Pacto, Dios tomó precauciones para satisfacer esta necesidad (Jer. 31:31-34;
Ez. 36:25-27). Si fallamos en nuestra relación con los demás (especialmente en casa), no hemos
entendido lo que es el Cristianismo.
• Concentrarnos en lo que podemos llevar a la eternidad. ¡Seamos economistas sabios!
Invirtamos tiempo, talento y capital en aquello que perdura. Lo que depositemos en nuestra vida
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mientras esperamos en Dios y le obedecemos, durará por la eternidad (Lc. 10:39-41). Asimismo,
todo lo bueno que sembremos en otras personas durará por la eternidad. Es por eso que debemos
invertir en la gente, sobre todo en nuestra propia familia. La gente es eterna, las cosas materiales no.
• Conocer a Dios. Dios quiere que lo conozcamos y entendamos (Jer. 9:24). Con ese propósito es
que fuimos creados. Hay diferentes grados en el conocimiento de Dios. Procuremos conocerle
íntimamente. Una de las razones por las cuales no somos como Él es porque no lo vemos como
realmente es (1 Jn. 3:2). Necesitamos una revelación aun mayor de quién es Él.
• Tener carácter. El carácter es lo más importante en la vida. Es lo que llevamos a la eternidad.
Nuestro carácter (quiénes somos) es la suma total de todas las alternativas y decisiones que tomamos
en la vida. Desarrollamos un carácter piadoso cuando elegimos hacer lo correcto en medio del dolor
o de la presión. Cuando estamos dispuestos a recibirla, Dios nos da gracia (capacitación divina)
para el oportuno socorro. A pesar de todos los problemas personales que tenían los jóvenes creyentes
de Corinto, Pablo sabía que si seguían sumisos al Señor, podrían llegar a ser personas sin mancha e
irreprensibles (1 Co. 1:8; Jud.1:24; Col. 1:22-23).
• Llegar a ser la Esposa de Cristo (ser hechos conformes a la imagen del Hijo: Romanos 8:29).
Nuestra meta es llegar a ser como Cristo, ser compatibles con Él, ser Sus amigos y Sus amados,
y ser personas a quienes Él les descubre Su sentir. Nuestra meta es también alcanzar el amor
genuino, no fingido (1 P. 1:22; Col. 3:14; Ro.13:8-10). Nuestro Señor anhela recibir una
adoración pura, en la que cada parte de nuestro ser ame cada parte de Él (Jn. 4:23). También
estamos llamados a compartir Su gloria.
• Convertirnos en libertadores. Hay muchos predicadores pero pocos libertadores. No tenemos
que pararnos detrás de un púlpito para ser libertadores. Un libertador es aquel que conoce a Dios
personalmente y no vive de la experiencia de otro. Él está arraigado, afirmado y establecido. Hasta
cierto punto ha experimentado todo lo anterior, ha experimentado el CRISTIANISMO
VERDADERO. Este es el hombre cuyas palabras y oraciones son portadoras de autoridad delante
del trono y que liberta a quienes ministra.
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