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Otro día más.
Me levanté. Preparé el desayuno lo más rápido que pude. No quería llegar tarde. El proyecto iba más atrasado de
lo que podía llegar a imaginar en un principio y ya llevábamos un año trabajando en él. Para colmo, en la última
partida de presupuesto nos habían quitado casi un 30 % , así que ya no teníamos para ahorrar lo suficiente y que
la dirección nos comprara ese M.E.B que tanta falta nos hacía, por lo que nuestro trabajo se hacía de lo más
arcaico. Como añadido, nuestro compañero con más experiencia, todo un investigador senior, se había ido a una
farmacéutica ─privada, por supuesto─ a diseñar ibuprofenos genéricos. Una ‘posibilidad enriquecedora’, lo
denominaba él. ¡Maldito mercenario…!
Bueno, el caso es que parecía otro día normal, es decir, malo como siempre. Ni yo ni ninguno de mis compañeros
conseguiríamos inutilizar ese maldito virus, o por lo menos descifrar parte de su genoma. Todo lo que habíamos
conseguido en las últimas semanas se había echado a perder por un error en el tratamiento. ¿A quién se le ocurre
tratar algo tan importante con ácido acetilsalicílico? Reconozco que cuando yo pasé por la fase de ese chico, un
becario que podríamos decir, también cometía errores, pero eso... En fin, que lo único que hacíamos
últimamente era dar palos de ciego. Pero no, estaba totalmente equivocado, y el director de la investigación,
todo un catedrático de inmunología humana, reconocido y con un prestigio internacional bastante considerable,
nos dio una buena noticia. A pesar de los recortes, y de los chascos que nos llevábamos últimamente, esto, al
menos momentáneamente, nos daba ánimos para seguir adelante. Teníamos un nuevo mecenas, un hombre que
había hecho fortuna con su empresa de medicamentos, ni siquiera era científico, heredó la empresa o algo así creí
entender, estaba tan entusiasmado con la noticia que ese dato me pareció bastante insignificante. El caso es que
este hombre quería hacer una pequeña aportación a la ciencia, a mí personalmente me parecía que es como si le
debiese un favor. En cualquier caso, esto nos iba a ayudar a mejorar nuestras condiciones para la investigación;
podríamos obtener, aparte del microscopio nuevo, material más moderno, y podríamos ampliar nuestras líneas
de investigación a nuevos centros, quién sabe, incluso podríamos movernos al extranjero, a los laboratorios de las
mejores universidades. No. No quería emocionarme más de la cuenta, seguir con lo nuestro era lo prioritario, y lo
demás ya se vería.
Fue como un soplo de aire despertándote en la montaña, casi mágico, aunque nosotros los científicos, no
creemos en esas cosas. Las líneas de investigación se ampliaron, en concreto de una a tres, pasamos de ser un
equipo de cinco personas hasta llegar a veinte. Las semanas siguientes fueron increíbles, avanzamos una
barbaridad, completamos el genoma del virus, y conseguimos inutilizarlo. Nuestro trabajo estaba hecho y yo, por
supuesto, mucho más que satisfecho, era mi primer descubrimiento importante, y quizás una gran oportunidad
de seguir haciendo cosas grandes y de poder seguir salvando vidas.
A la semana me llego a casa una primera muestra de la vacuna, un potente inhibidor del virus y los males que
causaba concentrado en un frasquito muy pequeño, a penas unos 35 mL, pero que valía para tres dosis.
Ahora sí, mi trabajo estaba hecho, quizás no haya nada más gratificante para mí que eso en esta vida.
Esta es la historia de un sueño, un sueño que tuve una noche y que espero que algún día llegue a cumplirse, pues
creo que no hay nada comparado con salvar millones de vidas desde el anonimato, y aunque nadie te pida
autógrafos por la calle, los investigadores, y lo dice una persona que desea llegar a serlo, también son héroes, y la
ciencia es la vía que lo hace posible. Quizás sólo por eso merece la pena que hagamos un esfuerzo por mantenerla
entre todos.