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El teatro que sale de la sala a la calle lo hace por necesidad, lo hace porque
los márgenes del edificio ya no lo contienen. El teatro que se produce para la
calle está buscando una experiencia totalmente diferente de comunicación
que el teatro de sala. La calle es ruidosa, la calle es sucia, la calle es
profundamente democrática. Allí es el propio teatro el que va en busca del
espectador, porque la calle está llena de ese potencial, es la posibilidad del
encuentro sin intermediarios lo que moviliza al teatro callejero.
El teatro encuentra en una esquina cualquiera en medio de la ciudad, en una
calle, en un parque, un tablado o en una explanada, a sus espectadores. Allí,
en medio del espacio público es que el teatro reúne a su público y se hace
verdaderamente público.
Cualquier paseante puede convertirse en espectador, produciéndose una
complicidad nacida del azar. Un voyerista, que se detiene y decide quedarse a
observar el acontecimiento, es quien atestiguará la ocurrencia del fenómeno.
El teatro callejero goza de una libertad maravillosa. Ahí no existen las
puertas, no existen las paredes, las butacas, ni los acomodadores. No hay
que quedarse obligado, no hay que portarse bien, ni siquiera tiene que haber
silencio, nada está determinado por normas previamente establecidas o por
un código de conducta apropiado. El comportamiento del espectador de calle
simplemente no está regulado. Es la propia comunidad quien improvisa las
reglas y las re inventa en cada nueva presentación.
Lo que sí hay es vida, color, ruido, movimiento, risas, alegría, lo que hay es pura
facilidad, flexibilidad y felicidad. Hacer teatro callejero es una manera de resistir
a la arbitrariedad que significa ponerle precio a las cosas. Es una manera de
hacer que la diversidad conviva sin prejuicios, es una manera de combatir la
intolerancia, la segmentación social y el comportamiento encasillado.
Es el sombrero el que recibe las monedas y a veces los billetes, que el público
voluntariamente entrega al final de cada función. Pasar el sombrero es una
acción repetida aquí y allí, y tal vez sea la única verdadera institución del
teatro callejero, una tradición que no conoce ni de fronteras, ni de épocas.
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TEATRO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
¿Cuáles son los componentes del teatro callejero? En base a la
experiencia vivida por El joven Burlador en su gira a España, Claudia
Echenique, docente de la Escuela de Teatro UC con vasta experiencia en
el teatro de calle, expone reflexiones sobre las condiciones, libertades y
dificultades que ofrece este estilo teatral.
EL JOVEN BURLADOR
TEATRO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
EL JOVEN BURLADOR
POR CLAUDIA ECHENIQUE
Para hacer teatro callejero se necesita una cuota de coraje importante, un poco
mayor que la requerida para el teatro de sala. No en el sentido de valentía, pero sí
en el sentido de exposición y de apertura. Que no existan restricciones posibilita la
inclusión de los no deseados, los pobres, los borrachos y los perros, los excluidos
del sistema, los marginales de la sociedad. Todos son bienvenidos por igual, niños,
adultos y viejos. Todos están invitados a la fiesta. Esto es lo que hace sumamente
interesantelaexperiencia,elcontactoconlavidareal.Sólolacalidaddelespectáculo
permite mantener la atención del espectador. Sólo la capacidad de convocar de
la obra, mantendrá la atención de los espectadores y al público en silencio.
En la calle han trabajado haciendo teatro tanto los grandes como los
pequeños, los conocidos y los anónimos. Encontramos ejemplos que van
desde los saltimbanquis, pasando por los juglares medievales, a los carros
y tablados utilizados por la Comedia del Arte italiana, los títeres franceses
“Punch y Judy” y muchas otras manifestaciones expresivas que se han ido
nutriendo unas de otras, perfeccionándose a lo largo de los años hasta
llegar a los muñecos y animales gigantes creados por el Royal de Luxe. En
la calle han trabajado Andrés Pérez, Ariane Mnouchkine, Peter Brook, Peter
Shumann, Eugenio Barba, Julian Beck, Judith Malina y muchos otros; se han
utilizado máscaras, zancos, carros, lanza aguas, lanza llamas, artefactos
electrónicos, mecánicos y digitales por que la calle lo soporta todo, incluye
todo el espectro creativo. En nuestras calles santiaguinas se han presentado
infinitud de grupos nacionales como el Teatro Provisorio, Equilibrio Precario,
La Gran Reineta, La Patriótico Interesante y tantos otros que han sentido el
llamado de la calle.
El teatro callejero tiene una actitud combativa, tiene algo importante que
decir, y no puede esperar. Quiere detener una guerra, quiere convocar adeptos
a su causa, quiere señalar a los culpables. Basta ver las manifestaciones
estudiantiles llenas de propuestas creativas y carnavalescas que
han convertido la calle en una fiesta, a pesar de que la situación de la
educación, es verdaderamente una tragedia. El teatro callejero invierte el
orden establecido, es por esencia contestatario y rebelde.
El teatro callejero está acompañado por la música, el uso del cuerpo, la
utilización del gesto social, del famoso “gestus” identificado por el gran
genio de Bertolt Brecht y la alegría del clown, prestado del circo. Es un teatro
rápido, inmediato, contingente, impúdico, que moviliza energías reuniendo
y convocando, apelando al sentido del humor, dándole espacio también a la
vulgaridad, a nuestro lado picaresco: es un teatro sinvergüenza anárquico
y libertario.
Continúa la tradición de la comedia del arte, de las moralidades, del teatro
isabelino shakesperiano, del teatro festivo de Dionisios y del carro de Tespis,
es itinerante por que viaja, de un lugar a otro, es aventurero y está lleno de
energía que se renueva en cada presentación.
Según las definiciones del director y teórico inglés Peter Brook, el teatro de
calle es un teatro tosco e inmediato y puede salvar una época, es el teatro
que derriba la cuarta pared, la unidad estilística y las convenciones, es el
teatro que está cerca del pueblo y que genera comunidad. Es un teatro de
total inclusión.
CLAUDIA ECHENIQUE. Directora, actriz y académica de la Escuela de Teatro UC.
Magister en Pensamiento Contemporaneo UDP, Doctora en Artes (C) UNICAMP.
Directora de las obras Cariño Malo, Proof, Art y La Fallecida entre otras. En Teatro
de Calle ha trabajado con los montajes, Ofelia y su mágico teatro móvil, adaptación
del cuento de Michael Ende, Titus de Shakespeare, con Shakespeare y Compañía,
Nagy, el habitante del cielo, de Jaime Collyer, y Clotario, con su grupo COPS.
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