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El pánico, la forma más escalofriante de ansiedad
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Suplemento Ciencia. La Vanguardia.
Isabel Larraburu. Psicóloga.
"Recuerdo aquel momento como si se tratara de una instantánea fotográfica., y lo que sentí en
aquellos minutos ha permanecido en mí por encima, infinitamente por encima, de cualquiera de
las sensaciones que haya podido tener en toda mi vida. Fue repentino e imprevisto, el corazón
me dio un vuelco y me pareció que todo lo que había a mi alrededor se diluía, en ese instante
un cúmulo de imágenes y percepciones se agolparon en mi cerebro dejándome aturdida. Me
pegué a la pared tratando de frenar un proceso por el cual mi alma parecía a punto de
desgajarse de mi cuerpo, daba la sensación de que iba a salir volando por los aires, de que iba
a levitar.
El corazón me martilleaba el pecho, los coches, la calle , todo giraba a gran velocidad
alrededor de mí, el paisaje se desdibujaba como una acuarela mojada y yo no entendía nada.
Presa del horror más inefable, al fin lo comprendí todo: me moría. ¡Así que eso era lo que
sentía una persona instantes antes de la muerte!" Con esos términos, una periodista de
veintitrés años describía su primera crisis de pánico, nombre utilizado en psiquiatría para
denominar el intenso ataque de ansiedad, súbito e inesperado, que produce la convicción de
muerte inminente.
El origen.
Los orígenes del pánico se hallan en la mitología griega. Pan, el dios de la naturaleza, vivía en
el campo controlando ríos, bosques, manantiales y animales de pastoreo. Pero su imagen no
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correspondía a la de la típica divinidad. Era bajito, con piernas de cabra, según cuentan, y,
sobre todo, era tremendamente feo. Dormía la siesta en una cueva cerca del camino. Cuando
un desgraciado viajero interrumpía su actividad, Pan irrumpía en el camino con un alarido que
congelaba la sangre y que se decía que provocaba piloerección. Su chillido era tan intenso que
había provocado la muerte a varios transeúntes. Ese violento e inesperado terror fue
denominado pánico y era utilizado por Pan como arma para vencer a sus adversarios.
Aunque el mito de Pan se desvaneció con el paso del tiempo, su poder es experimentado a
diario, aun en nuestros días por millones de personas. Para tener unos datos más precisos
sobre la prevalencia del pánico en la población general, el National Institute of Mental Health
(NIMH) ha trabajado desde el año 1980 en cinco zonas distintas del territorio de los Estados
Unidos. Este estudio fue realizado con entrevistas estructuradas a más de 5000 individuos en
cada localización. Los datos preliminares sorprenden con una prevalencia de entre 2.7% y
5.8%, lo cual indica que en los EEUU existe entre 9 y 15 millones de habitantes que padecen
trastorno por crisis de pánico con o sin agorafobia, su complicación más habitual.
En cuanto a la proporción hombre/mujer, los estudios norteamericanos revelan que un 75% de
los agorafóbicos son mujeres. No obstante, estos datos se deben interpretar con cautela. La
evidencia demuestra cada vez más que el pánico afecta igualmente a hombres y mujeres y que
las diferencias culturales son las que determinan la diversidad a la hora de afrontarla. Las
mujeres tienden a evitar situaciones donde el pánico es más probable, lo cual puede
conducirlas a desarrollar la agorafobia, mientras los hombres lo afrontan mediante el abuso de
fármacos, alcohol u otras sustancias. No es, por tanto, infrecuente la combinación pánico
–alcoholismo –depresión en varones.
La fenomenologia.
Una crisis de pánico se define como un período discreto de miedo intenso, inesperado y no
relacionado con la exposición a una situación que habitualmente genere ansiedad. Se requiere
la presencia de al menos cuatro de los síntomas siguientes en cada ataque: dificultad al
respirar o sensación de sofoco, atragantamiento, náuseas, despersonalización, sensación de
hormigueo en extremidades, oleadas de calor y de frío, dolor o molestias torácicas, miedo a
morir súbitamente y miedo a enloquecer o actuar sin control.
Uno de los trastornos más frecuentemente relacionados con las crisis de pánico es la
agorafobia, el temor a encontrarse en lugares o situaciones de las cuales puede ser difícil o
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embarazoso escapar, o en las que no es fácil obtener ayuda en el caso de tener una crisis de
angustia. Como consecuencia, la persona restringe su capacidad de desplazamiento o necesita
algún tipo de compañía cuando se encuentra fuera de casa. Las situaciones agorafóbicas más
frecuentes son el hallarse solo fuera de casa, encontrarse entre una multitud o haciendo cola,
pasar por encima de un puente, viajar en autobús, metro o coche.
Aunque las crisis de pánico presentan, todavía en la actualidad, diversas incógnitas para los
especialistas en salud mental, la investigación en los campos biológicos y psicológicos ha
aportado una serie de datos relevantes en las últimas décadas. Se ha establecido, en primer
lugar, que el pánico es el resultado de una excesiva activación del sistema nervioso central, el
cual regula la expresión bioconductual de miedo y sus síntomas somáticos asociados. Por otro
lado, pueden existir áreas cerebrales implicadas en las que las funciones de los
neurotransmisores sean anormales ( locus coeruleus, área parahipocámpica, receptores
medulares). Se observa igualmente un umbral de excitación neuronal anormalmente
disminuido. Podría haber, asimismo, anomalías en la síntesis, liberación, degradación o función
receptora de los neurotransmisores. Estas anomalías, a su vez, podrían ser debidas a cambios
en los procesos intercelulares en la fisiología de la membrana o microentorno extracelular.
La investigación psicológica aporta sus datos explicativos. El pánico puede ocurrir en respuesta
a señales internas muy sutiles o a sensaciones físicas que pueden presentarse en cualquier
momento y por cualquier razón. Se desarrolla una tendencia a la hipervigilancia ante dichas
señales y a focalizar la atención en ellas si no se encuentra una explicación adecuada. Estas
señales, a su vez, son interpretadas como amenaza biológica (muerte), mental ( locura o
pérdida de conciencia), o conductual ( pérdida de control).
Las actividades que producen sensaciones asociadas con la activación del sistema nerviosos
autónomo ( excitación sexual, ejercicio físico, emociones) pueden causar una reacción
condicionada de pánico ( el condicionamiento interoceptivo) . Esto puede revestir especial
gravedad en los casos en que la interpretación catastrófica de las sensaciones, junto con la
pérdida de la capacidad para evaluar los síntomas de una manera realista, conducen a su
intensificación mediante un círculo vicioso.
La explicación.
La explicación del fenómeno del pánico ha sido en esta última década un objeto de
investigación muy preciado desde su categorización como diagnóstico distinto de otros estados
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de ansiedad. Tanto los científicos del ámbito de la psiquiatría –biologistas - como los de la
psicología, han aportado información abundante, aunque no exhaustiva. Si se comparara la
investigación del pánico al estudio de un juego de ajedrez por ordenador, los biologistas
estarían intentando analizar la estructura activa de "hardware" y los científicos del campo de la
psicología perseguirían entender mejor el programa. En el caso del pánico, ambos aspectos
están relacionados y se comunican.
La indagación biológica ha contribuido, hasta la fecha, con la evidencia de una disfunción
neurofisiológica central o periférica, así como de una disposición genética en estos pacientes.
Pero no es posible calibrar un fenómeno de esta índole en su justa medida exclusivamente a la
luz de sus substrato fisiológico, sin tener en cuenta los otros mecanismos de orden cognitivo,
conductual y afectivo. Las teorías fisiológicas a escala biomolecular nunca son explicativas al
completo en un síndrome psicológico. Los modelos biológicos deberían actuar como
mecanismos de puente entre sus complejas manifestaciones.
Nos podríamos preguntar: ¿por qué en una familia genéticamente predispuesta al pánico no
todos los miembros padecen la enfermedad?
¿ Cómo se explica la variabilidad entre personas que sufren una crisis o dos sin concederles
especial atención y otras que escalan a una velocidad de vértigo hacia la total evitación de
situaciones virtualmente "inseguras", cayendo en la agorafobia después del mismo número de
ataques?
A estas cuestiones responden los psicólogos: nosotros percibimos diferencialmente lo que
sucede en nuestro sistema, procesamos esta información de un modo más o menos alarmista
y luego aprendemos. Aprendemos por condicionamiento clásico – aprendizaje reflejo- a evitar
el supuesto peligro, es decir, situaciones que pueden desencadenar el pánico, o incluso
sensaciones físicas, emociones, activación vegetativa, que pueden parecer el inicio del ataque.
A partir de este momento empieza el proceso de exacerbación denominado "miedo al miedo".
La terapéutica.
La intervención terapéutica está en consonancia con los diversos modelos. Podemos acceder
al sistema desde diversos puntos. La acción farmacológica que podríamos considerar
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tradicional es una de ellas. El trastorno por crisis de pánico responde adecuadamente a los
fármacos antidepresivos, a diferencia de otros trastornos de ansiedad, como la ansiedad
generalizada, que responde mejor a los ansiolíticos. En cuanto a las opciones psicológicas,
desechadas hasta la fecha por la ausencia de resultados contrastados, cobran relieve a la luz
de nueva evidencia empírica que demuestra la eficacia de técnicas cognitivas y conductuales ,
exclusivamente, en el tratamiento de las crisis de pánico.
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