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Jorge Himitian
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EL PROYECTO ETERNO DE DIOS
Quisiera transmitirles aquello que Dios tenía en su mente y corazón desde
antes de la creación del universo, cuando nada ni nadie existía, sino solo él.
Aquel sueño continúa vigente hoy: se trata del proyecto eterno de Dios.
El reino de Dios, tema predicado por Cristo y los apóstoles, tiene un único
propósito: que el eterno proyecto de Dios se cumpla plenamente. Y la única
forma lograrlo es través del evangelio del reino.
Él último libro que escribí, con la ayuda del Señor, habla justamente de este
tema. Su título es: El proyecto del Eterno.
Se trata de un estudio sobre la Epístola a los Efesios, que dividí en doce
semanas con el fin de posibilitar su estudio en grupos.
EL PROYECTO ETERNO DE DIOS
¿Por qué decimos que es eterno? Porque es el proyecto del Eterno, del
único Eterno. Hay un solo ser eterno que siempre existió: Dios.
También decimos que es el proyecto eterno de Dios porque es lo que estaba
en su corazón desde siempre, desde la eternidad pasada. La Biblia dice:
“Desde antes de la fundación del mundo”.
Por último, también decimos que es el proyecto eterno porque cuando todo
haya acabado lo único que permanecerá eternamente y para siempre es
este proyecto ya cumplido.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos
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escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y
sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser
adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo
aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón
de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para
con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el
misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en
sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del
cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que
están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria,
nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también
vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra
salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la
posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1.3-1).
Mi esposa escribió el prólogo a mi libro. A continuación extraigo algunas de
sus frases:
“Se trata del único plan de las edades hacia el que Dios hace convergir
todos sus deseos, intenciones, propósitos y poder. Dentro de él confluye la
misma historia de la humanidad, aun con las múltiples desviaciones e
intentos por detenerlo llevados a cabo por hombres influidos por las fuerzas
del mal. Nada hay que quede fuera de este proyecto de Dios. Y cada uno
de nosotros está incluido en su plan; tiene un lugar y una acción que llevar a
cabo para el cumplimiento de lo que Dios se ha propuesto alcanzar a través
de las edades. No hay muchos planes. No hay muchas propuestas. Es el gran
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proyecto que Dios determinó llevar a cabo desde la eternidad pasada,
antes de que existiera todo. Y sigue siendo el mismo hoy. Nosotros podemos
adherir a su plan, entenderlo, abrazarlo, hacerlo propio o quedarnos al
margen… Es imprescindible hacer de las metas de Dios nuestras metas y
dejar de girar en forma periférica en torno al proyecto de Dios, como en una
calesita eterna que no nos conduce a ningún logro genuino… El gran
proyecto de Dios se lleva a cabo a través de aquellos que deciden perder
su vida en Dios. Perder su propia identidad dentro del cuerpo. Dejar de
buscar lo suyo para buscar lo de Cristo. No podemos buscar lo nuestro y lo
de Dios al mismo tiempo. Son cosas contrapuestas. Cuando nos perdemos
dentro del plan de Dios, entregando todo lo que somos y nuestros más
profundos anhelos a la realización del proyecto de Dios… pasamos a ser
parte del todo, de la gran familia de Dios que se goza en ser una. No
buscamos la diferencia sino la identidad común. No nos esforzamos por
lograr el lugar destacado en el frente, sino que buscamos la retaguardia
para ofrecer apoyo y contención a nuestros hermanos desde allí. Y si
avanzamos a la primera fila es para ponernos como punta de lanza y
escudo de protección a los que vienen detrás. Nuestra meta es el cuerpo,
no nuestra individualidad”.
Mi esposa no solo escribe bien, sino que Dios le ha dado una lucidez
profética. De allí que, combinadas ambas, sabe decir lo que Dios le revela.
Ese eterno proyecto de Dios, aunque nos parezca mentira, se puede resumir
en una sola palabra: “iglesia”.
Sin embargo, debemos aclarar que la iglesia no es un edificio. La iglesia está
compuesta por personas. Muchos dicen: “Voy a la iglesia”. Sin embargo, es
un error. Nosotros no vamos a la iglesia; nosotros somos la iglesia. Es hora de
corregir nuestro vocabulario y hablar según la palabra de Dios.
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La Biblia nunca llama “iglesia” a un edificio. Tampoco se trata de una
institución jurídica ni de una denominación. Se trata de la familia de Dios que
toma su identidad del único Padre, que es Dios. Pablo dice: “… el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y
en la tierra” (Efesios 3.14b-15).
La iglesia no es la jerarquía de nuestro país, como muchos creen. Cuando en
algún periódico aparece alguna referencia a “la iglesia” se refiere a la
Iglesia Católica. Sin embargo, ni siquiera a ella, sino a su jerarquía. La iglesia
no es el clero; la iglesia es el pueblo.
La iglesia está formada por todos aquellos que están en Cristo. Y por estar en
Cristo son nuevas criaturas, las cosas viejas pasaron, todo fue hecho nuevo.
Tomaron la nueva identidad que Dios les dio.
Sin embargo, es necesario aclarar también que la iglesia no es una
congregación. “Congregación” significa gente congregada y, aunque la
iglesia se congrega con regularidad y está bien que lo haga, ¿somos iglesia
mientras estamos congregados o cuando nos dispersamos luego de la
reunión también?
Somos iglesia las 24 horas del día, todos los días de la semana.
El lunes la iglesia va a la facultad, a la escuela, a la oficina, al taller, al
campo, a la fábrica, está en la cocina, en el dormitorio. Seguimos siendo
iglesia las 24 horas del día. Dios no soñó antes de la fundación del mundo
con una reunión, sino con nosotros, su familia, su iglesia.
Sucede lo mismo con la familia humana. Somos familia, y las familias se
reúnen. Pero cuando nos dispersamos en nuestras actividades diarias no
dejamos de ser familia. Somos familia todo el tiempo.
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La iglesia no nació en la mente de Dios hace 2000 años cuando vino Jesús al
mundo. Y, aunque recién en el capítulo 16 de Mateo Jesús habla por
primera vez de la iglesia, ella estuvo en la mente y el corazón de Dios desde
los siglos eternos, desde antes de la fundación del mundo.
Y digo más, la iglesia no es el “plan B” de Dios luego de la caída del hombre.
La iglesia es el “plan A” de Dios desde antes de que existieran los hombres o
los demonios. La caída fue un desvío, un atentado contra el proyecto eterno
de Dios. Y la redención fue volver todo al plan original.
La iglesia es la familia que Dios proyectó tener según su beneplácito, según
el designio de su voluntad, según el puro afecto de su amor, según las
abundantes riquezas de su gracia desde tiempos remotos.
El pecado solo consiguió revelar la inmensidad inimaginable de la gracia de
Dios.
La creación del universo, la del hombre y la mujer, la institución del
matrimonio, la capacidad de procrear, la encarnación del Verbo, el
sacrificio redentor de Cristo, su resurrección, su exaltación a la diestra del
Padre, la venida del Espíritu Santo, los dones, los ministerios, la palabra de
Dios, el kerigma y la didaké, todo está en una misma línea y apunta a un
mismo objetivo: la realización del proyecto eterno de Dios. Todo es para que
la iglesia surja, sea edificada, construida, y que el plan eterno de Dios se
cumpla definitivamente.
No nos casamos para nosotros, no tenemos hijos para nosotros, no
trabajamos para nosotros, no ayunamos para nosotros, no oramos para
nosotros, no evangelizamos para nosotros.
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La Biblia dice que todo es de él, por él y para él. Todo es para cooperar con
el propósito eterno de Dios: que su familia se conforme.
Todo lo hacemos para cooperar con el proyecto eterno de Dios.
¿Cómo cambia nuestra vida y nuestra visión de las cosas?
Zacarías dice: “Se escribirá en las ollas santidad a Jehová”. Significa que
somos consagrados para Dios.
— ¿Mujer, qué haces mientras cocinas?
— Estoy sirviendo a Dios.
— ¿Cómo sirviendo a Dios? ¿Acaso invitaste a los pastores a comer a tu
casa?
— No, no viene nadie de afuera. Aquí estamos criando, alimentando y
formando a los hijos de Dios. Nuestros hijos han nacido para ser hijos de
Dios, y los estamos sirviendo al cocinar, limpiar y trabajar.
Todo lo que hacemos es santidad a Jehová.
Este proyecto eterno que es la iglesia tiene un propósito, que se repite tres
veces en este pasaje de Efesios. Una clave: el propósito lo puedes encontrar
cada vez que hallas la palabra “para”.
“Nos bendijo… nos escogió en amor… nos adoptó para alabanza de la
gloria de su gracia”.
Este proyecto tiene un propósito: la gloria de Dios, que él reciba gloria, que
sea alabado, que se conozcan las abundantes riquezas de su gracia.
Y en el versículo 12 lo dice aún de un modo más enfático: “a fin de que”
(nuevamente el propósito, y significa lo mismo que “para que”) “seamos
para alabanza de su gloria”.
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Ahora dice: “seamos”. La iglesia existe para alabanza de la gloria de Dios,
para que él sea elogiado, para que se conozca a través de la historia de las
naciones y por los siglos eternos que su grandeza y su gracia fueron
manifestadas para que nosotros no solo lo alabemos, sino que seamos
nosotros mismos para la alabanza de su gloria.
Y al final del versículo 14 otra vez dice: “para alabanza de su gloria”.
La iglesia no existe para nosotros, existe para él. La iglesia fue creada para la
gloria de Dios. Y para que Dios sea glorificado en la iglesia, para que la
iglesia sea para la alabanza de su gloria, es indispensable que tenga estas
tres características que encontramos en Efesios:
1. Unidad
2. Calidad (que en el lenguaje bíblico es santidad)
3. Cantidad
Ninguna de las tres puede faltar, aunque es indistinto el orden en que se las
coloque.
1. UNIDAD
¿Glorifican a Dios nuestras divisiones?
Por más que algunos traten de explicarlas, lo que dice la Palabra es
inmutable. Jesús oró para que todos seamos uno para que el mundo crea.
Las divisiones solo nos traen gloria a nosotros cuando decimos: “mi iglesia”.
Sin embargo, Jesús pregunta: “¿Desde cuándo es tuya?”.
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Las divisiones pueden traer gloria a una denominación, y si alguien es pastor
de una mega iglesia, eso traerá gloria a su persona. Sin embargo, la iglesia
no existe para la gloria del hombre, sino solo para la gloria de Dios. Todas las
individualidades mueren cuando la iglesia se alinea con lo que Dios desea:
la “unidad”.
“Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el
cual se había propuesto en sí mismo de reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos…” (Efesios 1.9-10).
La palabra “misterio” significa “secreto”, y proviene del griego “misterion”. Se
trataba de un secreto escondido por siglos en Dios. Sin embargo, ahora ya
no es más un secreto. Pablo afirma que Dios nos dio a “conocer el misterio
(secreto) de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto
en sí mismo”. ¿Cuál era el secreto? “Reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos,
como las que están en la tierra”.
La palabra clave que revela el misterio (el secreto) de la voluntad de Dios es
“reunir”. En castellano no tiene mucha fuerza porque se asimila al término
“juntar”. Pero como el texto fue escrito en griego, en ese idioma la palabra
“reunir” es “anakefalaiosis”. Se trata de un vocablo compuesto: “ana” =
“nuevamente”, otra vez —por eso a los que se bautizaban de adultos,
habiendo ya sido bautizados de niños, se les decía: “anabatistas”, porque
volvían a bautizarse—. Y “Kefa” = “cabeza”. Así que “anakefalaiosis”
significa volver a reunir todo bajo una cabeza. ¡Qué vasto significado en una
sola palabra!
Esta expresión griega se usaba antiguamente cuando un ejército derrotado,
diezmado, esparcido, se volvía a reagrupar o a reunir bajo un nuevo
comandante. En el pasaje habla de reunir todas las cosas en Cristo. Significa
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que allí se encuentra el ministerio de su voluntad. Dios se propone volver a
reunir todo bajo una cabeza, que es Cristo.
Esto presupone:
1. Que originalmente el universo estaba unido y ordenado armónicamente
bajo la autoridad de Dios, porque si dice “volver a unir” es porque antes
estaba de ese modo.
La raíz de la palabra “universo” es “uno”, y significa “unidad”. Existe un
solo universo, que originalmente estaba bajo la autoridad de Dios.
“Cosmos” significa “armonía”, “belleza”. De allí viene la palabra
“cosmético” = belleza. Se refiere al orden del universo, su armonía, su
belleza, su unidad.
2. Algo sucedió en el universo que hizo que se rompiera esa unidad. Si se
habla de “volver a unir” quiere decir que algo se quebró previamente. ¿Y
qué fue lo que sucedió? El hombre pecó, por lo que el pecado rompió la
unidad entre Dios y el hombre, y entre este y su prójimo.
Todo el proyecto de Dios se centraba en la unidad. Dios hizo al hombre
diferente de la mujer, pero los hizo una sola carne. Sin embargo, el
pecado quebró esa unidad.
Caín mató a su hermano Abel. Y de allí en adelante la historia de la
humanidad fue una historia de divisiones, de guerras, de sangre y de
muerte. Se rompió la unidad original. Sin embargo, Dios, sabiendo de
antemano todo, en su presciencia se propuso en sí mismo volver a unir
todo bajo una cabeza, que es Cristo Jesús.
¿Cuál era el plan original de Dios?
El plan A: la unidad de todo y de todos. Un mundo unido, hermoso, solidario,
armonioso, en el que el hombre viviera en unidad y comunión con Dios y
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con su prójimo, amándolo como a sí mismo. También, en armonía con la
naturaleza, con la creación. Él quería que hubiera unidad en el matrimonio,
en la familia, en la sociedad; que no existieran egoísmos ni rivalidades.
Deseaba una humanidad que viviera en paz y amor, en donde cada
persona, llena del amor de Dios, amara al Padre y a su prójimo como a sí
mismo.
Desafortunadamente, el hombre pecó y rompió esa unidad. A través del
pecado entró la muerte. Y muerte no significa aniquilación sino separación,
división. El hombre quedó lejos de Dios, dividido y hasta se constituyó en
enemigo de Dios.
De la misma manera, también se rompió la unidad del hombre con su
prójimo, surgieron los celos, las envidias, las peleas, los homicidios, las guerras,
las injusticias, los divorcios, la avaricia, la injusta distribución de las riquezas,
los conflictos sociales y la discriminación racial. La historia de la humanidad
se convirtió en una historia de guerras, sangre, odio, violencia y muerte, muy
lejos del modelo de sociedad proyectado por Dios.
Pero Dios, en su amor y misericordia, no abandonó al mundo a su propia
suerte. En la plenitud de los tiempos mandó a su Hijo a este mundo para
llevar a cabo su plan redentor. Cristo pagó con su muerte el precio de
nuestra redención, mató en su cuerpo nuestras enemistades, y nos reconcilió
con Dios y con nuestro prójimo. Por lo cual, el Padre lo resucitó y lo exaltó
hasta lo sumo.
La voluntad de Dios es volver a unir a todos bajo la autoridad de Cristo como
cabeza.
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¿Cómo sería este país si desde el presidente de la nación hasta el último
habitante viviéramos sujetos a la voluntad de Dios? Sería maravilloso, sería
verdaderamente un cosmos en donde habría orden y armonía.
Ese es el plan de Dios para la humanidad. Eso es lo que él quiere.
Dios propone, no impone. Propone su proyecto y su voluntad, pero los
hombres deben aceptar a Jesús como cabeza, como Señor, para poder
nacer de nuevo y formar parte de la familia de Dios.
¿QUÉ ES LA IGLESIA?
La realización del sueño de Dios en Jesucristo es su proyecto eterno para la
humanidad, que fue potencialmente consumado en la cruz por Jesús. “Él es
nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared
intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de
los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los
dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar
con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades”
(Efesios 2.14-16).
En este mundo dividido, enemistado, en donde reinan el individualismo, la
injusticia, el egoísmo, la competencia y las guerras; la iglesia es aquella parte
de la humanidad que se ha reencontrado con Dios en Cristo para ser uno
con él. La iglesia es la parte de la humanidad que, al estar en Cristo, se ha
reconciliado con su prójimo y ahora lo ve como su hermano. Es la que ve a
los que no están en Cristo como candidatos a ser también hermanos en
Cristo Jesús.
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La iglesia es, en su naturaleza esencial, perdón, paz, reconciliación, amor y
servicio. Es unidad y familia. Es ósculo santo, abrazo fraterno, pan
compartido, comunión de bienes, afecto entrañable. Es el fin de la soledad,
del individualismo, de las divisiones, de las competencias, de la guerra.
La iglesia es el shalom de Dios, es la paz instalada entre los hombres para
manifestar al mundo el más grande de todos los milagros: la unidad.
Por eso, la división de la iglesia es un absurdo, una contradicción a la
esencia del plan y el propósito de Dios.
La división actual de la iglesia es una caricatura grotesca de la nueva
creación. Y decir caricatura grotesca es decir poco, porque si el plan de
Dios es volver a unir todo bajo una cabeza, que es Cristo, admitir y justificar la
división actual de la iglesia es una aberración teológica.
La Biblia habla siempre de un solo cuerpo con una sola cabeza. Y nosotros
hemos creado un montón de cuerpitos, cada uno con su propia cabeza, y
damos justificativos imposibles de sustentar bíblica y teológicamente, según
la revelación del Señor.
La división actual de la iglesia no tiene ningún fundamento bíblico ni
eclesiológico. Y todavía los evangélicos nos jactamos de ser bíblicos,
levantando la Biblia y acusando a otros grupos cristianos de no serlo.
¿En qué parte de la Biblia se habla de la iglesia pentecostal, de la iglesia
bautista, de la iglesia metodista, de las asambleas de Dios, de comunidad
cristiana o de la iglesia Peniel? (y podríamos seguir agregando nombres
hasta el infinito). ¿Encontraste algún pasaje?
La Biblia solo habla de la “iglesia”. Punto. Ni siquiera habla de “iglesia
evangélica” o “católica”. Dios no es evangélico, ni católico. Dios es Dios. Es
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santo, uno, y quiere para sí un pueblo santo que camine en unidad. Y él lo
conseguirá. Quédate tranquilo. Él se propuso desde antes de la fundación
del mundo volver a reunir todo en Cristo Jesús en la dispensación del
cumplimiento de los tiempos.
Así que, le guste a quien le gustare, le pese a quien le pesare, Dios ha
determinado unir todo en Cristo, y lo va a hacer para la gloria de su nombre.
¡Aleluya!
Yo creo en la diversidad, pero en unidad. La Biblia habla de diversidad de
dones y de ministerios, pero nunca habla de diversidad de iglesias. Bajo el
nombre de “diversidad” justificamos todo. Con una sola palabra anulamos
todo el Nuevo Testamento.
Hoy el escándalo más grande ante los principados, las potestades y ante el
mundo es la división actual de la iglesia evangélica, y de la iglesia en
general.
La división de la iglesia solo tiene explicaciones históricas, pero ningún
fundamento bíblico. Solo podemos explicar lo que sucedió, y algunos se
arriesgan a decir cómo fue que pasó, pero nadie puede dar fundamentos
bíblicos.
¿Qué era el apóstol Pablo? ¿Carismático, pentecostal, bautista, hermano
libre? ¿Qué eran los doce apóstoles? ¿Y la iglesia de Jerusalén? ¿Era
evangélica? No, todos son inventos del hombre.
Esta división actual de la iglesia tiene apenas 500 años. Surgió en la Reforma.
Lutero creía en la unidad, él nunca quizo dividir la iglesia. Él quiso ser un
reformador dentro de la iglesia de occidente, llamada “Iglesia Católica
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Apostólica Romana”. Y, leyendo la Palabra, quiso que la iglesia volviera a
vivir el evangelio. Sin embargo, no solo no se lo permitieron, sino que además
lo excomulgaron. No le dieron opción.
Juzgue Dios la historia y no nosotros. Solo Dios sabe quién tuvo la culpa. No
nos toca a nosotros juzgar, pero sí entender lo que sucedió.
Si Lutero pudo disentir con el Papa, luego podía surgir otro que tuviera el
derecho de disentir con Lutero. Luego otro que tuviera el derecho de disentir
con el que disentía con Lutero. Luego otro que tuviera el derecho de disentir
con el que disentía con el que disentía con Lutero.
Y así llegamos hasta hoy.
¿Qué hacer, entonces?
Hay tres caminos posibles:
1. La revolución. Consistiría en atacar a todas las denominaciones, destruir
todas sus estructuras y finalmente decir: “Somos uno”.
Sin embargo, no les recomiendo ese camino porque lo único que se
lograría serían más divisiones.
2. Mantener el “status quo”. Es decir, seguir como estamos. Tú eres bautista,
yo de comunidad, el otro pentecostal, el otro hermano libre, entonces
nos respetamos, nos amamos, tenemos encuentros y retiros juntos, pero
mantenemos el status quo. O sea, tenemos solo relaciones fraternales. Sin
embargo, ese tampoco es el camino de Dios. Él quiere que seamos uno,
y llegará el día en el que no habrá ninguna denominación. El único
nombre que se mencionará será el de Jesucristo. Pero eso no lo haremos
nosotros, porque si lo intentamos solo complicaremos el cuadro. Sin
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embargo, tampoco se trata de mantener el status quo, mantener las
cosas como están.
3. La evolución homogénea. Es una frase que aprendí recientemente.
Significa que, de dónde estamos hoy, gradualmente, en paz, en amor y
en sabiduría, iremos construyendo la unidad que Dios quiere hasta que
lleguemos a la unidad perfecta que Jesús pidió en Juan 17.
No rompas nada, no te desafilies de tu denominación, continúa allí
porque son tus hermanos, y los de las demás denominaciones también lo
son. Entonces, cada uno desde su lugar irá avanzando gradualmente
hacia lo que Dios quiere.
En términos bíblicos, evolución homogénea significa crecer. Un niño crece
de a poco. Si creciera un metro de estatura en poco tiempo sería un
trastorno tremendo. Habría que internarlo en terapia intensiva. Sin
embargo, Dios no obra así. Él nos hace crecer casi sin que nos demos
cuenta, sin traumas, y nos va llevando hasta la madurez, hasta la
plenitud.
Ese es el camino correcto. Ni hacer una revolución ni afirmar nuestras
denominaciones, sino ser fieles a la parte del cuerpo en la que Dios nos puso.
Y desde allí avanzar gradualmente en el tiempo y la forma de Dios, y en el
mover del Espíritu, hacia la unidad total que el Señor quiere para su iglesia. Y
hacia allí llegaremos.
¡Gloria sea al nombre del Señor!
Quisiera hacer una sugerencia práctica. De acuerdo con los principios
bíblicos, la iglesia es una sola. Y la forma concreta de manifestar esa unidad
en el mundo es que se produzca en cada ciudad. Hoy más que nunca el
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mundo se aglomera en pequeñas o grandes ciudades, y la Biblia enseña
que todos los hijos de Dios que viven en una misma ciudad forman la iglesia
de esa ciudad.
Por ejemplo, la Biblia habla de la iglesia de Jerusalén. En Jerusalén había
doce apóstoles y miles de discípulos. Sin embargo, los apóstoles no tenían
cada uno su propia iglesia. Eran uno, y la multitud de los que habían creído
era un corazón y un alma. Se reunían en muchas casas y a veces todos
juntos, pero era una sola iglesia: la de Jerusalén. Nunca leemos en la Biblia:
“las iglesias” de Jerusalén. Recordemos que iglesia no es un edificio.
En otra parte dice: “la iglesia que está en Antioquía” (en singular). ¿Qué era
Antioquía? Otra ciudad, donde miles se convirtieron debido a un gran
avivamiento. En esa iglesia había cinco líderes, entre profetas y maestros.
Entonces, observamos que hay diversidad de ministerios y de dones, pero
una sola iglesia que estaba en Antioquía. Se trataba de una iglesia
multicultural. Por primera vez los gentiles y judíos se convertían en grandes
cantidades, sin embargo no formaron la iglesia de los judíos y la iglesia de los
gentiles. Esas divisiones fueron abolidas en la cruz. Dios derribó la pared
intermedia, y de ambos pueblos hizo uno solo.
Hablar de una iglesia mesiánica o de una iglesia gentil sería una
contradicción con la palabra de Dios. La iglesia es una sola, un solo cuerpo,
un solo ministerio.
En Apocalipsis, Jesús le dice a Juan (ya anciano), que estaba en la isla de
Patmos, que escribiera a las siete iglesias de Asia. ¿Cómo siete? ¿No había
una sola iglesia? Sí, pero Asia no era una ciudad, sino una región que
abarcaba 7 ciudades. Entonces, de acuerdo con el principio bíblico de una
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iglesia en cada ciudad, había siete iglesias. Por ejemplo, le dice: “Escribe al
ángel de la iglesia (singular) de Éfeso” (no de las iglesias de Éfeso).
Entonces, afirmando este principio práctico, la unidad de la iglesia se debe
manifestar en la unidad de todos los hijos de Dios en cada ciudad.
¿Cuántas iglesias tiene Dios en cada ciudad? Una. Puede haber muchas
congregaciones. Ojalá haya una en cada barrio. Dios quiera que muchas
congregaciones y casas se abran para evangelizar la ciudad. Pero debe
haber una sola iglesia. Pueden reunirse en muchos lugares, pero todos
formando parte de la única iglesia de la ciudad.
Y eso es lo que está sucediendo. Desde hace aproximadamente 20 años, en
muchas ciudades de Argentina, América Latina y el mundo comenzaron a
formarse consejos de pastores.
¿Qué fue lo que sucedió en estos 20 años? Dios comenzó a obrar.
Hoy hay consejos de pastores en casi todas las ciudades de Argentina, de
Brasil y de Chile. Algunos todavía están dando los primeros pasos, pero otros
ya funcionan perfectamente. El consejo de pastores de la ciudad de Buenos
Aires está marchando sobre la visión de que en Capital hay una sola iglesia.
Tal vez aún no todos los pastores lo ven así. Sin embargo, es cuestión de
tiempo. Porque si es un plan humano se desvanecerá, pero si es el plan de
Dios se cumplirá. Y si algún hombre o grupo quiere manipular este principio
para su propio beneficio, sin dudas, Dios no lo va a permitir. Estamos en
tiempos sagrados, en el kairós de Dios, y él está decidido a seguir adelante.
Caminemos junto con Dios hacia la unidad que él realmente quiere.
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Imaginemos el tremendo potencial de recursos espirituales, humanos,
económicos, de talentos y de dones que significaría que todos formáramos
un solo cuerpo en una ciudad. ¿Habría algo que no se pudiera hacer? Sin
embargo, aún los recursos espirituales, humanos y económicos no son nada
si Dios dice desde el cielo dice “amén” a la unidad. ¡Caerán principados y
potestades! ¡Nadie se opondrá! Dios derramará su gloria y gracia para lograr
lo que él se había propuesto.
2. CALIDAD
La iglesia está llamada a manifestar la santidad de Dios en el mundo.
La Biblia dice que Dios nos escogió en Cristo antes de la creación del mundo
para que fuésemos santos y sin mancha. Ese es su propósito.
Unidad sin santidad carece de sentido. No glorifica a Dios.
En el Nuevo Testamento, setenta veces se llama a los hijos de Dios “santos”.
El apóstol Pedro dice en su Epístola: “Como aquel que os llamó es santo, sed
también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”.
Santo significa separado del pecado y consagrado a Dios. Ser santo es vivir
de acuerdo con la voluntad de Dios y con las enseñanzas de Jesús. Ser santo
es ser como Jesús. Es amar al prójimo como a nosotros mismos, es ayudar al
necesitado, es ser el primero en servir.
Ser santos en nuestra conducta significa no mentir, no insultar, no ofender, no
decir malas palabras, no robar, no llevarnos del trabajo lo que no es nuestro
(ni siquiera una lapicera). Y, cuando alguien se da cuenta de que ha
pecado, ser santo significa confesarlo, devolver lo robado, pedir perdón a
aquel a quien uno ha ofendido. Así actúa alguien santo.
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Santo no es ser perfecto; vamos hacia la perfección. Santo es aquel que
quiere ser perfecto.
Ser santo significa no tener relaciones sexuales antes ni fuera del matrimonio.
Ser santo significa no coimear a nadie ni recibir soborno.
Ser santo significa no hablar mal del ausente, aunque lo que diga sea
verdad (muchas veces es exageración y aun mentira).
Ser santo significa honrar los padres, no faltarles el respeto y obedecerlos.
Ser santo significa no guardar rencor a nadie, perdonar al que nos ofende.
Ser santo significa dejar de ser avaro, materialista, egoísta. Santo es el patrón
que paga los mejores sueldos posibles a sus empleados. Santo es el
empleado que trabaja con esmero y excelencia cuando lo controlan o
cuando nadie lo ve.
Santo es el gobernante que no se corrompe ni por un millón de dólares.
Santo es el legislador o el juez que no se vende por un sobre cerrado; el
empresario o profesional que pone su capacidad para promover el
desarrollo y el progreso de otras personas o familias. Es un don que Dios le dio
para servir y ayudar a los demás.
Santo es el que ama a Dios con todo su corazón, con toda su mente, con
toda su alma y con todas sus fuerzas, y lo obedece por amor.
Santo es el que vive en comunión con Dios las 24 horas del día, ora sin cesar,
da gracias siempre por todo y alaba a Dios no solo en las reuniones
(“bendeciré a Jehová en todo tiempo”).
Santo es el que ama a su prójimo como a sí mismo, llora con los que lloran, se
alegra con los que están alegres, comparte sus bienes con los necesitados,
se interesa por los demás, siente el dolor ajeno como propio.
Ser santo es ayudar a los más débiles, acercarse a los solitarios, no visitar solo
a los más simpáticos, lindos o pudientes, sino a los más débiles y sufridos de la
sociedad.
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Jorge Himitian
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¿Quién nos enseña todas estas cosas? La Biblia, la Epístola a los Efesios, el
Sermón del monte. De eso se trata el reino de Dios. Esa es la iglesia que él
quiere: una y santa.
Son las dos peticiones que Jesús le hizo al Padre en Juan 17: “Que sean uno
como tú y yo somos uno… la gloria que me diste les he dado para que sean
uno así como nosotros… No te pido que los quites del mundo sino que lo
guardes del mal, santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad, y yo por
ellos me santifico, me consagro para que ellos sean también santificados en
la verdad”.
Jesús oró por la unidad y por la santidad. Murió para que fuéramos uno y
santos. Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
3. CANTIDAD
Jesús le dijo al Padre en Juan 17: “… como tú me enviaste al mundo, así yo
los he enviado al mundo… Mas no ruego solamente por estos, sino también
por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean
uno… para que el mundo crea que tú me enviaste”.
En la medida en que recuperemos nuestra unidad y santidad, el mundo
creerá, y se convertirán miles y millones. Más de la mitad de la población de
Argentina será hija de Dios. En cada ciudad y provincia y en toda la nación
el fuego se encenderá y se extenderá a otras naciones del mundo.
La luz y la revelación acerca de la unidad que Dios le ha dado a la
Argentina no la he visto en ninguna otra parte del mundo. Por lo tanto,
somos responsables. Tenemos un gran depósito de revelación. Estamos
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proclamando algo que creemos. Dios nos ha dado fe que de que él es
poderoso para cumplir todo aquello que ha prometido.
¡El mundo va a creer! ¡Argentina va a creer! ¡Los gobernantes se convertirán!
El mundo no tiene la solución para la problemática de la sociedad.
Tampoco la tienen los políticos, ni las religiones, ni los economistas, ni los
sociólogos. Nadie tiene una propuesta, ni una solución.
La gente siente un vacío, impotencia, tiene conciencia de fracaso. Sin
embargo, el Señor de la historia lo está permitiendo porque es el tiempo de
Dios, el kairós de Dios. El fuego se encenderá y se extenderá a todas las
naciones. ¡Bendito sea el nombre del Señor!
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