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Jorge Himitian
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ENCUENTRO NACIONAL DE PASTORES Y ESPOSAS
San Luis, 11 al 13 de octubre 2014
“TIEMPO DE COSECHA”
CUIDEMOS NUESTRO CORAZÓN
Jorge Himitian
El lema de nuestro encuentro es Tiempo de cosecha. Nuestra carga principal
desde hace varios años es la misión. Debemos enfocarnos en la misión, pero
con un corazón sano. Por eso quiero compartir este tema que ha sido
fundamental para mí en este año. Mi síntesis sería: Enfoquémonos en la
misión con un corazón sano.
Proverbios 4.23:
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;
porque de él mana la vida”
“Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida”
(NVI).
“Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón, porque de él brotan las
fuentes de la vida” (BJ).
Me gusta una versión italiana (NR. 2006):
“Custodisci il tuo cuore più di ogni altra cosa, poiché da esso provengono le
sorgenti della vita”. [Cuida tu corazón más que cualquier otra cosa, porque
de él provienen los manantiales de la vida].
Sabemos que el corazón es un órgano físico, y es el centro vital para la
existencia del hombre. La Biblia lo usa metafóricamente para referirse al
centro de nuestra vida espiritual, psíquica y afectiva; sede de nuestra
voluntad, conciencia y mente. También sede de nuestra vida espiritual.
Guardar quiere decir cuidar, custodiar, vigilar, proteger nuestro corazón,
‘con la máxima diligencia’ dicen algunas versiones. ‘Más que cualquier otra
cosa’, dicen otras.
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¿Por qué? Porque el corazón es la fuente de donde mana la vida, todo lo
que somos y hacemos surge de nuestro corazón.
El corazón es el centro desde donde brota y procede todo lo que pensamos,
sentimos, hablamos y hacemos en la vida. Allí se define todo: pensamientos,
sentimientos, actitudes, deseos, palabras, conductas, acciones, y nuestras
intenciones. En la Biblia corazón y espíritu son generalmente una misma
cosa.
Jesús dijo: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12.34).
El corazón es el primer escenario donde se determina todo lo que luego
hacemos o intentamos hacer; donde se libra primero toda batalla. Allí se
definen nuestras decisiones, nuestros deseos que luego pueden concretarse
en la acción. Allí se conciben todos los pecados que luego se cometen. Por
eso Jesús dijo: “Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya
adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5.28).
Por eso Dios, hablando contra el divorcio, por medio del profeta Malaquías
dice: “Guardaos en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de
vuestra juventud” (Malaquías 2.15b). Es en el corazón donde uno comienza
a ser desleal con su esposa, y donde se comienza a codiciar a otra mujer.
En Marcos 7.21-23, Jesús dijo:
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen
1. los malos pensamientos,
2. los adulterios,
3. las fornicaciones,
4. los homicidios,
5. los hurtos,
6. las avaricias,
7. las maldades,
8. el engaño,
9. la lascivia,
10. la envidia,
11. la maledicencia,
12. la soberbia,
13. la insensatez.
Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.
El profeta Samuel fue a la casa de Isaí a ungir a uno de sus hijos como futuro
rey de Israel; cuando vio a Eliab, el primogénito, el profeta se impresionó
positivamente. Pero Dios le dijo a Samuel:
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“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo
desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el
corazón” (1 Samuel 16.7).
En 1 Corintios 4.5, Pablo dice: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo,
hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas,
y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá
su alabanza de Dios”. (Yo agrego: o su reprobación).
¿DE QUÉ COSAS DEBEMOS CUIDAR NUESTRO CORAZÓN?
Voy a mencionar estas 4 cosas, aunque hay más:
1.
2.
3.
4.
Del pecado
De la hipocresía
Del orgullo
De las raíces de amargura
1. CUIDEMOS NUESTRO CORAZÓN DEL PECADO
En las bienaventuranzas Jesús dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios” (Mateo 5.8).
Corazón limpio no es lo mismo que corazón puro. Ninguno de nosotros
tenemos el corazón puro por naturaleza, pues todos somos pecadores, y
cometemos pecados. Corazón limpio significa que cuando pecamos nos
arrepentimos y limpiamos nuestro corazón confesando debidamente
nuestros pecados. La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado, si
andamos en luz. Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y
limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1.7 y 9).
Debemos practicar la confesión de nuestros pecados: el abrir nuestro
corazón a nuestro pastor, y a la persona que hemos ofendido. Debemos
pedir perdón a nuestra esposa o marido cuando hay ofensas, heridas, o
conductas indebidas. Aun es bueno confesar nuestras tentaciones, nuestras
debilidades, pedir oración y protección. ¿Cuánto hace que no le confiesas
a nadie tus pecados?
Volvamos a las sendas antiguas, a vivir en luz, en transparencia, a confesar
nuestros pecados los unos a los otros, y a andar en luz.
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Más aun, debemos aborrecer el pecado en nuestro corazón, nuestro propio
pecado. Dios ama la justicia y aborrece la maldad (Salmos 45.7). Y Salmos
97.10, dice: “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal”. En Romanos 12.9,
Pablo nos dice: “…Aborreced lo malo, seguid el bien…” Aborrecer es una
palabra muy fuerte, y esta debe ser nuestra actitud interior, rechazar el
pecado con todas nuestras fuerzas, repudiarlo en nuestro corazón.
2. CUIDEMOS NUESTRO CORAZÓN DE LA HIPOCRESÍA
Jesús les dijo a sus discípulos que se cuidaran de la levadura de los fariseos,
que es la hipocresía (Lucas 12.1).
La religión se presta muy fácilmente a la hipocresía. Mostrar en público que
todo está bien cuando en realidad no es así. Los dones pueden seguir
operando en nosotros, Dios nos puede seguir usando para bendecir a otros
con la Palabra, y aun con milagros; lo que no es ninguna garantía de que
estemos bien. Ser usado por Dios no significa ser aprobado por Dios.
Recordemos los ejemplos de Balaam, Saúl, Jonás, Judas y otros; que fueron
usados por Dios pero no fueron aprobados por él.
Hebreos 10.19 nos dice que tenemos libertad para entrar al Lugar Santísimo,
pero en el v.22, nos instruye que nos acerquemos con corazón sincero, en
plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia…
La primera condición para tener comunión con Dios es tener un corazón
sincero, un corazón verdadero. Si estoy mal, es mejor decir: No estoy bien. He
pecado. O, estoy resentido. Y no aparentar que todo está bien.
Esto está muy relacionado con el punto anterior. Pablo instruye a Timoteo
que el amor nace de un corazón limpio, y esto a su vez está relacionado con
una buena conciencia y de una fe no fingida (1 Timoteo 1.5). Y en el 1.19-20
habla de dos personas que hicieron naufragio en la fe por haber desechado
la buena conciencia.
Y en 3.8-9, dice que los diáconos deben ser honestos, sin doblez… que
guarden el misterio de la fe con limpia conciencia.
¿Qué es y cómo opera la fe?
-
Es un don de Dios (Ef. 2.8)
Ese don nos llega por la Palabra (Ro. 10.17)
Es fruto del Espíritu (Gá. 5.22). No la podemos producir nosotros. Es un
fenómeno sobrenatural.
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-
Es un misterio (1 Ti. 3.9)
Es una certeza absoluta, una convicción que solo el Espíritu de Dios lo
puede producir en nuestro corazón (Hebreos 11.1)
Solo puede subsistir en nuestro corazón cuando mantenemos una
buena conciencia. Por eso es tan importante atender a nuestra
conciencia.
Cuando pecamos nuestra conciencia nos redarguye, nos insta a confesar
nuestros pecados. Si la resistimos, el Espíritu Santo se apaga. Si desechamos
la buena función de nuestra conciencia, en el momento menos pensado,
corremos el riesgo de naufragar en la fe; perder la fe. Podemos seguir
predicando y enseñando igual que antes, pero en el fondo de nuestro
corazón ya no creemos lo que pregonamos. Exteriormente seguimos igual,
pero vamos entrando en la esfera de la fe fingida.
Y poco a poco, la hipocresía, como levadura va leudándonos por
completo. Nos volvemos duros con los demás. Ya no tenemos el gozo de
servir a Dios y a la iglesia. Entramos en una rutina religiosa. No fluye el amor
que nace de un corazón limpio, de una buena conciencia, y de fe no
fingida. Y podemos deslizarnos a males mayores.
La hipocresía nos puede llevar a un estado letal del que no podremos volver.
Si percibimos que nos estamos deslizando hacia la hipocresía, es urgente
que tomemos el camino de la sinceridad, el arrepentimiento, la confesión, el
abrir nuestro corazón a alguien, y clamemos a Dios por misericordia y
salvación.
3. CUIDEMOS NUESTRO CORAZÓN DEL ORGULLO
Nuestro querido hermano Keith Bentson solía decir: ‘Dios tiene afinidad con
los humildes, se siente cómodo con ellos’. Seguramente su convicción se
basaba en versículos como los que siguen:
Isaías 57.15: (Es uno de los versículos más preciosos del Antiguo Testamento).
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo
nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el
quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los
humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”
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Isaías 66.1-2:
“Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies;
¿dónde esta la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi
reposo?
Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice
Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que
tiembla a mi palabra.
Por otro lado la Palabra también declara: “Dios resiste a los soberbios, y da
gracia a los humildes” (Santiago 4.6; 1 Pedro 5.5b).
Quizás no haya pecado más sutil, y a la vez más afín a nuestra naturaleza
humana que el orgullo. Es muy fácil envanecernos aun sin darnos cuenta.
- Con cuanta facilidad criticamos al ausente. Sin decirlo estamos dando a
entender que yo no soy como esa persona a la que estoy criticando.
- Qué fácil es ser sabios en nuestra propia opinión.
- Cuán rápidamente nos vuelven a surgir celos, ambiciones personales,
envidias, ¿qué son? sino orgullo.
- El sentirnos importantes; el esperar reconocimiento, el desear ser elogiados
públicamente, el querer ocupar los primeros lugares.
El orgullo es algo innato en nosotros. Es herencia de Adán. La humildad es la
primera virtud que debemos procurar y aprender. Es la primera de las
bienaventuranzas que Jesús enseñó: “Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5. 3).
El Señor no nos condena por ser orgullosos, él nos llama a humillarnos, a
aprender de él. Jesús dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón…” (Mateo 11.29).
La humildad no se aprende de una sola vez, sino cada día, en cada
situación o circunstancia, en cada relación, en cada nuevo escenario. Los
actores van cambiando cada día, y a cada momento. En cada nuevo
momento debemos humillarnos otra vez, y otra vez, y otra vez.
El problema no es el otro; soy yo. No puedo manejar el corazón del otro, sino
solo el mío. Ante mi esposa/o, ante mis hijos, ante mis compañeros de
ministerio, ante el mayor que yo, ante el par, ante el menor. Ante el bueno,
ante el malo; ante el que me elogia, ante el que me desprecia, ante el que
maldice, ante el que me bendice, debemos humillarnos. No nos humillamos
ante los hombres, sino ante Dios. No buscamos agradar a los hombres, sino a
Dios. Dios da gracia a los humildes.
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Debemos humillarnos ante la adversidad, y declarar que todo está bien (no
con los labios sino con el corazón). Debemos humillarnos más aún ante la
prosperidad, ante el éxito, y atribuirle en nuestro corazón toda la gloria a
Dios.
Hay un lugar donde debemos cultivar la humildad, es ante el trono de Dios.
En el lugar santísimo. En el lugar secreto, vaciarnos de toda pretensión, de
todo reclamo, de toda vanagloria. Humillarnos, humillarnos y humillarnos.
Reconocer que toda gloria, honra, sabiduría, victoria, riquezas, son de él, por
él, y para él. Vaciarnos, vaciarnos y vaciarnos. Besar el suelo, besar el polvo,
y reconocer que solo somos polvo de la tierra, y que todo, absolutamente
todo es por su gracia. Gracia pura, gracia de Dios. Y allí, y recién así, Dios nos
da su gracia. Y de su plenitud, tomamos todos, gracia sobre gracia. Amén.
4. CUIDEMOS NUESTROS CORAZÓN DE RAÍCES DE AMARGURA
Hebreos 12.15
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios;
que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe,
y por ella muchos sean contaminados”.
El tema aquí es la raíz de amargura
“Mirad bien” en griego es “episkopeo”. Tiene la misma raíz que “epíscopo”
(obispo). Significa vigilar, supervisar, cuidar bien.
“alguno”. Es algo personal, de cada uno.
“deje de alcanzar la gracia de Dios”. Es algo serio, puede ser grave, un
estorbo por el que dejemos de alcanzar la gracia de Dios.
“brotando” = aflore, retoñe, rebrote…
“por ella muchos sean contaminados”. Aunque en principio es algo
personal, luego contamina a otros en la comunidad.
Si no se lo arranca completamente esa raíz de amargura, persistirá y
crecerá.
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¿Cómo descubrir si tenemos alguna raíz de amargura en nuestro corazón?
El Salmo 16.11, dice: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay
plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”
El diagnóstico:
En una ocasión descubrí que no tenía esa plenitud de gozo, esa delicia
permanente en su presencia.
Pedí al Señor insistentemente que examinara mi corazón. Y él me mostró que
tenía raíces de amargura en mi corazón, por causa de situaciones
conocidas por todos nosotros.
El tratamiento:
Pregunté al Señor: ¿Cómo se arrancan esas raíces de amargura?
- No juzgar a la personas, ni juzgar las intenciones de ellos; ambas cosas
le corresponden solo a Dios.
- Nosotros solo podemos juzgar las acciones pecaminosas de las
personas y/ o sus errores doctrinales.
- No hablar mal de esas personas. En el lugar apropiado, y con las
personas apropiadas, si fuese necesario, podemos hablar de sus
errores doctrinales.
- Confesar el pecado de haber juzgado a las personas y sus intenciones.
- Pedir perdón a Dios.
- Pedir a Dios su trato profundo en nuestro corazón hasta que tengamos
el testimonio de Espíritu que Dios limpió nuestro corazón de toda raíz
de amargura. (En mi caso, me llevó casi una semana de trabajo
profundo de Dios en mi corazón).
- Amar a esas personas. Decidir respetarlas, y asumir las diferencias que
podamos tener. Orar por ellos y bendecirlos.
- Mantener la comunión cuando no hay pecado personal que
reprocharles.
- Velar siempre sobre nuestro corazón, no permitiendo que rebrote
ninguna raíz de amargura.
¡Abrámonos a Dios! con las palabras del salmista: (Salmo 139.23-24)
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce mis pensamientos;
y ve si hay en mí camino de perversidad,
y guíame en el camino eterno.
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