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Jorge Himitian
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PEDIR Y DAR
Nos dirigimos a Dios para pedir o para dar.
1. Dentro del “pedir” se encuentran: el pedir perdón por nuestros pecados,
la confesión, las peticiones específicas, la intercesión, el ruego, el
clamor y otras formas de interceder.
2. Y dentro del “dar”: agradecerle, alabarlo, amarlo y entregarle nuestra
vida en adoración. Por lo tanto, la adoración se encuentra dentro del
dar.
¿ES MÁS IMPORTANTE PEDIR O DAR?
Quizás no sea muy correcta esta pregunta porque todo tiene su
importancia según el momento. Sin embargo, conceptualmente, podemos
afirmar que es más importante dar que pedir, porque las Escrituras dicen
que es mejor dar que recibir, y además Dios está en el centro y no el
hombre.
Generalmente pedimos por necesidades personales, familiares,
congregacionales, por alguien que está enfermo, por la salvación de un
conocido y por otros motivos. Pedimos a Dios por los hombres. Sin
embargo, Dios es más importante que nosotros.
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Entonces, si tuviéramos que darle una mayor jerarquía a alguna, debería
ser al “dar” (aunque ambas son correctas y deben estar presentes en
nuestra expresión hacia Dios).
DAR
Dentro del “dar” hay cuatro expresiones que quisiera señalar:
1. La primera, comenzando por lo más simple y básico, es “darle gracias”.
Es el punto de partida de nuestro acercamiento a Dios. Debe ser la
expresión de un sentimiento interior. A Dios le agrada que en nuestro
corazón haya sentimientos profundos de gratitud. En Romanos 1, Pablo
señala que la corrupción vino a los hombres porque no le dieron gracias
a Dios (ver vv.18-20). V. 21: “Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron
en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”.
Ante un Dios Creador tan bondadoso y grande, que nos colma de sus
beneficios solo por gracia, no hay una correspondencia de parte de
nosotros; no somos agradecidos.
La Biblia dice que debemos “dar gracias siempre y por todo”.
Generalmente, lo hacemos cuando obtenemos algún beneficio. Sin
embargo, dar gracias debe ser una actitud constante hacia Dios, como
un río que no se detiene. No se trata de estar las 24 horas del día
diciéndole: “Gracias, Señor”, pero ese sentimiento debe dominar
nuestro corazón en todo momento. La gratitud es una actitud.
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Según su etimología, la palabra “gracias” proviene de “gracia”, y
significa que no merecemos lo que recibimos. Todo nos fue dado por
gracia. De tal manera que reconocemos que Dios está presente en
cada instante de nuestra vida.
Cuando le damos gracias a Dios no lo hacemos mecánicamente, sino
que brota de nuestro corazón: “Gracias por todos los dones recibidos,
por los talentos, por la vida, por la salud, por la inteligencia, por la
belleza, por el perdón de los pecados, por la salvación”. Damos gracias
a Dios por su don inefable.
Es interesante destacar en este punto que no se trata solamente de
darle gracias, sino que es una “acción de gracias”. Le estamos dando
algo a Dios, algo sale de nosotros, estamos haciendo algo, por eso se
trata de una acción. No solo se lo decimos sino que estamos actuando,
obrando.
2. La segunda expresión es la alabanza.
“Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con
alabanza; alabadle, bendecid su nombre” (Salmos 100.4).
Según este pasaje, hay tres razones específicas por las que debemos
alabar Señor: porque él es bueno, porque para siempre es su
misericordia y porque su verdad es por todas las generaciones.
Alabar es reconocer las virtudes de alguien (sus aptitudes). Por ejemplo,
cuando decimos que tal persona toca muy bien el piano o canta muy
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bien lo estamos alabando, estamos reconociendo una aptitud o una
virtud que tiene.
Y, así como podemos alabar a las personas, también podemos alabar a
Dios. Él es digno de suprema alabanza, de toda nuestra alabanza.
Cuando nos preguntamos: “¿Qué virtudes tiene Dios?”, comienza a fluir
en nuestro corazón el río del Espíritu, porque sus virtudes son insondables,
no se pueden medir. Pensar en Dios y en sus virtudes es interminable.
Dentro de la alabanza, existen dos expresiones muy frecuentes que son
sinónimas:
La primera es “bendecir”, que significa decir bien, hablar bien de una
persona. Tiene el mismo significado que alabar. Proviene del término
griego eulogeo, de donde viene la palabra “elogio” o “elogiar”. Por lo
tanto, cuando bendecimos a Dios lo estamos elogiando. No solo le
decimos: “Señor, te bendigo”, sino: “… por tal y tal motivo”.
La otra expresión bíblica paralela a alabar y bendecir es “confesar su
nombre”. Dios tiene muchos nombres, cada uno de los cuales revela su
ser, sus atributos, sus virtudes. De tal manera que Dios tiene tantos
atributos y virtudes como nombres, y viceversa. Por ejemplo: un atributo
de Dios es la santidad; ¿cómo es su nombre? Santo. Dios es justo, por lo
tanto su nombre es Justo. Dios es todopoderoso, su nombre es
Todopoderoso. Dios es omnipotente, su nombre es Omnipotente. Dios es
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amor, su nombre es Amor. Y así podríamos seguir enumerando todas las
virtudes y atributos de Dios (Clemente, Paciente, Misericordioso).
Moisés le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—YO SOY —le respondió él.
—¿Cómo “yo soy”?
—Yo soy el que soy, mi nombre es lo que yo soy.
De tal manera que no se llama simplemente “Yo soy”, sino que tiene
una esencia gloriosa, revelada; su nombre indica lo que él es.
Todos los atributos de Dios constituyen sus nombres. Por eso las
canciones que cantamos están llenas de ellos (“Padre del cielo, te
adoramos...”; “Al único que es digno de recibir...”; “Padre eterno”; “Dios
fuerte”; “Rey de los siglos”; “Invisible”; “Inmortal”; y podríamos seguir
infinitamente). Es un río interminable de nombres y expresiones
maravillosas.
Cantar de los Cantares dice: “Tu nombre es como ungüento
derramado”, porque cuando lo pronunciamos con esa convicción se
derrama el aceite de la unción.
Los nombres de Dios revelan la naturaleza de su ser, su esencia.
Entonces, alabar, bendecir, invocar y confesar su nombre significan lo
mismo.
Cuando David edificó el tabernáculo y puso el arca en medio,
estableció sacerdotes por turno para que las 24 horas estuvieran
alabando y confesando su nombre.
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No nos alcanzará la eternidad para expresar todo lo que Dios es.
Es importante que ampliemos nuestra visión. Alabar no es meramente
cantar o decir frases que contienen los nombres de Dios, sino mucho
más.
3. La tercera expresión es el amor.
Primero le damos gracias, después lo alabamos y luego lo amamos.
Vamos in crescendo.
Dios nos creó por amor. Él quiso que fuéramos sus hijos; nos predestinó
para él, en amor. Nos amó y por eso nos creó.
Y anhela que le correspondamos. “Corresponder” significa “responder
igualmente”.
Es imposible explicar cómo y cuánto nos ama el Señor. En su Palabra
dice:
• “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31.3).
• “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo… en
amor” (Efesios 1.4-5a).
• “Que seáis plenamente capaces de comprender con todos los
santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y
de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”
(Efesios 3.18-19).
Es imposible siquiera imaginar cuánto nos ama el Señor.
Y el clímax de toda expresión bíblica se encuentra en las palabras de
Jesús cuando le dice al Padre: “los has amado a ellos como también a
mí me has amado” (Juan 17.23). ¡Qué el Padre nos ame a nosotros del
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mismo modo que a Jesús es para volvernos locos! ¡Es la noticia más
tremenda y el evangelio más grande que podamos escuchar jamás!
Dios nos ha amado y nos ama con la totalidad de su ser, con la plenitud
de su capacidad. Y eso es mucho decir, porque la capacidad de Dios
es insondable. Nos ama con toda la fuerza de la que él es capaz, con
todo su afecto, con todos sus sentimientos, con toda su voluntad.
¿Y que espera de nosotros? Lo mismo.
Por eso el mandamiento principal es: “Amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas” (Marcos 12.30). Eso significa que debemos amarlo con todo
nuestro afecto, con todos nuestros sentimientos, con toda nuestra
voluntad, con toda nuestra imaginación, con todas nuestras ganas y
con todo nuestro ser; porque a Dios solo le satisface el amor
correspondido. Y, como vimos, corresponder significa “responder
igualmente”.
¿Podemos imaginar lo que significa darle a Dios nuestro amor total,
intenso, pleno, al rojo vivo, con todas las fibras y células de nuestro ser,
amándolo intensamente y enamorándonos completamente de él?
Un canción que compuso Dany Baker dice: “Con todas mis fuerzas, con
todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser yo te amo, Señor.
No hay nada en el mundo que valga más de lo que tú vales para mí. Yo
te amo, Señor, más que a todo lo demás”.
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4. El último punto —el clímax— del dar es la adoración.
En ella se encuentra el nivel máximo de nuestra relación con Dios.
Noten que nosotros podemos y debemos amar a Dios y a los hombres.
El segundo mandamiento es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Podemos y debemos alabar a Dios y a los hombres; podemos y
debemos dar gracias a Dios y a los hombres. Pero cuando llegamos a la
adoración hay total exclusividad. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo
servirás” (Mateo 4.10).
La adoración es el punto máximo de nuestra relación con Dios. Es lo que
nos coloca en el lugar preciso frente a él: él es Dios y nosotros hombres.
Es el profundo reconocimiento de lo que Dios es.
¿QUÉ ES ADORAR?
Es una actitud de corazón, que se expresa hacia Dios en reverencia, amor,
entrega y rendición.
Veamos su significado etimológico. En hebreo es ïshtaawa, que significa
literalmente “postrarse”. Cada vez que en la Biblia dice “adoremos”, en
hebreo dice: “postrémonos”.
Como dice en Salmos: “Venid, postrémonos y adoremos”.
Si adorar es postrarse, entonces ¿qué significa postrarse? En el hebreo
significa “caer ante Dios”.
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En muchas religiones la gente se postra ante su dios, poniendo su rostro en
el suelo. Entonces, en el hebreo, “postrarse” significa: “Caigamos y
postrémonos delante de Dios”.
En el griego, “adorar” es: proskuneo, y agrega un concepto más al
significado anterior: “postrarse y besar”.
En el armenio, idioma muy antiguo que tiene raíces propias, “adorar” es:
ierguerbakel. Se trata de una palabra compuesta: ierguir = tierra, y bakel =
besar. Por lo cual, literalmente, significa: “besar la tierra”.
¿POR QUÉ POSTRARSE? ¿POR QUÉ HASTA LA TIERRA? ¿POR QUÉ BESARLA?
Ante la grandeza de Dios, para el que recibe una impresión real de su
presencia, es imposible no postrarse. Se produce un tremendo contraste
entre Dios y nosotros.
Se postra quien recibe un impacto de la grandeza de Dios en contraste
con la pequeñez del hombre.
¿Qué somos ante el Eterno, el Omnipotente, el Todopoderoso, el Creador
del cielo y la tierra? Tan pequeños, tan poca cosa.
Nos postramos ante el impacto que nos causa su santidad. Dios es Santo y
nosotros pecadores. Ante su santidad vemos nuestro pecado y nos
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postramos. Él es digno y nosotros indignos. Lo vemos a él Omnipotente y
nosotros tan frágiles, débiles, nada.
¿Por qué besar el suelo?
El beso es una antigua expresión que indica unidad.
Cuando un hermano en Cristo besa a otro con ósculo santo la simbología
esencialmente es: “soy uno contigo, somos hermanos”. Cuando el marido
besa a su esposa, ya en un sentido más completo y total, está expresando
lo que son: “una sola carne”, “somos uno”.
Cuando el adorador besa la tierra está identificándose con ella, y
diciéndole a Dios: “no soy nada, soy polvo”. Es el reconocimiento más
profundo y total de que no somos nada; solo polvo, tierra.
¿Quién nos dio la vida? Nosotros no creamos nada; todo vino de él. Él nos
dio la salud, la inteligencia, los dones, los talentos.
Nabucodonosor se envaneció, diciendo: “¿No es esta la gran Babilonia
que yo edifiqué con la fuerza de mi poder y para la gloria de mi
majestad?”. Se enorgulleció, y a Dios no le gustó. Enseguida ordenó que le
desconectaran un cablecito nomás, y se volvió loco. Y estuvo durante siete
años como una bestia en el campo.
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¡No somos nada sin Dios! La necedad más grande del hombre es
envanecerse, atribuirse alguna gloria o virtud. ¿Qué es el hombre para que
pueda envanecerse?
Adorar es besar la tierra y decir: “No soy nada, soy polvo. Y si tengo alguna
gracia, si hay alguna virtud en mí, todo es para expresar gloria a Dios”.
Esa actitud es la que Dios quiere ver en nosotros. Es la actitud que
debemos cultivar. Y comienza cuando estamos a solas en el cuarto,
cuando cerramos la puerta nos encontramos con Dios.
Allí el adorador encuentra el punto máximo, cuando postrado le da a Dios
toda la gloria. Un adorador es el que vacía sus bolsillos, da vuelta todos los
vasos que contienen elogios y alabanzas hacia él, y le da toda la gloria a
Dios. Se presenta ante Dios con un corazón contrito y roto.
La adoración es el punto máximo de nuestra relación con el Señor,
constituye la expresión más profunda de nuestra devoción a Dios. Al
contemplar su gloria quedamos admirados ante su majestuosa presencia.
Adoración significa darle a Dios toda la gloria.
En síntesis, dar a Dios abarca:
1. Acción de gracias (darle gracias).
2. Alabanza.
3. Amor.
4. Adoración (el clímax).
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En este tiempo Dios nos está llevando a una mayor profundidad en el
conocimiento de su persona, y será glorificado en medio de los pueblos.
¡Aleluya!
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