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Jorge Himitian
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EL ESPÍRITU DEL DISCIPULADOR
Introducción
En nuestra tarea de hacer discípulos es fundamental que velemos por
nuestro propio espíritu.
Proverbios 4.23 dice: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;
porque de él mana la vida”.
En 1 Timoteo 4.16 Pablo le dice a su discípulo: “Ten cuidado de ti mismo y
de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo
y a los que te oyeren”. También en 1 Timoteo 4.12, le recomienda que sea
ejemplo en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.
Con el correr del tiempo nos iremos dando cuenta de que la mayor
influencia que ejercemos sobre nuestros discípulos es nuestra manera de
ser, nuestro carácter, espíritu y conducta. Es por ello que, como obreros
del Señor, debemos velar sobre nosotros mismos.
Hay aspectos o áreas de nuestras vidas que ningún otro hermano conoce
tanto como nosotros mismos, por eso somos los principales responsables
de cuidarnos.
1. DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRAS INTENCIONES Y MOTIVACIONES
¿Cuál es nuestra motivación más profunda al hacer la obra de Dios?
¿Decae nuestro ánimo o nos molestamos cuando algún colega nos
aventaja en gracia y en frutos?
Tal vez cuando alguien nos elogia públicamente exteriorizamos modestia
con nuestras palabras y gestos pero, ¿qué sucede en nuestro interior?
Dios mira nuestro corazón y no nuestras exteriorizaciones. Cuando nuestra
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obra progresa más que la de los demás, ¿nos sentimos superiores?
¿Nuestros hermanos nos conocen como somos, o fingimos y procuramos
dar una mejor imagen de lo que en realidad somos?
Cada uno de nosotros necesita, con cierta frecuencia, hacer un
profundo examen de sus intenciones y motivaciones. Muchas veces
hallaremos en nuestro corazón una mezcla de motivaciones sanas y
carnales. Cada vez que tengamos conciencia de ello debemos
humillarnos delante del Señor, despojándonos de nuestro corazón
“perverso y engañoso”.
Necesitamos reafirmar una y otra vez que la gloria de Dios ha de ser
nuestra única intención, y que el amor al Señor será nuestra suprema
motivación al hacer la obra. Es muy importante que velemos sobre esta
área de nuestra vida.
2. DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRO EJERCICIO DE AUTORIDAD
Dios nos ha delegado autoridad para edificar a nuestros hermanos. Si no
ejercemos autoridad no podemos edificar la casa de Dios.
Sin embargo, debemos velar mucho sobre esta área porque el ejercicio
de autoridad entraña riesgos y peligros que debemos evitar.
Quisiera señalar algunos:
a) La ambición de poder: Este es una de los males más arraigados en la
naturaleza humana. Cuando notamos que los mandos responden (a
alguien le decimos “ven” y viene; a otro le decimos “ve” y va; a un
tercero le decimos “haz tal cosa” y la hace) es posible que sintamos
una satisfacción carnal. Ello puede llegar a pervertir nuestro corazón,
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haciendo uso de la autoridad para alimentar nuestro ego. Si
ejercemos autoridad debe ser únicamente para servir a los hermanos
(Mateo 20.25-28).
b) La autoridad despótica: ¡Cuánto daño hace ejercer autoridad sin
amor, gracia ni cariño! Ejercer autoridad no significa actuar y hablar
en un tono dictatorial y enérgico, sino mostrar al discípulo la voluntad
del Señor con amor y firmeza. Si bien en algunas ocasiones es
necesaria una reprensión, no puede ser ese el tono permanente en
nuestra relación con los discípulos (1 Tesalonicenses 2.7-8).
c) La falta de autoridad: Otro peligro es mantener una estructura
aparente de autoridad, sin ejercerla realmente. Ser demasiado blando
y condescendiente lleva a que la vida del discípulo no se desarrolle ni
crezca. La relación no es más que una buena amistad. No hay
instrucciones, mandatos claros, control ni dirección (2 Timoteo 4.2; Tito
2.15).
d) Pretender ser autoridad en todos los temas: No somos autoridad en
todas las materias. Debemos limitarnos a las áreas que nos competen.
Debemos saber decir “no sé”. En ciertas situaciones debemos derivarlo
a otra persona, y muchas otras veces consultar y asesorarnos en vez
de dar una respuesta apresurada.
e) Manejar vidas en vez de formarlas: El peón y el aprendiz están bajo
autoridad, sin embargo, luego de varios años el peón sigue siendo
peón y el aprendiz, oficial. Un discípulo es un aprendiz; debemos sobre
todo enseñarle y formarlo. Es fácil manejar una vida; la cuestión es
formarla. No le digas lo que él puede descubrir por sí mismo, no hagas
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lo que él puede hacer, delégale responsabilidades y dale campo
para que pueda experimentar.
f) Perpetuar una autoridad vertical innecesariamente: Nuestro objetivo es
que los discípulos crezcan y lleguen a la madurez. En la medida en
que eso ocurra la verticalidad debe ir declinando para dar lugar a la
mutualidad: “Someteos unos a otros…” (Ef. 5.21; 1 P. 5.5). No debemos
ser un tapón para nuestros discípulos, por el contrario debemos
animarlos a crecer aún más que nosotros mismos.
g) Ser “intocable”: Debemos recordar que sobre todo somos hermanos.
Cualquier discípulo debe tener libertad para amonestarnos cuando
vea algo mal en nuestra vida. Existen aquellos que nos cuestionan
porque tienen rebeldía en su corazón, pero también están los que
alguna vez nos cuestionan porque tienen más vida propia e
inquietudes legítimas en su interior. No debemos resistir
sistemáticamente todo cuestionamiento, sino considerar
objetivamente el aporte de los hermanos que piensan diferente de
nosotros.
h) Tratar a todos de la misma manera: No podemos tratar a todos por
igual. No podemos discipular del mismo modo al joven que al
anciano. El trato debe ser acorde a cada persona.
En 1 Timoteo 5.1-2 Pablo le pide a Timoteo que su trato sea acorde a
cada persona. Sería perjudicial tener un método único y dar a todos el
mismo tratamiento. Aunque los principios y enseñanzas son los mismos
para todos, sin embargo, el trato debe ser acorde a la persona,
teniendo en cuenta su edad, sexo, personalidad, capacidad y otras
cuestiones.
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3. DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRO CARÁCTER Y CONDUCTA
A la larga transmitiremos a nuestros discípulos lo que somos. Al principio
podremos impresionarlos con buenas enseñanzas, pero con el correr del
tiempo trascenderá nuestro carácter y llegarán a conocernos
verdaderamente. Si en nuestras vidas hay fallas importantes de conducta
(sobre todo en nuestro hogar y en nuestro trato comercial), los discípulos
deducirán que, aunque seamos muy enfáticos al enseñar, en la vida
práctica se puede vivir mediocremente; y no seguirán nuestra enseñanza
sino nuestro ejemplo. Habrá quienes al conocernos más íntimamente se
escandalizarán y se alejarán, y otros sufrirán secretamente nuestro doblez.
Es por eso que Pablo le dice a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo….
Porque haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. Y da
instrucciones precisas acerca de los obispos (1 Timoteo 3:2-7; Tito 1:6-8).
4. DEBEMOS VELAR SOBRE NUESTRA CONCIENCIA
Vez tras vez Pablo exhorta a Timoteo a que mantenga una buena
conciencia delante de Dios (1 Timoteo 1:5,19; 3:9). Si tenemos pecados
ocultos en nuestras vidas estamos andando en tinieblas y fingiendo la fe.
Esta es un área que solo nosotros podemos conocer. Debemos velar para
que nuestra vida sea transparente delante de nuestros hermanos. Si
pecamos, no demoremos en confesarlo. A Dios lo ofende más nuestra
hipocresía que nuestro pecado.
Seamos íntegros, sinceros, hombres de verdad, humildes.
Si uno no se cuida de esto, ningún otro lo podrá cuidar; por lo tanto, “ten
cuidado de ti mismo”. Amén.
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