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SANTIDAD DE LA INMACULADA
E IMPECABILIDAD DE LA IGLESIA TERRENA
JOHANNES STÖHR
PALABRAS CLAVE: Mariología, Eclesiología.
RESUMEN: La Madre de Dios es un misterio vivo que palpita en el corazón de la
Iglesia. Es Ella quien inspira desde su interior nuestra fe, nuestro amor y nuestras
obras. María es arquetipo de la Iglesia misma. La Iglesia es immaculata ex maculatis,
inmaculada, pero compuesta por pecadores. Nuestra Señora es para ella, no sólo
prototipo y ejemplar actual, sino también imagen de su destino escatológico. La
indefectibilidad de la Iglesia no atañe únicamente a la Fe o la predicación de la
doctrina: es una propiedad esencial, que afecta también a su santidad. Está fuera de
lugar cualquier atribución de culpa colectiva a la Iglesia como conjunto, y esto a
pesar de los muchos pecados de sus miembros. Fijando nuestros ojos en la Virgen
Inmaculada, podemos amar sin reservas también a nuestra Iglesia, que es también
inmaculada aunque mientras camina en la tierra esté compuesta por pecadores.
THE IMMACULATE CONCEPTION’S HOLINESS AND
THE IMPECCABILITY OF THE EARTHLY CHURCH
KEY WORDS: Mariology, Ecclesiology.
SUMMARY: The Mother of God is a living mystery throbbing in the Heart of the
Church. She is the one who inspires, from within the Church, our Faith, our love, and
our works. Mary is the archetype of the Church itself. The Church is immaculate ex
maculatis, immaculate, but made up of sinners. Our Lady is for the Church not only its
prototype and its exemplar, but also the image of its eschatological destiny. The
indefectibility of the Church does not relate only to matters of Faith or the teaching of
doctrine: it is an essential property that concerns also its own sanctity. Any attribution of
guilt collectively ascribed to the Church as a whole would be out of place, in spite of the
many sins of Her members. Setting our eyes on the Immaculate Virgin we can also love
wholeheartedly our Church, which is also immaculate, even though made up of sinners
during its earthly pilgrimage.
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JOHANNES STÖHR
Introducción
San Agustín, el gran Padre de la Iglesia y pastor de almas, pudo un día
decir gozosamente a sus fieles en un sermón: “Oigo esta voz que sale de
vuestros corazones: la Iglesia es nuestra Madre”1. Como es de suponer,
estaba viendo en ellos actitudes de alegre acatamiento, dedicación gustosa
y entusiasmo. Por el contrario, actualmente se diría que, sobre todo en
nuestras latitudes, aquellas disposiciones aparecen entumecidas a menudo
por el viento gélido de las críticas.
¿Cómo es posible –se preguntan algunos– reconocer hoy la santidad de
la Iglesia, y amarla sin reservas, cuando somos testigos de tantas
deficiencias y aun pecados incluso entre los cristianos más influyentes?
Dejando aparte las posturas maliciosas de ataque que adoptan los ajenos a
la Iglesia, e igualmente ciertas personas y publicaciones periódicas
nominalmente cristianas, lo que más ha de preocuparnos es el hecho de que,
incluso por parte de quienes pertenecen a ella de modo radical, estemos
viendo en estos últimos años, y cada vez con más frecuencia, cómo la
santidad de la Iglesia es puesta en tela de juicio públicamente.
En la carta pastoral que publicó en 1999, con motivo de la Cuaresma, el
cardenal Georg Sterzinsky manifestaba lo siguiente: “Los padres del
Concilio han dicho que la Iglesia, ‘siendo santa, tiene a la vez necesidad de
una continua purificación’. Para cualquier cambio de rumbo en dirección a
Jesucristo se necesita conversión: porque sin penitencia no es posible
renovarse. Cuando se ha puesto de moda reconocer más o menos
públicamente culpabilidades, que por lo general se refieren a las culpas de
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Inmaculada Concepción. Juan Fernández Rodríguez.
Propiedad de la iglesia parroquial de santa María Magdalena. Tarazona (Zaragoza).
(AA.VV., Mater Purissima. La Inmaculada Concepción en el arte de la Diócesis de
Tarazona, ed. Diócesis de Tarazona, Zaragoza 2005, p. 133).
1. Audio vocem cordis vestri: mater ecclesia. Cfr. SAN AGUSTÍN, Sermón sobre las palabras del evangelio:
Ecce plus quam Jonas hic, n. 8 (Sancti Augustini Sermones post Maurinos reperti, Romae 1930,
163 (= Denis 25; PL 46, 940)).
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otros o de generaciones anteriores, conviene recordar que la verdadera
conversión de los cristianos implica examinar la conciencia y confesar
sinceramente los errores propios: desamor, egoísmo, empecinamiento en el
propio juicio, falsedad, y cualquier otra forma de conducta inspirada en la
tentación originaria de hacerse ‘como Dios’”.
Durante la época nacionalsocialista, el beato berlinés Dompropst
Lichtenberg se pronunció de continuo, y literalmente hasta la muerte,
contra los actos inhumanos, en que veía una consecuencia del olvido de
Dios. Durante sus años de servicio sacerdotal en Berlín, que superaron las
cuatro décadas, no dejó una sola semana de recibir el sacramento de la
Penitencia. Sabía muy bien, que sólo respondiendo a las palabras “Yo
confieso” puede ser pronunciada la fórmula de liberación “Yo te absuelvo”.
Todos cuantos le conocían han dado fe de que aquel hombre, para
testimoniar su fidelidad, sacaba fuerzas de su íntima unión con Jesucristo
en una intensa oración. Pero también es bueno para nosotros, que tanto nos
preocupamos de si “caemos” bien o mal a otros por nuestra condición de
cristianos, recordar que, además de los nazis, algunos cristianos católicos
consideraban a Dompropst Lichtenberg como persona un tanto desfasada.
Se ha repetido hasta hoy lo que, al tomar en sus brazos al Niño Jesús y
reconocerle como el Salvador prometido, profetizó el anciano Simeón en el
Templo: “Éste está puesto como signo de contradicción”. Quien es de
Jesucristo, y lo demuestra en la práctica, sabe bien que sigue las pisadas de
Aquél que, además de sufrir contradicciones, hubo de soportar burlas y
escarnios, y fue llevado a la cruz y silenciado con el asentimiento de una
opinión pública tan fácilmente manipulable como cualquier otra.
Son conocidas las posiciones diversas desde las que la Iglesia es
duramente impugnada. Unos ataques vienen de la manía crítica patológica
de quienes desean recibir plácemes de los indiferentes o liberales. Otros
nacen del afán con que algunos pretenden justificarse tras haber
abandonado la Iglesia. También los hay por parte de sabiondos profesores
infatuados y celosos de su independencia. No faltan los engendrados por
ciertos círculos modernistas. No son menos ásperos los que provienen del
integrismo fanático de otros. Tanto el explicable gozo de vivir dentro de la
Iglesia, como el avanzar a su lado con optimismo, han sido sustituidos en
algunos por visiones unilaterales de crítica negativa.
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Desde la perspectiva teológica, sería poco pertinente, limitarnos ahora a
repetir estadísticas y análisis de las diversas actitudes. Baste una remisión a los
estudios que han sido dedicados a este tema en revistas teológicas2. Sin
embargo, es oportuno llamar la atención sobre el hecho de que apenas ha
recibido atención el tema de las relaciones entre la santidad de la Iglesia y la
impecabilidad absoluta de la Madre de Dios. Tal es precisamente nuestro tema.
Fundamentos teológicos
También la santidad y la virginidad de la Madre de Dios han sido
cuestionadas, en repetidas ocasiones, desde diversos puntos de vista. Por
ello no debe asombrarnos que se hayan expresado dudas análogas respecto a
la Iglesia, que ha sido constituida según el modelo de María. Frente a esas
dudas, la Teología y la espiritualidad se han atenido siempre al seguro
fundamento de la fe de la Iglesia. En ese fundamento es donde se
encuentran criterios fiables para resolver las cuestiones de mayor dificultad.
Eclesiología y Mariología
Mientras vivió sobre la tierra, Jesucristo “no deslumbró” a las gentes del
entorno con el esplendor de Su santidad. Análogamente, la cooperación de
María con el Hijo y la participación en Sus dolores quedaron en un segundo
plano. De ahí que la santidad de la Iglesia deba ser entendida en relación
de semejanza con la de Jesús y María en Nazaret. En gran medida,
permanece todavía encubierta, por lo cual solamente con los ojos de la fe se
le puede vislumbrar, y con frecuencia no es fácil distinguirla de los valores
meramente naturales que hay en la misma Iglesia.
2. M. BRECHT, “Ecclesia semper purificanda. Die Sündigkeit der Kirche als Thema des II.
Vatikanischen Konzils”, Catholica 49 (1995), 218-237, 239-260; R. HAUBST, “Was bleibt
von dem Erbsünde”? Zur aktuellen Diskussion um “Ursünde” und “allgemeine
Sündigkeit” bzw. “Mitsündigkeit”, TrThZ 83 (1974), 214-231; K. RAHNER, “Sündige
Kirche nach den Dekreten des II. Vatikanischen Konzils”, Schriften zur Theologie 6,
Einsiedeln, 1965, pp. 321-347; J. STÖHR, “Heilige Kirche - sündige Kirche?”, Münchener
Theologische Zeitschrift 18 (1967), 119-142; I. SZABÓ, “Die Kirche - sündig und gerecht
zugleich? Einige Bemerkungen zur Problematik der Übertragung einer Form der
Rechtsfertigungslehre auf die Ekklesiologie”, Evangelische Theologie 55 (1995), 256-260.
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Si a esto se añade que las críticas van dirigidas muchas veces, no contra
las deficiencias de quienes la componemos, sino contra la Iglesia en sí, es
indispensable ponderar en toda su trascendencia los criterios distintivos
rigurosamente teológicos. En este sentido, nuestra tesis es la siguiente: que
sólo es posible amar a la Iglesia con plena entrega, sin reserva ni restricción
alguna, si se la reconoce como “ecclesia sine macula et ruga”, Iglesia sin
mancha ni arruga (Ef 5, 25 y s.), o sea, como Iglesia libre de pecado,
infiriendo esta condición de la de María, virginal Madre de Dios y antítesis
personal por excelencia del pecado.
Para nosotros no es la Madre de Dios un simple objeto lejano, un mero
“punto” de la Fe, ni un horizonte místico para la contemplación, sino un
misterio vivo que palpita en el corazón de la Iglesia. Por tanto, es Ella
quien inspira desde su interior nuestra fe, nuestro amor y nuestras obras.
María es titulada por la Iglesia paradigma o modelo de nuestra fe y
nuestra plena unión con Cristo. En consecuencia, es arquetipo de la
Iglesia misma.
Como ha explicado el Concilio con renovada claridad, la Mariología está
ensamblada íntimamente con la Eclesiología3. Ya en los escritos de los
Padres de la Iglesia no es fácil determinar si están pensados en términos
eclesiológicos o mariológicos. Así, a propósito de la mujer encinta de que
habla el Apocalipsis (12, 1 y ss.), viene siendo frecuente interpretar el texto
como referido a María. Es, pues, palmariamente claro que se hace alusión a
la Iglesia, o por lo menos también a ella.
Famosa es la siguiente frase de san Ireneo († hacia el 202): “Ubi enim
ecclesia, ibi et Spiritus Dei; et ubi Spiritus Dei, illic ecclesia et omnis gratia”4,
donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu
de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. De aquí se sigue indudablemente,
que la Iglesia también puede vivir en sus hijos pecadores, en tanto en
cuanto en ellos esté vivo el Espíritu de Dios.
Y se deduce igualmente la radical oposición que hay entre la Iglesia y el
pecado como tal. Según san Cipriano, la Iglesia es casta esposa de Jesucristo,
3. Cfr. especialmente CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, nn. 63-65.
4. SAN IRENEO, Adversus Haereses 3, 24, 1 (Rouet de Journel 226; PG, 7, 966).
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que se mantiene inquebrantablemente pura y fiel5 aunque los hombres
malvados intenten corromperla6. También san Ireneo precisa, que “María se
manifestó proféticamente cuando dijo: ‘Mi alma engrandece al Señor’”, y
san Efrén el Sirio nos dice: “María es el modelo de la Iglesia, pues Ella fue
quien recibió las primicias del Evangelio. Pronunció su fiat en nombre de
la Iglesia, y en nombre de la Iglesia contempló al Resucitado”.
En el mismo sentido explica san Ambrosio: “María fue siempre virgen
aun estando desposada, pues en Ella está el modelo de la Iglesia, que
también es esposa incólume. La Iglesia es immaculata ex maculatis,
inmaculada, pero compuesta por pecadores”7. Idea predilecta de san
Agustín es enlazar entre sí la virginal maternidad mariana y la importancia
universal de María y de la Iglesia para la Salvación. También encontramos
otros muchos paralelismos análogos en los comentarios medievales al
Cantar de los Cantares8.
En síntesis, la doctrina es ésta: que al ir desarrollándose plenamente la
gracia de Jesucristo, ello sucede de modo personalísimo en María, y de
modo colectivo en la Iglesia. De aquí que la Mariología y le Eclesiología
estén fundadas en el mismo misterio, pero considerado en su doble
realización personal-excepcional y colectiva-universal9. Sin embargo, esta
división de perspectivas no es más que relativa, por cuanto María es, no sólo
parte de la misma Iglesia, sino como su hogar más íntimo, hacia el cual ella
camina de continuo. Dicho de otro modo: María es la perfección de la
Iglesia ya plenamente consumada. El Concilio Vaticano II declara
explícitamente que la Iglesia tiende a una perfección que ya se ha hecho
realidad en María10. Como la Iglesia, considerada en su totalidad, aún no ha
5. “Adulterari non potest sponsa Christi, incorrupta est et pudica, unam domum novit, unius cubiculi
sanctitatem casto pudore custodit”. Cfr. SAN CIPRIANO, De unitate ecclesiae, c. 6 (CSEL, II, 2,
p. 214, 17; PL 4, 518-519).
6. SAN CIPRIANO, Epistola 43, 4 (CSEL III, 2 p. 593,23); Epistola 73 n. 11 (CSEL III, 2
p. 786, 14).
7. SAN AMBROSIO, In Lucam 1, 17 (PL 15, 1540-1541).
8. Cfr. H. RIEDLINGER, Die Makellosigkeit der Kirche in den lateinischen Hoheliedkommentaren des
Mittelalters, Münster 1958.
9. Cfr. Ch. JOURNET, L’Église du Verbe incarné II, 397, 440, 453.
10. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, nn. 65 y 68.
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llegado a la plenitud que ya se da en la persona de María, Nuestra Señora
es para ella, no sólo prototipo y ejemplar actual, sino también imagen de su
destino escatológico.
Enseñanzas del Magisterio
El Magisterio de la Iglesia ha afirmado la santidad de la Iglesia, tanto en
declaraciones conciliares como en escritos de los Romanos Pontífices. Del
VI Concilio de Toledo (a. 638) es la siguiente formulación: “Creemos
también que la Iglesia católica, sin mancha ni arruga en la fe, es su cuerpo,
y que poseerá el reino con Jesucristo, su cabeza omnipotente”11. También el
Concilio XVI de Toledo (a. 693) confirma esa misma integridad de la
Iglesia caminante cuando dice: “la cual, ni tiene arruga en su fe, ni tiene la
característica de algo manchado, destaca en cosas insignes, brilla por sus
virtudes, y resplandece adornada con los dones del Espíritu Santo”12. Y en
la epístola que dirige a los búlgaros en el 867, el Papa NICOLÁS I afirma
categóricamente: “Por lo tanto, nosotros, queriendo que nuestra Iglesia
subsista, como siempre, sin mancha alguna...”13.
Ya en el siglo XX, PÍO XII enseña en el mismo sentido que los actos
pecaminosos de sus miembros no pueden ser imputados a la Iglesia como tal:
“Ciertamente, esta santa Madre brilla sin ninguna mancha en los sacramentos
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Inmaculada Concepción. Anónimo.
Propiedad de la iglesia parroquial de san Juan Bautista. Tierga.
(AA.VV., Mater Purissima. La Inmaculada Concepción en el arte de la Diócesis
de Tarazona, ed. Diócesis de Tarazona, Zaragoza 2005, p. 137).
11. Ecclesiam quoque catholicam credimus sine macula et absque ruga in fide corpus eius esse, regnumque
habituram cum capite suo omnipotente Christo Iesu (CONCILIO TOLETANO VI [6-I-638], De
Trinitate et de Filio Dei Redemptore incarnato: Cfr. DENZINGER-SCHONMETZER, Enchiridion
Symbolorum et Declarationum, n. 493).
12. ...quae neque in fide habet rugam neque maculosi perfert operis notam, insignibus pollet, virtutibus
claruit, sanctique Spiritus donis referta coruscat (CONCILIO TOLETANO XVI [2-V-693]: Cfr.
DENZINGER-SCHONMETZER, n. 493).
13. Unde nos ecclesiam nostram sine omni volentes macula sicut semper subsistere... (NICOLÁS I, Epístola
100, 23-X-867. Monumenta Germaniae historica, Epistolae, Bd. VI, 602; JAFFÉ I, 341).
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con lo que engendra y alimenta a sus hijos; en la fe que en todo tiempo
conserva incontaminada; en las leyes santísimas con las que a todos manda, y
en los consejos evangélicos con los que amonesta, y, finalmente en los
celestiales dones y carismas, inagotable en su fecundidad da a luz incontables
ejércitos de mártires, vírgenes y confesores. Y no se le puede imputar a ella si
alguno de sus miembros yacen postrados, enfermos o heridos, en cuyo
nombre pide ella a Dios todos los días: ‘Perdónanos nuestras deudas’ y a cuyo
cuidado corporal se aplica sin descanso con ánimo maternal y esforzado”14.
Resuena en estas palabras aquella exhortación de san Agustín: “Ahora os
exhorto a que dejéis de una vez de maldecir a la iglesia católica vituperando
las costumbres de los hombres que ella misma condena y a los que se
esfuerza por corregir como a malos hijos15”.
En el primer documento del II Concilio Vaticano, la Constitución sobre
la Sagrada Liturgia, se dice respecto a María, que la Iglesia “admira y ensalza
en Ella el fruto más excelente de la Redención. La Iglesia ve en Ella con gozo,
como en una imagen perfectísima, lo que desea y espera para sí misma como
totalidad”16. Y en la Constitución sobre la Iglesia leemos: “Así como la
Madre de Jesús, que reina ya en el Cielo en cuerpo y alma, es imagen y
principio de la plenitud a que la Iglesia llegará en el mundo futuro, también
ahora sobre la tierra, y hasta el día de la venida del Señor, brilla como señal
de consuelo y esperanza para el Pueblo de Dios en su andadura”17.
Respecto a la Iglesia en camino, el primer capítulo de la constitución
dogmática Lumen gentium la describe del siguiente modo con apoyo en los
textos de la Sagrada Escritura: “Esposa inmaculada del Cordero inmaculado
(Ap 19, 7; 2, 9; 22, 17), a la que Cristo amó y se entregó por ella para
14. Utique absque ulla labe refulget pia Mater in sacramentis, quibus filios procreat et alit; in fide, quam
nulla non tempore intaminatam, servat; in legibus sanctissimis, quibus omnes iubet, consiliisque evangelicis
quibus admonet; in coelestis denique donis et charismatis, per quae innumera parit, ineshausta sua
fecunditate (cfr. Conc. Vat. I, De fide catholica, cap. 3) martyrum, virginum, confessorumque agmina.
Attamen eidem vitio verti nequit, si quaedam membra vel infirma vel saucia languescant, quorum nomine
cotidie ipsa Deum deprecatur “dimitte nobis debita nostra”, quorumque spirituali curae, nulia interposita
mora, materno fortique animo incumbit (PÍO XII, Enc. Mystici corporis, (29-VI-1943), n. 30.
15. Nunc vos illud admoneo, ut aliquando ecclesiae catholicae maledicere desinatis, vituperando mores
hominum, quos et ipsa condemnat, et quos cotidie tamquam malos filios corrigere studet: SAN
AGUSTÍN, De moribus ecclesiae catholicae, I, c. 33: PL 32, 1342, n. 76.
16. CONCILIO VATICANO II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 103.
17. Idem, Const. Lumen gentium, n. 69.
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santificarla, (Ef 5, 26), la unió consigo con alianza indisoluble y sin cesar la
alimenta y abriga (Ef 5, 29), y a la que, limpia de toda mancha, quiso ver
unida a sí y sujeta por el amor y la fidelidad (Ef 5, 24)”18.
Es de notar aquí el uso de los verbos en tiempo pretérito, para dar a
entender que no se alude sólo a una mera esperanza19. En diversos pasajes de
este Documento conciliar la Iglesia es calificada, conforme al Credo, como
ecclesia sancta, gens sancta y sacerdotium sanctum20, iglesia santa, gente santa,
sacerdocio santo. Como declara el Concilio, creemos que nuestra Iglesia es
ya indeleblemente santa, pero que su santidad habrá de llegar aún a la
perfección21. Es indudable, pues, que no se alude sólo a la santidad de la
Iglesia considerada en su institución y su doctrina.
Entre los cristianos coexisten ciertamente, aunque de modo nada pacífico,
los pecados mortales y los veniales con la santidad de la Fe; pero ello sucede
sólo en tanto en cuanto la vida de Jesucristo, expresada en la Iglesia, no es
eficaz en ellos. De aquí que, para evitar malentendimientos, convenga no
decir “pecados en la Iglesia”, sino “pecadores dentro de la Iglesia”, pues esto
es lo teológicamente riguroso22. Esta expresión es la que corresponde a los
términos empleados por los textos conciliares, a los cuales no se incorporaron
locuciones del P. Ives Congar como ésta: “Santidad y pecado en la Iglesia”.
Pero sigamos considerando la Iglesia desde la perspectiva de Nuestra Señora.
En María se condensa en cierto modo la gracia de toda la Iglesia. Cuando
dio su “Sí” en la Anunciación, no habló sólo en nombre propio, sino a la vez
en el de una totalidad, y por esto se pudo realizar en Ella, mientras estaba en
este mundo, lo que la Iglesia espera llegar a ser en el más allá. En Ella se nos
manifiesta, de modo personal, concreto y vivo, lo que llamamos Iglesia. Si no
la viésemos así, la reduciríamos a mero símil, a personificación difícilmente
inteligible, o a simple concepto abstracto. Debemos, pues, orientarnos de
continuo por la figura de María para entender mejor la esencia y los atributos
de la Iglesia.
18. Idem, n. 6.
19. Cfr. también, por ejemplo, la antífona del Benedictus para la fiesta de la Epifanía: “Hoy la
Iglesia se ha unido a su esposo celestial, porque Jesucristo lavó sus pecados en el Jordán”.
20. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, nn. 5, 8-10, 26, 32, 39, etc.
21. Idem, n. 48 y ss.
22. Cfr. Ch. JOURNET, L’Église du Verbe incarné II, 903, nt. 4.
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María es por tanto, repitámoslo, tanto arquetipo y paradigma de la
Iglesia presente, como su anticipada plenitud escatológica23. En cierto
modo, como dice san Ambrosio24, Ella contiene a la Iglesia en sí misma. Por
esto se la llama también vicaria ecclesiae25 pues manifiesta el ser de la Iglesia
en tan alto grado, que san Ivo de Chartres pudo acuñar esta sencilla
fórmula: “Como María es, así es también la Iglesia”26.
Esta idea de que la Iglesia es tal como es María, se declara en el II
Concilio Vaticano con apoyo en muchos y conocidos textos de los Padres de
la Iglesia27. El mismo Concilio reconoce clara e inequívocamente a la Iglesia
la condición de virgo, por cuanto la virginidad es expresión del poder de
redimir mediante una victoria frente al pecado28. Con un solo pecado se
perdería más o menos la pureza de su alma. Pero la virginitas atañe
igualmente a la dimensión física y perceptible de la Iglesia, es decir, a lo
visible de su figura. De aquí se infiere lógicamente una réplica enérgica
frente a la tesis de que también la Iglesia es pecadora en su “corporeidad
exógena”.
23. Cfr. Lumen gentium, n. 63. R. GARRIGOU-LAGRANGE, La sainteté de l’Eglise. Apologétique,
Paris 21948, 623 ss; idem, De revelatione per ecclesiam catholicam proposita, II, Rom.-Paris
5
1950, pp. 264-290; O. SEMMELROTH, Urbild der Kirche, Würzburg 1950; K. DELAHAYE,
Maria, Typus Ecclesiae, Alma Socia Christi V/1 (Rom 1952), pp. 25-45; M. PEINADOR, “El
problema de Maria y la Iglesia”, Eph Mar 10 (1960), pp. 162-194; H. LENNERZ, “MariaEcclesia”, Greg 35 (1954), pp. 90-98; H. COATHELEM, Le parallelisme entre la Sainte Vierge
et l’Eglise dans la tradition latine jusqu’à la fin du XIIe siècle, Rom 1954 (Analecta
Gregoriana 74); H. BARRÉ, “Marie et l’Eglise du Vénérable Bède à saint Albert le Grand”,
Etudes Mariales 9 (1951), pp. 59-143; J. BEUMER, “Die marianische Deutung des Hohen
Liedes in der Frühscholastik”, ZkTh 76 (1954), pp. 411-439; M. TAJO, “Il Cantico dei
Cantici in S. Agostino: II. Le note della Chiesa”, Historica (Reggio Calabria) 12 (1959),
pp. 158-166; H. DE LUBAC, Betrachtung über die Kirche, Graz 1954, 233 ss.; A. M. HENRY,
“La sainte Vierge figure de l’Eglise”, Cahiers de la vie spirituelle 1946; J. GALLOT SJ, “Maria,
Typus und Urbild der Kirche”, De Ecclesia, hrsg. von G. BARAÚNA, Bd. II, Freiburg 1966,
pp. 477-492.
24. “Figuram in se sanctae Eclesiae demonstrat”, muestra en sí misma la figura de la Iglesia
(SAN AMBROSIO, In Lucam 2, n. 7: PL 15, 1555 A); Cfr. también SAN AGUSTÍN, De symbolo
ad cat. c. I: PL 40, 661.
25. Cfr. M. BÉLANGER OMI, “De Maria Ecclesiae vicaria”, Maria et Ecclesia II, Roma 1959
(Acta Congressus Marilogici-Mariani in civitate Lourdes 1958 celebrati), pp. 101-107.
26. S. IVO DE CHARTRES, De nativitate Domini: PL 163, 570 C.
27. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 63.
28. Idem, n. 64.
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Ciertamente, la santidad de la Iglesia no ha llegado a su consumación en
este mundo, ni se impone con manifestaciones espectaculares. En gran
medida permanece invisible, y fluye sobre todo en el secreto contacto de las
almas con Dios. Aunque indudablemente ha sido la santidad en todo
tiempo el criterio que permite reconocer la verdadera Iglesia, incluso por
parte de los no creyentes, únicamente a sus fieles es dado vislumbrar algo
de sus enteras riquezas, algo de la “plenitud de Cristo”. Sería triunfalismo
la postura de quienes presumiesen de que la Iglesia tiene ya escalados
visiblemente los tramos principales de la santidad. ¿Acaso podemos ignorar
la gran distancia que media entre la santidad en sí de la Iglesia y sus
modestas expresiones prácticas? Las palabras, las obras y el estilo de vida de
sus miembros pueden incluso dar lugar a que se desconozca la presencia del
espíritu de santidad.
Incluso en lo que tiene de visible, la Iglesia no puede ser todavía
percibida claramente según su forma esencial. Pese a cuantas encuestas de
opinión se hagan, y cuantas estadísticas puedan presentarse acerca de las
grandes o pequeñas diversidades entre unos componentes de la Iglesia y
otros, nunca se podrá determinar con precisión en qué consisten la fe y los
actos de la Iglesia: porque muchos de nuestros pensamientos y obras nacen
de fuentes muy distintas de nuestra condición eclesial. Incluso el arrogante
lema de los que dicen “somos Iglesia”, presupone que tal declaración o
cualquier otra semejante provienen de dicha condición, y no, digamos, del
viejo Adán. Adolecen de una visión empírico-materialista quienes piensan
que, para reconocer a fondo la santidad de la Iglesia, se necesita percibirla
y observarla con seguridad mediante la experiencia. En realidad, incluso lo
que tiene de invisible la santidad de la Iglesia, y no podemos alcanzar por
experiencia, es ya una realidad actual, no mero anuncio y promesa de algo
futuro.
Conclusión
Las promesas de Dios nunca fallarán, y que por esta razón la Iglesia,
superando todas las pruebas con la fuerza que recibe de la gracia divina,
jamás dejará de ser la Esposa digna de su Señor. Mantendrá siempre, con
absoluta seguridad, esa “perfecta fidelidad” proclamada por el Concilio
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Vaticano II29. Así como son muchos, entre sus miembros, los que
ininterrumpidamente reciben la “gracia de la perseverancia”, tampoco a ella
como totalidad podrá faltarle. Los decretos conciliares no dejan espacio
alguno para dudar de que la Iglesia visible, considerada en su total unidad,
es en todo momento santa, incluso en el sentido de la santidad moral.
Como afirma el mismo Concilio, “la Iglesia... irá siempre adelante,
asemejándose a su excelso modelo, en la Fe, la Esperanza y la Caridad, para
lo cual indagará y cumplirá en todo la divina Voluntad”30. Su indefectibilidad
no atañe únicamente a la Fe o la predicación de la doctrina: es una
propiedad esencial que la divina gracia le confirió. Por tanto, está fuera de
lugar cualquier atribución de culpa colectiva o pecabilidad a la Iglesia como
conjunto, y esto a pesar los muchos pecados de sus miembros. He aquí por
qué, fijando nuestros ojos en la Virgen Inmaculada, María nuestra Madre,
podemos amar siempre sin reservas también a nuestra Iglesia.
“¡Santa, Santa, Santa!, nos atrevemos a cantar a la Iglesia, evocando el
himno en honor de la Trinidad Beatísima. Tú eres Santa, Iglesia, Madre
mía, porque te fundó el Hijo de Dios, Santo: eres Santa, porque así lo
dispuso el Padre, fuente de toda santidad; eres Santa, porque te asiste el
Espíritu Santo, que mora en el alma de los fieles, para ir reuniendo a los
hijos del Padre, que habitarán en el Iglesia del Cielo, la Jerusalén eterna”31.
Johannes STÖHR
KÖLN
29. Idem, nn. 6, 65, 9.
30. Idem, n. 65.
31. Lealtad a la Iglesia, 25.
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