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PRESENCIA DE MARÍA EN EL CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
JESÚS ORTIZ LÓPEZ
Palabras clave: mariología, Catecismo de la Iglesia.
Resumen: el misterio de la Madre de Dios ocupa un lugar importante en
el contenido del Catecismo de la Iglesia Católica. Para su estudio, aparte
de hacer constar el abundante número de menciones concretas de María, se
organiza en tres núcleos temáticos dentro de su articulado: dos en la primera
parte y uno en la cuarta. El primero está en la exposición de la doctrina sobre
la Persona divina de Jesucristo, que lleva hasta la Redención. El segundo
se refiere a la aceptación por parte de la Virgen María del mensaje de san
Gabriel, cuando comienza a ser Madre de Cristo e inicia el camino que
desemboca en ser Madre de la Iglesia. Y el tercero presenta a María en el
camino de la oración y la mediación, pues alaba a Dios por las maravillas que
ha hecho en Ella, y a la vez presenta su intercesión escuchando las súplicas de
sus hijos en sus necesidades.
THE PRESENCE OF MARY IN THE
CATECHISM OF THE CATHOLIC CHURCH
KEY WORDS: mariology, Catechism of the Church.
SUMMARY: the mystery of the Mother of God occupies an important position in the
Catechism of the Catholic Church. One manifestation of this is the many references
made to Mary throughout the Catechism. This piece revolves around consideration of
three themes that appear in the Articles, two in the first part and one in the fourth.
The first of these themes is the explanation of the doctrine of the divine person of Jesus
up to the Redemption. The second is the acceptance by the Blessed Virgin of the message
of the Archangel Gabriel; this being the point when she becomes Christ’s mother, which
eventually leads her to become the Mother of the Church. The third deals with Mary
from the perspectives of prayer and mediation. She praised God for the wonderful things
He had accomplished in her. At the same time, it presents her as intercessor when her
children approach her with their needs.
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JESÚS ORTIZ LÓPEZ
El Catecismo de la Iglesia Católica es una exposición orgánica y sistemática
de las verdades de la fe cristiana, enraizada en la Tradición viva de la Iglesia, tanto
de Occidente como de Oriente, y aplicada a nuestro tiempo1. Al inicio del tercer
milenio, la Iglesia ofrece este texto de referencia para la exposición y aplicación
de la fe cristiana. El Catecismo es hoy un instrumento de primer orden en la
nueva evangelización propuesta por la Iglesia con el Siervo de Dios Juan Pablo II
y ahora con Benedicto XVI, en aplicación del Concilio Vaticano II. Por ello, el
Catecismo inspira el quehacer teológico básico, es referencia para la enseñanza
académica de la religión católica, y criterio para los subsidia empleados, tanto en
la catequesis de iniciación cristiana como en las diversas catequesis de adultos.
La presencia de María en el actual Catecismo de la Iglesia Católica es
muy amplia como lo muestran las cerca de 150 veces que es mencionado
el nombre “María”. Desde el principio al fin, este nombre está unido a la
realización del plan salvífico de Dios para toda la humanidad2.
En este estudio nos limitamos a señalar que el nombre de “María” está
presente en determinados números del Catecismo, que podemos agrupar
en tres núcleos sobre las principales verdades de fe sobre la Santísima
Virgen, que llevan a un mejor entendimiento de Jesucristo y de la Iglesia,
donde actúa el Espíritu Santo. En el primero vemos a María como “Madre
de Jesucristo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”; el segundo
presenta a “María como Madre de Cristo y Madre de la Iglesia”; y en el
tercero “María es la criatura orante y modelo de oración para los hombres”3.
1. Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva edición conforme al texto latino oficial de 1997. Asociación
de Editores del Catecismo. Citaremos CCE a pie de página y sólo el número en el texto.
2. No hace falta detenerse en otras menciones como “la Virgen” o “la Madre de Jesús” porque
suelen estar en los mismos números en que se habla de “María”, que son mucho más
frecuentes y sistemáticos (Cfr. n. 494). Y sobre todo porque el nombre de “María” está
diseminado en los temas capitales de la acción salvífica Trinitaria en la historia humana. Por
eso, al buscar el término “María” en el Catecismo solemos encontrar también a “la Virgen”
y a “la Madre de Jesús”. Sabemos que la estadística en sí misma no es criterio principal para
la relevancia de las verdades de la fe pero, tratándose del actual Catecismo como expresión
ordenada de la fe, entonces esa densidad de referencias a María ayuda a comprender mejor
su vocación y misión como Madre del Verbo encarnado y como Madre de la Iglesia.
3. Corresponden, respectivamente a: Primera parte, capítulo 2, párrafo 2; también la Primera
parte, capítulo 3, párrafo 6; y Cuarta parte, capítulo 3, artículo 2. Decíamos que nuestro
estudio se ha centrado en la voz “María” del Catecismo, un análisis distinto y complementario
al del Índice analítico del Catecismo en la edición utilizada, que incluye entre otras voces: el
culto a María; la Iglesia y María; María en la Economía de la Salvación; María como ejemplo;
y títulos de María. Pero diseminados y sin constituir un cuerpo de mariología.
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Aunque la Virgen María aparece en muchos capítulos y artículos, no
hay ningún apartado dedicado expresamente a María, a modo de síntesis
de la mariología, pues los redactores del Catecismo han preferido seguir
el planteamiento del Vaticano II, que renunció a dedicar un documento
específico a la Santísima Virgen, optando por situar a María en el capítulo
octavo de la Constitución Lumen Gentium, sobre la Iglesia4.
Introducción
Al cumplirse en 1985 el vigésimo aniversario de la Clausura del Concilio,
Juan Pablo II convocó la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos
para dar gracias y promover el conocimiento y aplicación de las enseñanzas
conciliares. Como es sabido, los Padres sinodales expresaron el deseo de
“que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica
tanto sobre la fe como sobre la moral” (n. 1).
Al principio del Catecismo se publica la Constitución Apostólica Fidei
Depositum, con la que Juan Pablo II lo promulga y describe cómo se ha
distribuido la materia de manera orgánica y sistemática en cuatro grandes
partes, articuladas entre sí. A saber: “el misterio cristiano es el objeto de
la fe (primera parte); es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas
(segunda parte); está presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en
su obrar (tercera parte); es el fundamento de nuestra oración, cuya expresión
privilegiada es el “Padrenuestro”, que expresa el objeto de nuestra petición,
nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte)” (n. 3). Menciona
entonces a María al destacar la admirable unidad del misterio de Dios y su
designio de salvación, así como el lugar central de Jesucristo Hijo único de
Dios enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen
María por obra del Espíritu Santo para ser nuestro Salvador.
4. Las verdades sobre María como Madre de Jesucristo y como Modelo de oración en la Iglesia se
aprecian especialmente en dos números que contienen varias veces el nombre de María.
Uno es el nº 494 que trata de la Anunciación del Arcángel Gabriel a María, el comienzo
consciente de su vocación a la Maternidad divina y origen de todas las prerrogativas
marianas concedidas por la Trinidad Beatísima. El otro número, en que se repite hasta once
veces el dulce nombre es el nº 2.676, es un amplio comentario a la oración del “Avemaría”.
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Y termina esa Constitución invocando a la Santísima Virgen María,
Madre del Verbo encarnado y Madre en la Iglesia para que sostenga esa labor
catequética en todos los niveles, en una época que necesita un nuevo esfuerzo
de evangelización ad extra, haciéndose especialmente visible y atractiva en
los numerosos viajes del Papa Juan Pablo II por el mundo entero. Años más
tarde, en octubre de 2010, Benedicto XVI ha establecido la Congregación
para la Nueva Evangelización, a fin de impulsar el anuncio del Evangelio
en las circunstancias actuales y ante un mundo secularizado, que pide un
mayor esfuerzo de formación y de coherencia a los creyentes5. Si Juan Pablo II
promulgó el Catecismo, Benedicto XVI lo recomienda expresamente como
instrumento necesario para la Evangelización en los tiempos actuales.
1. Primer núcleo: María, Madre de Jesucristo, concebido del
Espíritu Santo
Pasamos ahora a describir con brevedad esos tres núcleos principales
en que el Catecismo de la Iglesia Católica nombra a santa María: A) El
primero expone la doctrina sobre la Persona divina de Jesucristo nacido de
santa María Virgen. Abunda en la explicación de la concepción por obra y
gracia del Espíritu Santo actuando en la historia al llegar la plenitud de los
tiempos establecida por el Padre. B) El segundo, con la aceptación por parte
de la Virgen María de la propuesta del Cielo, comienza a ser Madre de Cristo
e inicia el camino que desemboca en ser Madre de la Iglesia. C) El tercero presenta
a María en el camino de la oración, que engrandece a Dios por las maravillas
que ha hecho en su humilde esclava, y la Iglesia confía en su mediación
maternal que escucha las súplicas de sus hijos en sus necesidades. Los dos
5. Motu proprio Ubicumque et semper, L’Osservatore Romano, 21-IX-2010. Esa nueva
evangelización “se refiere sobre todo a las iglesias de antigua fundación, que viven
realidades bastante diferenciadas, a las que corresponden necesidades distintas, que esperan
impulsos de evangelización diferentes”. Junto a muchas realidades positivas, se dan en esas
sociedades procesos de secularización, un entramado eclesial más débil, o descristianización,
que necesitan un renovado primer anuncio del Evangelio. Propone como instrumentos la
utilización de las modernas formas de comunicación, y promover expresamente el uso del
Catecismo de la Iglesia Católica, por ser una formulación esencial y completa del contenido
de la fe para los hombres de nuestro tiempo.
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primeros núcleos corresponden a la Primera parte del Catecismo, donde
se hace un recorrido por las verdades de la fe contenidas en el Símbolo de
los Apóstoles o Credo, mientras que el tercero se halla en la cuarta parte,
dedicada a la vida en Cristo y a la oración.
a) Maternidad divina de María: Theotókos
De las cuatro partes del Catecismo de la Iglesia Católica la primera es la
más extensa, pues está dedicada a la exposición de los artículos del Credo.
Son el cimiento del edificio de la fe que revela quién es Dios, quién es el
hombre y cuál es su destino final como hijo de Dios. Incluye varios artículos
de la fe católica, desde el primero titulado “El hombre capaz de Dios” hasta
el duodécimo “Creo en la Vida eterna”. Como es sabido, cada una de las
partes del Catecismo está dividida en secciones y éstas en capítulos. Pues
bien, la exposición de la maternidad divina de María se sitúa en el capítulo
segundo de esta Primera parte sobre el artículo del Símbolo, “Creo en
Jesucristo, Hijo único de Dios”.
Verdadera maternidad de María
Éste es el marco real, histórico y mistérico en el que encontramos el
párrafo sobre Cristo “Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nacido
de santa María Virgen”, desarrollado entre los números 484 y 511. Dice
el primero: “La anunciación a María inaugura la plenitud de “los tiempos”
(Ga 4, 4), es decir el cumplimiento de las promesas y de los preparativos.
María es invitada a concebir a aquél en quien habitará “corporalmente la
plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). La respuesta divina a su “¿Cómo será
esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del
Espíritu: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1, 35)”6.
Este párrafo centrado ya directamente en la Virgen María manifiesta que
la fe católica acerca de María se funda en la fe en Jesucristo, pero lo que enseña
sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo. Así la Maternidad divina de
María es una joya doctrinal engarzada en su predestinación, su Concepción
6. Las perícopas del Nuevo Testamento citadas en los números del Catecismo quedan tal como
vienen en la edición mencionada. Para las referidas en el texto seguimos la edición de la
Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, de la Universidad de Navarra, Pamplona: Eunsa, 2004.
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Inmaculada y su perpetua Virginidad. La iniciativa es completamente de
Dios y se hace al modo divino, pues en ningún instante el Verbo ha dejado
de ser consustancial con su Padre en la divinidad, como afirma el Credo
Niceno-Constantinopolitano7.
En el párrafo anterior del Catecismo ha sido expuesta la fe en la
encarnación del Hijo de Dios como signo distintivo de la fe cristiana,
mostrando que Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser Dios
(n. 464), frente a las herejías y malas interpretaciones de los evangelios
como la herejía nestoriana (n. 466) y el monofisismo (n. 467).
La maternidad divina de María es un hecho real recibido desde el
principio con naturalidad por la fe cristiana. Después, esta maternidad
será objeto de profundización a raíz de las interpretaciones erróneas
causadas, como es sabido, por la deficiente interpretación del misterio
de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Nestorio niega esta
maternidad divina por no entender la verdadera humanidad de Cristo,
pues considera que no sería hombre completo y perfecto, dado que su
naturaleza divina ocuparía el lugar y las funciones del alma humana
racional. En consecuencia, la Virgen María no habría engendrado al
hombre Jesús sino que sería tan solo la portadora del Verbo “revestido”
de la condición humana. Basta recordar aquí que el Concilio de Nicea
movilizó a los obispos y canalizó el sentir popular proclamando con
solemnidad que la Virgen María no sólo es Chistotókos (la que ha
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Nuestra Señora del Rosario. Iglesia de Santa Quiteria. Alcázar de San Juan (Ciudad Real).
7. “Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a
un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la
humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y
cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según
la humanidad, ‘en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado’ (Hb 4, 15); nacido del
Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación,
nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún
modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una
de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona” (DS 301 - 302)
(Cfr. CCE, n. 467).
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engendrado a Cristo) sino Theotókos (la que ha engendrado a Dios). Sin
ello quedaría falseado el misterio de Jesucristo como verdadero Dios y
hombre perfecto, en la unidad sustancial de las dos naturalezas, la divina
y la humana8.
Esta exposición sigue el orden teológico del artículo de la fe sobre
Jesucristo, y es necesaria para explicar bien el misterio de la Maternidad
divina de María. A lo largo de la Antigua alianza, la misión de María fue
preparada por la misión de algunas santas mujeres como Ana, Débora, Rut,
Judit o Ester pues, contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era
tenido por impotente o débil para mostrar la fidelidad a su promesa y su
amor irrevocable9.
Inmaculada Concepción
El don inefable de ser Madre del Salvador viene precedido por la plenitud
de gracia otorgada únicamente a María, siendo Inmaculada desde la
concepción por parte de sus padres, llamados Joaquín y Ana en la Tradición
cristiana10. Es un privilegio del que la Iglesia ha tomado más conciencia
a lo largo de los siglos hasta desembocar en la proclamación solemne del
dogma de la Inmaculada Concepción por el Papa Pío IX en 1854: “...la
bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de
pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia
y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo
Salvador del género humano (DS 2.803)” (n. 491)11. Y esta santidad
verdaderamente singular le viene toda de Cristo pues Dios ha redimido
a María de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo
8. Cfr. DzH, 252-263. H. Denzinger - P. Hünermann, El Magisterio de la Iglesia. Enchiridion
symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum. Barcelona-Friburgo-Roma,
1967; ed. Española, El magisterio de la Iglesia, Herder: Barcelona, 1999, 1ª ed, 3ª reimpresión.
Cfr. Símbolo Quicumque, DzH, nn. 75-76.
9. Y así, como dice Lumen Gentium, María “sobresale entre los humildes y los pobres del Señor,
que esperan de Él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija
de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo
plan de salvación” (LG 55) n. 489). Cfr. C. Pozo, María en la obra de la salvación, Madrid:
BAC, 1990, cap. 4.
10. Cfr. C. Pozo, María en la obra de la salvación, cap. 8.
11. Cfr. DzH, 2.803-2.804.
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(Cfr. LG, 53, n. 492), como manifiestan las palabras inspiradas de Pablo,
pues Dios la ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo para ser
santa e inmaculada en su presencia, en el amor12. Esta misma fe une a
Oriente cuando llama a la Madre de Dios, “la toda santa” (Panagia) (n. 493),
y a Occidente que afirma también que, por gracia de Dios y correspondencia
singular, “María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de
toda su vida” (n. 493).
Anunciación a María
El centro del diálogo entre el arcángel Gabriel y la Virgen María se
encuentra en su respuesta “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38): “Así,
dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de
Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que
ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona
y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia
de Dios, al Misterio de la Redención (Cfr. LG 56)” (n. 494). Por eso se
complace el Catecismo en recordar con el Vaticano II que no pocos Padres
antiguos coincidieron en afirmar que “‘el nudo de la desobediencia de Eva
lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe
lo desató la Virgen María por su fe’. Comparándola con Eva, llaman a María
‘Madre de los vivientes’ y afirman con mayor frecuencia: ‘la muerte vino por
Eva, la vida por María’” (ibidem).
El realismo de la fe en la maternidad divina de María no deja lugar
a dudas cuando es reconocida en los Evangelios como “la Madre de
Jesús”13, pero principalmente cuando la Iglesia descubre que “aquél que
ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho
verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del
Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que
María es verdaderamente Madre de Dios (‘Theotókos’)”14.
12. Cfr. Ef 1,4. Aunque las palabras de Efesios están en plural, pues parecen referirse en primer
lugar a Israel, se aplican a los discípulos de Cristo que forman en la Iglesia el nuevo Pueblo
de Dios, y se atribuyen a María como typus de esta Iglesia.
13. Cfr. Jn 2,1; 179,25; Lc 1,43, etc.
14. Cfr. DS 251, n. 495.
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Virginidad perpetua de María
Virgen y Madre a la vez proclama la fe cristiana sobre María mostrada en las
declaraciones del Magisterio, las reflexiones de la teología y también la predicación
de los santos. Así san Ignacio de Antioquía, en el siglo II escribe a la Iglesia
de Esmirna: “‘Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es
verdaderamente de la raza de David según la carne (Cfr. Rm 1,3), Hijo de Dios
según la voluntad y el poder de Dios (Cfr. Jn 1,13), nacido verdaderamente de una
virgen... Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato...
padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente’ (Smyrn. 1-2)”
(n. 496). A ella podemos añadir las múltiples manifestaciones de piedad popular
como expresan tantas obras de arte que representan a la Inmaculada Concepción15.
Es útil advertir, como hace el Catecismo siguiendo los relatos evangélicos, que
la fe en la perpetua virginidad de María no ha tenido su origen en la mitología
pagana ni en alguna adaptación de las ideas humanas, pero reconoce que el
sentido de este misterio no es accesible más que a la fe, que lo ve por el nexo
que reúne entre sí los misterios de la salvación en el Misterio de Cristo, desde su
Encarnación hasta la Pascua16. Muy oportunas son otras palabras de Ignacio de
Antioquía cuando dice que “el príncipe de este mundo ignoró la virginidad de
María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se
realizaron en el silencio de Dios” (Ef 19,1; Cfr. 1Co 2)” (n. 498).
15. Una de las primeras representaciones de la Inmaculada Concepción para el culto se debe al pintor
español José Ribera, realizada en 1635. Es un lienzo para la iglesia de la Purísima en Salamanca,
de la comunidad de RR. Agustinas, levantada por iniciativa de los Condes de Monterrey. Esta obra
de gran tamaño es el centro del espléndido retablo labrado en mármoles de gran calidad y como el
eje del templo. Dios Padre y el Espíritu Santo aparecen sobre ella rodeados de ángeles; la Virgen
María se levanta sobre la tierra acompañada de un coro de ángeles que presentan algunas de las
invocaciones y signos marianos. Sigue la visión del Apocalipsis, pues está vestida de túnica blanca y
manto azul con mucho movimiento; rodeada del sol que significa lo permanente, con doce estrellas
que representan al antiguo Pueblo de las doce tribus y al nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia fundada
por Jesucristo como único fundamento y desarrollada por los doce apóstoles como instrumentos
del Espíritu Santo; y tiene la luna a sus pies, es decir, lo variable y efímero creado para el gozo del
hombre y la gloria de Dios. Después, Bartolomé Esteban Murillo seguirá esta iconografía en varios
lienzos que han popularizado la fe en la Inmaculada Concepción, cuya fiesta celebramos cada año el
8 de diciembre, cuando faltan pocos días para el nacimiento del Niño Dios.
16. El Catecismo lo hace siguiendo tres apartados breves: la Virginidad de María; María
siempre virgen; y la Maternidad virginal de María en el designio de Dios (nn. 496-507).
Cfr. I. de la Potterie, María en el Misterio de la Alianza, Madrid: BAC, 1993. En el
capítulo III desarrolla la exégesis sobre virginidad de María, pp. 99-192.
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Como un eco de ese silencio de Dios se puede decir también que la
Virgen María es la mujer del silencio, por el recogimiento con que guarda
en su corazón los acontecimientos de la historia de la salvación: dice pocas
cosas y obra en plena subordinación al querer divino. En efecto, medita en
silencio el misterio insondable de la Encarnación del Hijo de Dios realizada
gracias a su simpar disponibilidad como sierva del Señor; medita en silencio
la humildad del Dios humanado que de ella nace en Belén de Judá; medita
en silencio la actitud de su Jesús cuando se pierde entre las caravanas y es
hallado en el Templo: es lo más natural que esté ocupado en las cosas de
su Padre Dios. Y María medita en silencio el crecer del Niño Dios durante
tantos años de vida en Nazaret, como uno más y sin prisa en desvelar a los
hombres su amor de Dios17. Más tarde María meditaría en silencio el sentido
redentor de la muerte ignominiosa de su Hijo en la Cruz. Finalmente, y sin
asomo de duda, María mantendrá unidos a los discípulos durante semanas,
en una suerte de silencio en espera de Cristo resucitado y del Espíritu Santo
enviado para extender el Evangelio de la Salvación al mundo entero. Así
los silencios de María vibrarán en la historia de los hombres sintonizando
con aquellos silencios de Dios y siendo modelo de esa soledad sonora que
procede de la Vida.
b) María en la vida de Jesucristo
Sin dejar este primer núcleo sobre la Maternidad divina de María, el
Catecismo menciona su nombre cuando trata los misterios de la vida de
Jesús, pues ella acompaña siempre a su Hijo con: el corazón en vela; una
fe que avanza en adhesión; una esperanza abandonada en la Providencia
divina; y una caridad cada vez más dilatada. El Catecismo se adentra así
en los misterios realizados en la historia por el Dios hecho hombre en las
entrañas virginales de santa María y afirma que “la Catequesis, según las
circunstancias, debe presentar toda la riqueza de los Misterios de Jesús.
Aquí basta indicar algunos elementos comunes a todos los Misterios de la
vida de Cristo (I), para esbozar a continuación los principales misterios de la
vida oculta (II) y pública (III) de Jesús” (n. 513).
17. Cfr. Lc 2,19 y 51.
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Infancia de Jesús
María está muy presente en los misterios de la infancia y de la vida
oculta de Jesús, destacando en el nacimiento cantado con singular belleza
por el kontakion de Romanos el Melódico recogido en el n. 525: “Hoy la
Virgen da a luz al Trascendente / Y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible.
/ Los ángeles y los pastores le alaban. / Los magos avanzan con la estrella.
/ Porque ha nacido para nosotros, / Niño pequeñito, el Dios eterno”. Sin
detenernos en otros momentos de la infancia, María está en la presentación
de Jesús en el Templo, que representa también el Encuentro de Israel con su
salvador en las figuras de Simeón y Ana. Jesús es reconocido como Mesías
esperado, luz de las naciones, gloria de Israel, pero también como signo de
contradicción: “La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación,
perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado
‘ante todos los pueblos’” (n. 529).
Ya en Nazaret, el Catecismo subraya la obediencia de Jesús a José
y a María en lo cotidiano de la vida oculta, que inaugura la obra de la
restauración de lo que desobediencia de Adán había destruido. Nazaret es la
escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús, según exponía en su
viaje a la tierra de Jesús el Papa Pablo VI18.
También san Josemaría ha sido instrumento fiel para la difusión de
este mensaje evangélico concretado en la santificación del trabajo y de las
ocupaciones ordinarias del cristiano:
“Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que
la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un
sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades,
debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años
de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre
18. “‘Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio...
Una lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición
del espíritu admirable e inestimable... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe
lo que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado
e inviolable... Una lección de trabajo. Nazaret, oh casa del ‘Hijo del Carpintero’, aquí es
donde querríamos comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano...;
cómo querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo entero y enseñarles
su gran modelo, su hermano divino’ (Pablo VI, Discurso 5-I-1964, en Nazaret)” (n. 533).
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sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros
como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les
da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que
llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas
en los más diversos lugares del mundo.
Así vivió Jesús durante seis lustros: era fabri filius (Mt 13,55), el hijo
del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el
clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es éste?,
¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida
común del pueblo de su tierra. Era el faber, filius Mariae (Mc 6,3), el
carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención
del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas (Jn 12,32)”19.
Ministerio público
Como en el Evangelio, María desaparece también en los siguientes apartados
del Catecismo referidos al ministerio público, incluida la Cruz, donde podría
haberse hecho alguna referencia a la presencia maternal de María. Pero no lo
hace así, quizá para destacar que la Redención sólo la puede realizar el Dios
hecho hombre, Jesucristo Nuestro Señor. Sin embargo esa ausencia es sólo
formal porque el Catecismo nos invita a participar en el sacrificio de Cristo:
“Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que
son sus primeros beneficiarios (Cfr. Mc 10,39; Jn 21, 18-19; Col 1,24). Eso
lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie
al misterio de su sufrimiento redentor (Cfr. Lc 2, 35): “Fuera de la Cruz no
hay otra escala por donde subir al cielo” (Sta. Rosa de Lima, vida)” (n. 618)20.
c) María concibió por obra y gracia del Espíritu Santo
El capítulo tercero de esta primera parte lleva por título “Creo en el
Espíritu Santo” y aquí vuelve a aparecer la Virgen María: concibe a Cristo
del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su
19. San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa. Madrid: Rialp, 1988, 25ª ed., n. 14.
Cfr. Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer. Madrid: Rialp, 1988, 16ª ed., nn. 115-116.
20. Para la exégesis de Jn 19, 25-27, cfr. I. de la Potterie, María en el Misterio de la Alianza,
cap. VI.
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nacimiento (cfr. n. 695). La tercera Persona divina, el Espíritu de Cristo,
actúa en la plenitud de los tiempos, llenando al precursor Juan ya desde
el seno materno, cuando María visita a Isabel, que es una visita de Dios
a su pueblo, como señala el Catecismo (cfr. n. 717). Esa relación única
del Espíritu Santo con María llena los siguientes números del Catecismo
dedicados a exponer el contenido del anuncio “Alégrate, llena de gracia”
(nn. 721-726). Por primera vez en el designio de Salvación, y porque el
Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la morada donde su hijo y
el Espíritu Santo pueden habitar entre los hombres. Con razón María
es cantada y representada en la liturgia como el trono de la Sabiduría.
Las etapas, por así decir, de esta acción del Espíritu Santo se suceden con la
preparación de María con su gracia, concebida sin pecado, mucho después
realiza el designio benevolente del Padre y la Virgen concibe y da a luz al
Hijo de Dios: su virginidad se convierte en fecundidad única por el poder
del Espíritu y de la fe. Posteriormente el Espíritu Santo manifiesta al Hijo
del Padre hecho también hijo de María en la humildad de su carne dándolo
a conocer a los pobres (los pastores, cfr. Lc 2,15-19) y a las primicias de las
naciones (los Magos, cfr. Mt 2,11). Por fin, y por medio de María, el Espíritu
comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres: esos pastores,
los Magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
El Catecismo cierra este apartado viendo en María a la nueva Eva, Madre del
nuevo Pueblo de Dios (cfr. n. 726).
2. Segundo núcleo: María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia
Con la Persona del Espíritu Santo y su acción poderosa en Pentecostés,
el Catecismo se adentra en el artículo titulado “Creo en la santa Iglesia
Católica”. Tiene interés destacar la sistemática que sigue, pues no abre un
nuevo capítulo, como hace para Cristo y para el Espíritu Santo, sino sólo
un artículo. De este modo queda claro que la Iglesia es el medio, no un fin,
para aplicar en la historia la Salvación obrada por Jesucristo y el Espíritu
Santo. Con la intervención peculiar de María, Madre del nuevo Pueblo de
Página anterior
Nuestra Señora del Rosario. Chapinería (Madrid).
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Dios, creer en la Iglesia, santa Católica, Una y Apostólica, es inseparable
de la fe en Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo (cfr. n. 750). Siendo esta
Iglesia el misterio de unión de los hombres con Dios con una estructura
totalmente ordenada a la santidad, María señala a la Iglesia como la Esposa
sin tacha, arruga o cosa parecida (cfr. Ef 5,27). Por eso la dimensión mariana
de la Iglesia precede a su dimensión petrina, afirma el Catecismo citando el
número 48 de Lumen Gentium (cfr. n. 773). Una idea que el Catecismo repite
un poco más adelante explicando la nota de la santidad que caracteriza a la
Iglesia de Jesucristo (cfr. n. 829-867).
En realidad, el capítulo mariano de la Lumen Gentium lleva por título
“La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y
de la Iglesia”. El Catecismo lo simplifica aplicando a María directamente
el título de “Madre de la Iglesia”. No todos los padres conciliares estaban
plenamente de acuerdo con la literalidad de este título, porque consideraban
que podría interpretarse como limitación de la obra redentora obrada por
Jesucristo, y constituía una cierta novedad en la mariología. Pero era más
bien aparente ya que ese título es aplicación de la maternidad espiritual de
María, referida socialmente a toda la Iglesia. Por eso, en la clausura de la
tercera sesión, Pablo VI hizo solemne declaración de este título, matizando
el sentido de María, Madre de la Iglesia: “Declaramos a María Santísima
Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo cristiano, tanto de los fieles
como de los pastores, los cuales la llaman Madre amantísima; y ordenamos
que el pueblo cristiano desde ahora honre todavía más a la Madre de Dios
con este título suavísimo y le dirija sus plegarias”21.
a) Dimensión mariana de la Iglesia
Entramos en el tercer núcleo mariano, que es un párrafo amplio dedicado
explícitamente a “María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia”, para cerrar
así la exposición del misterio salvífico por medio de la Iglesia. El Catecismo
sigue el esquema de la Lumen Gentium, que acaba sus enseñanzas sobre la
naturaleza de la Iglesia con el capítulo VIII dedicado por entero a María
(cfr. LG, 52-29).
21. Cfr. Pablo VI, Alocución a los padres conciliares al concluir la tercera sesión del Concilio Vaticano II:
AAS 556 (1964), 1.015. Cfr. C. Pozo, María en la historia de la salvación, p. 59-64.
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El Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla este párrafo en tres
apartados equivalentes a los de Lumen Gentium: I. La Maternidad de María
respecto de la Iglesia, II. El Culto a la Santísima Virgen, y III. María, Icono
escatológico de la Iglesia. Estas verdades sobre María son expuestas en los
números comprendidos entre el 964 y el 975.
Madre de los miembros de Cristo
Para empezar, se subraya que el papel de María en relación a la Iglesia es
inseparable de su unión con Cristo y deriva directamente de ella: “Se la reconoce
y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor (...) más aún, ‘es
verdaderamente la Madre de los miembros’ (de Cristo) porque colaboró con su
amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza”
(LG, 58). Unión que tiene una dimensión escatológica pues, con su Asunción a
los cielos, María sigue a Cristo en su Ascensión gloriosa como reditus al Padre,
teniendo así una participación singular en la Resurrección de su Hijo. Remite
al dogma de la Asunción proclamado en 1950 y presenta el siguiente Tropario
de la fiesta de la Dormición: “‘En tu parto has conservado la virginidad, en tu
dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido
con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones,
librarás nuestras almas de la muerte’ (Liturgia bizantina, Tropario de la fiesta
de la Dormición, 15 de agosto)” (n. 966). Su marcha al Cielo la muestra como
figura (typus) de la Iglesia en su dimensión escatológica pues desde allí sigue
ejercitando su maternidad espiritual en el orden de la gracia. Todo el número
969 es una cita de Lumen Gentium 62, advirtiendo una vez más que esa misión
maternal de María para con los hombres de ninguna manera hace sombra a la
única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia.
El culto a María
Invita el Catecismo a desarrollar el Culto a la Santísima Virgen, que viene
a ser un eco de aquellas palabras singularmente inspiradas: “Me llamarán
bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,48). La Iglesia venera a María
con un culto del todo singular, diferente esencialmente del que se da al
verbo encarnado, pero superior al culto otorgado a los ángeles y los santos22.
Encuentra su expresión en tantas fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de
22. Cfr. CCE, n. 1.172.
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Dios y en la oración mariana del santo Rosario. Precisamente Juan Pablo II
ha dejado una joya sobre esta devoción mariana desarrollando la idea de que
el Rosario es una síntesis de todo el Evangelio: “Para que pueda decirse que el
Rosario es más plenamente ‘compendio del Evangelio’, es conveniente pues,
que, tras haber recordado al encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios
de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de
dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación
se centre también en algunos momentos particularmente significativos de
la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios,
sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta
oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad
cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de
Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria”23.
Icono escatológico
El Catecismo designa a María también como “Icono escatológico de la
Iglesia”, pues contempla en ella el peregrinar de la Iglesia en la fe hasta la
consumación en la Gloria verdadera, y definitiva comunión de los santos
con ella y la Santísima Trinidad. En consonancia con la Lumen Gentium,
el Catecismo termina con el apartado sobre la Iglesia como instrumento
universal para extender la Redención en la historia de la humanidad. Enlaza
de este modo con el artículo sobre el perdón de los pecados y otros dos
dedicados a la Resurrección de la carne y a la Vida eterna, cerrando con ello
la exposición de la fe sobre el Símbolo apostólico. Aún mencionará tres veces
a María, la primera a la hora de muerte en la oración para encomendar el
alma; la segunda, al describir el Cielo como vida perfecta de comunión con la
Santísima Trinidad y con la Virgen María, los ángeles y los bienaventurados;
y la tercera, cuando hace un resumen de la vida gloriosa de las almas con
Jesús y María formando la Iglesia celestial24.
Página siguiente
Nuestra Señora del Rosario. Siglo XVII. Basílica de María. Salzburgo (Austria).
23. Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 16-X-2002, Madrid: Palabra,
2002, n. 19.
24. Cfr. Respectivamente, nn. 1.020, 1.024, y 1.053.
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b) María en la economía sacramental
Nos detenemos ahora para referir la presencia de María en la segunda
parte, dedicada a la celebración del misterio cristiano, y en la tercera sobre
la vida en Cristo o llamada a la santidad. Esta segunda parte aborda la
economía sacramental de la Iglesia, y en este contexto explica el sentido del
culto singular a la Virgen María mediante el conjunto de fiestas marianas
que jalonan el año litúrgico, desde la Concepción Inmaculada de María hasta
su Asunción a los Cielos, si seguimos un orden cronológico o biográfico.
En la Eucaristía y el Matrimonio
No podía faltar la referencia a María al exponer la fe de la Iglesia en el
sacramento de la Eucaristía, y precisamente al explicarlo como sacrificio
sacramental: acción de gracias, memorial y presencia real. Porque recuerda
que la Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la Santísima
Virgen María, al pie de la Cruz, unida a la ofrenda e intercesión de Cristo.
Así se ve la Iglesia en la celebración eucarística, y pone a María como modelo
de oferente con Cristo en adoración suprema a Dios. Si, como decíamos, el
Catecismo no menciona pero da por supuesto la presencia de María en el
momento histórico de la crucifixión, ahora sí aparece María ejercitando su
papel de medianera de todas las gracias, después de que Jesucristo haya
vuelto al Padre, porque ejerce en la historia el cuidado de sus hijos, en el
espacio y tiempo de la Eucaristía (cfr. nn. 1.370 y 1.419).
Cuando el Catecismo expone la doctrina sobre el sacramento del matrimonio
también mira a María pues Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada
Familia de José y María, basada en su verdadero matrimonio de amor, y la Iglesia
no aspira a otra cosa que a ser la familia de Dios (cfr. n. 1.655).
A partir de este momento, el Catecismo hace otras referencias breves a
María al hablar de algunos aspectos de la fe, como son las indulgencias por
los méritos de Cristo y de María, asociada singularmente a Él, así como los
de los santos (cfr. n. 1.477).
En el camino de la santidad
Situados ya en la tercera parte, el Catecismo trata de nuestra vocación
a la Bienaventuranza incoada en parte en la tierra, cuando el cristiano vive
las bienaventuranzas descubriendo en ellas el rostro de Cristo, pues en
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realidad describen su amor divino y humano por los hombres. Son promesas
paradójicas que anuncian la recompensa celestial y han sido inauguradas
en la vida del Virgen (cfr. n. 1.717). María aparece otra vez como figura e
impulso de santidad que hace de la vida del cristiano un culto espiritual,
como fue toda su vida. La actitud de adoración es parte primordial de la
virtud de la religión, fe, esperanza y caridad puestas en ejercicio, desde la
profunda percepción como criaturas de Dios según expresa María en el canto
del Magníficat (cfr. Lc 1, 46-49, n. 2.097).
3. Tercer núcleo: María, ruega por nosotros
El Catecismo dedica la cuarta parte a la oración cristiana como
llamada universal a la oración. En la plenitud de los tiempos Jesús ora
pues “El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme
a su corazón de hombre” (cfr. nn. 2.599, 2.606) y nos enseña a orar
(cfr. nn. 2.607-2.615). Primero es la oración al Padre, luego la oración
a Jesús, después la invocación al Espíritu Santo. Toda oración es diálogo
y comunión con las tres Personas divinas, el fin y la forma de la vida
cristiana que es trinitaria o no es cristiana. Es lógico que el siguiente
apartado haya sido titulado “En comunión con la santa Madre de
Dios”, pura transparencia de Cristo que muestra el camino (hodoghitria)
según la iconografía tradicional de oriente y occidente (cfr. n. 2.674).
Los innumerables himnos y antífonas marianas expresan ese movimiento
que engrandece al Señor por las maravillas que ha hecho en su humilde
esclava (cfr. Lc 1, 46-55), que también confían a María las súplicas y
alabanzas, ya que ella conoce ahora la humanidad que ha sido desposada
por el Hijo de Dios (cfr. n. 2.675).
Invocación a María
Los números siguientes explican ese doble movimiento de la oración que
engrandece a Dios y confía en su Madre, comentando aquí con cierto detalle
la oración del “Avemaría”, formando así uno de los núcleos del Catecismo
de la Iglesia Católica que menciona más veces el nombre de María (cfr. nn.
2.676-2.682).
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El Avemaría alterna la salutación del ángel Gabriel con la de Isabel “llena del
Espíritu Santo”, y apoyados en esas palabras inspiradas desde el Cielo, los hijos
de Dios podemos confiar a María todos nuestros cuidados y nuestras peticiones.
Reconociéndonos pecadores nos dirigimos a la Madre de misericordia, poniendo
en sus manos el hoy de nuestra vida y la hora de nuestra muerte, porque junto a
ella estaremos también cerca de Jesús, que nos comprende y acoge como Amigo
y Juez en la hora del dolor y del tránsito al Padre.
También se hace eco el Catecismo de la oración a María en oriente especialmente
en la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis, pero sin olvidar la misma
Tradición de apoyarse en la Madre orante desarrollada en las iglesias armenia,
copta y siriaca, con tantos himnos y cánticos populares a la Madre de Dios, como
son los himnos de san Efrén o de san Gregorio de Narek (cfr. n. 2.678). Cierra
este apartado diciendo que “María es la orante perfecta, figura de la Iglesia.
Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a
su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos
(cfr. Jn 19,27) a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes.
Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la
oración de María. Le está unida en la esperanza (cfr. LG 68-69)” (n. 2.679).
Mujer del Apocalipsis
La última referencia del Catecismo de la Iglesia Católica al nombre de
María está incluida en la explicación de la también última petición del
Padrenuestro, “líbranos del mal”, pues nadie como Ella, la Inmaculada, está
llena de gracia y alejada del pecado. El “príncipe de ese mundo”, vencido
por Cristo se lanza en persecución de la Mujer (cfr. Ap 12,13-16) pero no
consigue alcanzarla, pues la nueva Eva ha concebido una nueva humanidad
en Cristo, que el demonio no puede percibir con claridad. Se cierra así el
arco de la salvación como obra de Dios anunciado en el Protoevangelio:
“Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, él te herirá
en la cabeza, mientras tú le herirás en el talón” (Gn 3,15), y culminado en
la visión de la Mujer, María como typhus de la Iglesia: “Una gran señal
apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su
cabeza una corona de doce estrellas” (Ap 12,1)25.
25. Para la exégesis del pasaje, cfr. I. de la Potterie, María en el Misterio de la Alianza, cap. VII.
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Conclusión
Podemos resumir nuestro trabajo diciendo que la presencia de María
en el Catecismo de la Iglesia Católica es como una síntesis de mariología,
apoyada en la Tradición viva de la Iglesia actualizada en el capítulo VIII de
la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II. Sin embargo, no ha dedicado
una sección específica a exponer ordenadamente los temas principales de la
mariología actual, sino que la presencia de María está unida a la economía
de la salvación obrada por Cristo y el Espíritu Santo.
Como primera conclusión comprobamos que el conocimiento cabal de
Jesucristo pasa por la comprensión de la vocación de María a ser Madre
del Verbo encarnado. Quien rechaza o rebaja la maternidad divina de
María, Theotókos, no llega al verdadero Jesucristo, el Verbo encarnado en
y por María, que posee dos naturalezas completas y verdaderas, la divina
y la humana, en la unión personal o hipostática del Hijo Unigénito del
Padre. El error de Nestorio y del monofisismo, en sus diversas formas,
está referido con suficiente extensión y concreción en el Catecismo, en
unos números de letra pequeña por ser más explicativos. Y es conveniente
que sea así, aunque se trate de un Catecismo y no de un manual de
teología, pues su omisión podría restar fuerza a la exposición nuclear de
la fe católica. La primera parte trata la Maternidad divina de María al
exponer la fe en Jesucristo, Hijo único de Dios que nació de santa María
Virgen.
La segunda conclusión se refiere al modo de presentar esa Maternidad
como obra del amor de Dios para la salvación de los hombres, concebido
por obra y gracia del Espíritu Santo, el Amor Personal trinitario que
obra en María para que sea verdadera Madre de Dios, fecunda y siempre
Virgen. Y lo hace cuando expone la fe en el Espíritu Santo, como artículo
siguiente al dedicado a la fe en Jesucristo, de modo que María entronca en
esa misión conjunta del Hijo y del Espíritu. Sigue, por tanto, la verdad
de la fe proclamada en el Símbolo apostólico, no sólo formalmente sino
esencialmente, en la hondura del misterio salvífico como obra de la
Trinidad.
La tercera conclusión es que el actual Catecismo reconoce la
Maternidad de María respecto de la Iglesia, pero sin entrar en los puntos
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debatidos durante el Concilio Vaticano II. Presentándola como Icono
escatológico, el Catecismo acoge el desarrollo de la teología mariana en
los últimos siglos hasta desembocar en el Vaticano II, que la proclama
Madre espiritual de los hijos de su Hijo, y su función en la economía
de la salvación. De ahí que dedique bastantes números seguidos o
entrelazados a esta vocación de la Santísima Virgen en la historia y en la
consumación de la Bienaventuranza.
Una cuarta conclusión se refiere a la presencia de María en la tercera
parte del Catecismo, que es reducida pero esencial. Puesto que trata
de la fe celebrada en la liturgia y sacramentos, es lógico que exponga la
doctrina católica sobre su eficacia salvadora unida expresamente a la
Muerte y Resurrección de Jesucristo. Subraya así que la salvación es obra
del Verbo encarnado, como único Mediador para toda la humanidad y para
todos los tiempos. El mysterium fidei es signo rememorativo de la Pasión
de Cristo, signo manifestativo de la gracia, y anuncio de la gloria futura,
según la conocida expresión de Tomás de Aquino26. Pero es natural que
María aparezca en el sacramento de la Eucaristía, porque está presente en el
Calvario ofreciendo al Padre su dolor de Madre unida plenamente al Hijo
que entrega su sangre en la Cruz, esa sangre que es la recibida de María y por
tanto también algo suyo. Sin embargo, el Catecismo no aplica el título de
corredentora a María, sintonizando con la mariología actual, para no dar pie
a ninguna interpretación sesgada sobre la Redención obrada solamente por
Jesucristo, que alcanza incluso a su Madre, al aplicársela con anticipación
desde su Concepción Inmaculada27.
Otra conclusión se refiere al cuidado que tiene el Catecismo para hablar
del culto a María Santísima pues, aunque sean tantas y tan extendidas las
devociones populares y las prerrogativas desarrolladas por la teología sobre
la Virgen María, no hay riesgo doctrinal de confundir dicho culto con algo
semejante a la adoración que se debe sólo a Dios. Este culto es explicado en
la primera parte, en cuanto María es Madre para la Iglesia, y también en la
cuarta al tratar sobre el primer mandamiento de la Ley de Dios: la adoración
a Dios Trino es diferente del culto tributado a la Santísima Virgen, aunque
26. Cfr. CCE, 1.130: santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 60, 3.
27. Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 6-VIII-2000.
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ciertamente está por encima de los ángeles y los santos. Esta sensibilidad
contribuye a deshacer algunos malentendidos con las Iglesia derivadas de
la reforma luterana, y está en sintonía con el movimiento ecuménico más
desarrollado en los últimos tiempos.
Una manifestación principal de este culto se expresa en el Catecismo
de la Iglesia Católica al exponer la doctrina sobre la oración que se
eleva a Dios Padre, en unión con su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu
Santo. Y por eso mismo también en comunión con la santa Madre de
Dios, transparencia de Jesucristo pues muestra el camino, Hodoghitria,
de la oración que llega hasta la Trinidad Santísima. Tenemos así un
núcleo importante del Catecismo dedicado a exponer el contenido de
la oración del Avemaría que tiene su centro en Jesús, y contiene el
movimiento de alabanza a Dios por las maravillas que ha hecho en
María, y otro impulso de súplica que confía en la Madre de Jesús que
obtuvo en Caná el primero de los signos del Señor. María intercede por
nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte: “Por eso, el
cántico de María (cfr. Lc 1, 46-55; el ‘Magníficat’ latino, el ‘Megalynei’
bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia,
cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción
de gracias por la Economía de la salvación, cántico de los ‘pobres’ cuya
esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a
nuestros padres ‘en favor de Abraham y su descendencia, para siempre’”
(n. 2.619).
En suma, la fe en Jesucristo pasa por el reconocimiento de la Maternidad
divina de María, preparada ab aeterno por la Santísima Trinidad como su
obra maestra. El culto a María redunda en la adoración al Verbo encarnado,
porque vemos la sintonía de dos corazones: el Corazón de la Virgen María
y el Corazón Sacratísimo de Jesús. De un modo magistral parece haber
sido representado en el cuadro de Velázquez titulado “La Coronación de la
Virgen”. La entonación roja que vira hacia el carmesí en los mantos y hacia
el morado en las túnicas del Padre y del Hijo, sugiere la sangre impulsada
por el Corazón de Jesús. Y la composición repetidamente triangular
parece ser una referencia a la forma del corazón, que señala delicadamente
la Virgen llevando su mano al pecho. Piensan algunos que quizá esta obra
maestra del genio sevillano se ha inspirado en la devoción al Corazón de
Jesús que se extendía por el continente desde comienzos del siglo XVII.
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Una obra de arte expresiva de la teología mariana que sabe de la unidad
de corazones entre María y Jesús, y facilita el verdadero culto a María, la
humilde sierva del Señor, que redunda siempre en la gloria de su divino
Hijo. Nada deben temer otras iglesias cristianas por el culto católico a
la Santísima Virgen. Y así comprobamos que el conocimiento de fe en
Jesucristo pasa por el conocimiento de María en su Maternidad divina,
como base de los demás dones que le han sido otorgados por la Trinidad
Santísima.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
(Ha sido profesor de Pedagogía Catequética
en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas)
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
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