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ECLESIOLOGÍA DEL CONCILIO VATICANO II
Presentar la eclesiología del concilio vaticano II no es tarea fácil. Durante estas casi cuatro décadas
que nos separan de dicho acontecimiento se ha escrito mucho sobre su reflexión eclesiológica. La
literatura es más bien abundante y, de algún modo, diversa . Casi siempre se encuentra un tono positivo
y agradecido por la influencia que el Concilio Vaticano II ha tenido en la reflexión sobre la Iglesia. En
esta línea, se pretende decir algo sobre la imagen de Iglesia que surge de la doctrina conciliar.
Es acertada la opinión del eclesiólogo A. Antón al señalar que para hacer un balance de la eclesiología
posconciliar hay que recoger los datos que llegan de un doble cauce: el doctrinal y el existencial . A
pesar de esta lúcida opinión, en este trabajo se renunciará a la exhaustividad en la presentación del tema
propuesto y al método propuesto por Antón y se intentará presentar tan sólo algunas líneas relevantes
de la eclesiología conciliar atendiendo a la doctrina propuesta en los documentos del Concilio.
Al abordar la reflexión eclesiológica del Concilio Vaticano II no se puede dejar de considerar que el
propósito del Concilio fue buscar una mayor fidelidad de la Iglesia a Cristo, fidelidad a su ser y a su
misión en el mundo. Esto se desprende de la misma doctrina conciliar . Es, pues, importante
comprender lo que la Iglesia, inspirada por el Espíritu, dice de sí misma y de su misión en el mundo,
sobre todo después de un evento eclesial como el Concilio Vaticano II que, sin duda alguna, ha
marcado un hito en la historia de la Iglesia y en la historia del dogma eclesiológico.
Hablando de la teología del Concilio, K. Rahner sostiene que «en el campo de la teología dogmática
verdadera y propia puso en el primer plano de la conciencia eclesial una serie de doctrinas que de por sí
no eran nuevas ni inauditas ni habían sido particularmente controvertidas, pero que antes no habían
sido expresadas con la claridad suficiente para hacerlas eficaces en la vida práctica de la Iglesia» . En
definitiva, nadie podrá negar que «el Vaticano II nos legó una eclesiología profundamente renovada»
tanto en el método cuanto en los contenidos, sobre todo poniendo a la luz verdades importantes algo
oscurecidas antes de dicho evento eclesial. Y esto no debe extrañar, pues como indica la Constitución
sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II:
La Iglesia, a través de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en
ella se cumplan las palabras de Dios . Una voz aún más autorizada puede ser oída para comprender lo
que el Concilio pretendió, sobre todo a nivel eclesiológico. Es la voz de Pablo VI, quien al término de
la tercera sesión dijo:
Ha sido estudiada y descrita la doctrina sobre la Iglesia; se ha cumplido así la obra doctrinal del
Concilio Ecuménico Vaticano I, ha sido explorado el misterio de la Iglesia y delineado el designio
divino de su fundamental constitución… Nada de la doctrina tradicional cambia. Lo que era,
permanece. Lo que la Iglesia por siglos ha enseñado, nosotros lo enseñamos igualmente. Solamente lo
que era simplemente vivido, ahora es expresado; lo que era incierto es clarificado; lo que era meditado,
discutido, y en parte controvertido, ahora llega a una serena formulación .
Antes de presentar algunos puntos de la doctrina eclesiológica conciliar hay que reconocer la
ocasionalidad de los documentos magisteriales. No obstante que el Magisterio quiera, como lo hace el
Vaticano II, proponer una doctrina sistemática, hay que tomar en consideración el contexto en el que la
propuesta magisterial se desarrolla. Ningún documento pretende ser absoluto y cerrado en sí mismo.
Toda intervención magisterial es susceptible de una ulterior profundización, todo documento tiene una
apertura y deja lugar a una nueva palabra que explicita la anterior. Prueba de ello, por ejemplo, es el
desarrollo dogmático que se da en los concilios cristológicos.
Cada uno de ellos da una palabra definitiva pero que se abre a una posterior clarificación. Lo mismo
sucede con el Vaticano II. En sus documentos se ha dicho mucho sobre la Iglesia y se encuentra
doctrina cualitativamente excelente, pero no se ha dicho todo. Las coordenadas espacio-temporales, la
situación vital eclesial, fueron condicionamientos puestos a la doctrina del Concilio que, siendo fiel al
patrimonio histórico-dogmático de la Iglesia, queda abierto a un desarrollo posterior.
Consciente que la presentación de la eclesiología conciliar desborda ampliamente los límites de este
trabajo, se procurará presentar solamente algunos temas que pueden ser considerados más novedosos
en la eclesiología del concilio, con la conciencia que el mismo no dice novedades absolutas sino que
testifica datos del patrimonio teológico especialmente importantes en la consideración de la Iglesia.
Algunos temas eclesiológicos relevante en la doctrina conciliar
Se intentará ahora subrayar algunos de los temas eclesiológicos que son líneas de fuerza de la
presentación eclesiológica del Concilio o son recuperación importante de temas que podían haber sido
algo olvidados por la teología anterior, auténticas verdades olvidadas que el Concilio ha sacado a la luz
y señalado su importancia.
El misterio de la Iglesia
Es sin duda una de las adquisiciones mayores del Vaticano II, tanto que es el título del primer capítulo
de Lumen gentium. La Iglesia no sólo puede ser vista desde una perspectiva juridicista o sociológica.
Ella no es, principalmente, una realidad de este mundo. La Iglesia es un misterio. Una realidad que
tiene su origen en Dios pero vive en este mundo. Esa realidad teándrica de la Iglesia es expresada ya en
los primeros números de la Constitución sobre la Iglesia. Así, el número 2 de la citada Constitución
dice:
[El Padre] determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada
desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el
Antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo,
y que se perfeccionará gloriosamente al fin de los siglos.
La Iglesia es, pues, un misterio que tiene su origen en el Padre que, desde el inicio del mundo, pensó en
ella para que se desarrolle en el mundo y se perfeccione al fin de los siglos. Es una realidad que tiene a
Dios como origen y destino. Precisamente por su ser misterio no es fácilmente definible, de allí que el
Concilio, para expresar la realidad de esta Iglesia, se sirva de imágenes que nos aproximan a
comprender algo más de su misterio. La Constitución presenta diversas imágenes, recogidas
principalmente de la revelación bíblica, que ayudan a comprender el misterio de la Iglesia.
Se habla de la Iglesia como redil, grey, campo de labranza, edificación de Dios, Jerusalén celeste,
Esposa del Cordero, Cuerpo Místico de Cristo . Cada una de las citadas imágenes expresa algún
aspecto del ser de la Iglesia y, todas juntas, nos dan una visión más adecuada de lo que la Iglesia es.
Difícil es quedarse con una, más aún, sería una traición a la auténtica comprensión del ser de la Iglesia;
a causa de la profundidad del misterio, es preciso dejarse ayudar por todas las imágenes citadas para
tener una visión más global de la naturaleza de la Iglesia.
Un aspecto que muestra de modo diáfano el ser misterioso de la Iglesia es su realidad visible y
espiritual. En ella coexisten ambos aspectos, así lo señala el número 8 de la Constitución sobre la
Iglesia al decir:
Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la
comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con bienes celestiales, no han de
considerarse como dos cosas distintas; antes bien ellas forman una realidad completa, constituida por
un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asemejan al misterio del Verbo
encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación
indisolublemente unido a Él, de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo,
que la vivifica, para el incremento del cuerpo (Cfr. Ef. 4, 16) .
Profunda presentación del misterio de la Iglesia, ella no es sólo la societas perfecta, ella es un misterio
porque en ella coexisten elementos divinos y humanos, es santa y pecadora, es semper reformanda, es
la Iglesia que peregrina, que «manifiesta fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre
penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor» .
La Iglesia y la Trinidad: La relaciónión Iglesia y Trinidad es una hermosa verdad algo olvidada que el
Concilio pone a la luz . La Iglesia tiene una relación estrecha y constitutiva con la Santísima Trinidad .
Los primeros números de Lumen gentium presentan con fuerza esta verdad. El número 2 deja en claro
que el designio que da origen a la Iglesia es un designio del Padre. Lumen gentium presenta al Padre
como Aquel que creó el mundo libérrimamente, le ofrece salvación después de la caída del hombre,
elige y predestina para la salvación y convoca a los creyentes en la Santa Iglesia. Esta idea está
presente también en otros documentos conciliares . El anuncio sobre la Iglesia, según la mente del
Concilio, es trinitario . La afirmación del carácter trinitario de la Iglesia preserva la eclesiología de un
excesivo cristomonismo, del tratamiento de la Iglesia como una simple jerarcología y de un excesivo
eclesiocentrismo .
El carácter trinitario de la Iglesia hace que ésta tenga una relación con cada una de las Personas divinas.
El Padre tiene una relación con la Iglesia en cuanto de Él depende el designio salvífico; por voluntad
del Padre es constituida la Iglesia como pueblo de Dios en continuidad y discontinuidad con el Pueblo
de la Antigua Alianza; la Iglesia es la viña del Padre, la familia de Dios, el pueblo de Dios .
Pero la Iglesia tiene también una relación constitutiva con Cristo, es suya, su Cuerpo, la prolongación
de su misión en el mundo , hay que tener presente que «del costado de Cristo dormido en la cruz nació
“el sacramento admirable de la Iglesia entera”» . Sin caer en el cristomonismo a la hora de reflexionar
sobre la Iglesia, sí hay que afirmar el cristocentrismo de la misma .
La relación con el Espíritu Santo es también fuertemente subrayada, Él es quien santifica
continuamente a la Iglesia, Él habita en ella, la guía, la conduce a la verdad y la unifica en comunión y
ministerio .
Una recuperación importante del Vaticano II ha sido la vinculación constitutiva de la Iglesia con la
Santísima Trinidad.
La Iglesia comunión
El Sínodo Extraordinario de 1985, intérprete autorizado del Concilio Vaticano II, dice: La eclesiología
de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio. Koinonía/comunión,
fundadas en la Sagrada Escritura, son tenidas en gran honor en la Iglesia antigua y en las iglesias
orientales hasta nuestros días. Desde el Concilio Vaticano II se ha hecho mucho para que se entendiera
más claramente a la Iglesia como comunión y se llevara esta idea más concretamente a la vida. ¿Qué
significa la palabra compleja «comunión»? Fundamentalmente se trata de la comunión con Dios por
Jesucristo en el Espíritu Santo. Esta comunión se tiene en la Palabra de Dios y en los sacramentos .
Y el conocido eclesiólogo A. Antón sostiene en una de sus obras que «la innovación del Vaticano II de
mayor trascendencia para la eclesiología y la vida de la Iglesia ha sido el haber tratado la teología del
misterio de la Iglesia sobre la noción de comunión» . No cabe duda que la eclesiología de comunión es
uno de los grandes aportes del Concilio Vaticano II recuperando el patrimonio teológico, sobre todo,
del primer milenio cristiano. La noción de comunión subraya la vinculación de la Iglesia con la
Trinidad ya que se trata de estar «en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 4).
En el Concilio Vaticano II el concepto de comunión se convirtió en clave hermenéutica del misterio de
la Iglesia. Desde su ser más profundo la Iglesia es comunión, así lo presenta el Concilio al describirla
como «sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano» . Los números 13 y 14 de la Constitución sobre la Iglesia son especialmente ricos al tratar de
la comunión, ésta es una realidad que se vive en la medida que el Espíritu Santo la produce; la
comunión eclesial conduce a compartir los dones y a tender a la plenitud de la unidad; la comunión
respeta la diversidad de las Iglesias particulares y a la vez las integra bajo el primado de Pedro; la
comunión teologal que constituye el misterio de la Iglesia se manifiesta visiblemente en el comunicarse
entre las comunidades cristianas los bienes espirituales, los operarios apostólicos y los recursos
económicos.
La comunión eclesial se hace efectiva mediante la profesión de la misma fe, la comunión en los
sacramentos y en el régimen eclesiástico. La obra del Espíritu en la Iglesia es unificarla en comunión .
Una expresión de la comunión eclesial es la colegialidad episcopal y la estrecha relación de los
obispos, sucesores de los Apóstoles, con el Sucesor de Pedro .
El concepto comunión aplicado a la Iglesia es teológico, más aún, teologal. No es la simple afirmación
de la Iglesia como una comunidad en el sentido sociológico de la palabra, lo distintivo de la comunión
eclesial es su dimensión vertical, la vida divina que se comunica a los creyentes en Cristo y por la
acción del Espíritu Santo. Sin tener presente la referencia de la Iglesia a la Trinidad no es posible
comprender la comunión eclesial, por eso dice el Concilio al hablar de la unidad eclesial: Éste es el
sagrado misterio de la unidad de la Iglesia en Cristo y por Cristo, comunicando el Espíritu Santo la
variedad de sus dones.
El supremo modelo y el principio de este misterio es la unidad de un solo Dios en la Trinidad de
personas; Padre, Hijo y Espíritu Santo . La comunión eclesial es, entonces, un don de Dios Trino que
produce la unión común intelectual y afectiva, que afecta el ser y el actuar de los creyentes, quienes se
sienten atraídos por el disfrute de los bienes divinos y humanos que son objeto de la promesa divina.
Ya el Libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 42 ofrece un paradigma de la comunidad cristiana que
experimenta la comunión eclesial. Quienes componen la Iglesia deben estar unidos por cuatro
elementos esenciales: la doctrina de los apóstoles, la oración, la eucaristía y la caridad o amor fraterno
del que es destinatario no sólo una persona individual sino la totalidad del Cuerpo de Cristo.
La comunión, según la Nota explicativa previa de la Constitución sobre la Iglesia, «es una noción que
fue tenida en gran honor en la Iglesia antigua (como hoy también sucede sobre todo en Oriente). Su
sentido no es un vago afecto sino una realidad orgánica que exige forma jurídica y al mismo tiempo
está animada por la caridad». La noción de comunión no excluye la constitución jerárquica de la Iglesia
sino que le da un nuevo sentido y remarca su necesidad.
La sacramentalidad del episcopado y la colegialidad
Un elemento eclesiológico importante que pone a la luz el Concilio Vaticano II es la afirmación de la
sacramentalidad del episcopado. Es sabido por todos que no siempre en la historia de la teología se ha
visto con claridad la sacramentalidad del episcopado. Ya san Jerónimo, en algún texto, no obstante
reconociese la función del obispo y su competencia litúrgica exclusiva en algunos casos, cuestionó el
carácter divino de la institución del episcopado monárquico, al que veía tan sólo como algo funcional .
Santo Tomás de Aquino, aun afirmando en algunas de sus obras que el episcopado pertenece al orden
por la potestad sobre el Cuerpo místico de Cristo, en De articulis fidei et Ecclesiae sacramentis afronta
la distinción entre obispo y presbítero y concluye afirmando que el episcopado es más una dignidad que
un orden . Así, conviene recordar que en la escolástica se distinguió potestad de orden y potestad de
jurisdicción. Desde la primera hay igualdad sacramental entre el presbítero y el obispo; la diferencia se
debe simplemente a la diversidad de funciones en cuanto a la potestad de jurisdicción.
Esta opinión prevaleció por mucho tiempo. Poco antes del Concilio Vaticano II, respondiendo a la
comisión preparatoria del Concilio, los profesores de la Facultad Teológica de Milán propusieron que
se tratase la sacramentalidad del episcopado. Los profesores de Milán dijeron, sin ambages, que la
consagración episcopal según la certísima tradición litúrgica y patrística es un verdadero sacramento de
la Nueva Ley que confiere la plenitud de la potestad del orden .
En Lumen gentium el Concilio ofrece las más claras exposiciones sobre la sacramentalidad del
episcopado, así, en el número 21 se lee: «Enseña el Santo Sínodo que con la consagración episcopal se
confiere la plenitud del sacramento del orden». Para afirmar esto el Concilio se basa en la Tradición y
en la historia .
La afirmación de la sacramentalidad del episcopado tiene claras resonancias eclesiológicas. No se
puede ocultar que, durante siglos, la teología del sacramento del orden privilegió, en cierto modo, un
monopolio presbiteral, el episcopado se comprendía desde el presbiterado, como una simple extensión
jurídica de oficio. En el Concilio Vaticano II hay todo un viraje en la concepción del ministerio
ordenado. El obispo es la figura central cuando se trata del ministerio ordenado, en el Concilio se
afirma explícitamente la dimensión jerárquica del ministerio episcopal cuando se habla de la «sucesión
apostólica», cuando se habla de la «colegialidad episcopal» . Pero esta dimensión jerárquica no
proviene tan sólo de una razón funcional; el Concilio afirma la dimensión carismática o vertical del
ministerio episcopal y al mismo tiempo la dimensión diaconal del mismo en relación con la Iglesia
tanto universal cuanto local a través del servicio de la Palabra, el sacramento y la caridad pastoral .
Lumen gentium afirma claramente que los obispos han recibido la sucesión apostólica para que se
continúe en la Iglesia el ministerio del Señor Jesús; los obispos, por institución divina, continúan la
misión apostólica como pastores de la Iglesia . El ministerio ordenado es visto desde el episcopado.
Los presbíteros son colaboradores de los obispos ; así, no es el episcopado una prolongación del
presbiterado sino que el presbiterado es una derivación de la misión apostólica recibida por los Obispos
y por ellos transmitida. Con la afirmación de la sacramentalidad del episcopado se aborda un tema
eclesiológico pues se renueva la comprensión del ministerio ordenado, constitutivo del ser eclesial, y se
ponen los cimientos para una recta consideración de la Iglesia local o particular.
Pero no es sólo la sacramentalidad del episcopado un tema que el Concilio clarifica sino también la
consideración de la colegialidad episcopal como un aspecto de la comunión eclesial; comunión
orientada a la misión. La Iglesia no se puede comprender a sí misma sino proyectada a la misión en
fidelidad al mandato de su Señor (Mt 28, 18-20). Esta relación entre misión eclesial y ministerio
episcopal queda precisada en el número 19 de la Constitución sobre la Iglesia, donde se lee:
El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que Él quiso, eligió a los
doce para que viviesen con Él y enviarlos a predicar el Reino de Dios (cf. Mc 3, 13-19; Mt 10, 1- 42); a
estos apóstoles (cf. Lc 6, 13) los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso al
frente de ellos a Pedro, elegido de entre ellos mismos (cf. Jn 21, 15-17).
Se afirma, pues, claramente, que los Doce fueron elegidos para continuar, como Colegio, la misión que
comenzó en la tierra el Señor Jesús. Pero no quedó todo allí, esta misión tenía que ser continuada luego
que los Doce dejaran este mundo, y por eso, dice Lumen gentium en el n. 20:
Esta divina misión confiada por Cristo a los apóstoles ha de durar hasta el fin de los siglos (cf. Mt 28,
20), puesto que el Evangelio que ellos deben transmitir es en todo tiempo el principio de toda vida para
la Iglesia. Por lo cual los apóstoles en esta sociedad jerárquicamente organizada tuvieron cuidado de
establecer sucesores […] Entre los varios ministerios que ya desde los primeros tiempos se ejercitan en
la Iglesia, según testimonio de la tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, constituidos
en el episcopado, por una sucesión que surge desde el principio, conservan la sucesión de la semilla
apostólica primera.
La afirmación conciliar es diáfana. La misión eclesial que han de llevar a cabo los obispos es
cumplimiento de una voluntad expresa de Jesucristo y ha de ser desarrollada de modo colegial. Dicha
colegialidad se manifiesta en las mutuas relaciones de cada obispo con los demás miembros del
colegio; cada obispo representa a su Iglesia particular como todos ellos, a una con el Papa, representan
a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad .
El cuidado de anunciar el evangelio en todo el mundo pertenece al cuerpo de los obispos, ya que a
todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles un oficio común; de esto se sigue que todos
deben, con todas sus fuerzas, proveer a las misiones de operarios y de socorros espirituales y materiales
. Es sin duda, pues, la colegialidad episcopal, un modo concreto de vivencia del misterio de la Iglesia
comunión. La corresponsabilidad laical en la vida eclesial Una de las verdades eclesiológicas que el
Concilio Vaticano II redescubrió es el rol del laicado en la Iglesia. Se trata de una afirmación
contundente del importante papel que el laicado juega en la vida eclesial. La importancia dada al rol del
laicado en la Iglesia lleva a conceder todo un capítulo de la Constitución sobre la Iglesia a este tema,
amén de un Decreto, Apostolicam actuositatem. La introducción al capítulo es bastante sugestiva al
afirmar que a los laicos, hombres y mujeres, en razón de su condición y misión, les corresponden
ciertas particularidades cuyos fundamentos, por las especiales circunstancias de nuestro tiempo, hay
que considerar con mayor amplitud . Es sumamente valiosa la definición de laico que ofrece el
Concilio, pues reconoce en ellos su incorporación a Cristo mediante el bautismo, su ser parte del
pueblo de Dios y su participación en la función sacerdotal, profética y real de Cristo que les lleva a
ejercer la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo . El concilio acentúa una
verdad que hay que profundizar aún más en la praxis eclesial y es la secularidad como condición propia
del fiel laico; en virtud de ella, «a los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios
tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales» . Desde dentro del mundo ellos han de
procurar santificarlo y descubrir a Cristo a los demás, con el testimonio que ofrezcan mediante la
vivencia de las virtudes teologales. La Constitución sobre la Iglesia afirma la necesidad de considerar la
condición laical como una vocación orientada a la consagración del mundo mediante la fuerza del
testimonio del cristiano laico en su vida cotidiana . La corresponsabilidad de los laicos en la vida
eclesial no puede limitarse a su colaboración con las tareas intraeclesiales propias de la jerarquía , hay
que insistir cada vez más, en un mundo secularizado, en la tarea que el Concilio asigna a los laicos: la
consecratio mundi desde la vivencia secular, haciéndose hombres de Iglesia en el corazón del mundo.
No se ha de olvidar que los laicos «están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la
Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos» .
El concilio reconoce que los laicos tienen un papel principal en la tarea de hacer que el mundo se
impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin en la justicia, la caridad y la paz; se trata de que Cristo,
a través de los miembros de la Iglesia, ilumine cada vez más la sociedad humana; por otra parte, los
fieles laicos han de procurar sanear las estructuras y los ambientes del mundo que inciten al pecado
para que favorezcan, en vez de impedir, la práctica de las virtudes . La verdad sobre el laicado
presentada por el Concilio parece ser una verdad por estrenar en muchos ambientes eclesiales en los
que se toma a los laicos sólo como colaboradores de la jerarquía en sus actividades. Sin despreciar ese
servicio, hay que afirmar cada vez más el carácter secular de la vida laical. La llamada a la santidad y la
índole escatológica de la Iglesia Una verdad importantísima que responde al misterio de la Iglesia es su
índole escatológica. «El modelo perfecto de Iglesia pertenece a la plenitud del tiempo, cuando llegue la
renovación de todo (Hech 3, 20-21)» . Con Jesucristo la plenitud de los tiempos ha llegado hasta
nosotros y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en el siglo
presente, ya que la Iglesia, aun en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta santidad.
Pero mientras peregrina en este mundo, la Iglesia espera. Espera entrar con Cristo a las nupcias eternas,
espera reinar con Cristo glorioso, espera el cumplimiento de la esperanza bienaventurada y la llegada
de la gloria de Jesucristo . Es importante esta visión de la Iglesia que el Vaticano II presenta, imagen
que supera todo fixismo eclesial, todo intento por quedarse en la consideración de la Iglesia como
societas perfecta y orienta la mirada sobre la Iglesia a un futuro plenificador. La Iglesia no es de este
mundo, es misterio. Y mientras camina en este mundo tiende hacia su plenitud, aquella que recibirá
cuando Cristo vuelva glorioso y premie la fidelidad de sus discípulos, haciéndoles partícipes de su
gloria. Esta realidad escatológica de la Iglesia fundamenta la comunión de la Iglesia terrestre con la
Iglesia celestial. La unión de los hermanos que durmieron en la paz de Cristo con los que peregrinamos
aún por este mundo se fortalece con la comunicación de bienes espirituales, porque los bienaventurados
están más íntimamente unidos a Cristo, «consolidan más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad,
ennoblecen el culto que Ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su
más dilatada edificación […] Porque ellos llegaron ya a la patria y gozan de la presencia del Señor (cf.
2 Cor 5, 8); por Él, con Él y en Él no cesan de interceder por nosotros ante el Padre» . La Iglesia
terrestre mira a la Iglesia celeste y «al mirar la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos
motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cf. Hebr 13, 14 y 11, 10) y al mismo tiempo
aprendemos cuál sea, entre las mundanas vicisitudes, el camino seguro, conforme al propio estado y
condición de cada uno, que nos conduzca a la perfecta unión con Cristo, o sea, a la santidad» . La
santidad, en la doctrina del Concilio Vaticano II, fiel a la multisecular doctrina eclesial, no es
patrimonio de unos pocos sino exigencia para todos. Si bien la Iglesia es Santa, gozando de una
indefectible santidad porque Cristo la fundó y su Espíritu habita en ella, «todos en la Iglesia, ya
pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad» . Dicha santidad se
manifiesta en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles y se expresa de múltiples
modos en todos aquellos que, con edificación de los demás, se acercan en su propia vida a la cumbre de
la caridad. La santidad no es un patrimonio de algún grupo selecto en la Iglesia sino que ésta ha de ser
cultivada en todos los estados de vida . El camino para alcanzar la santidad es el mismo que Cristo
enseñó, la práctica de los consejos evangélicos . Lumen gentium afirma perentoriamente: «Quedan,
pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar la santidad y la perfección de su
propio estado» .La Iglesia en búsqueda de la unidad Una idea fuerza de la eclesiología del Vaticano II
es la presentación de la Iglesia católica en búsqueda de la unidad resquebrajada a causa de los cismas
sucedidos durante su historia. El ecumenismo es el camino teórico-práctico de acercamiento mutuo de
las Iglesias y de las comunidades cristianas . El Concilio hace su aporte al ecumenismo sobre todo en el
Decreto Unitatis redintegratio, documento en el que presenta los principios del ecumenismo y en
Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, en el que se destaca el principio del
respeto a la disciplina peculiar de las Iglesias de Oriente . Sobre la importancia del ecumenismo en la
doctrina del Concilio Vaticano II conviene señalar lo que piensa el papa Juan Pablo II: Con el Concilio
Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la
acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los
«signos de los tiempos». Las experiencias que ha vivido y continúa viviendo en estos años la iluminan
aún más profundamente sobre su identidad y su misión en la historia. La Iglesia católica reconoce y
confiesa las debilidades de sus hijos, consciente de que sus pecados constituyen otras tantas traiciones y
obstáculos a la realización del designio del Salvador. Sintiéndose llamada constantemente a la
renovación evangélica, no cesa de hacer penitencia. Al mismo tiempo, sin embargo, reconoce y exalta
aún más el poder del Señor, quien, habiéndola colmado con el don de la santidad, la atrae y la conforma
a su pasión y resurrección . Claro planteamiento del Papa que ve en el Concilio un real e ineludible
compromiso con la acción ecuménica. En Unitatis redintegratio el Concilio ofrece un importante
criterio para el ecumenismo al proponer la exigencia de un discernimiento de lo que es verdaderamente
constitutivo y esencial para la unidad que Cristo quiere, lo cual ha de llevar a la Iglesia católica a
reconocer una hierarchia veritatum . Esto no es en modo alguno una renuncia a la verdad que Cristo le
confió y de la cual la Iglesia es depositaria y custodia; se trata más bien de no confundir la sustancia de
la fe con su revestimiento cultural, siempre modificable . El ecumenismo, en definitiva, es una
exigencia de la comunión eclesial y una respuesta a la plegaria de Cristo al Padre antes de dejar este
mundo (Jn 17, 21). El empeño ecuménico, surgido ya antes del Concilio Vaticano II y propiciado por
éste, es una meta de la vida de la Iglesia asumida por el Magisterio a través de la acción pastoral y
doctrina de Juan Pablo II . María en el misterio de la Iglesia Sin entrar a detalles acerca de las
discusiones sobre la inclusión o no de la reflexión sobre la Virgen María en el documento sobre la
Iglesia, sí se cree oportuno decir una palabra acerca de la presentación que el Concilio hace en el
último capítulo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia. El último capítulo de la Constitución está
dedicada a aquella que, por su receptividad a la obra divina, se convirtió en el modelo, Madre y figura
de la Iglesia. Los Padres conciliares, al preferir tratar de la Virgen María en el documento dedicado a la
Iglesia, afirman la profunda relación entre el misterio de María y el misterio de la Iglesia. No es del
todo extraño a la teología este punto de vista, ya que «los padres y los escritores del tiempo antiguo
rarísimamente escriben sobre María de modo directo y exclusivo; normalmente hablan de ella dentro de
un contexto, cuando, p. ej., explican las Divinas Escrituras, profundizan y defienden el acontecimiento
salvífico de Cristo o ilustran el misterio, la vida, el culto de la Iglesia» . Ya los Padres fueron pródigos
al tratar de María en relación a la Iglesia.
Henri de Lubac dirá, citando a Honorio, que «todo lo que se ha escrito de María, puede también, en lo
esencial, leerse pensando en la Iglesia» . El Concilio, luego de presentar algunos rasgos del peregrinar
terreno de la Virgen Madre considera su relación con la Iglesia de Cristo. Comienza afirmando su
maternidad espiritual que la convierte posteriormente en mediadora . La unidad estrecha entre María e
Iglesia la expresa el Concilio diciendo: La Bienaventurada Virgen por el don y la prerrogativa de la
maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está
unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba san
Ambrosio, a saber, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. Porque en el
misterio de la Iglesia, que con razón es también llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen
María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre .
A la luz del misterio de la Virgen María, el Concilio habla analógicamente de la Iglesia como virgen y
madre; la Iglesia es madre en cuanto engendra por la Palabra y por el bautismo nuevos hijos para la
nueva vida inmortal, y virgen porque custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo y
conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad . Maternidad y virginidad
son dos rasgos marianos que la Iglesia tiene que procurar imitar. Ella no puede no ser madre, su misión
es engendrar siempre nuevos hijos en el orden de la gracia, de allí su labor misionera y su esfuerzo
evangelizador a fin de engendrar y conservar la vida divina en las almas. Al mismo tiempo ella ha de
ser la virgen que se entrega a su Esposo, que vive para Él, que le es absolutamente fiel, que custodia la
fe, la esperanza y el amor. Con María y como María la Iglesia es virgen y madre. El Concilio también
presenta a María como miembro eminente de la Iglesia, su figura, aquella en quien la Iglesia ya llegó a
la perfección y se presenta sin mancha ni arruga. Este carácter ejemplar de María hace que los
creyentes la miren como a Modelo y, contemplándola, crezcan en la fe, la esperanza y la caridad y
busquen obedecer siempre la voluntad divina . María es un insigne modelo al que todo cristiano puede
mirar para aprender lo que es el verdadero seguimiento de Cristo; es modelo al que la Iglesia toda mira
para comprender mejor su misterio y desarrollar más genuinamente su misión.
La Iglesia es y ha de ser siempre mariana, mas no sólo porque invoca a la Virgen María, la venera y la
ama sino, sobre todo, porque como María, en absoluta fidelidad, se entrega a la obra salvífica que el
Hijo cumplió por voluntad del Padre y de la que la Iglesia se hace continuadora y servidora . La
ejemplaridad de María para la Iglesia no se agota en lo relativo a la peregrinación terrena de la Esposa
de Cristo. También María es modelo de la Iglesia que ha de ser consumada en el cielo cuando llegue el
día del Señor. En ella la Iglesia contempla su plenitud escatológica y a la vez puede verla como signo
de consuelo y de firme esperanza mientras peregrina en este mundo. María aparece en el Concilio muy
bien situada como miembro eminente de la Iglesia, cristiana que ha logrado la consumación a la que
todos estamos llamados, madre y virgen y en cuanto a ello modelo de la Iglesia. Conclusión No es
ciertamente fácil tratar en unas pocas páginas un tema tan amplio cual es la eclesiología del Concilio
Vaticano II, máxime cuando los comentarios son abundantes y las obras que abordan uno u otro tema
presentado por el Concilio son también abundantes. Por eso, simplemente se ha intentado presentar, sin
pretensión alguna de exhaustividad, algunos temas eclesiológicos que emergen de la doctrina conciliar.
Hay otros temas que no se han aludido, sólo se han recabado los que se han juzgado más relevantes.
Sin duda alguna, la consideración de la Iglesia como misterio es una de las características de la
eclesiología del Concilio Vaticano II y quizá el mayor aporte ya que así impide que la Iglesia, al
reflexionar sobre sí misma, caiga en un riguroso juridicismo o en un dañino sociologismo. La categoría
de misterio ayuda a comprender la realidad más profunda del ser de la Iglesia. Si se puede hablar de la
Iglesia misterio es por su origen divino, más concretamente, por su origen trinitario. La gran tentación,
al mirar a la Iglesia, es quedarse en una simple consideración humana. Ella, sin embargo, no es tan sólo
una realidad humana, ella es divino-humana, es realidad teándrica que contiene en sí elementos divinos
y humanos. Esto es así pues no sólo es un sujeto histórico, la Iglesia es de la Trinidad, Dios Trino es el
sujeto meta-histórico de la Iglesia. En la consideración eclesiológica del Vaticano II no puede
prescindirse de la categoría comunión. La eclesiología de comunión, que fecunda notoriamente la vida
eclesial, es uno de los grandes aportes del concilio. Mirar la Iglesia desde la noción de comunión le
recuerda su relación constituyente con la Santísima Trinidad y a la vez el modo en el que ella debe
desarrollar su vida y misión, buscando la unidad profunda, al modo de la Trinidad, en sus comunidades
y en sus estructuras. Una especial adquisición del Concilio Vaticano II a nivel de la eclesiología es
haber precisado la teología del ministerio ordenado.
La importancia dada al ministerio episcopal abrió nuevas perspectivas y horizontes para comprender la
constitución jerárquica y la misión del ministerio ordenado. Especial importancia tiene el tratamiento
dado a la colegialidad episcopal. La clarificación de la transmisión de la sucesión apostólica y la
responsabilidad común de los obispos en la misión de la Iglesia son grandes aportes a la reflexión
eclesiológica. Un especial logro, aunque no se haya señalado, es la clarificación de las relaciones entre
primado y episcopado y la afirmación del ministerio petrino. No se puede olvidar en la Iglesia la misión
de los fieles laicos, mayoría del pueblo de Dios. No sólo por ser mayoría, sino por propia vocación, los
laicos tienen la misión de colaborar con la consecratio mundi a través de su vivencia diaria en medio
del mundo. Hay que tener siempre muy presente que el campo propio del laico es lo secular. Porque
una de sus notas es la santidad, la Iglesia es santa. Pero no puede contentarse con esa santidad
ontológica. El esfuerzo eclesial ha de ir encaminado a que, en sus miembros, ella alcance la santidad
existencial. Cada miembro de la Iglesia ha de hacer suyo, con responsabilidad, el llamado universal a la
santidad buscando así poder, un día, alcanzar la gloria del cielo. Sería totalmente infiel al Concilio
Vaticano II una reflexión eclesiológica que olvidase el empeño ecuménico. El ecumenismo es una de
las características de la eclesiología conciliar. Si bien ya antes del concilio se había iniciado en la
Iglesia la participación en campo ecuménico, el concilio le da un impulso decisivo y original. El
concilio dejó muy en claro la relación entre el misterio de María y el misterio de la Iglesia. El primero
ilumina el segundo. María, madre y virgen es modelo para la Iglesia, como también lo es en su
consumación escatológica. Mirando a María la Iglesia peregrina por este mundo buscando, mediante su
fidelidad a la voluntad del Padre, alcanzar la plenitud escatológica a la que el Señor la llama. Pbro. Dr.
Pedro Hidalgo Díaz Doctor en Teología Profesor en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima
y en el I.S.E.T. “Juan XXIII”.