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Una definición breve del reino de los cielos
CONTENIDO
1. El tema del reino en la Biblia
2. La realidad, la apariencia y la manifestación del reino de los cielos
3. Una vida regida por el reino
4. El ejercicio y la disciplina requeridas para participar del reino
5. Las diversas maneras en que Dios juzga a diferentes categorías de personas
PROLOGO
Este libro consiste de mensajes que fueron dados durante el verano de 1963 en la ciudad de
Altadena, California, y forma parte de los primeros mensajes que el hermano Witness Lee dio en
los Estados Unidos de América, poco después de que fuera guiado por el Señor a iniciar la obra
del ministerio en este país. Los que tuvimos el privilegio de escuchar estos mensajes en aquel
tiempo, ya sea al asistir a las reuniones en que estos fueron dados o al escuchar la grabación de
las mismas, podemos testificar de la profunda e indeleble impresión que el Señor causó en
nosotros con respecto al reino de los cielos. La mayoría de los que escuchamos estos mensajes
teníamos años de ser salvos; aun así, al ser presentada la Palabra, casi todo lo que se habló
constituyó una nueva revelación.
La verdad acerca del reino es una revelación bíblica grandiosa y crucial: es necesario que Dios
establezca Su reino a fin de llevar a cabo Su propósito divino. El gobierno de Dios está con Su
reino, y allí El ejerce plenamente Su autoridad. Todo creyente debe llevar una vida regulada por
el gobierno celestial. Además de nuestra salvación, debemos ejercitarnos y tomar la
responsabilidad del reino de los cielos en esta era. Aquellos que experimenten la realidad del
reino de los cielos hoy (Mt. 5—7), participarán en su manifestación como recompensa en la era
venidera (Mt. 24—25). El Señor, en Su segunda venida, juzgará a Sus creyentes conforme a la
manera en que ellos hayan vivido y laborado después de haber sido salvos (2 Co. 5:10), y
basándose en ello, ha de recompensarlos o disciplinarlos (Mt. 24:40—25:30; Lc. 12:35–48; 1 Co.
3:10-15).
Esperamos que este libro sea leído con mucha oración, y que su contenido nos aliente a correr
con perseverancia la carrera (1 Co. 9:24-27; He. 12:1) y a proseguir a la meta para alcanzar el
premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús (Fil. 3:12-14), con la esperanza
de que el Señor nos salve para Su reino celestial (2 Ti. 4:18) y nos sea concedida la corona de
justicia en aquel día (2 Ti. 4:8), el día de la segunda venida de Cristo, cuando El recompensará a
cada hombre conforme a sus hechos (Mt. 16:27) y a su obra (Ap. 22:12).
Junio de 1986
Benson Phillips
Irving, Texas
CAPITULO UNO
EL TEMA DEL REINO EN LA BIBLIA
Lectura bíblica: Gn. 12:1-2; Mt. 6:9-10; Ex. 19:4-6; Ap. 11:15; Mt. 21:43; 3:2; 4:17; 10:5-7;
12:28; 16:19; 13:3, 24, 31, 33; 19:23-24; Jn. 3:3, 5; Mt. 5:20; 7:21; 18:3; Hch. 1:3; 8:12; 14:22;
Ro. 14:17; 1 Co. 6:9-10; 15:50; Gá. 5:21; Ef. 5:5; 2 Ts. 1:5; Ap. 12:10; 2 Ti. 4:18
LA IMAGEN Y LA AUTORIDAD DIVINAS
El primer capítulo del libro de Génesis relata que Dios creó al hombre a Su imagen y le dio
autoridad para que señorease sobre todo lo creado (v. 26). La imagen y la autoridad divinas son
los dos elementos vitales relacionados con la creación del hombre. Si hemos de poseer la imagen
de Dios para expresarlo y ejercer Su autoridad para representarlo, someter a Su enemigo y
sojuzgar la creación, Dios mismo tiene que ser nuestra vida. En los dos primeros capítulos del
libro de Génesis vemos la imagen y la autoridad de Dios, así como también Su vida, la cual es
simbolizada por el árbol de vida (Gn. 2:9). Para expresar a Dios y representarlo de manera
plena, es necesario recibir a Dios como nuestra propia vida. Es menester que Dios viva en
nosotros y por medio de nosotros, pues sólo así poseeremos plenamente la imagen de Dios para
expresarlo y tendremos Su autoridad para representarlo en la tierra a fin de subyugar a Su
enemigo. La vida divina se imparte en el hombre con dos propósitos: por el lado positivo, para
expresar a Dios; y por el lado negativo, para sojuzgar al enemigo de Dios. Para expresar a Dios,
el hombre requiere de la imagen de Dios, y para subyugar a Su enemigo, necesita la autoridad de
Dios. La autoridad divina, la cual se relaciona con el reino, es revelada a lo largo de todas las
Escrituras.
EL REINO Y EL LINAJE ELEGIDO
Después de que el hombre cayó, Dios escogió al linaje de Abraham. El primer linaje, el de Adán,
le falló a Dios; sin embargo, después del gran diluvio Dios tuvo un nuevo comienzo al
relacionarse con un segundo linaje, el de Noé. Pero esta segunda estirpe también le falló; por
eso, después del tiempo de Babel Dios eligió al tercer linaje, el de Abraham. El propósito que
Dios tenía al elegir a Abraham se revela en Génesis 12:1-2. Estos dos versículos afirman que Dios
escogió a Abraham porque deseaba obtener un reino. El Señor le dijo a Abraham que haría de él
“una nación grande” (v. 2); esta nación grande se refiere a un reino. Un reino es una esfera o
ámbito donde se ejerce autoridad. Sin este reino, Dios no podría ejercer Su autoridad. A fin de
llevar a cabo Su propósito, Dios debe obtener una esfera, un reino, donde pueda ejercer Su
autoridad. Esta es la razón por la cual el Señor Jesús mencionó el reino cuando enseñaba a sus
discípulos a orar en el capítulo seis de Mateo. Tanto al inicio de la oración del Señor como al
final de ella, el reino es mencionado. Al inicio, el Señor ora en el versículo diez: “Venga Tu
reino”, y concluye la oración declarando en el versículo trece: “...porque Tuyo es el reino, y el
poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”.
El cumplimiento del propósito eterno de Dios depende de que se establezca el reino. Si Dios no
obtiene un reino donde ejerza Su autoridad, El no podrá realizar nada. Por tanto, en el Antiguo
Testamento Dios eligió a Abraham para que sus descendientes formaran una gran nación, un
reino. Conforme a ello, los hijos de Israel se multiplicaron y Dios hizo de ellos una nación.
Después de haber sacado de Egipto a los hijos de Israel, Dios les dijo que ellos le serían un reino
(Ex. 19:4-6). Dios, pues, hizo del pueblo de Israel una nación, un reino en el cual ejerció Su
autoridad; con ello, Dios logró ciertos objetivos.
EL REINO EN EL NUEVO TESTAMENTO
El primer predicador del Nuevo Testamento fue Juan el Bautista. En su primer mensaje, Juan
proclamó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Luego, cuando el
Señor Jesús comenzó a predicar el evangelio, proclamó lo mismo que Juan el Bautista:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). Y cuando el Señor envió a
los discípulos a predicar el evangelio, les encargó que anunciaran: “El reino de los cielos se ha
acercado” (Mt. 10:7). Además, el libro de Apocalipsis afirma que el reino del mundo llegará a ser
el reino de Cristo a Su regreso, después de que El ejecute Su juicio sobre las naciones (Ap. 11:15).
Finalmente, durante el milenio, el Señor regirá como rey juntamente con todos Sus santos que
venzan (20:4, 6). Apocalipsis revela que Dios, en el cumplimiento de Su propósito eterno,
finalmente obtendrá un reino en el cual ejercerá plenamente Su autoridad. Las Escrituras
revelan claramente esta línea del reino de Dios. Por medio del reino, Dios podrá ejercer Su
autoridad para cumplir Su propósito eterno.
EL REINO DE DIOS
Un reino no es algo sencillo. Por ejemplo, los Estados Unidos de América como nación, como
reino, es más bien una estructura compleja que un asunto simple. El reino de Dios incluye
muchos aspectos que debemos entender. En el Antiguo Testamento se estableció el reino de
Israel, y en el Nuevo Testamento vemos el reino de los cielos. Luego, una vez concluida la era de
la iglesia, habrá un período de mil años conocido como el milenio (Ap. 20:4, 6). Si leemos las
Escrituras detenidamente, descubriremos que aun durante el milenio se dan más aspectos del
reino. El reino de Israel en el Antiguo Testamento, el reino de los cielos en el Nuevo Testamento,
así como el reino milenario posterior a la era de la iglesia, son partes del reino de Dios. El reino
de Dios abarca desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura; es una esfera, un ámbito,
donde Dios gobierna. En este reino, Dios ejerce Su autoridad sobre todas las cosas.
El reino de Israel
Con respecto al hecho de que el reino de Israel fue una parte del reino de Dios durante los
tiempos del Antiguo Testamento, Mateo 21:43 afirma: “Por tanto os digo, que el reino de Dios
será quitado de vosotros, y será dado a una nación que produzca los frutos de él”. El reino de
Dios ya estaba allí, entre los israelitas, pero como ellos no produjeron fruto, el Señor dijo que el
reino de Dios sería quitado de ellos. Puesto que podía ser quitado, esto implica que el reino de
Dios ya estaba allí entre ellos. De hecho, el Señor les quitó el reino y lo dio a otro pueblo, a la
iglesia.
La diferencia entre el reino
de los cielos y el reino de Dios
Además debemos entender, según las Escrituras, que el reino de los cielos es diferente al reino
de Dios. Lamentablemente, la mayoría de los cristianos suponen que estas dos expresiones son
sinónimas. Cuando Juan el Bautista empezó a predicar, él instó al pueblo a que se arrepintiera
porque el reino de los cielos se había acercado (Mt. 3:2); por consiguiente, deducimos que
anteriormente a la época de Juan el Bautista, el reino de los cielos aún no había venido, sino que
apenas estaba cerca. Luego, cuando el Señor Jesús salió a predicar el evangelio al comienzo de
Su ministerio, El afirmó lo mismo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”
(Mt. 4:17). Posteriormente, en Mateo 10:7, el Señor envió al primer grupo de discípulos y les
instruyó que proclamaran lo mismo, es decir, que el reino de los cielos se había acercado.
Podemos afirmar, pues, que cuando el Señor salió a predicar el evangelio, el reino de los cielos
aún no había venido. Por una parte, el reino de Dios ya estaba entre los hijos de Israel; por otra,
el reino de los cielos se aproximaba.
En Mateo 12:28 el Señor Jesús declara: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los
demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios”. En este versículo el Señor hace
referencia al reino de Dios, no al reino de los cielos. En ese entonces, el reino de los cielos aún no
había llegado, pero el reino de Dios ya estaba allí.
Mateo 11:11-12 también constituye otro pasaje importante que señala dicha distinción: “De
cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el
Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. Mas desde los días de
Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es tomado con violencia, y los violentos lo
arrebatan”. El pasaje indica que en aquel entonces “el reino de los cielos” no había venido y que
Juan el Bautista no estaba en él, pues el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que
Juan. Además, desde la época de Juan hasta el tiempo en que el Señor pronunció estas palabras,
las personas podían esforzarse por entrar al reino de los cielos.
En Mateo 16:19 el Señor dijo a Pedro que le daría “las llaves del reino de los cielos”. Esto implica
que, durante el tiempo de lo relatado en el capítulo dieciséis de Mateo, aún no había comenzado
el reino de los cielos pues las llaves no habían sido entregadas todavía. El Señor le dio a Pedro la
primera llave del reino de los cielos en el día de Pentecostés. El reino de los cielos comenzó en el
día de Pentecostés cuando se inició la edificación de la iglesia. En ese día, Pedro usó una de las
llaves para abrir la puerta del reino de los cielos a los creyentes judíos (Hch. 2:38-42), y usó la
otra llave en la casa de Cornelio para abrir la puerta del reino de los cielos a los creyentes
gentiles (10:34-48).
El reino de los cielos presentado en Mateo 13
El capítulo trece de Mateo contiene otra prueba de que el reino de los cielos comenzó con la
edificación de la iglesia. En la primer parábola de Mateo 13, el Señor dijo: “He aquí, el
sembrador salió a sembrar” (v. 3). Sin embargo, en la segunda parábola El dijo: “El reino de los
cielos ha venido a ser semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero
mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue” (vs. 2425). En la tercera parábola, el Señor dijo que el reino de los cielos es semejante a un grano de
mostaza (v. 31). Y la cuarta parábola dice que “el reino de los cielos es semejante a levadura, que
una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (v. 33). De
estas cuatro parábolas mencionadas en Mateo 13, las últimas tres comienzan con la cláusula: “el
reino de los cielos es semejante a...”, pero la primer parábola no contiene tal expresión. La
primer parábola describe que el Señor salió a sembrarse a Sí mismo en las personas como
semilla de vida; en el tiempo en que la primer parábola transcurre, el reino de los cielos sólo se
había acercado y aún no había venido. Sólo en la segunda parábola el Señor comenzó a usar la
expresión: “el reino de los cielos es semejante a...”, porque el reino de los cielos comenzó a ser
establecido cuando la iglesia fue producida (16:18-19) en el día de Pentecostés. La segunda
parábola empezó a cumplirse después que la iglesia fue formada, pues en esa época se comenzó
a sembrar la cizaña (los creyentes falsos) en medio del trigo (los creyentes genuinos). Por lo
tanto, el reino de los cielos es una parte del reino de Dios.
Hasta ahora hemos visto que el reino de Dios abarca desde la eternidad pasada hasta la
eternidad futura, e incluye el reino de Israel en el Antiguo Testamento, el reino de los cielos en el
Nuevo Testamento y el reino milenario posterior a la era de la iglesia (véase el diagrama incluido
en las páginas 14 y 15).
El reino de los cielos es el reino de Dios
El reino de los cielos es el reino de Dios, de la misma forma que California, una parte de los
Estados Unidos, es los Estados Unidos. En Mateo 19:23-24 dice: “Entonces Jesús dijo a Sus
discípulos: de cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os
digo, más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino
de Dios”. El versículo veintitrés menciona el reino de los cielos, mientras que el veinticuatro
habla del reino de Dios; esto demuestra que el reino de los cielos forma parte del reino de Dios.
Habíamos visto anteriormente en otros pasajes que el reino de los cielos difiere del reino de
Dios, puesto que el reino de Dios ya existía antes de que viniera el reino de los cielos. Este
pasaje, sin embargo, demuestra que el reino de los cielos es el reino de Dios. El ejemplo
mencionado, el de California y los Estados Unidos, puede ayudarnos a entender esto. Por una
parte, el estado de California es distinto de los Estados Unidos, porque los Estados Unidos es un
país, una nación. El estado de California sólo forma parte de esta nación, así que difiere de ella.
Por otra parte, California es los Estados Unidos, propiamente dicho, porque si usted visita a
California, llega a los Estados Unidos. Del mismo modo, si usted entra en el reino de los cielos,
ingresa al reino de Dios, pues el reino de los cielos forma parte del reino de Dios. Si usted está en
California, está en los Estados Unidos; pero si está en los Estados Unidos, no necesariamente
estará en California. Si va a los Estados Unidos, puede ir a Nueva York, Oregon o Washington, y
no necesariamente a California. Si usted entra en el reino de los cielos, ciertamente ingresa al
reino de Dios; pero el hecho de estar en el reino de Dios no le garantiza que esté en el reino de
los cielos.
Entrar en el reino de los cielos
Mateo 19:23 afirma que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. No obstante, en
Juan 3:3 y 5 el Señor Jesús revela que el único requisito para entrar en el reino de Dios es nacer
de nuevo. Si usted nació de nuevo, ha entrado en el reino de Dios. Por medio del segundo
nacimiento entramos en el reino de Dios, pero ¿habremos entrado en el reino de los cielos? Uno
entra en el reino de Dios simplemente mediante la regeneración, pero ingresar en el reino de los
cielos es otro asunto. Mateo 5:20 dice: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de
los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Para entrar en el reino de Dios
debemos ser regenerados, lo cual equivale a recibir una nueva vida, pero obtener acceso al reino
de los cielos requiere que expresemos una justicia superior, después de haber sido regenerados.
¡Cuán rigurosa es esta demanda! Además, Mateo 7:21 afirma: “No todo el que me dice Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los
cielos”. Ya que entrar en el reino de los cielos requiere que hagamos la voluntad del Padre
celestial, obviamente difiere de entrar en el reino de Dios mediante la regeneración. La entrada a
éste se obtiene naciendo de la vida divina; la entrada a aquél se obtiene experimentando esa
vida. Mateo 18:3 dice: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, jamás
entraréis en el reino de los cielos”. Una vez que hemos sido regenerados, estamos en el reino de
Dios; pero para ingresar al reino de los cielos, debemos tener la justicia que supera a la de los
fariseos, debemos hacer la voluntad de Dios y debemos hacernos como niños.
El tiempo de nuestra entrada en el reino de los cielos se revela en los capítulos veinticuatro y
veinticinco de Mateo, donde hallamos la profecía acerca del reino. Estos capítulos también
revelan que existe una diferencia entre el reino de los cielos y el reino de Dios.
EL REINO NO FUE SUSPENDIDO
Algunos maestros de la Biblia afirman que cuando el Señor Jesús vino, El trajo consigo el reino y
lo presentó a los judíos. Así pues, cuando los judíos rechazaron al Señor, El retomó el reino y
éste quedó suspendido. Según estos maestros, la era de la iglesia no es la era del reino, porque el
reino fue suspendido; por consiguiente, ellos deducen que cuando el Señor regrese, nuevamente
traerá consigo el reino. Incluso el Dr. C. I. Scofield enseñó de esta manera, pero la Biblia revela
que el reino de Dios jamás ha sido suspendido. En Mateo 21:43 el Señor afirmó claramente que
el reino de Dios sería quitado de los judíos y dado a otra nación, o sea, a la iglesia; esto indica
que el reino de Dios jamás fue suspendido. Después de la resurrección del Señor y antes de Su
ascensión a los cielos, El permaneció con los discípulos por cuarenta días. Durante ese lapso, el
Señor habló con respecto al reino de Dios: “A quienes también, después de haber padecido, se
presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y
hablándoles de lo tocante al reino de Dios” (Hch. 1:3). Esto indica otra vez que el Señor nunca
suspendió el reino de Dios. Hechos 8:12 dice: “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el
evangelio del reino de Dios...” Cuando los apóstoles predicaban el evangelio, anunciaban el reino
de Dios. El reino de Dios nunca fue suspendido; antes bien, fue predicado incluso
posteriormente a la ascensión del Señor y después del día de Pentecostés. Hechos 14:22 dice:
“Confirmando las almas de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y
diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”.
Algunos maestros de la Biblia dicen que el reino de Dios atañe exclusivamente a los judíos, pero
en el pasaje mencionado los apóstoles exhortaban a las iglesias gentiles a que permaneciesen en
la fe y entraran en el reino de Dios. Otro versículo que muestra que el reino de Dios no fue
suspendido es Romanos 14:17: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo”. El reino de Dios sigue vigente en la esfera del Espíritu Santo.
Además, el contexto de este versículo es la vida de iglesia en la era presente. Los siguientes
versículos también muestran que el reino de Dios no fue suspendido: 1 Corintios 6:9-10; 15:50;
Gálatas 5:21; Efesios 5:5; 2 Tesalonicenses 1:5; Apocalipsis 11:15; 12:10; y 2 Timoteo 4:18. Este
último versículo afirma: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino
celestial. A El sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”. El apóstol Pablo, al final de su
jornada como cristiano, como uno que sirvió al Señor, afirmó que el Señor lo salvaría para Su
reino celestial.
Hemos visto que el reino de Dios no atañe únicamente a los judíos, sino también a los cristianos.
El tema del reino no es muy simple. Por una parte, nuestro nuevo nacimiento nos introdujo en el
reino de Dios; por otra, estamos en el proceso de entrar en el reino de los cielos. Para
ejemplificar esto podría decir que, si bien he entrado en los Estados Unidos puesto que estoy en
California, todavía no he entrado en la sede de gobierno, la Casa Blanca. El reino de los cielos
difiere del reino de Dios; no obstante, el reino de los cielos sí es el reino de Dios porque forma
parte de éste. Por lo tanto, uno puede estar en el reino de Dios, y aun así no estar en el reino de
los cielos. Juan 3:3 dice que, al nacer de nuevo, entramos en el reino de Dios; pero Hechos 14:22
dice que entramos en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones. El reino de Dios es la
esfera en la cual Dios rige desde la eternidad hasta la eternidad. En el reino de Dios hay una
parte llamada el reino de los cielos, la cual comenzó en el día de Pentecostés y concluirá al
finalizar el milenio.
LOS TRES ASPECTOS DEL REINO DE LOS CIELOS
El reino de los cielos tiene tres aspectos: la apariencia (Mt. 13), la realidad (Mt. 5—7) y la
manifestación (Mt. 24—25). Si hemos de entender el reino de los cielos, debemos conocer estas
tres facetas. En el día de Pentecostés se dio inicio a la realidad del reino de los cielos y a su
apariencia, mientras que la manifestación del reino de los cielos se iniciará con la venida del
Señor Jesús. Cuando el Señor regrese, el reino de los cielos será manifestado plenamente. Por
una parte, podemos afirmar que el reino de los cielos ya comenzó; sin embargo, esto se refiere
sólo a la realidad del reino de los cielos y a su apariencia, mas no a su manifestación. La
apariencia del reino de los cielos incluye a todos los falsos cristianos, pero sólo los cristianos
victoriosos y vencedores participan de la realidad del reino de los cielos. Cuando el Señor Jesús
regrese, se manifestará la plenitud del reino de los cielos.
CAPITULO DOS
LA REALIDAD, LA APARIENCIA
Y LA MANIFESTACION
DEL REINO DE LOS CIELOS
Lectura bíblica: Mt. 11:10-12; 13:1-50; 5—7; 24—25
LAS CUATRO DISPENSACIONES DEL REINO
El reino de Dios es el régimen o gobierno de Dios, desde la eternidad hasta la eternidad. Este
reino comprende cuatro dispensaciones (véase el diagrama en las páginas 14 y 15). La primera
dispensación, la era anterior a la ley, abarca “desde Adán hasta Moisés” (Ro. 5:14). La segunda
dispensación, la dispensación de la ley, transcurre durante el tiempo desde Moisés hasta Cristo.
La tercera dispensación es la de la gracia o la dispensación de la iglesia. Fuera del círculo donde
figura la iglesia está la apariencia del reino de los cielos, que es el cristianismo actual. Dentro del
cristianismo se halla la iglesia genuina, la cual se compone de los verdaderos creyentes, y dentro
de la iglesia genuina se hallan los vencedores, quienes están en la realidad del reino de los cielos.
Fuera del cristianismo están el mundo y los incrédulos; no hay una línea que marque una
distinción entre el cristianismo y el mundo. La última dispensación es la del milenio, que se
extiende por mil años. La dispensación del milenio consta de dos partes: la celestial y la terrenal.
En la parte celestial del milenio, que es la manifestación del reino de los cielos, los creyentes que
venzan reinarán con Cristo (Ap. 20:4, 6). En la parte terrenal del milenio, los judíos que hayan
sido salvos serán los sacerdotes que enseñarán a las naciones cómo servir a Dios (Zac. 8:20-23).
Durante el milenio habrá tres categorías de personas: los creyentes vencedores, que serán los
reyes; los judíos salvos, que serán los sacerdotes; y las naciones, que serán los pueblos.
LOS TRES ASPECTOS DEL REINO DE LOS CIELOS
Debemos distinguir los tres aspectos principales del reino de los cielos. El primer aspecto es la
apariencia. Esta apariencia es el cristianismo actual, que incluye a la Iglesia Católica Romana y a
los falsos cristianos. El segundo aspecto es la realidad, la cual se compone de los cristianos que
vencen. Todos los verdaderos cristianos, ya sean victoriosos o derrotados, forman la iglesia; no
obstante, dentro de la iglesia, que se compone de los creyentes, existe una distinción entre los
creyentes que vencen y los que son derrotados. La realidad del reino de los cielos está con los
creyentes que vencen. Actualmente existen cuatro grupos de personas en la tierra: los cristianos
victoriosos que conforman la realidad del reino de los cielos, los creyentes derrotados que están
en la verdadera iglesia pero no en la realidad del reino de los cielos, los falsos cristianos que son
cristianos nominales pero no miembros de la verdadera iglesia, y el mundo, que incluye a todos
los incrédulos. La dispensación de la iglesia se compone de la apariencia del reino de los cielos, o
sea, el cristianismo, y la realidad del reino de los cielos, es decir, los que vencen.
El Señor regresará después de la dispensación de la iglesia, y entonces se exhibirá la
manifestación del reino de los cielos. Aquellos que actualmente viven en la realidad del reino de
los cielos, serán manifestados con el Señor en la dispensación del milenio para ser los reyes que
gobernarán a las naciones de la tierra, en donde los judíos salvos servirán como sacerdotes. La
manifestación del reino de los cielos se compone de tres grupos: los vencedores en Cristo, que
son los reyes; los judíos salvos, que son los sacerdotes; y los pueblos, que son las naciones.
A fin de entender las verdades acerca del reino, primero debemos conocer en qué difieren el
reino de Dios y el reino de los cielos. En segundo lugar, debemos distinguir con claridad los tres
aspectos del reino de los cielos: la apariencia, la realidad y la manifestación. Ya hemos hablado
de la distinción entre el reino de Dios y el reino de los cielos; ahora debemos examinar más
detalladamente las diferencias entre la apariencia, la realidad y la manifestación del reino de los
cielos. Mateo trata sobre el reino de los cielos. Aparte de este evangelio, la única otra mención
del reino de los cielos se halla en 2 Timoteo 4:18, donde se usa la expresión: “reino celestial”. El
Evangelio de Mateo tiene tres partes principales, que son las siguientes: el decreto de la
constitución del reino en los capítulos cinco, seis y siete; las parábolas en el capítulo trece; y la
profecía del reino en los capítulos veinticuatro y veinticinco. Si comprendemos estas tres
secciones principales, podremos entender el Evangelio de Mateo. En el capítulo trece, el Señor
Jesús habla de la apariencia del reino de los cielos; desde el capítulo cinco hasta el capítulo siete,
El muestra la realidad de dicho reino; y, en los capítulos veinticuatro y veinticinco, revela su
manifestación.
EL REINO DE LOS CIELOS
PRESENTADO EN MATEO TRECE:
LA APARIENCIA JUNTO CON LA REALIDAD
La parábola del sembrador
En el capítulo trece de Mateo, la primer parábola es la del sembrador: “Y les habló
muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar” (v. 3). Esta
parábola no hace mención del reino de los cielos, pues en aquel entonces el reino de los
cielos aún no había venido. En la primer parábola, el sembrador es el mismo Señor
quien vino a sembrarse en la humanidad como semilla de vida. Esta fue la preparación
para que viniera el reino de los cielos.
La parábola de la cizaña
La segunda parábola comienza en el versículo 24: “Les presentó otra parábola, diciendo:
El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un hombre que sembró buena semilla
en su campo”. El reino de los cielos sí se menciona en esta segunda parábola, y el
hombre que sembró la buena semilla en su campo es el sembrador de la primer
parábola, el Señor Jesús. “Pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y
sembró cizaña entre el trigo, y se fue” (v. 25). Esta siembra de la cizaña ocurrió poco
después del día de Pentecostés. En el día de Pentecostés, se añadieron a la iglesia miles
de creyentes, entre los cuales había algunos falsos, la cizaña, que fue sembrada entre el
trigo. La segunda parábola habla de la iglesia, que es el inicio del reino de los cielos.
La parábola de la semilla de mostaza
La tercera parábola habla de la semilla de mostaza: “Otra parábola les presentó,
diciendo: El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un hombre
tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas;
pero cuando ha crecido, es la más grande de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera
que vienen las aves del cielo y anidan en sus ramas” (vs. 31-32). La mostaza es una
hierba comestible. La verdadera iglesia, que proviene de la simiente de vida, debe ser
exactamente como la mostaza, o sea, buena para alimentar a otros. Esta hierba, sin
embargo, se convirtió en un gran árbol, y las aves del cielo se alojaron en sus ramas.
Puesto que las aves que se mencionan en la primer parábola (v. 4) representan al
maligno, Satanás, quien vino y arrebató la palabra del reino que había sido sembrada en
los corazones endurecidos (v. 19), las aves del cielo aquí deben de referirse a los
espíritus malignos de Satanás, junto con las personas y las cosas motivadas por ellos,
que se alojan en las ramas del gran árbol. Esto es lo que sucedió en la primer parte del
cuarto siglo, cuando Constantino el Grande unió a la iglesia con el mundo. El introdujo
en el cristianismo a miles de falsos creyentes, convirtiéndolo en el sistema de la
cristiandad, y causando que dejara de ser la iglesia. La cristiandad se convirtió en la
religión nacional del Imperio Romano, y Constantino alentó a los incrédulos a formar
parte de la iglesia. Anteriormente, el Imperio Romano había perseguido a los cristianos;
pero durante el régimen de Constantino, el Imperio Romano extendió una calurosa
bienvenida a los creyentes de Cristo. A partir de allí, la iglesia cambió en naturaleza,
pues se estableció y se arraigó profundamente como un árbol en la tierra, y floreció
echando las ramas de sus proyectos y organizaciones, donde se alojan muchas personas
y cosas malignas. Como resultado de ello, el cristianismo actual se ha convertido en un
gran árbol con muchas ramas, donde se alojan muchas personas pecaminosas y
espíritus malignos.
La parábola de la levadura
escondida en la harina fina
Mateo 13:33 dice: “Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a levadura,
que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”.
La mujer de este relato tipifica a la Iglesia Católica Romana. En Apocalipsis el Señor
asemeja dicha iglesia a una mujer que está sentada sobre una bestia escarlata (Ap. 17:3).
La bestia es el Imperio Romano, y la mujer sobre la bestia es la Iglesia Católica Romana;
esto retrata la unión de la política con la religión. Después de que Constantino acogiera a
la cristiandad como la religión oficial del Imperio Romano, la iglesia se transmutó en
algo grande y mundano hasta llegar a convertirse en una potencia mundial. Esta
poderosa organización mundial, la Iglesia Católica Romana, es representada por la
mujer de la cuarta parábola en Mateo 13. La levadura que esta mujer tomó representa
las cosas malignas (1 Co. 5:6, 8) y las doctrinas malignas (Mt. 16:6, 11-12). La harina, con
que se preparaba la ofrenda de harina (Lv. 2:1), representa a Cristo como alimento para
Dios y para el hombre. La Iglesia Católica Romana tiene algo real, pero se le añadió algo
falso. La teología modernista, que se encuentra entre algunas iglesias protestantes, niega
la deidad de nuestro Señor Jesús así como también el hecho de que nació de la virgen
María. No obstante, la Iglesia Católica Romana siempre ha reconocido que Cristo es el
Hijo de Dios, Dios mismo, quien nació de una virgen. Estas verdades son la harina fina,
la ofrenda de harina, a la cual se le añadió levadura (Lv. 2:4-5, 11). Muchas prácticas
paganas y herejías le fueron añadidas a la harina fina.
Por ejemplo, el nacimiento de Cristo constituye parte de la harina fina, pero la Navidad
es levadura. La historia confirma que la fecha del 25 de diciembre era el día en el cual se
celebraba el nacimiento del dios sol. Cuando el cristianismo fue aceptado como la
religión estatal por el Imperio Romano en el año 313 d. de C., se agregaron a la iglesia
muchas personas que no habían sido regeneradas. Muchas de estas personas
acostumbraban celebrar un festival el 25 de diciembre, en el que conmemoraban el
cumpleaños del dios sol. Para complacer a estos incrédulos, la iglesia apóstata declaró el
25 de diciembre como la fecha en que nació Cristo. Este es el origen histórico de la
Navidad. La iglesia apóstata tiene la harina fina, pero esconde en ella la levadura.
Cristo es la harina fina, pero los supuestos retratos de Jesús son parte de la levadura.
Cualquier obra de arte que pinte a Jesús es falsa. El libro de Isaías dice respecto al Señor
en su vida terrenal que no había “parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin
atractivo para que le deseemos” (Is. 53:2). Isaías 52:14 dice: “De tal manera fue
desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los
hombres”. Sin embargo, los cuadros que pintan a Jesús siempre lo representan como un
hombre atractivo; estos no son verdaderos retratos de Jesús, sino levadura. En 1937,
cuando viajaba por el norte de China, supe de un caso en el cual una hermana cristiana
estaba poseída por un demonio. Cuando me preguntaron la razón de esto les dije que, en
principio, la presencia de pecado o de algún ídolo o imagen en la casa de aquella
hermana, podrían dar lugar a que los demonios la poseyeran. Resultó que esta hermana
era una cristiana recién convertida, que por ignorancia había comprado uno de los
supuestos retratos de Jesús y lo había colgado en su habitación; empezó a venerarlo e
inclinarse ante el cuadro en adoración, y poco tiempo después fue poseída por un
demonio. Le dije que incinerara el cuadro, y desde el momento en que lo quemó, el
demonio la dejó.
Añadir levadura a la harina fina hace que ésta sea más fácilmente recibida por la gente.
En general, a las personas se les hace más difícil comer pan si éste no tiene levadura.
Este es el principio que actualmente opera en la Iglesia Católica Romana. Ellos
sostienen que si uno no agrega la levadura, las personas no aceptarán las cosas con
respecto a la persona de Cristo. Por ejemplo, si simplemente le dijéramos a las personas
que Dios está en Cristo como el Espíritu, ellas no serían capaces de aceptarlo. Según la
Iglesia Católica Romana, colocar una imagen de Cristo o una estatua de El a la entrada
de la catedral y luego afirmar que ella es Cristo, facilita que las personas adoren a Cristo
y lo conozcan. La Iglesia Católica Romana sostiene que las imágenes, si bien no son en
realidad la persona de Cristo, hacen que la gente lo recuerde. Según ellos, una imagen de
Cristo hace más fácil a las personas relacionarse con Cristo. Definitivamente, ésta es
levadura escondida en la harina fina.
Cuando estuve en Manila visité una catedral católica, en cuya entrada se encontraba una
estatua de María. Noté que una de sus manos estaba casi completamente desgastada y
pregunté qué había sucedido. Me explicaron que todo el que entraba en la catedral
tocaba primero la mano de la estatua y que, al pasar los años, este ritual había
desgastado la mano. Cuando les pregunté por qué creían necesario tener esa estatua, me
dijeron: “Si la gente no tiene estatuas, no podrían entender lo que se les dice acerca de la
Biblia; ellos necesitan tocar algo sólido”. Así justifican que se erijan estatuas de Jesús o
de María. ¡Qué sutileza! Esa estatua no es ni Jesús ni María, sino un ídolo.
Aparentemente, ellos adoran a Jesús, pero en realidad adoran una imagen de piedra.
Esta es la sutileza del enemigo.
Ahora podemos ver lo maligno de la iglesia apóstata: ella absorbe las cosas paganas y las
añade a la harina fina. ¡Cuán perverso es esto! La Iglesia Católica Romana predica a
Cristo junto con todos los ídolos, las cosas paganas, imágenes, cosas pecaminosas y
doctrinas falsas. El Señor asemeja esto al reino de los cielos; así que, ésta es la
apariencia del reino de los cielos, no la realidad del mismo.
La parábola del tesoro escondido en el campo
La quinta parábola dice: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un
campo, el cual un hombre halló y luego escondió. Y gozoso por ello, va y vende todo lo
que tiene, y compra aquel campo” (Mt. 13:44). En las Escrituras, el mar denota al
mundo corrompido por Satanás (Is. 57:20; Ap. 17:15), y el campo representa la tierra
creada por Dios para Su reino (Gn. 1:26-28). El tesoro escondido en el campo representa
el reino escondido en la tierra creada por Dios. El tesoro escondido debe de estar
constituido de oro o piedras preciosas, los materiales que se usan para edificar la iglesia
y la Nueva Jerusalén (1 Co. 3:12; Ap. 21:18-20). La iglesia es el reino práctico hoy, y la
Nueva Jerusalén será el reino manifestado por la eternidad. Antes de que el Señor
viniera, el reino estaba escondido; cuando el Señor vino, halló el reino y lo presentó a los
judíos. Puesto que los judíos rechazaron el reino, el Señor lo escondió de ellos; luego, El
fue a la cruz y murió para pagar el precio a fin de comprar este campo y su tesoro
escondido. Esto significa que el Señor murió en la cruz a fin de redimir la tierra para Su
reino.
La parábola del comerciante y la perla
La sexta parábola dice: “También el reino de los cielos es semejante a un comerciante
que busca perlas finas, y habiendo hallado una perla de gran valor, fue y vendió todo lo
que tenía, y la compró” (Mt. 13:45-46). En esta parábola el Señor es el comerciante, y la
iglesia es la perla. La perla proviene del mar, que representa el mundo corrompido. La
perla es producida en las aguas de muerte (el mundo lleno de muerte) por la ostra viva
(el Cristo viviente), que cuando es herida por un grano de arena (el pecador), segrega su
sumo vital sobre la partícula que la hiere. La perla también es uno de los materiales que
se usa para edificar la Nueva Jerusalén. Puesto que la perla proviene del mar, que
representa el mundo corrompido por Satanás, debe de referirse a la iglesia, la cual está
constituida principalmente de creyentes regenerados provenientes del mundo pagano, y
es de gran valor.
La parábola de la red echada al mar
La séptima parábola dice: “Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red
echada en el mar, la cual recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la
orilla; y sentados, recogen lo bueno en recipientes, y lo malo echan fuera” (Mt. 13:4748). El mar representa el mundo corrupto. Cuando concluya la era de la iglesia y el
Señor regrese, El enviará a sus ángeles para que le traigan a todos los seres vivos, los
incrédulos. Luego, los separará en dos categorías: los buenos y los malos. Los malos
perecerán inmediatamente, y los buenos serán trasladados al reino milenario, donde
serán las naciones (Mt. 13:49-50; 25:32-46).
Estas siete parábolas muestran la apariencia del reino de los cielos junto con la realidad
de dicho reino. La apariencia del reino de los cielos incluye a los creyentes verdaderos, a
los falsos creyentes y todas las cosas malignas del cristianismo actual.
LA REALIDAD DEL REINO DE LOS CIELOS
La realidad del reino de los cielos se revela en los capítulos cinco, seis y siete de Mateo.
Las parábolas del capítulo trece de Mateo dan a conocer lo que es la levadura, las cosas
malignas y los falsos creyentes; en cambio, los capítulos cinco, seis y siete muestran que
el reino de los cielos es algo muy puro. Lo último alude a la realidad del reino de los
cielos.
Mateo 5:3 afirma: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos”. El versículo 10 dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por
causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. El versículo 20 declara:
“Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos”. Estos versículos muestran cuán riguroso y puro es el
reino de los cielos. Mateo 7:21 dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos”. Esta
es la realidad del reino de los cielos; para participar en ella debemos ser pobres en
espíritu, sufrir persecución por causa de la justicia, hacer la voluntad del Padre, y ser
puros y mansos (Mt. 5:3-10). Las parábolas del capítulo trece de Mateo revelan la
apariencia del reino de los cielos, mientras que las enseñanzas contenidas en los
capítulos cinco, seis y siete de Mateo muestran su realidad.
Un creyente genuino que está en la iglesia no es necesariamente un vencedor. Podemos
estar en la iglesia y aún así no vivir en la realidad del reino de los cielos. Algunos están
en el cristianismo, en la apariencia del reino de los cielos, pero realmente no están en la
iglesia. Para estar en la iglesia, una persona debe ser un creyente genuino de Cristo, o
sea, debe ser regenerado con la vida de Dios. Después de ser regenerado, el creyente
debe proseguir con el Señor y ser victorioso; debe vencer todas las cosas pecaminosas y
entonces estará en la realidad del reino de los cielos. Para saber si estamos o no en la
realidad del reino de los cielos, debemos examinarnos a la luz de las enseñanzas de los
capítulos cinco, seis y siete de Mateo. Quizás ya somos salvos; pero, ¿estamos en la
realidad del reino de los cielos?
LA MANIFESTACION DEL REINO DE LOS CIELOS
Cuando el Señor regrese, se exhibirá la manifestación del reino de los cielos. Esto se
revela en los capítulos veinticuatro y veinticinco de Mateo. Solamente los vencedores,
quienes hoy están en la realidad del reino de los cielos, participarán en la manifestación
del reino de los cielos en el futuro. Esta manifestación será una recompensa, un premio,
otorgado a los vencedores.
CAPITULO TRES
UNA VIDA REGIDA POR EL REINO
Lectura bíblica: Ez. 28:11-19; Is. 14:12-20; Ap. 12:3-4; Ro. 14:17; 1 Co. 3:9; 5:1-5; 6:6-7, 9-10;
3:13-15; Mt. 24:38-51; 25:1-30
¿Qué es un reino? Un reino es un régimen, un gobierno; y el reino de Dios simplemente
se refiere al régimen y gobierno de Dios. Desde la eternidad y hasta la eternidad, Dios es
el Rey, el Soberano todopoderoso que rige el universo. Todo el universo, desde la
eternidad y hasta la eternidad, es el reino de Dios. Según Ezequiel 28:11-19 e Isaías
14:12-20, uno de los arcángeles, Lucifer, se rebeló en contra de Dios, y un grupo de
ángeles lo siguió en su rebelión (Ap. 12:3-4). Después de que el hombre fue creado,
Lucifer, quien es Satanás, también indujo a éste a rebelarse. Debido a estas dos
rebeliones —la de Satanás con sus ángeles y la del hombre— el gobierno de Dios ha sido
grandemente estorbado, puesto a prueba y atacado. En lugar de estar bajo el régimen
divino, la tierra se ha sometido al control de Satanás, que opera en el hombre caído. En
esto consiste el reino terrenal. Cuando el Señor Jesús vino a la tierra al encarnarse, casi
toda la tierra formaba parte del reino terrenal controlado por Satanás y el hombre. El
Señor Jesús vino para llevar a cabo el propósito de Dios, trayendo Su reino a este
mundo. La intención de Dios consiste en que la tierra se someta al control de los cielos;
por este motivo El debe traer Su reino a la tierra. Toda la tierra debe obedecer al
régimen celestial. El Señor Jesús vino a sujetar la tierra bajo el gobierno del reino de los
cielos.
Por este motivo, Juan el Bautista proclamó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se
ha acercado” (Mt. 3:2). El hombre necesitaba arrepentirse y sujetarse al gobierno
celestial. Cuando el Señor Jesús vino con el reino de los cielos, El fue rechazado por el
pueblo judío, así que se volvió a los gentiles y estableció Su iglesia entre ellos. En la
esfera de la iglesia, El trajo todas las cosas bajo el régimen de los cielos; en la iglesia está
el gobierno celestial, y allí está la realidad del reino de los cielos. Durante la era de la
iglesia, sin embargo, el reino de los cielos no se ha manifestado abiertamente; más bien,
es un régimen celestial cuyo gobierno rige de manera misteriosa y oculta. No obstante,
la realidad del reino de los cielos está presente, aunque todavía no se ha manifestado. En
la iglesia, por lo menos algunos cristianos son regidos por el gobierno celestial; por
tanto, la realidad del reino de los cielos está con ellos.
Cuando el Señor regrese, El subyugará el mundo, y los reinos de este mundo vendrán a
ser el reino de nuestro Señor. En aquel tiempo el reino de los cielos se manifestará
abiertamente (Ap. 11:15); vendrá a ser el poder gobernante y regirá de manera abierta,
ya no de modo misterioso y oculto. Hoy en la esfera de la iglesia, el reino de los cielos
rige de manera misteriosa; pero en aquel tiempo, se manifestará públicamente. El reino
de los cielos simplemente es el régimen celestial. Si usted está en la realidad del reino de
los cielos, está sujeto al gobierno celestial.
Al entregar el reino de los cielos a la iglesia, el Señor Jesús trasladó a un grupo de
personas fuera del mundo y las puso bajo el gobierno celestial. Por medio de la
regeneración, los cristianos entran al reino de los cielos; esto significa que, por medio de
un nuevo nacimiento, el cristiano es hecho un súbdito de este reino. Aunque la
regeneración nos da un comienzo maravilloso, no son muchos los que están dispuestos a
ser regidos por los cielos. Por lo tanto, a pesar de haber sido regenerados y salvos por el
Señor, muchos cristianos viven derrotados. Tuvieron un buen comienzo, pero no
continuaron del mismo modo. Estos creyentes fueron introducidos al reino por medio
de su nuevo nacimiento, pero no continuaron en el reino porque no estuvieron
dispuestos a ser regidos por el gobierno celestial. Los creyentes genuinos, que son parte
de la iglesia, fueron regenerados y entraron al reino de los cielos, pero muchos de ellos
viven derrotados. Sólo un número reducido de estos creyentes lleva una vida que vence.
Los vencedores son aquellos que están dispuestos a sujetarse al gobierno del reino de los
cielos; son aquellos que están dispuestos a vivir, andar y actuar conforme a las
enseñanzas del Señor respecto a la realidad del reino, las cuales están contenidas en los
capítulos del cinco al siete de Mateo. Ellos han sido santificados, vencen el pecado, el yo,
la carne y el mundo, y están en el proceso de ser transformados.
Permítanme referirles algunos ejemplos que nos ayudarán a entender lo que significa
estar sujetos al gobierno celestial. En la universidad hay muchos estudiantes que no son
salvos; además hay otros que sí lo son, que han sido regenerados, pero que no son
victoriosos sino que son creyentes derrotados. Sólo una reducida cantidad de cristianos
viven en victoria. Puesto que la mayoría de los cristianos son desobedientes, es
necesario que la administración de la escuela los controle; sin embargo, si usted es un
cristiano que se sujeta al gobierno del reino de los cielos, no necesitará que la
administración de la escuela lo controle. Por ejemplo, si los reglamentos señalan que las
luces deben apagarse a las 10:30 p.m., usted no debería necesitar que alguien llegue a
esa hora y lo obligue a cumplir esta regla. Es posible que los incrédulos y los cristianos
derrotados cubran la lámpara encendida y continúen leyendo hasta las dos de la
madrugada. Si usted hiciera semejante cosa y se somete al gobierno del reino de los
cielos, ciertamente se arrepentirá e irá a la dirección de la escuela para disculparse,
ofreciendo pagar cualquier cargo adicional por la electricidad que usó. Si usted está
sujeto al gobierno del reino de los cielos, no hay necesidad de que alguien lo controle. Si
necesitamos de policías que nos controlen, esto significa que somos cristianos
derrotados. Debemos ser personas celestiales que estén bajo el gobierno celestial, que no
necesitan ningún otro tipo de control.
Si se presenta la oportunidad, tanto las damas cultas como los caballeros educados
roban de vez en cuando. Esto demuestra que ellos se encuentran bajo el control del
gobierno terrenal, y no están sujetos al gobierno de los cielos. Si la policía no estuviera
presente en las ciudades importantes, ¡qué confusión y caos habría! Esto se debe a que
hoy el hombre está bajo el control y gobierno terrenales, y no se somete al gobierno del
reino de los cielos.
Pero nosotros, el pueblo celestial, debemos estar sujetos a la autoridad del reino de los
cielos; ésta es la realidad del reino de los cielos. La intención de Dios al regenerarnos es
que vivamos bajo la autoridad de Su gobierno celestial; pero muchos de nosotros,
después de haber sido regenerados, no estamos dispuestos a ser gobernados por el reino
de los cielos. Estamos en la iglesia, pero no en la realidad del reino de los cielos.
El reino de los cielos pertenece a aquellos que son pobres en espíritu, de corazón puro,
mansos, cuya justicia excede a la de los fariseos y que hacen la voluntad de Dios. El que
viva de tal manera está en el reino de los cielos, y dicho reino le pertenece. La Palabra no
dice que será de nosotros, sino que es de nosotros (Mt. 5:3). Cuando somos puros de
corazón y pobres en espíritu, el reino es nuestro; esto significa que estamos en el reino
de los cielos ahora, y que estamos sujetos a su gobierno.
EL REINO ES JUSTICIA, PAZ Y GOZO
En Romanos 14:17, el apóstol Pablo dice que el reino de Dios es “justicia, paz y gozo en
el Espíritu Santo”. La justicia se aplica a las relaciones humanas que tenemos con otros.
Debemos ser justos con nosotros mismos, tener paz para con los demás y estar llenos de
gozo ante Dios. Si usted no está gozoso delante de Dios y con Dios, eso significa que está
mal con Dios. Nuestra vida diaria debe corresponder a Romanos 14:17.
En nuestro salón de reuniones en Taiwan, solíamos tener bancas y no sillas individuales.
Cuando no esperábamos que muchas personas llegaran a la reunión, anunciábamos que
cada banca debía servir para cuatro personas; pero cuando esperábamos que más
personas llegaran a la reunión, anunciábamos que cada banca debía servir para cinco
personas. Algunos de los hermanos y hermanas, sin embargo, no compartían justa y
equitativamente su espacio con los demás. Si usted es un cristiano que está sujeto al
gobierno celestial y que participa de la realidad del reino de los cielos, ciertamente no
ocuparía el espacio que corresponde a otra persona. Inclusive, sacrificaría una pequeña
porción de su propio lugar para el beneficio de otros. Si fallamos en este asunto,
significa que somos avaros. No piense que todos los cristianos son personas
maravillosas; muchos de ellos son egoístas y no se someten al gobierno de los cielos.
Como no son justos consigo mismos, no tienen paz para con otros ni tampoco están
llenos de gozo ante Dios ni con Dios. Si usted está mal con Dios, no será feliz. Pero si se
somete al gobierno de los cielos, será recto consigo mismo, tendrá paz para con los
demás y disfrutará de gozo ante Dios. Este es el gobierno celestial. Esto es lo que
significa estar en la realidad del reino de los cielos.
Usted puede ser un miembro regenerado de la iglesia y aun así no someterse al gobierno
de los cielos. O sea, aunque esté en la iglesia, no se halla en la realidad del reino de los
cielos. Si usted es un cristiano derrotado que no vive en la realidad del reino de los
cielos, ¿dónde estará cuando el Señor Jesús regrese? En el pasado algunos han enseñado
que cuando el Señor regrese, aunque uno viva derrotado, será tratado igual que un
cristiano victorioso y que, por lo tanto, participará de la manifestación del reino de los
cielos, y reinará juntamente con el Señor. Este concepto no es lógico.
EL REINO COMO HERENCIA
Consideremos el caso presentado en el capítulo cinco de 1 Corintios. Un hermano que
formaba parte de la iglesia en Corinto, cometió un pecado que aun los incrédulos
condenarían. Leamos 1 Corintios 5:1 y 5: “De cierto se oye que hay entre vosotros
fornicación, y tal fornicación cual ni aun se da entre los gentiles; tanto que alguno tiene
la mujer de su padre ... el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin
de que su espíritu sea salvo en el día del Señor”. Cuando el Señor Jesús regrese,
¿perecerá eternamente aquel pecador? ¡No! El versículo 5 dice: “a fin de que su espíritu
sea salvo en el día del Señor”.
Cuando el Señor Jesús regrese, ciertamente el apóstol Pablo participará en la
manifestación del reino de los cielos y reinará juntamente con el Señor Jesús, porque él
ya vivía en la realidad del reino de los cielos. Pero, ¿qué acerca del hermano pecaminoso
de Corinto? ¿Piensa usted que él participaba en la realidad del reino de los cielos? El
estaba en la iglesia en Corinto, pero no se hallaba en la realidad del reino de los cielos.
Ese creyente pecaminoso y derrotado, que vivía en fornicación, ciertamente no
participará en la manifestación del reino de los cielos, ni reinará con el Señor.
Leamos, además, 1 Corintios 6:6-7: “En cambio, el hermano va a juicio contra el
hermano, y esto ante los incrédulos. Así que, por cierto ya es un fracaso para vosotros
que tengáis litigios entre vosotros. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no
sufrís más bien el ser defraudados?” La actitud del Señor ante el hermano que se hallaba
en fornicación y ante aquellos que se defraudaban mutuamente, se encuentra en los
versículos 9 y 10: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os
desviéis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los
que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios”. El capítulo cinco muestra que un
fornicario todavía es salvo, pero el capítulo seis muestra que semejante persona no
puede heredar el reino de Dios. La Palabra no dice que no entrará en el reino de Dios,
sino que no heredará el reino de Dios. Existe una gran diferencia entre ingresar al reino
de Dios y heredar el reino de Dios. Para entrar en el reino de Dios, simplemente
necesitamos nacer de nuevo (Jn. 3:3, 5); sin embargo, para heredar el reino de Dios,
necesitamos vivir en la realidad del reino de los cielos ahora.
¿Cuándo heredarán los vencedores el reino de Dios? Ciertamente esto ocurrirá cuando
el Señor Jesús regrese. El reino hoy no es un disfrute, sino un ejercicio. Actualmente no
lo disfrutamos ni lo heredamos, sino que nos ejercitamos a fin de permanecer en la
realidad del reino de los cielos. Pero cuando el Señor Jesús regrese, disfrutaremos del
reino. En aquel tiempo, gozaremos del reino y seremos correyes que rigen juntamente
con el Señor Jesús. El reino será nuestra herencia. Ser regenerados y entrar en el reino
no es lo mismo que heredar el reino de Dios.
SUFRIR PERDIDA
Cuando el Señor Jesús regrese, el apóstol Pablo heredará la manifestación del reino.
Pero, ¿qué acerca del hermano pecaminoso de 1 Corintios 5? ¿Heredará él el reino de
Dios? ¡No! ¿Qué sucederá con él? Encontramos la respuesta en 1 Corintios 3:13-15: “La
obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es
revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la
obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es
consumida, él sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por
fuego”. Cuando el Señor Jesús regrese, el fuego probará la obra de cada uno. Si la obra
de alguno permanece, esa persona no recibirá la salvación, sino la recompensa. Estos
versículos no hablan de la seguridad de nuestra salvación; se refieren, más bien, a si
hemos de recibir recompensa o sufrir pérdida cuando el Señor Jesús regrese. El
versículo 15 dice: “El sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado
por fuego”. No piense que por haber sido salvo, ya no tiene ningún problema. Ser salvo
es una cosa; y ser recompensado o sufrir pérdida es otra. Usted puede ser salvo y aun así
sufrir pérdida. Y aunque sufra pérdida, todavía será salvo. Una vez que hemos sido
salvos, jamás podremos perecer (Jn. 10:28-29); pero, una vez que hayamos sido salvos,
podemos ser recompensados por el Señor o sufrir pérdida.
EL EJERCICIO DEL REINO
Dios usa el reino de los cielos para cumplir dos propósitos: primero, para que Sus hijos
se ejerciten, y luego para recompensarlos. Hoy, el reino de los cielos es una práctica. No
diga que como hemos sido salvos por gracia, todo es por gracia. Ciertamente
disfrutamos a Cristo como gracia, pero experimentar el reino requiere de un ejercicio.
Aun en la vida familiar podemos ver estos dos aspectos. En la Biblia ciertamente vemos
la faceta del disfrute y de la gracia, pero también vemos el aspecto del ejercicio y de la
responsabilidad. Cristo es la gracia, y el reino es una práctica. Por Su resurrección, el
Señor Jesús nos regeneró (1 P. 1:3). Pero una vez hemos sido regenerados, debemos
ejercitarnos para estar en el reino. No estamos simplemente en la casa de Dios, sino que
además estamos en el reino de Dios. El hogar es un lugar donde disfrutamos de la gracia
y nos gozamos, pero el reino es la esfera en donde nos ejercitamos. Son muchos los
cristianos que simplemente disfrutan la vida fraternal en la casa de Dios, pero descuidan
la práctica de una vida perteneciente al reino. Dios usa el reino de los cielos para
hacernos personas que se ejerciten en llevar una vida conforme al reino.
EL REINO COMO RECOMPENSA
Dios también usa el reino de los cielos para recompensar a Sus hijos fieles. Si nos
ejercitamos apropiadamente después de haber sido salvos, disfrutaremos la
manifestación del reino de los cielos como recompensa. Actualmente, el reino de los
cielos es una práctica para nosotros, pero en el porvenir será nuestro disfrute. La gran
pregunta es: ¿seremos aptos o no para heredar el reino de los cielos? Dios está lleno de
gracia, sin embargo, El también es sabio. El nos salva por Su gracia, pero en Su
sabiduría nos motiva para que nos ejercitemos en llevar una vida conforme al reino y
también ha de recompensarnos con dicho reino. Si vivimos derrotados, cuando El
regrese ciertamente nos disciplinará y no disfrutaremos de la manifestación del reino de
los cielos como nuestra herencia.
Leamos Mateo 24:45-51: “¿Quién es, pues, el esclavo fiel y prudente, al cual puso su
señor sobre su casa para que les dé el alimento a su debido tiempo? Bienaventurado
aquel esclavo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que
sobre todos sus bienes le pondrá. Pero si aquel esclavo malo dice en su corazón: Mi
señor tarda en venir; y comienza a golpear a sus consiervos, y come y bebe con los que se
emborrachan, vendrá el señor de aquel esclavo en día que éste no espera, y a la hora que
no sabe, y le separará, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el llanto y el crujir
de dientes”. No piense que el esclavo que fue separado era un incrédulo. El hecho de que
sea un esclavo indica que se trata de una persona salva. Examine su propia situación:
usted es salvo, pero ¿es un esclavo fiel al Señor? ¿Es usted el primer esclavo o el
segundo? Si usted es el primer esclavo, el Señor Jesús lo pondrá sobre todos Sus bienes
cuando regrese. Pero si es el segundo esclavo, será excluido de la manifestación de esta
autoridad y sufrirá pérdida; por consiguiente, llorará y crujirá los dientes.
LA PARABOLA DE LOS TALENTOS
La segunda parábola de Mateo veinticinco, la parábola de los talentos, refleja el mismo
principio. Todos son esclavos; sin embargo, a algunos de ellos no se les permite
participar de la manifestación del reino de los cielos. Leamos a partir del versículo 22:
“Acercándose también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me
entregaste; mira, otros dos talentos he ganado. Su señor le dijo: Bien, esclavo bueno y
fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero
acercándose también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres
hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no aventaste; por lo cual
tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo.
Respondiendo su señor, le dijo: Esclavo malo y perezoso, sabías que siego donde no
sembré, y que recojo donde no aventé. Por tanto, debías haber entregado mi dinero a los
banqueros, y al venir yo, hubiera recobrado lo que es mío con los intereses. Quitadle,
pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque a todo el que tiene, le será
dado, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al
esclavo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes”.
Los esclavos fieles fueron invitados a entrar en el gozo del Señor; pero el esclavo
perezoso fue reprendido por el Señor y echado en las tinieblas de afuera, donde llorará y
crujirá los dientes. El esclavo perezoso fue castigado a fin de ser perfeccionado y
madurar en vida.
UNA SERIA ADVERTENCIA
El reino de los cielos es el gobierno celestial, el régimen celestial, del Señor Jesús.
Después de haber sido regenerados, debemos estar sujetos a Su gobierno. Si nos
sometemos a Su gobierno, seremos victoriosos; estaremos en la realidad del reino de los
cielos y participaremos en su manifestación, donde reinaremos con el Señor. Pero si
somos cristianos derrotados, cuando el Señor Jesús regrese sufriremos pérdida y
seremos castigados para que maduremos. Cuando el Señor regrese, seremos
recompensados o disciplinados conforme a la medida de nuestro ejercicio en el reino. Si
nuestra práctica ha sido apropiada y estamos en la realidad del reino de los cielos, el
Señor nos recompensará permitiéndonos participar de la manifestación del reino. Pero
si no estamos en la realidad del reino de los cielos, el Señor nos someterá a cierto tipo de
disciplina o castigo cuando se manifieste el reino de los cielos. Esto no significa que
pereceremos, sino que sufriremos pérdida a fin de madurar.
Somos los hijos del Señor, somos Su mies y Su labranza (1 Co. 3:9). Por ser Su mies,
debemos llegar a la madurez, ya sea en esta era o en la siguiente. Si no estamos
dispuestos a madurar en esta era, cuando el Señor Jesús regrese nos disciplinará y
seremos obligados a madurar en la siguiente era. Por una parte, tenemos la seguridad de
que somos salvos eternamente, pues una vez hemos sido salvos, lo somos eternamente.
Pero por otra, se nos hace una grave advertencia. Hoy, el Señor nos da el reino de los
cielos como un ejercicio en el cual somos puestos a prueba. Cuando El regrese, ha de
otorgarnos el reino de los cielos como recompensa, siempre y cuando nos hayamos
ejercitado apropiadamente en dicha práctica. De otro modo, nos someterá a cierto
castigo que nos permitirá pagar el precio necesario para madurar y ser perfeccionados.
Que el Señor nos conceda Su gracia hoy.
CAPITULO CUATRO
EL EJERCICIO Y LA DISCIPLINA
REQUERIDAS PARA PARTICIPAR DEL REINO
Lectura bíblica: 1 Co. 3:12-15; Lc. 12:42-47; Hch. 14:22; Jn. 3:5; 1 Co. 5:1, 5, 6:9-10; Ef. 5:3-5;
Gá. 5:19-21; 2 Ts. 1:5; 1 Co. 9:24-27; Fil. 3:13-15; 2 Ti. 4:1, 7-8, 18
LA VIDA ETERNA DE DIOS CUMPLE
TODOS LOS REQUISITOS DEL REINO
Las verdades del reino están estrechamente relacionadas con nuestra vida espiritual y
con nuestra vida de iglesia. Si hemos de poner en práctica la vida de iglesia, debemos
aprender todo lo relacionado con el reino de Dios y el reino de los cielos; esto es
necesario también para experimentar la vida interior. Tanto el reino de Dios como el
reino de los cielos son el gobierno de Dios, el régimen celestial. Debemos tener presente
que la primera proclamación del evangelio, efectuada por Juan el Bautista y el Señor
Jesús, consistió en anunciar el reino de los cielos. Debido a nuestros conceptos
naturales, pensamos que el primer tema del evangelio es el perdón de pecados y la vida
eterna. No hay duda que nuestros pecados han sido perdonados y hemos obtenido la
vida eterna; sin embargo, las primeras palabras del evangelio en el Nuevo Testamento
proclamaron el arrepentimiento por causa del reino de los cielos (Mt. 3:2; 4:17).
Necesitamos el perdón de nuestros pecados para obtener la vida eterna, y requerimos la
vida eterna para poder sujetarnos al gobierno celestial. El evangelio exige que nos
sujetemos al reino, y para ello, nos provee la vida divina. El evangelio nos impone
requisitos, pero también nos suministra lo necesario para cumplirlos. El evangelio exige
que seamos gobernados y dirigidos por los cielos, pero a la vez nos suministra la vida
divina para que cumplamos estas exigencias.
Los capítulos cinco, seis y siete del Evangelio de Mateo revelan la norma más elevada de
vida. Estos capítulos determinan que debemos ser pobres en espíritu (5:3), de corazón
puro (5:8), mansos (5:5), y que además, debemos padecer persecución por causa de la
justicia (5:10). Si alguien nos quita la túnica, debemos cederle la capa (5:40); y si alguien
nos obliga a ir con él una milla, debemos caminar con él dos (5:41).
Cuando el hermano Nee era joven, predicó el evangelio, y un grupo de jóvenes fue
atraído al Señor. Ellos salieron a las zonas rurales a predicar el evangelio a los
campesinos, de entre los cuales, algunos fueron salvos. En aquella región casi todos los
cultivos se asentaban en colinas, por lo cual los agricultores se veían obligados a
acarrear agua cuesta arriba para irrigarlos. Dos de estos campesinos que conocieron al
Señor poseían terrenos cerca de la cima de una montaña, y un vecino de ellos era dueño
de unos terrenos situados a un nivel más bajo, que colindaba con los de ellos. Una tarde,
estos dos agricultores se fueron a casa cansados, después de haber acarreado agua para
sus campos. Cuando regresaron a sus cultivos el día siguiente, hallaron que toda el agua
había desaparecido. Descubrieron que el vecino había hurtado el agua para regar sus
propios cultivos, habiéndola drenado de los campos donde estaba represada.
Los dos campesinos estaban muy enojados, pero como eran cristianos, pensaron que
necesitaban aprender a ser pacientes. Así que, transportaron nuevamente agua para
regar sus cultivos. Cuando regresaron al día siguiente, descubrieron que el agua había
sido nuevamente drenada a los campos colindantes del vecino. Si bien se pusieron
furiosos, pensaron que como eran cristianos, necesitaban adquirir más paciencia; por lo
tanto, no dijeron nada a nadie y acarrearon una vez más el agua necesaria para regar sus
campos. El siguiente día, el agua había desaparecido de nuevo. A estas alturas, los
hermanos estaban tan perturbados que fueron a hablar con el hermano Nee. Le
contaron lo que había sucedido y le dijeron que, como eran cristianos, sentían que
debían ser pacientes con respecto a este asunto. Cuando el hermano Nee les preguntó si
se sentían llenos de gozo interiormente, los hermanos replicaron que cuanto más
trataban de ser pacientes, más sufrían.
El hermano Nee les leyó Mateo 5:40-41: “Y al que quiera litigar contigo y quitarte la
túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él
dos”; y les dijo que si querían ser cristianos gozosos deberían acarrear agua a los campos
de su vecino primero y, luego, llevar agua para sus propios cultivos. Al siguiente día, los
dos hermanos primero llevaron agua para los cultivos de su vecino y, luego, acarrearon
agua para sus propios campos. Al hacer esto, se llenaron de gozo y comenzaron a alabar
al Señor. Aquella noche, cuando el vecino vino a robar el agua nuevamente, vio que sus
campos ya habían sido regados y que no había necesidad de hurtar. Su vecino fue tan
conmovido que, poco tiempo después, fue salvo y llegó a ser un hermano en la iglesia.
Este ejemplo nos muestra cómo estos dos hermanos se ejercitaron a fin de sujetarse al
gobierno celestial.
Los cristianos hemos nacido de lo alto; no necesitamos que ningún tipo de régimen
terrenal nos gobierne, porque el gobierno celestial nos rige. Este es el verdadero
significado del reino de los cielos. El evangelio simplemente exige que nos sujetemos al
reino; no sólo requiere que seamos perdonados de nuestros pecados, sino también que
seamos regidos por el gobierno celestial.
A fin de cumplir los requisitos propios de una norma tan elevada, es preciso poseer una
vida que se encuentre al mismo nivel. De otro modo, no podremos cumplir sus
exigencias. Unicamente la vida divina es capaz de cumplir los requisitos de semejante
norma; sólo la vida divina puede satisfacer las exigencias del gobierno celestial. El
evangelio neotestamentario exige que nos sujetemos al reino, y la vida eterna, la cual es
Cristo mismo, es el suministro que este evangelio provee. La vida divina puede cumplir
las exigencias del reino. Una vez hayamos visto el reino, podremos valorar la norma
elevada de vida que el evangelio establece. Inmediatamente después de ser salvos,
somos regulados internamente por una norma celestial, la cual nos exige vivir en un
nivel superior. Este nivel sólo puede ser alcanzado mediante el suministro de la vida
divina.
LA SABIDURIA Y LA JUSTICIA DE DIOS
El reino se relaciona también con la sabiduría y la justicia de Dios, ya que testifica de
ellas. Sin el reino, ni la sabiduría ni la justicia de Dios pueden ser probadas plenamente.
Además, la verdad respecto al reino resuelve el debate entre el calvinismo y el
arminianismo. Los calvinistas dan énfasis a la seguridad eterna de nuestra salvación,
mientras que los arminianos hacen hincapié en que podemos perder la salvación.
Durante muchas generaciones estos dos grupos han debatido, ya que ambos tienen
argumentos válidos. Los calvinistas pueden citar muchos pasajes bíblicos que afirman la
seguridad eterna; sin embargo, los arminianos citan otros pasajes, como los contenidos
en los capítulos seis y diez del libro de Hebreos, los cuales parecen indicar que una
persona salva puede volver a caer y perecer eternamente. Sin la verdad acerca del reino,
estos dos extremos nunca podrían ser reconciliados.
No hay duda de que una vez somos salvos, lo somos por siempre; nuestra salvación está
asegurada eternamente. Pero además de la salvación, vemos la sabiduría de Dios, pues
existe la verdad con respecto al reino. Hoy, el reino es un ejercicio para nosotros. Dios
nos salvó y luego puso el reino ante nosotros para que nos ejercitemos en él. Aunque
nacemos en la casa de Dios, debemos ejercitarnos en el reino de Dios. El hogar es donde
nacemos y disfrutamos, mientras que el reino es donde nos ejercitamos y asumimos
responsabilidades. Después de haber sido regenerados, debemos ejercitarnos en el
reino. En el hogar disfrutamos la gracia, pero el reino es la esfera donde ejercemos
responsabilidades; no deberíamos tomar una parte y descuidar la otra. Ciertamente
debemos recibir la gracia, pero también tenemos que asumir responsabilidades, es
decir, debemos tener la experiencia del hogar así como también la del reino.
Disfrutamos el hogar al participar de la gracia, y experimentamos el reino al cumplir con
nuestras responsabilidades. Actualmente en la era de la iglesia, el reino es un ejercicio,
una práctica para nosotros, pero en la era por venir, en el milenio, el reino será nuestra
recompensa. Si nos ejercitamos apropiadamente en la era presente, el Señor nos
recompensará en aquel día; de lo contrario, perderemos la recompensa del reino. De
este modo, se comprueba la sabiduría de Dios, y Su justicia es sostenida. La salvación es
eterna, y una vez obtenida no se pierde jamás (Jn. 10:28-29). Lo que si podemos perder
es la recompensa del reino, aun cuando seamos salvos (1 Co. 3:8, 14-15). Además de
recibir la salvación eterna, debemos ejercitarnos hoy en el reino si deseamos recibir la
recompensa del reino en la era por venir.
EL EJERCICIO DEL REINO
Necesitamos leer una serie de pasajes bíblicos los cuales indican que, además de la
salvación, debemos ejercitarnos en el reino. En 1 Corintios 3:12-15 dice: “Y si sobre este
fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la
obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es
revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la
obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es
consumida, él sufrirá pérdida, pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por
fuego”. Este breve pasaje muestra claramente que si nos ejercitamos apropiadamente,
recibiremos una recompensa; de lo contrario, sufriremos pérdida. Esto no significa que
perderemos nuestra salvación, sino que sufriremos pérdida. Tanto la recompensa como
la pérdida son adicionales a la salvación. Una vez que obtenemos la salvación, la
poseemos eternamente; pero, además de la salvación está el asunto de la recompensa o
la pérdida. Debemos darnos cuenta de que, al ser salvos, somos introducidos en el reino,
así que debemos ejercitarnos en la práctica del mismo. Debido a que hemos nacido de
nuevo, debemos estar sujetos al gobierno celestial. Nuestro ejercicio en el reino
determinará si recibiremos recompensa o pérdida. Con respecto a nuestra salvación, no
existe ningún problema, pero sí hay complicaciones respecto a nuestra práctica del
reino.
UN MAYORDOMO FIEL Y PRUDENTE
Leamos ahora Lucas 12:42-47: “Y dijo el Señor: ¿Quién es, pues, el mayordomo fiel y
prudente al cual el señor pondrá sobre su servidumbre, para que a tiempo les dé su
ración? Bienaventurado aquel esclavo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo
así. En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes. Mas si aquel esclavo dice en
su corazón: Mi señor tarda en venir; y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y
a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel esclavo en día que éste no
espera, y a la hora que no sabe, y le separará, y pondrá su parte con los incrédulos. Aquel
esclavo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su
voluntad, recibirá muchos azotes”. Note que existen dos posibilidades para el mismo
mayordomo: si el mayordomo es fiel, cuando el señor venga lo pondrá sobre todos sus
bienes; pero si no es fiel, le separará y pondrá su parte con los incrédulos. Ambas
opciones atañen al mismo individuo; esto tiene que ver con la recompensa del reino.
Hoy estamos en el reino para ser gobernados, pero en la siguiente era estaremos allí
para gobernar. Actualmente, el reino es un ejercicio para nosotros, una práctica; pero en
la próxima era, la manifestación del reino será una recompensa. Primero debemos ser
gobernados, para luego regir; si nunca hemos sido gobernados, jamás podremos regir.
Debemos ejercitarnos en esta era, de tal modo que estemos capacitados para gobernar
en la siguiente era. En la era presente, el Señor entrena a Sus hijos y los prepara para
que sean Sus correyes. Todos necesitamos prepararnos. Como mayordomo, usted debe
aprender a cuidar de la casa del Señor; debe ejercitarse y aprender a regir como un rey.
Si lo hace, podrá ser designado para regir en el reino cuando el Señor regrese; en aquel
tiempo, la manifestación del reino de los cielos será una recompensa para usted.
Existen dos posibilidades para el mismo siervo: la primera consiste en que él sea fiel y,
por tanto, se le designe para gobernar sobre todo lo que su señor posee; la segunda
posibilidad consiste en que él sea un siervo holgazán y que, por lo tanto, sea castigado
por su señor. Muchos cristianos tienen el concepto equivocado de que estos son dos
siervos distintos, o sea, creen que el primero es un siervo genuino y el otro es un siervo
falso. Pero, si leemos detenidamente este pasaje, nos daremos cuenta de que no se trata
de dos siervos diferentes, sino del mismo siervo ante dos diferentes posibilidades. En
lugar de ser fiel, es posible que el mayordomo dispute con los hermanos y los golpee. Si
este es el caso, cuando su señor venga, lo separará y pondrá su parte con los hipócritas.
Ciertamente se trata de un verdadero creyente, pero en aquel tiempo, ha de sufrir como
un incrédulo; esto no significa que perderá su salvación, sino solamente que sufrirá
pérdida. Cuando el Señor regrese, este siervo será disciplinado. Algunos cristianos
podrán argumentar que, cuando el Señor regrese, todos seremos resucitados y llevados a
lo alto con El. Ellos no pueden concebir que el Señor castigue a un creyente; sin
embargo, no soy yo el que digo que el señor golpeará al siervo, la Biblia es la que lo
afirma.
Debemos entender con claridad los siguientes aspectos: ciertamente este mayordomo es
salvo, pues una vez que somos salvos, no podemos perecer jamás; sin embargo, debido a
su infidelidad, dicho mayordomo será azotado por su señor. El señor recompensará al
mayordomo fiel, y castigará al infiel.
EL SEÑOR REALIZA SU OBRA
EN CUATRO DISPENSACIONES
Debemos saber que existen cuatro dispensaciones, o eras, en las cuales el Señor llevará a
cabo Su obra: la era que se extiende desde Adán hasta Moisés (Ro. 5:14); luego, la era
que abarca desde Moisés hasta Cristo (Jn. 1:17); posteriormente, la era de la iglesia; y
por último, la era del milenio. El milenio será una era de restauración pero no de
perfección, lo cual significa que en ella el Señor seguirá juzgando a fin de obtener Su
objetivo. En la era del milenio aún habrá maldición, y algunos morirán a causa de ella
(Ap. 20:5); además, al final de esos mil años las naciones se rebelarán nuevamente (Ap.
20:8-9). Aunque la humanidad será restaurada durante esos mil años, su naturaleza
rebelde aún permanecerá. Esto demuestra que el milenio no será una era de perfección,
sino de restauración. El Señor disciplina a los creyentes durante dos dispensaciones: la
de la iglesia y la del milenio. Si estamos dispuestos a recibir la disciplina del Señor en
esta era, disfrutaremos la recompensa en la era siguiente; pero si no aceptamos ser
quebrantados por el Señor hoy, El lo hará a Su regreso. Tarde o temprano hemos de ser
disciplinados, ya sea en esta era o en la venidera. No obstante, existe una gran diferencia
entre estas dos opciones: si estamos dispuestos a ser disciplinados por el Señor en esta
era, seremos recompensados en la era venidera; de lo contrario, seremos castigados. De
cualquier forma, el Señor nos disciplinará.
¿Por qué tendría el Señor que disciplinarnos aún en la era siguiente? Porque somos Su
cosecha (Ap. 14:15; 1 Co. 3:9), Su mies. Como mies Suya, debemos madurar; de otra
forma, el labrador no nos puede poner en el granero. Si no deseamos madurar en esta
era, el Señor hará que maduremos en la próxima era. La mies tiene que madurar; éste es
un principio establecido. Nosotros, la cosecha del Señor, debemos madurar. Pero si no
estamos dispuestos a ser perfeccionados y madurados en esta era, el Señor hará que lo
seamos en la era siguiente; no obstante, en ese entonces, sufriremos.
Muchos cristianos piensan, equivocadamente, que una vez hayan muerto, todo estará
bien. ¡Pero no será así! Después de la muerte, todos los problemas que tengamos con el
Señor seguirán vigentes. Si antes de morir no hemos sido perfeccionados ni estamos
maduros, permaneceremos en la misma condición aun después de haber fallecido.
Cuando el Señor Jesús regrese y nos resucite, El nos dirá que aún no estamos listos, y
tendremos que pagar el precio necesario para ser perfeccionados y madurar. Este
principio es coherente y lógico: por una parte, corresponde con el calvinismo, el cual
afirma que somos salvos eternamente; y por otra, corrige el arminianismo, pues aunque
no pereceremos eternamente, sí podemos sufrir pérdida. Cuando el Señor regrese, los
creyentes inmaduros no perecerán ni perderán su salvación, pero sí sufrirán cierto
castigo. Si hoy no vivimos en la realidad del reino de los cielos ni nos sometemos al
gobierno celestial, no participaremos de la manifestación del reino como recompensa en
la era venidera. Si deseamos participar de dicha manifestación, debemos vivir en la
realidad del reino hoy; en otras palabras, si deseamos reinar en la era siguiente,
debemos ser gobernados en esta era. Tenemos que ejercitarnos hoy en cuanto al reino, a
fin de entrar en el reino y gobernar en la era venidera.
El evangelio nos impone el requisito de que nos sometamos al reino, y la vida que
recibimos mediante la regeneración nos capacita para cumplir esta exigencia. Ser
cristiano no es un asunto frívolo ni trivial, sino algo muy serio. Somos salvos y hemos
nacido en la familia celestial; por tanto, tenemos que ejercitarnos en la esfera celestial y
ser gobernados por la norma celestial, con el fin de ser reyes celestiales en la próxima
era.
LO QUE EL NUEVO TESTAMENTO REVELA EN
CUANTO A LA NECESIDAD DE EJERCITARNOS
Muchos versículos del Nuevo Testamento muestran lo necesario que es ejercitarnos para
el reino. Hechos 14:22 dice: “Confirmando las almas de los discípulos, exhortándoles a
que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Podemos notar una gran diferencia al
comparar Hechos 14:22 con Juan 3:5. Juan 3:5 simplemente afirma que, al nacer del
agua y del Espíritu, entramos en el reino de Dios. Según Juan, se ingresa al reino al
nacer de nuevo; pero el capítulo catorce de Hechos dice que debemos padecer muchas
tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Estos dos versículos muestran dos
aspectos del reino: entrar en el reino de Dios por medio del nuevo nacimiento y entrar
en él recibiéndolo como herencia. Si hemos de heredar el reino de Dios, debemos
padecer tribulación, o sea, debemos ejercitarnos en el reino y ser probados.
Podemos ver el mismo principio en los capítulos cinco y seis de 1 Corintios. El capítulo
cinco indica que un hermano todavía será salvo aunque viva en fornicación; incluso un
creyente tan derrotado y pecaminoso será salvo. Pero en el capítulo seis se afirma
claramente que los fornicarios no heredarán el reino de Dios, lo cual significa que el
fornicario [del capítulo cinco] no heredará ni disfrutará el reino de los cielos como
recompensa.
Leamos ahora Efesios 5:3-5: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se
nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o
bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque
entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra,
tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. El reino de Cristo y de Dios es el reino de
los cielos, el cual es una sección del reino de Dios. El reino de Dios es la totalidad, y el
reino de los cielos es una parte especial del reino de Dios. En el reino de Dios y de Cristo
no existe herencia para el pecador. Si usted todavía se encuentra en la inmundicia y en
el pecado, aunque sea un santo en el sentido de haber sido salvo, no tendrá herencia en
el reino de Dios y de Cristo.
Gálatas 5:19-21 dice: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras,
disensiones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas;
acerca de las cuales os prevengo, como ya os lo he dicho antes, que los que practican
tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Tres pasajes de la Biblia —1 Corintios 6,
Efesios 5 y Gálatas 5— dicen básicamente lo mismo: aunque usted sea una persona
salva, si continúa viviendo en pecado e inmundicia, no heredará el reino de Dios. Esto
quiere decir que ese creyente no tendrá parte en la manifestación del reino de los cielos,
debido a que no es digno de ello.
En 2 Tesalonicenses 1:5 dice: “Esto da muestra evidente del justo juicio de Dios, para
que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis”. Este
versículo indica que sufrir persecución nos hace dignos del reino de Dios; tal
padecimiento nos capacita para que heredemos el reino.
Leamos también 2 Timoteo 4:18, 7-8 y 1: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me
salvará para Su reino celestial. A El sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén ... He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está
guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en
aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su manifestación ... Delante
de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo
solemnemente por Su manifestación y por Su reino”. Estos versículos, escritos cerca del
final de la vida de Pablo, muestran que el apóstol tenía la certeza de estar en el reino de
los cielos porque había peleado la buena batalla, había corrido debidamente la carrera y
había guardado la fe.
EL EJEMPLO DEL APOSTOL PABLO
Ciertamente somos salvos, y lo seremos por la eternidad; pero debemos preguntarnos,
¿participaré o no de la manifestación del reino? En conclusión, examinemos la historia
del apóstol Pablo. Leamos 1 Corintios 9:24-27: “¿No sabéis que los que corren en el
estadio, todos corren, pero uno solo recibe el premio? Corred así, para ganar. Todo
aquel que compite en los juegos, en todo ejerce dominio propio; ellos, a la verdad, para
recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta
manera corro, no como a la ventura; de esta manera lucho en el pugilato, no como quien
golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que
habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. Ciertamente Pablo tenía
la certeza de ser salvo; sin embargo, él dijo enfáticamente que seguía corriendo la
carrera. En la época de Pablo los juegos olímpicos se jugaban en Grecia, y en estos
juegos los competidores corrían con el fin de recibir un premio. Pablo usó esto como
ejemplo, dando a entender que él también estaba corriendo una carrera para recibir el
premio.
Filipenses 3:13-15 dice: “Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya asido; pero una
cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo
a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo
Jesús. Así que, todos los que hemos alcanzado madurez, pensemos de este modo; y si en
algo tenéis un sentir diverso, esto también os lo revelará Dios”. En el tiempo cuando
Pablo escribió a los Filipenses, él había sido un creyente ya por muchos años, pero aún
proseguía hacia la meta para alcanzar el premio. El premio será el máximo disfrute que
tendremos de Cristo en el reino milenario, la recompensa de los corredores victoriosos
en la carrera neotestamentaria. En el capítulo nueve de 1 Corintios, el apóstol corría la
carrera (v. 26). En Filipenses, que es una de sus últimas epístolas, Pablo aún seguía
corriendo (3:14). No fue sino hasta el último momento de su carrera, en 2 Timoteo 4:68, que él tuvo la certeza de que sería recompensado por el Señor a Su regreso. Ante su
inminente martirio, Pablo afirmó que recibiría la corona de justicia. La corona, un
símbolo de gloria, es otorgada como premio, además de la salvación, al corredor que
triunfa en la carrera (1 Co. 9:25). En contraste con la salvación que proviene de la gracia
y se recibe por fe (Ef. 2:5, 8-9), este premio proviene de la justicia y se obtiene por
medio de las obras (Mt. 16:27; Ap. 22:12; 2 Co. 5:10). Los creyentes serán
recompensados con dicho premio no según la gracia del Señor, sino según Su justicia.
Esta es la corona de justicia. El que recompensa es el Señor, el Juez justo. Pablo estaba
seguro de que tal premio estaba reservado para él y que lo recibiría por recompensa el
día de la segunda manifestación del Señor. Esto es ser recompensados con el reino de
los cielos. Todos debemos entender claramente que ser salvos eternamente es algo muy
distinto de ejercitarnos para asumir las responsabilidades en el reino. La medida en que
nos ejercitemos en el reino determinará si seremos recompensados con la manifestación
del reino de los cielos, o si sufriremos pérdida en la era siguiente. Debemos darnos
cuenta de que hoy los cristianos estamos en el reino de los cielos: en el presente nos
ejercitamos en el reino, y en el futuro, lo recibiremos como galardón.
CAPITULO CINCO
LAS DIVERSAS MANERAS EN QUE DIOS JUZGA
A DIFERENTES CATEGORIAS DE PERSONAS
Lectura bíblica: 2 Co. 5:10; Ro. 14:10; 1 Co. 10:32; Zac. 13:8-9; 8:20-23; Ap. 14:6-7; Mt. 25:3146; Ap. 21:24; 22:2-5
Una vez que hemos sido salvos, podemos estar seguros de que nuestra salvación es
eterna; sin embargo, debemos entender algunos detalles relacionados con el reino. El
reino hoy es un ejercicio y en la próxima era será una recompensa. Si bien tenemos la
seguridad eterna respecto de nuestra salvación, aún está por decidirse si hemos de
recibir recompensa o sufrir pérdida.
EL TRIBUNAL DE CRISTO
Cuando el Señor regrese, El establecerá Su tribunal en el aire para juzgar a todos los
creyentes que habrán sido resucitados y arrebatados. Este juicio no determinará la
salvación eterna de ellos, pues ésta ya ha sido asegurada una vez para siempre, sino que
determinará si los creyentes son aptos o no para participar en la manifestación del reino
de los cielos como recompensa. Además, el tribunal determinará si los creyentes
merecen algún castigo, o disciplina, que les ayude a madurar. En 2 Corintios 5:10 y
Romanos 14:10 se menciona este tribunal, el cual es distinto del juicio eterno que Dios
llevará a cabo en el gran trono blanco (Ap. 20:11-15). El juicio eterno pronunciado en el
gran trono blanco tiene como fin juzgar a todos los incrédulos para su castigo eterno en
el lago de fuego; pero el tribunal de Cristo no determinará la salvación o perdición
eterna de las personas, sino que les otorgará recompensa o les infligirá castigo.
LAS ADVERTENCIAS HALLADAS EN HEBREOS
Las cinco advertencias halladas en el libro de Hebreos también se relacionan con el
reino (2:1-4; 3:7—4:13; 5:11—6:20; 10:19-39; 12:1-29). El reposo al que aluden los
capítulos tres y cuatro de Hebreos es el reposo del reino que los creyentes vencedores
disfrutarán en la manifestación del reino de los cielos. En el Antiguo Testamento los
hijos de Israel fueron salvos por medio de la Pascua, y luego fueron liberados de Egipto,
pero no todos entraron en la tierra de Canaán, la cual tipifica a Cristo como nuestro
reposo (Dt. 12:9; He. 4:8). De entre los muchos hijos de Israel que experimentaron la
liberación y el éxodo de Egipto, sólo Josué y Caleb entraron en la buena tierra y
participaron de ella; el resto de ellos pereció en el desierto (Nm. 14:30; 1 Co. 10:1-11).
Dos israelitas que habían fallecido antes del éxodo de Egipto, Jacob y José, fueron
llevados también a la tierra prometida (Gn. 50:5-6; Jos. 24:32). Caleb y Josué
representan a los santos vivos, mientras que Jacob y José, a los santos fallecidos; ambos
grupos de vencedores disfrutarán a Cristo como su recompensa en el reino. Si no
entendemos las verdades del reino, jamás podremos entender plenamente el libro de
Hebreos.
LOS VENCEDORES MENCIONADOS EN APOCALIPSIS
En cada una de las siete epístolas de Apocalipsis escritas a las siete iglesias de Asia, se
emite un llamamiento a vencer y se promete una recompensa a los que venzan. La
recompensa se relaciona con el reino (Ap. 2:7, 10-11, 17, 26-29; 3:4-6, 11-13, 20-22).
COMO EL SEÑOR JUZGA
A LAS TRES CATEGORIAS DE PERSONAS
Según muestra 1 Corintios 10:32, en los tiempos neotestamentarios existen tres
categorías de personas: los judíos, el pueblo escogido de Dios; los griegos, los gentiles
incrédulos; y la iglesia, los que creen en Cristo.
La iglesia
Por supuesto, la iglesia está compuesta de personas regeneradas, los creyentes, quienes
han sido rescatados del mundo. Para el tiempo del milenio, muchos creyentes aún no
estarán plenamente transformados, pero los que venzan sí lo estarán. Los vencedores
estarán listos para formar parte de la Nueva Jerusalén, la cual es una entidad compuesta
de todos los creyentes transformados de la era neotestamentaria y de todos los santos
redimidos del Antiguo Testamento. Los creyentes que no sean transformados en la era
actual, lo serán en la era venidera. Todas las personas redimidas y transformadas
constituirán juntamente la Nueva Jerusalén por la eternidad.
Los judíos
Consideremos ahora qué hará el Señor con los judíos a Su regreso. Durante la era de la
iglesia, el Señor ha abandonado temporalmente al pueblo de Israel y los trata como
gentiles. Ellos deben recibir el evangelio para ser salvos y convertirse en miembros de la
iglesia; sin embargo, según los capítulos doce y trece de Zacarías y el capítulo once de
Romanos, al final de esta era, la nación judía experimentará un avivamiento espiritual y
se volverá al Señor. Debido a que esto ocurrirá durante la tribulación, muchos de ellos
sufrirán y morirán. Zacarías 13:8-9 afirma que por lo menos dos terceras partes de los
judíos han de morir; esto no incluye a los millones que fueron masacrados por Hitler.
Cuando el Señor Jesús regrese, el tercio restante se arrepentirá y creerá en el Señor; en
aquel tiempo, toda la casa de Israel será salva.
Después de haber sido regenerados y salvos, los judíos serán trasladados a la sección
terrenal del reino milenario, donde serán los sacerdotes que enseñan a las naciones a
servir a Dios (Zac. 8; Is. 2). Los creyentes que venzan serán los reyes y gobernarán
durante el reino milenario, mientras que los salvos del pueblo de Israel serán los
sacerdotes.
Los gentiles: las naciones
Ahora veamos qué hará el Señor con las naciones. Cuando el Señor regrese, El enviará
Sus ángeles a reunir a los gentiles para juzgarlos; éste será el juicio de los gentiles que
estarán vivos. El Nuevo Testamento dice que el Señor Jesús será el Juez de los vivos y
los muertos (2 Ti. 4:1). Como Juez justo, en Su segunda venida El juzgará a los vivos en
Su trono de gloria (Mt. 25:31-46), y después del milenio juzgará en el gran trono blanco
a los muertos (Ap. 20:11-15). Según Mateo 25:32, el Señor reunirá delante de El a “todas
las naciones”. La expresión “todas las naciones” se refiere a todos los gentiles que estén
vivos cuando Cristo regrese a la tierra, después de que haya destruido en Armagedón a
los gentiles que hayan seguido al anticristo (Ap. 16:14, 16; 19:11-15, 19-21). Antes de que
el Señor regrese transcurrirán tres años y medio de gran tribulación, durante los cuales
los creyentes sufrirán inmensamente. Apocalipsis 14:6-7 dice que durante la gran
tribulación, Dios enviará un ángel a predicar el evangelio eterno a los moradores de la
tierra. El contenido básico de dicho evangelio consiste en que los hombres deben temer
a Dios y adorarle. Si las naciones temen a Dios durante la gran tribulación, no
perseguirán al pueblo de Dios ni adorarán la imagen erigida por el anticristo.
Durante la gran tribulación, los cristianos que aún no hayan sido perfeccionados y, por
ende, no estén listos para ser arrebatados, serán dejados en la tierra para que maduren,
y ciertamente han de sufrir. En Mateo 25:40, el Señor se refiere a ellos como: “Mis
hermanos más pequeños”. Estos creyentes son los hermanos más pequeños del Señor.
Según Mateo 25:32-46, el juicio del Señor sobre las naciones dependerá de cómo éstas
traten a Sus hermanos durante la gran tribulación. Esto corresponde con la parábola
dada por el Señor en Mateo 13:47-50, en la que el reino de los cielos es comparado a una
red echada en el mar, la cual recoge de toda clase de peces. “El mar” representa al
mundo gentil; en el versículo 47, “toda clase” se refiere a todas las naciones, todos los
gentiles (Mt. 25:32). Los peces buenos son puestos en recipientes, y los peces malos son
echados fuera; esto corresponde con las ovejas buenas y los cabritos malos de Mateo
25:32. Recordemos que Mateo 25:32 dice que “serán reunidas delante de El todas las
naciones”. El término griego traducido “naciones”, es el mismo vocablo que en otros
pasajes se traduce: “gentiles”. Todos los gentiles serán reunidos delante del Señor, quien
los juzgará sobre la base de cómo ellos trataron a Sus hermanos más pequeños, a los
cristianos, durante la gran tribulación. Muchos de los pequeños hermanos del Señor
sufrirán hambre, sed, desnudez, enfermedad y prisiones (Mt. 25:35-36). Si por temer a
Dios y adorarlo, las naciones trataron bien a aquellos creyentes, a los hermanos
pequeños del Señor que padecieron pobreza y persecución a manos del anticristo, tales
naciones serán justificadas por el Señor y podrán entrar en la sección terrenal del
milenio para que participen del reino preparado por Dios para ellos desde la fundación
del mundo (Mt. 25:34). En cambio, las naciones que, por su afán de seguir al anticristo y
adorar su imagen, hayan maltratado a los cristianos, serán condenadas y arrojadas al
fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25:41, 46; 13:49-50).
LOS REYES, LOS SACERDOTES Y
LOS PUEBLOS EN EL MILENIO
Hasta ahora hemos visto que, en el milenio, los creyentes que venzan serán los reyes, los
israelitas salvos serán los sacerdotes, y los pueblos que obedezcan el evangelio eterno
durante la gran tribulación serán las naciones. En el milenio, los creyentes vencedores
habrán sido salvos, regenerados y plenamente transformados. Ellos funcionarán como
reyes y sacerdotes: sacerdotes reales, el real sacerdocio, conforme al orden de
Melquisedec (1 P. 2:9; He. 7:1-2). También en el milenio, los judíos salvos y regenerados,
quienes serán los sacerdotes de las naciones, no estarán todavía plenamente
transformados. Estarán aún en la vieja creación y morarán en la tierra para ser
sacerdotes que enseñen a las naciones cómo conocer y servir a Dios. Posteriormente,
cuando se introduzca la Nueva Jerusalén, estos judíos ya estarán completamente
transformados y transfigurados. De nuevo, la Nueva Jerusalén es una entidad
compuesta de todas las personas salvas, regeneradas, redimidas y transformadas. Las
naciones en el reino milenario no son personas regeneradas, tal como lo indica Mateo
13:47-50 en la parábola de la red. La red de esta parábola reúne a todas las naciones
sacándolas del mar, el cual representa al mundo gentil.
LA NUEVA JERUSALEN
Al finalizar los mil años del milenio, todos los santos que venzan constituirán la Nueva
Jerusalén. Igualmente, todos los santos que aún no habían madurado pero que hayan
madurado durante el milenio, formarán parte de ella. Asimismo, los israelitas salvos y
los israelitas redimidos del Antiguo Testamento, también formarán parte de la Nueva
Jerusalén. Por tanto, la Nueva Jerusalén será una entidad compuesta de todos los
redimidos de Dios, desde la eternidad y hasta la eternidad. Al final del milenio algunas
naciones se rebelarán nuevamente contra Dios, como lo menciona Apocalipsis 20:8-10.
Satanás inducirá a las naciones a rebelarse contra el Señor, y todos estos rebeldes serán
destruidos. El resto de las naciones será trasladado al cielo nuevo y la tierra nueva,
donde serán los pueblos en la tierra nueva.
Apocalipsis 21:24 afirma que las naciones andarán a la luz de la Nueva Jerusalén. En la
Nueva Jerusalén, todos los santos disfrutarán del fruto del árbol de la vida como su
alimento, mientras que las hojas del árbol serán para la sanidad de las naciones a fin de
que éstas existan (Ap. 22:2). Los santos, quienes constituirán la Nueva Jerusalén, serán
también los reyes y sacerdotes (Ap. 22:3-5) y vivirán por el fruto del árbol de la vida;
mientras que las naciones subsistirán por las hojas del árbol de la vida.
EL ASUNTO CRUCIAL ACERCA DEL REINO
En conclusión, debemos recordar el asunto crucial acerca del reino: el evangelio exige
que nos sometamos al reino, y este requisito sólo se puede cumplir por la vida de Cristo
que está en nosotros. Después de haber sido regenerados, debemos crecer, madurar en
vida, correr la carrera y pagar el precio para alcanzar la meta del supremo disfrute de
Cristo en el reino milenario, lo cual será la recompensa de los que venzan.
Cuando los cristianos realmente estemos bajo el gobierno del reino y en la práctica de
dicha realidad, seremos un grupo de personas que apresurarán la venida del Señor (2 P.
3:12). Esto significa que la manera en que vivimos acelerará la manifestación del reino
de los cielos. El Señor enseñó a los discípulos a orar por la venida del reino (Mt. 6:10).
Debemos orar para que el reino venga, y debemos vivir en la realidad del reino hasta que
la tierra sea plenamente recobrada en la era venidera, conforme a la voluntad de Dios.