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TEMA
Nazaret
UNIDAD 8
¿Acojo la gracia
como el don de la
reconciliación?
Miramos la realidad
Quien se propone construir o conformar una familia, no le bastará el esfuerzo humano. Necesita la gracia, porque las familias santas se hacen de
esposos e hijos santos. Por eso si nos proponemos alcanzar la santidad
como meta de nuestra vida cristiana, para ser verdaderamente felices,
debemos recordar dos cosas muy importantes. La primera es que la santidad solamente la podemos alcanzar con la gracia con la que el Señor
Jesús nos bendice abundantemente y la segunda es que estamos invitados
a cooperar desde nuestra libertad con esta gracia para que dé fruto en
nuestras vidas.
Así, quien aspira a la santidad convencido de que, aunque difícil, es posible, se apresta a poner su máximo empeño para responder a tal llamado.
El matrimonio es un camino de santidad concreto, en donde estamos especialmente invitados a cooperar libremente con la gracia recibida en el
sacramento.
“Pero él me dijo:
‘Mi gracia te basta,
que mi fuerza se
muestra perfecta en la
flaqueza’. Por tanto,
con sumo gusto seguiré
gloriándome sobre todo
en mis flaquezas, para
que habite en mí la
fuerza de Cristo”1.
¿Están dispuestos a cooperar con la
gracia para alcanzar la santidad?
1 2Cor 12, 19.
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UNIDAD 8
Iluminamos al mundo con la fe
1. La Gracia
los medios para alcanzar la santidad, para responder a su amoroso Plan
y así vivir de acuerdo a lo que anhelamos en lo más profundo de nuestro
corazón.
“La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad
de la vida trinitaria”6.
“Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos.
El que permanece
en mí y yo en él,
ése da mucho fruto,
porque sin mí no
podéis hacer nada”2.
El Señor Jesús es la fuente de una
fuerza sobrenatural que nos sostiene, fortalece, nutre, vivifica, y nos
transforma interiormente —siempre contando con nuestra libre e
indispensable cooperación— en
el camino de la vida cristiana. Esta
fuerza del Señor Jesús, que es transmitida a nosotros por su Espíritu, la
llamamos gracia.
Por la gracia “participamos en la
vida de Dios”3, y somos santificados
por el don del Espíritu Santo. Así
pues, decimos que la gracia es el
don gratuito que Dios nos hace de
su vida y que nos lleva a obrar rectamente según su Plan.
Debemos enfatizar algunos elementos de esta afirmación:
En primer lugar, decimos que es
un don gratuito, lo que implica que
2
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5
2
es Dios quien en su Hijo Jesucristo
y a través del Espíritu Santo sale al
encuentro de nuestra realidad personal y nos concede la ayuda sobrenatural para llegar a la meta: la
santidad. Es Dios quien nos busca:
“Mira que estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y me abre la
puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y el Conmigo”4. Es Él quien
nos concede su propia vida, “porque Él nos amó primero”5.
Un segundo elemento es que la gracia nos lleva a actuar según el Plan
de Dios. Recorrer el camino hacia la
santidad sin la gracia es imposible,
pero aunque la iniciativa siempre es
de Dios, es necesaria nuestra libre
cooperación; de lo contrario nuestra
libertad se vería rebajada. Dios no
nos obliga a ser santos, puesto que
su amor le lleva a respetar nuestra
libertad, pero sí nos concede todos
2. Los Sacramentos
Para nutrirnos de su gracia en el proceso de conversión y maduración continua, al que estamos llamados a recorrer, el Señor Jesús instituyó los sacramentos y los confió a su Iglesia; por medio de ellos nos da su gracia y
nos alimenta en cada etapa de nuestra vida. Gracias a ellos, participamos
en su muerte y resurrección, y somos invitados a morir con Él, para poder
resucitar con Él. Es decir, morir a todo lo que nos aleje de Dios, para poder
vivir la vida eterna.
Los sacramentos son signos sensibles y eficaces mediante los cuales Dios
nos transmite su Gracia. Son siete:
• Los tres primeros son los llamados Sacramentos de Iniciación Cristiana:
Bautismo, Confirmación y Eucaristía;
• Otros dos son los llamados Sacramentos de la Curación: Reconciliación y
Unción de los enfermos;
6 Catecismo de la Iglesia Católica, 2021.
Jn 15, 5.
Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1997.
Ap 3, 20.
Ver 1Jn 4, 19.
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UNIDAD 8
• Los dos restantes son llamados Sacramentos de la Misión: Orden Sacerdotal y Matrimonio.
Materia de los Sacramentos
Bautismo: Agua bendita.
Confirmación: La unción con el crisma en la frente.
Eucaristía: Pan ácimo de trigo, y el vino puro de uva.
Reconciliación: Dolor de corazón, los pecados dichos al confesor de
manera sincera e íntegra y el cumplimiento de la penitencia.
Matrimonio: Es el Sí en cuanto donación total al otro.
Unción de los Enfermos: Aceite consagrado por el Obispo o por el
sacerdote en caso de necesidad.
Orden Sacerdotal: Imposición de las manos por parte del Obispo.
La gracia que recibimos en los sacramentos
acompaña y fortalece nuestras vidas.
En este conjunto, la Eucaristía ocupa un lugar único, y “todos los sacramentos están ordenados a éste como a su fin”7.
Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos
por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la
vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento.
Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas8.
La gracia se distribuye de manera privilegiada por los sacramentos. “Los
sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto
signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a
la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de
cosas; por esto se llaman sacramentos de la ‘fe’. Confieren ciertamente la
gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para
recibir fructuosamente la misma gracia, rendir culto a Dios y practicar la caridad. Por consiguiente, es de suma importancia que los fieles comprendan
fácilmente los signos sacramentales y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida
cristiana”9.
Los sacramentos son signos sensibles, pues, todos se valen de una “materia”, podemos percibirlos mediante los sentidos.
¿Dónde encuentro
los sacramentos?
En la Iglesia Católica
Los sacramentos son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo y nos
transmiten eficazmente la gracia de Dios, es decir, aquello que dicen que
hacen, realmente lo hacen. Son necesarios para nuestra reconciliación.
Un sacramento se compone de materia, forma y del ministro que lo realiza
con la intención de hacer lo que hace la Iglesia:
• La materia es la realidad o acción sensible, como el agua natural en el
bautismo.
• La forma son las palabras que al hacerlo se pronuncian.
• El ministro es la persona que hace o administra el sacramento.
7 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, 3, 65, 3.
8 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1131.
4
Cristo dejó a sus discípulos el poder de celebrar los sacramentos que fueron
instituidos por Él mismo, y ha sido la Iglesia, aquella a quien Él delegó la
función de preservar su Palabra, la que ha ido reconociéndolos poco a poco
y precisando su dispensación. Así mismo, los sacramentos son dispensados
9 Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosantum Concilium,
19.
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por la Iglesia y para la Iglesia. Existen por la Iglesia puesto que ella es
el misterio de la acción del Señor, y
existen para ella misma puesto que
manifiestan y comunican a los hombres el misterio de Dios10. Los sacramentos obran ex opere operato, es
decir, que no deben su eficacia a la
santidad o virtud de la persona que
los da o recibe, sino que es por virtud de Cristo mismo que actúa. Debido a esto, ningún rito sacramental
puede ser cambiado, modificado o
manipulado a voluntad del ministro
que lo celebra o de la comunidad
que lo recibe, puesto que afecta de
manera directa la validez del sacramento.
3. El Sacramento del Bautismo11
Nos dice el Señor Jesús: “Id,
pues, y haced discípulos a
todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado”12.
• Somos incorporados a Cristo, pues, nos hace miembros de su Cuerpo
—que es la Iglesia— y partícipes de su misión.
• Somos “una nueva creatura”, hijos adoptivos de Dios —”partícipes de la
naturaleza divina”—.
• Nos hace miembros de Cristo; coherederos con Él, del Reino; y templos
del Espíritu Santo.
En resumen, el Bautismo nos introduce en la Iglesia, en donde somos reconciliados con Dios, y en donde recibimos sus promesas, y formamos su
pueblo que peregrina en la tierra hacia su Reino. En el Bautismo, pasamos
de la muerte del pecado, a la vida de la gracia. Por último, el bautizado
es hecho un miembro de la Iglesia que debe tener una actitud activa para
obrar su salvación.
Por esto, los padres bautizados son los primeros llamados a procurar el
bautismo de cada hijo. Es una manera también de cooperar con el don de
la fe recibido y una forma concreta de hacer crecer a la Iglesia. Junto con
los padrinos, son los primeros responsables de que la gracia recibida por el
bautizado dé frutos.
La familia católica, como iglesia doméstica, es la primera escuela de fe, de
vida y de oración para los niños, por lo que hay que tomar conciencia de
esta realidad y asumir la responsabilidad de estar llamada a ser esa referencia cristiana de cómo asumir el camino de santidad.
Miremos que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
La Ascensión - Escuela de Moscú Siglo XV
El Bautismo es el “primer” sacramento que recibimos, es la puerta que nos
permite recibir los demás y nos hace renacer como hijos de Dios. Nos dice
el Catecismo de la Iglesia Católica, “El santo Bautismo es el fundamento de
toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta que abre
el acceso a los otros sacramentos”13.
Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del
rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa “sumergir”, “introducir dentro del agua”; la “inmersión” en el agua
simboliza el acto de sepultar al bautizado en la muerte de Cristo, de donde
sale por la resurrección con Él como “nueva criatura”14.
Gracias a este sacramento:
“Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este
sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las
etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un
catecumenado postbautismal. No se trata solo de la necesidad de una instrucción posterior al
Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona.
Es el momento propio de la catequesis”15.
“Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los
niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de
las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios16, a la que todos
los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta
• Se borra y perdona el pecado original y todos los pecados en el caso de
ser una persona mayor
10 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1118.
11 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1213–1284.
12 Mt 28, 19-20.
13 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1213.
14 Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1214.
6
15 Catecismo de la Iglesia Católica, 1231.
16 Ver Col 1, 12-14.
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particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de
la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de
su nacimiento”17.
“Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de
alimentar la vida que Dios les ha confiado”18.
“Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese
es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y
prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana. Su tarea
es una verdadera función eclesial19. Toda la comunidad eclesial participa de la responsabilidad
de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo”20.
a. El Sacramento del Bautismo imprime carácter
Dios Amor, en el Bautismo imprime en nosotros un sello espiritual indeleble, el cual nos marca como hijos suyos. Este sello recibe el nombre de carácter. Nos dice el Catecismo: “Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo21. El Bautismo imprime en el cristiano un
sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado
por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de
salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado”22.
“La vocación a la vida cristiana y
el llamado a la santidad son, pues,
equivalentes, ya que todo fiel está
llamado a la santidad. La santidad
está en la misma línea que la conformación con Aquel que precisamente es Maestro y Modelo de santidad.
Nadie, pues, que realmente quiera
ser cristiano puede considerarse
exento del imperativo de aspirar a la
santidad. Ninguna excusa, como la
dificultad de ese camino o las atracciones del mundo o lo complejo de
la vida hodierna, puede aducirse
para escamotear el destino de felicidad al que Dios llama al hombre.
No hay, pues, excusas válidas para
desoír el llamado a caminar hacia
la plenitud, hacia la felicidad ple-
na. Existe sí la libertad de decir ‘no’.
Siempre existe esa posibilidad, pero
al decir ‘no’ la persona se está cerrando al designio que Dios le tiene
preparado, es decir, está renunciando a su felicidad. Es posible decir
‘no’, pero esa es una actitud no libre
de gravísimas consecuencias para la
persona y para la misión que está
llamada a realizar en el mundo. En
el fondo, decir ‘no’ es optar por la
muerte. Es sin duda rechazar la Vida
que trae el Señor Jesús, es no conformarse a la vida cristiana que de
Él proviene, es cerrarse al camino
de profunda transformación y quedarse sumergido en las propias inconsistencias, en el anti-amor, en la
anti-vida”26.
b2. Llamado al apostolado, participando activamente
en la misión evangelizadora de la Iglesia
Giana Beretta28
b1. Llamado a la santidad
“La vocación a la santidad hunde sus raíces en el bautismo”24.
La primera tarea de todo hijo de la Iglesia es la santidad. A eso nos invita
el Bautismo.
El don del bautismo es como una semilla llamada a crecer, exigiendo por
lo tanto nuestra cooperación con esta gracia. “Esto implica asumir en la
propia vida un doble dinamismo por el cual nos vamos asemejando cada
vez más al Señor Jesús: despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo.
Ambos procesos son simultáneos y complementarios”25.
17 Catecismo de la Iglesia Católica, 1250.
18 Catecismo de la Iglesia Católica, 1251.
19 Sacrosanctum Concilium, 67.
20 Catecismo de la Iglesia Católica, 1255.
21 Ver Rom 8, 29.
22 Catecismo de la Iglesia Católica, 1272.
8
José de Nazaret
¡Es posible ser santo!
b. Consecuencias del Bautismo
Luigi y María Corsini
Beltrame Quattrocchi23
Louis Martin Y Zélie Guérin27
23 Luigi y María Corsini Beltrame Quattrocchi, Beatificados el
21 de octubre de 2001 por el Papa San Juan Pablo II.
24 San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Christifideles
Laici, 16.
25 Miguel Salazar, El bautismo, fuente de la vocación y misión
del cristiano, Vida y Espiritualidad, Lima 1998, p. 15.
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“Los bautizados ‘renacidos (por el bautismo) como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron
de Dios por medio de la Iglesia’29 y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios””30.
Al haber sido incorporados a la Iglesia, vivimos y participamos de la comunión de todos sus miembros, tanto con los que todavía peregrinamos,
como con los que ya gozan de la presencia de Dios Trinidad de Amor.
Todo bautizado está llamado a ser fiel al Señor, a preocuparse por hacer crecer y madurar su fe, a cooperar y comprometerse con la Iglesia en la misión
que el Señor le encomendó, a ser sal y levadura en medio del mundo, a morir
a todo lo que nos aleja del Amor para poder vivir en y con el Amor. Es decir,
por el bautismo, estamos llamados a ser sus discípulos y a que vivamos una
vida plena, llena de amor, servicio, entrega y generosa donación.
26 Luis Fernando Figari, Familia, Santidad y apostolado, Vida
y Espiritualidad, Lima 2009, pp. 21-22.
27 Louis Martin Y Zélie Guérin, padres de Santa Teresa de Lisieux, Beatificados el 19 de octubre de 2008 por el Papa
Benedicto XVI.
28 Giana Beretta Molla, (1922-1969), fue una madre de fa-
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milia y médico, canonizada el 16 de Mayo de 2004 por el
Papa San Juan Pablo II.
29 Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 11.
30 Catecismo de la Iglesia Católica, 1270.
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Por el bautismo estamos llamados a dar y ser testimonio, con nuestras palabras y acciones; a ser evangelizadores permanentemente
evangelizados; y a ser artífices de la reconciliación.
Nos dice San Juan Pablo II, en la Familiaris Consortio:
“La universalidad sin fronteras es el horizonte propio de la evangelización, ya que es de hecho la respuesta de la invitación del Señor
Jesús: ‘Id por el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura’31.
También la fe y la misión evangelizadora de la familia cristiana poseen esta dimensión apostólica. El sacramento del matrimonio que
plantea con nueva fuerza el deber arraigado en el bautismo y en la
confirmación de defender y difundir la fe32, constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo ‘hasta los últimos confines de la tierra’33, como verdaderos y propios misioneros del amor
y de la vida.
Esta misión apostólica es desplegada ya en el interior de la familia.
Esto sucede cuando alguno de los componentes de la misma no
tiene fe o no la practica con coherencia. En este caso, se les debe
ofrecer tal testimonio de vida que los estimule y sostenga en el camino hacia la plena adhesión a Cristo Salvador34.
Animada por el espíritu apostólico en su propio interior, la Iglesia
doméstica está llamada a ser un signo luminoso de la presencia de
Cristo y de su amor incluso para los ‘alejados’, para las familias que
no creen todavía y para las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida. Está llamada ‘con su ejemplo y testimonio’ a
iluminar ‘a los que buscan la verdad’35.
Así como ya al principio del cristianismo Aquila y Priscila se presentaban como una pareja misionera36, así también la Iglesia testimonia
hoy su incesante novedad y vigor con la presencia de cónyuges y familias cristianas que, al menos durante un cierto período de tiempo,
van a tierras de misión a anunciar el Evangelio, sirviendo al hombre
por amor de Jesucristo.
“En la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio y madura en la fe, se hace comunidad evangelizadora. Escuchemos de nuevo a Pablo VI: “La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio
donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.
Dentro de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no
sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez
recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido... Una
familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del
ambiente en que ella vive”40.
Como ha repetido el Sínodo, recogiendo mi llamada lanzada en
Puebla, la futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia
doméstica41. Esta misión apostólica de la familia está enraizada en
el Bautismo y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una
nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y transformar la
sociedad actual según el plan de Dios.
La familia cristiana, hoy sobre todo, tiene una especial vocación a
ser testigo de la alianza pascual de Cristo, mediante la constante
irradiación de la alegría del amor y de la certeza de la esperanza,
de la que debe dar razón: “La familia cristiana proclama en voz alta
tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de
la vida bienaventurada”42.
La absoluta necesidad de la catequesis familiar surge con singular
fuerza en determinadas situaciones, que la Iglesia constata por desgracia en diversos lugares: ‘En los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde
ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el
punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia
religiosa, la Iglesia doméstica es el único ámbito donde los niños y
los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis’43”44.
37 Ver Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, 39.
38 Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 30.
39 San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris Consortio, 54.
40 Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 71.
41 Ver Discurso a la III Asamblea General de los Obispos de
América Latina, IV.
31 Mc 16, 15.
32 Ver Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium, 11.
33 Hch 1, 8.
34 Ver 1Pe 3, 1.
35 Ver Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium, 35.
36 Ver Rom 16, 3.
10
Las familias cristianas dan una contribución particular a la misión
apostólica de la Iglesia, cultivando la vocación apostólica en sus
propios hijos e hijas37 y, de manera más general, con una obra educadora que prepare a sus hijos, desde la juventud ‘para conocer el
amor de Dios hacia todos los hombres’38”39.
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Manual de Formación Nazaret - Nivel 1
42 Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium, 35.
43 San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 68.
44 San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris Consortio, 52.
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Vivamos nuestra fe
¿Qué haré para cooperar
con la gracia?
“…y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí”.
Gal 2,20.
Interiorizamos...
¿Cómo vivo esto?
“‘La puerta de la fe’, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza
ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender
un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo, con el que
podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso
de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que,
con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos
creen en él”45.
Preguntas para el diálogo
• ¿Son conscientes de que pueden alcanzar la santidad cooperando con la
gracia que reciben a través de los sacramentos?
• ¿Qué importancia le dan a los sacramentos en sus vidas? ¿Recurren a
ellos con frecuencia?
Acciones personales
Acciones Comunitarias
• Reflexiona en las siguientes preguntas:
- ¿Recuerdas el día de tu bautismo?
¿Le das importancia a este día tan
especial en tu vida?
- ¿Quieres de todo corazón ser santo? ¿Qué medios concretos vas a
poner para hacer fructificar la gracia de Dios en tu vida?
• Reza la siguiente oración:
“A través de tí, Santa María, que te prodigas en cuidados maternales quiero
manifestar mi acción de gracias a Dios
Comunión de Amor, por haberme llamado a la vida, y por haber permitido
que reciba el Sacramento del Bautismo, obteniéndome nacer en Cristo Jesús. Amén”.
• Piensa en medios concretos para vivir
la santidad con tu familia durante esta
semana
• Lean diferentes historias de santos y
luego coméntenlas.
• Comenta con tu cónyuge la homilía
del Papa San Juan Pablo II para la
beatificación de los esposos Luis Beltrame Quattrocchi y María Corsini que
está en el Anexo. ¿Qué reflexiones les
suscita?
• Vean con el grupo alguna de las siguientes películas y reflexionen sobre
la invitación que tenemos a la santidad. Les sugerimos:
- Santa Rita de Casia (Rita da Cascia)
- San Agustín (Sant’Agostino)
- San Pío de Pietrelcina (Padre Pío)
- San Juan Pablo II (Karol, el hombre que llegó a ser Papa, Karol, El
Papa, el hombre).
• ¿Reconocen que al ser bautizados están unidos a la vida de la Iglesia y
llamados a cooperar con su misión apostólica? ¿Qué acción apostólica
realizan en su familia, con sus amigos y/o en obras apostólicas del MVC?
• ¿Han puesto todos los medios para que sus hijos bautizados crezcan en
la fe?
• ¿Eres padrino, (madrina), de bautizo? ¿Has puesto todos los medios
para que tus ahijados crezcan en la fe?
45 Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta Fidei, 1.
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UNIDAD 8
Celebramos nuestra fe
Recemos en comunidad
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén.
3. Guiados por la luz que recibimos,
ungidos como reyes en la frente,
tu marca salvadora en nuestras vidas
grabada en nuestra entraña para siempre.
Monitor:
Señor Jesús te damos gracias por todo el Amor que nos tienes, por habernos regalado el don de la Reconciliación desde el momento de nuestro bautismo. Te pedimos
que nos ayudes a morir cada día a nuestro hombre viejo para así renacer a una vida
nueva y santa en Ti.
Cantamos: Nueva Vida.
Monitor:
Madre buena, te damos gracias por tu presencia maternal en medio de nosotros.
Te pedimos que sigas intercediendo por cada una de nuestras necesidades para que
como esposos y padres podamos vivir las consecuencias de nuestro bautismo y lleguemos a ser santos como tu Hijo, el Señor Jesús.
Rezamos juntos la “Oración del Fiat”46.
Todos:
UNA NUEVA VIDA, TU MISMA VIDA;
UNA NUEVA FAMILIA, TU MISMA FAMILIA;
HIJOS TUYOS PARA SIEMPRE.
Todos:
Santa María, ayúdame a esforzarme
según el máximo de mi capacidad,
y el máximo de mis posibilidades,
para así responder al plan de Dios
en todas las circunstancias concretas de mi vida.
Amén.
1. Por medio del Bautismo renacemos,
en agua que nos salva nos bañamos,
pasamos de la carne y de lo humano
al mundo de la gracia y de lo eterno.
Todos:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
2. Surgimos del sepulcro que es el agua,
teñidos en tu Sangre redentora.
Contigo incorporados a la Pascua,
vivimos en cristiano hora a hora.
46 Luis Fernando Figari, Con María en Oración, segunda edición, Fondo Editorial, Lima 2004, p. 46.
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Anexo
SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN
DEL MATRIMONIO LUIS Y MARÍA BELTRAME QUATTROCCHI
Homilía de San Juan Pablo II
Domingo 21 de octubre de 2001
1. “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 8).
La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad de orar “siempre sin desanimarse” (Lc 18, 1), sacude nuestra alma. Es una pregunta a la que no
sigue una respuesta; en efecto, quiere interpelar a cada persona, a cada comunidad
eclesial y a cada generación humana. La respuesta debe darla cada uno de nosotros.
Cristo quiere recordarnos que la existencia del hombre está orientada al encuentro
con Dios; pero, precisamente desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a esperarlo, para entrar con él en la casa del Padre. Por eso dice
a todos: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25, 13).
Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para
la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este solemne
acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera
mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba.
También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la
lámpara de la fe —lumen Christi— y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió
estas palabras sobre vosotros: “Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y
lo amaran” (L’ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa
llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo,
la donan a toda la Iglesia.
Juntamente con los parientes y amigos de los nuevos beatos, saludo a las autoridades
religiosas que participan en esta celebración, comenzando por el cardenal Camillo
Ruini y los demás señores cardenales, arzobispos y obispos presentes. Saludo asimismo a las autoridades civiles, entre las cuales destacan el presidente de la República
italiana y la reina de Bélgica.
2. No podía haber ocasión más feliz y más significativa que esta para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica “Familiaris consortio”. Este documento,
que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las
tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al
que los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que “no se agota
en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges
a lo largo de toda su existencia” (Familiaris consortio, 56). La belleza de este camino
resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo
italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia fundada en él.
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Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor
conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para
educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este
terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada,
que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en
el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.
ANEXOS
ANEXOS
UNIDAD 8
Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos,
vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente
rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción
filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde,
y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en
el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo “de tejas para arriba”,
como simpáticamente solían decir.
3. La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una
demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de
todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo
“propriam viam sequentes”, ”siguiendo su propio camino” (Lumen gentium, 41). Esta
precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación
de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las
virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.
En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de
Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, “cumpliendo en virtud de este sacramento
especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que
toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez
más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la glorificación de
Dios en común” (Gaudium et spes, 48).
Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente
fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.
Esto impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el “misterio grande” del amor
conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la
Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).
4. Queridos esposos, como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil.
Cada día afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra vocación, para cultivar
la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra misión de padres y para participar
en la vida social.
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Nazaret
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TEMA
Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida
diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que “toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir
y para educar en la virtud” (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza de estas palabras,
juntos podréis insistir con vuestros hijos “a tiempo y a destiempo”, reprendiéndolos y
exhortándolos “con toda comprensión y pedagogía” (2 Tm 4, 2).
ANEXOS
ANEXOS
UNIDAD 8
La vida matrimonial y familiar puede atravesar también momentos de desconcierto.
Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento. Pienso, en
particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en los que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del cónyuge o de un hijo.
También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de fidelidad en el amor,
que llega a ser más significativo aún gracias a la purificación en el crisol del dolor.
5. Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el
sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz. Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a
elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera
lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en
los momentos de dificultad.
Al mismo tiempo, pido a todas las familias que a su vez sostengan los brazos de la Iglesia, para que no falte jamás a su misión de interceder, consolar, guiar y alentar. Queridas familias, os agradezco el apoyo que me dais también a mí en mi servicio a la Iglesia
y a la humanidad. Cada día ruego al Señor para que ayude a las numerosas familias
heridas por la miseria y la injusticia, y acreciente la civilización del amor.
6.Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le
plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, “la familia es el primero y el más importante” (Carta a las familias, 2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola
a ser “un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado” (ib., 16).
Estoy seguro de que estaréis a la altura de la tarea que os aguarda, en todo lugar y
en toda circunstancia. Queridos esposos, os animo a desempeñar plenamente vuestro
papel y vuestras responsabilidades. Renovad en vosotros mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el anuncio y la acogida del
Evangelio, en un clima de oración y en la práctica concreta de la solidaridad cristiana.
Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los
tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José,
os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis
cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición.
Amén.
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