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Socialización política: aproximaciones teóricas y empíricas Ficha de cátedra Imhoff, Débora y Brussino, Silvina Desde sus inicios la Psicología Política tuve siempre presente la preocupación por el proceso mediante el cual las personas comienzan a formar parte del universo político a través de la adquisición de una serie de disposiciones, conocimientos, valores, ideas, actitudes respecto del ámbito de lo político. El interés por abordar dicho proceso, denominado “socialización política”, se basa principalmente en tres argumentos. En primer lugar, la inevitable tensión entre la continuidad y sostenimiento del status quo, y su posibilidad de cambio se ponen en juego a través del ciclo vital de las personas. Esto se vincula con la discusión acerca de la pregnancia de las experiencias tempranas de socialización política en el comportamiento político adulto, y constituye una visión histórica que se contrapone a perspectivas más bien ahistóricas basadas en la teoría de la elección racional (Sears & Levy, 2004). El segundo interés se vincula con conocer el origen de las orientaciones políticas de las personas, tanto sean aquellas específicamente políticas o las vinculadas a las relaciones intergrupales. Se sostiene que conocer el inicio de las preferencias políticas de las personas, de su identificación partidaria, la adquisición de prejuicios o de valores básicos a través de la vida podría arrojar luz sobre sus causas y consecuencias. Finalmente, un tercer motivo se vincula con posiciones más idealistas que sostienen la esperanza de prevenir los males sociales y políticos a través de experiencias tempranas de socialización política. Así, se sostiene que si determinados valores son enseñados y transmitidos tempranamente, podrían evitar el etnocentrismo y el prejuicio, la opresión de las mayorías e incluso el genocidio (Sears & Levy, 2004). En esta línea, se torna esencial el trabajo con niños y niñas, entendiendo a esa etapa como clave en dicha transmisión de valores. Por su parte, Nateras Domínguez y Soto Ramírez (1999) sostienen que el reconocimiento de las fuentes de influencia de las agencias de socialización política resulta determinante para comprender los complejos mecanismos de adquisición de una cultura política determinada. Evidentemente, la discusión acerca de cómo debería formarse a los “buenos ciudadanos” ha sido objeto de debate mucho tiempo antes de su abordaje científico desde la Psicología Política, y propició reflexiones tanto desde la Filosofía, como desde la Ciencia Política e incluso desde el ámbito educativo (Benedicto, 1995; Rodríguez, 1988). Sin embargo, es en 1931 cuando Merrian presenta su obra The Making of the Citizens en la cual sistematiza una serie de estudios vinculados al debate acerca de cómo debería darse el proceso de socialización política para garantizar el sostenimiento del sistema político. Luego, entre 1930 y 1950, y debido a la crisis social y política ocasionada por las Guerras Mundiales, adquiere auge la discusión acerca del aprendizaje e internalización de actitudes autoritarias y avenientes a sistemas políticos tales como el nazismo o el fascismo. En esa línea se encuentran los trabajos de la Escuela de Frankfurt, y los aportes de autores como Adorno (1969) respecto de la personalidad autoritaria y de Fromm (1941) en relación al carácter social de dichas actitudes. Estos trabajos, de raigambre psicoanalítica, se basaban en una crítica a los sistemas políticos vigentes y centraban su atención en los procesos de socialización política latente a través de los cuales se buscaba promover el apoyo de los ciudadanos a regímenes autoritarios (Di Tella, Chumbita y Gamba, 2001; Rodríguez, 1988). Por otra parte, otra línea de investigación que ha ejercido una enorme influencia se vinculaba a una ideología legitimadora del status quo que focalizaba su interés en la conformidad con el sistema político. Así la obra de Hyman (1959) titulada Political Socialization es señalada como una de las pioneras en este ámbito. En dicho estudio efectuaba una revisión de las producciones científicas efectuadas hasta el momento y sugería líneas de investigación empírica futuras (Benedicto, 1995). En este marco, se priorizaban líneas de investigación que desde distintos enfoques teóricos pudieran arrojar luz al fenómeno mediante el cual los niños aprendían actitudes políticas básicas. Se partía del supuesto de que en la niñez los padres efectúan una transmisión de dichas actitudes y que las mismas adquieren un carácter de primacía y estructuración que determinaría la conformación de actitudes políticas futuras en la adultez garantizando así la continuidad intergeneracional. Se trata de trabajos que sostienen una visión sistémica, que si bien analiza las conductas individuales, está principalmente preocupada en determinar cómo contribuye la socialización política al mantenimiento del orden social. Por ende, el acento se pone en el sistema, y la persona es concebida como receptor pasivo de las inclinaciones políticas transmitidas desde las agencias de socialización, principalmente la familia. Es por ello, que los temas fundamentales en esta línea lo constituyen el aprendizaje en la niñez de la lealtad al régimen político mediante la identificación partidaria y la conducta de voto en el período de adultez (Benedicto, 1995; Rodríguez, 1988). En esta misma línea, a mediados de los 60 surgen trabajos de corte evolutivo tales como el de Easton y Dennis (1969), centrados en identificar y clarificar procesos universales a través de los cuales las sociedades logran transmitir a los niños las inclinaciones políticas y la adquisición de sentimientos políticos respecto del sistema. Así, estos autores postulan un esquema evolutivo universal que incluye cuatro fases: politización, personalización, idealización e institucionalización. Se sostiene que el niño comprende en una primera etapa que existe un orden político -aunque todavía no comprenda muy bien su naturaleza y organización- principalmente representado por las figuras de autoridad. Así, en una segunda etapa transfiere las actitudes respecto de la autoridad familiar a las figuras de autoridad política, tales como el presidente. En un tercer momento, el niño atribuye un carácter benevolente a tales figuras, idealizándolas con rasgos de excelencia tales como poder, bondad, honestidad. Finalmente, y a medida que se produce el proceso de maduración del niño, éste logra comprender el carácter institucional del orden político y la existencia de diversas instituciones que componen el sistema (Easton & Dennis, 1969). A partir de los años 70 el panorama de producción científica se modifica, cambiando asimismo la concepción acerca de la socialización política. El proceso de socialización política posee tres aristas fundamentales: el qué se transmite (contenidos), quién lo transmite (agencias, agentes o ámbitos de socialización) y cuándo se lo transmite (etapas). En el período anterior a los 70 el énfasis estaba puesto en el período de la niñez (entendido el niño como mero receptor de las inclinaciones transmitidas), y se consideraba que las agencias de mayor relevancia eran por lo tanto la familia y la escuela. En relación a los contenidos se sobrestimaba el componente de conformidad y adaptación al orden social a través de una visión normalizadora tanto de lo social (con énfasis en la homogeneidad de la sociedad y la negación del conflicto) como de las personas (todos los niños aprenden lo mismo, se socializan de la misma manera) (Benedicto, 1995). Desde la década del 70, y a partir de la diversificación de temas que se estudian, comienza a prestarse atención a la edad adulta y ya no tanto a la niñez como etapa clave de la socialización de los ciudadanos. Por ende, las agencias de mayor relevancia no son ya la familia o la escuela, sino el partido y los acontecimientos sociopolíticos en el marco de los cuales transita su vida adulta la persona, tales como guerras, crisis económicas, temas que conmuevan a la opinión pública, etc. Se investigan los efectos de los ciclos vitales, el impacto de la mentalidad de la época o Zeitgeist, la emergencia de reivindicaciones de grupos minoritarios (tales como las minorías raciales, homosexuales, mujeres, entre otros). Asimismo, en esta época se efectuó una crítica severa a la calidad y confiabilidad de los abordajes metodológicos previos, y si bien los hallazgos empíricos de este período no son homogéneos sí logran poner en duda la hipótesis de la época anterior respecto de los principios de primacía y estructuración de las experiencias tempranas (Rodríguez, 1988). A partir de este momento comienzan a diversificarse y enriquecerse las líneas de análisis del fenómeno de la socialización política. Hay incluso algunos trabajos que analizan la socialización política en vinculación con los Golpes de Estado, línea de trabajo que será de gran relevancia en América Latina como enseguida veremos. Tal es el caso de la obra de Funes (2003) titulada Socialización Política y participación ciudadana: jóvenes en dictadura y jóvenes en democracia que compara los efectos de los sistemas y coyunturas políticas en la actividad política y la socialización de las personas, concluyendo que ambos momentos históricos propiciaron apropiaciones diferentes por parte de los individuos respecto de la participación política. El autor afirma que “la primera generación [socializada en dictadura] se educó en la aquiescencia y la aceptación acrítica de lo existente, con la amenaza, evidente o velada, de represión ante cualquier posible contestación. (…) La segunda generación vive un ambiente impregnado de valores que estimulan la participación al estar expandiendo el discurso democrático de forma generalizada” (Funes, 2003:29). En el contexto de América Latina, por su parte, la Psicología Política posee un desarrollo de un poco más de 40 años. De hecho, para Montero (1991) la Psicología Política como tal comienza hacia 1983, si bien se registran en las dos décadas anteriores reflexiones acerca de la vinculación de las personas con la arena política. De acuerdo a la autora, las temáticas de mayor relevancia tratadas por la Psicología Política Latinoamericana se vinculan con el trauma político producto de la represión, el exilio y la tortura provocados por los Golpes de Estado efectuados en varios países de la región en la década del 70 y 80. Se analiza asimismo la cuestión del poder, el liderazgo, la ideología y la alienación, la socialización política, la comunicación política y el nacionalismo, entre otros, a partir de las necesidades de sostenimiento del régimen político que imponen los procesos de re-democratización. En dicho contexto de producción científica, las indagaciones sobre los procesos educativos y de formación de ciudadanía han sido para los académicos latinoamericanos temáticas de relevancia e interés, que si bien no se enuncian como reflexiones sobre “socialización política”, sí discuten acerca del rol de la educación formal y no formal en la transmisión de actitudes, valores y competencias básicas de los ciudadanos. De hecho el surgimiento en América Latina de estos ámbitos de indagación se vincula con la necesidad de generar otras formas de ejercicio de la ciudadanía en un contexto signado por la violencia política y la violencia estructural que genera altos índices de desigualdad social en la región. Así, asistimos a producciones vinculadas con la Educación para la Paz (Alvarado, Ospina, Luna & Camargo,2003; Ospina Serna & Alvaradao Salgado, 2001) y aportes provenientes de la perspectiva de la Educación Popular (Freire, 1970), entre otras, que trabajan principalmente a partir de la convicción de que la socialización política es un proceso que se desarrolla a lo largo de toda la vida de las personas y, por ende, todas las etapas de desarrollo vital poseen relevancia. Algunas precisiones en torno a la socialización política El proceso de socialización política se enmarca en un proceso más amplio, profundamente estudiado por la Psicología Social: la socialización. Ésta es entendida como un fenómeno que se da a lo largo de toda la vida de las personas a través del cual se interiorizan normas, valores, ideas, costumbres, ideologías, códigos simbólicos. Se trata de un doble proceso que incluye la inducción de la persona a lo social pero que también supone un activo rol por parte de la misma en aras de construir su propio sistema de representaciones e imágenes sobre lo social (Benedicto, 1995). En tanto proceso complejo y dinámico, supone una serie de interrelaciones y mutuas influencias, en las cuales ambos, persona y contexto, se construyen y reconstruyen. Una primera lectura sobre qué es la socialización política sostiene que la misma se da en un segundo momento en la vida del individuo, durante su socialización secundaria y cuando ya se encuentra habilitado legalmente para ser considerado “ciudadano”. De este modo, la socialización política sería un fenómeno sucesivo a la socialización general, pero de diferente naturaleza. Sin embargo, esta postura parece no reparar en el hecho de que la distinción entre socialización y socialización política es de carácter analítica, y que la complejidad de los procesos sociales, políticos e individuales impide considerar dicha distinción como real. Asimismo, para esta primera postura pareciera posible considerar que lo político aparece de repente en la vida del individuo, que antes de cumplir con la ficción legal de la mayoría de edad el individuo no ha tenido contacto con la arena política, lo cual constituye asimismo una falacia (Benedicto, 1995). Una postura contrapuesta entiende a la socialización política como un aspecto del proceso de socialización general del individuo e implica afirmar que no se trata de un tipo de socialización que seguiría en tiempo a la socialización general, sino más bien de procesos que suponen que al mismo tiempo que la persona se socializa en una determinada cultura está socializándose políticamente (Benedicto, 1995). En este sentido, “la posibilidad misma de la acción política se sustenta sobre un conjunto de creencias, normas, valores y percepciones de los individuos hacia la política, es decir, un conjunto interrelacionado de disposiciones básicas que constituyen la raíz fundamental a partir de la cual los sujetos perciben y reaccionan ante los estímulos políticos, construyen sus preferencias políticas y eventualmente se implican en actividades políticas” (Benedicto, 1995:231). Esta postura se sustenta en la idea cada vez más discutida de que la ciudadanía (como derechos y obligaciones) es un estatuto incompleto en niños y jóvenes, que necesitan ser tutelados hasta el momento de sobrepasar la “ficción legal” de la mayoría de edad (Benedicto & Morán, 2003). Es así que la emergencia de dichas matrices básicas que los individuos construyen respecto del ámbito de lo político son producto del proceso de socialización política que se produce en el marco de las interacciones sociales y a partir de procesos colectivos. Dichos procesos adoptan formas de transmisión manifiestas pero también latentes. La socialización manifiesta incluye todas aquellas actividades que poseen una intencionada instrucción cuyo objetivo es transmitir conocimientos o actitudes políticas. Por su parte, la socialización latente se evidencia en “toda forma de educación que indirectamente tenga repercusiones sobre las posturas políticas” (Rodríguez, 1988:134). Por otra parte, y ya desde una visión más sistémica sobre la socialización política, se la suele definir como el proceso por el cual el sistema político se reproduce a sí mismo de cara a la estabilidad política (Patrick, 2002), pero también como el proceso que posibilita su modificación (Rodríguez, 1988), con vías al análisis crítico de la sociedad (Dudley & Gitelson, 2002). Como ya reseñamos previamente, los primeros estudios de socialización política en el marco de la corriente behaviorista (años 60 y 70) ponían el énfasis en averiguar cómo contribuye la socialización política a la perpetuación del sistema político vigente. Por ende, el énfasis estaba puesto en el sistema y no en la persona, y consideraba a la socialización política como un elemento decisivo para la continuidad intergeneracional y para la reproducción del orden instituido. Así, dentro de los contenidos de socialización había un interés marcado en la transmisión de sentimientos de adhesión al orden político y lealtad al sistema, dentro de una posición aveniente y conformista. En esta línea, preponderaba una visión normalizadora del orden social, que homogeneizaba tanto lo social como lo individual y negaba el carácter conflictivo de lo social y político (Benedicto, 1995). Desde una perspectiva más integral y actual de abordaje de la socialización política, trabajada principalmente por Percheron (1993) y sus seguidores, se entiende que el orden social es complejo y contradictorio, y por ende, conflictivo. Por lo tanto, el individuo realiza a lo largo de toda su vida una continua síntesis creadora de las imágenes contrapuestas que recibe de las diversas agencias de socialización. En este proceso, las pertenencias sociales de los individuos resultan de vital importancia, porque participan en la dialéctica de construcción de las propias orientaciones políticas de la persona. Así, la socialización política se entiende como un proceso dialéctico que se produce en el intersticio entre la actividad creadora del individuo y la actividad reproductora de la sociedad. Esta última visión comprende que el individuo tiene un rol activo en su propio proceso de socialización política, y que dicho proceso es básicamente dinámico y plural -en tanto reconoce la dimensión del conflicto(Benedicto, 1995). Otra discusión frecuente en el campo de los estudios sobre socialización política, es cuál período de la vida de la persona resulta más relevante y con mayor influencia en este proceso. La pregunta central es si existe un período crítico para la adquisición de actitudes políticas, y cuál es el nivel de pregnancia de dichas adquisiciones. Así encontramos posturas vinculadas a un modelo de persistencia, que sostienen que las disposiciones aprendidas durante la niñez y adolescencia persisten a lo largo de toda la vida llegando incluso a fortalecerse a través de los años. Una variante de esta postura, es aquella que afirma la existencia de años influenciables (impressionable years) en los cuales las actitudes se encuentran particularmente susceptibles a influencias durante la adolescencia tardía y la adultez temprana, pero que persistirían de allí en más. En contraposición a estos dos modelos, tenemos un modelo de cambio continuo (lifelong openness) en el cual se comprende que los individuos permanecen abiertos y receptivos a las diversas influencias políticas a lo largo de toda su vida. Un último modelo sostiene la idea de estadíos políticos en la vida del individuo. Es el denominado modelo del ciclo vital (life cycle) para el cual las personas se encuentran atraídas hacia determinadas actitudes políticas dependiendo del momento vital en el que se encuentren, por ejemplo, ideas radicales en la juventud y más conservadoras durante la adultez (Sears & Levy, 2004). Éste no es un debate cerrado que requiere de mayores esfuerzos en la comunidad científica para especificar mejor la complejidad de estos fenómenos. Los contenidos de la socialización política Dentro de los contenidos de socialización política tradicionalmente estudiados en la comunidad científica encontramos: la identificación con el sistema político, la formación de preferencias político-ideológicas, las percepciones sobre la actividad política (Benedicto, 1995), la identificación partidaria, la construcción de principios morales, la adquisición de orientaciones políticas específicas y de disposiciones políticas básicas (Sears & Levy, 2004), entre otros. Si bien hemos dicho que la socialización política se constituye como un aspecto de la socialización general, es preciso destacar que estos contenidos son específicos de la socialización política, dada su vinculación con el ámbito de lo político y la política. Por otra parte, algunos autores señalan que los contenidos que se priorizan (de manera explícita o implícita) en el proceso de socialización no son de ninguna manera neutrales en términos ideológicos. Al respecto, desde el Seminario Permanente de Educación para la Paz de la Asociación Pro Derechos Humanos de Madrid (2000) se afirma que la socialización es “una actividad que en ningún caso puede considerarse neutra, puesto que presupone el intento de acomodar a los individuos a los valores predominantes de su sociedad” (Seminario Permanente de Educación para la Paz de la Asociación Pro Derechos Humanos, 2000:13). Así, la no neutralidad de los contenidos transmitidos en los procesos de socialización (tanto general como política en particular) se vincula con la complejidad de las redes sociales y las luchas de poder vigentes en un contexto social determinado. De este modo, vemos que en algunos casos “se sobreestima el componente de conformidad y adaptación al orden social, dando así lugar a una visión 'normalizadora' del proceso de socialización como ajuste a unos patrones hegemónicos” (Benedicto, 1995:233). En otros casos, se acepta la dimensión conflictiva de lo social y político, jerarquizándose la crítica a lo instituido y la construcción de voces y visiones alternativas. En esta última línea, se enfatiza el rol consciente y crítico del educador, y de las agencias de socialización, priorizando la capacidad de identificar a qué modelo de sociedad y de ser humano se apunta (Seminario Permanente de Educación para la Paz de la Asociación Pro Derechos Humanos, 2000). En este último sentido, encontramos los aportes de Giroux (1998) quien plantea desde su perspectiva pedagógica que existe una contraposición entre procesos educativos (formales o no formales) basados en una racionalidad técnica que legitima el status quo, y aquellos basados en una racionalidad emancipatoria que impulsa transformaciones sociales y cambios culturales. En esta línea, sería entonces factible pensar en procesos de socialización política alternativa, es decir, experiencias de socialización que se caracterizan por promover un cuestionamiento a la hegemonía, y la transmisión de valores sociales y políticos contra-hegemónicos y emancipatorios. Así, Zemelman (2005) afirma la necesidad de potenciar procesos de socialización que permitan a la persona tomar conciencia de su rol “como protagonista de la historia, por lo tanto, constructor de las circunstancias que conforman el espacio de su destino. En última instancia, que pueda dar cuenta de esos espacios indeterminados de la historia en los que descansa la posibilidad misma de su construcción por los hombres” (2005:26). El aprendizaje de competencias socio-políticas Por otra parte, en el proceso de socialización y a través de la experiencia de las personas en el ámbito social y político, se van adquiriendo determinadas competencias socio-políticas, las cuales pueden ser entendidas como disposiciones y habilidades que se plasman en la acción social, colectiva y/o personal, de los individuos. En esta línea, el Ministerio de Educación Colombiano las define como “un conjunto de habilidades (de tipo cognitivo, emocional y comunicativo), conocimientos y disposiciones que de manera articulada posibilitan al ciudadano, por un lado contribuir activamente a la convivencia pacífica, la pluralidad y el respeto de las diferencias; y por otro, a participar responsable y constructivamente en los procesos democráticos” (Cortés Ramírez, 2008:55; Marmolejo & Jiménez, 2005). A su vez, Watts, Abdul-Adil y Pratt (2002) exploran la idea de desarrollo sociopolítico, que remite a la adquisición de la capacidad de entender las fuerzas sociales, económicas, culturales y políticas que moldean el propio estatus social, en el marco de un proceso de adquisición de conocimientos, habilidades analíticas, facultades emocionales y capacidad de acción necesaria para trabajar por la liberación. Al respecto también indican que como aprender a leer, el desarrollo sociopolítico es un proceso que dura toda la vida y que es reforzado por la comunidad, por lo cual la adquisición de competencias sociopolíticas forma parte de un proceso gradual. Dentro del abanico de competencias sociales y políticas necesarias para la vida democrática, destacaremos la eficacia política interna, la participación social y política, la aceptación y reconocimiento de la diversidad y el pensamiento crítico. La eficacia política interna es entendida como la creencia subjetiva de las personas de que poseen capacidades para participar e influir en el curso de los sucesos políticos (Krampen, 2000). La forma en que los ciudadanos se posicionan frente al sistema político, y el interés o desinterés en la dinámica política que los mismos manifiesten, puede relacionarse con la manera en que cada actor visualiza su posibilidad de influir eficazmente en la toma de decisiones y el nivel de poder que dicho actor cree poseer (Vaggione & Brussino, 1997). En relación con esto, algunos estudios efectuados desde el Equipo de Psicología Política de la Universidad Nacional de Córdoba sugieren la importancia de esta variable en tanto predictora de la participación política. Así, cuando los sujetos creen que tienen la capacidad para influir en los sucesos políticos, participan políticamente más que aquellos sujetos que tienen baja eficacia política interna (Gutiérrez, Imhoff & Brussino, 2008; Brussino, Rabbia, Sorribas & Medrano, 2007; Brussino, Gutiérrez, Imhoff, Kerman, Medrano, Ricci, Sorribas, Spinuzza, & Vidal, 2006). Esto supone pensar en la importancia de fomentar mediante procesos de socialización política el desarrollo de esta capacidad en los niños. Respecto de la participación social y política en tanto competencia sociopolítica remite a la predisposición a ejercer o al ejercicio efectivo de acciones y recursos para intervenir en el mundo político. Los factores que generalmente se vinculan con la participación política remiten a distintos niveles de análisis que van desde los que apuntan al medio socio-cultural, hasta los que consideran las características particulares del sujeto individual y el análisis de variables psicopolíticas para su comprensión (Sabucedo, 1998). Son numerosos los estudios que señalan bajos índices de participación política en los jóvenes (Brussino et al, 2006; Bonvillani, 2006; García Raggio, 2004; Vaggione & Brussino 1997), lo cual indica la necesidad de avanzar en la comprensión de este fenómeno de cara al fortalecimiento democrático. En relación con la participación social y política específicamente infantil, ésta constituye un ámbito relativamente reciente de indagación, dado que es también reciente la perspectiva que reconoce a los niños y niñas como sujetos de derecho, y no ya como objetos tutelares del Estado o los progenitores, lo que ha dado en llamarse Paradigma del Protagonismo Infantil. Por otra parte, Ospina Serna y Alvarado Salgado (2001) señalan la importancia que reviste la interiorización de la aceptación y el reconocimiento de la diversidad, otra competencia sociopolítica de relevancia. Ellos diseñan un proyecto de intervención tendiente a incrementar la apropiación de esta variable por parte de los niños y niñas colombianas. Dicha apropiación resulta de fundamental importancia en un escenario como el actual, signado por diversas formas de discriminación y exclusión social. Asimismo, la idea de ciudadanía clásica basada en un estatuto de derechos y obligaciones, y asociada a los Estados Nación (Marshall, 2005), entra en colisión con los efectos concretos de las migraciones, los reclamos de la diferencia por parte de los movimientos de mujeres y grupos étnico-culturales, y de la globalización económica y cultural, reclamando la conformación de una ciudadanía plural que enfatice los valores comunitarios y las responsabilidades. Como señala Terrén (2003) “tradicionalmente, en la modernidad, la ciudadanía ha sido pensada sobre la base de la nación, un concepto que permitía asociar estado, territorio y cultura. En virtud de esta asociación, se ha tendido a ver la homogeneidad cultural como la base sobre la que construir una identidad compartida orden y la estabilidad de los conciudadanos que salvaguardara el sociales” (2003:2). El autor también señala que la “prédica de la tolerancia” se ha vuelto un recurso fácil, muy utilizado incluso por las escuelas, sin captar su verdadera complejidad. De hecho, es preciso distinguir entre políticas y acciones colectivas e individuales de tolerancia a la diversidad, y políticas de aceptación y reconocimiento de la diversidad. “El reconocimiento y valoración de la diferencia significa otorgamiento u obtención del debido respeto a formas de vida no hegemónicas” (Prada & Ruiz Silva, 2009:6), lo cual debe plasmarse en políticas activas de reconocimiento de derechos; mientras que la tolerancia se restringe a modos de relación social y diseño de herramientas jurídicas que garanticen la convivencia pacífica entre diferentes grupos más vinculada a una neutralidad liberal incluyente. “Estas matrices confluyen, idealmente, en búsqueda de la igualdad y la reivindicación de la diferencia: igualdad, en la idea de una subjetividad política conformada en la inclusión y en el ejercicio equitativo de los derechos; diferencia, a partir de la expresión de la singularidad y la exigencia de respeto hacia formas de vida no excluyentes. (…) La tensión está marcada en términos de la igualdad jurídica proclamada y la desigualdad económica y social que se vive en el mundo real”, tensión que reclama el advenimiento de ciudadanos más comprometidos con la equidad (2009:9). Y en este último sentido cobran relevancia las intervenciones en el marco de la socialización política de los niños para fortalecer la apropiación de esta competencia sociopolítica. Finalmente, una competencia sociopolítica que consideramos fundamental es el pensamiento crítico, entendido no desde la capacidad de metacognición de las personas, sino en tanto capacidad de cuestionar críticamente el orden instituido y las ideas hegemónicas de los grupos tradicionales de poder. En esta línea, Ruiz y Chaux (2005) conciben al pensamiento crítico como “la capacidad de cuestionar y evaluar la validez de cualquier creencia, afirmación o fuente de información, así como de las dinámicas y relaciones de poder presentes en la sociedad” (2005:3), capacidad que para Cortés Ramírez (2008) constituye una “competencia cognitiva fundamental para la construcción y el ejercicio de la ciudadanía, (…) [y] una actitud transversal en la constitución de una personalidad democrática, ya que permite asumir una postura frente a sí mismo, pero también frente a los discursos dominantes” (2008:63). Por su parte, Watts et al (2002) entienden el pensamiento crítico en términos de conciencia crítica, lo que consideran como la versión sociopolítica del pensamiento crítico, e incluye estas habilidades: búsqueda de la verdad, apertura mental, habilidades analíticas y juicios maduros. En sus desarrollos, retoman la lectura de Gramsci que realiza Hopper (1999), quien plantea que se trata de aprender a pensar críticamente acerca de modos aceptados de pensar y sentir, discernir los intereses ocultos en los supuestos subyacentes y las nociones de referencia (sea clase social, género, raza, etnicidad). Se trata de aprender a ver en la cotidianeidad cómo la historia trabaja, cómo las formas heredadas de pensar y sentir sirven para perpetuar estructuras existentes de desigualdad. Asimismo, se consideran en la línea de pensamiento de Freire, y entienden que el pensamiento crítico es un prerrequisito para el proceso de emancipación de los grupos. Watts et al (2002) han diseñado una experiencia de socialización política tendiente a incrementar esta competencia sociopolítica, que será comentada en breve. En relación con esto, Moreno Martín (1992) señala que las agencias de socialización intentan transmitir al niño concepciones acerca de la realidad social que apuntan a definir mediante un proceso de conceptualización qué son las cosas pasando luego a un proceso de evaluación que asigne cualidades a las mismas, que las defina y caracterice, para finalmente propiciar un proceso de legitimación respecto de por qué son así. En dicho proceso, “el mundo no se presenta como una opción, sino como una imposición”, como una narrativa homogénea y unánime; y dicho proceso se produce con base emocional y en el marco de la vida cotidiana, por lo cual está teñido de un sesgo de naturalización y obviedad (1992:177). Sin embargo, con el advenimiento del pensamiento crítico es posible entender que esa forma transmitida de entender el mundo es sólo una de todas las formas posibles y esto abre posibilidades “para suponer explicaciones alternativas a las cosas que suceden, podemos criticar, reelaborar intelectualmente, incluso comportarnos en direcciones totalmente opuestas a los principales valores, interpretaciones y pautas de conducta interiorizados en nuestra primera infancia” (Moreno Martín, 1992:178). En la misma línea, Del Río (2001) enuncia tres funciones del pensamiento crítico: la primera remite a la posibilidad de efectuar una visión realista del mundo, un entendimiento complejo de la realidad que permita orientar racionalmente la actividad social del individuo. Esta función se complementa con la función de movilización, ya que para el autor, el pensamiento crítico es esencialmente motivador de movilización social en la lucha contra la opresión. Finalmente, Del Río sostiene que esta competencia sociopolítica sirve asimismo como elemento de cohesión grupal dado que permite la configuración de una visión de mundo compartida colectivamente. Por su parte, Siede (2009) efectúa algunas precisiones respecto de la promoción de esta competencia sociopolítica a través de la educación. Para el autor, es necesario trabajar desde un enfoque situacional que comprende que una primera fase en la formación ciudadana remite a la problematización, es decir, se busca expresar “algún tipo de conflicto, pregunta o problema sobre el cual se pueda pensar. Esto permitirá invitar a los estudiantes a conocer y revisar las respuestas que las sociedades han pensado hasta el presente, al mismo tiempo que podrían recrearlas y buscar alternativas de superación” (2009:1). Según Siede, esta metodología se inspira en la propuesta pedagógica de Kolhberg, pero con la modificación de que aquí la intención es trabajar a partir de dilemas reales, que permitan rescatar las vivencias sociales cotidianas de los participantes. A su vez, el autor realiza aclaraciones sobre cómo evaluar dicha promoción por vía de la educación del pensamiento crítico. Al respecto señala que deben evaluarse los procesos de cambio tanto en el discernimiento ético-político, como en las prácticas sociales. En este sentido, se deben incorporar en la evaluación aspectos de índole cognitiva que involucran avances en la construcción de un juicio autonómo. “Esto atañe tanto al manejo de conceptos e informaciones presentados en las conceptualizaciones de la enseñanza como a la participación argumentativa en las deliberaciones, donde se puede evaluar si los estudiantes incluyen aquellas categorías en las razones que dan sustento a sus tomas de posición. Al mismo tiempo, algunos aspectos a considerar en la evaluación son de índole relacional, actitudinal o emocional e involucran los procesos de aprendizaje de conductas” (2009:13). El rol de las agencias/agentes/ámbitos de socialización política De acuerdo con Benedicto (1995), en la literatura sobre socialización política usualmente se remite a las agencias de socialización en tanto instituciones sociales encargadas de llevar a cabo la transmisión de los valores, normas y rasgos culturales. También se utiliza el término agentes, cuando se hace referencia a los actores que de modo más directo ejercen esa tarea de inculcación. Sin embargo, para el autor resulta más pertinente recuperar la noción de ámbitos de socialización política propuesta por Percheron (1993) “por cuanto los sujetos no se socializan tanto por la acción de una serie de personalidades individuales que influyen sobre ellos como por su ubicación en unos entornos determinados, con unas características sociales específicas y en los que existen unas redes de interacción social entre los distintos actores allí presentes” (Benedicto, 1995:243). En general, se coincide en que las agencias a cargo de la socialización general del individuo (familia, escuela, medios, pares) participan a su vez del proceso de socialización política. El punto controversial reside en el grado de influencia que cada una posee en este proceso. El énfasis puesto en una u otra agencia/agente/ámbito dependerá de la concepción que se posea sobre el proceso mismo de socialización, así como sobre las etapas más importantes en ese proceso en el transcurso de la vida de la persona. Desde una perspectiva integral se entiende que cada agencia/agente/ámbito se conformará, a su manera, como espacio más o menos significativo para la construcción de los universos políticos de los ciudadanos, y esto estará vinculado a cada momento en particular del ciclo vital individual. En sentido, hay quienes incluso sostienen la necesidad de avanzar en estudios que investiguen la relación de todas las agencias socializadoras entre sí (Dudley & Gitelson, 2002). Vemos así que durante la niñez la familia y la escuela constituirán agencias/agentes/ámbitos privilegiados en cuanto a su influencia sobre el desarrollo político de los individuos. En esta línea, Benedicto (1995) sostiene que “el papel destacado del ámbito familiar y educativo en determinadas etapas del ciclo vital de los individuos está fuera de toda duda, así como la impronta que la acción socializadora de los padres y educadores deja sobre las percepciones del mundo social y político de las nuevas generaciones. Sin embargo, ello no debe ser obstáculo para reconocer la relevancia de otras instancias de socialización y de aquellos otros ámbitos en los que el individuo también se socializa políticamente a lo largo de su vida” (Benedicto, 1995:243). Por otra parte, también se considera que los medios de comunicación poseen una importancia relevante en la socialización política de las personas, que adquiere características particulares dependiendo del ciclo vital. Para Oller I Sala (2008) los medios sostienen una retórica en la cual los hechos se presentan como objetivos, como un reflejo fiel de la realidad, teniendo por tanto un impacto de alta credibilidad en sus consumidores. Sin embargo, se constituyen verdaderamente como fuente de opiniones y juicios de carácter ideológico, vinculadas a intereses sectoriales, ecónomicos y políticos. Según la autora, “la vía está en capacitar a la población en saber 'leer' críticamente la información que recibe, haciéndole consciente de cómo puede ser manipulada y de su derecho a exigir veracidad en la información” (2008:32-33). Respecto de trabajos empíricos que indaguen la influencia de esta agencia / agente / ámbito en la socialización política de los niños, contamos con el trabajo de Huerta et al (2006) quienes analizan la influencia de la televisión en la transmisión de contenidos y opiniones políticas respecto de los procesos electorales. En el marco del estudio efectuaron 30 entrevistas a niños mexicanos de 10 a 12 años. Los resultados sugieren que los niños tomaron noticias de la aproximación de las elecciones, conociendo incluso a los principales partidos políticos mexicanos y sus candidatos, tanto por medio de la televisión como a través de la familia. Los maestros aparecen también como fuente de información al respecto, pero sólo en menor medida. Asimismo, el estudio sugiere que la evaluación que los niños hacen sobre los candidatos reproducen los juicios promovidos por los programas cómicos de televisión, por los spots y por los noticieros. Si bien los autores constatan la importancia de los medios en la transmisión de opiniones políticas, también señalan que “esta información, para que sea asimilada en los niños, debe ser reforzada por comentarios de los padres y los maestros, quienes moldean e inscriben las actitudes que con el paso del tiempo reproducirán los niños” (2006:13). Otro estudio que intenta efectuar precisiones sobre el rol de la televisión en la socialización política es el efectuado por Ibarra López y Robles Irazoqui (2005), quienes procuraron identificar los valores sociopolíticos que transmiten dos programas de gran consumo por parte de los niños mexicanos: Los Simpsons y Dragon Ball Z. La investigación versó sobre un análisis del “comportamiento político de los personajes de ambas series dentro de las organizaciones sociales, esto como una propuesta simbólica que provee a los niños, en su papel de agentes sociales, significados referentes al poder y el liderazgo, a las disfunciones sociales y a la corrupción política, así como a los Derechos Humanos y a la justicia social” (2005:67). Los resultados del estudio son muy ricos, y por cuestiones de espacio no reseñaremos todos los contenidos analizados. Sí consideramos sin embargo necesario resaltar que mediante este estudio se lograron identificar claramente los valores sociopolíticos que transmiten estos programas, restando la discusión sobre la apropiación concreta de tales valores por parte de los niños. En la actualidad, resulta relevante asimismo pensar el efecto de las nuevas tecnologías en tanto medios de comunicación que también participan en la transmisión de contenidos políticos. En esa línea, merece especial atención el caso de Internet, espacio en el que proliferan foros de discusión política, ciberactivismo, y otras redes de ejercicio de lo que algunos enuncian como “democracia electrónica”. Así, Oller I Sala (2008) indica que “a través del uso interactivo de la información, se crean vínculos colectivos de interrelación que ya no están basadas en las pertenencias sociales a una comunidad territorial sino en el interés y preocupación por una serie de temas, que son los que definen los contornos de un nuevo tipo de comunidad cívica, basada en la libertad radical de pertenencia, con una lógica de funcionamiento horizontal y relacional, contrariamente a lo que ocurre en los ámbitos políticos institucionalizados” (2008:33). Un desafío importante sería la realización de estudios tendientes a determinar el efecto concreto de este ámbito en el proceso de socialización política. A su vez, existen otras agencias/agentes/ámbitos, como los partidos políticos, las ONGs y los movimientos sociales, que si bien trabajan en algunos casos en relación a la población infantil1, tienen su mayor peso socializador durante la juventud y la adultez. Para Oller I Sala (2008) los partidos políticos poseen un rol importante en el marco de la democracia representativa a que asisten la mayoría de los países 1 Más adelante se reseñan algunas experiencias de ONGs y Movimientos Sociales que trabajan con niños. occidentales. Sin embargo, resultaría relevante analizar su peso como agente/agencia/ámbito de socialización política en el marco de la actual crisis de legitimidad por la que atraviesa esta herramienta de construcción política, principalmente en América Latina2. Respecto de las ONGs y Movimientos Sociales, la autora señala que son espacios que actualmente cumplen algunas de las tareas que en otros momentos socio-históricos poseían los partidos. Finalmente, también se señala a la religión como un actor importante en la transmisión de contenidos, valores y opiniones políticas. Sin embargo, para Oller I Sala (2008) dado el proceso de secularización producido en las sociedades occidentales, éste es un agente/agencia/ámbito de socialización política que ha perdido peso. Como se puede apreciar en función de los antecedentes reportados, son diversos los agentes/agencias/ámbitos de socialización política, y sobre cada uno de ellos hay una serie de interesantes trabajos empíricos y reflexiones teóricas. Los procesos educativos no formales en la socialización política Diversos estudios han indagado sobre el impacto de experiencias de socialización política alternativas o complementarias a las generadas desde las agencias de socialización tradicionales, y vinculadas a procesos educativos no formales. En este sentido, Glanville (1999) examinó el rol de las actividades extracurriculares en la predicción del comportamiento político adulto controlando la influencia de los rasgos de personalidad en una muestra de jóvenes de escuelas secundarias de EE.UU. Los resultados señalan que las actividades extracurriculares de índole instrumental (la participación está caracterizada por el intento de lograr determinados objetivos, como la participación en el gobierno estudiantil), en contraposición a actividades enmarcadas en un estilo de participación expresiva (la participación se realiza sólo por el interés en la participación misma), predicen positiva y determinantemente el involucramiento político en la adultez temprana, relativizando la influencia de los rasgos de personalidad. 2 Según la World Value Survey (2006), en Argentina las personas que tenían mucha o bastante confianza en los partidos políticos era de 7,8%, similar a la confianza reportada en sindicatos, 7,5%. En Chile, la confianza los partidos políticos era de 17,9%, en ambos casos, marcadamente inferiores a los índices de confianza reportados para otras instituciones como la Iglesia, los medios de comunicación, la policía y los empresarios. En esta misma línea, Patrick (2002) desarrolló un “Programa de Comportamiento Político Americano” (APB por sus siglas en inglés) para complementar los contenidos temáticos de los textos utilizados en las asignaturas cívicas de las escuelas norteamericanas, remediando ciertas deficiencias. Se propiciaba que los participantes devengan conscientes y reflexivos sobre el proceso de socialización política mediante el cual se les transmitían valores ciudadanos. El programa, testeado mediante un estudio cuasi-experimental con alumnos de nivel medio, efectuó una comparación entre aquellos estudiantes que usaban los textos cívicos convencionales y los que utilizaban los textos del APB. El estudio reveló un impacto estadísticamente significativo del APB en el conocimiento político y las habilidades cognitivas de los participantes, no arrojando resultados relevantes sobre el desarrollo de actitudes y disposiciones políticas democráticas. Basado en esta experiencia, Patrick (2002) diseñó una nueva herramienta de intervención: el “Proyecto Ciudadano”. En este caso, usando una metodología cuasiexperimental, se promovía el involucramiento de los jóvenes en problemáticas públicas de su propia comunidad a través del trabajo colaborativo. La actividad comprometía a los estudiantes en experiencias de aprendizaje diseñadas para incidir positivamente en su desarrollo cívico abarcando el conocimiento cívico, habilidades intelectuales y de participación, y disposiciones cívicas. Los resultados revelaron efectos positivos y estadísticamente significativos en el conocimiento sobre la democracia, la autopercepción de habilidades cívicas y la disposición a participar de la vida política. Por su parte, Watts et al (2002) diseñaron la herramienta “Intervención Jóvenes Guerreros” para cultivar la conciencia y el pensamiento crítico, y el desarrollo sociopolítico de jóvenes varones afroamericanos de 11 a 21 años de las zonas urbanas de bajos recursos de EE.UU. El programa se aplicó en las escuelas a las que concurrían los jóvenes, usando como dispositivo de intervención video-clips y letras de canciones de rap con las que éstos estaban familiarizados. El objetivo era propiciar un análisis colectivo de los contenidos transmitidos por los raperos sobre género, raza, cultura y clase, fomentando un pensamiento crítico que permitiera aprehender las relaciones de opresión subyacentes. Los resultados sugieren que experiencias de esta índole permiten un incremento en el pensamiento crítico de los participantes. Otras experiencias tendientes a incrementar el pensamiento crítico de las personas desde estrategias educativas no formales, provienen del Paradigma de la Filosofía con Niños. Se trata de un programa diseñado por Lipman (1992) que mediante diálogos filosóficos pretende desarrollar en los estudiantes el pensamiento racional, crítico y creativo. Algunos estudios experimentales efectuados comprueban la eficacia de este dispositivo sobre la capacidad cognitiva general (García-Moriyón, Colom, Lora, Rivas & Traver, 2000). Por otra parte, en Latinoamérica son frecuentes las experiencias de socialización política alternativa que consolidan una fuerte trayectoria en intervenciones basadas en la educación popular y el protagonismo de niños y jóvenes. Estas propuestas trabajan desde el Paradigma del Protagonismo Infantil ya mencionado previamente. En esta línea se enmarca el trabajo del Cecodap (Centros Comunitarios de Aprendizaje), una organización sin fines de lucro de Caracas, que desarrolla desde hace aproximadamente 20 años experiencias de participación política de niños y adolescentes. Algunas de las intervenciones realizadas son: “Agenda para Candidatos a Cargos de Elección Popular”, “Venezuela GANA (Gobernantes Amigos de las Niñas, Niños y Adolescentes)” y “Niños, Niñas y Adolescentes como Contralores Sociales”. Recientemente, frente a las elecciones presidenciales de 2006, llevaron adelante una intervención destinada a promover en los niños y jóvenes un debate acerca de la situación de la infancia y la adolescencia en el país, con el objetivo de posicionar estas discusiones en la agenda pública. Los resultados indicaron que “los niños, niñas y adolescentes tienen la capacidad y el interés de participar en asuntos de interés social y público” (Pereira, 2006:5) realizando un ejercicio pleno y efectivo del derecho a la participación y la incorporación progresiva a la ciudadanía activa. También en esta línea trabajaron Ospina Serna y Alvarado Salgado (2001), combinando aportes del Paradigma de la Educación para la Paz y del Protagonismo Infantil. Desde dicha concepción trabajan asimismo quienes en Argentina participan del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, espacio donde se nuclean alrededor de 400 organizaciones no gubernamentales de todo el país que trabajan con niños, niñas y jóvenes. Este Movimiento nació en 1987 en Florencio Varela, Provincia de Buenos Aires, y en 1997 se incorporó a la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos). Además de las actividades regulares de las ONGs que lo componen, el Movimiento organiza periódicamente la Marcha Nacional de los Chicos del Pueblo, que recorre todo el país bajo la consigna “Ni un pibe menos. El hambre es un crimen”, marcha protagonizada por niños y niñas de todo el país que participan activamente en la defensa de sus derechos. La presencia en la escena pública de esta organización ha sido analizada desde el campo de la sociología principalmente, aportando reflexiones en torno al rol de la misma en tanto movimiento social abocado a la defensa de los derechos de niños y niñas, y en particular por su vinculación con la CTA (Scribano & Cabral, 2009; Moreno, 2008; Mirza, 2006). Sin embargo, no se cuenta con estudios que analicen el impacto de esta experiencia de participación política efectiva por parte de los niños y niñas en variables de tipo psico-políticas, ni en los propios procesos de socialización política infantil implicados. En nuestro medio, por su parte, contamos con organizaciones no gubernamentales, territoriales, sociales, estudiantiles, entre otras, que consolidaron un trabajo sostenido de socialización con niños, apuntando al desarrollo de habilidades sociales, vínculos de solidaridad, resiliencia, desarrollo vital, etc. Entre ellos se encuentra el Kinder Club de la Asociación Israelita de Córdoba (ACIC), fundado en la década de 1960, del que participan niños y adolescentes de 4 a 15 años. Éste se constituyó como un espacio recreativo de educación no formal que trabaja sobre aquellos aspectos, temáticas y habilidades que no son abordados por la educación formal. “En estos espacios de cultura se aprenden conceptos, procedimientos, técnicas y códigos éticos, como consecuencia de la participación activa en el intercambio de significados, ideas y comportamientos” (ACIC, 2005:2). Asimismo, se proporcionan instrumentos para el análisis del contexto socio-cultural fomentando el pensamiento crítico y la transmisión de una ideología que posibilite la construcción de subjetividad grupal “a través de una propuesta que en su accionar participativo sostiene un modelo de relación social diferente al de la ideología dominante. (…) Los ejes fundamentales que atraviesan este proyecto, y que en consecuencia definen la estructura y forma de trabajo con los chicos, son el ejercicio efectivo de la creatividad individual y colectiva, mediante el juego y la recreación, en un marco donde prevalezca y se ejercite la libertad y la convivencia”, así como también el compañerismo, la cooperación y la solidaridad. El objetivo primordial de esta organización es “contribuir a la formación de personas sensibles, solidarias, cooperativas, críticas y comprometidas con su entorno en la búsqueda de una sociedad más humana y más justa” (ACIC, 2005:5). Los contenidos que se trabajan en los encuentros son: democracia, historia argentina, derechos humanos y derechos de los niños, discriminación, diversidad cultural, ecología, etc. Los materiales utilizados son producidos para y con los niños a los fines de valorar el aporte y la capacidad creativa y como una manera de incentivar el rol protagónico de éstos en un proceso activo de aprendizaje, que se caracteriza por la utilización de juegos y actividades recreativas. Esta organización, al igual que muchas otras que en el contexto local trabajan con niños y niñas, lo hacen en el marco del Aprendizaje Lúdico, utilizando el juego como herramienta de socialización. Así, esta postura sostiene que determinados tipos de juegos (cooperativos versus competitivos por ejemplo) promueven algunas habilidades sociales, tales como conductas sociales positivas, aumento de conductas prosociales, comunicación positiva intragrupo, disminución de conductas sociales negativas, y generan condiciones de mayor permeabilidad para la transmisión de determinados contenidos sociales en el proceso de socialización (Dávila Balcarce & Velásquez Contreras, 2007; Garaigordobil Landazabal, 2004). Es preciso enfatizar, como ya señalamos previamente, que en el contexto local no existen estudios científicos con estas organizaciones sociales que permitan precisar el impacto efectivo que las mismas ejercen en variables psicosociales y psicopolíticas en los y las participantes. Se cuenta en algunos casos con sistematizaciones de las experiencias, pero sin poseer un diseño que posibilite una mejor comprensión de los fenómenos de socialización política que involucran a los niños y niñas participantes. En esa línea, el Equipo de Psicología Política se encuentra desarrollando un trabajo de investigación sobre este aspecto, algunos de cuyos resultados se socializarán en el marco de este seminario electivo. Referencias Bibliográficas Adorno, T.W; Frenkel-Brunswik, E.; Levinson, D. & Nevitt Sanford, R. (1969). The autoritarian personality. Norton and Company. New York. Alvarado, Ospina, Luna y Camargo (2006) Transformación de actitudes frente a la equidad en niños y niñas de sectores de alta conflictividad social, en un proceso de socialización política y educación para la paz. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Vol. 4, nº1, pp.217-250. Asociación Israelita de Córdoba (2005). Proyecto Kinder Club. Documento institucional. 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