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LAT I NOAMÉ R I CA
volumen 14 • número 2
abril-junio 2014
El “poder blando”
del nuevo cine mexicano
Cita recomendada:
Fernández de Castro Sámano, Rafael, (2014) “El “poder blando” del nuevo cine mexicano”, Foreign Affairs
Latinoamérica, Vol. 14: Núm. 2, pp. 69-73. Disponible en: www.fal.itam.mx
El “poder blando”
del nuevo cine mexicano
Rafael Fernández de Castro Sámano
H
a pasado más de una década desde que Amores perros (2000) así como Y tu
mamá también (2001) impulsaran un renacimiento en el cine mexicano.
Estas películas ayudaron a generar una nueva apreciación nacional e internacional por el cine mexicano y catapultaron las carreras de varios talentos que
Hollywood acogió con voracidad. La esperanza de una industria fílmica estancada
revivió e inspiró a una nueva generación de cineastas a buscar sumarse a la nueva
ola cinematográfica.
A su vez, la imagen del país en el exterior comenzó a caer en picada, en especial
durante el sexenio del presidente Felipe Calderón (2006-2012). El incremento exponencial de la violencia y la nota roja que impuso, acompañada de un controvertido
debate migratorio en Estados Unidos al iniciarse el proceso de reelección de George
W. Bush en 2004, difundieron con avidez una serie de imágenes que mostraban a un
México hundido en la corrupción, la pobreza y la inseguridad.
El nuevo cine mexicano se ha encargado de reflejar lo bueno y lo malo: desde la
nobleza de un padre mexicano que intenta criar a su hija en No se aceptan devoluciones
(2013) hasta la barbarie desatada por la guerra contra el narcotráfico en Heli (2013).
Pero, sobre todo, ha creado una narrativa alterna y mucho más compleja a la que acostumbramos ver en los medios de comunicación estadounidenses y en las producciones de Hollywood. El cine mexicano actual posee un gran potencial para construir
puentes emocionales e intelectuales a través de fronteras y culturas. Por eso, nuestro talento fílmico se ha convertido en una poderosa herramienta de “poder blando”,
tanto para la diplomacia pública como para las relaciones bilaterales y multilaterales.
Joseph S. Nye, profesor de Harvard y autor del libro Soft Power: The Means to
Success in World Politics, concibió el término de “poder blando” para referirse a la habilidad de un país para seducir y persuadir, en vez de optar por oprimir e intimidar. Nye
propone que mediante una estrategia de poder blando podemos hacer que los demás
países busquen voluntariamente los resultados que nosotros deseamos; es decir, que
nos admiren y nos sigan. A diferencia de Nicolás Maquiavelo, quien pregonó que
Rafael Fernández De Castro Sámano es egresado de Comunicación por la University of Southern California, especializado en medios, derecho, política y guionismo para
cine y televisión. Ha publicado para Rolling Stone México, adn Político, The Huffington Post
y Hustler Magazine. Actualmente, es coordinador internacional en One Three Media.
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“es mejor ser temido que amado”, Nye insiste en la conveniencia de ser amado en el
mundo actual.
El poder blando se construye a través de la cultura, de los valores morales y políticos, así como mediante las posiciones y principios internacionales de un país. El
gobierno puede influir e incluso imponer las posiciones y principios internacionales
de un país. Sin embargo, los recursos más eficaces de la cultura se encuentran fuera
del control institucional y operan de manera indirecta. En consecuencia, el enorme
poder de la cultura yace en que las personas confían en su aparente sinceridad.
Podemos pensar en el poder blando como una forma de publicidad orgánica que
fortalece la imagen de un país al ganar las mentes y los corazones del mundo. El
Reino Unido experimentó esto en la década de los años sesenta, con la denominada
Ola Inglesa del rock and roll, cuando The Who, The Beatles y The Rolling Stones se
encontraban en pleno apogeo acaparando los reflectores y la admiración de los adolescentes. En los años noventa, Japón también tuvo su momento con las exportaciones culturales de J-pop, los cómics de Manga y Anime, así como con la popularidad
culinaria del sushi y la proliferación de los dispositivos electrónicos.
Una importante dosis de poder blando permite a un país incrementar su respeto
y reconocimiento internacional. Una imagen positiva puede lograr grandes conquistas para un país: turismo, inversión extranjera directa e, incluso, el incremento en la
credibilidad y poder de negociación, tanto en los organismos internacionales como
en sus relaciones bilaterales.
México no ha logrado explotar el potencial del poder blando. Pocos saben que la
capital, el Distrito Federal, es la ciudad con más museos per cápita en el mundo; o
bien, que el Auditorio Nacional es el escenario con más conciertos en el orbe; o que la
Feria Internacional del Libro de Guadalajara es la segunda más importante del mundo.
El cine mexicano es un instrumento con gran poder para mejorar las percepciones internacionales sobre el país y, a su vez, para influir en las propias percepciones
internas. En la actualidad, nuestro cine goza de un momento difícilmente superable.
En la última década, la presencia de México se ha vuelto un imperativo en el Festival
de Cannes. Asimismo, en 2007, México logró un récord de nominaciones en los premios Óscar. Mexicanos como Diego Luna, Guillermo del Toro, Alejandro González
Iñárritu y Demián Bichir ya son parte de la cúspide de Hollywood. En marzo de
2014, Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki se convirtieron en los primeros mexicanos en llevarse el Óscar de mejor dirección y fotografía, respectivamente, por la película Gravedad (2013).
El contexto de la industria estadounidense también ayuda: 70% de las ganancias
anuales de los grandes estudios provienen, en la actualidad, del mercado internacional, y la diversidad se está convirtiendo en negocio. De acuerdo con un reporte de
la revista Variety, en 2012, los latinos compraban una cuarta parte de las entradas al
cine en Estados Unidos. La programación hecha especialmente para audiencias latinas también está creciendo exponencialmente. Nuevos canales como Fusion (lanzado
por Univisión y abc) y El Rey Network (producido por el director chicano Robert
Rodriguez) han surgido para atender la demanda.
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Sin embargo, no podemos aprovechar este contexto si no logramos identificar la
raíz del problema de imagen de México. Simon Anholt, uno de los más cotizados consultores internacionales sobre el tema de la “marca país”, señala que el escándalo de
Top Gear, la serie de televisión británica sobre automóviles en el que los presentadores se burlaron de los mexicanos como “perezosos” e “inútiles”, puede explicarse así:
Ninguna de las imágenes que los presentadores usaban sobre México eran propias de
la cultura británica. Cuando hablaban de la comida mexicana como asquerosamente
frita o cuando mencionaban que el embajador probablemente estaba dormido con
una botella vacía de tequila, pensé: estas imágenes son estadounidenses. Son imágenes que los británicos han adoptado de Estados Unidos, y esta es una muestra del gran
problema que México enfrenta: los demás países, empezando por los de habla inglesa,
reproducen las actitudes de Estados Unidos hacia México, actitudes que nos enseñan
a despreciar a México.
Anholt concluye que “Estados Unidos tiene la costumbre de marcar la imagen de
otros países sin necesariamente darse cuenta”. Considera que la cultura popular estadounidense y Hollywood son responsables, en gran parte, de algunos de los estereotipos más persistentes sobre México. Esta es una práctica común, señala Anholt: los
países más avanzados imprimen percepciones negativas a sus vecinos para así sentirse
superiores. Los ingleses lo hacen con los irlandeses, los suecos con los finlandeses, los
estadounidenses con los mexicanos, así como los mexicanos con los guatemaltecos.
“El problema para México es que Estados Unidos necesita hacer esto para sentirse
más sofisticado y civilizado, y en consecuencia, la imagen de México en el mundo está
moldeada y es presentada por Estados Unidos.” No obstante, no podemos culpar a
nuestro vecino del norte por nuestra mala imagen. “La imagen de un país no depende
del éxito de una campaña publicitaria, sino de su realidad”, ha señalado con acierto el
presentador y académico Leonardo Curzio.
Ciertamente, el cine mexicano es un arma de dos filos que refleja nuestra realidad. La crítica social yace al centro de varias de las producciones que se exhiben dentro y fuera del país. Heli, la película que le permitió a Amat Escalante ganar el premio
al mejor director de Cannes en 2013, muestra una imagen de México desgarradora y
plasma un país donde la violencia y la impunidad predominan.
Ahora bien, las producciones mexicanas están expandiendo los géneros y las temáticas gracias a éxitos taquilleros como Nosotros los nobles (2013) y No se aceptan devoluciones. Simon Anholt considera que “una película bien hecha puede ser un poderoso
medio para expresar la identidad nacional”. Aun cuando una producción nacional
ofrece imágenes negativas de México, este es el menor de dos males para Anholt,
pues “las audiencias internacionales pueden considerar que estos cineastas son brillantes, son buenos artistas y hacen buenas películas”. Claramente, esto es lo que están
logrando personajes de la talla de Alfonso Cuarón.
La manera como se está desarrollando el poder blando del cine mexicano tiene un
riesgo: una parte sustantiva se está realizando en el extranjero. El escaso apoyo que
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se le da al cine en México está provocado un éxodo de artistas. Algunos de los artistas mencionados en este artículo han emigrado, la mayoría a Hollywood, y sus películas han dejado de ser mexicanas. En muchos sentidos, la emigración de los artistas
se asemeja a la emigración de los doce millones de mexicanos a Estados Unidos: no
hay suficientes oportunidades en México.
En tierras aztecas, el cine, la cultura y la mayoría de las nuevas empresas creativas y de entretenimiento encuentran innumerables obstáculos. Por ejemplo, el 80%
del mercado de exhibición es controlado por tres compañías: Cinépolis, Cinemex
y Cinemark. El exhibidor se lleva alrededor del 66% de las ganancias de una película, lo cual convierte al cine en un negocio altamente riesgoso y poco rentable para
cualquier inversionista. Incluso la promesa democratizadora de las nuevas tecnologías no está surtiendo el efecto ideal. México solo se encuentra detrás de Corea del
Sur en términos de tecnología para salas. Según la Cámara Nacional de la Industria
Cinematográfica y del Videograma, en 2012, el incremento de salas y venta de boletos representó un alza de 9.4% en los ingresos de los exhibidores. De acuerdo con la
revista Expansión, gran parte de esto se le atribuye a la nueva experiencia que ofrecen los formatos digitales como 2-d, 3-d, 4-d, imax y las salas vip. Sin embargo,
el manejo de esta digitalización está dañando a los cineastas nacionales. Mediante el
nuevo modelo de Virtual Print Fee, los exhibidores están cobrando por cada copia digital. De esta manera, las cadenas de cines recuperan los costos de la digitalización de
sus salas al cobrar 850 dólares por copia.
En vez de promover un campo más competitivo, el gobierno federal ha emprendido medidas que rayan en la caridad. El Estímulo Fiscal a Proyectos de Inversión en
la Producción Cinematográfica Nacional (Eficine 226) permite a la industria recaudar
hasta 500 millones de pesos de personas o compañías que buscan deducir impuestos.
La intención es producir más, pero no necesariamente se garantiza la calidad. Para
crear una industria sólida, debemos ver al cine como una industria cultural que inevitablemente está ligada a los negocios, un arte caro de producir que depende de números negros, no rojos. Incluso los cineastas alternativos, como Carlos Reygadas, deben
encontrar un nicho y una audiencia que vaya a las salas. Si México busca una industria cinematográfica de largo plazo, es necesario que promueva la competitividad.
Gran parte del problema es que los gobiernos tienden a apostarle poco al cine.
Usualmente, cada vez que un gobierno enfrenta recortes presupuestales, decide trasladarlos a la cultura y las artes. El más reciente ejemplo es la propuesta de recorte presupuestal para 2014 enviada a la Cámara de Diputados por el gobierno de Enrique
Peña Nieto, anunciada a finales de septiembre de 2013, que amenazaba con provocar carencias económicas para las instituciones encargadas de promover el cine nacional. Se contemplaba un recorte presupuestal del 44% para el Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes (Conaculta). Además, se preveía que el Instituto Mexicano
de Cinematografía perdiera un 8.25% de su presupuesto, mientras que el Centro de
Capacitación Cinematográfica, un 43%. Un mes después el titular de Conaculta,
Rafael Tovar y de Teresa, anunció a los medios que esto no surtiría efecto y que
incluso se esperaba un incremento presupuestal del 3.4% para el sector de la cultura.
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A pesar de las cifras negociadas, la cultura y las artes siempre se enfrentan a una gran
desventaja presupuestal frente a otros sectores. Debemos empezar a ver a la cultura,
las artes y el cine como sectores que tienen un gran potencial económico, publicitario
y diplomático para México.
La falta de apoyo no le viene bien a un México que tiene la capacidad para ser una
auténtica potencia cultural. En 2013, un estudio realizado por la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo colocó a México como el primer lugar
de Latinoamérica entre las economías creativas.
Este 2014, Cinemex absorberá a Cinemark, con lo cual controlará el 36% del mercado de exhibición, mientras que Cinépolis tendrá el 50%. Las superproducciones
de Hollywood siguen desplazando a las películas nacionales en la taquilla, y los distribuidores estadounidenses que operan en México siguen dándoles prioridad a sus
películas. A pesar de algunos éxitos comerciales, la industria sigue siendo demasiado
riesgosa para los inversionistas.
En distintos medios estadounidenses, se está hablando del “momento de México”.
Algunas publicaciones internacionales, como el Financial Times, The Economist y The
New York Times, auguran un nuevo y brillante futuro para el país: se han logrado las
ansiadas reformas estructurales y al iniciar 2014 cayó el narcotraficante más buscado
en el mundo, Joaquín El Chapo Guzmán. ¿Por qué no acompañar esos éxitos con un
relanzamiento nacional de la industria del cine que tiene el potencial para ganar los
corazones extranjeros? ¿Por qué no incorporar de lleno el poder blando de la cultura
mexicana, especialmente la cinematográfica, a las estrategias diplomáticas para mejorar el prestigio internacional de México?
Durante décadas, los mejores diplomáticos de Estados Unidos han sido sus artistas y directores. Figuras como Steven Spielberg y George Lucas han logrado inspirar a varias generaciones alrededor del mundo con sus películas, y en el proceso, han
suavizado la imagen mundial de un Estados Unidos que daña mediante imposiciones
políticas, económicas y militares.
Los cineastas están empezando a lograr lo que nuestra clase política no ha podido
hacer en décadas: dejar el nombre de México en alto. El Óscar como mejor director para Alfonso Cuarón, sin duda, pondrá el talento mexicano en la mira de todos.
Sin embargo, Cuarón ha dejado claro que Gravedad no es una película mexicana y no
hubo mención para México en su discurso ganador. La fuga de cerebros y artistas que
experimenta el país es uno de los principales obstáculos que se deben sobrepasar para
consolidar nuestra industria cinematográfica y catapultar el poder blando mexicano.
Debemos crear oportunidades para que el talento se quede, o al menos decida regresar a casa. El objetivo es lograr que el poder blando emane de México y no solo de un
grupo selecto de mexicanos que residen en el extranjero.
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