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Arte y sociedad version.xoc.uam.mx ISSN 2007-5758 El individualismo reticular, problema de la teoría social del siglo XXI Pablo Gaytán Santiago1 Sociedad de los individuos heterónomos En La sociedad de los individuos (1992) el sociólogo alemán Norbert Elias plantea una vez más la tensión entre individuo y sociedad, meollo del objeto de las reflexiones de la teoría social del siglo XIX y XX. El postulado que refiere al título del presente ensayo es vital para remarcar la preposición determinante de, la cual recrea la paradójica imagen de una sociedad de la individualización2, efecto del ciclo histórico de larga duración que ha contribuido a modificar el equilibrio yo-nosotros, mediante un paulatino predominio de la identidad del yo sobre la identidad del nosotros. Para Elias nuestra representación del “yo” provisto de interioridad y separado de los otros, aparece en las civilizaciones occidentales; en un primer momento lentamente y durante un breve periodo en círculos restringidos de las sociedades de la antigüedad (Grecia clásica); posteriormente reaparecer en el renacimiento. Del amplio conocimiento que el maestro alemán tenía sobre la historia de las civilizaciones derivó el análisis de las interdependencias entre individuo y sociedad a partir de la formación de las estructuras internas de la personalidad y su control, es decir, de “la contención más firme, más universal y más regular de los afectos” (Elias, 2004: 45). Elias propone un concepto de individuo referido a hombres interdependientes que buscan dejar atrás la imagen de homo clausus, pero en singular, diferenciándolo del concepto de sociedad, el cual hace referencia a hombres interdependientes, pero en plural (Elias, 2004). En esa perspectiva, Elias propone la noción de configuración para nombrar a las formas específicas de interdependencia que enlazan a los individuos entre sí, caracterizadas por ser relaciones asimétricas. Así, las instituciones y grupos sociales preexistentes al individuo, dejan huella sobre su personalidad, resultado efectivo de las diferentes configuraciones en cuyo seno actúa cada individuo. Como veremos más adelante éste concepto, será asociado por los sociólogos relacionalistas3 franceses al concepto habitus de Pierre Bourdieu hacía finales de la década del noventa del siglo pasado. Sobre estas bases conceptuales y el contexto de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS, la presencia en la vida social de las tecnologías de la información y la comunicación, y del ascenso de la globalización, Elias postuló que las sociedades del nuevo siglo son de individuos. Esta postura abrió para la teoría social un camino de reflexiones sobre las nuevas formas que adquiría la tensión entre individuo y sociedad; nuevas formas de la familia, el trabajo flexible, la introducción de tecnologías de la información y la comunicación en la vida cotidiana, las psicologización del yo, entre otros. Esta transición histórica en la que se circunscribe la sociología me lleva a plantear la pregunta; ¿qué tendencias observamos hoy día en las formas de individualización, cuando las disposiciones, Versión Estudios de Comunicación y Política las emociones y la acción social del individuo se disocian visiblemente de la identidad moderna del nosotros para dar lugar a la liberación de las emociones y por tanto de una multiplicidad de identidades individuales? Responder sociológicamente a esta cuestión sin caer en el individualismo o el holismo metodológico me permito retomar heurísticamente la noción de “campo de lo social-histórico” del filósofo franco-griego Cornelius Castoriadis, para quien lo social-histórico es lo colectivo anónimo, lo humano impersonal que atesta y engloba toda formación social dada. Al mismo tiempo ciñe cada sociedad entre las demás y las inscribe a todas en una continuidad en la que de alguna manera están presentes los que ya no son, los que quedan fuera e incluso los que están por nacer. Significa estructuras dadas, instituciones y obras materializadas. y aún inmateriales por un lado; y por otro, es lo que estructura, instituye y materializa (Castoriadis, 1988). En suma, lo social-histórico es la unión y la tensión de la sociedad instituyente y la sociedad instituida, de la historia hecha y de la historia que se hace, tensión experimentada en las sociedades modernas por el individuo, “éste es por una parte, el sustrato biológico, el hombre animal; por otra parte, infinitamente más importante y que nos diferencia radicalmente del simple viviente, es la psique, ese núcleo oscuro, insondable, a-social. Núcleo que es fuente de un flujo perpetuo de representaciones que no obedecen a la lógica ordinaria, asiento de deseos ilimitados e irrealizables y, por estas dos razones, incapaz de vivir en sí mismo en tanto tal-“ (Castoriadis, 2006:75). Así los individuos solo pueden vivir en la sociedad y por la sociedad. El “individuo” —el núcleo de su subjetividad— es puesto en razón por la imposición violenta de todo lo que piensa habitualmente como pertenencia, es decir, sus valores, sus formas de pensar, su lenguaje, su imaginación, sus formas de relacionarse con los otros. Cuando el autor de la Institución imaginaria de la sociedad dice que ésta violenta la psique, se refiere a las formas bajo las cuales la institución limita las tendencias inmanentes de aquella. Desde el psicoanálisis y la antropología Castoriadis coincide con la forma que Elias aborda los ajustes del control de personalidad en El proceso de la civilización (2004). La subjetividad individual que interactúa en los territorios de lo anónimo colectivo es expandida o limitada de acuerdo al tiempo histórico en que le ha tocado existir, por esa razón podemos entender que las subjetividades individualizadas contemporáneas sean estructuradas por la expansión ilimitada del control “racional” del capitalismo, que habría entrado desde la década del cincuenta del siglo pasado a la fase del “conformismo generalizado”. En retrospectiva se observa la acertada visión de Castoriadis referente a este dominio racional sobre la totalidad social que comenzó a estructurar a las sociedades occidentales desde finales del siglo XVI. Las señales las podemos encontrar en el mundo del arte de aquel siglo, 207 cuando sobre sus escenarios se exponen grandes formas y obras “profanas” que la sociedad suscitó y se mostró capaz de acoger. Por ejemplo, el dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616), un escritor digno de referir al respecto dado que a todas luces liberó a la sociedad inglesa de todo sentido “pre-establecido” de la trágica condición humana. Junto a él, filósofos como Helvecio, D´Holbach o Voltaire, dieron los primeros pasos de rechazo a la revelación, la providencia y la condena eterna que, a finales del siglo XVIII se transformaron en discursos y movimientos políticos incendiarios que removieron por siempre la fe cristiana y el dictado de la ley humana por entidades extra-sociales, que a la postre dieron paso a la Revolución. Ello significó la ruptura con la subjetividad heterónoma impuesta por el dominio del pensamiento religioso. La mentalidad del colectivo anónimo y los hombres que decían lo que ese colectivo buscaba decir y hacer, desacralizó la relación que la institución de la sociedad mantenía con toda instancia exterior. Este espíritu se encarnó en los sacudimientos de los pueblos europeos para dar paso a la justicia y a la nueva virtud laica, síntesis de la fraternidad, la igualdad y la justicia, las cuales darían cohesión a los posteriores movimientos revolucionarios que aspiraron a cambiar cíclicamente el curso de la historia. Como se sabe, desde aquéllos tiempos los filósofos occidentales invocaron a la Razón para fundamentar, no solo las representaciones instituidas de la sociedad moderna, sino los discursos sobre sí misma y los afectos característicos de la sociedad. La inquietud perpetua, los constantes cambios, la sed de lo nuevo y el querer siempre más, integran desde entonces un conjunto de afectos instituidos socialmente por el capitalismo en sus distintos períodos, los cuales corren sincronizadamente con las instituciones sociales de la familia, escuela y trabajo, cuyos efectos fueron abordados ambiguamente por los herederos de la Ilustración. Desde entonces la ley es considerada como obra de la sociedad, y al mismo tiempo, está supuestamente fundada en una “naturaleza” racional o en una “razón” natural transhistórica. Los filósofos de la Ilustración afirmaban que la ley moderna es dictada por la Naturaleza y la Historia, lo cual a su vez, ayuda a los hombres a emanciparse y constituirse en el individuo posesivo que habrá de liberar sus pasiones y emociones como lo es la codicia, ese deseo que impulsa el éxito y la acumulación, e incluso, encontrará en éste vicio privado un bien colectivo con el que se puede lucrar dentro de los territorios de la nueva deidad moderna: el mercado (Dufour, 2011). Esta situación ha dado lugar, desde entonces, a la emancipación individual solo realizable en el terreno mercantil, lo cual significa una nueva ilusión, una máscara heterónoma más —la dependencia imaginaria del mercado—, tramada, esta última, ya no en la representación instituida del pensamiento religioso representado en 208 Dios, sino por los sumos sacerdotes financieros que convierten hoy día las sesiones bursátiles en auténticas ceremonias religiosas que determinan los vaivenes del mercado. La heteronomía es entonces la forma bajo la cual el individuo depende mental y socialmente del mercado, lo cual trae como consecuencia todas aquéllas disposiciones que caracterizan al individualismo del siglo XXI. En ese proceso se observan las configuraciones específicas de las interdependencias que enlazan a los individuos entre sí, y que dan lugar a estructuras internas de la personalidad individual definidas por Norbert Elias, también pueden ser leídas a la luz del complejo transcurso social-histórico del dominio de la razón y la racionalidad, lo cual ha propiciado tanto la sustitución del vínculo yo-nosotros por el del yo, así como la preponderancia de los fenómenos del individualismo heterónomo en las sociedades contemporáneas; desde el gregarismo de marca hasta las formas de pasatiempo en las redes sociales digitales. El blasée simmeliano, reflexión anticipada del individualismo contemporáneo La emancipación individual solo realizable en el terreno mercantil expresada en el “uno no gana porque vale, vale porque gana” claramente identificada por el sociólogo alemán George Simmel en La metrópolis y la vida mental (1903) hace poco más de un siglo, se puede analizar como expresión de independencia individual —tendencia de objetivación del espíritu mercantilista— y como elaboración de la individualidad misma —tendencia del dominio de la identidad del yo sobre el nosotros—. Para abordar dichas tendencias Simmel expuso la hipótesis de que el habitante de la metrópoli está tensionado por un ritmo vertiginoso e imposible de esquivar. En esa condición, el urbanita configura un tipo de personalidad moderno, capitalista, indiferente y reservado; un tipo de personalidad caracterizado por la intensificación de los estímulos nerviosos, que resulta del rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones internas y externas. Las fuentes evidentes de tales impresiones eran las innovaciones tecnológicas; los cambios en las percepciones humanas resultado de la velocidad citadina; las nociones de tiempo y espacio efecto de la modernización del transporte y las comunicaciones; así como de las mutaciones en el espacio urbano, incluidas las consecuencias individuales de encontrarse cara a cara en las ciudades densamente pobladas. En ese marco Simmel reflexiona sobre el papel de las interdependencias que contribuyen a la formación de las estructuras internas de la personalidad, definida por él como actitud blasée, un fenómeno síquico exclusivo de la metrópoli, caracterizado por disposiciones emocionales que denotan una indiferencia basada en el hastío. Las fuentes de este comportamiento serían la indiferencia producida por las relaciones del ¿cuánto cuesta?, impuestas por la economía monetaria, Número 33 / Abril 2014 version.xoc.uam.mx la reserva recíproca —comunidades reglamentadas y cerradas— y las condiciones de vida intelectual de círculos sociales muy grandes, las cuales en su conjunto hacían sentir toda su fuerza al individuo metropolitano al restarle independencia y forzarlo a recrear un “espíritu objetivo”. Este es el individualismo de la cultura moderna. De ahí se derivan los fenómenos de la indiferencia, el hastío resultado del goce conspicuo y el odio amargo del mas extremo individualismo pregonado, en aquélla época por Federico Nietzsche y Ruskin, o también dado por los escritores participantes de la construcción del yo desde la dramaturgia, las biografías y las novelas sentimentales o de aventuras (Boorstin, 2008). Simmel al mismo tiempo que reconoce las interdependencias que marcan la tensión entre individuo y sociedad, de manera implícita perfila cómo el dominio de la racionalidad en el trabajo y en el orden urbano produce la especialización del individuo, que le hace incomparable a los otros individuos. Esta singularidad al mismo tiempo lo hace dependiente, lo cual lo lleva a reprimir su espíritu subjetivo para cederle paso a la objetivación del mismo; el efecto es que toda su vida será regida por el cálculo económico y por lo tanto lo hará depender de las relaciones económicas individualizadas. Retomando la castoridiana idea del dominio de la racionalidad como la significación imaginaria central desde aquella época, podemos decir que el sociólogo alemán trazaba desde su tiempo una línea primigenia de análisis sobre el individualismo heterónomo, definido como actitud blasée. Posteriormente entre los años de la primera guerra mundial y el axial año del 68 mundial, la particular visión simmeliana de la mentalidad individualista del hombre metropolitano salpicada de referencias provenientes de la psicología, la sociología y la filosofía la desarrollarían directa o indirectamente las sociologías “pesimistas” del siglo XX, entre las que se encuentran la escuela crítica de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse) con la perspectiva sobre industria cultural de masas; la crítica a la sociedad del espectáculo del artista francés Guy Debord y su visión sobre la alienación del individuo moderno y la del filósofo también francés Jean Baudrillard, quien con sus teorías sobre el simulacro, la hiperrealidad y la muerte de la realidad planteó la preponderancia de un individualismo en fuga a través de las prótesis y los lenguajes de las tecnologías de la información y la comunicación. Las aportaciones de estos sociólogos e intelectuales provenientes de la filosofía, el arte y la comunicación fueron ocultadas o puestas en entredicho por las sociologías dominantes de los movimientos sociales y las teorías marxistas críticas que impusieron la visión macro de “las estructuras y superestructuras sociales”, así como la del sujeto transcendente de la historia —el proletariado y su correlato de la revolución—, que trajo como consecuencia la marginación del análisis de los problemas microsociales y de la vida cotidiana. Este fenómeno perduró hasta finales de la década del ochenta, en los precisos momentos en Versión Estudios de Comunicación y Política que la URSS representante del gran relato de la historicidad se diluye; el muro de Berlín, símbolo del mundo ideológicamente bipolar cae, y cuando la revolución impuesta por la presencia en la vida cotidiana de las tecnologías de la información y la comunicación, descentran los debates y las teorías sobre el sujeto, la historia y las estructuras sociales, lo cual traería a colación de nuevo la necesidad de reflexionar sobre la individualidad y el individualismo en el contexto del “nuevo orden mundial”. Las sociologías del individualismo en el siglo XXI; el relacionalismo Estas condiciones social-históricas creadas a partir del axial año de 1989, dieron la pauta a un conjunto de sociólogos de varias tendencias epistemológicas y metodológicas para retomar la tensión entre individuo y sociedad, así como los nuevos fenómenos de individualización que aparecían en el horizonte de la globalización. Entre otras, las teorías de la estructuración (Norbert Elias, Pierre Bourdieu, Anthony Giddens), el constructivismo fenomenológico (Peter Berger, Thomas Luckman), la etnometodología (Harold Garfinkey, Aron Cicourel), o innovadoras como la del actor-red (Bruno Latour), la historia social (las herencias de Erick Hobsbawn y Edward Thompson), la “sociología del riesgo” (Ulrich Beck), la socio-sicología de Dany Robert Dufour y la filosofía crítica de Bernard Stigler, las aportaciones del marxismo lacaniano de Slavoj Zizek o Ernesto Laclau, así como del nuevo feminismo de Donna Haraway y Judith Butler, quienes ponen atención fundamentalmente en el tema del cuerpo. La primera cuestión que unifica a los sociólogos del nuevo siglo —iniciado en 1989, tanto por las reflexiones a que da lugar, como por las rupturas y continuidades marcadas por las nuevas sociologías— es la necesidad de superar los reduccionismos del individualismo y el holismo metodológicos. Éste último afirma que “la causa determinante de un hecho social debe buscarse entre los hechos sociales previos, no entre los estados de conciencia individual” (Corcuff, 2013: 27). Dicha afirmación alimentó al holismo metodológico, según el cual no se puede reducir el todo (la sociedad) a las partes (los individuos) que lo integran. Por otro lado, de manera antagónica el individualismo metodológico dice que “para explicar un fenómeno social cualquiera…es indispensable reconstruir las motivaciones de los individuos involucrados en el fenómeno en cuestión, y percibir este fenómeno como resultado de la sumatoria de los comportamientos individuales dictados por esas mismas motivaciones”(Corcuff, 2013: 25). De esta manera se considera a los individuos como átomos básicos del análisis de procesos sociales, mientras que lo colectivo se encara como simple resultado de las actividades individuales, mediante efectos de sumatoria y composición. Tales reduccionismos ponían 209 su atención en los fenómenos micro o en los macro, marcando las tensiones entre individuo y sociedad presentadas como irresolubles, frente a lo cual, en particular la sociología francesa comenzará a tratar de resolver con la propuesta del “relacionalismo”. Partir de la premisa de pensar “la coproducción de las partes y del todo”, los sociólogos del relacionalismo retoman las ideas constructivistas de Jean Piaget cuando dice que “el todo social no es ni una reunión de elementos anteriores ni una entidad nueva, sino un sistema de relaciones en que cada una de ellas engendra, en tanto relación misma, una transformación de los términos que enlaza”(Corcuff, 2013: 27). En esa perspectiva, el relacionalismo metodológico retoma el vocabulario de la construcción social de la realidad, para establecer a las relaciones sociales como entidades primordiales, y caracterizar a los actores individuales y las formas colectivas como entidades secundarias, cristalizaciones específicas de relaciones sociales tomadas en contextos socio-históricos diversos. Las bases de tal perspectiva provienen de las nociones de relaciones sociales de Carlos Marx, la solidaridad social de Émile Durkheim, la acción recíproca de George Simmel, la interdependencia de Norbert Elias, la interacción cara a cara de Erving Goffman, y los campos como sistemas de relación de Pierre Bourdieu. En esta perspectiva el relacionalismo comparte tanto las variadas formas de construcción de la subjetividad personal como el análisis de supuestos desapegos voluntarios a las estructuras sociales (Corcuff, 2013: 16). Lo anterior permite tratar dentro de un mismo marco las dimensiones individuales y colectivas de la vida social, al mismo tiempo que diferencia sus respectivas cristalizaciones. El conjunto de los sociólogos relacionalistas definen a individuos singulares, individualizados y plurales. Para ello retoman la idea de antropólogo Louis Dumont, quien define la individuación como protagonizada por el agente empírico presente en cualquier sociedad; la noción de individualización la retoman del filosofo Vincent Descombes, quien plantea que el individuo es el ser provisto de razón y el sujeto normativo de las instituciones propio de las sociedades individualistas modernas. En este marco, los distintos sociólogos derivan la necesidad de abordar la singularidad del individuo en el contexto de las sociedades que valoran la individualidad por un lado; y por otro propone la hipótesis de una individualización mayor de los individuos en las sociedades contemporáneas conocidas como individualistas; y en tercer lugar, consideran que la pluralidad de recursos constitutivos de cada individuo podría caracterizar a un gran número de sociedades sobre todo en nuestras sociedades cada vez más diferenciadas (Corcuff, 2013: 105). En suma, comparten la idea de que todo individuo social es singular, ya que el individuo está inmerso en un conjunto de relaciones sociales forjados por normas sociales, relaciones de poder y relaciones asimétricas entre los grupos sociales. 210 Para analizar la tensión entre individuo y sociedad bajo la perspectiva de las relaciones sociales contextuadas, los relacionalistas parten de la dicotomía identidadmismisidad pensada por el filósofo Paul Ricoeur, para quien la idea de mismisidad plantea la pregunta ¿qué soy?, la cual remite al carácter, que no es otra cosa que el conjunto de disposiciones durables en las cuales se reconoce una persona, es la parte objetiva de la identidad. Esta concepción influyó en Pierre Bourdieu para la elaboración de su noción de habitus, que equivale a un sistema de disposiciones durables y transferibles incorporado por el individuo durante su socialización, así, cada persona se presentaría como un compuesto individual, único de disposiciones colectivas. Asimismo la identidad también es relacionada con la ipsedad, otro término de Ricoeur, la cual trata de responder a la pregunta del ¿quién soy? La ipsedad constituiría la parte subjetiva de la identidad personal, el “ser uno mismo” existencial. Sociológicamente sería el planteamiento en cuanto a sí mismo (Francois Dubet), lo cual ha conducido a la producción de la “sociología de la experiencia” individual que explica a quienes buscan anclarse en un rol o una posición sin conseguirlo; es la actitud de un yo sin apego en busca de una identidad inalcanzable en medio de la inmediatez y la velocidad de las postmetrópolis. En cuarto lugar los relacionalistas retoman la idea de los “momentos de subjetivación” de Jocelyn Benoist, perspectiva donde la presentación del sujeto sería la de una separación y una carencia de identidad, y que el sociólogo Luc Boltaski plantea bajo la noción de agape, cuando el individuo se presenta sobre el escenario de lo social gobernado por un carácter irrefrenable, vive el instante y siempre está en situación, como si estuviera en constante deriva sin identidad, pero si, con una máscara. Esta cualidad lo remite a momentos de despreocupación que involucran, por ejemplo a un amor singular sin recurso al cálculo. Es el movimiento de un amor singular hacia una persona, no condicionado por una reciprocidad; por ejemplo, todas aquellos llamados individuales a salvar a quienes han sido ultrajados en su dignidad, convocado desde “el ser uno mismo”. Una forma despreocupada de amar vista continuamente en las redes sociales. La sociología del agape sería entonces una continuación del interaccionismo simbólico. Si esta perspectiva tiene que ver con las obligaciones impuestas por las relaciones mercantilizadas y de reserva en las metrópolis como había observado Simmel, hay otras perspectivas (Potte-Bonneville, 2007) que retoman las ideas de los dispositivos de poder disciplinario y postdisciplinario propuestos por Michel Foucault para versar sobre la individualización como subjetivación, para por un lado, referirse a la “individualidad disciplinaria”, que no sería otra que la individualidad socialmente normada, posiblemente caracterizadas como identidades-mismisidades-habitus; y del otro, referirse a las formas y modalidades de la relación consigo mismo mediante las cuales Número 33 / Abril 2014 version.xoc.uam.mx el individuo se constituye y se reconoce como sujeto, es decir a la identidad-ipsedad referida en cuanto a sí mismo y a los momentos de subjetivación. En suma, podemos concebir constricciones sociales, a las cuales puede corresponder un proceso de autonomización subjetivo, mas o menos continuo (identidad-ipsedad) o coyuntural (momentos de subjetivación). Este momento subjetivo es en sí forjado con relaciones sociales” (Corcuff, 2013), en las cuales el individuo interioriza, por ejemplo, la presencia de las redes de videovigilancia en las ciudades y así autorregular sus conductas en el espacio urbano, pero también en ellas mismas aprende a cuidarse y resistir frente a la mirada omnipotente de los gobiernos urbanos. Las sociologías del individualismo del siglo XXI; críticos y comprensivos Más allá del relacionalismo, encontramos dos polos del análisis del individualismo contemporáneo; de un lado, está el polo crítico, el cual se propone develar las ilusiones de los actores a partir de una antropología de los deseos frustrados; y del otro, el polo comprensivo, el cual plantea el sentido subjetivo al cual apunta el agente en su relación con el comportamiento ajeno, a través de una antropología filosófica de los deseos humanos creadores. En el primero, se ubican el sociólogo pragmatista norteamericano Richard Sennet y el filósofo y comunicólogo Jean Baudrillard. El primero, en su obra El declive del hombre público (1978) habla de la “tiranía de la intimidad”, tesis desarrollada a lo largo de su obra, hasta llegar al análisis de las consecuencias del trabajo flexible, caracterizado por ser transitorio e innovador hacia los trabajadores de los sectores productivos y de servicios con proyectos de vida a corto plazo. Las consecuencias de estas mutaciones se traducen en su obra La corrosión del carácter y. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo (2000), mismas que corresponden a la deriva social fragmentada por el nuevo capitalismo Por su parte Jean Baudrillard, se convertiría en un filósofo apocalíptico al decir de sus críticos, ya que optó por reflexionar sobre la hipnotización comunicacional de las audiencias, así como sobre el dominio de la imagen en la cultura contemporánea, llegando al grado de plantear a la violencia de la imagen como una forma de desaparición de la realidad que interiorizada por el individuo produce una estado de pasividad intelectual (Baudrillard, 2006). En el polo comprensivo encontramos fundamentalmente a Anthony Giddens, el afirma que de la segunda modernidad del sesenta a la actualidad, la reflexividad (el giro de la sociedad hacía sí misma, así como de los individuos hacía si mismos) ocuparía un lugar creciente y positivo. Por ese motivo surge en lo social diversas formas de la identidad narrativa, es decir de la fabricación de una identidad puesta en relato. El sociólogo británico, representante de la teoría de la estructuración propone una Versión Estudios de Comunicación y Política doble sociología; la de las estructuras sociales y la de la acción, con el propósito de reconfigurar el estudio de las tensiones entre individuo y sociedad. En Giddens se debe entender la estructuración como un proceso de relaciones sociales que se estructuran en el tiempo y en el espacio vía la dualidad estructural, es decir, que “las propiedades estructurales de los sistemas son a la vez condiciones y resultados de las actividades efectuadas por los agentes que forman parte de esos sistemas” (Corcuff, 2013, 61). Así, lo estructural es al mismo tiempo restricción y habilitación o restricción social y competencia; en este caso la competencia es definida como “todo cuanto los actores conocen (o creen), de manera tácita o discursiva, acerca de las circunstancias de su acción y reproducción de la acción. Giddens pondrá de relieve la capacidad reflexiva de los actores, quienes son capaces de comprender lo que hacen mientras lo hacen. Para abordar dicho fenómeno propone diferenciar dos modalidades de reflexividad; por un lado, está la conciencia discursiva, todo cuanto los actores expresan de manera verbal, oral, escrita, es la conciencia; y del otro lado; está la conciencia práctica, es decir, todo cuanto los actores conocen de manera tácita, tanto cuanto saben hacer en la vida social, sin poder expresarlo directamente de manera discursiva. Finalmente está lo que el define como inconsciente, en éste, incluye las formas de cognición o de compulsión que están por completo consensuadas, o que solo operan en la conciencia una vez deformadas. Lo inconsciente constituye uno de los límites de la competencia de los actores humanos, de ahí que el individuo encuentre sus limitaciones en la acción social sin encontrar una explicación racional, hasta que vive las consecuencias a posteriori de la acción misma, son las consecuencias no intencionales de la acción (Giddens, 1995). Finalmente hay que referirse a la crítica comprensiva de Ulrick Beck, quien se distancia de las disimetrías de recursos entre actores y grupos de actores sociales. El autor de La sociedad del riesgo. Hacía una nueva modernidad (2006), ha centrado sus reflexiones sobre la individualización de la desigualdad a partir de su particular propuesta de la modernidad reflexiva y “la sociedad en riesgo”. Para Beck los riesgos son biográficos, ya que son resultado de los impulsos sociales e históricos del Estado de bienestar y su caída. En las sociedades globalizadas impone un tener que devenir en lo que se es, esta es la marca característica de nuestras sociedades, ya que para que esto sucediera, la modernidad produjo las condiciones para sustituir la determinación del estatus social por una autodeterminación compulsiva y obligatoria (Beck, 2006). Así como en la pasada modernidad se era burgués y había que vivir la vida como tal, hoy día, es ser cosmopolita y hay que vivir como tal. En esas condiciones la individualización es un destino, no una elección, debido a la imposibilidad de incrustarse en una “identidad permanente” —la identidad construida a largo plazo—, lo que hay es una danza de posibilidades efímeras, lo cual 211 produce a su vez inestabilidad emocional, resultado de la fluidez social, económica y el trabajo flexible. Por ese motivo, la única manera que ofrece el sistema social al individuo para salir del marasmo y el riesgo es la solución biográfica, lo cual significa insertarse en la obligación de ser uno mismo y conseguir el éxito. A contrapelo de dicha situación, Beck observa que los riesgos y las contradicciones siguen produciéndose de manera social; es solo el deber y la necesidad de hacerles frente lo que esta siendo individualizado, con ello se plantea un abismo entre individualidad como destino y la individualidad como capacidad práctica de afirmación personal, así se impone la ética de la realización individual, necesidad compulsiva de tener una vida propia, la vida estandarizada, en suma, biografía del “hágalo usted mismo” así como la inmediatez. Por lo tanto el individualismo tiene que comenzar a reflexionar sobre institucionalizarse a través de los derechos, las responsabilidades y las obligaciones, es entonces, el tiempo del la recíproca individualización —relaciones entabladas por individuos a partir de sus riesgos—. En síntesis, los sociólogos del siglo XXI, quienes reflexionan e investigan en la cesura de una época a otra encuentran en el marco de la relaciones sociales contextuadas, las interdependencias, la sustitución de las identidades del nosotros por la del yo, en los habitus plurales, en la heteronomía, la estructuración de las individualidades, las subjetivaciones disciplinarias, las despreocupaciones discontinuas, la acción social reciproca, los procesos de individualización plural, la recíproca individualización o en el gregarismo de marca, los conceptos clave para pensar, criticar, reflexionar y proponer hipótesis para investigaciones de campo sobre el individualismo en las sociedades globalizadas del siglo XXI. Sociología del individualismo reticular Con algunas nociones anteriormente referidas, así como otras provenientes de los sociólogos y especialistas en tecnologías de la comunicación y la información en este último apartado propongo elaborar el término individualismo reticular, con el propósito de explicar los procesos de individualización en las sociedades contemporáneas. Aquí me refiero a la individualización protagonizada por los personajes atrapados en las mutaciones del capitalismo actual. Un individualismo que se viene configurando en el trabajo flexible (Sennet, 2000), la empresa creativa de las industrias culturales (García Canclini; 2012), el espacio público mediatizado y la presencia de las redes sociales digitales en la vida cotidiana (Stiegler, 2001). En ese marco el individuo reticular, la eminente subjetividad diferencial que sostiene la existencia del heterototalitarismo informacional4 no es más que una ínsula de posibilidades diseminada en los espacios de confort. Así, la configuración individuada de éste, la representa 212 el hombre o mujer que conquista el mundo del trabajo flexible, la empresa creativa y la actualidad en tiempo real. Sus comportamientos significativamente comunicacionales en el mediatizado espacio público se ciñen a la celebración del sentido de las responsabilidades prácticas, la toma de riesgos y el gusto emprendedor, principios necesarios para maximizar la eficacia profesional y asumir las exigencias de competitividad requeridas para hacer frente a la nueva coyuntura económica en un contexto de competencia exacerbada. Significa el ascenso del individualismo por saturación —ver p. 19—, descrito por el sociólogo francés Robert Castel (2008). Esta idea de individuo habita el corazón de las reformas de inspiración neoliberal que se despliegan en la actualidad en todos los campos conquistados por la privatización estatal, pero sobre todo en la in-materialización de las industrias mediáticas y la comunicación “peer to peer”. En esa perspectiva asistimos a la emergencia de una individualización asimétrica, ya no tanto de la extinta ciudadanía moderna sino de los usuarios-consumidores, consistente en la dominante desigualdad en los procesos de auto-producción y consumo informacional. En esa condición el “prosumidor” (Quain, 2002), participa interactivamente en el diseño del próximo smartphone que adquirirá a precios elevados o el aspirante a una pizca de televisión digital demandará al Estado de codificadores digitales gratuitos. Tales disposiciones expresan el ascenso del individualismo reticular. Frente a éste podemos arriesgar una conjetura: la trascendencia del hetero-totalitarismo informacional, así como su vivificación subyace en lo desigual, lo asimétrico y lo impredecible. En esa perspectiva podemos acotar que es en la mutación perceptual, resultado del dominio de los medios digitales, las redes sociales y las industrias mediáticas que se produce el desarraigo del sujeto crítico y neurótico, arquetipo de una modernidad en declive, lentamente sustituida por el sujeto maleable y perverso de la actual modernidad informacional (Dufour, 2007). Así tenemos que sobre las cenizas de la anterior modernidad lentamente se configura el individuo de diferenciación difusa e indeterminada. Una individualización que da lugar a un conjunto finito y meta-estable de individuos siempre diferidos en el tiempo real de las redes sociales pero en pleno funcionamiento consumista. El tiempo de las redes es discontinuo y difusamente medible que se muestra al usuario como inmediatez, es convertido en dinero, que traducido contablemente en dólares o euros se acumula en las arcas virtuales o en riqueza material de los dueños de las empresas online. Esta forma de consumo laboral colectivo se traduce en intercambios desiguales, dando lugar a nuevas formas de injusticia y dominio político. ¿Cómo se constituye esta individuación? Se realiza a partir de una corporalidad individual compuesta por un número muy grande de partes extensivas unas a las otras, las cuales solo le pertenecen al usuario-con- Número 33 / Abril 2014 version.xoc.uam.mx sumidor bajo una relación de movimiento y reposo, de velocidad y lentitud, en donde el individuo es una intensidad, una subjetividad (Deleuze,2008). En suma, el individuo se define en el orden del vínculo (rapport), no en el orden de la sustancia, es ante todo una relación diferencial. Es un mono-viduo, convertido en la única y máxima instancia que decide lo que haya que hacer o dejar de hacer (Oliveira, 2010). Visto así, el tipo antropológico de hombre del conformismo generalizado no solo es resultado de las opciones autónomamente tomadas —libertad de elección mercantil—, sino también de los influjos sociales, a través de la moda, la publicidad, y los entornos familiares o educacionales. Frente al solipsismo mono-vidual digamos que ninguno de estos posee las mismas relaciones, sobretodo si reconocemos que hoy día vivimos un tiempo en el que las antiguas relaciones cara a cara que podían configurar una red muy limitada de relaciones sociales, tienden a ser sustituidas por relaciones mediadas por los Universos Incorporales análogos y digitales, es decir, “por todos aquellos artefactos y objetos tecnológicos que transmiten mensajes y significados”(Guattari, 1996) y con los cuales el sujeto puede interactuar, operar, leer de diversas maneras; tales como el teléfono celular, el Ipad, las consolas de videojuegos, el ordenador, la televisión, la radio, la videocámara, las tabletas, los smartphone, entre otros. En el ambiente tecnológico las relaciones cara a cara no tienen la última palabra, ya que las relaciones del mono-viduo hoy día son indeterminadas por dichas prótesis individuales y colectivas, auténticas extensiones del hombre contemporáneo. Y hablamos de extensiones artificiales que un tiempo fueron analógicas y que actualmente tienden a la digitalización, las cuales además son teledirigidas “uno a muchos” por las empresas que controlan Internet y la telefonía móvil. La llamada convergencia digital está llevando al conjunto de la humanidad hacía grandes transformaciones sensoriales, lo cual plantea en primer término comprender cómo el mono-vidualismo es resultado complejo de la fragmentación sensorial ocasionada por los procesos de digitalización de los universos incorporales. Se puede decir, usando el lenguaje de la informática, que un individuo existe en tanto terminal de consumidor de subjetividad —hetero-totalitaria informacional—, ya que consume sistemas de representación, de sensibilidad que no tienen nada que ver con categorías naturales universales. Veamos un ejemplo. Los transeúntes que pasean por las calles equipados con Ipad, smartphone o teléfono celular establecen con la música una relación que no es «natural». Al producir ese tipo de instrumento (ya como medio, ya como contenido de comunicación), la industria altamente sofisticada que lo fabrica no está haciendo algo que simplemente reproduce “la música” u organiza sonidos naturales. Lo que esa industria hace, es, literalmente inventar un universo musical y otra relación con los objetos musicales: la música viene de dentro del artefacto y no de un Versión Estudios de Comunicación y Política punto exterior. En otras palabras, lo que esta industria hace es inventar una nueva percepción. Utilizando la terminología guattariana, el smartphone, es una máquina expresiva componente de los Universos Incorporales de las masas serializadas. En suma el mono-viduo solo existe como representación y realización hetero-totalitario informacional; es el individuo reticular. Los medios digitales crean un nuevo campo de experiencia y nuevas interpretaciones de la realidad que no se detectan con tanta facilidad. Al respecto podemos decir que actualmente son muy escasos los estudios sobre los cambios preceptúales producidos por el uso de la telefonía móvil (un tema fundamental para la sociología del siglo XXI). En todo caso habría que recurrir a Merleau Ponty o a Paul Valèry quienes ya habían visualizado en la década del treinta del siglo pasado una “distribución de la realidad sensible a domicilio” (Braganca, 2010). La cultura digital, como ahora suelen definir los expertos a las construcciones y simbolizaciones artificiales resultado de la digitalización mediática tiene un precio (Scolari, 2008); reduce ineludiblemente la información que está presente en el substrato material en la vibración del aire o en la imagen de una escena; el usuario que escucha en volumen saturado una obra musical grabada originalmente en sistema análogo no alcanza a distinguir todos los matices, timbres y niveles musicales ya que escucha una obra con limitado ruido blanco. Escucha armonías empobrecidas. Así es porque se trata de una re-masterización de información, y aquí no me refiero a la información distribuida en el mercado mediático ni siquiera la información científica, sino a los datos —en este caso de notas y sonidos de distintos instrumentos—, imágenes y al contenido universal que circula en las red, la cual es percibida de manera forzada por el individuo reticular. Las consecuencias de ese proceso de digitalización de la experiencia y subjetividad humanas es una cuestión fundamental poco investigada por los sociólogos. En la era de la cultura digital los “prosumidores” son plenamente identificables, clasificables e individualizados, dando lugar al fenómeno del sobreyoísmo (Oliveira, 2010), en donde el individuo reticular disuelve su cuerpo en el reflejo de entes externos, aquí no se trata de seguir la moda, de adaptarse a una conducta que sugiere el ambiente, ni depender de la aprobación de los demás, sino de sentirse el punto en que se refleja el exterior, es como sentirse el personaje que refleja y resuena, definido por Mario Perniola como el fenómeno del narcisismo especular(2008). Esta actitud es legible en los avatar, en los memes y las imágenes personalizadas que pueblan las redes sociales, en donde el internauta o individuo reticular se siente el centro del universo y no más, quien es solo cuantificable por el número de seguidores o amigos constatado en su dirección electrónica y las redes sociales; ¡no importa la calidad sino la cantidad de “likes”! Los Universos Incorporales constituyen los objetos transicio- 213 nales de un solitario individuo reticular que se resiste a separarse de la atmósfera materna configurada en las redes sociales y miles de aplicaciones que le dan seguridad y autoestima. Sin el ipad, la tableta, el teléfono celular o el smartphone el narciso especular siente que “es menos que nadie”. Por esas razones al individuo reticular le constituyen las relaciones en las que está envuelto a larga distancia, sea a través de la telefonía celular, con el cual puede escuchar a otros desde el lugar en donde esté, sea a través de un ordenador. Instalado en esta dinámica relacional sus vínculos los establece en movimiento y reposo; mientras camina, conduce, escucha a un profesor en clase o realiza un trámite burocrático, al mismo tiempo éste individuo está en reposo; in-movilizado fluye como un dato, un signo, un archivo, un meme, una frase trasportado a través de la fibra óptica o vía satélite. El individuo reticular es sólo un dato en la sociedad informacional. Definido por el movimiento in-movilizador, como si actuara enmarcado por un plano fijo de la cámara del dios omnipotente y video-vigilante, el individuo reticular no es más que un usuario que transcurre a la velocidad de un caracol en pos de un objeto del deseo inalcanzable. Algunas veces el individuo singular deja de ser una pieza en la serialidad digital en el momento que su narcisismo especular se expresa ofline para así irrumpir en el espacio público dando constancia de su moralidad o sus aspiraciones clasistas. Sobre el escenario de lo público, el individualista reticular no ejercerá sus derechos ciudadanos ni atentará contra la buena marcha de los negocios de la clase política. ¡No! Lo que práctica, como lo demuestran miles de casos de agresión, racismo o clasismo videograbados y sobreexpuestos en las redes sociales es la aberración como una de las bellas artes del entretenimiento twitero y facebookero. Una práctica privilegiada del individualismo reticular que busca “pasar el tiempo”. Podemos afirmar que el individuo reticular, es obra de la dinámica relacional desplegada en las redes sociales, edificada sobre el individuo en lugar del grupo como centro de las comunicaciones (Pisani y Piotet, 2008). En donde cada uno de éstos cambia cuando quiere de enlaces y redes, bajo la premisa neoliberal de la libertad de elección, lo cual crea la ilusión de autonomía y democracia. Esta comunidad de signos individualizados da lugar a una comunidad reticular basada en la conectividad generalizada que trae consigo la mundialización como tiempo real y como delegación de los procesos de decisión en sistemas automáticos de control remoto. En suma, estamos frente a una sociedad de control, integrada por narcisos especulares. Lo cual significa entre otras cosas, que dichos individuos delegan sus funciones psíquicas y simbólicas a las técnicas y a los técnicos. Se trata entonces del individualismo reticular en el contexto de la sociedad de la información y el conocimiento. 214 El usuario-consumidor, el prosumidor, el narciso especular, la net-generation, la generación Y (los jóvenes nativos digitales que tienen una edad entre 16 y 32 años, educados en Internet y las redes sociales), los techsetters, los trendsetters, los creativos de las industrias de la comunicación y el diseño no son más que dispositivos comunicaciones de una sociedad reproducida a partir de la información bajo todas sus formas posibles. Sobre ese soporte se conforma dicho individualismo reticular, el cual puede considerarse una hiper-identidad siempre inconclusa e hipertextual, en constante alteración, en constante diferir, en donde la relación con el otro lejano o cercano se realiza en tiempo real. Este proceso comunicacional en apariencia múltiple pero más bien limitado a una comunicación “uno a uno” pero posiblemente vista por otros que fluyen online crea en el individuo reticular una ilusión, a la cual podríamos definir como bovarismo en tiempo real. Del lado contrario lo que sí facilita la comunicación en tiempo real es la deliberación y la toma de decisiones de carácter mercantil, la cual filtra y formatea la subjetividad del individuo reticular, quien recrea un phatos práctico; una pasión racional-instrumental escenificada por ejecutivos, especuladores y polizontes de los movimientos sociales. Es el phatos de la distancia entre quienes asumen las redes sociales o la telefonía móvil como medios para los negocios y quienes lo utilizan como usuarios-consumidores. Una de las grandes consecuencias del individualismo reticular es que éste se vuelve obsesivo-compulsivo; el techseter o trendsetter crea-vende-compra-crea-vendecompra, mientras el usuario-consumidor —la inmensa mayoría— se conforma con estar al tanto de las novedades, así como con adquirir los gadgets del momento, apropiados como verdaderos objetos transicionales, instalados para siempre en sus órganos preceptúales a pesar de la degradación orgánica de los mismos. Este devenir diseñado impacta en la constitución psíquica del individuo reticular. Para éste el deseo lo es de un objeto lejano por naturaleza y siempre por venir, inscrito en una teleología sin la que no es posible ningún cuidado (Stiegler, 2002). Lo es, pues el théos es aquí la causa final que da a las causas material, formal y eficiente sus reglas del juego. Pensar esta teleología en el contexto del actual hetero-totalitarismo informacional, significa abordar a las telecomunicaciones como un vasta red de vínculos de todos los objetos posibles y con ello, todos los cuerpos, y, a través de ellos, todas las almas. Es decir como una enorme máquina virtual en donde cada uno de los cuerpos conectados es una pieza más. Esta situación, que a todas luces supera cualquier pensamiento total, significa entre otras cosas, que la economía de los fines, son netamente libidinales. Los fines como deseos que buscan liberación constante pero sin terapia, como si fueran deseos por un objeto lejano, siempre a corta distancia pero cada vez mas lejanos. Cada ventana y cada aplicación acercan mas lejanamente al individuo reticular de su objeto deseado. Número 33 / Abril 2014 version.xoc.uam.mx En conclusión podría decir que el sujeto político con plena capacidad de conducirse libre y responsablemente desaparece sobre la constelación anteriormente dibujada. En esa perspectiva cabe preguntar; ¿cuáles son las condiciones objetivas que gobiernan la posibilidad de ser individuo ofline? Los individuos ofline están dotados de manera distinta de las condiciones de base necesarias para conducirse en la sociedad como actores capaces de garantizar su independencia por su propios medios. En otras palabras, los individuos están desigualmente respaldados para ser individuos y se puede ser más o menos individuo en función de los soportes, o de la ausencia de soportes, necesarios para serlo (Castel, 2010). En esa perspectiva, hoy día estamos frente a la emergencia del individuo reticular por exceso y del individuo reticular por defecto. El individuo reticular por exceso tendría la exclusividad de ser el primero en ignorar deliberadamente que vive en sociedad. Con ello protagoniza una “sociabilidad asocial”: traducida en una manera de hacer sociedad pero vaciándola de todas sus determinantes objetivas para no conservar mas que el punto de vista del individuo, dándose por modalidad única la de maximizar su propio interés y de realizar totalmente sus propias aspiraciones (Castel, 2010). Así, este individuo está desconectado de la sociedad en el sentido fuerte de la palabra. El mapa de las nuevas ocupaciones ofrecidas por el imperio de las industrias trans-mediáticas, tales como los community managers, gerentes de marketing digital, optimizadores de sitios de búsqueda, expertos en analítica web, desarrolladores de sitios y aplicaciones de smartphones, pioneros, dicen los expertos de las profesiones 2.0, configura la diversidad homogénea de la subjetividad del individualismo reticular, que pervive en todos aquellos jóvenes que yacen en una suerte de vacío social porque no están encuadrados en un proyecto de vida a largo plazo. Mucho menos están normados por regulaciones o aspiraciones colectivas. El objetivo principal de los jóvenes operadores digitales es realizarse como individuos en una especie de solipsismo. El individualismo reticular 2.0 viaja en la vida a-social como una veleta que no se detiene en pertenencia ni en lugar alguno, se regodea en el vértigo de su propio vacío, siendo éste el precio que paga por ejercer la propiedad de sí, es la libertad precaria de la cual habla Ulrich Beck (2003). Este ensimismamiento en su narcisismo reticular y autosuficiente que cree tener en sí los soporte necesarios para garantizar su independencia social (capital cultural) le configura como un individuo por exceso. Instalado en “en la soledad de su propio corazón” se desafilia de-socializándose. Por otro lado, este mismo individuo reticular en cualquier momento puede transitar de su condición saturada a un individualismo por defecto. Tal situación llega cuando se queda si trabajo, sin ingreso y por tanto desconectado de su bovarismo tecnológico, en esa condición ya no Versión Estudios de Comunicación y Política es el individuo quien aspira a ser debido a que carece de recursos necesarios para asumir positivamente su libertad individual. Sin poder adquisitivo el individuo reticular por defecto experimenta una pérdida del sentido de la existencia que puede llegar hasta la vergüenza. Se sienten en falta, ya que su propio contexto refuerza la imagen de perdedor, así en esa condición vaga en la superficie de las cosas, sin tener asidero sobre nada. Es presa de una especie de ausencia de deseo y voluntad de ser lo que fue o lo que es; asume la precariedad, instalado en el mundo analógico, en la dura realidad en donde vivirá la cultura aleatoria de los “sin nombre”. De hecho pasa a integrar la masa heterogénea del precariado(Castel, 2010), en donde se encuentran los trabajadores de medio pelo, los consultores freelanz, los trabajadores de tiempo parcial, subocupados, trabajadores migrantes, infantes, en suma la sociedad de los individuos por defecto. Así, en la lucha del día a día por la sobrevivencia no se inscribe en relaciones de interdependencia, de intercambios recíprocos que conforman la sociedad de semejantes, tampoco poblará las zonas de la ciudadanía, ya que ni siquiera tiene la posibilidad de reconocer algún derecho. Finalmente tanto culturalmente como socialmente ingresará a una nueva forma de heteronomía, en donde vivirá de tiempo completo, ofline, su condición de individuo reticular por defecto. Este planteamiento evidentemente demanda una investigación de campo que ayude a dar contenidos específicos o desmentir las hipótesis dadas, con el fin de desarrollar la noción de individualismo reticular. Asimismo es necesario remarcar que esta visión, que en principio suena “pesimista” tiene una contraparte, que es la evidente existencia de individuos, grupos y movimientos sociales que se apropian de los medios de comunicación y las redes sociales, digamos que es el reverso del individualismo reticular, temas los cuales también los estoy investigando bajo una perspectiva interdisciplinaria (Gaytán, 2013). Referencias Baudrillard, Jean (2006). La agonía del poder. Ediciones pensamiento. Madrid. Braganca de Miranda, José (2010). “El final de la distancia: el surgimiento de la cultura telemática”. En V.A. Ontología de la distancia. Filosofías de la comunicación en la era telemática. Abada Editores. Madrid. Beck, Ulrick/Beck-Gernsheim, Elizabeth (2003). La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós. Barcelona. Boorstein J., Daniel (2008). Los creadores. Crítica. Barcelona. García, Canclini, Néstor (2010). 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