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Editorial
Orgulloso de ser médico de familia
Javier Díez Espino
Médico de familia.
Centro de Salud de Tafalla. Servicio Navarro de Salud-Osasunbidea.
Profesor Clínico Asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra.
«Necesitamos un nuevo tipo de sistema sanitario basado en la atención primaria de salud, y esto
exige un nuevo tipo de médico de cabecera, capaz de identificar la población expuesta a riesgo
y proveer una asistencia de manera continuada1»
De esta manera comenzaba la conferencia de Julian Tudor
Hart, transcrita y publicada en 1984 por la entonces neonata
revista Atención Primaria, «Necesitamos un nuevo tipo de
médico de cabecera». Este general practitioner galés2 tuvo en
mi generación de médicos de familia una gran influencia.
Cuando la pronunció llevaba trabajando 22 años en una
comunidad minera. Recomiendo al lector, veterano o novel,
que la revise y reflexione sobre ella. Merece la pena, pues a
pesar de los años trascurridos, el mensaje permanece vigente.
Entonces me pareció el colmo de lo que podríamos llegar a
ser los médicos de familia en España. Una especialidad nueva,
un modelo organizativo por estrenar, un cúmulo de ilusiones y
otro no menor de dificultades. Frases acuñadas por él, como
que en la atención primaria la ciencia está lejos y la gente muy
cerca, que debemos acercarlas, que mayor número de médicos
no equivale a mejor nivel de salud, que no recibe más atención
quien más lo necesita, que existe vida inteligente fuera de los
hospitales, que debemos comprometernos y no huir, y tantas
otras. Estaba orgulloso de pertenecer a la misma profesión que
el Dr. Hart, un profesional comprometido, pionero en la investigación y la docencia. Y, sabes, me sigo sintiendo orgulloso.
Y van para 22 años los que llevo trabajando, codo con codo,
con el mismo enfermero y compañero de fatigas, en Tafalla.
Atiendo al mismo cupo de pacientes, dedicándome a la asistencia, la docencia y la investigación. Al lector no se le escapará
que el tiempo de dedicación a cada una de estas actividades no
es, ni ha sido nunca, equitativo. Durante estos años he tenido la
fortuna de disfrutar y aprender del contacto con mis compañeros de equipo, médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, administrativos y celadores. Con los años y a pesar de la sobrecarga
de trabajo, los altibajos que da la vida, el estado de ánimo de las
personas, los cambios de administraciones, los problemas económicos, los de personal y el vaivén de la gente, este grupo ha
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demostrado siempre una extraordinaria capacidad de adaptación y visión positiva ante las dificultades. ¿Que son una panda
de ilusos? En absoluto, el buen ambiente se trabaja y al malo no
hace falta llamarle, viene solo, entra por cualquier rendija, es
muy tóxico y además se mantiene en las rendijas de las paredes
aun cuando las personas ya no estén ejerciendo su efecto nocivo. Son personajes ignífugos en ambientes altamente inflamables. Y me siento orgulloso de estar entre ellos.
Durante estos años he tenido el privilegio de trabajar y
conocer a numerosos médicos. Para muchos no fue nada fácil.
Esos compañeros, médicos rurales y urbanos, sin o con formación específica en medicina de familia, se mantuvieron contra
viento y marea por ejercer dignamente su profesión. Y estoy
orgulloso de haber trabajado con ellos.
Tras mi período de formación como residente en la realidad
asistencial de aquel momento, el impacto fue atroz. La sobrecarga asistencial, impresionante. La burocracia, pavorosa. El
deterioro de la confianza, terrible. Las relaciones primariaespecializada, inexistentes. La accesibilidad a la tecnología
diagnóstica había cambiado poco o nada. Teníamos mucho
entusiasmo, sí, pero no acceso a una ecografía, a una fibroscopia e incluso a un electrocardiograma o una hemoglobina glucosilada. El sistema estaba igual de anquilosado, y en muchos
aspectos sigue conservando algunas malas inercias. Mucha
gente dedicó todas sus energías a que las cosas cambiaran, y
muchas cambiaron. He de confesar que me hizo, y se me hace,
insufriblemente lento. Trabajamos duro. Y estoy orgulloso.
Y un día accedí a mi cupo, sí mi cupo. —Así que eres el
nuevo—. —Y tú, ¿cuánto tiempo te vas a quedar?—. —Porque
me han dicho que te vas—. —Es lo normal, te irás a la capital—.
—Parece muy joven, ¿ya sabrá algo?—. Hasta que un día alguien
pide una cita para Don Javier. ¡Y Don Javier era yo! Te das
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Javier Díez Espino
Orgulloso de ser médico de familia
cuenta que algo ha cambiado, algo sutil pero perceptible. Has
sido aceptado. Y estoy orgulloso por haberlo conseguido.
defienden un trabajo. Cada vez son mejores. Incuso es posible
que los conozcas o estés entre ellos. Y me siento orgulloso.
Y otro joven, también nuevo, el enfermero, comparte contigo el trabajo y confidencias y acabas confiando y apoyándote
en él más que en nadie. Casi puedes oír cómo piensa y él, otro
tanto respecto a ti. Una relación humana y profesional. Amistad. Y estoy orgulloso.
Y cuando ves que las sociedades científicas que nos agrupan
y los grupos de trabajo en las múltiples actividades y problemas que atiende un médico de familia alcanzan el alto nivel
que están alcanzando, son reconocidas y respetadas. Ha sido un
enorme esfuerzo. Y estoy orgulloso de haber participado.
Mi cupo y yo estamos envejeciendo juntos. Nos hemos hecho
el uno al otro. Estamos siguiendo juntos el camino por la vida.
Con ellos he vivido en una sola vida muchas existencias. Hemos
compartido alegrías, tristezas, enfermedad, dolor, muerte y
recuerdos. Aquellos niños y niñas a los que atendía en la consulta y realizaba las revisiones de salud escolar ya tienen sus propias vidas, sus hijos, sus divorcios, sus penas... Los jóvenes de
entonces ahora con sus achaques, sus nidos vacíos y la adaptación a la realidad del proceso de vivir, de perder, de enfermar. Y
a veces de morir. Aquellos simpáticos abueletes han fallecido casi
todos: la generación de la guerra, heridos de bala y metralla, de
sufrimiento y penuria, con su alegría de vivir o su desesperanza
por una muerte inevitable en una vida que les trató mal. Confiaron en mí. Y me siento orgulloso.
Y ese día en que por primera vez te subes a una tarima en
la facultad de medicina y te das cuenta de lo jóvenes que son
los estudiantes, de lo mayor que les debes de parecer. Les cuentas quién es y lo que hace un médico de familia y ves la ilusión
reflejada en el rostro de algunos cuando descubren que eso es
lo que les gustaría hacer. Hacen que me sienta orgulloso.
Y otro día, en un domicilio, sentado en el borde de la cama
junto a un paciente agonizante tras una larga y penosa lucha
contra una enfermedad incurable y cuando le estás tomando la
mano, fallece. Y en ese mismo instante, al percibirlo, eres
la persona no perteneciente a su familia que está más cerca de
él, tanto física como emocionalmente. Y besas y abrazas a la
familia. A esa persona y a los suyos hace 10, 15 o 20 años que
les conoces. Y te emocionas. Y estoy orgulloso.
Y otro día que, con gesto severo, los familiares de un paciente entran en la consulta y te informan de que tiene una enfermedad importante que te ha pasado desapercibida. Con serenidad te lo reprochan, quieren que lo sepas. Te revuelves,
buscas una salida, revisas una y otra vez el proceso durante
días, semanas. A veces para siempre. Quizá tengan razón, o
quizá no. ¿Harías lo mismo o algo distinto? Pero han venido a
decírtelo, entienden que te puedas equivocar y aprecian tus
explicaciones. Y no piensan cambiar de médico, o sí. Y siguen
confiando en ti, o no. Y me siento orgulloso.
Y aquel día otro médico más joven, un residente, aparece en
tu vida y en la de tu cupo. Luego le siguen muchos más. Te preocupa no estar a la altura. Ves su ansiedad por aprender, sus
temores, sus prejuicios, su inseguridad, sus dudas, su rebeldía,
y como todo ello va dando paso al conocimiento, al saber hacer
y al saber estar. Y percibes cómo se convierte en un médico de
familia y deseas que no deje de ser rebelde nunca, que siga
haciéndose preguntas, que busque las repuestas y no se conforme con las soluciones fáciles, que no se acomode, que se
proteja, que trate de ser positivo y que no se queme. Y de todos
ellos me siento orgulloso.
Escribe Antonio Gala en el prólogo de su libro El pedestal de
las estatuas, que «los pequeños sucesos son los que forman la
trama de los grandes, entretejiéndose los unos con los otros;
son los que sufren o se benefician de los mayores»3. Son el conjunto de esos pequeños, pero para mí, trascendentales los que
han ido conformando mi vida profesional y parte de los cuales
te he relatado hoy. Con el imperceptible, pero más que evidente deslizar de los años, me encuentro con que llevo trabajando
esos mismos 22 años que relataba Julian Tudor Hart. En la
misma comunidad, atendiendo a las mismas personas. No
puedo evitar recordar los años pasados, los logros personales y
profesionales alcanzados y por alcanzar, ni tampoco la frustración generada por los fracasos y las esperanzas nunca cumplidas. Pero esa es la vida. Nadie dijo que esto fuera fácil. El éxito
no estaba garantizado. El éxito total, todavía menos.
Durante todos estos años he seguido estando orgulloso de
pertenecer a este grupo. De ser médico de familia.
Os he visto. Sois miles. Estáis por todas partes. Cerca de la
gente. Mujeres y hombres con empuje e ilusión. Muchos sois
jóvenes, otros ya no lo somos tanto. Sois una gente especial que
se tiró sin red, que conseguís que la ciencia se aproxime al
paciente, que habéis demostrado y seguís demostrando que
existe en atención primaria mucha inteligencia, conocimiento y
buen hacer. Que investigáis, que impartís docencia. Que peleáis
todos los días, uno por uno, por el respeto de sus pacientes, de
sus compañeros, de la administración y de la sociedad. Que
habéis sacrificado mucha de su energía y de su vida para conseguir mejorar el nivel de la atención primaria.
Ese nuevo tipo de médico de cabecera sigue siendo necesario, es un buen modelo donde mirarse. Sois vosotros. La situación puede ser difícil, pero nunca dejó de serlo. No os rindáis.
BIBLIOGRAFÍA
Y cuando abres una revista o vas a un congreso, nacional
o internacional, y ves que unos compañeros tuyos firman o
1. Hart JT. Necesitamos un nuevo tipo de médico de cabecera. Aten Primaria. 1984;1:109-15.
2. http://www.juliantudorhart.org
3. Gala A. El pedestal de las estatuas. Barcelona: Círculo de Lectores; 2007. p. 9.
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AMF 2009;5(6):314-315
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