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CURSO DE FORMACIÓN DE
TERAPEUTAS GESTALT
Material de Consulta del Taller:
FUNDAMENTOS DE PROGRAMACIÓN
NEUROLINGÜÍSTICA (PNL)
Autor:
Manuel Ramos
Psicólogo cínico/ Terapeuta Gestalt
Miembro del Equipo Docente y Terapéutico del ITG
Director fundador del ITG Valencia
Curso de Formación de Terapeutas Gestalt. Implicación emocional y cómo terminar el proceso de terapia
L A IMPLICACIÓN EMOCIONAL DEL TERAPEUTA
Si ejerciera (como psicoterapeuta)-me decía-,
me gustaría tratar con imaginación la imaginación,
con inteligencia la inteligencia, con ternura la ternura,
con ironía, cariño, terror, sensibilidad, sus correspondientes.
Temería desafinar el extremadamente delicado instrumento de la mente.
Angela Mallen
Justificación
En el quehacer de un terapeuta la vivencia de estar en contacto con un paciente
supone una experiencia que toca lo más profundo de la humanidad de cada una de las
que intervienen.
Benedetti (1966) nos aporta una perspectiva que impregna de sentido esta forma de
entender la psicoterapia cuando escribe: “La psicoterapia continúa siendo una
experiencia límite, en el confín de la impotencia, un estar-unidos-con-el-otro en la
frontera
misma
del
mutuo
extrañamiento,
un
comprender
limítrofe
con
lo
incomprensible, un "simpatético1" caminar junto al otro a lo largo de la frontera
infranqueable que nos separa de él.
1
En el diccionario de la Real academia se entiende como: “Inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua.” (Indica participación indirecta en la acción del sujeto u objeto de la acción) Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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Lo que desde el punto de vista de la psicopatología captamos en nuestros
pacientes no es tan sólo lo anómalo en sí, sino aquello que existe "entre nosotros", el
fracaso de las relaciones con el prójimo, la respuesta del enfermo a la sociedad en la
que está incluido, que, también responsable del surgir de la neurosis, se halla
involucrada en la psicopatología.”
En un marco como el de la sesión terapéutica, si no hay una implicación emocional la
relación entre terapeuta y paciente va a quedar como un tanto trivializada.
Por otra parte si hay excesiva implicación emocional por cualquiera de las dos partes la
distorsión del significado de la relación va a resultar inevitable. Esa sucesión de puntos
de equilibrio sutil y prácticamente indefinible, puesto que es un proceso, es lo que
convierte a cada momento del proceso terapéutico en algo único y co-creado entre
terapeuta y paciente.
Vemos que, como señala Erskine, la implicación emocional evoluciona partiendo de la
indagación respetuosa del terapeuta sobre la experiencia del paciente y se desarrolla a
través de la sintonía del terapeuta con el afecto y ritmo del paciente y con la validación
de sus necesidades.
La implicación incluye estar totalmente presente con y para la persona en un modo
que sea apropiado para el paciente según el funcionamiento de su nivel de desarrollo y
su necesidad actual de relación. Incluye un interés genuino en el mundo intrapsíquico
e interpersonal del paciente y una comunicación de ese interés a través de la atención,
la indagación y la paciencia.
Esto supone que, como dirían Maturana y cols. (1992), se produce una presencia plena
lo que significa que la mente, en efecto, está presente en la experiencia corporal
cotidiana.
La implicación emocional del terapeuta en la sesión terapéutica se mantiene por la
vigilancia constante del terapeuta para proporcionar un ambiente y una relación de
seguridad y certidumbre.
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La implicación del terapeuta desde el plano emocional enfatiza el reconocimiento, la
validación, la normalización, y la presencia disminuye el proceso defensivo interior por
parte del paciente.
Objetivos generales:
En este taller proponemos dos objetivos generales:
1) Investigar el impacto que en el transcurso del proceso terapéutico tiene la
implicación emocional del terapeuta. Entendiendo la implicación emocional en un doble
sentido:
● La movilización que se produce a nivel de experiencia interna del mundo
emocional del terapeuta y cómo afecta a su desenvolvimiento durante el proceso
terapéutico.
● La percepción del paciente de una sensación de que el terapeuta está
plenamente en contacto y se implica de verdad en el bienestar del paciente.
2) Vivir lo más cercanamente posible la experiencia de finalizar un proceso terapéutico.
Objetivos específicos
En lo referente al primer objetivo general los objetivos específicos se concretan en:
 Detectar las motivaciones que cada participante tiene para ser terapeuta.
 Tomar conciencia de la relación entre las motivaciones y la implicación
emocional en los temas que el paciente trae a sesión.
 Reconocer las enseñanzas que se pueden extraer de la toma de conciencia y
señalar qué aspectos emocionales y/o relacionales necesita elaborar para que la
implicación emocional sea un proceso integrado en el bagaje de recursos del terapeuta
y resulte útil para el paciente en su terapia.
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En cuanto al segundo objetivo general los específicos se concretan en:
 Descubrir la importancia e impacto de los vínculos que se han creado durante
el proceso terapéutico.
 Desarrollar la capacidad para finalizar el proceso terapéutico considerando las
perspectivas del terapeuta y del paciente.
Utilizar el cierre de la formación como una metáfora que instruya a los
participantes en la vivencia de una despedida al finalizar un proceso terapéutico.
Estrategia Metodológica a utilizar en el desarrollo del taller:
La estructura del curso va a consistir en diferentes momentos del proceso
terapéutico, reproduciendo un proceso de terapia abreviado que suponga una muestra
de alguna de las situaciones a lo largo de dicho proceso.
La forma de trabajo va a ser, en la medida de lo posible, por parejas en la que
cada una de ellas va a realizar la labor de terapeuta y paciente de forma alternativa en
cada uno de los ejercicios.
Introducción
El universo de la sesión terapéutica está construido por el contacto, la relación y el
intercambio mutuo entre paciente y terapeuta.
Son dos seres humanos que, uno frente a otro, van a crear un entorno protector en el
que el autodescubrimiento y la autorevelación van a dar como fruto el cambio en el
modo de estar en el mundo de ambos. Lo que cada cual adquiera de esa experiencia
va a ser lo que convierta en valioso la experiencia de arriesgarse a ir un paso más allá
de lo que cada cual creía conocer, inicialmente, de su modo vivir.
El terapeuta, que va a resonar con el discurso y la presencia del paciente, va a mostrar
y experimentar toda una movilización emocional que entrará a formar parte de esa
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relación que se constituye en el laboratorio en el que se crean nuevos significados y
nuevas experiencias que enriquecerán a los participantes de ahí en adelante.
En ese marco de contacto y encuentro, la implicación emocional del terapeuta sirve
como soporte para que el reconocimiento de las sensaciones físicas, las necesidades
relacionales, y los afectos ayuden al paciente a afirmar su propia experiencia
fenomenológica. El grado de implicación y movilización emocional del paciente y el
terapeuta van a determinar la calidad y la utilidad del proceso que se desarrolla.
En palabras de Binswnger (1961): “Una intervención psicoterapéutica solo puede tener
eficacia, si están con el enfermo en manifiesta, o, mejor tácita relación existencial de
comunicación y confianza, en la que el enfermo les dispensa su confianza, cuando
ustedes, en su ser y en su acción, se sienten “llevados” por la confianza del enfermo.
Esta confianza es el regalo que el enfermo hace al médico con condición indispensable
de cada acto psicoterapéutico.”
Este texto nos confirma en cómo se convierte la implicación emocional del terapeuta,
percibida y valorada por el paciente, en una piedra angular del proceso terapéutico.
Como señala Gaetano (1963): “Psicoterapia es la permanencia del médico, como
partícipe a la par que como investigador, en la red de relaciones interhumanas. (…) El
psicoterapeuta se ve involucrado humanamente por el modo de su abordaje
terapéutico.” (Pag. 15)
En la Terapia Gestalt, algo que resulta característico, la calidez y el estar del terapeuta
es de una intensidad destacable. Son, precisamente, la figura del paciente, por una
parte, y la del terapeuta, por otra, con su presencia, las que en la relación construyen
lo terapéutico de la sesión.
La terapia, según Greenberg y cols. (1993), “es el proceso de activar y facilitar la
reorganización de estos esquemas emocionales2. Hay dos rasgos clave del método
2
Por esquemas emocionales entendemos las estructuras cognitivo/afectivas subyacentes relevantes para el sí mismo. Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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terapéutico para cambiar esquemas emocionales: a) la armonización empática del
terapeuta con la experiencia emocional del cliente en cada momento y b) la facilitación
de tipos particulares de procesamiento vivencial en momentos particulares para
promover la activación y reorganización de los esquemas emocionales.” (pág. 24)
Esa armonización empática que señalan Greenberg y cols. (1993) recoge una buena
parte de lo que en este material entendemos como implicación emocional.
Sólo con la implicación emocional genuina que da lugar a una auténtica presencia va a
crearse la energía necesaria para que en el transcurso de la sesión aparezcan vivencias
lo suficientemente intensas para que tengan un efecto terapéutico.
La presencia se proporciona a través de respuestas sintonizadas continuas del
psicoterapeuta tanto a las expresiones verbales como a las no-verbales del paciente.
Ocurre cuando la conducta y la comunicación del psicoterapeuta en todo momento
respetan y refuerzan la integridad del paciente. La presencia incluye la receptividad del
terapeuta hacia el afecto del paciente, a ser impactado por sus emociones; a
conmoverse y aun así permanecer sensible al impacto de las emociones del paciente y
no ponerse ansioso, deprimido, o enfadado. La presencia es una expresión del
contacto pleno interior y exterior del psicoterapeuta.
La presencia implica que el terapeuta está proporcionando una conexión interpersonal
segura.
La presencia se refuerza cuando el terapeuta se descentra de sus propias necesidades,
sentimientos, fantasías o esperanzas y se centra en cambio en el proceso de relación
con el paciente. La presencia también incluye lo contrario de descentrarse; es decir, el
terapeuta que está totalmente en contacto pleno con su propio proceso interior y sus
reacciones. La historia del terapeuta, sus necesidades relacionales, sensibilidades,
teorías, su experiencia profesional, su propia psicoterapia, y lecturas que le interesan
todo conforma las reacciones únicas del terapeuta hacia el paciente.
La presencia también incluye permitirse a sí mismo ser manipulado y conformado en
cierto modo por el paciente de manera que eso mantenga la autoexpresión del
paciente. Como psicoterapeutas eficaces nosotros somos usados para representar con
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el paciente y auténticamente llegamos a ser la arcilla que se amolda y se da forma
para encajar en la expresión por el paciente de su mundo intrapsíquico hacia la
creación de un nuevo sentido del sujeto y del sí-mismo-en-relación (Winnicott, 1965).
La Presencia ha sido descrita como uno de los regalos más terapéuticos que un
terapeuta puede ofrecer a un paciente.
Estar plenamente presente y ser plenamente humano con otra persona ha sido visto
como una curación en sí misma. (Geller & Greenberg)
La presencia terapéutica se define como poner todo el ser del terapeuta a la
disposición del cliente y estar completamente en el momento con y para el cliente.
La singularidad de cada relación terapéutica surge de la sintonía y de la implicación del
terapeuta que es sensible al conjunto de las necesidades relacionales del paciente, una
terapia de contacto-en-relación.
La imposibilidad de que dos sesiones sean iguales, la particularidad de cada una de las
experiencias en el marco de la sesión supone un riesgo y un desafío añadidos en el
que el terapeuta muestra su mundo emocional de forma individualizada y específica a
la realidad del encuentro con el paciente. Como afirma Watchel (1993) “los
sentimientos que evoca el paciente en nosotros (los terapeutas) están en función tanto
de nuestra historia personal como de nuestra predisposición a acercarnos al paciente y
a la actividad terapéutica." (Pag.28) De ahí que el análisis y el conocimiento de los
referentes, motivaciones y expectativas que cada cual tiene a la hora de elegir esta
profesión sea muy recomendable.
Para disipar las dudas que respecto de la importancia de la implicación emocional del
terapeuta en el desarrollo del proceso terapéutico son muy adecuadas las palabras de
Binswanger (1961) cuando escribía: “La psicoterapia sólo trata de aislar, concentrar y
dirigir las “fuerzas” creadoras que se hallan en el cosmos del ser prójimo, del “ser con
y para otro” de los hombres. (…) La posibilidad de la psicoterapia no descansa, pues,
en misterio ni secreto alguno, como ustedes han oído, ni siquiera en algo nuevo ni
extraordinario, sino en un rasgo fundamental de la estructura del ser humano como el
“ser-en-el-mundo” (Heidegger) y precisamente el “ser con otro y para otro”. (…) Las
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exigencias de la situación psicoterápica pueden ser más fuertes que las indicaciones
teóricas del maestro. En esos casos ha de prevalecer siempre la audacia y el deseo de
triunfo de ustedes, y no la teoría.”
Podemos entonces asumir que la persona del psicoterapeuta, con todo su mundo
emocional, va a estar en la base del proceso terapéutico.
La relación entre marco teórico y experiencia en el transcurso del proceso terapéutico
se articula a través de la vivencia que el terapeuta en su totalidad tiene de su
encuentro con el paciente.
La emocionalidad del terapeuta permite un apoyo al paciente en esa carencia que
señala Lersch (1955) cuando escribe: “Se ha apoderado del hombre occidental la
conciencia de que la vida interior se ha ido empobreciendo cada vez más en valores
espirituales y en sentimiento.” (Pag. 8)
La oportunidad que para el paciente supone el encontrarse, en el marco de la sesión,
con el terapeuta como ser humano es también una oportunidad de enriquecer su
proceso terapéutico. Como apuntan Walsh y Vaughan (1980): “La actitud de apertura
del terapeuta y su disposición para utilizar el proceso terapéutico para llevar al máximo
su propio crecimiento y su compromiso de servir se considera como el mejor de los
modelos que se puede ofrecer al paciente.”
Origen de la elección de la profesión
La historia personal del terapeuta como marco en el que se incardinan los precedentes
en los que se basa la decisión de ejercer la profesión de psicoterapeuta.
En lo que hace referencia al modo en que cada cual toma la decisión de ejercer la
profesión de psicoterapeuta, Fromm (1991) señala que: “Muchos se hacen
psicoanalistas porque se sienten muy inhibidos para establecer comunicación con
otros, para relacionarse con otros, y se siente protegidos en el papel de
psicoterapeuta.” (Pág. 103)
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También alude este autor a la sensibilidad necesaria cuando escribe: “una condición
que podríamos llamar humanista, es la de no haber nada humano que nos sea ajeno.”
Una referencia imprescindible para poder entender la complejidad inherente al impacto
y la implicación emocional que supone para el terapeuta el desempeño de su labor es
el conocimiento de las motivaciones, satisfacciones y riesgos que supone el ejercer
esta profesión.
Una obra muy completa sobre esta cuestión es la de James D. Guy (1987) La vida
personal del psicoterapeuta. En ella encontramos un compendio de las motivaciones
funcionales y disfuncionales en la elección de la profesión de psicoterapeuta.
Conviene resaltar que hay una profunda unión entre motivaciones y capacidades que
resulta muy ilustrativa de la estrecha relación, que se plasma en la figura del
psicoterapeuta, entre características personales, antecedentes de la historia personal y
enfoque psicoterapéutico al que se adscribe el profesional.
La relación entre el mundo personal del terapeuta, su enfoque de trabajo y las
emociones que van a influirle en diferentes niveles es un entramado en el que se hace
realidad que “el todo es más que la suma de las partes”.
Como señala Wachtel (1993): “Hay tantas teorías que ofrecen modos justificados de
concebir la actividad terapéutica y los fundamentos psicológicos de los problemas de
nuestros pacientes, que aquella que elegimos es la que, al menos en parte, encaja con
nuestra personalidad y nuestra forma de vida.” (Pag.29).
La particularidad de cada proceso y la de cada situación terapéutica constituyen de por
sí un drama irrepetible lo cual exige del terapeuta una entrega literalmente singular,
una movilización de recursos personales y terapéuticos que provoca la sensación de
estar creando, junto con el paciente, algo único en cada momento. (Cencillo, 1974)
En la línea de poder enriquecer la experiencia y la posición del terapeuta consideramos
que hay que atender a aquellos aspectos en los que se fundamenta la implicación
emocional en el ejercicio de esta profesión. Tal y como señala Mindell (2006): “percibir
y procesar las experiencias y emociones que surgen cuando estamos trabajando con
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un paciente es esencial, especialmente en aquellos puntos en los que nos sentimos
tocados más intensamente.”
Es por todo esto que una descripción más detallada de los aspectos y motivaciones
personales que nos han conducido a elegir esta profesión resulta imprescindible.
Tendremos pues la oportunidad de conocer qué aspectos de cada uno de nosotros
habrá de ser tenido en cuenta en el caso de que suponga una interferencia o distorsión
en el desempeño de nuestra labor como psicoterapeutas para poder abordarlo en
nuestra terapia personal y/o en las sesiones de supervisión.
Dentro de lo que Guy (1987) considera “factores personales que llevan a una persona
a convertirse en psicoterapeuta” establece como:
● Motivaciones funcionales
► La curiosidad y carácter inquisitivo como reflejo de un interés natural por la gente.
Ha de existir en el terapeuta una atracción por lo personal y por la gente, acompañada
de una tendencia a la investigación y el descubrimiento de las dinámicas personales y
las emociones y las motivaciones humanas. Cencillo (1974) señala que cuando el
terapeuta no se entrega singularmente al caso en particular, a la relación con cada
paciente específicamente, y sólo aplica, automáticamente de forma impersonal, recetas
aprendidas, sin la creatividad e implicación propias no hay una evolución adecuada del
proceso terapéutico. Se producen entonces abandonos y/o una excesiva duración de la
terapia.
Una de las formas más frecuentes con las que podemos interferir en la evolución del
proceso terapéutico es la de adoptar una posición y una actitud de repetición y rutina
que son la polaridad del interés por lo específico y particular que cada paciente
muestra en la sesión.
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►Capacidad de escuchar como muestra de una actitud de escucha y de interés por el
discurso del otro. Según Fromm-Reichmann (1960), la capacidad de escuchar es el
instrumento curativo fundamental del terapeuta.3
►Capacidad de conversar. Ya desde los griegos se decía que conversar es terapéutico.
El propio Freud, a lo largo de toda su obra, hablaba de la “cura por la palabra”. No
existe psicoterapia sin comunicación verbal entre los participantes y ese interés ha de
estar presente en el bagaje del psicoterapeuta.
Como muy acertadamente señala
Lévy-Valensi (1962): “El diálogo es un esfuerzo perpetuo. El arte del diálogo es
explicación. (…) El diálogo es en todos los niveles apertura. El diálogo es esto,
negación de las murallas. En él, la distancia queda abolida y se aclara una doble
perspectiva: la del punto de vista de cada uno, la del objeto hacia el cual tiende la
búsqueda común.” (Pag. 35)
También Benedetti nos señala las bondades de la conversación cuando escribe:
“Mediante el diálogo psicoterapéutico el paciente pasa de hablar “acerca de sí mismo”
a confrontar algo que se le oculta y que no comprende por medio de “considerarse a sí
mismo” viviendo la experiencia física, pudiendo darle y percatarse del significado
simbólico que le atribuye.”
►Empatía y comprensión. Son dos aspectos de una tendencia que el terapeuta
muestra ante la presencia del paciente. En ellas reside el impulso para que el paciente
se arriesgue en el proceso de autoconocimiento que comporta una psicoterapia
efectiva. Contiene en su médula la capacidad de iluminar la significación y la
3
En su obra Principios de psicoterapia intensiva (1960) señala como metas terapéuticas aliviar las dificultades emocionales de los pacientes en su cotidianeidad, como la supresión de sus síntomas psíquicos, juzgando clave para ello acceder al insight de los factores históricos‐dinámicos que, desconocidos por aquéllos, son causa de la alteración mental objeto de tratamiento. En ello será crucial la capacidad de escucha del analista, que velará por mejorar el respeto del sujeto por sí mismo, considerando, al contrario que el análisis clásico, y más en los psicóticos, innecesario que no se dé contacto visual durante la terapia, pues, requilibrando la falta de orientación en el mundo externo de éstos, estará la realidad visible‐audible representada por el otro. Igualmente, insta a que el analista esté alerta frente a la posible interferencia de temáticas/conflictos personales en el proceso terapéutico, justificando así el uso del término sullivaniano parataxia, con el que éste en lugar de referirse a fenómenos transferenciales‐contratransferenciales presentes en el análisis, recalca las distorsiones que todo ser humano vivencia en sus relaciones interpersonales. (Balbuena, 2011) Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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motivación de la conducta, los pensamientos y los sentimientos en sí mismos y en los
demás. Se da un entendimiento empático del cliente
Rogers (1972) indicó que el terapeuta debe estar implicado de manera sensible con
las experiencias del paciente y ser capaz de comunicar efectivamente que se ha
comprendido sus experiencias. En cualquier caso, el terapeuta no deberá incurrir en
cólera, confusión, miedo u otras emociones que pudiera sentir el paciente. Es esencial
percibir con precisión y compartir las experiencias del cliente, pero el terapeuta debe
permanecer suficientemente desvinculado del impacto emocional para conservar clara
su perspectiva. De esta manera se le puede ayudar al cliente a obtener enfoques más
claros. Rogers creía que cuando era más empático, podía aclarar no sólo los
significados aparentes, sino también los que se encontraban justo por debajo del nivel
de conciencia del cliente
►Comprensión emocional. El estar familiarizado y sentirse cómodo ante una amplia
gama de emociones humanas, tanto las propias como también las de los demás. Estar
familiarizado y sentirse cómodo con los propios sentimientos promueve una
naturalidad, una legitimidad que, según se ha demostrado, a su vez propicia el
desarrollo y la curación psicoterapéutica de los demás (Rogers, 1972). Como dice Borja
(1995): “La diferencia entre el terapeuta y el paciente es que el primero reconoce su
enfermedad, seguirá siendo enfermo y no se opondrá a este continuo caminar.” (Pag.
22)
Esta capacidad de poder vivir en y con las turbulencias es algo que hay que valorar
dado que no es algo que se pueda estudiar. Se trata de haber vivido y sobre todo
integrado lo vivido, volviendo otra vez a Borja (1995) leemos: “El terapeuta es como
un viejo que ya recorrió el camino y esa es una actitud que no se puede transmitir en
palabras. La presencia misma son las arrugas que tiene, las heridas cuyas cicatrices
son visibles para el paciente”. (Pag. 39).
También Erich Fromm (1991) nos da un buen ejemplo de la conveniencia que para el
psicoterapeuta tiene esta capacidad cuando escribe: “No hay nada en el paciente que
yo no tenga en mí. Y sólo en la medida en que yo pueda modelar dentro de mí las
experiencias de las que el paciente me habla explícita o implícitamente, sólo si
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despiertan y resuenan dentro de mí, podré saber de lo que el paciente me está
hablando y podré restituirle lo que dice en realidad. Entonces, ocurrirá una cosa
extraña: el paciente no tendrá la sensación cd que yo estoy hablando del asunto, ni de
le que le estoy aleccionando a él, sino que sentirá que hablo de algo que ambos
compartimos.”(Pág. 103)
► Introspección. Muchas personas que deciden convertirse en terapeutas parecen
poseer una tendencia natural a ser introspectivas. Tenemos un reto ante cada uno de
nosotros como persona. Poder viajar a nuestro interior con la valentía suficiente como
para no detenernos ante el vértigo de vernos sin filtros es una capacidad que va a
facilitar nuestra labor profesional. Nuevamente Borja (1995) nos proporciona un buen
ejemplo cuando escribe: “La solución está en la experiencia misma, en jugar al riesgo
de profundizar en uno mismo. El pensamiento no resuelve, porque el problema no se
originó con el pensamiento, sino con la experiencia, con una vivencia, con una palabra
o con el impacto de una presencia que nos marcó.” (Pág. 61).
►Capacidad de autonegación.
Los individuos que tienen capacidad de autonegación y de rehusar la gratificación
personal están bien dotados para la práctica de la psicoterapia. El terapeuta está
inmerso en relaciones unilaterales en las que se estimula al paciente a autoexhibirse,
mientras que el terapeuta sólo lo hace de manera mínima, si es que llega a hacerlo
(Greben, 1975). El narcisismo del terapeuta siempre va a ser una amenaza que va a
estar presente. Como indica Borja (1995): “El terapeuta debe tener muy trabajada la
posesividad, los celos, la inseguridad y el saber compartir, para poder permitir no ser el
único.” (Pag. 70)
La posibilidad de actuar y/o mostrarse de forma reactiva ante los comportamientos y
mensajes del paciente siempre es un reto que pone a prueba la capacidad del
terapeuta de no “engancharse” en/con los modos de relación que el paciente propone.
La reflexión que plantea Bendetti (1964) es muy interesante y en ella leemos: “La labor
del terapeuta no consiste únicamente su propio ser, sino en manifestarlo de un modo
depurado por la reflexión y el autocontrol.” (Pag. 67). Todavía podemos reafirmar este
punto de vista que tan importante resulta a la hora de desarrollar un proceso
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terapéutico provechoso si atendemos a lo que nos muestran Greenberg y cols. (1993)
quienes plantean: “El terapeuta es facilitador y estimulador de la nueva experiencia y
de su exploración y reorganización. El producto o contenido de la reorganización así
como la nueva construcción provienen del cliente.” (pág. 24)
► Tolerancia de la ambigüedad.
Relacionada con la capacidad de autonegación está la de tolerar la ambigüedad y
resistirse a llegar a conclusiones prematuras. El terapeuta debe sentirse cómodo
viviendo con lo desconocido, las respuestas parciales y las explicaciones incompletas.
El proceso de la terapia es a menudo lento y laborioso, y requiere que el terapeuta
pueda sentirse satisfecho con resultados limitados, que sólo se obtienen tras no pocos
penosos esfuerzos.
La ausencia de seguridad y de concreción en muchos momentos del proceso
terapéutico es un constante reto para el terapeuta. Como muy acertadamente señalan
Greenberg y cols (1993): “En esta concepción de la terapia, el terapeuta es muy
sensible a la naturaleza cambiante, momento a momento, de los estados y procesos
del cliente. El terapeuta se implica de un modo continuo en un tipo de “diagnóstico del
proceso”… el diagnóstico del proceso se basa en la valoración del estado actual del
cliente, tal como se muestra a través de su forma y estilo momentáneos de expresión.
(pág. 32) (…) el terapeuta adopta una actitud indagadora, de “no saber”… el terapeuta
se compromete con los clientes a no construir el significado por ellos… Por el contrario,
el terapeuta guía o estimula al cliente para que se implique en ciertas actividades de
procesamiento de información.” (pág. 35)
Tal vez en este punto hemos de incidir de una forma más intensa porque como señala
Knoepfel (1961): “Por causa de la formación científico-natural nos sentimos fracasados
cuando no hacemos algo, cuando no realizamos una curación en el sentido técnico.
Nos falta valor para la inacción terapéutica, porque hemos olvidado que precisamente
esa actitud aparentemente pasiva de escuchar es extraordinariamente curativa.”
Este ámbito tan sutil comporta una actitud de permanente atención a los cambios que
en la relación terapéutica van apareciendo, aunque no podamos tener plena seguridad
lo que significan para cada una de las personas implicadas.
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►Capacidad de calor humano y atención
Las personas dotadas para ejercer la psicoterapia son capaces de albergar un
calor humano y una atención excepcionales. Más que de una preocupación ensayada y
artificial, se trata de una actitud legítima y sincera. Toda psicoterapia bien entendida es
la reconciliación del hombre consigo mismo y por ende con el mundo; es la
transformación de la enemistad para consigo mismo en amistad para consigo mismo y
por ende con el mundo. (Binswanger, 1961)
Como correspondencia a una necesidad muy presente en los seres humanos, esta
capacidad permite que el terapeuta pueda estar en disposición de acompañar al
pacienrte en su satisfacción. Hycner y Jacobs (1995) apuntan en esta dirección cuando
escriben:
“Cada
uno
de
nosotros
secreta
y
desesperadamente
ansía
ser
"encontrado"(ser reconocido en nuestra unicidad, nuestra plenitud, y nuestra
vulnerabilidad). Ansiamos ser genuinamente valorados por otros como quién nosotros
somos, incluso que nosotros somos. El ser de cada uno de nosotros necesita ser
venerado (por nosotros mismos, pero también por otros). Sin eso, no estamos
realizados (no somos completamente nosotros mismos).”
► Tolerancia de la intimidad
El deseo de intimidad, contacto y proximidad, una cualidad que motiva a
muchas personas a dedicarse a la práctica de la psicoterapia (Marston, 1984).
Es asumir el riesgo de estar disponible para el paciente, sin el recurso a escondernos
tras la técnica.
En palabras de Hycner y Jacobs (1995): “Una actitud y a un darse cuenta y a una
apertura hacia la otra única persona y nuestra conexión con esa persona. Me estoy
refiriendo a una actitud de genuinamente sentir/percibir/experienciar a las otras
personas como una persona
(no como un objeto, no como parte e un objeto), y una
buena voluntad de "oir" profundamente la experiencia de la otra persona sin prejuicio.
Mucho más, es la buena voluntad de "oir" lo que no es hablado, y "ver" lo que no es
visible. Es la presencia del misterio de nuestra interexistencia.”
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El terapeuta es alguien de carne y hueso que usa el ponerse de manifiesto como
persona y, por lo tanto, como alguien limitado. Es alguien que siente dolor, angustia y
que se da “subidones” narcisistas como todo hijo de vecino. Poner de manifiesto lo
propio del terapeuta aporta experiencia real que permite el seguimiento de qué le pasa
al paciente con ello. Aporta realidad y ello implica vivencia, que en la sesión
terapéutica puede ser explorada. Explorada y saboreada en el sentido del saber que le
aporta al paciente de sí. Por una parte, le permite atender y reconocer la experiencia
como suya y, por lo tanto, adueñarse de la misma y no sólo especular. Por otra, que el
terapeuta se transparente tiene un efecto de contagio. Facilita al paciente también
carnificarse y reconocerse como limitado. (C. Nadal, 2006)
► Comodidad frente al poder
Como señala Guggenbuhl-Craig (1979), es casi indudable que a veces los
terapeutas disponen de una situación de gran influencia y poder en la vida de sus
pacientes. El terapeuta debe aprender a sentirse cómodo al advertir que normalmente
se verá en esta situación, sin que intervengan su orientación teórica ni el problema que
se le presente.
Van a ser muchas las ocasiones en las que, el terapeuta, a lo largo del proceso
terapéutico se vea retado no sólo en lo profesional sino también en lo personal. Como
señalan Perls, Hefferline y Goodman (1951): “La supervivencia del neurótico (incluso
aunque pueda parecer estúpido desde fuera) exige que se ponga tenso, que se
censure, que gane al analista, etc. Es su necesidad dominante, pero como ha olvidado
cómo lo hace, se ha convertido en una rutina.”
Con su acierto habitual, Benedetti (1966) nos indica: “El terapeuta, sin menoscabo de
su firmeza profesional, ha de mostrar un margen de tolerancia con respecto a todo
género de manifestaciones agresivas de sus pacientes, y no por debilidad de carácter,
sino más bien por fortaleza, ya que sabe que detrás de aquello que pacientemente
tolera se mueve algo que, en último término, después de cada crisis de furor que
ponen a prueba nuestra capacidad de resistencia, presentará un aspecto distinto.”
(Pag. 33)
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Mientras el psicoterapeuta no reconozca la importancia de aceptar y acoger sus
propios límites y sólo haga lo que le toca con su mejor esfuerzo, realmente no
acompañará a su paciente, tratará de hacer lo que al otro le toca creando dependencia
y dejará su tarea, aquella por la que están solicitando sus servicios profesionales, sin
resolver. (Soto, sin fecha)
La emergencia del poder supone la existencia de la interacción y no así la presencia de
ciertos atributos personales de los actores involucrados; de hecho el poder existe sólo
cuando es puesto en acción. Así visto, el poder es la expresión de una relación de
influencia interpersonal que crea una jerarquía; en ella, las personas en la posición de
acatamiento delegan algunas de sus prerrogativas para decidir, a la persona en la
posición decisoria. No nos cabe la menor duda que esto supone la presencia del
“poder” en el proceso terapéutico. Va a depender de la actitud del terapeuta el peso
que la sensación de poder tenga en el proceso terapéutico.
Desde nuestra perspectiva hacer recaer el peso del proceso terapéutico en el poder,
habla de la necesidad de un referente externo a la relación terapéutica en la que el
terapeuta va a tener que apoyarse ante la dificultad para vivir el contacto con el
paciente de forma genuina y humana.
El poder visible se expresa en la asimetría de la relación, en el marco de la sesión, y
corresponde a una cuota de influencia que uno cede al otro. Es decir, una relación de
poder se define como un modo de acción que se ejerce, no sobre otros en sí, sino
sobre sus acciones; es una acción sobre otra acción ya existente, o que puede surgir
en el presente o en el futuro, tal como ocurre con el cambio generado en la terapia.
Que el terapeuta recibe por parte del paciente el “poder de experto”4 es indiscutible,
sin embargo aquí nos referimos al uso que hace el terapeuta de esa delegación. Los
4
Influencia que se tiene como resultado de la experiencia, habilidades especiales o conocimientos. Conforme los trabajos se hacen más especializados, somos más dependientes de los expertos para lograr las metas. El poder experto es el que deriva de las habilidades o pericia de algunas personas y de las necesidades que la organización o la sociedad tienen de estas habilidades. Al contrario de las otras categorías, este tipo de poder es usualmente muy específico y limitado al área particular en la cual el experto está cualificado. Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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consultantes delegan en el terapeuta la decisión de organizar el contexto terapéutico y
las condiciones necesarias para que ellos recuperen el bienestar perdido.
La Psicoterapia, como las demás relaciones de poder, es asimétrica, dado que el
consultante le entrega al terapeuta el permiso de ejercer influencia sobre sus modos
de actuar en el presente o en el futuro. Esto es posible porque el consultante es
reconocido por el terapeuta como una persona que puede actuar dentro de un variado
campo de competencias, respuestas, invenciones y posibilidades. Concebir la terapia
como la acción de estructurar el posible campo de acción de los otros permite
comprender que, paradójicamente, el uso del poder en la terapia le ayuda al
consultante a recuperar su condición de sujeto.
Por tanto, saber hacer uso del poder que en el marco de la sesión ostenta el terapeuta
será una cualidad muy recomendable en el bagaje de recursos del terapeuta.
► Capacidad de reír
Es posible que consideren cómodo el rol del psicoterapeuta los que tienen sentido del
humor y disfrutan riendo con los demás. El humor también tiene cierto aspecto
curativo, cuando se expresa en el momento oportuno y de modo igualmente oportuno,
que puede ser compartido por el terapeuta y el paciente de forma muy especial. Es
improbable que la persona que carezca de este sentido del humor y goce de la vida se
sienta atraída por la intimidad y la comunicación inherentes al rol terapéutico.
Creemos que el empleo sensato del humor en la psicoterapia presta un buen servicio a
esta disciplina. También creemos que los psicoterapeutas y otros profesionales de la
salud y de las relaciones humanas pueden mejorar el valor profesional que ofrecen a
sus clientes al considerar el humor como un complemento deseable de su trabajo,
extendiendo y enseñando el conocimiento que poseen sobre su valor. (Fry, 1987)
Llegados a este punto vamos a dar un giro a este recorrido por los aspectos personales
del psicoterapeuta que van a condicionar su implicación emocional en el proceso
terapéutico. Siguiendo al mismo autor, Guy (1987), vamos a abordar lo que sería los
aspectos más disfuncionales y/o problemáticos que pueden estar subyaciendo a la hora
de elegir la Psicoterapia como profesión.
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Es evidente que no siempre en el fondo de una elección humana se encuentra unas
motivaciones o planteamientos que respondan a aspectos positivos y/o saludables de
la persona y de su modo de estar en el mundo.
Es por ello por lo que ahora vamos a abordar las Motivaciones disfuncionales.
En la exposición que a continuación mostramos y siguiendo las rúbricas que Guy
(1987) propone, iremos enriqueciendo los puntos con aportaciones de otros autores
que abundan en cada uno de los apartados.
► Perturbación emocional
Henry y otros investigadores (1971, 1973) (Citados por Guy, 1987)
comprobaron que un número significativo de psicoterapeutas decidieron abrazar esta
profesión por el deseo subyacente de obtener una autocomprensión más profunda.
Holt y Luborsky (1958) (Citados por Guy, 1987) sostienen que el campo de la
psicoterapia generalmente atrae a gente que intenta resolver sus propios problemas. El
deseo de "autocuración" puede ser una poderosa motivación para estudiar
psicoterapia.
El terapeuta puede - inconsciente o aun intencionalmente-, explotar la relación
terapéutica en un intento de salir al encuentro de sus propias necesidades emocionales
en detrimento del paciente.
Somos muchos los que hemos abrazado esta profesión, buscando de alguna manera
exorcizar nuestras propias sombras y fantasmas.
El psicoterapeuta, nuestro chamán contemporáneo, a menudo es visto como alguien
que padece una aflicción emocional de tipo y gravedad diversos.
En el mismo sentido nos plantea Kopp (1971):”El chamán ha sido caracterizado de la
siguiente manera:
1) Demuestra una rara y nerviosa irritabilidad a edad temprana;
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2) A menudo parece estar “poseído” por espíritus (por lo general descritos de modo
que sugieren alucinaciones, trances, fobias y ataques;
3) Se retira a la soledad de los bosques o la tundra a ayunar y meditar;
4) “muere” y su alma viaja al submundo de la tierra de los espíritus;
5) finalmente, retorna renacido a la tierra de los vivos. (Pag. 47)
La comprensión obtenida de los pacientes, como también la satisfacción derivada de la
intimidad con ellos, promueven al parecer el cambio y un desarrollo emocional
significativo en el terapeuta durante el curso del ejercicio de la psicoterapia. Como
decía Winnicott (1965): “Nunca daré bastante las gracias a aquellos que me enseñaron
por aprender.”
La experiencia personal sigue siendo uno de los mejores maestros de la vida, dando
origen no sólo a la sabiduría, sino también a la empatía.
Nuevamente Kopp (1971) nos sirve de ejemplo para asumir que en esta profesión el
aprendizaje y la cualidad en el desempeño van a situarse mucho más allá de la mera
participación en un programa de entrenamiento y/o formación. Este autor escribe: “Los
aspectos más importantes del desarrollo de un psicoterapeuta tienen lugar fuera del
contexto de su entrenamiento académico profesional, teniendo más que ver con sus
sufrimientos personales, placeres, riesgos y aventuras personales. En la soledad, y más
tarde en la compañía de alguien que ya es gurú, debe luchar contra sus propios
demonios e intentar librarse de ellos. (Pag. 31).
Creo que una buena referencia para un psicoterapeuta es haber vivido una vida rica y
sobre todo con la que esté conforme. En ese sentido no le será necesario suplir las
carencias de forma vicaria a través de sus pacientes.
► Enfrentamiento indirecto
Bugental (1964) dice que algunos profesionales se especializan en el campo de
la psicoterapia como medio de afrontar indirectamente las contingencias y las
realidades de la vida. La persona angustiada por tener que afrontar los problemas
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desconocidos de la vida, elige la profesión de ayudar a los demás a afrontar problemas
que provocan ansiedad al mismo terapeuta.
Tratar de resolver problemas que nos aquejan a cada uno de nosotros a través de los
esfuerzos y procesos de nuestros pacientes es algo que siempre puede estar al acecho
en nuestro desempeño profesional. Aquel refrán de: “Consejos vendo que para mí no
tengo”, es un claro ejemplo de los peligros que, en muchas ocasiones, refugiarnos en
nuestro rol como una forma de eludir el riesgo y la tensión que implican vivir pueden
conllevar.
Tanto la psicoterapia que previamente y durante el desempeño de nuestra labor nos
conviene realizar, así como a la supervisión que a lo largo de nuestra andadura
profesional conviene que nos sometamos, son la mejor forma de prevenir la aparición
de esta motivación disfuncional.
► Soledad y aislamiento
Los psicoterapeutas se sienten motivados a elegir esta profesión en el intento
de superar una soledad muy profunda y un grave aislamiento social.
Se ha observado que los psicoterapeutas, más que otros especialistas, "padecen en
exceso un sentimiento de soledad, inferioridad y rechazo".
El terapeuta afronta la más dura de las soledades. Y con razón, si tenemos en cuenta
la pregunta… ¿y a mí, quién me escucha?
De ahí que la sensación de no disponer un apoyo en sus momentos de crisis, así como
la creencia de muchos pacientes de que el terapeuta no tiene problemas, contribuyen
a una especie de exigencia que al ser confrontada en solitario conducen a estados
cercanos a la depresión y el desánimo.
Con esta motivación, como en muchas otras, hemos de tomar conciencia del impacto
que tienen en el trabajo del psicoterapeuta.
Confundir o hacer confluir las necesidades personas con la labor psicoterapéutica va a
suponer una fuente de distorsiones y bloqueos en el proceso terapéutico.
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Ir buscando en la profesión lo que no somos capaces de encontrar en nuestra propia
vida es uno de los peores favores que podemos hacer a nuestros pacientes.
Ser psicólogo, implica pasar horas de escucha frente al sufrimiento de quienes
consultan y conectarse con lo más profundo del ser humano. Siendo capaces de
vislumbrar más allá de lo evidente y a menudo sentir impotencia al no poder lograr la
toma de conciencia de nuestros pacientes.
Los que emprenden la carrera psicoterapéutica a causa de la necesidad de una mayor
intimidad interpersonal suelen comprobar que en la realidad esta motivación entorpece
su capacidad de participar eficazmente tanto en sus relaciones profesionales como
personales.
Como acertadamente señala Yalom: “La psicoterapia es una vocación muy exigente y
todo terapeuta exitoso debe poder tolerar el aislamiento, la ansiedad y la frustración
inevitables en este trabajo, las sesiones con una sola persona están impregnadas de
intimidad, pero es una clase de intimidad que como apoyo en la vida resulta
insuficiente, una intimidad que no provee el alimento y la renovación que emanan de
las profundas relaciones de amor con los amigos y la familia. Una cosa es ser para el
otro y otra muy distinta es ser en una relación que es igual para ambas partes.”
► Deseo de poder
La práctica de la psicoterapia brinda al terapeuta el sentimiento del poder
personal.
Si el terapeuta acepta que en su trabajo ejerce influencia inevitablemente sobre el
consultante, es lógico que organice la terapia para lograr que esa influencia sea
pertinente y efectiva según las necesidades de éste.
Pero la práctica de la psicoterapia también puede resultar atractiva para los que se
sienten atemorizados e impotentes en su propia vida, por la oportunidad de ejercer
considerable control e influencia sobre la vida de los pacientes. La idealización que
hace el paciente del poder del terapeuta fácilmente puede dar a éste una sensación de
omnisciencia y omnipotencia.
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Las actitudes que traen a la consulta el consultante y el terapeuta, a partir de su
participación en sus respectivas redes sociales, son casi opuestas: mientras el
consultante espera que el terapeuta lo cambie, el terapeuta se cuida de hacerlo; y
mientras el consultante espera que el terapeuta actúe de forma impersonal, es con su
ser como individuo particular que éste actúa. (Hernández, 2007)
Esto crea una situación sumamente arriesgada para el terapeuta, tanto en términos
profesionales como personales.
Relacionado con el deseo de poder, está el deseo o la necesidad de influir o
"convertir". No obstante, una vez más va a ser el uso y el impacto del poder
Como dicen Minuchin, Lee & Simon (Citados por Hernández, 2007), aceptar que el
poder es parte de la relación terapéutica (en este caso en el marco de la terfapia
familiar) permite:
↘ Aprovechar la observación de los diálogos entremiembros de la familia y sus efectos
sobre las pauta interpersonales como foco del trabajo terapéutico.
↘ Estimular las actuaciones espontáneas o inducidas que transforman la sesión en un
escenario vivo, con transacciones entre los miembros de la familia que multiplican sus
voces y hacen más versátiles sus interacciones.
↘ Reconocer que el conocimiento del terapeuta es una fuerza positiva para el cambio.
↘ Reconocer que la participación del terapeuta en el proceso familiar ofrece una
conexión experiencial con la familia y permite la participación del self como testigo,
colaborador y enriquecedor de la experiencia.
↘ Aceptar y reconocer que es imposible que el terapeuta opere sin aportar un sesgo
personal
a
la
situación
si
esa
realidad
permanece
invisible,
distorsionará
inevitablemente la relación entre consultante y terapeuta.
El grado, el nivel y el tipo de intervenciones que el terapeuta realice van a ser una
muestra, entre otras cosas, de las relaciones de poder que se han establecido en el
marco del proceso terapéutico.
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Por tanto, si el terapeuta anda buscando una satisfacción personal a sus problemas
con el poder a través de de sus intervenciones terapéuticas va a estar dificultando que
en el proceso pueda desarrollarse un clima de respeto y de integración saludable de la
experiencia de sentirse poderoso.
► Necesidad de amor
Los que sienten la necesidad de expresar ternura y amor pueden sentirse
atraídos por esta profesión. Bugental (1964) la describe como "una oportunidad de
brindar ternura, compasión y amor… sin despertar nuestras propias ansiedades". Esta
sensación de vocación puede empezar a adquirir una cualidad mesiánica que, si se
desarrolla al máximo, puede sabotear tanto las relaciones profesionales como las
personales del psicoterapeuta.
Por lo tanto, si la terapia debe constituir una experiencia emocional correctiva para el
paciente, esa segunda oportunidad de convertirse en un ser humano total y maduro,
es imprescindible que se sienta apoyado por un afecto sin condiciones, total y
absoluto, respetuoso de la totalidad de su forma de ser y de comportarse.
Ese afecto debe darlo el terapeuta con la suficiente intensidad y habilidad como para
que el paciente pueda experimentar una vivencia en la que no hay ningún tipo de
entresijo y pueda recibirlo de forma totalmente natural y sin ninguna fantasía o
preocupación.
En el caso que el deseo de manifestar afecto hacia el paciente sea excesivo por parte
del terapeuta y no fuera correspondido y/o valorado por el paciente, no sería de
extrañar que se establecieran relaciones como las que se muestran en el triángulo de
Karpman5.
5
De acuerdo con el rol ó papel que desempeña la persona al jugarlos, el Psicólogo Steve Karpman diseñó un esquema para representar los Juegos, llamado Triángulo Dramático: Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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► Rebelión indirecta
Según Bugental (1964), las prerrogativas de la posición social permiten al
terapeuta atacar a la autoridad y la tradición. Aquí nuevamente el peligro de que el
terapeuta convierta cada sesión en una oportunidad para resarcirse de sus
frustraciones en la vida diaria es patente.
Adoptar posturas de adoctrinamiento y/o de modelado del paciente desde la
perspectiva unilateral de psicoterapeuta puede ser una de las consecuencias del
conjunto de motivaciones disfuncionales que hemos visto hasta aquí.
Para poder acompañar a un paciente en su proceso terapéutico en la línea de lo que
Rousseau dijo: "El hombre más educado entre vosotros es el que puede soportar las
alegrías y penas de la vida", el psicoterapeuta ha de ser consciente del pesos y la
calidad de las motivaciones que le impulsan a ejercer su procesión y el impacto que
tienen sobre la relación terapéutica.
Steve Karpman señala que quienes participan en Juegos Psicológicos con frecuencia intercambian sus papeles. Por ejemplo, una persona que ha desempeñado el papel de Víctima, se puede cansar de ser humillada y convertirse en Perseguidor repentinamente. De igual forma, alguien que comienza como Salvador puede descubrir que es una Víctima. Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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Pasemos ahora a considerar los factores relacionados con la familia de origen y su
incidencia en el desempeño de la labor del psicoterapeuta y el proceso terapéutico.
Además de los factores personales, la familia de origen y las primeras
experiencias familiares pueden predisponer a algunos a seguir esta vocación. Estamos
refiriéndonos a un conjunto de detalles que van a condicionar el cómo vive el
terapeuta el conjunto de situaciones que se dan en el marco de la terapia.
Cuando hablamos de implicación emocional hablamos de cómo el terapeuta se ve
arrastrado más allá de lo que desearía al quedarse atrapado en sentimientos y/o
recuerdos de su propia existencia que le impiden llevar a cabo un acompañamiento
fluido y nutritivo para el paciente.
► Experiencias emocionales tempranas
Hay una serie de carencias infantiles pueden considerarse como el "sello" de los
terapeutas, tales como:
↘ Haber nacido en grupos sociales, socioeconómicos o religiosos marginales, que
acrecentaban su sentimiento de "separación".
↘ Acontecimientos traumáticos en la primera infancia, relacionados con la vida familiar.
↘ Haberse sentido aislados de otros miembros de la familia a causa de conflictos y
discordias.
↘ Necesidades emocionales tempranas insatisfechas, relacionadas con la vida familiar,
Esto podría explicar, en parte, el por qué algunas personas se motivan a seguir una
carrera psicoterapéutica, en un intento de conseguir lo que, según sienten, falta en la
propia vida (Holt y Luborsky, 1958).
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Es muy recomendable la psicoterapia de los terapeutas antes y durante el ejercicio de
su profesión para prevenir los riesgos a que las carencias, que antes mencionábamos,
pudieran dar lugar.
► Características de los padres
Uno de los rasgos que se ha podido constatar es la movilidad social ascendente entre
los psicoterapeutas, con la obtención de mayores ingresos y una clase social superior
respecto de la familia paterna.
Este ascenso en muchas ocasiones puede condicionar la relación con los pacientes
dado que el terapeuta puede considerarse como alguien que ha tenido éxito en la vida
y tener dificultades para aceptar el que los pacientes no sean capaces de hacer frente
a los obstáculos que se encuentran en su existencia.
Las madres, por lo general, constituyen la figura central del hogar. A menudo
las madres de los psicoterapeutas presentan diversos grados de perturbaciones
emocionales. La familia gira en torno a complacer a la madre, y en satisfacer sus
necesidades emocionales.
Se ha sugerido que la relación entre el futuro psicoterapeuta y su madre
constituyen un factor fundamental para la elección de esta profesión.
Quizá sea útil a modo de prevención, y de cierta provocación, recordar lo que escribe
Harris (1994) respecto de la masculinidad y el impacto de la figura materna: “El
hombre maternal hacia su esposa parece maternal porque la apoya, la dirige, la nutre
y
la
envuelve
como
si
fuera
una
madre
súper-protectora;
sin
embargo,
paradójicamente, a menudo también se muestra patriarcal y protector. Es un ejemplo
de cómo el matriarcado apoya al patriarcado, es la clase de hombre que quiere
mantener el control y al mismo tiempo intenta hacer lo que debe hacer, lo que se
espera de él. También tiene mucho miedo a la furia femenina.”
Las investigaciones describen a los padres de los psicoterapeutas como
hombres en general pasivos, que no interactúan y apenas contribuyen a la fortaleza
emocional de la familia o del futuro terapeuta.
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La idea de tomar en cuenta las figuras parentales es muy apropiada para entender
algunos de los sentimientos adquiridos por l@s terapeutas.
En el caso de los terapeuta masculinos observar el hecho de que el complejo materno
cultural es el resultado de adoptar actitudes y comportamientos socialmente
aceptados, si durante los primeros doce a quince años de su vida los muchachos son
criados fundamentalmente por mujeres que les enseñan a agradar y a obedecer a las
mujeres, ¿cómo pueden evitar el complejo materno?
Los padres parecen ocupar un lugar secundario durante el primer desarrollo del futuro
psicoterapeuta, según los datos proporcionados por ellos mismos.
A continuación reproducimos unas reflexiones de Harris (1994) para permitir que nos
hagamos una idea de la profundidad de las vivencias infantiles y su impacto en el
posterior desempeño de la labor psicoterapéutica. En este caso, insistimos, para los
terapeutas masculinos.
Todos los complejos maternos pueden ser negativos o positivos.
Los primeros son el resultado del miedo y los segundos son hijos de la necesidad.
El complejo materno negativo está formado por una imagen que el hombre arrastra de
la madre crítica, por mucho que intente servirle y complacerle, él nunca es suficiente
para ella y, cuando logra el éxito, en el fondo de sí mismo se siente como un impostor,
es la imagen materna devoradora y castrante. El hombre poseído por estas emociones
a menudo también se siente culpable e indigno de amor, le cuesta relacionarse con las
mujeres porque las teme, teme que todas se conviertan en madres negativas.
El hombre que tiene un complejo materno positivo es el más capaz de desarrollar una
relación íntima con una mujer, al menos potencialmente, durante el proceso de
crecimiento
del
muchacho,
su
desarrollo
emocional
y
espiritual
se
verán
profundamente afectados por la relación con su madre. Las ideas más profundas de
qué es lo más deseable en una mujer procederán de su madre. La forma que tenga
una madre de relacionarse con su propia masculinidad afectará a la hombría de su
hijo.
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Puede decirse, sin ánimo de exagerar, que en muchas ocasiones, la elección de una
carrera psicoterapéutica puede ser el resultado de una carencia infantil, un esfuerzo
por procurarse la intimidad ausente en la relación mantenida por el niño con sus
padres.
► Características conyugales de los padres
El futuro terapeuta solía desempeñar un rol fundamental en las relaciones
matrimoniales de sus padres. Desde muy temprana edad, al niño se le asignaba o
asumía el rol de "terapeuta" de la relación matrimonial de sus padres.
No es descabellado pensar que, el hecho de que entre los padres pudiera haber cierto
nivel de conflicto unido a la angustia que ello pudiera generar en el futuro terapeuta,
haya contribuido a que apareciera un nivel elevado de sensibilidad respecto de los
conflictos y la necesidad de resolverlos.
Es frecuente escuchar entre l@s participantes en los cursos de formación que alguno
de los padres los tomaba como confidentes de los problemas que estaba viviendo la
pareja.
Ante la aparición de problemas cabe pensar que se haya afianzado una actitud de
distanciamiento y deseo de resolver la situación. Nuevamente Harris (1994) nos sirve
de referencia cuando afirma: “nada atemoriza tanto a un niño como los adultos
frustrados y enfadados, un último peligro que plantea el padre ausente es la
posibilidad de que la madre se convierta en la pareja de su hijo.”
Cualidades como la de saber escuchar, guardar secretos, contemporizar y comprender,
entre otras, son las que de alguna manera han decantado a la persona a elegir la
psicoterapia como profesión.
Algunas de las cualidades y motivaciones que antes hemos mencionado serían
necesarias para alguien que en su infancia está rodeado por situaciones problemáticas
y/o de conflicto frente a las cuales tiene que dar una respuesta que no le enemiste con
ninguna de las personas involucradas. Esto en el desempeño de la labor terapéutica va
a ser de gran utilidad.
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► Relaciones familiares
Al parecer se había asignado al futuro psicoterapeuta (o había adoptado) el
papel de terapeuta familiar.
Eran los que procuraban atención paternal, nutrición y cuidados a los miembros de la
familia que experimentaban diverso grado de incapacitación física o emocional, ya se
tratara de uno de los padres o de los hermanos. Evidentemente, consistía en una
buena preparación para el papel posterior de psicoterapeuta profesional. Quizás el niño
empiece a ayudar a los demás con la esperanza de que ellos, a su vez, por gratitud, le
dieran amor y atención. Tal vez por eso un mecanismo de interrupción que aparece
bastante frecuente en el desempeño de su labor en l@s terapeutas es el de la
Proflexión6.
A lo largo de los años como didacta en diferentes curso de formación, la oportunidad
de escuchar a much@s alumn@s refiriéndose a su infancia como marcada por el
encargo, más o menos explícito, de tomar las riendas de las dificultades familiares, he
podido comprobar la frecuencia de esta situación y corrobora lo que muchos estudios
apuntan en esa dirección.
Es como una espada de doble filo, la familia potencia al futro psicoterapeuta para que
haga de solucionador de problemas, y el futuro psicoterapeuta toma la responsabilidad
y el reto de llevar a cabo esa labor con el objetivo de sentirse querido y útil para su
familia.
Es muy probable que el futuro terapeuta sea capaz de desempeñar a la perfección lo
que Virginia Satir (1998) definiría como “Apaciguador”7
6
Por Proflexión entendemos elk mecanismo por medio del cual la persona hace al mundo (entorno y personas que le rodean) lo que le gustaría recibir de ellos y no tiene el valor y/o la capacidad de pasar a la acción para conseguirlo. APACIGUADOR (aplacador).‐ Su rol es pacificar, suavizar las diferencias, ser simpático, protector, 7
defender tiernamente a otros, encubrir, disimular: “Oh, no es tan malo realmente”, “Estamos básicamente de acuerdo”.El aplacador habla con tono de voz congraciador, trata de agradar, se disculpa y nunca se muestra en desacuerdo, sin importar la situación. Es el "hombre sí" que habla como si nada Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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Algunos investigadores señalan que este proceso de interiorización del papel de
cuidador ha sido un primer paso importante en la elección de la profesión de
psicoterapeuta.
Vamos a pasar, finalmente, a las actitudes y aptitudes que puede mostrar el terapeuta
a la hora de ejercer su labor y que pueden suponer una muestra del impacto de su
implicación emocional en el proceso terapéutico.
► Falta de aptitud y de interés
No importa cuál sea la naturaleza de las reacciones personales de las personas
que, debido a una idealización excesiva o totalmente desvalorizante consideran el
papel del psicoterapeuta completamente ajeno e indeseable. Esta gente no es
adecuada a la práctica de la psicoterapia ni se interesa por ejercer la profesión.
Cualquiera que sea la profesión, el vivirla como un castigo o una condena va a suponer
un serio impedimento para ejercerla con el nivel de energía y valoración necesario para
considerarla como algo valioso.
► Presencia de aptitud y falta de interés
Normalmente, este grupo de personas no idealiza en exceso ni menosprecia
demasiado el papel del psicoterapeuta. Aunque se interesan por los aspectos
psicológicos del comportamiento y la experiencia humana, no sienten atracción
neurótica por la lectura de libros psicológicos, ni son "adictos" a las películas de
pudiera hacer por él mismo; siempre tiene que recurrir a la aprobación de los demás. "lo que quieras me parecerá bien. Sólo sirvo para hacerte feliz". Para un buen papel apaciguador, es muy útil que quien lo interpreta piense que nada vale; que tiene suerte de que le permitan comer; que debe gratitud a todos, y que es responsable de todo lo que salga mal; sabe que podría hacer cualquier cosa si utilizara el cerebro, pero reconoce que no lo tiene. Quien interprete este papel debe adoptar una actitud melosa, de mártir y humilde... "Soy un desvalido" ‐ reflejado en la postura de víctima. "Siento que soy nada; sin ti no vivo. No tengo valor alguno" Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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orientación psicológica. Existe en ellos una mayor comprensión intuitiva y una menor
fascinación.
Tal vez una de las características que se demandan en la actitud para el ejercicio de la
Psicoterapia es la de estar interesado por el ser humano.
No basta, al menos desde mi punto de vista, el que el terapeuta tenga capacidades
que puedan ser útiles en el transcurso del proceso terapéutico.
La importancia que le factor relacional desempeña en el proceso terapéutico hace
impensable que una terapia de calidad pueda llevarse a cabo cuando hay una ausencia
de interés genuino por parte del terapeuta.
En terapeutas que manifiestan las características de este epígrafe es muy extraño que
pueda suceder lo que apunta Greenberg (1993): “El terapeuta, por lo tanto, participa
del mundo fenomenológico del cliente, entra en su marco de referencia, siente cómo
es ser el paciente en ese momento y luego interviene en formas particulares para
orientar el procesamiento de información en una dirección constructiva.” (pág. 37)
No parece posible un encuentro entre personas cuando una de las dos no está
interesada.
► Falta de aptitud y presencia de interés
Un estudio reciente ha demostrado que casi la mitad de los psicólogos que
ejercen desde hace más de diez años, no volverían a elegir esta profesión.
El deseo de encontrar alivio para los propios problemas, el aislamiento y la soledad, el
deseo de poder o de amor, y una vida indirecta parecen ser motivos para que la gente
escoja esta profesión. Más que acrecentar sus capacidades como terapeutas, estas
características sabotean las relaciones profesionales y personales.
No todas las personas valemos para todas las profesiones y/o actividades. Tomar
conciencia de cómo se siente alguien que quiere ejercer como terapeuta es un paso
previo imprescindible para que luego no sea una tortura el ejercicio profesional.
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Tener el valor de confrontar cuáles son las limitaciones que el aspirante o el futuro
psicoterapeuta tiene en el ámbito de lo personal (cognitivo, emocional, intelectual, …)
es un paso inevitable para poder seguir adelante o no en el proceso de llegar a ser un
profesional de calidad y garantía.
Aunque no sea éste siempre el caso, los que no son aptos para la profesión,
pero que deciden no obstante volverse psicoterapeutas, se arriesgan, a sí mismos y a
sus pacientes, a sufrir desilusiones, fracasos y aún una tragedia.
► Presencia de aptitud y de interés
Este epígrafe es el que corresponde a aquellas personas que podemos asumir
que están preparadas para desempeñar de forma adecuada la profesión de
psicoterapeutas.
Desde nuestro punto de vista hay cualidades que pueden ser adquiridas mediante el
entrenamiento y el estudio, otras que pueden adquirirse a través de la psicoterapia
propia y la supervisión. Ahora bien, no conviene descartar el que también una cierta
predisposición caracterológica va a ser un ingrediente que enriquecerá las virtudes del
futuro terapeuta.
Intuitivamente experimentan la "facilidad de la aptitud" que les permite desenvolverse
cómoda y espontáneamente en el papel de terapeuta. Su capacidad intuitiva para la
terapia los hace parecer a menudo más competentes que los maduros veteranos
menos aptos para esta profesión.
Mantienen un cierto frescor, vitalidad y optimismo que son evidentes a la vez
para sus pacientes y sus colegas. Aunque no son invulnerables a los avatares
inherentes a la práctica de la psicoterapia, es mucho menos probable que sean
influidos negativamente por ellos que los menos adecuados a la profesión. Son
sinceros cuando afirman que disfrutan con su trabajo y las pruebas disponibles indican
que su vida personal se enriquece con las horas que consagran a la práctica
psicoterapéutica.
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Una alternativa que siempre tiene presente es que saben que pueden abandonar la
profesión cuando deje de resultar gratificante.
La naturaleza de sus características de personalidad, sus motivaciones y necesidades,
su experiencia previa y sus expectativas determinarán en gran parte el peso de la
práctica psicoterapéutica sobre su vida y su funcionamiento interpersonal.
El impacto de la práctica psicoterapéutica sobre las relaciones personales.
Llegados a este punto sólo quisiera hacer una reflexión muy general, dejando
para aquell@s que lo deseen la referencia de la obra de Guy (1994), referida al
impacto que tanto el proceso vital del terapeuta, así como las circunstancias y
experiencias vividas a lo largo de su vida van a incidir sobre el nivel de implicación
emocional en su labor terapéutica.
Las consecuencias que sobre cada quien tiene la elección de una profesión como la
nuestra son de muy diversa índole. A continuación enumero algunas de forma sucinta
separadas por facetas del vivir del terapeuta:
► Relaciones familiares
La investigación reciente indica que la práctica psicoterapéutica puede ejercer
tanto un impacto positivo como negativo sobre la vida y las relaciones familiares.
Como bien señala Yalom(): “Es muy común que los terapeutas descuidemos nuestras
relaciones personales. Nuestro trabajo se vuelve nuestra vida. Al final del día, habiendo
dado tanto de nosotros mismos, sentimos que se agotó nuestro deseo de
relacionarnos. Además, los pacientes son tan agradecidos, nos adoran y nos idealizan
tanto, que los terapeutas corremos el riesgo de volvernos menos apreciativos de los
miembros de la familia y de los amigos, que no reconocen nuestra omnisciencia y
excelencia en todas las cuestiones.”
↘ Relaciones con el cónyuge u otra persona significativa.
▪ Consecuencias positivas para la relación matrimonial.
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Aunque decepcionante, el hecho de que los psicoterapeutas padezcan
desavenencias conyugales y se divorcien en un índice similar al de la población en
general no deja de resultar irónico que la capacidad de ayudar a los demás en sus
problemas matrimoniales no los convierta en menos vulnerables a dificultades
semejantes en su propio matrimonio.
Los psicoterapeutas experimentan la discordia y el fracaso matrimonial en parte
como un resultado de la práctica psicoterapéutica sobre su funcionamiento
interpersonal.
▪ Consecuencias negativas para la relación matrimonial.
Los psicoterapeutas señalan que su trabajo es extremadamente agotador y
emocionalmente extenuante. Es posible que algunos deseen acercarse a su cónyuge
en busca de apoyo, estímulo, atención, y comprensión. En vez de iniciar una
interacción de apoyo recíproco estos individuos experimentan la necesidad de ser
unilateralmente satisfechos por su cónyuge. En muchas ocasiones cuando el
psicoterapeuta vuelve a casa con su familia, el experto oyente ya no está de humor
para escuchar las historias de su entorno. En cambio, le gustaría charlar. Ha estado
reprimiendo la conversación durante todo el día. Tiene la sensibilidad embotada y
saturada.
Un factor que puede influir negativamente es su creciente tendencia a la reserva y el
aislamiento. Puede aparecer la tendencia a encerrarse en un capullo de aislamiento,
con el objeto de volver a llenar las fuentes personales (Henry y otros autores, 1973).
La mentalidad cada vez más inclinada hacia lo psicológico tiene la capacidad potencial
de ir en detrimento del buen entendimiento matrimonial. Hay, la constante, casi
obsesiva, necesidad de buscar significados y motivos ocultas, causas subyacentes y
procesos inconscientes.
Muchos psicoterapeutas confiesan su incapacidad para dejar de lado este rol
terapéutico interpretativo cuando interactúan con el cónyuge, la familia y los amigos.
Puede aparecer la tendencia a utilizar esta capacidad para controlar o dominar al
cónyuge.
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Los terapeutas que son incapaces de abandonar su rol a veces parecen perder el
sentido de sí mismos. Se convierten más en observadores que en participantes, aun de
sus propios matrimonios. La relación matrimonial adopta la cualidad de "como si " de
los encuentros terapéuticos.
Es posible que resulte frustrante y molesto descubrir que las opiniones y las
expectativas personales no son recibidas por el cónyuge con el mismo grado de
respeto y reverencia (Cray y Cray, 1977).
Los psicoterapeutas suelen pensar mejor de sí mismos, cuando consideran su conducta
y actitudes en las interacciones terapéuticas, que el hacerlo en sus relaciones
matrimoniales.
Puede parecer más fácil vivir a través de las experiencias de los pacientes, y no correr
el riesgo que implica un genuino encuentro con un cónyuge.
Las necesidades del marido o la mujer resultan a veces secundarias en relación con las
de los pacientes.
▪ Beneficios.
El desarrollo emocional y personal que muchos psicoterapeutas experimentan,
como resultado de la formación profesional y las experiencias terapéuticas, sirve a
menudo como catalizador para el mismo desarrollo en la vida del cónyuge. Los
cambios y el desarrollo de la pareja terapeuta sirven como poderosa motivación para el
desarrollo personal y la madurez emocional.
▪ Desventajas.
Algunos cónyuges tienen gran dificultad en comprender y aceptar el vacío
emocional de su pareja terapeuta. Suelen sentirse ofendidos y resentidos cuando
detectan escasa motivación para escuchar con empatía al cabo de un largo día de
realizar terapias. Realistas o no, la mayoría espera recibir, de su pareja, tanta, si no
más, empatía y apoyo emocional, como reciben los pacientes.
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Suele ser difícil vivir con alguien que se ve a sí mismo como "experto" en el
comportamiento humano, y considera a todos los demás sus "pacientes".
La tendencia a "ir más allá del cumplimiento del deber" deja de causar admiración, y
empieza a ser una fuente de resentimiento si el cónyuge se siente descuidado por su
pareja terapeuta.
La mayoría de los cónyuges, aunque sientan curiosidad, prefieren no encontrarse a
sabiendas con ex pacientes de su pareja terapeuta.
Es importante que el terapeuta se dé cuenta de que la intensidad emocional que sienta
cuando dirige una sesión terapéutica constituye una experiencia muy personal, que no
tiene por qué ser compartida con el cónyuge. Los psicoterapeutas tienen verdaderos
problemas para tolerar la apatía o el desinterés de su pareja por una profesión muy
grata y estimulante.
Quizás uno de los aspectos más perturbadores de estar casado con un terapeuta es
afrontar los profundos cambios de personalidad que se producen con frecuencia
durante los años de formación. Estos cambios pueden provocar que no quede gran
cosa en común para construir los cimientos necesarios para la intimidad.
↘ La relación con los niños
▪ Beneficios: Las aptitudes necesarias para ejercer la psicoterapia son extremadamente
similares a las requeridas para ser un buen progenitor.
▪ Desventajas: Tras un día lleno de sesiones de terapia difíciles, el terapeuta puede
quedar incapacitado para atender las necesidades de sus hijos. Los niños pueden
empezar a sentirse indeseados o no amados. Los sentimientos consiguientes de
rechazo y enfado pueden ser intensos.
La neutralidad terapéutica no constituye siempre un estilo útil cuando se está
en casa con los niños. Un niño puede confundir fácilmente la neutralidad con apatía y
desinterés.
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Es casi como si el progenitor se convirtiera en el "yo observador", incapacitando al niño
para explorar plenamente sus propios sentimientos o procesos interiores.
Algunos terapeutas tienden a compensar sus fracasos como progenitor
invirtiendo más energía "paternal " en la relación con sus pacientes.
↘ Relaciones con la familia de origen.
Es destacable la ambivalencia de las opiniones respecto del impacto de la
profesión de psicoterapeuta sobre la familia de origen.
▪ Influencia positiva sobre las relaciones con la familia de origen.
El aumento de la sensibilidad, la paciencia, la confianza, la propia conciencia y
la automanifestación pesan positivamente sobre las relaciones que mantienen con su
familia de origen.
▪ Influencia negativa sobre las relaciones con la familia de origen.
Las
tendencias
al
vacío
emocional,
la
reserva,
las
preocupaciones
exclusivamente psicológicas, la pérdida de la identidad, el sentimiento de superioridad,
el autoritarismo, el secreto y la preocupación emocional suelen tener un impacto que
va en detrimento de las relaciones con los hermanos, los padres y también otros
parientes más lejanos.
El terapeuta se encuentra con reacciones en exceso positivas o negativas,
comprueba que el rol que se le ha asignado de experto de la familia resulta muy
restrictivo y agotador, pues le impide la espontaneidad y un intercambio verdadero. A
menos que se establezcan claramente los límites, y se respeten, esta tendencia puede
minar todavía más la intimidad y la comunicación dentro de la familia.
Para finalizar esta primer parte del material quisiera llamar la atención sobre la
estrecha relación que existe entre las características personales, la historia de la familia
de procedencia y el nivel de implicación emocional del terapeuta en el proceso
terapéutico. Este conjunto nos da una idea de la complejidad y los riesgos, además de
los beneficios de esta profesión.
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No quiero dejar pasar la oportunidad de resaltar la conveniencia de “cuidarnos” como
personas para poder seguir ejerciendo como psicoterapeutas.
Baste aquí una reflexión sobre el tema de los riesgos la profesión que nos propone
García (2007): “Si analizamos más detenidamente el riesgo al que estamos sometidos,
debo concluir que la psicoterapia es claramente un lugar peligroso. Un tipo de actividad
en la que continuamente se ponen en cuestión los límites de nuestra capacidad de
entender el mundo, de entender a los otros y de entendernos a nosotros mismos. Las
dificultades a las que nos vemos sometidos por la propia idiosincrasia de nuestra
profesión se centran en que la posibilidad de desviarnos de nuestro rol central de
proporcionar ayuda efectiva es bastante grande. Así que, salvo un entrenamiento
adecuado en cómo hacer frente a los problemas la posibilidad de tener que resolver el
dilema central de la culpa de no haber ayudado a otro (y de resolver de modo
operativo qué significa exactamente esto) y las manifestaciones de vergüenza
(conciencia pública de esa desviación) y de amenaza (percepción de que voy a ser
incapaz de ayudar) pueden ser bastante comunes.”
Quede claro pues que la implicación emocional del terapeuta en el proceso
psicoterapéutico es un arma de doble filo puede ser de utilidad en la relación
terapéutica y, ala vez, puede conllevar peligros y deterioros en la persona del
terapeuta.
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2ª Parte
Cuándo y cómo terminar la terapia.
Como una continuación lógica de lo expuesto en la primera parte de este
material, el nivel de implicación del terapeuta en el proceso, así como el tipo y la clase
de relación terapéutica que terapeuta y paciente hayan creado, el final de la terapia
tendrá unas características específicas y particulares en cada caso.
Afortunadamente la psicoterapia se ha ido convirtiendo en un hecho habitual. Esto
supone que cada vez más las personas inician una psicoterapia buscando ayuda en su
vida sentimental, ayuda en su carrera, ayuda con sus cónyuges y sus hijos.
Al hablar de psicoterapia nos estamos refiriendo a un proceso que está cargado de
fuertes significados y experiencias emocionales, esto hace que cuando llega el
momento de la separación o 'terminación' es difícil debido al vínculo singular que surge
entre el terapeuta y el paciente.
En psicoterapia, se desarrolla una 'transferencia', un estado psicológico en el cual el
paciente transfiere personas y problemas de su 'vida real' a la figura neutral,
profesional del terapeuta.
Como en muchas otras ocasiones a lo largo del proceso terapéutico, en las que
aparecen recuerdos o experiencias de los pacientes procedentes de su vida y externos
al proceso, el cese de la terapia lleva asociadas imágenes de todas las otras
despedidas, tanto para el paciente como para el terapeuta.
No sólo es una cuestión técnica de tener que finalizar el proceso, está además el hecho
de la pérdida. Paciente y terapeuta han desarrollado durante el proceso una estima
como personas y la separación conlleva un costo emocional.
A lo largo de este material estaremos refiriéndonos a ambas partes, terapeuta y
paciente, aunque dado el objetivo didáctico de este material será la figura del
terapeuta la que más a menudo nos servirá de referencia.
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Para que una terapia valga la pena, para que podamos decir que ha sido una
experiencia enriquecedora y profunda el vínculo de confianza entre quienes participan
es imprescindible. (Johnson, 1990)
El paciente tiene que confiar en su terapeuta y apreciarlo para revelarse en terapia. Así
cuando encara la disyuntiva de dejar la terapia, se encara la disyuntiva de la pérdida.
Dejar la terapia significa decir adiós.
En cuanto al terapeuta, la terminación puede ser una experiencia ardua también.
Los terapeutas sufren la pérdida, y tienen que afrontar el significado de la finalización
de la terapia. Dependiendo del modo en que se finalice la terapia puede tener un
significado u otro para el terapeuta. Desde la posibilidad de que el irse el paciente
indique una crítica implícita a la labor del terapeuta, como también el que el trabajo
terapéutico no hay sido valorado o entendido por parte del paciente.
Van a ser muchos los pensamientos que pasan por la mente del terapeuta de modo
espontáneo cuando es el paciente quién toma la decisión de terminar, no él. La
autoestima y la sensación de valía profesional van a verse cuestionadas cuando es el
paciente el que considera finalizado el proceso, o aún más, cuando de forma unilateral
deja de acudir a las citas.
Otro de los planos que se van a ver afectados por la interrupción y/o finalización de la
terapia es
la cuestión sumamente 'cargada de significado' del dinero. Salvo que
disfrute de una larga lista de espera, no puede sino registrar, aunque sea en el plano
inconsciente; el hecho de que disminuirán sus ingresos.
Todo esto conduce a una situación en la cual hay una cantidad potencialmente
abrumadora de fuerzas sutiles y no tan sutiles incidiendo, aunque sea de forma
inconsciente, en contra de la terminación de la terapia desde la perspectiva del
terapeuta.
Cuando el irse es enteramente idea del paciente, como lo es con frecuencia, puede
ser que el terapeuta bloquee el camino. Este si va a ser un punto que el terapeuta, si
se da cuenta, ha de abordar en su supervisión.
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El hecho de que en terapia la verdad está siempre abierta a la interpretación,
vuelve más confusa la cuestión para todos aquellos a quienes incumbe, el hecho de
que la profesión psicoterapéutica no ofrece criterios nítidos para establecer cuando la
terapia está terminada. (Johnson, 1990)
Quizás, entre otras razones, el hecho de establecer una meta u objetivo terapéutico, o
bien pactar un número determinado de secesiones tras las cuales se reconsiderará el
futuro del proceso terapéutico sea muy recomendable. La terapia funciona mejor
cuando es algo finito.
Una buena terapia tiene principio, parte intermedia y final, y si el terapeuta se
demora eternamente en la parte intermedia, pierde la toma de conciencia y la fuerza
que trae consigo una terminación exitosa.
Una de las cosas curiosas en cuanto a la terminación de la terapia, como en tantas
otras facetas de la vida en las que el final es algo previsible y/o inevitable, es que es la
única forma de despedida de la cual nadie habla en realidad.
Terminar la terapia es una experiencia enteramente privada, personal e intransferible,
aunque conviene que sea compartida entre terapeuta y paciente como la oportunidad
final de crecimiento. Tanto terapeuta como paciente hace frente a lo que acaso sea
una pérdida fundamental, desde su más íntima individualidad.
No podemos obviar que tanto la implicación emocional como las experiencias vividas
por ambos, una vez más van condicionar los detalles del momento y/o proceso de la
despedida y cierre del proceso.
La dificultad para determinar cuándo es el momento de finalizar el proceso terapéutico
está estrechamente unida al criterio a los detalles que indicarán que se han alcanzado
los objetivos propuestos y/o pactado en el contrato terapéutico8.
8
El contrato terapéutico, es un trato de palabra. Es una explicitación de cómo los contratantes (pacientes) y contratados (terapeutas) deberán comportarse en el futuro. Es un hito al cual puede recurrirse, cuando se produce una alteración de las normas impuestas por múltiples causas (alteraciones en el pago, imposibilidad de cumplir el horario pactado, ausencias sin aviso, etc.). Puede considerarse un pacto entre comunicantes, pacto que señala metas a alcanzar y los medios Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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Las posibilidades que se pueden dar de cara a la finalización de la terapia van desde el
total a cuerdo entre terapeuta y paciente hasta la más profunda disconformidad entre
ambos.
Cuando terapeuta y paciente están de acuerdo y ambos asumen que el paciente ha
logrado avances reales de cualquier clase, se puede resolver dejar la terapia sin
peligro. Esta sería la situación ideal que hemos de reconocer que sucede tan a menudo
como a los terapeutas nos gustaría.
Tal vez convenga detenernos un poco en las situaciones donde hay diferencia de
opiniones acerca de si finalizar o no la terapia.
Con frecuencia los pacientes dejan "temprano" la terapia porque necesitan sentirse
sanos; el sentirse mentalmente sólidos es una forma de confianza en sí mismos.
El dejar la terapia demasiado pronto pocas veces parece ser perjudicial, mientras que
el dejar la terapia demasiado tarde puede serlo.
Un cambio "superficial" es un cambio verdadero, y es probable que un cambio
superficial positivo se extienda al resto de su vida.
Al evaluar si ha logrado un cambio estructural o no, pregúntese si ha modificado su
manera
En la psicoterapia se produce una curiosa paradoja, cuanto más fluido sea el inicio,
más arduo será el final.
Algo que nos permite entender esta paradoja es la aparición y consolidación de una
buena alianza terapéutica. La calidad de ésta es el predictor más poderoso del éxito del
tratamiento.
detallados para llegar a ellas. Por esta razón, su estructura debe introducirse con claridad ya que: Cuanta más vaga y abstracta sea su formulación, tanto mayor será la posibilidad de malentendidos y de confusión en el curso de la terapia: la vaguedad de las metas será justamente lo que dificultará alcanzarlas. Además, cuánto más claro sea el objetivo terapéutico, tanto mejor podrá el terapeuta evaluar a distancia el éxito o el fracaso de la intervención. [M. Andolfi.1977]. Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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Esta alianza constituye la disponibilidad del paciente, para llevar a cabo procedimientos
analíticos, para identificarse con las actitudes analíticas y los métodos de trabajo y
aceptarlos. La alianza se puede decir que es: el ego razonable del paciente y el ego
analizante del analista. La alianza permite al paciente trascender un ego irracional,
subjetivo, sufriente, con objeto de evaluar la reacciones emocionales con un ego
analista, observador, razonable.
Con un psicoterapeuta, su competencia, su capacidad para ayudar dependen
directamente de la actitud del paciente hacia él. De hecho, durante el proceso
terapéutico la actitud del paciente va a determinar la calidad del vínculo y por tanto la
intensidad y significado de la etapa de finalización y la clausura de la terapia.
A lo largo de este material, dedicado a la conclusión de la psicoterapia y de la relación
con el psicoterapeuta, vamos a abordar aspectos que habrán ido apareciendo y
fraguándose durante la relación entre ambos. Unos harán referencia a aspectos que
fueron abordados en el material del taller de Metodología, otros en la primera parte de
este material y otros detalles se podrán encontrar en algún otro texto que daba
soporte a otros talleres.
Sirva pues como un resumen o epílogo a lo que durante la formación se ha ido
abordando. En cierto modo este último taller tiene la doble vertiente de formar y a la
vez concluir un programa de formación al que sólo le resta la supervisión, tan
imprescindible para poder hablar de una formación completa.
Una de las cuestiones que se forjan y aparecen, además de que hay que cuidarla es la
confianza entre paciente y terapeuta, ya que es un aspecto esencial en el caso de la
terapia de toma de conciencia.
La terapia de insight depende de que el paciente se ponga 'en contacto' con
sentimientos y percepciones ocultos; el paciente se pone cara a cara con lo que siente
que no sabe que siente. Y esto lo hace frente a una persona que con su actitud,
conocimientos y modo de relacionarse va a suponer un soporte o un impedimento para
que el paciente se atreva a correr los riesgos que comporta el proceso terapéutico.
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En esta dirección apunta Yalom cuando escribe: “Los terapeutas deben aprender a
envolver sus comentarios de un modo tal que resulten afectuosos y aceptables para
sus pacientes, en otras palabras, hable de cómo se siente usted, no de lo que hace el
paciente. Todo lo que sucede en “aquí y ahora” es útil para la terapia, los pacientes no
lloran o exhiben sus sentimientos en el vacío; lo hacen en su presencia, y es la
exploración del aquí y ahora lo que permite a uno captar el significado total de la
expresión de los sentimientos, una terapia efectiva consiste en una secuencia alternada
de evocación y experiencia de afecto seguida por el análisis y la integración del afecto,
en terapia ocurren muchos acontecimientos o reacciones inesperadas, si las manejo
adecuadamente, las puedo volver útiles para el trabajo terapéutico, es particularmente
importante comenzar a poner normas en los primeros encuentros.”
Contribuir a crear ese ambiente es, a la vez, una forma de consolidar una relación que
cuando finalice va a conllevar todo un esfuerzo emocional. Sabemos que es
precisamente la relación terapéutica la base en la que reside el poder curativo de la
psicoterapia.
Como nos señala Schiffman (en prensa): “Los investigadores han estudiado
comparativamente los éxitos y los fracasos de diferentes escuelas de psicoterapia:
Freudiana, Adleriana, Junguiana, Sullivaniana, Rogeriana, Conductista, etc., y
descubrieron que todas son más o menos similares. Perece que las teorías del
terapeuta sobre el origen de la neurosis no son significativas en términos de su
habilidad para ayudar a las personas. Hay algo más que es decisivo en la obtención de
resultados. Los investigadores concluyeron que la relación entre el terapeuta y el
paciente es el factor terapéutico”.
Como ya hemos señalado anteriormente una buena alianza terapéutica es decisiva
para hacer contacto con los propios pensamientos, sueños y temores ocultos.
Una alianza terapéutica eficaz hace que usted constantemente vuelva en todo sentido,
a arrostrar verdades dolorosas cuando de otra manera usted se replegaría, lo cual
garantiza su continua asistencia física a terapia, así como su presencia emocional.
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Para empezar, una buena alianza terapéutica supone una enorme confianza. La
alianza terapéutica es más fuerte cuando el paciente cree que el terapeuta está
siempre y para siempre 'de su lado'.
La relación terapéutica se aproxima al amor incondicional, o al menos al 'estar ahí'
incondicional, que relacionamos con la paternidad o la maternidad. Esto hace de veras
poderosa la alianza terapéutica.
Como escribe Schiffman (en prensa): “La persona que ayuda, el buen terapeuta, es
quien provee de la atmósfera terapéutica donde ustedes se pueden arriesgar a dar el
salto desde lo conocido a lo desconocido, desde los sentimientos aparentes
(conscientes) a los ocultos (inconscientes)”.
En el final del proceso terapéutico encontramos en cómo ha cristalizado el
incondicional "estar ahí" del terapeuta que ha dado lugar a un aspecto de la relación
terapéutica que habrá resultado de gran importancia para el que el paciente sienta el
apoyo del psicoterapeuta. Esa relación entraña también un placer más sutil: el placer
de la constancia. No hay incertidumbre respecto del otro.
Como bien se puede ver desde una perspectiva rogeriana. La relación de ayuda se da
porque el paciente necesita comprensión, un ambiente facilitador del crecimiento,
información, vínculos reparadores, etc. Las necesidades principales son las del cliente,
las de consejero pasan a un segundo plano.
La persona que ayuda es accesible y se muestra segura: reconoce para sí sus límites, y
aunque no tenga toda su vida solucionada no mezcla sus problemas con los del cliente
ni lo usa para sentirse bien consigo mismo. Se muestra cordial y dispuesto a escuchar.
(Rogers, 1986)
Es muy posible que los terapeutas, debido al tiempo limitado y las circunstancias
controladas en que ven a sus pacientes, sean las personas más predecibles del mundo.
Esa predictibilidad que el paciente encuentra en su terapeuta va a ser muy difícil de
abandonar al ir llegando al final del proceso.
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En el plano emocional, la absoluta uniformidad del terapeuta realimenta su fiabilidad.
En palabras de Schiffman (en prensa): “Un terapeuta con talento, detrás de estos
rasgos, tiene una gran capacidad de amar y respetar a los demás sin hacer caso de sus
pautas neuróticas.”
El iniciar la psicoterapia se desarrolla la intimidad con increíble rapidez. En la terapia,
entonces, la confianza, la constancia y la intimidad inmediata conforman un fuerte
vínculo. Todo esto va a incidir en el periodo final y habrá de ser elaborado para que no
sea constitutivo de otro “asunto inconcluso”.
Las personas inician una terapia con la plena expectativa de hallar un terapeuta que
será receptivo y constante en cada sesión, por lo que salvo que durante el proceso se
trunque esa expectativa, su impacto volverá a aparecer al finalizar la terapia.
Las personas depositan la confianza que anteriormente inspiraban los buenos
progenitores y los buenos cónyuges en los psicoterapeutas. Y eso hace que aumente
su confianza en los terapeutas y se acerquen a ellos con una dosis de fe. Las personas
creen en la psicoterapia, y creer en la psicoterapia puede hacer difícil el dejarla.
Poner fin a la terapia sería ya bastante difícil aunque sólo hubiera que lidiar solamente
con el fuerte apego al terapeuta. El paciente se encuentra con otro gran obstáculo: su
situación con respecto a su terapeuta. Puede ser muy arduo tomar una decisión
fundamental en la vida desde una posición de 'inferioridad'. Si el paciente cree que
únicamente el criterio del terapeuta es el válido puede estar obstaculizando darse
cuenta de sus posibilidades de vivir autónomo.
El tener un terapeuta que evidencia preocupación e interés incesantes por usted,
aunque pueda ser tranquilizador, tiene el efecto paradójico de confirmar el hecho de
que usted necesita preocupación e interés.
Ni aún el terapeuta más perceptivo puede hacer que un nuevo paciente se sienta igual
simplemente tratándolo como un igual.
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En la terapia se presupone que gran parte de lo que dice el paciente significa otra
cosa, mientras que lo que dice el terapeuta significa exactamente lo que éste dice que
significa
Cuando usted comienza una psicoterapia no sólo recibe terapia. Inevitablemente
adopta además, un nuevo papel: pasa a ser un paciente.
Si bien gran parte de lo que ocurre dentro de la terapia puede apuntalar la autoestima,
el simple hecho de ser un paciente tiende a socavarla. Y dado que la autoestima es
fundamental para la toma de decisiones, la decisión referente a cuándo dejar la terapia
puede tornarse tanto más difícil que la decisión de iniciarla.
El proceso terapéutico supone una situación paradójica pues acudimos a que alguien
nos ayude a valernos por nosotros mismos. Ese proceso al que Perls aludía como el
transitar de la heterodependencia al autoapoyo. Puede suceder entonces que tras el
esfuerzo por llegar a ser un paciente esto vaya a hacer difícil el llegar a ser un ex
paciente.
Todos los terapeutas creen en alguna versión de la transferencia9. La transferencia es
el lado oscuro de la alianza terapéutica. Mientras que la alianza es idealmente la
relación racional, adulta con el terapeuta, la transferencia es el vínculo menos racional,
más pueril.
Esta actitud, que estará presente de manera más o menos ostensible durante todo el
proceso terapéutico, también va a condicionar su conclusión.
Durante todo el transcurso de la psicoterapia vamos a encontrar las huellas de cómo
ha sido la búsqueda del crecimiento y de la mejora, terapeuta y paciente implicados en
Vaya aquí el ejemplo que nos brinda Schiffman (en prensa): “A menudo cuando ustedes piensan 9
que alguien les esta haciendo lo mismo que les fue hecho en el pasado, ustedes empiezan a tratarlo en la misma manera sin darse cuenta de ello. Ustedes le hacen a él lo mismo que ustedes le acusan a él de hacerles. Están obsesionados por la persona que les frustró en el pasado: A) Ustedes le "ven" en otros, donde él no existe; B) él actúa a través de ustedes como a través de un medium. Sea lo que sea que odien en otros es algo que ustedes se hacen a sí mismos, o que les gustaría hacerles a otros.” Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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el proceso. Podemos generalizar diciendo que los psicoterapeutas están convencidos
de que todos los pacientes, inevitablemente, se resistirán a la terapia. Los pacientes
eligen la psicoterapia, pero después la combaten. La combaten porque tienen al
terapeuta enredado en figuras plagadas de conflictos que pertenecen al resto de sus
vidas... y ahora están librando de nuevo, con su terapeuta, las mismas viejas batallas
de familia/vida amorosa. También combaten la terapia porque la verdad duele.
Nuevamente Schiffman (en prensa) nos sirve de referencia cuando apunta: “La
naturaleza de la relación terapéutica, su dependencia de la persona que les ayuda,
hace
inevitable
la
transferencia.
Ustedes
pueden
esperar
que
reaccionarán
excesivamente a muchas de sus palabras, expresiones faciales, movimientos
corporales. Estén preparados a sentir intensas emociones acerca del terapeuta --odio,
amor, miedo, celos,-- las cuales su Adulto sospecha como inapropiadas, irracionales.”
El grueso de la psicoterapia se dedica a una recuperación de las capacidades alienadas,
olvidadas o no desarrolladas en el paciente para poder hacer uso de ellas en cada
situación, en cada momento.
Dado que la rabia y la furia pueden convertirse en una piedra angular de la
psicoterapia, durante el proceso se van a atravesar periodos que una vez superados
marcarán a terapeuta y paciente como “compañeros de expedición”, aumentado su
solidaridad y complicidad, lo que hará difícil asumir el final.
En cualquier caso elaborar un problema supondrá inevitablemente ira, que los
terapeutas tienden a considerar una emoción curativa. Su razonamiento es así; casi
todos los pacientes han sido decepcionados por sus relaciones anteriores más
importantes, ya sea con progenitores, amantes o amigos.
En la vida adulta, muchos de nosotros, habiendo aprendido que la ira es una emoción
peligrosa, arrostramos esta sensación sólo indirectamente.
Como resultado, quizás no sepamos que estamos furiosos... y cuando lo sepamos,
quizás no advirtamos exactamente con respecto a qué.
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Es aquí donde entra el terapeuta. Este cree que, cualquiera que sea su problema, tiene
algo que ver con necesidades insatisfechas acerca de las cuales usted alberga una ira
que data de largo.
El foco de su ira ayuda, a usted y a su terapeuta, a entender la índole de sus
problemas. Toda relación con intensidad emocional presente fortalece el vínculo si se
supera. Cada paciente se enfurece con su terapeuta por una razón que se relaciona
específicamente con sus propias pautas de vida.
El paciente descubre puede enojarse sin que su terapeuta desaparezca. La teoría
subyacente es que, a medida que el paciente se siente más seguro de su terapeuta,
empiece a no aferrarse tanto a sus pautas habituales y poder así dar lugar a nuevos
“ajustes creativos”.
Como todo en la terapia se vincula con el tacto y la oportunidad y el terapeuta no
formula un análisis directo y calibra la disposición del paciente para considerar una
interpretación, la sensación de ser tratado de forma respetuosa y cuidadosa hace que
el paciente valore más, a cada paso la relación terapéutica. A mayor valoración mayor
dificultad para el cierre.
Con tacto y sutileza, el buen terapeuta ayuda al paciente a lograr su propia
comprensión, orientándolo continuamente a examinar los paralelos entre la terapia y la
vida. Este proceso conlleva, por una parte mayor sensación de autonomía por parte del
paciente y también la conciencia de mayor cercanía del final.
Los sellos característicos de la psicoterapia --receptividad, constancia y demás—evocan
en el paciente su experiencia de progenitores, familia, amantes, amigos, por lo que la
forma de participar y elaborar la relación con el terapeuta va a ser una clave de la
intensidad del significado de la terapia.
Hemos de tener en cuenta que los pacientes viven a sus terapeutas en una cantidad
de registros que muchas veces van a ir más allá de lo razonable y de lo imaginable.
Esa relación tan cargada de significados polivalentes va a dar lugar a una intensidad y
complejidad que terminarla de un modo satisfactorio puede llegar a convertirse en un
auténtico reto tanto para terapeuta como para paciente.
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Desde nuestro punto de vista la conveniencia de terminar una terapia parece que es
aconsejable que parta de la propuesta del terapeuta y, en todo caso, suponiendo que
el paciente no esté de acuerdo lo haga manifiesto.
Una buena cantidad de lo que aparenta ser transferencia es, en realidad, percepción. Y
es por esto por lo que la terapia puede causar una terrible confusión; lo que el
paciente piensa de su terapeuta (y su terapia) ¿es cierto o transferido?
Cuando llega el momento de irse, esta es la disyuntiva fundamental, porque en justicia
el paciente no debe dejar la terapia hasta que se haya resulto su transferencia.
Desde esa perspectiva la confusión en cuanto a qué es real y que es transferencia
puede
obstruir
irremediablemente
una
terminación
de
terapia.
Y
aquí
la
responsabilidad del terapeuta es mucha. Hacer frente a las dudas del paciente y
también a los restos de actitudes neuróticas que bloquean la conciencia de haber
recuperado la capacidad de vivir autónomamente es una de las misiones que están
incluidas en las responsabilidades del terapeuta.
Devolver criterios de confianza a los planteamientos automáticos y rutinarios del
paciente es algo que forma parte del ejercicio de la labor del terapeuta.
Una vez más Johnson (1990) nos muestra una perspectiva útil cuando plantea:
“Muchas veces la sensación de que su terapia se ha estancado es simplemente la
confirmación de que el paciente ya ha acabado.”
Y aquí es importante que el terapeuta esté atento a sus apreciaciones como a la
fenomenología y discurso del paciente. Saber distinguir si esta inmovilidad es indicativa
de que el proceso ha llegado a su fin o es una forma de resistencia será una forma de
poner a prueba la correcta apreciación del ritmo y la marcha del proceso terapéutico
tanto por parte del paciente como del terapeuta.
Como para la mayoría de las personas, el peor aspecto de la terapia es tener que
arrostrar que ellas han contribuido a sus problemas... un proceso doloroso, en especial
considerando cuán a menudo nuestros problemas parecen sernos infligidos por otros,
el acompañamiento del terapeuta se convierte en una especie de exposición sin
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subterfugios ni defensas que dan lugar a una sensación de vulnerabilidad que, en la
medida en que es respetada y valorada por el terapeuta deja paso a una sensación de
autenticidad indescriptible.
Pero el descubrir lo que el paciente, según su esquema neurótico, 'hace mal' es parte
ineludible de una buena terapia, y si el paciente la deja antes de haberlo descubierto,
la habrá dejado demasiado pronto. Aquí vuelve a ser responsabilidad del terapeuta
dejar claro cuál es su criterio, respetando siempre el derecho del paciente de
abandonar la terapia en cualquier momento10.
En la hora final del proceso suele ocurrir que muchas de nuestras 'debilidades' también
son nuestras fortalezas.
Descubrir que la mejor cualidad de alguien ha contribuido a su ruina no es
descubrimiento agradable, sin embargo es una de las claves en las que la Terapia
Gestalt se apoya para entender la validez de sus planteamientos como enfoque
existencial11.
Cuando la terapia cuestiona riesgos de personalidad tales como el optimismo y el
paternalismo, puede parecer un ataque contra características muy esenciales de uno.
Tengamos en cuenta que la cuestionar el modo de funcionamiento de nuestros
pacientes nos convertimos a, a la vez, en alguien que promueve y apoya el cambio y
10
Desde nuestro punto de vista, sólo en el caso de que el abandono del proceso terapéutico pueda suponer un riesgo para la vida del paciente o una situación de manifiesto peligro para su desempeño habitual en su entorno, se cuestionará la finalización de la terapia. Si se finaliza pudiendo derivar al paciente a otro terapeuta no hay inconveniente. 11
La teoría paradójica del cambio ‐uno de los principios orientadores de la terapia gestáltica‐ indica que mientras más se intenta cambiar una conducta, pensamiento o emoción, menos probable es que dicho cambio suceda. Desde este enfoque se plantea que el cambio terapéutico sólo es posible cuando el paciente acepta su estado actual, sin intentar modificarlo. Esta paradoja –“mientras más acepto lo que me pasa, más probable es que cambie”‐ se explica teniendo en cuenta el hecho de que los seres humanos vivimos en un estado de constante cambio y transformación interna, y que es cuando este flujo de transformaciones se ve entorpecido o bloqueado cuando aparece el malestar. Y este bloqueo del cambio constante se puede dar de muchas formas, como por ejemplo (en los más de los casos) tratando de manipular, disociar o reprimir nuestras emociones y sentimientos dolorosos (pena, rabia, miedo, etc.). Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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en alguien que amenaza la “seguridad” que a todos los neuróticos nos proporciona
nuestro modo de vivir empobrecido y estrecho. Esas experiencias en el marco de la
sesión conllevan aprendizajes que nos hacen convertir el encuentro terapéutico en algo
valioso y mágico, lo que hará difícil el que podamos darlo por terminado.
Una de las principales actividades que emprenden los terapeutas y sus pacientes, y
una de las causas por las cuales muchos pacientes se atascan, es volver a escribir la
historia del paciente. A la hora de abandonar hábitos y actitudes neuróticas y rígidas,
una de las amenazas más terroríficas para el paciente es la de poder asumir que tal y
como ha estado viviendo era la mejor forma posible, sin embargo ya no le es útil en el
presente. Ese salto en el vacío de poder ver las cosas de otro modo, sin tener la
seguridad que nos darán una satisfacción plena, lo vive el paciente como una fuente
de angustia enorme. Si lo atraviesa, se sentirá fuerte y con poder, por lo que sin darse
cuenta, tenderá a querer perpetuar el estar con el terapeuta que tan nutritivo le
resulta. Otro motivo más para que el terminar la terapia sea angustioso.
Los hechos, por supuesto, siguen siendo los mismos, pero sus creencias acerca del
pasado, sus percepciones, se alteran.
Nuestras historias privadas son una parte importante de quienes somos... nuestros
pasados son nuestros yoes, nuestras identidades, en un grado importante. El terapeuta
nos acompaña en nuestro cuestionamiento sin descalificarlos. ¡Qué difícil asumir que
en adelante les haremos frente solos!
Cuando algunos terapeutas cometen errores decisivos de criterio, de tacto, de
oportunidad que detienen el avance de sus pacientes, suelen estar tratando de
resolver ellos lo que, en última instancia, es responsabilidad del paciente. Si no se
atreven a ver cómo el paciente duda y zozobra en el momento de retomar el timón de
su existencia, sería conveniente que recurrieran a la supervisión y/o a su propia terapia
para abordar el tema del respeto y de la confianza en la persona.
Cuando un terapeuta da voz a los peores miedos de un paciente, sin a la vez despertar
las fortalezas y recursos que todo paciente lleva en su interior, le obliga a levantar la
guardia. Cada mecanismo defensivo que dispone el paciente suma fuerzas con su
resistencia natural. Una forma en la que la resistencia del paciente, generalmente,
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como diría Goodman (Perls y cols. 1951), por temor a la excitación, se manifiesta en
forma de interrumpir y/o boicotear el proceso terapéutico es la de distorsionar y/o
sabotear las formas de darse cuenta de los progresos y de las fortalezas adquiridas y
descubiertas.
Cuando el terapeuta está ahí, con su aceptación incondicional, los pacientes nos
arriesgamos y estamos haciendo posible el crecimiento. Al desarrollar nuestro apoyo
empezamos a elegirnos a nosotros mismos como seres en situación de relación.
Cuando una persona logra desarrollar ese centro de autoapoyo en sí misma, entonces
podemos decir que el proceso terapéutico ha concluido. Y ahí el apoyo del terapeuta es
imprescindible.
Es posible también que los terapeutas cometan errores más sutiles en su manejo de
los pacientes, debido principalmente a su falta de flexibilidad.
Si su terapeuta es completamente inflexible e insiste en interpretaciones que usted no
puede aceptar en absoluto, su terapia está en aprietos. Peor aún; su terapia puede
estar en aprietos aun cuando su terapeuta 'tenga razón', pero su sentido de la
oportunidad esté equivocado. Si su terapeuta se mueve con demasiada rapidez, puede
que usted termine atascado aun cuando sus análisis sean correctos.
Dese la perspectiva de quien esto escribe, cuando la valoración del terapeuta y del
paciente no coincide sería conveniente que el terapeuta revisara y dudara de sus
posiciones. Que recuperara su flexibilidad y reconsiderara qué es lo que puede no estar
percibiendo. Así poder llegar a la conclusión de que hay que finalizar la terapia puede
ser una ocasión de que el terapeuta ponga a pruebas sus certezas.
Continuando con aquellos aspectos que puedan condicionar y/o dificultar un cierre
exitoso del proceso terapéutico conviene que tengamos en cuenta cómo los valores,
criterios y actitudes de los terapeutas son puestos en cuestión y, en este punto, no es
de extrañar observar cómo los terapeutas se rebelan frente al material más cercano a
sus propias dificultades. Los terapeutas son también personas, y tienen áreas
vulnerables, áreas que no encaran bien, en la terapia de sus pacientes.
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En muchas ocasiones el terapeuta ha de estar atento al intento del paciente de
protegerle y de ocultarle los aspectos más problemáticos de su experiencia durante el
proceso terapéutico. Cada vez que el paciente se sienta persistentemente protector
hacia su terapeuta, debe preguntarse qué ocurre. Si durante la relación hay un exceso
de responsabilidad para alguno de los participantes, esto supone un llamada de
atención para reconsiderar si cada quién está haciéndose cargo de lo que le
corresponde. Si esto sucede se está bloqueando la posibilidad de llegar a un final
productivo de la terapia.
Conviene recordar que la protección excesiva por alguna de las partes implicadas hacia
la otra impide toda expresión de ira.
No es extraño comprobar que paciente y terapeuta se confabulan para evitar la
turbulenta parte intermedia de la terapia con sus iras y sus dolores concomitantes,
como una forma de buscar una solución “light” que haga posible una solución “como
si”12 fuera real y válida para nuestra existencia.
Paciente y terapeuta han llegado a un acuerdo inconsciente para evitar el explorar
los sentimientos adversos hacia el terapeuta. Evitar entrar en este terreno puede
conllevar un cierre en falso del proceso terapéutico, pues el paciente no habrá llegado
a explorar sus dificultades de relación con aquellas personas que le resultan
conflictivas de su entorno.
Como en tantas facetas del proceso terapéutico, el eludir la confrontación, el transitar
únicamente por parcelas menos conflictivas va a empobrecer la intensidad de los
aprendizajes del paciente y del terapeuta. Hay estudios que indican que los terapeutas
prefieren a los pacientes que les hacen sentirse buenos terapeutas. (Johnson, 1990)
Emitir críticas es difícil en cualquier situación. Pero hay obstáculos adicionales
estructurados en el encuadre terapéutico. El tiempo limitado que el paciente pasa en
terapia actúa contra el libre flujo de la crítica. Favorecer que el paciente se exprese
12
Vaihinger (1913) planteaba que: “los seres humanos nunca pueden saber realmente la realidad subyacente del mundo, y que como resultado construimos sistemas de pensamiento y entonces asumimos que estos encajan con la realidad: nos comportamos "como si" el mundo encajara en nuestros modelos.” Revisión Nº: 1. Febrero de 2013
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libremente durante el transcurso de la sesión, sobre todo en lo que a sus discrepancias
y disensiones con lo que está experimentando y viviendo junto con el terapeuta es un
paso importante para que también plantearse como una alternativa existencialmente
válida el finalizar el proceso terapéutico.
El no poder descifrar una respuesta de su terapeuta puede hacer demasiado
intimidatoria la perspectiva de emitir críticas y luego imaginar lo que él siente. Las
respuestas claras y genuinas del terapeuta, sobre todo en la parte final del proceso
suponen un permiso implícito para que el paciente vaya haciéndose cargo de su
derecho a decidir poner sobre la mesa la sensación de que la terapia toca a su fin.
Un buen terapeuta interrogará a sus pacientes acerca de cualquier sentimiento adverso
que puedan tener hacia él, como una forma de hacer que la relación suponga una
investigación, comprobación y experiencia de que no se produce ninguna catástrofe
cuando la persona expone sus sensaciones con el nivel adecuado de respeto,
honestidad y responsabilidad. Así ninguna de las dos partes implicadas se verá
coartada en su decisión de plantear finalizar la terapia.
Es de vital importancia para no prolongar la terapia innecesariamente que el terapeuta
preste atención a todo lo que se corresponde con la fenomenología y la parte
analógica de la comunicación del paciente. Este sabe, en muchas ocasiones, antes de
llegar a verbalizarlo, que la terapia ya no va a dar más de sí, puesto que de alguna
manera se han alcanzado los objetivos que se había planteado. De ahí que sea
recomendable que el terapeuta sea muy hábil para captar lo no dicho.
Cuando en una buena terapia el terapeuta favorece la expresión de un sentimiento
negativo y recompensa esa expresión con empatía, comprensión y una inmediata
disposición a reconocer cualquier responsabilidad que él mismo hubiese tenido en
provocar tal sentimiento. El buen terapeuta utiliza momentos como estos para impulsar
hacia adelante la terapia, para favorecer avances del paciente en el terreno de tomar
en cuenta sus criterios y opiniones en lo que a dirigir su terapia se refiere.
De cara que la finalización de la terapia sea vivida con naturalidad, resulta útil que el
terapeuta posea la capacidad de infundir la esperanza de que las cosas, el paciente,
pueden cambiar. Así cuando se vayan observando los cambios no se caerá en la
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tentación de restarles importancia, más bien al contrario se considerarán como
peldaños que permiten el ascenso en la escalera del desarrollo y del crecimiento y
maduración personal.
En muchas ocasiones los pacientes evitan abordar aspectos agradables, placenteros o
valiosos de sus existencias pues consideran que en el marco de sesión sólo tienen
cabida los problemas y/o sufrimientos. Convendría prestar atención a este tipo de
interacciones que pueden retrasar e/o impedir el avance de la terapia.
Para infundir esperanza, un terapeuta debe tener cuidado de no concentrarse
demasiado exclusivamente en lo negativo; una tarea delicadísima, teniendo en cuenta
que el mandato de la terapia es dirigirse a las dificultades del paciente. Una regla tácita
de la terapia es que el paciente hable de sus problemas y… de otros temas también.
Como bien demostró el psicoanálisis el l inconsciente consiste enteramente en
sentimientos, imágenes y deseos reprimidos... reprimidos porque amenazan al yo
consciente. Los sentimientos, imágenes y deseos halagüeños, no amenazadores, no
necesitan represión y por eso se los puede expresar conscientemente. Es por ello por
lo que nos resulta más problemático abordar lo desagradable y doloroso. No obstante
conviene que tengamos en cuenta que no todo aquello que nos cuesta abordar es de
carácter negativo.
Pocas ideas de Freud han sido más cabalmente asimiladas en el pensamiento popular
que el principio de que el inconsciente es esencialmente negativo. Y muchas veces
esto se toma como una verdad indiscutible.
El paciente, en muchas ocasiones, va a descalificar y/o devaluar las observaciones del
terapeuta que van en el sentido de valorar sus capacidades y recursos. En la misma
línea, el un error muy importante que puede cometer hasta el más idóneo de los
terapeutas, es simplemente no advertir un buen resultado de terapia cuando lo ve.
Dada su capacidad para percibir y conceptualizar lo patológico el terapeuta corre el
riesgo de no tomar en consideración las señales que el paciente lanza que son
indicativas de que el proceso ha tocado a su fin.
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De acuerdo con Joseph y Wallerstein (1982) señalan que: “mientras que los terapeutas
han desarrollado un sofisticado conjunto de criterios para identificar y caracterizar la
enfermedad mental, no poseen un conjunto de criterios adecuados ni para identificar la
'salud mental ideal' o para medir el grado de avance que ha logrado un paciente. Los
terapeutas tienen poca preparación cuando se trata de saber qué aspecto tiene la
mejoría de un paciente.”
Cuando un terapeuta está convencido de que la normalidad no existe (salvo como una
ficción tranquilizadora), buscará automáticamente el "lado oscuro" y conflictos ocultos
en cualquiera que parezca ser normal. Esto puede paliarse al considerar la
sintomatología como la forma que cada paciente tiene de hacer frente a su modo de
estar en el mundo. En cierto modo la Psicoterapia Humanista es una firme defensora
de la tendencia a la autoactialización y la regulación organísmica del ser humano. Esto
permitirá que al llegar a finalizar la terapia no se tome como único requisito el haber
alcanzado la “perfección”.
Si alguna vez se encuentra no diciendo a su terapeuta cosas que usted cree lo
lastimarán, lo ofenderán o no serán atendidas, este es un signo de peligro... en
especial si usted ya se ha aventurado antes, en estas áreas, sin éxito.
El principio que hay que recordar es que la terapia marcha bien cuando marcha,
cuando usted percibe un avance, cuando se siente estimulado a decir lo que piensa.
Siendo pues el criterio para dejarla por finalizada, la sensación de que en mis manos
está el ir haciéndome cargo de mi vida y de las dificultas que a lo largo de ella me
encuentre.
La vinculación que terapeuta y paciente construyen a lo largo del proceso terapéutico
es de una intensidad, riqueza y complejidad que no es fácil encontrar otro tipo de
relaciones humanas con las que podamos compararla. La relación de un paciente con
su terapeuta es más intensa que la mayoría de las amistades.
Esto es a la vez que
una ventaja para su efectividad, una dificultad añadida para su cierre.
El peligro real de atarse demasiado a un terapeuta: la terapia puede convertirse
simplemente en una fuga de las duras realidades, en vez de ser el medio para hacerles
frente. Hay que considerar hasta qué punto la terapia es utilizada por el paciente como
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un sustitutivo de otras relaciones y cómo esto hace que se tienda a prolongar el
proceso evitando el que este llegue a su fin. Es preciso confrontar qué es lo que el
paciente está tratando de evitar cuando intentar seguir en terapia más allá de lo
necesario.
No será extraño que aparezcan conflictos y/o problemas más o menos ficticios, los
cuales habrán de ser confrontados por el terapeuta.
Al terapeuta incumbe
contrarrestar esta tendencia incorporada hacia lo negativo, interviniendo activamente
en el flujo asociativo de su paciente.
Como ya hemos dicho es el paciente, no el terapeuta quien fija las metas de su
terapia. Por tanto la decisión de seguir con su terapeuta o irse debe basarse en sus
avances... tanto dentro como fuera de la terapia. Contribuir a que el mundo exterior a
la terapia sea interesante es caminar hacia un final fructífero de la terapia.
Algo que también dificulta el final de la terapia es que el paciente la utilice, con el
conocimiento o no del terapeuta, como una forma de protegerse en relaciones
externas en las que por sí mismo no se atrevería amostrarse.
Cuando sucede el terapeuta ha de clarificar el alcance de su rol de experto. Devolver al
paciente la responsabilidad sobre su vida es darle plazos y claves para finalizar la
terapia.
En la parte final, como señal y como característica la relación entre terapeuta y
paciente se torna más igualitaria. Aquí el terapeuta va apareciendo cada vez más como
un ser humano y no como alguien detrás de un rol. Los estudios confirman el hecho de
que, en un nivel personal, la autorrevelación unilateral -exactamente lo que ocurre en
la terapia- acrecienta la autoridad de quien escucha, mientras reduce la jerarquía de
quien habla.
Lo más importante del proceso en este periodo ya no es que la tarea del terapeuta es
discernir lo que pasa dentro de los pacientes, para luego ayudarlos a hacer estos
descubrimientos por sí solos, sino que estos descubrimientos ya forma parte del bagaje
del paciente que va comprobando su capacidad para desenvolverse sólo.
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Aquí comprobamos que el terapeuta flexible responde
a las preguntas de sus
pacientes dando información suficiente para satisfacer, pero no tanta como para
inquietar.
El tema de los honorarios, y más en tiempos de crisis incide el desenlace y la duración
de la terapia.
La figura del terapeuta se ve cuestionada al cobrar por su labor. Desde un punto de
vista estrictamente emocional, cuando un terapeuta cobra honorarios por sus servicios,
arriesga su posición como alguien que se interesa.
La psicoterapia es una de las relaciones humanas más paradójicas: un terapeuta
parece estar por encima de usted, cuando es, en realidad, su empleado.
Cualquier problema particular que el paciente esté elaborando en terapia tenderá a
reflejarse en sus sentimientos hacia los honorarios del terapeuta, cada paciente
tenderá a tener una actitud y una conducta propias cuando se trata de pagar la
cuenta. Y esto incidirá en cuánto debe durar la terapia.
La sensación de incapacidad y dependencia que para muchos pacientes representa el
acudir a terapia explica el hecho de que muchos de ellos dejen la terapia en
transiciones de vida fundamentales, como casarse, comprar una casa y tener hijos,
implica que, para ellos, poner fin a la terapia se vincula psicológicamente con dejar la
inmadurez... sea cual fuere su edad cronológica en el momento.
Como criterio general para que podamos considerar que una terapia ha finalizado
vamos a dar algunos rasgos, dando por sentado la relatividad de los mismos
↘ El sentido de la psicoterapia, no es erradicar conflictos, sino domar los instintos que
los producían en primer lugar.
↘ La verdadera meta de la psicoterapia no es desalojar para siempre el conflicto, sino
lograr que pierda su acerbidad.
↘ Llegar al punto en que los pesares y los dolores pasados ya no le impiden a uno
seguir adelante.
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La distinción tradicional entre el cambio estructural logrado mediante el análisis de
conflictos, y el cambio de comportamiento logrado mediante el apoyo y el estímulo del
terapeuta, es falso. El cambio de comportamiento es un cambio real y dura lo mismo.
Además, el cambio de comportamiento parece incluir también cambio estructural.
Cuando el paciente está convencido de que la única norma correcta para terminar es el
cambio estructural, acaso piense que el mejor juez es su terapeuta. En fin de cuentas,
cuando se toma la decisión de terminar una terapia, es mejor atenerse a las normas de
cambio en el comportamiento.
Algunos terapeutas sostienen que todo cambio en un sueño recurrente es un
indicio de cambio estructural. (Johnson, 1990)
La terapia ayuda a tantas personas que si con un paciente no funciona, es posible que
esté emparejado con el terapeuta equivocado.
De un modo general, la terminación, incluso una "buena" terminación, duele. Por
consiguiente, una buena terminación se maneja con delicadeza. Típicamente el
paciente, no el terapeuta, ha suscitado la cuestión de poner fin a la terapia. Aunque
convendría que fuera el terapeuta, en la medida que más vale que falte una sesión a
que sobre media.
Responder al deseo expreso de un paciente de dejar la terapia es un asunto difícil para
los terapeutas porque muchos pacientes, acaso todos los pacientes en uno u otro
momento, hablan de dejar la terapia cuando en realidad no quieren hacerlo.
Para terminar la terapia hay dos enfoques habituales, pero el consenso general dentro
de la profesión está en contra del 'destete' y en favor de fijar una fecha. El destete
significa que el paciente cesa poco a poco, reduciendo la cantidad y frecuencia de las
sesiones.
Fijar una fecha para la última sesión poco después de iniciarse la fase de terminación
la vuelve real. Y muchos terapeutas han comprobado que parte de la tarea más
productiva de terapia tiene lugar durante una terminación, bajo la presión de un final
inminente.
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Cuando se termina se pone en claro que el terapeuta seguirá estando allí. Ofrecer esta
confirmación es, en sí mismo, un acto de generosidad por parte del terapeuta.
La puerta abierta no hace menos real la pérdida al dejar la terapia; solamente menos
calamitosa.
La última sesión es importante en la medida en que supone el puente entre ser
paciente y no ser paciente.
Una acción importante que puede efectuar el terapeuta es abstenerse de tratar como
síntomas las actitudes finales de su paciente.
Hay algunos ejemplos de acciones y actitudes que se producen al ir llegando al final de
la terapia:
↘ La última sesión de terapia es, de hecho, una puesta en libertad para volver a la vida
real.
↘ Dar consejos es una reacción habitual a la terminación entre los terapeutas.
↘ Al dejar la terapia, ciertas sensaciones son universales: congoja y ansiedad, además
de entusiasmo por el cambio próximo con todas sus posibilidades.
↘Otra respuesta habitual a la terminación es devaluar toda su experiencia terapéutica.
↘ Devaluar la terapia es una manera hábil de disminuir el dolor de la separación: de
todos modos, su terapia (y su terapeuta) nunca han servido para nada, ¿por qué
entonces le va a importar que termine?
En el caso de la terapia de grupo hay algunas particularidades:
↘ Dejar la terapia grupal se sitúa en una categoría propia. La terapia grupal satisface
más necesidades sociales que la terapia individual, y es, en consecuencia, más
complejo dejarla.
El formato de la terapia individual es mucho más insular; la situación grupal ofrece una
enorme gama de gratificaciones.
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↘ En términos de transferencia, el grupo sustituye a una familia, repleta de todas las
relaciones comunes: progenitores, hermanos, rivalidades fraternas.
↘ La cohesión y la estabilidad de un grupo son esenciales para su éxito, y cuando un
integrante se va, esto sacude al grupo.
↘ Cuando se deja un grupo la sensación de pérdida es absoluta.
Cuando es el terapeuta el que propone la finalización de la terapia porque percibe que
ya es tiempo de que el paciente se vaya se plantean las disyuntivas más complejas.
Está claro que para que una terminación propuesta por un terapeuta funcione el
paciente debe finalmente quedar 'activamente implicado' en la decisión. No sirve para
mucho la imposición de una decisión unilateral.
En el caso que el finalizar la terapia se corresponda con una incapacidad o
imposibilidad del terapeuta, ha de quedar claro que no es que el paciente sea incurable
y por tanto es muy aconsejable derivarle a otro colega o facilitarle algunos nombres de
profesionales que puedan atenderle. Si esto no se hace los resultados pueden ser
devastadores.
Para que sea una experiencia constructiva, la terminación de la terapia debe conceder
al paciente tiempo de sobra para preparar la inminente separación y enfrentarse a ella.
Una terminación formal es parte de la terapia, de modo que si se pospone
indefinidamente, se priva al paciente de una parte de la experiencia global de la
terapia.
Las sesiones dedicadas a abordar minuciosamente la terminación propuesta deberían
ayudar al paciente también a librarse de la sensación de ser movido pasivamente de
un lado a otro por un terapeuta todopoderoso. Se trata de que al finalizar el proceso el
paciente experimente una sensación de autonomía, para que esto sucede es
conveniente una actitud apropiada por parte del terapeuta.
Fijar la fecha es especialmente útil en este proceso, que sea el paciente, aun a
sugerencia del terapeuta es lo más recomendable. Cuando es el paciente el que
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concreta la fecha precisa de su sesión final, actúa, y la capacidad de actuar es una de
las metas universales de una psicoterapia eficaz.
Una dificultad que puede surgir cuando el paciente no está preparado en absoluto para
irse pero la terapia se termina es que pueden aparecer todo el espectro de emociones
desdichadas:
ira,
tristeza,
sentimientos
de
rechazo
y
abandono,
furia.
La
responsabilidad del terapeuta si es que todavía está en relación con el paciente es
facilitarle el tránsito a otro profesional.
Conviene resaltar, para ir finalizando alguna de las situaciones problemáticas en el
finalizar la terapia.
Cuando un terapeuta que no quiere soltar a su paciente se verá tentado a emplear
tácticas sutiles (y a veces no tan sutiles) para retenerlo a usted en su lugar, y en
algunos casos cederá a la tentación. Y esto convendría que el terapeuta en su
obligación ética con el paciente lo abordara en su supervisión.
El abuso de poder, que esto supone, tendrá lugar en el plano del gesto simbólico, el
comentario ambiguo, la amenaza velada... tácticas que pueden ser inconscientemente
desplegadas por un terapeuta que, por lo demás, es profesional y solícito.
En cambio, un buen terapeuta estimulará al paciente a hacerse responsable por su
vida, a comprender su propia responsabilidad en causar o mantener sus propios
problemas, y a ver que errores ha cometido sin saber que los cometía.
Otra táctica o actitud que pueden adoptar los terapeutas es la evitación, o eludir
simplemente la cuestión de la terminación. Una vez más la supervisión y el
cuestionamiento del desempeño profesional pueden contribuir a que el final de la
terapia resulte enriquecedor para el paciente y también para el terapeuta.
En el caso de una discrepancia entre terapeuta y paciente conviene que sea la opinión
del paciente la que resulte la de mayor peso y sea la más valorada. No tiene sentido
continuar un proceso terapéutico en el que alguna de las partes no desea permanecer.
Del mismo modo forzar el fin de una terapia sin que el paciente esté convencido en
alguna medida de que es capaz de vivir de forma autónoma no parece recomendable.
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También puede interferir en llegar al final de la terapia abordar temas o cuestiones que
en principio no estaban incluidas en el contrato o proyecto terapéutico. Esto puede
provenir tanto por parte del paciente como del terapeuta.
En el caso que sea el paciente el que lo incorpora a la terapia conviene clarificarlo para
así decidir si se continua más allá o si se finaliza el proceso, pero siempre con el
conocimiento de ambas partes.
Cuando es el terapeuta el que amplía el ámbito de su intervención conviene que lo
aborde en su supervisión y sobre todo que se haga manifiesto en la sesión terapéutica
para que el paciente sea consciente y exprese su opinión.
Con frecuencia un terapeuta que interpreta el deseo de su paciente de irse como típico
de algún problema mayor que este tiene en la vida puede estar ejerciendo un exceso
de análisis.
Muchos pacientes que han dejado la terapia contra el consejo de su terapeuta
informan que uno de los principales obstáculos para hacerlo es que necesitan su
aprobación. (Johnson, 1990)
Como casi todos los pacientes quieren que se les considere "buenos pacientes", el irse
contra los deseos de su terapeuta puede equivaler emocionalmente a perder la
indulgencia terapéutica. Esto corresponde al terapeuta plantearlo para facilitar una
salida lo más saludable posible.
La psicoterapia puede ser tan poderosa, tan abarcadora, que salirse de ella se siente
como aventurarse en un terreno ignoto.
El primer descubrimiento del paciente en las semanas y en los meses posteriores a la
terapia es que usted puede, en realidad, funcionar muy bien sin terapia. Eso significa
que se ha finalizado adecuadamente el proceso terapéutico.
También puede suceder que en los primeros días posteriores a la terapia, algunos
pacientes se sientan peor, sí. No es inusitado pasar por una especie de duelo, y los ex
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pacientes desarrollan diversas maneras de abordarlo. Entra dentro de lo coherente con
una despedida.
Una buena terminación requiere la cooperación del terapeuta.
A juzgar por el avance que muchos pacientes efectúan únicamente al dejar la terapia,
estas semanas y meses merecen verse como una parte específica e importante de la
terapia... como la etapa final concreta de una terapia bien hecha.
Las personas necesitan un periodo post terapéutico para asimilar todo lo que ha
pasado en terapia: para hacer propio este material, aparte de la sesión terapéutica y la
esfera de influencia del terapeuta, para incorporarlo en sus vidas cotidianas normales.
(Johnson, 1990)
Lo que
ocurre
en
el
periodo
posterapéutico
es
un
proceso
cognitivo
de
reordenamiento. Este periodo permite que tenga lugar un 'olvido' crucial. Durante este
periodo se esfuman las ideas y percepciones menores, mientras que permanecen las
tomas de conciencia verdaderamente profundas.
Que su terapeuta lo estimule, como parte de una terapia en marcha, para que se
sostenga solo, no es finalmente lo mismo que simplemente sostenerse solo.
Intrínsecamente, el encuadre terapéutico sitúa al terapeuta en una posición parental.
Y lo sitúa a usted, el paciente, en la posición del niño. Acaso llegue usted a ser un niño
muy sabio y adulto, pero un niño adulto es una clase diferente de adulto puro y simple.
Y esa es la meta al dejar la terapia: llegar a ser un adulto puro y simple. Llegar a ser
un adulto significa hacer las paces con los adultos a quienes usted ha conocido y
amado, o a quienes ha odiado y contra quienes se ha rebelado; hacer las paces, o al
menos ajustar las cuentas, con sus verdaderos padres. Una terapia 'consumada' puede
ayudar a lograr esa paz.
Como final y de una forma metafórica me gustaría citar a Leonardo Boff (1998) quien
afirma: “Los maestros referenciales despiertan en nosotros virtudes latentes. Nos
ayudan a evitar engaños y errores. Sustentan la esperanza de vale la pena seguir
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luchando. Impiden que el desánimo tome cuenta de nuestra vida. Alimentan
permanentemente con el óleo de la confianza, de la solidaridad, del perdón y del
enternecimiento la lamparilla sagrada que arde en nosotros. Así siempre habrá luz en
nuestro camino.”
Si nuestros pacientes cuando finalizan su terapia llegan a experimentar algo parecido a
lo que nos sugiere Boff, podremos decir que ha valido la pena el proceso terapéutico
tanto para nuestro paciente como para nosotros mismos como terapeutas.
Bibliografía
▪ Andolfi, Maurizio. “La terapia con la famiglia”. Astrolabio Ubaldini editore. Roma.
1977. Versión cast. “Terapia familiar”. Paidós. Bs. As. 1994.
Boff, L. (1998). El águila y la gallina. Una metáfora de la condición human: Editorial
Trotta. Madrid.
▪ Johnson, Catherine (1990) Cuándo terminar con el terapeuta. Javier Vergara Editor.
Buenos Aires, 199O.
▪Joseph E.D. et Wallerstein R.S. (1982) (collectif): Psychotherapy: impact on
psychoanalytic training. The influence of the practice and theory of psychotherapy on
Education in psychoanalysis (International Psycho-Analytical Association. Monograph
series, number 1). New York, International Universities Press, p. 174.
▪ Perls, F., Hefferline, R. y Goodman, P. (1951). Gestalt Therapy. Excitement and
Growth in The Human Personality. Traducción al castellano por: Vázquez, C., bajo el
título: Terapia Gestalt: Excitación y Crecimiento de la Personalidad Humana. Ediciones
Impresiones de Galicia S.L., Oleiros. Los Libros del CTP. Madrid. 2001.
▪ Rogers, Carl R. (1986) Psicoterapia centrada en el cliente: práctica, implicaciones y
teoría. Ediciones Paidós Ibérica, S.A. Madrid. 2011.
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▪ Vaihinger, Hans. (1913)
Die philosophie des als ob. Scentia verlag Aalen.
Darmstadt.1986.
▪ Yalom, I (). El don de la terapia. Ediciones emecé. Buenos Aires.
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