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Incipit. Curso en línea de latín básico
Carles Padilla; Josep Lluís Teodoro
Ampliación 2.1.
La sociedad romana arcaica. De la gens al Estado. La
supremacía romana en el Lacio.
La leyenda de la fundación de Roma
Los romanos acostumbraban a contar que un fugitivo troyano, Eneas, había
llegado al Lacio con un grupo de refugiados, había luchado por establecerse en
esas tierras, y finalmente había llegado a un pacto para unir a su pueblo con
los súbditos del rey Latino, con cuya hija Lavinia se casó. La leyenda tradicional
fecha estos acontecimientos alrededor del año 1180 aec.
Del matrimonio de Eneas con Lavinia nació Silvio, que fundó la ciudad de Alba
Longa, en el centro del Lacio. Los descendientes de Silvio reinaron sobre el
Lacio casi 400 años hasta llegar a Procas. Éste tuvo dos hijos, Numitor y
Amulio. El primero, legítimo heredero, fue depuesto por su hermano menor,
Amulio, que también obligó a la hija de Numitor a permanecer virgen
consagrándose a la diosa Vesta.
Sin embargo, Rea Silvia, la joven consagrada, quedó encinta del propio Marte y
tuvo dos gemelos, que Amulio hizo abandonar en el río Tíber. Los niños,
encontrados por un pastor mientras eran amamantados por una loba, fueron
llamados Rómulo y Remo, y se convirtieron en los cabecillas de una banda de
expatriados de orígenes diversos. Cuando conocieron su origen, marcharon
con ellos sobre Alba y repusieron a su abuelo Numitor en el trono. Para ellos
mismos, sin embargo, decidieron fundar una nueva ciudad en el terreno donde
habían sido hallados por el pastor, en uno de los últimos vados naturales del río
Tíber antes de su desembocadura.
Una vez más, la leyenda tradicional nos
proporciona la fecha: El 21 de abril del 753 aec,
los dos hermanos subieron a sendas colinas
para observar la voluntad de los dioses según
el vuelo de las aves.
Remo, desde la colina del Aventino, observó
seis aves de buen agüero, pero Rómulo, desde
la colina del Palatino, vio doce, y el honor de la
fundación le correspondió a él. Según el ritual
latino, Rómulo labró con una yunta de bueyes
un recinto cuadrado en la cima del Palatino —la
Roma Quadrata—, levantando el arado en el lugar donde se tenían que
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emplazar las cuatro puertas de la ciudad. Quizá por despecho, Remo se burló
del ceremonial y saltó el surco que consagraba el territorio de la ciudad.
Rómulo o alguno de sus ayudantes, sintiéndose ofendidos, mataron a Remo
con un golpe de pala.
De este modo, Rómulo se convirtió en el primer rey de Roma, ciudad a la que
fueron llegando refugiados y prófugos de las ciudades cercanas. Para
organizar el cuerpo cívico de la nueva ciudad, Rómulo, según la tradición,
nombró cien patres, representantes de las principales familias, a los que otorgó
tierra y un puesto en el senado. Ellos constituyeron el núcleo del nuevo estado
y de la clase social dominante durante el periodo arcaico, los patricios, los
únicos que poseían derechos políticos.
Puesto que no había mujeres suficientes para que sus habitantes formaran
familias, Rómulo invitó a los poblados vecinos a una fiesta. Acudieron sobre
todo los habitantes de una colina cercana, el Quirinal, que no eran latinos, sino
de otra rama itálica, sabinos. Cuando los vecinos, confiados, acudieron con sus
mujeres e hijas, los romanos secuestraron a las jóvenes y las violaron para
convertirlas en sus esposas. Los sabinos, que se retiraron para salvar su vida
en un primer momento, volvieron después armarse para recuperar a sus hijas,
pero éstas, según la leyenda, se interpusieron entre los dos bandos e
impidieron el combate. Surgió de ese modo una monarquía dual en la que
Rómulo y Tito Tacio, el rey sabino, se repartieron el poder.
La diarquía duró poco tiempo, y a la muerte del rey sabino, Rómulo siguió
reinando en solitario. Su carácter cada vez más autoritario, y la atención que
prestaba al trono de Alba Longa, que heredó de su abuelo, lo hicieron odioso a
los patricios, hasta que, durante una revista militar, desapareció
misteriosamente en medio de una tormenta en el 38º año de su reinado.
La sucesión de Rómulo fue complicada; los senadores no se ponían de
acuerdo, y se turnaron en el poder en un sistema llamado interregno. El pueblo,
sin embargo, exigía un jefe militar permanente, y finalmente fue elegido Numa
Pompilio, respetado por su sabiduría y bondad.
Según los datos arqueológicos, las colinas donde más tarde se alzó Roma
fueron pobladas antes de la fecha de la fundación de Rómulo, lo que coincide
con la narración de Virgilio en la Eneida, que habla de una población anterior,
Palanteo, a la que el poeta atribuye orígenes griegos. Los restos sugieren que
el Palatino fue el primero en ser habitado; a continuación el poblado abrazó el
Esquilino, para extenderse más tarde al Aventino, Capitolino, Quirinal y Viminal.
Los descubrimientos recientes revelan que el Germalo, una de las cimas del
Palatino, fue sede de un poblado en el siglo IX aec. Las viviendas, circulares o
elípticas, estaban protegidas por una cerca. Este es posiblemente el origen de
la Roma Quadrata de Rómulo.
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La sociedad de la Roma primitiva
El estado romano en su inicio carecía casi completamente de estructuras
estables. El senado, que acompañaba al rey en sus decisiones, era la simple
representación de los patriarcas de las familias más importantes. El ejército
estaba constituido por los miembros de esas mismas familias, porque no había
una institución de defensa estatal. La gestión de las zonas comunes, como
calles, caminos, prados y dehesas, recaía en funcionarios públicos que se
nombraban para la ocasión, sin formar todavía una administración pública
permanente.
Los grandes grupos familiares, las gentes, que compartían un antepasado
común y un nomen —apellido de familia—, fueron al principio las propietarias
de la tierra de labor que incluía el naciente estado romano. En una sociedad
fundamentalmente agraria y con una economía autárquica que comerciaba
poco con lugares alejados, solo la propiedad de la tierra otorgaba el derecho a
la participación en la gestión de los asuntos del Estado.
En su rápido proceso de expansión, Roma aumentó su población con el
traslado a la ciudad de parte de los habitantes de las ciudades conquistadas,
como ya hizo el propio Rómulo las poblaciones vecinas de Cecina y Cameria.
Estos nuevos habitantes, que no pertenecían a ninguna de las gentes o
familias extensas, no eran considerados parte del populus (el pueblo
organizado como cuerpo político y militar), sino que constituían la plebs,
ciudadanos sin derechos políticos. Inicialmente los plebeyos ejercían oficios
manuales, regentaban comercios o trabajaban para los patricios, en un régimen
de dependencia llamado clientela, pues sus gentes no habían tenido acceso a
la tierra en el momento de la fundación de la ciudad. Más tarde fueron
adquiriendo lotes de tierra, y crearon sus propias redes clientelares. La clientela
era un vínculo que unía a un patronus, persona poderosa y perteneciente al
cuerpo ciudadano, con un cliens, persona menos poderosa, que podía ser tanto
patricio como plebeyo.
La clientela
El patrono debía al cliente protección y asistencia; el cliente tenía que presentar
sus respetos al patrono, ponerse a su disposición tanto en la paz como en la
guerra, secundar sus proyectos políticos y solicitar su consentimiento para
trabajar fuera del ámbito económico de la familia de éste. Algunas familias
patricias tuvieron un elevado número de clientes, lo que constituía un honor y
una importante manifestación de poder.
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La organización gentilicia substituía en muchos casos al Estado, pues el
régimen de clientela aseguraba una cierta asistencia a los miembros menos
favorecidos de la estructura. A su vez, servía para incorporar en el juego
político a un cuerpo de ciudadanos poco influyentes y económicamente débiles
que de otro modo no hubieran tenido ninguna influencia en las decisiones del
Senado y del estamento dominante.
No obstante, la plebe presionó para conseguir derechos políticos; alrededor del
500 aec, ya durante la República, la población plebeya superó en número a la
patricia, porque seguían llegando nuevos habitantes a la ciudad. Al agudizarse
el conflicto en 494 aec, los plebeyos salieron de Roma y se instalaron a pocas
millas de la ciudad, en el Monte Sacro. Se negaron a realizar el servicio militar
y a pagar impuestos en Roma. Este abandono de la ciudad fue llamado la
“Secessió Plebis”, la secesión de la plebe. En el Monte Sacro, los plebeyos
eligieron en asamblea a dos representantes, los tribunos de la plebe. Los
patricios se avinieron a un pacto, que dio como resultado la promulgación de
las leyes de las Doce Tablas (450 aec), que sin embargo seguían prohibiendo
los matrimonios entre patricios y plebeyos y limitando el acceso de estos a los
cargos públicos.
Los avances de los plebeyos continuaron con las leyes Liciniae-Sextiae (397
aec), que permitían que uno de los cónsules fuera plebeyo, a la vez que se
desdoblaron también otras magistraturas para permitir el acceso a los
plebeyos.
La expansión territorial como factor de cambio
La monarquía romana duró hasta
el 509 aec y tuvo siete reyes,
según la leyenda: Rómulo (753717 aec.), Numa Pompilio (716674 aec.), Tulio Hostilio (673-642
aec.), Anco Marcio (641-617
aec.), Tarquinio Prisco (616-578
aec.), Servio Tulio (578-534 aec.)
y Tarquinio el Soberbio (534-509
aec.).
Durante
este
periodo
la
extensión del Estado romano
creció hasta alcanzar toda la
cuenca baja del río Tíber y las Colinas Albanas, donde se había levantado Alba
Longa, la ciudad de origen de Romulo y Remo.
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La expansión territorial romana fue continuada y podríamos decir que
constituyó una razón de Estado desde el primer momento. La primitiva ciudad
de Roma, sin territorio y con una población casi exclusivamente masculina,
sometió a las aldeas vecinas para asegurar su existencia. Más tarde luchó
contra los vecinos más poderosos, los etruscos que se asentaban al norte del
río Tíber para ampliar su territorio de cultivo y el control de las rutas
comerciales.
El guerra contra Alba Longa tuvo motivos políticos, porque siendo esta ciudad
la más poderosa del Lacio, someterla significaba hacerse con la jefatura de las
ciudades latinas y controlar el culto a Júpiter Lacial, que daba a Roma la
posibilidad de extender su influencia sobre otras ciudades de su entorno.
Para mantener este esfuerzo militar constante, el Estado romano tuvo que
crear unas estructuras militares estables, con una organización que iba más
allá de la primitiva reunión de los ciudadanos libres agrupados en las gentes
tradicionales. De este modo, el vínculo de clientela perdió un poco de su poder,
y los plebeyos vieron aumentar su influencia en el gobierno de la ciudad al
convertirse en elementos necesarios para el desarrollo de la política del
Senado.
La expansión territorial fue, desde ese punto de vista, un elemento de
modernización, forzó a la creación de estructuras estatales y hizo de Roma una
sociedad más dinámica que las ciudades de su entorno, con capacidad para
asimilar nuevos habitantes y para enriquecerse con nuevas incorporaciones
culturales.