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La cocina filosofica de Crêpe Suzette 46 Ingredientes: Mantequilla Azúcar Zumo de naranja Licor de naranja Ocio Admiración Modo de preparación: Se rellenan las crepas con la mantequilla Suzette, se flamean con el licor de naranja despidiendo una enorme flama que cause gran admiración. Las crepas Suzette consisten en una fina tortilla rellena con beurre Suzette (mantequilla Suzette): una mezcla de mantequilla, azúcar, zumo de mandarina o naranja y triple sec (o licor de naranja). El éxito de este platillo se debe no tanto a su sabor, sino al asombro que produce el flameado. Recuerdo bien la primera vez que vi cómo preparaban crepas Suzette, la emoción que me causó aquella enorme flama, el calor que se sentí, y mi admiración por el chef que llevó a cabo la faena. Cuentan que dicho postre fue inventado por el chef Henry Charpentier, y que el famoso flameado surgió a raíz de un accidente: un poco de licor cayó en la sartén y creó una enorme flama que dejó maravillados a los comensales. Si lo que más disfrutamos de este platillo es la admiración que nos causa, cabe preguntarnos: ¿qué es la admiración? La palabra admiración deriva del latín admiratĭo, ōnis, y se refiere al acto de causar sorpresa a la vista o consideración de algo extraordinario o inesperado. La admiración es el efecto que se suscita, que surge. No comprendemos la admiración como algo que siempre ha estado ahí, sino como algo abrupto, súbito, que apareció a partir de la percepción de lo desconocido. Es una experiencia repentina. Cuando hay admiración, necesariamente hay conocimiento. Nos asombra algo que desconocíamos o que re-conocemos repentinamente. Nos gusta por la sorpresa y porque, como bien señala Aristóteles, “todos los hombres tienen el deseo de saber”. Este apetito encuentra placer en una primera fase: las percepciones que nos ofrecen los sentidos externos (el gusto, el tacto, el olfato, el oído, pero principalmente, la visión). No sólo para el trabajo, sino también para andar de ociosos preferimos el sentido de la vista. He ahí el éxito de la televisión. Antiguamente, cuando no existía la televisión, el cine ni ningún entretenimiento visual de tipo tecnológico, los hombres solían admirarse con las cosas simples de la naturaleza: los árboles, las estrellas, el mar, los insectos, las estaciones del año, el fuego, la lluvia y el atardecer. 47 Muchos han dicho que el ocio es el padre de todos los vicios, no obstante, la filosofía nació cuando el hombre se encontraba en reposo. El ser humano sólo es capaz de reflexionar en los momentos de calma. Al volverse sedentario, tuvo tiempo para descansar; fue capaz de reflexionar sobre la realidad existente y dio paso a la filosofía. El individuo que se dedica a la admiración y a la contemplación es diferente del hombre activo porque, en lugar de producir, gusta de abstraerse para crear algo totalmente inútil y ocioso. El placer que le brindan las percepciones y el conocimiento inmediato dista de cualquier valor pragmático. Siente agrado por el conocimiento y disfruta de la percepción independientemente de su utilidad. 48 El arte y la filosofía comienzan donde termina el interés por el provecho, y se engrandecen con el gusto por la cosa misma. La fascinación y el interés por la verdad son el auténtico motor del artista y el filósofo. Dicho encanto sólo es posible en un estado de ocio y, en muchas ocasiones, de soledad. La actividad nos aliena de nuestros pensamientos; el reposo nos ofrece dos cosas: la preocupación y la reflexión. Cuando el hombre inteligente se enfrenta al ocio, es capaz de reflexionar y crear. Aristóteles asumió que las artes y la filosofía no nacieron de los momentos de actividad, cuando el hombre cosechaba o forraba zapatos, sino de los momentos de calma que le daban tiempo para admirarse. La cocina y la filosofía comparten la admiración y la calma que llevan a la reflexión. No hay nada más placentero que admirarse con un cielo estrellado, una obra literaria o un cuadro… y qué mejor que hacerlo mientras se disfruta de un maravilloso postre. Bien decía Sor Juana: “Si Aristóteles hubiera sabido cocinar, muchos y mejores libros habría escrito”. Patricia Garza Peraza