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Cristianismo y filosofía Introducción La cultura clásica llega a su fin con la caída del Imperio Romano. Al final de éste, en el mundo occidental, se pierde gran parte de la aportación cultural del período clásico. Muchas obras de filosofía, de literatura, etc., desaparecen para siempre. La gran Biblioteca de Alejandría, donde se hallaban casi todas las obras de la Antigüedad, fue incendiada tres veces. Pero poco a poco fue surgiendo una nueva cosmovisión, una nueva concepción del hombre y del universo. Esta nueva cosmovisión tiene como uno de sus componentes fundamentales a la religión cristiana. Evidentemente, no todo es nuevo, muchos de los elementos de esa religión están tomados del mundo clásico. El cristianismo no es una filosofía, es una religión revelada. Esto quiere decir que gran parte del contenido y mensaje de esta religión procede de Dios, ha sido comunicada por Dios a los hombres. Se ofrece como una doctrina de redención, de salvación y de amor y no como un sistema teórico de la realidad. El cristianismo es el «camino hacia Dios» y no un sistema filosófico. Las creencias de la religión cristiana no son fruto de la investigación ni de la reflexión abstracta, sino de la revelación divina y, por tanto, de la fe. La filosofía, por su parte, pretende ser una investigación autónoma, racional y teórica que busca una interpretación de la realidad. Ante esta diversidad de actitudes: ¿es posible una filosofía cristiana? Ya que la religión cristiana exige la creencia en entidades cuya existencia no podemos demostrar y en gran medida pretende que abandonemos la reflexión crítica a favor de la fe (dogma de la Trinidad o de la Inmaculada Concepción) ¿son compatibles filosofía y religión cristiana? Aunque son dos actitudes distintas, lo cierto es que durante gran parte de la historia de la filosofía (el período medieval) ha existido una conjunción entre ambas. Vamos a explicar cómo se produce el acercamiento entre ambas posiciones y cuáles son los resultados más destacados de dicho encuentro. Aspectos fundamentales del cristianismo La filosofía griega gira en torno a una reflexión sobre la naturaleza, sobre el ser de las cosas. El cristianismo aunque continúa en esta línea va a introducir una división fundamental en la realidad: Dios y las criaturas, el Creador y lo creado, de manera que van a constituir dos ámbitos de la realidad completamente distintos. Dios es un ser necesario, trascendente, único, eterno e inmutable, omnisciente, omnipotente e infinitamente bueno. En la Biblia Dios dice: «Soy el que soy» o, en otras traducciones «Yo soy el que es» El hombre es un ser creado, es decir su existencia depende de Dios, a él se la debemos. Pero, además el hombre es una criatura especial puesto que es el hijo de Dios y esto lo hace radicalmente distinto al resto de los seres creados. Está dotado de conciencia, interioridad reflexiva y libertad, pero su naturaleza es débil y como carece del saber absoluto y le falta voluntad es, ante todo un pecador. El fin último del hombre es la salvación, la redención de su naturaleza mortal. Pero dicha salvación no puede ser alcanzada por sus propios medios y necesita de la gracia divina para alcanzarla. 1 Principales creencias de la filosofía cristiana que chocan con la cultura y la filosofía clásica: a) La religión cristiana es monoteísta frente al politeísmo tradicional griego. Las religiones clásicas solían ser más “tolerantes” con las otras religiones puesto que rápidamente asimilaban sus dioses a los de la otra religión o los incorporaban al panteón. Esto no puede ocurrir con las religiones monoteístas como la cristiana o la musulmana. b) Según la religión cristiana Dios se hace hombre, se sacrifica, sufre y muere por los hombres. En las religiones clásicas los dioses son «los felices» como se los denomina una y otra vez en la Iliada y en la Odisea, no tiene sentido que un dios sufra y que se sacrifique por los seres humanos. c) La religión cristiana aporta una concepción lineal de la Historia. Dios creó el mundo en el origen de los tiempos, nos envía a su Hijo y comienza la Historia de la Salvación que acabará con el Juicio Final, la resurrección de los muertos y la comunión de los santos. El punto central de esta Historia salvífica es la llegada de Jesucristo, de ahí que para los cristianos, para el mundo Occidental el año cero coincida (al menos en teoría) con el nacimiento del Mesías. d) La noción de creacionismo: Dios lo ha creado todo a partir de la nada. Esto no tenía sentido para la filosofía griega. Esta noción implica, además, la omnipotencia divina, el Dios cristiano todo lo puede incluso puede alterar el curso normal del Universo (recuérdese la separación de las aguas del mar Rojo) y modificarlo a su antojo. Los dioses griegos tenías sus limitaciones, incluso el algunas épocas se dijo que podían estar sujetos al destino. Esta omnipotencia va a tener graves implicaciones: Guillermo de Ockham llegará a afirmar que lo que es bueno es bueno porque así lo ha establecido Dios, de modo que si Él quisiera podría convertir el asesinato, el robo, el adulterio, etc. en algo bueno (es lo que se conoce como voluntarismo divino). e) Las religiones clásicas carecen de la noción de pecado. En el pensamiento cristiano el error, la falta no es fruto de la ignorancia sino de la maldad humana. Aunque en el pensamiento clásico el mal no siempre es atribuible a la ignorancia, sino también a la avaricia, lujuria y demás debilidades humanas nunca se llegó a considerar que el hombre es malo por naturaleza, que su naturaleza es “defectuosa” . Para un cristiano todo hombre es un pecador, todo hombre está manchado por el pecado original. f) La religión clásica es una religión basada en los ritos, no en la fe. La religión cristiana es fruto de la fe interior, de una creencia honda y profunda en una realidad trascendente, por eso se puede llegar a morir por ella. Estas divergencias esenciales entre una y otra cultura no habrían representado demasiados cambios si, en primer lugar, la religión cristiana no se hubiera convertido en la religión oficial del Imperio y si, el mensaje cristiano no hubiese pretendido ser la única verdad, en todos los ámbitos, el único modelo de vida a seguir: «Yo soy la verdad y la vida». Al afirmar esto no tuvo más remedio que enfrentarse con la filosofía clásica que tenía otra concepción de la vida y de la verdad. 2 El encuentro entre el cristianismo y la filosofía se produce durante el Imperio Romano. La religión cristiana fue considerada en principio como una secta y tolerada hasta Nerón. A partir de entonces fue perseguida con diversa intensidad. Con Constantino se convirtió en religión del Imperio (edicto de Milán, 313; Concilio de Nicea, 325). Con Teodosio I se consumó el triunfo definitivo del cristianismo. Acercamiento del cristianismo a la filosofía La religión cristiana tenía pretensiones universalistas, y aunque en un principio fue un mensaje dirigido a los judíos exclusivamente, posteriormente, tras la diáspora de Jerusalén, la religión cristiana adoptó un sesgo universalista y pacifista. Para convencer a los paganos y ateos de la verdad de la fe había que hacerles comprender el mensaje de Jesucristo y para ello: - Se traduce al griego el mensaje cristiano. En ésta lengua abundan ya los términos filosóficos y los cristianos tienen que verter su mensaje sobre dicha lengua, tienen que adaptar el mensaje cristiano a los conceptos que había creado el saber filosófico. - Se intenta convencer a los filósofos, intelectuales y gente culta en general del mensaje cristiano, y para ello hay que usar sus mismas expresiones y responder a las problemáticas que éstos plantean. - Para todo lo anterior se necesita el aparato conceptual, retórico, lógico y argumentativo desarrollado por la tradición filosófica. Hasta el s.II, aproximadamente, se esperaba el regreso inminente de Cristo, por lo que sólo era necesario defender la doctrina cristiana (los apologistas). Pero poco a poco se plantea la posibilidad de que dicho regreso no tiene por que ser inminente, y surge entonces la necesidad de asentar y explicitar de manera definitiva el mensaje cristiano para poder discernir entre las distintas interpretaciones que van surgiendo y las diversas herejías. Debido a esto se acentuará más la necesidad de recurrir a la filosofía, generándose así la llamada filosofía cristiana. Actitud de los primeros pensadores cristianos ante la filosofía Actitud adversa: Tertuliano. Estos autores rechazaron la filosofía y el saber clásico en general porque consideraban que todo el saber procedente de los paganos era perjudicial para un buen cristiano. Argumentos: a) la verdad contenida en el mensaje cristiano es suficiente para la salvación por lo que no es necesario conocer nada más, no necesitamos la filosofía y ésta sólo puede representar un mal porque en ella o todo es mentira o, si hay mezcla de verdad y de mentira puede hacernos dudar de la verdad fundamental del mensaje cristiano b) el robo de los filósofos. En la filosofía no hay ninguna verdad distinta a la del cristianismo puesto que lo único que de cierto hay en ella, lo robaron los filósofos a los antiguos profetas y por lo tanto no la necesitamos. 3 Actitud benévola: Los principales representantes de esta actitud son: Clemente de Alejandría y San Justianiano. Casi todos son conversos, es decir, paganos educados en la cultura clásica y convertidos a la nueva religión Argumentos: a) Teoría de la culminación del pensamiento anterior. El cristianismo recoge las verdades fundamentales del pensamiento clásico ofreciendo una elaboración más veraz del mismo b) El robo de los filósofos. Antes de le llegada de Cristo, Dios ya se había revelado a los hombres. Los filósofos conocieron dicha revelación y la reelaboraron por lo que también hay verdad en sus teorías, verdad que merece ser conocida e investigada Evolución del pensamiento cristiano 1. Patrística Esta primera etapa del pensamiento cristiano se caracteriza por un intento de asentar el mensaje religioso y defenderlo de los ataques de paganos, herejes y ateos. Para ello es necesario recurrir a la filosofía Primer período: hasta el concilio de Nicea (325): a) Apologistas: defensores de la fe ante las persecuciones y la proliferación de las herejías: San Justino, Ireneo; Tertuliano b) Primeras escuelas: Alejandría (Clemente de Alajandría, Orígenes); Cesaréa y Síria Segundo período: hasta el Concilio de Calcedonia en el 451: San Agustín de Hipona. Tercer período: decadencia: Boecio (s.V-VI), Isidoro de Sevilla (s.VI-VII); Beda el Venerable (s. VII-VIII) Estos autores son escasamente originales pero escriben amplias compilaciones que permiten la transmisión a la E. Media de la sabiduría clásica. 2. Escolástica El término «escolástica» procede del vocablo scholasticus, es decir, el que enseña en la escuela. Más específicamente era llamado scholasticus el que enseñaba las artes liberales: Trivium y Quadrivium1. Más tarde el término sirvió para designar la materia y el modo de la enseñanza; y así se aplicó a caracterizar una teología y una filosofía que se denominaron escolásticas por contraposición a otras enseñanzas con procedimientos distintos. La teología escolástica sería aquella que para interpretar la sagrada escritura utiliza un método técnico, aplicando a los textos sagrados las aportaciones de las ciencias humanas, como la gramática, la dialéctica y la filosofía, no sujetándose a un simple comentario simbólico, sino encuadrando la doctrina en esquemas racionales más 1 Constituyen las llamadas “siete artes liberales”,es decir, las artes del hombre libre, distintas de las artes del hombre servil, que eran las artes mecánicas. Trivium: gramática, dialéctica, retórica. Quadrivium: aritmética, geometría, astronomía, música. 4 amplios. Los filósofos escolásticos hacían comentarios a las obras de los filósofos clásicos y sistemas filosóficos y teológicos, que se hallan dentro de los dogmas católicos, pero sin que tales dogmas, ni la teología correspondiente determinasen siempre y unívocamente las reflexiones filosóficas. El panorama intelectual es muy variado en este período por lo que la escolástica no hace referencia a un conjunto de pensadores con ideas parecidas sino a un período histórico donde se da una especial conjunción entre filosofía y religión cristiana, caracterizada más por un método común que por defender las mismas ideas. En la escolática medieval se suelen distinguir cuatro etapas: 1. 2. 3. 4. 5. Formación: s. IX-XI: escolática temprana o incipiente Desarrollo: s. XII: San Anselmo de Canterbury Apogeo: s. XIII: Sto. Tomás de Aquino Decadencia: s. XIV-XV: Duns Escoto, Guillermo de Ockham La escolática del Renacimiento: Francisco Suárez (1548-1617) Como se puede ver, las relaciones entre la filosofía y la religión cristiana ocupan un amplio período de tiempo (desde aproximadamente el s.II hasta el s. XVI) y una gran variedad de autores. Nosotros nos vamos a limitar a dos de ellos: San Agustín y Santo Tomás. No vamos a vamos a exponer exhaustivamente todas sus teorías sino que vamos a hablar cómo adaptan la filosofía griega a las nuevas concepciones introducidas por el cristianismo y cómo conciben las relaciones entre fe y razón (entre religión y filosofía). En el caso de San Agustín veremos como se incorpora el platonismo (más bien el neoplatonismo) a la religión cristiana. Con Santo Tomás tendremos una síntesis entre la filosofía de Aristóteles y el cristianismo. SAN AGUSTÍN Vida y obras Aurelio Agustín nació en 354 en Tagaste, en la provincia romana de Numidia (en el actual Argel), de padre pagano y madre cristiana. Allí realizó sus primeros estudios que tuvieron una importante laguna: nunca llegó a dominar el griego por lo que sólo pudo conocer a los grandes filósofos a través de las traducciones latinas. En Cartago estudió retórica y allí descubrió la filosofía mediante la lectura del Hortensio de Cicerón. Decidió, entonces, «buscar la sabiduría». La buscó primero en el cristianismo pero la lectura de la Biblia lo decepcionó; después ingresó como oyente en un grupo maniqueo de Cartago. En el 388 Agustín se marchó a Roma como profesor de retórica y al año siguiente a Milán. Fue en esta ciudad donde Agustín quedó impresionado con los discursos del obispo Ambrosio. Este último practicaba una interpretación alegórica de la Biblia. Por ejemplo, en el relato de la caída de la serpiente, la mujer y el hombre eran considerados como figuras de la delectación, la sensualidad, y el entendimiento que se deja arrastrar por los sentidos. De este modo Agustín pudo aceptar los escritos bíblicos, y ver «no la letra que mata, sino el espíritu que da vida». En el 386, poco después de su conversión religiosa, se retira a Casiciaco, cerca de Milán, con un grupo de amigos. De las conversaciones de entonces proceden sus 5 primeras obras filosóficas: Contra los Académicos, Sobre la vida feliz, Sobre el orden y los Soliloquios. En el 387 es bautizado en Milán. En el 396 es nombrado obispo de Hipona, en Numidia. Allí morirá en el 430, poco antes de que la ciudad fuera tomada e incendiada por los vándalos. Sus obras más importantes son la Confesiones, escrita alrededor del año 400 y la Ciudad de Dios, escrita entre el 413 y el 426. En ésta última se explica el sentido de la Historia, desde la creación del mundo hasta el Juicio final. Historia lineal y no circular (en contra de la concepción griega, especialmente de los estoicos), dividida en seis edades, correspondientes a los seis días bíblicos de la creación del mundo. La tesis es que desde la venida de Cristo se vive en la última edad, pero que la duración de ésta sólo Dios la conoce. No hay por qué pensar que se acerca el fin del mundo (una idea extendida en le época). El Imperio romano no es nada definitivo y último. El marco de la historia es mucho más amplio. Es la lucha de dos ciudades que existen desde los tiempos de Caín y Abel: la ciudad de los justos y la ciudad de los pecadores. Ambas subsisten mezcladas, hasta que al fin se produzca la separación definitiva y el triunfo de la Ciudad de Dios. Roma se tambalea no por culpa de los cristianos (los paganos acusaban a los cristianos de la ruina del Imperio, ya que se retiran de los asuntos públicos y son pacifistas potenciales), sino por las miserias del paganismo, pero no arrastrará consigo a los justos. El triunfo de la ciudad de Dios está asegurado. Actitud ante la filosofía San Agustín tiene el gran mérito de haber superado definitivamente las vacilaciones, los escrúpulos y las desconfianzas de otros Padres de la Iglesia, dando acogida a las artes liberales y a la filosofía dentro del pensamiento cristiano. Ahora bien, la verdad plena y total se halla únicamente en el cristianismo. En el cristianismo se halla la filosofía verdadera y completa. La filosofía es buena y útil con tal de que no se oponga a la verdad revelada del cristianismo. La verdad, esté donde esté, es de Dios y es un bien propio del cristiano. Hay que contrastar constantemente las verdades parciales que podamos hallar en los textos filosóficos con la verdad suprema del cristianismo. Así, por ejemplo, lo hace San Agustín en la Ciudad de Dios, donde pasa revista a los sistemas de filosofía paganos comparándolos con la verdad del cristianismo. No obstante su actitud no es de repulsa de la filosofía, de la que tantos elementos incorporó a su propio pensamiento. Su firme creencia de que la verdad plena solamente se da en el cristianismo no le impide abrirse en actitud acogedora para utilizar todo cuanto pueda encontrar de bueno y aprovechable en el paganismo. Su actitud acogedora aparece claramente en el De doctrina christiana, (396-427) ordenada a la formación de los eclesiásticos que se proponen estudiar la Sagrada Escritura. En ella presenta una especie de programa de educación, o una metodología para llegar a un mejor conocimiento de las Escrituras. San Agustín nos ofrece allí una concepción jerárquica del saber, en el que lo inferior debe estar subordinado al saber supremo, que es la ciencia sagrada. La jerarquía es la siguiente: 1º educación de los párvulos, 2º las Artes liberales, 3º Ciencia (de las cosas temporales), 4º Sabiduría (de las cosas eternas). Esta sabiduría suprema consiste en el estudio de las Sagradas Escrituras, a la cual deben subordinarse todos los demás conocimientos. Se trata de un texto escrito, y para poder entenderlo e interpretarlo es legítimo emplear como auxiliares todos los recursos que puedan ofrecer las ciencias humanas. Hay tres clases de ciencias creadas por el esfuerzo humano: dos rechazables y una utilizable. Son rechazables las ciencias supersticiosas, como la adivinación y los 6 horóscopos sacados de las estrellas o de los fenómenos de la naturaleza. Son también superfluas el teatro y la poesía profana. Pero hay otras ciencias necesarias y útiles, como son la escritura, el conocimiento de las lenguas, la dialéctica, la retórica, la ciencia de los números, la historia y las ciencias naturales. Para poder comprender el texto bíblico y la versiones, es útil conocer las lenguas, no sólo el latín, sino también el griego y el hebreo. Para refutar los sofismas de los herejes es útil la dialéctica, abandonarla sería favorecer el triunfo del error y de la injusticia. Pero el cristiano no debe contentarse con comprender él mismo la Sagrada Escritura, sino que debe esforzarse por hacerla comprender a los demás (recuérdese la vocación universalista del cristianismo). Para esto sirve otra disciplina humana: la retórica. Ciertamente que lo mismo puede servir para el bien que para el mal. Pero el cristiano debe utilizarla para ponerla al servicio del bien y de la verdad. Debe saber probar y demostrar, mover los ánimos, empleando los diferentes estilos, acomodados a lo que se trata de conseguir. Razón y fe Para San Agustín razón y fe son dos cosas distintas, pero para un cristiano debe existir una íntima y fecunda compenetración entre ambas. No es un filósofo puro que utiliza únicamente la razón para indagar acerca de la verdad. La insuficiencia de la filosofía halla su complemento en la plenitud de la verdad descubierta por la fe. El alma descansa en la posesión de la verdad que le suministra la fe y, a su vez, la fe penetra, sin anularla, en los más profundo de la razón. La fe, con la verdad absoluta que nos proporciona, no debe ser considerada como el término final de la investigación, sino como un punto de partida para emprender nuevas especulaciones, que ya no serán de la razón pura, sino de una razón orientada y dirigida por la fe, ayudada por la gracia divina. De esta manera, fe y razón, intrínsecamente combinadas y compenetradas, sin anularse ni excluirse, colaboran estrechamente en las etapas de un proceso intelectual que desemboca en el amor. Primero la inteligencia prepara para la fe; después la fe dirige e ilumina la inteligencia. Y finalmente ambas (la inteligencia iluminada por la fe), nos llevan al amor. La fe purifica y esclarece los ojos del alma y la libera del atractivo falaz de los sentidos. Mediante esta purificación, el alma se eleva por encima de las cosas sensibles y llega al conocimiento de las inteligibles. Pero la razón tiene un límite y no sirve para explicar todos los misterios. La fe ayuda a entender, y debe ser la regla en la investigación racional sobre los misterios. Para esta investigación ayuda mucho llevar una vida virtuosa, la cual es el mejor fundamento de la inteligencia. La razón, por sí sola no es capaz de alcanzar las verdades ultimas y profundas, de ahí la necesidad de la revelación y de la fe, que es, lo mismo que la gracia divina sobre la naturaleza, una especie de suplemento que Dios le añade para robustecer su debilidad y ampliar la cortedad de sus alcances. Ciencia y sabiduría San Agustín distingue entre ciencia y sabiduría por un lado y, por otro, entre los distintos tipos de ciencias. Empezaremos por esto último. Dentro de las ciencias rechaza lo que él denomina saberes supersticiosos: la adivinación y los horóscopos (asociados a la religión romana). Pero hay otras ciencias necesarias y útiles: el conocimiento de las lenguas (latín, griego, hebreo), la dialéctica, la retórica, las matemáticas, la historia y las ciencias naturales. Todas ellas son útiles a la religión cristiana. Por ejemplo, para comprender la Biblia es necesario saber diversas lenguas: hebreo y griego. Para refutar 7 los argumentos de los herejes es necesaria la dialéctica. También la retórica nos será útil para explicar y extender el mensaje cristiano. La distinción entre ciencia y sabiduría proviene de que cada una se ocupa de una parcela distinta de la realidad. Siguiendo la filosofía neoplatónica, San Agustín distingue entre el mundo sensible y el mundo inteligible. Del primero se ocupa la ciencia y del segundo la sabiduría. La ciencia se ocupa del conocimiento de las cosas temporales y la sabiduría del conocimiento de las realidades eternas e inmutables. Pero a diferencia de Platón, San Agustín no establece ninguna distinción tajante entre una y otra forma de saber: hay que ascender desde la ciencia hasta la sabiduría. Al observar el mundo sensible, temporal descubrimos propiedades comunes a los objetos, la esencia de esos objetos, aunque estas propiedades comunes no son detectadas por los sentidos sino por la razón o la intelección. Es decir, es un conocimiento racional del mundo sensible (cosa que Platón no admitiría). Pero el conocimiento no acaba aquí porque, al igual que en Platón, la verdad se ocupa de aquello que no cambia, que no varía, de lo eterno. Sólo el alma racional puede alcanzar la verdad eterna referida a los objetos eternos. La sabiduría tiene por objeto la realidad eterna e inmutable de Dios. Pero ¿puede el hombre por sus propios medios alcanzar las realidades eternas, “ver” a Dios? La respuesta de San Agustín es claramente negativa. Para llegar a la sabiduría es necesaria la ayuda de Dios, la iluminación divina (Dios sería algo así como el Bien en Platón), es necesaria la fe. Dios es algo que está más allá de la razón y de la inteligencia humanas y por eso necesitamos de la ayuda de la fe. El hombre por ser un ser deficiente, no puede contemplar por sus propios medios la Verdad eterna, sólo puede lograrlo con la ayuda de Dios. La fe hace posible la sabiduría y no se llega a ella sin amar a Dios. La razón dejada a sus propias fuerzas es ciega; la luz que tiene la recibe de la fe. Esta sabiduría nos permite alcanzar las «ideas ejemplares». Es decir, Dios posee las Ideas (en sentido platónico) o arquetipos según las cuales las cosas han sido formadas, de modo que sólo conoceremos realmente las cosas si podemos contemplar sus Ideas o arquetipos. Esto es lo que se conoce como ejemplarismo agustiniano. Y como dichas Ideas se hallan en Dios, Dios es fuente de toda verdad. Es decir, toda la verdad se halla en Dios y procede de Él y sin su ayuda es imposible alcanzarla. La posesión de la verdad antes que ser objeto de la ciencia, lo es de la sabiduría, y la búsqueda de la verdad es un camino espiritual, un peregrinaje interior. Al darse conjuntamente en Dios el objeto de nuestra fe y de nuestro saber no es extraño que, según San Agustín, se complementen tan perfectamente la fe y la razón. Teología Dios es el centro del Universo y del pensamiento de San Agustín. De Él derivan todas las cosas por creación, hacia Él convergen todas las cosas por amor. Dios es el Ser supremo, creador y fuente del ser de todas las realidades. Dios es Verdad suprema y Luz intelectual, fuente de la verdad de todas las cosas (todas las verdades no son más que un reflejo, un participación, una copia de la verdad existente en la Idea eterna de la Inteligencia divina). Dios es Bondad suprema y fuente de la bondad de todas las cosas. San Agustín está tan convencido de la existencia de Dios que su negación le parece una locura. Dios no es objeto de una intuición directa, pero su existencia es tan evidente para la razón humana, que basta una sencilla reflexión para afirmarla con toda certeza. San Agustín no se propuso exponer sistemáticamente una serie de pruebas acerca de la existencia de Dios, pero hallamos en sus escritos los siguientes tipos de argumentos: a) En las Confesiones hallamos su argumento favorito, que viene a ser una 8 especie de itinerario, en el que va ascendiendo hasta llegar a Dios. Este itinerario tiene tres etapas: 1ª. El itinerario comienza en las cosas exteriores del mundo corpóreo. En bellísimas personificaciones les va preguntando si son ellas el Dios que busca, a lo que todas responden que no. 2ª. Dejando la belleza del mundo exterior, penetra en su propia interioridad, y dentro del alma prosigue la búsqueda de Dios, analizando sus facultades (sentidos, memoria). Pero tampoco lo encuentra en la multiplicidad de las imágenes, sino que tiene que proseguir más adelante. 3ª. Finalmente, en lo más recóndito de su alma encuentra la verdad y el bien. Dios está por encima de los sentidos y de la memoria, es íntimo y a la vez trascendente al hombre. Así se realiza el paso de lo múltiple a lo uno, de lo mutable a lo inmutable, de las verdades parciales a la Verdad absoluta y eterna. b) Por el orden y contingencia del mundo c) Por la existencia de las ideas universales y necesarias en nuestra mente. Las ideas de verdad y justicia que rigen nuestra vida no pueden provenir de nosotros mismos, sino de la acción de Dios que es principio de todo ser y de todo conocimiento. d) Por el consenso universal Conocimiento y atributos de Dios: Por mucho que nos esforcemos nuestra facultades siempre serán deficientes para llegar hasta Dios. Por eso, todos los nombre y predicados que le atribuimos son deficientes e inadecuados, y sólo sirven para hacernos barruntar algo de su esencia inefable. Dios es el Ser en sí mismo, realidad suprema, principio y fuente de todos los seres. Todos los seres, fuera de Dios son mudables y nunca permanecen en un mismo ser. Pero el Ser que verdaderamente es, siempre permanece inmutable. Solamente Dios es la esencia inmutable, en pleno sentido. Nada puede adquirir ni perder. Es perfecto y se basta a sí mismo. Es el sumo Bien, fuera del cual nada puede llamarse bien. Es absolutamente simple. Sus perfecciones se identifican con su esencia. Dios, uno y trino, es una esencia eterna, inmutable e infinita, idéntica en las tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Verbo eterno, igual en esencia y consustancial al Padre y al Espíritu Santo, existen desde toda la eternidad las ideas ejemplares, modelos o arquetipos de todas las cosas, no sólo en género o especie, sino cada una en su realidad individual. En la inteligencia divina están precontenidas las ideas de todas las cosas posibles, pero idénticas y consustanciales a la misma idea divina. Todo artífice necesita poseer anticipadamente en su inteligencia, de alguna manera, la obra que pretende realizar. Y así, antes de crear el mundo con todos los seres que existen o que existirán, esos seres deben preexistir de alguna manera en la mente divina. Esas ideas ejemplares son la fuente del ser, el fundamento inmutable de todas las realidades mudables y contingentes del mundo sensible y, a la vez, fuente de toda la verdad e inteligibilidad de las cosas y el fundamento firme de toda la ciencia. El alma humana Siguiendo el orden descendente de la creación, las primeras criaturas de Dios son los ángeles, cuya existencia solamente conocemos por la fe. A continuación viene el hombre, compuesto de alma y cuerpo. Rechaza el pluralismo platónico de las almas, así como su preexistencia. El alma es simple y forma una sola naturaleza con el cuerpo. Esa 9 unión no es debida a un castigo, es una unión natural. Aunque después del pecado original el cuerpo se ha convertido en la cárcel del alma. Al alma corresponde vivificar al cuerpo, moverlo, regirlo y conservarlo, produciendo la vida vegetativa, sensitiva e intelectiva. Además del “conocimiento” sensible el alma posee un conocimiento intelectivo. Es un conocimiento superior: el conocimiento racional. En él podemos distinguir, a su vez, dos aspectos o niveles: la ratio superior y la ratio inferior. La razón inferior es la fuente de la ciencia, o sea, del conocimiento de las cosas sensibles y temporales, su fin es satisfacer las necesidades prácticas de la vida. La razón superior es la fuente de la sabiduría, la cual versa sobre las verdades y razones eternas, sobre las ideas inmutables y las cosas absolutas, necesarias y divinas del mundo inteligible. Su fin es la contemplación, que llega hasta el conocimiento de Dios. Nos hace comprender las esencias de las cosas conforme a las verdades inmutables. Es evidente que entre la razón humana y la divina existe una desproporción ontológica. Estos objetos exceden la capacidad y el alcance de la razón inferior, y para conocerlos no basta la luz natural de la inteligencia humana, sino que es necesaria una intervención divina, una iluminación especial de Dios. Interiorismo agustiniano El objeto supremo de la ciencia es conocer y amar a Dios y al prójimo por amor de Dios. Para ello hay que desprender el alma del apego a todas las cosas de la tierra y elevarla hasta Dios, donde se halla su felicidad. Propone un recogimiento interior como único camino que nos conduce hasta Dios. El conocimiento de sí mismo es el principio de la sabiduría, la verdad la hallamos en nuestro interior. Por ello es preciso apartarse de las cosas exteriores y recogerse en la propia interioridad. «No salgas fuera, vuélvete a ti mismo; la verdad habita en el hombre interior» (Acerca de la religión verdadera, 39, 72). El punto de partida para la búsqueda de la verdad no se halla, pues en el exterior, en el conocimiento sensible, sino en la intimidad de la conciencia, en la experiencia que el hombre posee de su propia vida interior. «Si quieres saber dónde encuentra el sabio la sabiduría, te responderé: en sí mismo» (Contra Académicos III, 14, 31) El problema del mal y el libre albedrío Si Dios lo ha creado todo y es infinitamente bueno ¿de dónde procede el mal? No podemos decir que Dios es la causa del mal (de las guerras, el sufrimiento de inocentes, la miseria, etc.). Antes de su conversión al cristianismo San Agustín buscó la solución a este problema en el maniqueísmo (al que luego combatió). La solución dada por esta teoría al problema del mal es que existen dos principios eternos que rigen el universo: uno es responsable del bien y el otro del mal. El problema que plantea esta teoría es que si esto es así, entonces Dios no es único y todopoderoso. La solución la halló San Agustín en Plotino: el mal no es una cosa, sino que es la ausencia de ser, un no-ser. Como el ser es Dios el mal no es más que un alejamiento de Dios, que es a su vez un apartarse del ser. La voluntad humana posee la capacidad de elegir entre el bien y el mal, es decir, posee libre albedrío. O dicho de otro modo, como el hombre posee libre albedrío puede acercarse a Dios o apartarse de Él. Al apartarse de Dios el hombre se mueve en contra de la ley divina, ley que se refleja en las leyes eternas de la moralidad impresas en el corazón de los hombres. Por el pecado original el hombre se haya en una situación difícil: por un lado conoce las leyes eternas de la moral, conoce el bien pero no lo cumple necesariamente. Aun conociendo el bien, hacemos el mal. Dios podría, en 10 justicia condenar a todos los hombres puesto que todos somos pecadores, todos hacemos el mal. Pero Dios nos otorgó su gracia mediante la cual nos podemos salvar, podemos acercarnos a Dios y hacer el bien. Es «gracia» porque es un don gratuito que el hombre no merece y esa gracia es la que hace al hombre capaz de buenas obras, de hacer el bien y, por tanto, de salvarse. Es una gracia que Dios entrega gratuitamente a quien Él quiere. Libre albedrío y libertad no son lo mismo para San Agustín. La libertad designa el estado de bienaventuranza eterna en la cual no se puede pecar. En cambio, el libre albedrío designa la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. El hombre es libre, pero es libre de hacer libremente lo que Dios sabe que hará libremente. De este modo intenta San Agustín conciliar cosas que en principio parecen incompatibles: el absoluto ser, bondad y poder de Dios con la existencia del mal; la omnisciencia divina y el libre albedrío; la gracia y la predestinación (puesto que Dios sabe quien se va salvar). Todas estas cuestiones fueron abundantemente discutidas a lo largo de toda la Edad Media. La perfección moral, el Bien supremo, consiste en amar a Dios, en ser uno con Dios. Pero como el hombre es una criatura finita y Dios es infinito este abismo no podría salvarse sin la ayuda de Dios, sin su gracia. Cuando el hombre trata de vivir por sus propios medios, por su propia fuerza es vencido por los pecados, se pone de manifiesto nuestra debilidad. Cuando el hombre se da cuenta de ello acude a Dios. Como se puede apreciar, esta tajante distinción, este abismo prácticamente insalvable entre Dios y las criaturas es ajeno a la filosofía griega. Bibliografía: Copleston, F., Historia de la Filosofía. Ariel, 1994 Fraile, G., Historia de la Filosofía. Biblioteca de Autores Cristianos, 1986 Navarro Cordón, J.M. y Calvo Martínez, T., Historia de la Filosofía. Anaya, 1992 11