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Fernando Rielo Pardal
Filosofía sicoética
Madrid, 12 de Noviembre de 1996
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
2
Proemio
El presente ciclo de conferencias del Aula de Pensamiento de la
Fundación sobre Filosofía y ética me lleva a dejar constancia de algunas
reflexiones filosóficas sobre nueva ciencia, la sicoética1, que, fundada en la
ontología o mística2 de un espíritu humano sicosomatizado3 inhabitado, a su
vez, por la divina presencia constitutiva, tiene el supuesto último de mi
concepción genética de la metafísica4.
1
La sicoética me es nueva rama del saber que contribuye también a la eficaz formación integral del
ser humano. Esta nueva área, como la moderna “bioética”, ofrece una novedad terminológica y conceptual
que hace necesaria una breve reflexión para aproximarnos a su campo. Los dos términos que comprende,
yuchv [psique] y hjqikhv [ética], no son dos conceptos yuxtapuestos, antes bien, interactivos. Si la sique con
sus enfermedades, desequilibrios y malformaciones, no puede restringirse exclusivamente al área de la
actividad médica, la ética tampoco podrá prescindir de la complejísima problemática planteada por estas
graves limitaciones de la sique. La sicoética, contrariamente a la bioética, no es, en mi opinión, una de las
ramas del saber ético, ni una ética que se funda en la sicología; antes bien, la sicoética es ciencia que
estudia las relaciones de dos campos, la sicología y la ética, que encuentran su razón de ser en un tercio
incluso, la ontología o mística, en el que aquéllas echan sus raíces.
2 Hago distinción entre metafísica y ontología o mística: metafísica, estudio de la concepción
genética del principio de relación en su actuación ad intra; ontología o mística, estudio de la concepción
genética del principio de relación en su actuación ad extra en la persona humana.
3 El espíritu es la sede de la unidad actual de la persona que, asumiendo una sique y un cuerpo, sin
ser reducida a sique o cuerpo, se comporta ontológicamente no sin su condición sicosomática. No existe,
para mí, el concepto de espíritu puro; antes bien, la concepción genética del espíritu que: en lo metafísico,
está constituido por las personas divinas; en lo ontológico, por la persona humana que, supuesta su creación
por las personas divinas, se demarca entre el límite formal del sicosoma y el límite transcendental de la
divina presencia constitutiva. El espíritu humano es, por tanto, un finito abierto al infinito por la aperturidad
del propio infinito.
4 Para un conocimiento general de mi concepción genética de la metafísica, ajena a una concepción
biologista o procesualista, véanse mis publicaciones Teoría del Quijote. Su mística hispánica, Porrúa,
Madrid, 1982; Homenaje a Fernando Rielo (Georgetown University-Washington D.C., 1989), F.F.R.,
Constantina (Sevilla), 1990; Fernando Rielo, Un diálogo a tres voces (Libro de entrevistas por la Dra.
Marie-Lise Gazarian, Nueva York, 1993), F.F.R., Constantina (Sevilla), 1995; también mis estudios
publicados por F.F.R., Constantina (Sevilla): “Hacia una nueva concepción metafísica del ser” en ¿Existe
una Filosofía Española? (1988), “Concepción genética de lo que no es el sujeto absoluto y fundamento
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El ser humano es una realidad compleja que, de diversos modos,
estudian las ciencias; en especial, las llamadas ciencias del espíritu. El
hombre, sin embargo, es + de lo que dicen los filósofos, los sicólogos, los
moralistas, los sociólogos, los etnólogos, los políticos, los economistas… Su
intimidad constitutiva escapa a cualquier ciencia. Toda ciencia, sin embargo,
tiene, por ser ciencia del hombre, la huella de esta íntima actualidad5 a la
cual aquéllas están abiertas. Difícil es discernir la demarcación de las
diferentes ciencias porque no podemos encontrar un supermétodo que
discrimine la experiencia matematizable de la otra experiencia que,
abriéndose existencialmente a la infinitud, no es susceptible de
matematización6.
Cuestión previa
La persona humana es intimidad7 que, exigencialmente abierta al
Absoluto y constituida genéticamente por la divina presencia8 de éste, no es
metafísico de la ética” en Raíces y valores históricos del pensamiento español (1990), "La persona no es
ser para sí ni para el mundo" en Hacia una pedagogía prospectiva (1992), "Prioridad de la fe en la
educación" en Prioridades y ética en orientación (1993), "Función de la fe en la educación para la paz" en
Educar desde y para la paz (1994); “Formación cultural de la filosofía” en Filosofía y educación (1995),
“Tratamiento psicoético en la educación” en Educación y desarrollo personal (1996).
5 Me refiero con el término “actualidad” a la ejnevr geia o acto ontológico de la persona, esto es, la
vectorial constitutiva en la que encuentran la intensidad, dirección y sentido todos los demás actos
humanos: desde la libre elección hasta los condicionamientos socioculturales (prejuicios, convenciones
sociales, modelos de comportamiento interiorizados), pasando por los condicionamientos síquicos
(instintos, sentimientos, pasiones…), y biológicos (dolor, respiración, digestión…).
6 Las ciencias positivas parten de la sola experiencia sensible o matematizable. La experiencia no
cuantificacional es, sin embargo, mucho más rica porque incluye los resultados de la experiencia
matematizable en la motivación que le ofrece el vasto horizonte de la intimidad existencial. La forma de
experiencia, matematizable o no matematizable, determina, con sus métodos propios, el umbral de las
ciencias positivas y ciencias del espíritu. Las dos formas tienen carácter inverso: reductivo, la experiencia
matematizable; potenciante, la experiencia no matematizable.
7 Mi concepción genética de la intimidad da razón del agustiniano Tu autem intimior intimo meo.
La intimidad divina, de la que es imagen y semejanza la intimidad humana, es la extasiación de las
personas divinas entre sí. El enunciado es exacto: las personas divinas, en estado de inmanente
complementariedad intrínseca, se extasían entre sí constituyendo, a su vez, única naturaleza, única
sustancia, única esencia divinas. El éxtasis de amor de las personas divinas entre sí es apoteosis absoluta de
su ser, estar y existir. La esencia de la Santísima Trinidad, expresada por el Qeo;~ ajgavp h ejstivn [“Dios es
amor” 1 Jn 4,16], consiste en esta divina apoteosis del éxtasis de amor que se tienen las personas divinas
entre sí.
8 El precedente, aunque lejano, de la divina presencia constitutiva en el espíritu creado es la
concepción tomista de la presencia de inmensidad por esencia, por presencia y por potencia. Digo lejano
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identificable con lo síquico y con lo orgánico. Mi concepción genética del
espíritu humano, lejos del marceliano espíritu encarnado, es más bien un
espíritu sicosomatizado que se encuentra en abierta tensión de dos límites:
formal, la finitud del sicosoma9; transcendental, la infinitud del Sujeto
Absoluto.
La estructura formal de la naturaleza humana es, por tanto, la de un
espíritu sicosomatizado10, esto es, la unidad de tres entes, espíritu, sique y
porque esta concepción escolástica de la “presencia” implica, además de referirse a todo lo creado, una
relación externa. Concibo dos tipos de presencia de carácter ontológico sub ratione creationis: la divina
presencia constitutiva, que en los vivientes personales es intrínseca y en los impersonales extrínseca, y la
divina actio in distans referida a los no vivientes, esto es, a las cosas constituyéndolas en sus leyes. El
concepto “presencia”, del latín praesentia (plural neutro del part. pres. de praesum), tiene el significado de
lo que es “en persona”, esto es, de lo actual, inmediato o incondicionado. La divina presencia constitutiva
es este “en persona” ontológico porque las personas divinas se “personan”, esto es, hacen acto intrínseco de
presencia en nuestro espíritu creado para constituirlo, a su imagen y semejanza, persona deitática. El verbo
español "personarse" significa "hacer acto de presencia", presentarse personalmente en alguna parte; en este
caso, es estar presente constitutivamente dando carácter personal al lugar donde hace el acto de presencia.
Este lugar ontológico personalizado es la persona humana. ¿Qué es lo que hacen las personas divinas con el
espíritu que crean? Una personificación, una prosopopeya ontológica o mística, esto es, una recreación de
sí mismas. Esta divina presencia constitutiva como ley interior del ser humano fue con antelación definida,
con diferentes expresiones, por los santos padres y por los místicos: Acies cordis la denominó San Agustín
(Evang. sec. Joh., Sermo XXXVIII), apex mentis la calificó S. Buenaventura (Itinerarium mentis in Deo,
I), scintilla rationis la bautizó Santo Tomás (II Sent. 39, q. 9, a.1), lex spiritus la proclamó San Juan
Damasceno (De fide orthod., IV, 23), sustancia del alma la designó San Juan de la Cruz; centro del alma
o lo muy hondo e íntimo del alma la declaró Santa Teresa de Jesús…
9 La palabra “sicosoma”, de la que deriva el adjetivo “sicosomatizado”, viene de la composición de
dos sustantivos griegos, yuchv [psique] y sw`ma [soma], que significan, respectivamente, alma o sique y
cuerpo o soma. El alma es, para mí, un complejo de funciones síquicas y el cuerpo es la integral biológica
del alma sin la cual aquel carece de vida. Distingo, de este modo, espíritu, alma y cuerpo en tal grado que el
alma humana participa de los dos entes: transcendental, el espíritu con sus funciones sicoespirituales;
formal, el cuerpo con sus funciones sicosomáticas. Los vivientes impersonales, al no poseer espíritu, sólo
poseen funciones sicosomáticas o estimúlicas.
10 Niego, por el sin sentido de su carácter tautológico, el evolucionismo y el creacionismo absolutos.
La incompetencia del evolucionismo absoluto consiste, aparte de rendirse a las exigencias de la petitio
principii, en su rechazo del excedente personal e intransferible no biológicamente hereditario de cada ser
humano. No existe lo creado en cuanto creado porque, además de incurrir en la petitio principii, rechaza la
exigencia histórica de una evolución que tiene origen y término. Tampoco la creación es de la nada
absoluta, antes bien, ex genetica possibilitate; la afirmación de la nada absoluta habría introducido, al
mismo tiempo, la negación de la creación. Tengo el parecer de que se dan tres grandes fases en la creación
ex genetica possibilitate: el big bang cósmico, el big bang biológico y la creación del espíritu humano. El
big bang biológico podría haber consistido, dadas las condiciones determinadas, en una primigenia
explosión genética que, mucho más tardía que la explosión cósmica, dio lugar a la evolución diferencial de
los seres vivientes con exclusión del espíritu humano. La creación del espíritu humano es un hecho presente
que se produce en la concepción de cada ser humano. Pertenecen a la sicosomatización los dinamismos
biológicoanimales heredados en parte del precedente homínido; por tanto, subyacen a los caracteres
hereditarios. La naturaleza humana, constituida de cuerpo, alma y espíritu, tiene, refiriéndome
exclusivamente al sicosoma, el precedente homínido [hominoideo] que, en la creación del espíritu por Dios,
queda reducido a cero ontológico su específico; de otro modo, la pareja humana sólo podría concebir
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cuerpo, en la que el espíritu, inhabitado por esta divina presencia
constitutiva, es mística u ontológica deidad formada por la divina o
metafísica Deidad11. Corresponde al mérito de Cristo el haber dado esta
sublime, transcendente y ontológica definición del ser humano al corroborar
con su palabra esta nuestra mística deidad: “dioses sois” (Jn 10,34)12. Si
negamos este carácter deitático a la persona humana, le habríamos
amputado, no sólo lo mejor de sí misma, sino su propia razón de ser y
existir: su comunión con el Absoluto que determina, no sin la dura condición
de su complejidad sicológica y biológica, la esencia de su comportamiento y
comunicación con sus semejantes. La sicoética implica, de este modo, el
supuesto de una ontología o mística que, lejos de incurrir en un
antropocentrismo ingenuo propugnado por la experiencia cuantificacional,
se adentra en el hondo misterio que, abierto al infinito, le ofrece una
antropología constitutivamente deificada13 que da razón de todas las
dimensiones del hombre.
homínidos. La monogenesia revelada en el Génesis y la poligenesia descubierta por la ciencia se
complementan entre sí de tal modo que se puede hablar de una creación en la evolución y de una evolución
en la creación. El nacimiento de los seres humanos con fundamento en este precedente hominoideo
comporta la desaparición de los homínidos de tal modo que constituyen el llamado “eslabón perdido” que
la antropología no ha podido descubrir porque, en verdad, somos nosotros mismos, los seres humanos, ese
eslabón.
11 La corroboración de este hecho halla su fundamento en el texto revelado del Génesis: hagamos al
hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn 1,26). Los conceptos de "imagen" y "semejanza" tienen, para
mí, el significado ontológico de esta divina presencia constitutiva del sujeto absoluto en el espíritu creado,
consistente en dar a éste la categoría de "persona"; esto es, de "hipóstasis filiada" en virtud de la cual se
establece un parentesco o linaje, conforme a las palabras de San Pedro “sois linaje elegido” (1Pe 2,9), o de
San Pablo “somos linaje de Dios” (Act 17, 29).
12 Cfr. mi conferencia "Función de la fe en la educación para la paz" en Educar desde y para la paz
(1994). Esta definición mística del hombre no queda reducida sólo al bautizado; antes bien, es propiedad de
todos y cada uno de los seres humanos. La deidad es sub ratione gratiæ creationis vel gratiæ creentiae,
“binidad” formada por la divina presencia constitutiva del acto absoluto y su sujeto absoluto constituido por
dos personas divinas o “Binidad”; sub ratione gratiæ sanctificantis vel gratiæ fidei, “trinidad” formada por
la elevación de esta presencia constitutiva al orden sobrenatural [mística procesión] constituida por tres
personas divinas o “Trinidad”. La afirmación, por tanto, en relación con la “trinidad”, en el ámbito de la
gracia santificante, es que el ser humano es transformado en “mística santísima trinidad de la Divina
Santísima Trinidad”. Este hecho místico es, con otros términos, corroborado por San Juan de la Cruz
cuando afirma: “no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres Personas
de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado (…) y para que pudiese venir a esto la crió a su
imagen y semejanza” (Cántico espiritual, 39,3).
13 Esta mística deificación, deificatio de los padres latinos y qeivwsi" [theiosis] de los padres
griegos, fue defendida por San Atanasio y, de un modo especial, por San Agustín al afirmar Factus est
Deus homo, ut homo fieret Deus [Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios] (Sermo, 128,1).
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El ser humano no se define, entonces, por alguna de las suspuestas
notas específicas: animal locuaz, político, simbólico, científico… o por una
supuesta facultad como la razón o la capacidad de libre decisión. Ninguna da
la talla o la medida del hombre. ¡Cuánta inefabilidad vivida desborda las
fronteras del lenguaje! ¡Cuán exiguo le queda todo simbolismo para expresar
el inquietum cor de su intimidad constitutiva! ¡Cuánta sabiduría queda
oculta al dominio de la ciencia! ¡Cuánta la fuerza de la contemplación
extática14 remontándose, sin mediación de sentidos y facultades, a todo
discurso de la razón! ¡Cuánta insatisfacción en cada supuesto acto de libre
decisión!
Tampoco puede definirse el ser humano por lo que sería tan sólo una de
sus dimensiones porque este reduccionismo habría excluido o solapado,
atentando contra su unidad integral, los demás componentes de su
naturaleza: no puede circunscribirse toda la riqueza del hombre a su
dimensión social con pretensión de la sola adaptación al medio15; ni a su
14
Nada tiene que ver mi concepción de la contemplación extática con el pensar intuitivo, novhsi~,
frente al pensar discursivo, diavnoia; lejos también mi pensamiento de la concepción bergsoniana de la
“intuición vital”. Todas las posturas intuicionistas incurren, de diferentes modos, en lo que vengo en
denominar tautología intuicionista. El concepto de “éxtasis” me da la medida de un ver, conocer o
comunicarse inmediatos que incluyen el carácter existenciario de la cultura hebraica y contemplativo de la
cultura griega. El verbo "conocer" [d"y: [yada' ] expresa en hebreo, asumiendo también el carácter
contemplativo del ginwvs kei [guinóskei] griego, una intrínseca relación existencial y experiencial (Os 6,5;
Jer 22,16; Mt 7,22s.) cuya forma es el amor, µymih}r" [rahamiim ], con significado preciso de entrañación,
ternura, compasión, misericordia, de Dios para con el ser humano. La relación del amor con el concepto de
éxtasis tiene el precedente de San Bernardo con su concepto de "amor puro" significando la experiencia
mística o éxtasis donde el amor del hombre a Dios es consecuencia del amor de Dios al hombre. Esta
acepción originaria de San Bernardo nada tiene que ver con la tardía acuñación del concepto de amor puro
rayana en el quietismo de Fénelon. La palabra griega e[kstasi" [ékstasis], compuesta del prefijo ejk [ek]
con significación de “salida de”, y del sustantivo stavsi~ [stasis] traducido por las expresiones “estado de
ser”, “estado de conciencia”, “estado de mentalidad”, vendría a tener el sentido etimológico de “salida de
un estado de ser para entrar en otro estado de ser que incluye, a su vez, la salida de un estado de conciencia
inferior para entrar en otro estado de conciencia superior”. En “Prioridad de la fe en la formación humana”
(1993), en “Tratamiento sicoético en la educación” (1996) y en otros estudios, he desarrollado mi
pensamiento sobre el éxtasis, incorporado también a la filosofía por William James, Berson, Heidegger,
Sartre… Mi concepto genético de éxtasis es, con sentido diferente a estos autores, el de acto ontológico o
energía constitutiva del espíritu humano que, abriéndose a la infinitud en virtud de la ruptura de la
identidad de la persona con sí misma por la divina presencia constitutiva, se comunica con Dios, con sus
semejantes y con su entorno bajo aquella forma de unión con la que la exigencia necesaria del sujeto
absoluto la define. Educar en el éxtasis es dar forma a la energía que capacita al hombre para, saliendo de sí
mismo, unirse con los ideales más sublimes que aquél puede concebir.
15 Es importante, pero no excluyente de otras dimensiones humanas, la llamada “terapia
ocupacional”; ésta comporta el tratamiento de diversas enfermedades somáticas y síquicas, que tiene como
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dimensión sicológica constreñida a la sicoterapia o al sicoanálisis16; ni a su
dimensión ética que, con su exceso de norma, puede cercenar los más altos
valores espirituales y morales17; ni a su dimensión biológica o física que se
conforma con la cura del cuerpo18. Una definición “bien formada” del
hombre debe contener, por potenciación, en ningún caso por reducción, la
información o lectura genética19 que determine la integración y desarrollo
adecuado de todas las estructuras humanas sin exclusión de ninguna de ellas.
El ser humano se define por su constitutiva deidad potestativa que
asume, ontológicamente, la complejidad de funciones de la sique con su
integral somático. La forma genética del acto de nuestro espíritu, a imagen y
semejanza del acto absoluto, es el éxtasis o energía extática que se
manifiesta en la facultad unitiva formando nuestra libertad con sus dos
funciones: la inteligencia y la voluntad. El llamado acto libre no es, por
tanto, un acto simpliciter, antes bien, un unitivo que participa del carácter de
sus dos funciones: consciente y voluntario. La responsabilidad, atribuida al
ejercicio de la libertad, consiste, por tanto, en la compleja integridad del acto
libre, imposible sin el concurso de la inteligencia y sin el concurso de la
voluntad que a su vez actúan, no sin la dura condición sicosomática, en el
finalidad readaptar al paciente haciéndole realizar las acciones y movimientos de la vida diaria para su
adaptación al medio social.
16 La sicología y el sicoanálisis se sirven, lejos de la tautologización en la que formalmente incurren,
de otras ciencias del hombre, incluso de problemas éticos determinados sin excluir posiciones filosóficas,
sobre todo, existencialistas. Es conocido que muchas de las investigaciones de Freud, Yung, Adler, Piaget,
Bandura y otros han abordado, desde escuelas y con métodos diferentes, cuestiones específicamente éticas
y filosóficas.
17 La normativa ética no puede por sí misma iluminar la complejidad de la conducta humana de
acuerdo con unas circunstancias que, en aras de la sensibilidad y madurez cultural, pueden variar. La acción
consuetudinaria, por ejemplo, es forma usual y permanente de conducta que tiene la eficacia de crear,
descubrir, explicar o cambiar leyes con el objeto de que éstas no repriman los más altos ideales a los que,
por su misma naturaleza, aspira el ser humano. Mi sentencia es precisa: el destino del hombre no está al
servicio de la ética; antes bien, la ética es la que está al servicio del destino del hombre.
18 Es de suma transcendencia la actitud humanista de un médico con su paciente. La misión de un
médico no es tratar un cuerpo, antes bien, la enfermedad que, con fundamento biológico o físico, padece
una persona humana implicándola en todas sus dimensiones con manifestación de su estado anímico, sus
angustias y miedos.
19 El término “genético” es, en mi pensamiento, un concepto abierto que, significando “transmisión
hereditaria de valores”, se refiere per communicationem et non per analogiam, no sólo al ámbito biológico,
antes bien, al sicológico, moral, ontológico, metafísico. El ámbito metafísico es el que recibe la definición
suprema de lo genético: “transmisión de todo el carácter hereditario de [P1] a [P2], de [P1 con P2] a [P3], de
[P3] a [P1 con P2]”. Los demás grados de geneticidad, ontológico, moral, sicológico, biológico, son,
supuesta la creación, imagen y semejanza de la geneticidad metafísica.
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campo pulsional20 que incide en la imaginación, los sentimientos, afectos,
temperamento, sentidos internos y externos… en los que, asimismo, ejercen
su innegable influjo la mentalidad, la cultura, la instrucción y las diversas
interacciones de los factores orgánicos, el sistema endocrino y nervioso, las
determinaciones fisiológicas temperamentales de tipo hereditario, y los
factores del ambiente cósmico, geográfico, climático21 y, sobre todo, el
influjo social en los primeros años22. El conocimiento de estos
condicionantes ayudan, a su vez, al conocimiento más aficaz del hombre. Su
intimidad, sin embargo, desborda todo condicionamiento: su actuar es
imprevisible. Toda presión, ya sea sicológica, caracterológica,
medioambiental, puede ser desafiada y desconcertada, no sin la dura
condición de estos condicionantes, por los recursos que proporciona al ser
humano la energía extática de su espíritu inhabitado por la divina presencia
constitutiva que hace de éste, a imagen y semejanza de la Santísima
Trinidad, místico éxtasis del divino éxtasis.
Cuestión crítica
I
La sicología y la ética nacieron al amparo de la filosofía. Los modelos
filosóficos han intentado, por esta causa, dar fundamentación a estas dos
ciencias. El resultado ha consistido en multitud de concepciones éticas y
20
La pulsión es una fuerza vital del hombre que no se la puede destruir o regular de modo
puramente voluntario. Esta fuerza bruta que anida en el ego, sede de las fuerzas pulsionales, tiene carácter
estimúlico, manifestándose, por esta causa, sin dirección y sentido. Las fuerzas pulsionales necesitan, frente
a esta carencia, el carácter motivacional que, poseyendo diversas graduaciones, pertenece a la potestas
personae marcada por la libertad con su función intelectual y volitiva. La motivación no tiene, en mi
opinión, carácter exclusivamente racional; antes bien, afecta a lo más propio de la persona que denomino
“potencia de unión” o facultad unitiva cuyo acto específico es la libertad que, con sus dos funciones,
inteligencia y voluntad, es formada por el amor o éxtasis. Motiva lo que se hace por amor, con amor, en el
amor… La inversión de esta potestas personae viene caracterizada, bajo diversos grados de responsabilidad
in status viae, por las distintas formas del odio, del que resulta la desunión, la muerte moral y física del
prójimo, la guerra, la injusticia… Este estado degradante de la libertad “bien formada” es la
despersonalización del libertinaje, el “sin motivo” que afirma Cristo: “Me odiaron sin motivo” (Jn 15,25).
21 Sabido es la importancia que adquiere en la formación humana la vida urbana o rural, el influjo
del clima, el paisaje, la lengua.
22 Se da a esta edad un proceso de absorción de ideas, actitudes, estilos de comportamiento, afecto…
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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sicológicas subordinadas a sus respectivos sistemas filosóficos. La
aplicación tardía del método matemático, refiriéndome a la sicología,
tampoco ha evitado su multiplicidad en diferentes escuelas: asociacionista,
experimental, fenomenológica, funcional, conductista, gestaltista,
sicoanalítica, fisiologista, genética…23. Esta experiencia cuantificacional se
refiere, no obstante, a aquel momento de la sique que denomino
“complejidad sicosomática” o sicobiológica; en ningún caso, a su
“complejidad siconeumática” o sicoespiritual24. Convergen en los estudios
experimentales de la complejidad sicosomática ciencias cuantificacionales
como la biología, la genética, la fisiología, la etología, la sociobiología, la
neurofisiología, la bioquímica… en estudio comparado con los animales o
vivientes no personales. Pertenecen a la complejidad siconeumática las
llamadas ciencias del espíritu, entre ellas, la “filosofía sicoética”, que se
aleja del estudio comparado con los animales.
Encuéntrase en el umbral de las diversas formas de experiencia el
problema de los límites de la cuantificación. ¿Hasta dónde es posible que
algo pueda ser cuantificado? ¿Qué clase de validez corresponde a lo que no
es matematizable? La experiencia humana no se agota en lo sensible:
bastante más cúmulo de experiencia hay en lo no cuantificable, y es ésta la
razón por la que lo no matematizable es más valioso y vital para el ser
humano. El influjo que deja en la conciencia lo matematizable es espontáneo
y pasajero. La mayor parte de las vivencias, el origen de las diversificadas
formas de comportamiento…, exceden al método matemático porque
pertenecen a la “complejidad siconeumática” de la experiencia no sensible.
Este “no sensibilismo” es, precisamente, en lo que consiste la experiencia
ontológica o mística, que halla su cima y fundamento en una concepción
“bien formada” de una metafísica que, ciencia consistente, completa y
23 Los métodos experimentales, aplicados a la sicología, iniciados tímidamente en el s. XVIII con la
psychologia empirica de Wolff a expensas de la psychologia rationalis, tomaron auge en el s. XIX con los
“Laboratorios de sicología experimental” de Wundt en Alemania y de Titchener en Estados Unidos, hasta
llegar, finalmente, a la enorme fragmentación de estudios experimentales llevados a cabo en nuestro siglo,
que recogen, agradecidas, otras ciencias como, por ejemplo, la sociobiología, la medicina o la bioquímica.
24 El alma es un complejo de funciones sicobiológicas y sicoespirituales. La negación de las
funciones sicoespirituales introduce en la sicología una seudoconcepción materialista que, con el gravamen
de la petitio principii, degrada al alma en un sicologismo del que forman parte, por igual, los vivientes
personales e impersonales.
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
10
decidible, rechaza todo carácter tautológico implicado en el seudoprincipio
de identidad25.
La metafísica histórica comenzó, sin embargo, ya viciada por este
seudoprincipio que, alojado en el to; o[n e[sti, en “el ser es” parmenídico, lo
dejó inmóvil, estéril e insustancial26 transportando a las distintas áreas del
dominio metafísico sus referentes tautológicos con sus carentes de sentido
sintáctico, semántico y metafísico: sintáctico, porque el functor monádico,
25
La identidad no tiene ningún significado metafísico ni epistemológico. De hecho, las ciencias
positivas no utilizan, ni en cuanto al método, ni en cuanto a su objeto, la identidad: ésta no produce ciencia.
El significado de la identidad se remite al lenguaje común: reconocimiento por medio convencional de algo
o de alguien; caso, la bandera o el documento acreditativo de un individuo. Entran a formar parte de la
identidad las expresiones “ser es ser”, “ser en cuanto ser”, “ser en el ser”, “ser por el ser”, etc., porque
son meras reduplicaciones de un mismo término [SS] en virtud de carecer de functor diádico (es, en cuanto,
en el, por el... son seudofunctores diádicos); por tanto, expresiones que, viciadas por la identidad, carecen
de sentido sintáctico, semántico y metafísico.
No hay acuerdo en cuál es el sentido metafísico y cuál el sentido lógico del supuesto seudoprincipio
de identidad: mientras que, para la Escolástica, el principio lógico de identidad es reflejo lógico del
principio metafísico de identidad, sin saber en qué consiste cada uno de ellos, para otros, o bien niegan el
nivel metafísico o el nivel lógico, o bien uno y otro nivel vienen a ser lo mismo. Autores hay que hablan,
además, del principio sicológico de la identidad. La identidad puede mutarse en multitud de fórmulas
donde se confunde lo lógico y lo metafísico: “A es A”, “yo soy yo”, “A=A”, “yo=yo”, “p3p”, “A es igual
a A”, A es idéntico a A”, “A es lo mismo que A”, “A pertenece a todo A”, “todo A es A”, “todo es igual a
sí mismo”, “*x, x=x”, y otras semejantes. Añadimos aún otras expresiones, no recogidas tradicionalmente
como identitáticas, tales como: “A en cuanto A”, “A en A”, “A por A”, “yo soy en mí”, “ser para sí”, “ser
en sí”, “si A, entonces A”, “si algo es, algo es”, “ser porque ser”… La razón se debe a que todas estas
formas tienen la misma estructura: se reducen a un functor monádico con un solo término que requiere ser
reduplicado: pongamos, por ejemplo, “yo soy en mí” es equivalente a la fórmula “yo soy en yo” cuyo
functor monádico “soy en” reduplica el término “yo” con sus carentes de sentido sintáctico, semántico y
metafísico. Débese tener en cuenta que la “ecuación” de términos distintos, “A=B” no es identitática
porque es una expresión de functor diádico: en este sentido, la ecuación “el Hijo es igual al Padre” y “el
Padre es igual al Hijo” no son expresiones identitáticas porque, en mi concepción genética de la metafísica,
la forma de esta ecuación o igualdad es la inmanente complementariedad intrínseca; esta forma ecuacional,
afirmando la unidad de sus términos con la misma fuerza que su distinción real, indica además que estos no
son intercambiables porque tienen cada uno su propio lugar metafísico.
26 Parménides, considerado “padre de la metafísica” con la formulación “ser es ser” y “-ser es ser”, es el primero que formula el seudoprincipio de identidad a nivel metafísico. Esta formulación
parmenídica ser es ser y -ser es -ser implicita los llamados principios de identidad [A3A], contradicción
[-(A1-A)] y tercio excluso [A2-A]. La contradicción y el tercio excluso son, a su vez, movimientos
seudodialécticos de la identidad y, en última instancia, se resuelven en ella. La lógica simbólica acude, para
fundamentar la identidad, a la reductio ad absurdum que ya empleaban los matemáticos griegos y Kant en
su Crítica de la razón pura. La identidad de “A”, supone la introducción de su contradictorio “-A” para
obtener con este supuesto la contradicción “A1-A”; pero, al no admitirse la contradicción “-(A1-A)”, hay
que rechazar el supuesto “-A” para afirmar “A”. Asimismo, para fundamentar la identidad de “-A”, por la
reductio ad absurdum, debe concluirse la afirmación de “-A”. Se presenta, por tanto, la alternativa que
implica el tercio excluso: “A2-A”. Más adelante observaremos que, en la carencia de sentido semántico
del seudoprincipio de identidad, la afirmación de “A 3 A” tiene la misma validez que la afirmación de “A 3 -A”.
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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mutándose en una seudoestructura oracional, hace incapaz la comunicación
de un lenguaje cuya lectura sea la identidad; semántico, porque, supuesta la
destrucción sintáctica, toda fórmula identitática, portando la misma validez
la afirmación que la negación, queda vacía de contenido; metafísico, porque
la identidad, pretendiendo evitar la petitio principii, se transforma a sí misma
en la propia petitio principii en tal grado que la identidad nunca puede
alcanzar a su propia identidad27.
La sicología y la ética no han escapado a esta absolutización
deformante28 en tal grado que una sicología en cuanto sicología y una ética
en cuanto ética parecen subyacer a una filosofía metafísica que tenía a gala
el estudio del ser en cuanto ser. Este to; o[n h/J` o[n aristotélico, excoriándose en
todo concepto, ha contaminado el episodio de la reflexión filosófica en tal
grado que, a pesar de destacados intentos por arrojar de sí sus inevitables
contradicciones y carencias de sentido, ninguna filosofía parece haberse
librado de esta lacra identitática29.
27 La petitio principii, resultado del carácter tautológico de la identidad, consiste en la falacia o
sofima resultante de explicar algo que, no siendo evidente por sí mismo, se intenta explicar mediante sí
mismo.
28 Hago distinción entre dos verbos o sustantivos: absolutizar o absolutización y absolutivar o
absolutivación. Toda absolutización, resultado de la tendencia tautologizante de la inteligencia humana, es
un constructo identitático, un ei[dwlon, un ídolo o simulacro, que, separado de la realidad del Absoluto,
tiene por seudorreferente un abstracto en el que se autoafirma el yo intelectual del ser humano. Esta
autoafirmación identitática es degradación de la genética acción absolutivante de una inteligencia que,
abierta al Absoluto, puede construir con el Absoluto conceptos bien formados. Confirman estos supuestos
dos ejemplos: si me refiero a la absolutización, la búsqueda de nuestra propia identidad “yo soy yo” nos
conduce, haciendo de nuestro yo un absoluto cerrado, a la despersonalización; si me refiero a la
absolutivación, la búsqueda de algo + que yo conduce, por genética unión con el Absoluto constituido por
personas divinas, a nuestra mística personalidad. El enunciado es preciso: nuestra inteligencia es, supuesta
su creación, mística u ontológica inteligencia de la divina o metafísica inteligencia. La razón es sencilla: la
inteligencia humana, siendo imagen de la inteligencia divina, es un absolutivo del Absoluto. Lo Absoluto
no es, como afirman algunos autores, una noción tautológica: “lo Absoluto es lo Absoluto”. La noción
“bien formada” del Absoluto es, en virtud de mi concepción genética del principio de relación, un Sujeto
Absoluto constituido: en el ámbito intelectual o dianoético, por dos y sólo dos seres personales, única
Binidad, en inmanente complementariedad intrínseca; en el ámbito revelado o hipernoético, por tres y sólo
tres seres personales, única Trinidad, en inmanente complementariedad intrínseca. Estos dos ámbitos son
por mí denominados de diversas formas: a) son sinónimos del ámbito o nivel intelectual o dianoético
expresiones como ámbito o nivel deificans, ecuménico, pístico o de la creencia, general, fundante, de la
gratia prima, de la gracia actual o divina presencia constitutiva; b) son sinónimos del ámbito o nivel
revelado o hipernoético, el ámbito o nivel transverberans, cristológico, fídico o de la fe, selectivo,
transformante, de la gratia secunda, de la gracia santificante o mística procesión.
29 Incluso las filosofías que niegan, explícitamente, la identidad parecen quedar también inmersas en
los mecanismos seudoanalíticos de este supuesto principio: una apariencia dinámica parece subsumirse en
los análisis de los impugnadores de la identidad como principio metafísico y lógico. Cierto es que Hume
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
12
II
Es un hecho experiencial que el ser humano, lejos de buscar o
refugiarse en su propia identidad, tiene conciencia de que no es sólo
conciencia de sí, ni obra sólo “para sí”; es, más bien, alguien con conciencia
de alguien y que obra para otro alguien. La ruptura que, por diversos medios,
puede hacerse de esta constitutividad relacional lleva, entre otros trastornos,
a gravísimas patologías de orden sicológico con las diferentes formas del
autismo espiritual, moral y sicológico. El ser humano posee, de este modo,
energía teándrica, esto es, fe en la posibilidad de codescubrir un destino con
dirección y sentido, de concienciarlo30, correalizarlo y convivirlo. Las otras
ciencias no poseen la órbita de esta intimidad constitutiva pero la sicoética
se sirve de sus hallazgos31. La sicoética informará, por ejemplo, a la ética
que una filosofía de la libertad deberá tener presente las tendencias oscuras y
poderosas que surgen de la misma base del siquismo, del inconsciente32 con
rechaza, en su Tratado de la naturaleza humana, la cuestión de la identidad por considerarlo el problema
más abstruso de la filosofía; que Hegel en Ciencia de la lógica dice que la identidad no es más que “la
expresión de una vacua tautología” que carece de todo contenido; que Wittgenstein afirma, en su Tractatus
Logico-Philosophicus, que la fórmula “A3A” es un seudoenunciado pues la identidad ni es propiedad de
nada ni es tampoco ninguna relación; que Husserl impugna la identidad por su carácter absolutamente
indefinible; que Lacan confirma que la proposición “A3A” no sólo no es verdadera, sino que es
absurda…
Todos estos autores quedan incursos también en la identidad porque lo que realmente están negando,
no es la identidad, sino sólo su supuesto carácter estático con el cual la identifican. No pueden desprenderse
de lo que están rechazando porque permanecen envueltos en la identidad a la que transfieren el
seudodinamismo que les dicta su propio método. La dialéctica hegeliana, pongamos por caso, de la
superación de las tesis y antítesis en las síntesis introduce dinámicamente tres identidades que se incluyen y
se excluyen mutuamente. En la superación de contradictorios, como es el caso del ser, “ser1-ser” en la
noción de devenir, introduce dos identidades “ser3ser” y “-ser3-ser” que se superan en la de “devenir 3
devenir”. Esta identidad dialéctica nos lleva al absurdo de una atomización en progresión geométrica al
seudoinfinito. Mi estudio “Concepción genética de lo que no es el sujeto absoluto” en Raíces y valores
históricos del pensamiento español, F. F. R., Constantina (Sevilla), 1990, págs. 100ss., contiene un amplio
análisis crítico de los seudoprincipios de identidad y de contradicción.
30 El verbo “concienciar” tiene también sentido relacional: del griego sun- oi[da y del latín “conscire” significa etimológicamente “saber o conocer con” o “conocer juntamente”.
31 No sería posible hacer, por ejemplo, una buena valoración sicoética sobre la actitud de una mujer
que aborta si la biología no hubiese establecido que el producto de la concepción es una realidad viva
distinta de la madre desde el momento de la fecundación, o si la sicología no nos instruyera sobre los
trastornos que pudieran originarse en la supuesta madre.
32 El inconsciente es un concepto significativo de todo proceso mental que pueda deducirse del
comportamiento de una persona pero del que la persona misma no se percata siendo incapaz de
comunicarlo o exponerlo. Según Freud es “la verdadera realidad física; en su más íntima naturaleza nos
resulta tan desconocido como la realidad del mundo exterior, y los datos de la conciencia lo presentan de
manera tan incompleta como presentan el mundo exterior las comunicaciones de nuestros órganos
sensoriales”. Es conocido el diverso trato que ha tenido el inconsciente en varios autores. No podemos, por
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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sus invasiones clandestinas, con sus disfraces, sustituciones,
contaminaciones… y con la imposibilidad de que el ser humano, contrario
en su ontológico actuar al lema socrático, pueda conocerse a sí mismo. El
imperativo simplista “conócete a ti mismo” queda desmentido por las
distintas falsificaciones que, por intrusión de ideas utilitarias o deformes, ha
ido descubriendo la sicología33. ¿Dónde acaba, pues, la sicología y dónde
empieza la eticidad? ¿En qué consiste una conciencia moral que
inconscientemente mistifica o falsea lo que la perturba sin querer reconocer
su existencia?
Cuestión formal
I
El hallazgo de un concepto “bien formado” para enunciado o teorema
que posea carácter de ciencia, debe ser establecido, roto el seudoprincipio de
identidad, desde la consistencia, completitud y decidibilidad de una
metafísica exacta34 que, con su modelo o principio, transmita estas
propiedades metodológicas en orden a constituir las diversas ciencias, y en
particular, de la sicoética con el supuesto de la ontología o mística. El
carácter de exactitud o de autenticidad de las llamadas “ciencias del espíritu”
debe regirse, excluyendo el carácter numérico y cuantificable de las ciencias
fenomenológicas35, por estos tres constitutivos mencionados36.
ello, quedar incursos en un ingenuo “inconscientismo” reductivo de la realidad como quiere Freud y
algunos sicoanalistas. No existe, para mí, esa realidad física freudiana llamada “inconsciente”, antes bien,
lo que existen son estados de consciencia o de inconsciencia.
33 Denomino a estas deformaciones “mentira sicológica” que responde a seudonecesidades
inconscientes o disimuladas que se mueven en los bajos fondos del “ego”.
34 Entiendo el concepto “exacto” en un sentido más amplio que el matemático: éste significa sólo
orden de todas las funciones numéricas en relación con un conjunto de axiomas. La exactitud metafísica y
ontológica se refiere a la formación de todos los enunciados por un solo principio o axioma absoluto: la
concepción genética del principio de relación.
35 El carácter numérico y cuantificable de lo fenoménico pertenece a la ruptura a priori, por el sujeto
absoluto, de la identidad “vacío de ser es vacío de ser” en tal grado que su resultado es la constitución ad
extra de la “genética posibilidad”, estructurada por leyes teóricas que se hacen constantes fácticas en virtud
de la libre creación ex genetica possibilitate, por el sujeto absoluto, de los seres y las cosas. Si negamos la
creación, habríamos negado, a su vez, la actualización de la genetica posibilitas, por tanto, la onda genética
constitutiva de un espacio y un tiempo que habrían quedado vacíos, contra nuestra experiencia, de historia.
Las leyes teóricas constituyen la teoricidad matemática que, con la simbolización algebraica y geométrica
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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Encuéntrase, en esta forma de proceder, aquella actitud singular de la
inteligencia humana que, abierta a la concepción genética del principio de
relación por el propio principio de relación, halla su poder fundante en una
forma de comportamiento ontológicamente genético37 que actúa con las
características propias que se dicen del vector: intensidad, dirección y
sentido. Este comportamiento hace del ser humano un absolutivo singular
que, procediendo del Absoluto singular38, recibe de éste el patrimonio
de la que participan las llamadas ciencias empíricas, es el objeto de lo que he dado en denominar
“metafísica matemática”.
36 Enuncio, conforme a mi pensamiento, estos tres constitutivos: 1) Consistencia, porque la
negación a priori del llamado principio de identidad hace imposible la carencia de sentido sintáctico,
semántico y metafísico del axioma con sus enunciados y teoremas, en tal grado que, dado un enunciado [f]
bien formado de una ciencia, v.g. la concepción genética de la metafísica (T), no es el caso que su
afirmación [f] y su negación [-f] sean, a la vez, teoremas de esta ciencia [T]: -(Tf1 T-f). 2) Completitud,
porque el axioma con sus enunciados y teoremas se rigen por las características metódicas de un origen,
sintaxis y réplica, en tal grado que estos tres elementos excluyen la petitio principii implícita en toda
fórmula tautológica; no es el caso que, dado un enunciado bien formado [f] de una ciencia, v.g. la
metafísica genética [T], este enunciado [f] se explique y no se explique por sí mismo: - [(Tf3 Tf) 1 (Tf3
Tf’)]. 3) Decidibilidad, porque es posible decidir, verificado el corte analítico y su procedimiento de la
reductio ad absurdum, la resistencia del axioma con sus enunciados y teoremas, en tal grado que la
afirmación de un enunciado bien formado de una ciencia, v.g., la metafísica genética, denuncia su carácter
abierto y excluye ser obtenido por negación de su contrario: [f +] 3 [- (f 3 - - f)].
37 El término “genético” es, en mi pensamiento, un concepto abierto que, significando “transmisión
hereditaria de valores”, se refiere per communicationem et non per analogiam, no sólo al ámbito biológico,
antes bien, al sicológico, moral, ontológico, metafísico. El ámbito metafísico es el que recibe la definición
suprema de lo genético: “transmisión de todo el carácter hereditario de [P1] a [P2], de [P1 con P2] a [P3], de
[P3] a [P1 con P2]”. Los demás grados de geneticidad, ontológico, moral, sicológico, biológico, son,
supuesta la creación, imagen y semejanza de la geneticidad metafísica.
38 Hago distinción entre dos verbos o sustantivos: absolutizar o absolutización y absolutivar o
absolutivación. Toda absolutización, resultado de la tendencia tautologizante de la inteligencia humana, es
un constructo identitático, un ei[dwlon, un ídolo o simulacro, que, separado de la realidad del Absoluto,
tiene por seudorreferente un abstracto en el que se autoafirma el yo intelectual del ser humano. Esta
autoafirmación identitática es degradación de la genética acción absolutivante de una inteligencia que,
abierta al Absoluto, puede construir con el Absoluto conceptos bien formados. Confirman estos supuestos
dos ejemplos: si me refiero a la absolutización, la búsqueda de nuestra propia identidad “yo soy yo” nos
conduce, haciendo de nuestro yo un absoluto cerrado, a la despersonalización; si me refiero a la
absolutivación, la búsqueda de algo + que yo conduce, por genética unión con el Absoluto constituido por
personas divinas, a nuestra mística personalidad. El enunciado es preciso: nuestra inteligencia es, supuesta
su creación, mística u ontológica inteligencia de la divina o metafísica inteligencia. La razón es sencilla: la
inteligencia humana, siendo imagen de la inteligencia divina, es un absolutivo del Absoluto. Lo Absoluto
no es, como afirman algunos autores, una noción tautológica: “lo Absoluto es lo Absoluto”. La noción
“bien formada” del Absoluto es, en virtud de mi concepción genética del principio de relación, un Sujeto
Absoluto constituido: en el ámbito intelectual o dianoético, por dos y sólo dos seres personales, única
Binidad, en inmanente complementariedad intrínseca; en el ámbito revelado o hipernoético, por tres y sólo
tres seres personales, única Trinidad, en inmanente complementariedad intrínseca. Estos dos ámbitos son
por mí denominados de diversas formas: a) son sinónimos del ámbito o nivel intelectual o dianoético
expresiones como ámbito o nivel deificans, ecuménico, pístico o de la creencia, general, fundante, de la
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genético que, formándole a su imagen y semejanza, da razón inconfundible
de su origen y destino divinos.
Las propiedades esenciales, que se siguen del carácter racional de la
elevación a absoluto “bien formada” de la relación, ponen a la inteligencia
humana en estado de videncia39 de la estructura fundamental de la
concepción genética de un principio de relación constituido: bajo la razón de
la inteligencia humana signada por la creencia constitutiva40, por dos y sólo
dos seres personales en inmanente complementariedad intrínseca [P1=P2] o
Santísima Binidad; bajo la razón de la revelación divina signada por la fe
santificante, por tres y sólo tres seres personales en inmanente
complementariedad intrínseca [P1=P2=P3] o Santísima Trinidad. La ruptura
del seudoprincipio de identidad rechaza, entonces, el monoteísmo
unipersonalista propugnando la abierta definición de personas divinas entre
sí: en el ámbito intelectual, monoteísmo binitario o ecuménico; en el ámbito
revelado, monoteísmo trinitario o cristológico. El enunciado de la genética
definición metafísica es exacto: las personas divinas se extasían entre sí su
gratia prima, de la gracia actual o divina presencia constitutiva; b) son sinónimos del ámbito o nivel
revelado o hipernoético, el ámbito o nivel transverberans, cristológico, fídico o de la fe, selectivo,
transformante, de la gratia secunda, de la gracia santificante o mística procesión.
39 El verbo “videnciar” posee, en mi pensamiento, el significado de “forma de visión” o “visión bien
formada”. Si afirmo “este hombre tiene visión política”, quiero significar, no cualquier tipo de visión —
visión vulgar, abstracta o informe—, antes bien, una visión bien perfilada y estructurada, en tal grado que,
ante la sociedad, este hombre queda cualificado políticamente. La “videncia” metafísica es estado de
“visión formada” que la inteligencia posee en virtud de su apertura, por medio de la intuición, al sujeto
absoluto. Videnciar la concepción genética del principio de relación, incluyendo, en orden a su dirección y
sentido, todas las implicaciones de la ratio intelligentiae y de la ratio fidei, es tener “visión bien formada”
de la metafísica genética.
40 Mi distinción entre "creencia" y "fe" nada tiene que ver con la de Marcel al considerar la creencia
como "un creer que" y la fe como "un creer en". Las estructuras gramaticales "creer que" y "creer en"
tienen, mediante las reglas de transformación que pasa por alto Marcel, el mismo sentido semántico. Pongo
un ejemplo. El mismo significado posee la oración gramatical "yo creo en la existencia de Dios" que esta
otra transformada: "yo creo que Dios existe". La creencia y la fe no son, para mí, dos especies distintas;
antes bien, dos formas o niveles de la virtud de la fe: el primer nivel, el pivstew" ejnevrgeia o "energía
pística" que podemos llamar "creencia constitutiva" es el ámbito general que envuelve, no sólo las
religiones y creencias, antes bien, toda la actividad humana; el segundo nivel, fe teologal, "energía fídica"
que podemos llamar "fe" no es un acto distinto, antes bien, es la elevación al orden sobrenatural del primer
nivel. La afirmación de que fueran dos actos distintos introduciría, teológicamente, en la persona humana
dos hombres superpuestos: el hombre viejo y el hombre nuevo. Mi enunciado es exacto: no hay
superposición, antes bien, transformación. El sicoanálisis religioso puede moverse en el ámbito de la
creencia o primer nivel de la fe. El ámbito propio de la fe sobrenatural es inaccesible por sí mismo a la
simple creencia; sin embargo, puede reconocerse por las repercusiones sicosomáticas y otras
manifestaciones por el hecho de que el ámbito de la creencia, aunque no es el ámbito de la fe, está abierto
por su misma naturaleza, al ámbito de la fe.
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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única esencia o amor, su única naturaleza o divinidad, su única sustancia o
congenitud.
II
Toda concepción ética, sicológica o filosófica que solape la definición
del hombre se circunscribe dentro de lo que he venido en denominar “teorías
débiles”, que, carentes de compromiso, no sólo ontológico, sino también
metafísico, prefieren asentarse en la insuficiencia de las diferentes formas de
la convencionalidad. Si todas las concepciones acerca del ser humano
utilizan el concepto de persona, la pregunta no se hace esperar: ¿en qué
consiste la persona? No puede existir una definición ontológica de la persona
humana sin que aquello que la constituye no sea bajo el supuesto metafísico
de la concepción genética del principio de relación. Si el Sujeto Absoluto es
abierto ad intra en virtud de la concepción genética del principio de relación
[P1=P2=P3], también es, supuesta la creación del sujeto humano por el
propio Sujeto Absoluto, abierto ad extra a este sujeto humano. ¿En qué
consiste la forma genética de esta apertura? En dar ontológicamente al ser
humano la categoría de persona. ¿Cómo? Por la inmanente presencia
constitutiva de las personas divinas en el espíritu humano. Ninguna
mediatización existe entre las personas divinas bajo la razón de Sujeto
Absoluto y entre la persona humana bajo la razón de sujeto humano. Esta
divina presencia constitutiva no puede conocerse, por tanto, por medio de
argumentos: se esconde a toda búsqueda, a todo intento de conceptualización
o categorización, porque la divina presencia constitutiva es lo que nos es, no
sin la dura condición de las facultades y del complejo de funciones y
disfunciones sicosomáticas, inmediatamente dado para alcanzar la categoría
de “personas”41. No es el ser, ni la realidad, ni ningún otro concepto, sino la
41
Mi concepción genética de persona consiste en la forma de definición de una persona por otra
persona. Ilustro la forma de definición de la persona humana sirviéndome del significado originario del
provswpon [prósopon] griego: rostro, talante, carácter o categoría. El rostro o talante por el que el ser
humano adquiere la categoría de persona es la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto en su
espíritu. Esta divina presencia constitutiva es carácter hereditario que hace de la persona humana mística
deidad de la divina Deidad. Reside en este carácter hereditario la constitución filial del ser humano en
relación con Dios: porque es "hijo de Dios", el ser humano tiene el aspecto, el talante, el parecido, en una
palabra, "la imagen y semejanza" de Dios. Este talante no es una "máscara" exterior, es rostro divino
impreso constitutivamente en tal grado que, ontológicamente, "hace resonar", per-sonare, a nuestro espíritu.
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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divina presencia constitutiva, lo que viene impuesto y supuesto en nuestro
actuar, nuestro pensar, nuestro querer, nuestro sentir; es aquello que da
forma de verdad, bondad y hermosura al comportamiento humano. La
persona tiene en su conciencia, estado en que queda su espíritu inhabitado
por la divina presencia constitutiva, la potestad organizadora y rectora de sus
impulsos, de las fuerzas sicosomáticas y exteriores. La conciencia es un
concepto relacional, del griego sun- oi[da y del latín “cum- scire”, que
significa etimológicamente “saber o conocer con” o “conocer juntamente”.
Queda rechazado por mí el disgenético lema socrático “conócete a ti mismo”
por la genética expresión “conócete en Dios”42. La persona humana no puede
entrar sola en el enmarañado bosque de su conciencia: tiene necesidad de
entrar acompañada, esto es, de comunicarse, de confesarse con alguien43.
III
Es competencia de la sicoética recoger, precisamente, el excedente no
matematizable, excedente que, ciertamente, pertenece también a aquella
experiencia incuantificacional44 que exige dar explicación del origen, esencia
y fin del mismo objeto, el ser humano en sus distintas dimensiones. Todas
las ciencias estudian o tienen como última referencia al hombre. Este
optimismo cientificista45 nos ha conducido de forma irreversible, evocando
el pavntwn crhmavtwn [pánton chrematon] de Protágoras, al pavntwn
ejpisthvmwn [pánton epistémon] que nos ofrece la nueva definición
Los latinos manifestaron, con el verbo "personare", lo que yo denomino "acto ontológico personal" hecho
posible en virtud de la divina presencia constitutiva.
42 Este es el espíritu de la famosa locución teresiana “Búscate en mí”, que dio lugar al famoso
Vejamen de 1577, y que fue cincelada por Santa Teresa en los conocidos versos “Alma, buscarte has en Mí
/ y a Mí buscarme has en ti”. El sentido de la locución revela la actuación de dos personas en el
conocimiento místico, desmintiendo la fórmula socrática y senequista de sabor identitático “Búscate a ti
mismo”.
43 La Iglesia Católica utiliza, desde antiguo, como medio del progreso interior, la confesión y la
dirección espiritual; en los tiempos modernos, recoge esta experiencia multisecular del confesor y
confesando la sicología con sus métodos sicoanalíticos.
44 La rica experiencia humana de la comunicabilidad tiene diversos modos de objetivarse sin
necesidad de recurrir a las estructuras de la lógica y de la matemática; puede acudir, por ejemplo, al
lenguaje evocativo y emotivamente denso del símbolo y del mito, que, más que elaborar un pensamiento,
“da que pensar”. El excedente no matematizable de la experiencia humana integral es mucho más rico que
el de la experiencia sensible o cuantificacional.
45 Recuérdese que el cientificismo es la teoría según la cual la investigación científica,
extendiéndose también a todos los dominios de la vida intelectual y moral, basta para satisfacer las
necesidades de la inteligencia humana
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
18
reduccionista del homo mensura: “el hombre es la medida de todas las
ciencias”46. Mi concepción genética de la metafísica desarrolla, frente a esta
razón técnica, la razón ontológica o mística.
La sicoética, lejos de enfrentarse a las conquistas del método
experimental, reconoce y se sirve del mérito de estas ciencias, poniendo, sin
embargo, de relieve que el ser humano es, en su intimidad constitutiva, un
“yo+” sagrado capaz de ejercer, descubriendo y valorando su destino, su
potestad personal. Este “yo+” es ajeno a la concepción de un ser humano
que, resultado de dos conciencias, sicológica y ética, actúa también con el
auxilio de sus inherentes conciencias colectivas47 en relación de vital
pertenencia con un ambiente y una sociedad. Rechazo esta concepción
colectivista de conciencias, o de muchos “yo” en la persona humana,
afirmando mi concepción genética del “yo+” donde el “+” indica la apertura
del “yo” a un referente absoluto que, distinto de él, lo inhabite
constitutivamente, divina presencia constitutiva, integrando con dirección y
sentido las diversas formas de comportamiento motivacional del “yo+”,
religioso, ético, social…, no sin la dura condición de las fuerzas estimúlicas
de la sique.
La conciencia extática48, formante de este carácter motivacional, es acto
ontológico o energía constitutiva de la persona humana que, rompiendo la
identidad49 de la persona consigo misma, inspira a nuestra potestad
46 pavntwn
[crhmavtwn] ejpisthvmwn mevtron ejstivn a[nqrwpo~
Algunos dicen que se dan en un mismo ser humano diversos “yo” yuxtapuestos: el yo de hijo, de
padre, de hermano, de amigo, de esposo, de aldeano, de obrero… que pertenecen a nuestra personalidad
profunda y radicalmente en tal grado que, si intentamos romper la relación de estos “yo” sociales,
quedaríamos en una individualidad abstracta.
48 La etimología de la palabra e[k- stasi" [ek-stasis], teniendo el significado originario de “salir de
para ir a”, esto es, de “elevar algo a un referente transcendental que, definiéndolo, lo enriquece”, es ajeno a
las patologías significadas por los conceptos de sublimación o de enajenación. La razón es precisa: estos
estados anómalos no tienen referentes o relatos transcendentales, antes bien, seudorrelatos formales de
carácter ficticio o imaginario.
49 No debe confundirse, ontológicamente, los conceptos de “identidad” y “singularidad”: la
identidad, llevada a sus últimas consecuencias, es el resultado de cerrar la persona en su propia persona en
tal grado que, sacada o separada [ajf aivresi~ = abstracción] de aquello por lo cual es constituida, queda
reducida a un seudoconcepto en el que se destruye toda comunicación, apertura o progreso; la singularidad
necesita, al menos de dos términos en los que “cada cual” no es completo [suvnolo~ = concretus] sin el otro.
El concepto de singularidad significa, por tanto, el carácter concreto, completo, que tiene un “cual” abierto
a otro “cual”.
47
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
19
constitutiva a ejercer el amor, la contemplación, la recreación, la
convivencia del mejor bien, verdad y hermosura posibles, constituyendo el
eje de todo progreso y desarrollo educativo. Este acto del espíritu es, en
virtud de la divina presencia constitutiva, una acción teándrica50, esto es, la
acción de Dios en el hombre con el hombre. La negación de esta energía
extática, que dirige y forma las fuerzas pulsionales de la sique, introduciría
en la sicoética un reduccionismo sicológico y moral de carácter materialista.
La conciencia extática, conteniendo en sí el genético “votum implicitum in
re”, esto es, la “buena fe”, la “buena voluntad” (Lc 2,14), es signo de
normalidad, no sólo espiritual y ética, antes bien sicológica51 por la que toda
persona humana, removidos todos los impedientes obstáculos sicosomáticos,
culturales, educacionales, o ambientales, actúa según su propia
constitucionalidad mística o deitática.
Mi definición de la filosofía sicoética es precisa: la sicoética es la
ciencia que estudia la acción teándrica en las estructuras síquicas y éticas del
ser humano, iluminadas por una ontología propia del espíritu cuya dínamis
es el éxtasis o extasiología. Esta ciencia supone dos condiciones
constitutivas de la libertad: la capacidad de valoración ética y la capacidad
de decisión en cada uno de las actos teándricos. Ahora bien, la sique posee
un ego que, manifestación disgenésica del yo o distorsión del yo52, viene
50
No hay que confundir las acciones teándricas que se predican teológicamente de la unión
hipostática de las dos naturalezas, divina y humana, en la única persona divina del Verbo encarnado.
Afirmo, por esta causa, que nuestra acción es mística teandría de la divina teandría. La diferencia de las dos
teandrías es precisa: en la persona humana, mística u ontológica; en la persona del Verbo, divina o
metafísica.
51 La normalidad síquica —según Freud— consiste sustancialmente en el frágil equilibrio entre
satisfacciones y renuncias que se van determinando en el desarrollo histórico de las relaciones
interpersonales de cada uno. Coinciden la mayoría de los sicólogos, exceptuando a los que se inscriben en
la antisiquiatría, en que la “normalidad sicológica”, formal o estadística, viene caracterizada por el estado
de conducta que manifiesta la mayor parte de las personas. Nadie se pone, sin embargo, de acuerdo en una
definición cualitativa, funcional o dinámica. Muchos filósofos, sicólogos y siquiatras se refieren a la
experiencia mística como signo de normalidad. Pongo, por ejemplo, a un sicólogo gestaltista, Abraham
Maslow, que defiende la experiencia mística como una de las características propias de la normalidad. El
mismo K. Jung pone como ejemplo de elevado nivel cultural, no sólo la experiencia mística de ejemplos
conocidos, sino incluso la creencia católica de la Asunción de la Virgen a los cielos. Es de sobra conocido
el “humanismo frommiano” que acentúa la dimensión religiosa y ética descuidada por el sicologismo
científico.
52 La manifestación disgenésica del ego es relativa y es susceptible de graduación.
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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caracterizado por la neurosis53 actuante en las fuerzas estimúlicas por medio
de las manifestaciones disgregadoras del yo54.
Cuestión final
Cristo es el supremo maestro de una sicoética que, rompiendo la
identidad de la ética en cuanto ética y de la sicología en cuanto sicología,
puede formar una incrementativa conciencia extática en la que, como
corrobora San Pablo, el Espíritu Santo infunde la mística percepción de
nuestro sobrenatural carácter filial: «la prueba de que sois hijos es que Dios
ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abba,
Padre! De modo que ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero
por voluntad de Dios» (Gá 4,6s.).
La actitud sicoética de Cristo es la de un “no temáis” que produce el
efecto positivo que la palabra significa. ¿Por qué? Porque quien lo pronuncia
está comunicando una actitud que tiene todas las virtudes de la energía
extática: el amor, la paz, la sinceridad, la seguridad, la confianza, la
generosidad… La creencia y la fe son, por esta causa, espiritual energía
constitutiva o santificante, que responde sobreponiéndose al miedo y sus
complejos. ¿No es cierto que, cuando decimos “voy a poner fe en esto”,
“creo en esta persona”, “tengo que poner fe en mí mismo”…, dominamos el
miedo transformando sus complejos en valor, humildad, sinceridad,
confianza, prudencia…
53
La neurosis es, para la siquiatría, un trastorno sicológico o fisiológico, menos grave que la sicosis,
pero lo suficientemente grave como para limitar la adaptación social del paciente y su capacidad para
trabajar, que suele atribuirse a algún conflicto emotivo inconsciente. La sicosis es ya una enfermedad
mental caracterizada por desarreglos de tipo cognoscitivo tan graves (a menudo con la presencia de
ilusiones o alucinaciones) que la adaptación social se hace imposible y el paciente debe ser sometido a
vigilancia médica. Admitiendo estas definiciones de la siquiatría, entiendo la neurosis en un sentido más
amplio. La primera manifestación de la neurosis del ego es el complejo o el síndrome del miedo que se
sustantiva en tres estados fundamentales de carácter positivo y negativo: estados de sentimiento o
afecciones duraderas y de poca intensidad (simpatía, compasión, antipatía, rechazo…); estados de emoción
pasajeros y más intensos que los sentimientos (impresión por un hecho o acontecimiento, angustia…);
estados de pasión o afecciones duraderas sentidas con gran violencia (enamoramiento, venganza…).
54 Las disgenesias espirituales y sicosomáticas que no tienen el supuesto de la malicia del yo no son
causa de responsabilidad moral; antes bien, intervienen como atenuantes.
Filosofía sicoética. Noviembre 1996—Fernando Rielo
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La sicoética, lejos de un normativismo estéril, está fundada en las
propiedades sanantes de un amor cristológico cuya medida no es el “sí
mismo”, antes bien el “como yo os he amado”55, esto es, un amor divino
incondicionado, sin término, capaz de dar la vida, de soportar, de tolerar, de
perdonar sin límite, de tender la mano a los publicanos y pecadores, de
ayudar a los marginados de toda raza y condición. Esta incondicionalidad
del amor es la característica de la geneticidad espiritual, lo que sirve de
transmisor infalible para que la energía extática, esto es, la gracia divina
haga del ser humano plenitud personal.
Una sicoética cristológica no puede pasar desapercibida a ninguna de
las modernas concepciones de la ética y de la sicología con sus métodos. No
puede desmentirse una histórica que, con fundamento en el discurso, el
testimonio y la vida de Cristo ha producido una cultura de la cual las
concepciones éticas occidentales son deudoras. Si no ha ejercido el positivo
influjo esperado, hay que pensar en los eximentes que tienen su raíz en las
innúmeras anomalías que padece el ser humano; en ningún caso, se deben a
la insuficiencia de la misión apostólica y redentora de Cristo que,
revelándose Hijo del Padre, ha querido actuar con la fuerza del Espíritu
Santo en la persona humana con la persona humana. La aceptación de esta
deitática actitud dialogal por medio de la creencia constitutiva, formante de
culturas, mentalidades y religiones, o lo que es más, por medio de la fe
sobrenatural desposada con el amor, determina no sólo el criterio de validez
del juicio y actuar éticos, antes bien, el acto de suprema libertad que hace
exclamar a San Agustín: ama et quod vis fac.
La razón por la que hay tantos seres humanos que no han entendido a
Jesús de Nazaret, incluso racionalmente, nos la esclarece Él mismo: “¿Por
qué no entendéis mi lenguaje? Sencillamente, porque no queréis aceptar mi
palabra” (Jn 8,43); esto es, no queremos entrar en diálogo con Él. Si
anhelamos mantener el paradigma de la actitud dialogal, debemos aceptar a
quien nos revela nuestro más alto patrimonio hereditario elevando nuestra
55
La ley impone que la medida del amor al prójimo es el amor a sí mismo: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Lev 19,18). Cristo, sin embargo, rompiendo la identidad de la ley en cuanto ley,
remonta la eticidad por encima de toda medida: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn
13,34s.).
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potestad constitutiva a potestad santificante: “A todos los que recibieron la
Palabra les dio potestad de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12). Sólo, de este
modo, puede el hombre ser deidad para el hombre: contra el estimúlico
homo homini lupus, habríase verificado el motivacional homo homini deitas.
He terminado
Fernando Rielo Pardal, 143-48
84 Drive—Briarwood, NY 11435.