Download YO TENGO UN ATAQUE DE PANICO

Document related concepts

Trastorno de pánico wikipedia , lookup

Fobia social wikipedia , lookup

Trastorno de ansiedad wikipedia , lookup

Agorafobia wikipedia , lookup

Escopofobia wikipedia , lookup

Transcript
YO TENGO UN ATAQUE DE PANICO
Viviana Pumar
Índice
Prólogo
¿Por qué este libro?
¿Quién no se acuerda de su primer ataque de pánico?
13
15
17
1. ¿Qué son las fobias en general?
Características generales
Cómo funciona el cuerpo y la mente
Autoexamen
19
21
22
24
2. Ataque de pánico y agorafobia
Características generales
Viviana, testimonio
Conocer a otras personas que están en la misma situación que uno
27
29
30
34
3. Fobia Social
Características generales
Marisa, Testimonio
Los pensamientos catastróficos
Fernando, testimonio
37
39
41
43
46
4. Pánico
Características generales
Adrián, testimonio
Algunas consecuencias de las crisis de ansiedad
51
53
53
58
5. TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo)
Características generales
Patricia, testimonio
Diego, testimonio
Carola, testimonio
61
63
64
67
67
6. TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizada)
Características generales
Raquel, testimonio
71
73
76
7. Hipocondría
Características generales
Aspectos típicos de los pacientes hipocondríacos
¿Cuáles pueden ser las causas de la hipocondría?
Jorge, testimonio
¿Se puede curar la hipocondría?
Pasos a seguir en una terapia cognitiva
Agenda de ejercicios para hipocondríacos
81
83
84
86
87
89
90
90
8. Anorexia y Bulimia
Características generales
Anorexia
Testimonios, varios
Bulimia
Testimonios, varios
Dismorfia
93
95
96
98
102
104
106
9. Depresión
Características generales
Autoexamen
Depresión bipolar
Depresión en niños y adolescentes
Factores de riesgo en adolescentes con problemas de estas
Características
Insomnio
109
111
112
113
114
10. El camino hacia la curación
Cómo empezar
Los grupos terapéuticos
119
121
123
11. ¿Tiene usted miedo a los medicamentos?
por el Dr. Oscar Carrión
125
12. Después de la curación
Ser constante
Ayudas para superar el problema
131
133
133
Epílogo
135
115
115
PRÓLOGO
¿Por qué este libro?
Decidí escribir este libro porque sé muy bien lo que es un
ataque de pánico y algunas otras fobias. Atravesé este infierno
durante muchos años y si bien aún me falta recorrer parte del
camino, podría decirse que soy una persona recuperada.
Pensé que sería muy agradable llegar a través de estas
páginas a tanta gente que padece esta enfermedad y no ha
encontrado aún una cura; también a aquellos familiares y
amigos de personas que buscan una respuesta a su
padecimiento.
Seguramente,
muchos
recorrieron
varios
consultorios, se hicieron todo tipo de análisis –y la mayoría
salían bien- pero siguen hasta hoy sin haber encontrado una
respuesta satisfactoria.
Soy una persona común tratando de transmitir un mensaje
para aquellos que lo necesiten. Estudié periodismo, no
medicina, así que usaré un lenguaje coloquial donde muchas
veces quizás falten términos técnicos, pero sé que ustedes me
entenderán y que los profesionales sabrán disculparme.
El objetivo principal de este libro es que la gente tenga un
mayor conocimiento sobre los ataques de pánico, cómo
abordarlos, tratarlos y superarlos. Cuando uno reúne la
información necesaria sobre el tema el temor disminuye.
Conozco muy bien el miedo, la angustia y la sensación de
pensar que este “monstruo” nunca va a desaparecer: uno se
acostumbra a vivir aterrado a la espera de que otro ataque de
pánico vuelva a presentarse. Por lo general los tratamientos
tradicionales nunca hablan de una cura, pero definitivamente
existe. Hay cientos de relatos que lo avalan; algunos médicos
dicen que la cura es total y que dentro de unos años, con los
avances de la medicina, estas crisis serán historia.
Insisto en que es sumamente importante la difusión de la
información. Es vital para poder aprender a conocer los
ataques, afrontarlos y llegar a curarse.
Llegué a la Fundación Fobia Club después de haber
recorrido muchos lugares sin obtener ningún resultado. En la
televisión, mi madre había visto un reportaje que le hacían a
pacientes y médicos hablando de sus trastornos y pensó que
sería bueno que yo asistiera a una de las charlas informativas
que daban. En el Fobia Club fue donde finalmente encontré el
camino para curarme. La Fundación es una entidad de
orientación y ayuda solidaria. En todas sus filiales se realizan
reuniones semanales gratuitas destinadas a brindar información
sobre los trastornos de ansiedad, el pánico, el trastorno
obsesivo-compulsivo, la ansiedad generalizada, la depresión y
las distintas clases de fobias. Allí se ofrece información,
boletines y también explicaciones a través de medios
audiovisuales: diapositivas y videos.
Las reuniones son dirigidas por el director o el vicedirector
de la filial. Cuentan con la presencia de los coordinadores de
grupo, que son personas recuperadas, entrenadas para ayudar y
colaborar con los pacientes nuevos.
A todos aquellos pacientes que comienzan un tratamiento
se les realizan estudios específicos y distintos tests a través de
los cuales se obtiene un diagnóstico preciso, fundamental para
evaluar el tratamiento correcto a seguir. Una vez obtenidos los
resultados, un psiquiatra deriva a los pacientes a los distintos
grupos determinados para cada trastorno. Hasta el día de hoy
sigo pensando que el trabajo que se realiza en estos grupos es
una de las partes más importantes del tratamiento.
Seguramente hay muchas entidades similares en todo el
país. Esta es la que yo encontré, el lugar donde conocí a
algunas de las persona que van a dar testimonio en este libro.
Muchos estamos recuperados, al menos pudimos regresar a
nuestra vida normal y encontrar la libertad. Lo importante es
tener conciencia de que recuperarse es un trabajo que debemos
seguir día a día.
¿Quién no se acuerda de su
primer ataque de pánico?
No creo que alguien lo pueda olvidar. Ese recuerdo queda
grabado en la mente para siempre. Es muy fuerte la huella que
deja y aunque no vuelvan a repetirse otros ataques, se sufre un
síndrome espantoso que es el miedo al miedo; síntoma casi
peor que el trastorno en sí.
Por lo general, el primer episodio o ataque es espontáneo,
aparece de la nada, puede suceder en un tren, mirando
televisión, en una fiesta o inclusive durmiendo. Algunas
personas lo padecen a causa de un fuerte estrés, por motivo de
un examen o por tener que dar una charla en público.
Aparece sin previo aviso. Más allá de los distintos
trastornos, varios síntomas son similares: taquicardia, opresión
en el pecho, temblores, mareos, sudoración, sensación de
ahogo, etc. Muchos corren a la guardia de un hospital porque
temen estar padeciendo un ataque al corazón o algo peor. Los
resultados de esta visita suelen ser tranquilizantes ya que por lo
general el paciente no tiene nada. Pero los síntomas siguen o
vuelven a repetirse en algún momento si no son medicados
correctamente.
Normalmente, los ataques de pánico tienen un tiempo de
duración que no supera los 15 o 20 minutos, aunque para
aquellos que los sufren parecen durar mil horas. Pero hasta el
día de hoy nadie se murió de un ataque de pánico. Por más
terrible que sea el momento, mientras padecemos el ataque
debemos recordar que es transitorio, mantener la calma y
pensar que nada terrible nos va a pasar. Algunos creerán que es
fácil decirlo para quien ya no lo padece más. Es verdad, tienen
razón. Siempre me molestó que me dijeran frases como “ya va a
pasar”, “esto no va a durar toda la vida”, “vos no estás poniendo
voluntad” y otras que mejor ni recordar.
Mientras padecemos los ataques, y al no hallar una
respuesta satisfactoria, la cura parece imposible. Pero el solo
hecho de pensar que pasaremos el resto de nuestras vidas así
también es imposible de sobrellevar; nos llena de angustia y
soledad. Nadie nos comprende y nuestro único deseo es que un
milagro ocurra: despertar una mañana y que todos los síntomas
hayan desaparecido.
Pero esto no sucederá, al menos no de un día para el otro.
Espero que después de leer las páginas que siguen
comprenderán que curarse es más posible de lo que creen.
1
¿QUÉ SON LAS FOBIAS EN GENERAL?
Temor irracional y persistente que se manifiesta
ante la exposición de ciertos objetos
o situaciones temidas
Características generales
La fobia es uno de los trastornos de ansiedad más
reiterado entre las personas. ¿Qué es la ansiedad? Es angustia
que se manifiesta a través del cuerpo por medio de sensaciones
físicas y en el pensamiento por ideas recurrentes. Puede
aparecer en distintos niveles, desde un simple desasosiego, una
sensación de inquietud o nerviosismo hasta un ataque de
pánico.
Las fobias consisten en sentir un miedo irracional y
persistente que se manifiesta como respuesta a ciertas cosas o
situaciones temidas. Por lo general suelen dar lugar a
comportamientos
de
evitación.
Son
incontrolables
e
incomprensibles y nada las justifica. Las investigaciones han
demostrado que existen más de 7.000 clases diferentes de
fobias, cada una con un nombre específico. Las hay en distintos
grados o niveles: las fobias más simples como el miedo a las
arañas, a las palomas, a las tormentas y a la oscuridad; o las
fobias a los lugares cerrados (claustrofobia) como los
ascensores, los túneles, etc. En general producen taquicardia,
temblores, sudoración, opresión en el pecho y otros síntomas.
¡Y eso que son leves!
Las fobias más graves son la agorafobia, la fobia social, el
pánico, los trastornos de ansiedad generalizada (TAG), los
trastornos obsesivo compulsivo (TOC), el trastorno por estrés
post-traumático, la ansiedad de separación y muchas otras. Las
consecuencias de este tipo de trastornos son devastadoras:
personas que no se animan a salir de su casa, otras que pierden
el trabajo y sus parejas, algunos que consumen alcohol y/o
drogas. Más adelante, a través de los testimonios que aquí se
presenta, aparecerán ejemplos específicos de estos casos.
Los desórdenes de la ansiedad son las enfermedades
mentales más comunes. En los Estados Unidos el 13,3% de la
población que tiene entre 18 y 54 años se encuentra afectada,
es decir 19,1 millones de personas.
En un estudio quedó efectivamente demostrado que de
100 pacientes sólo 8 tenían tratamiento psiquiátrico y no en
todos los casos era el adecuado, 32 eran tratados en servicios
de cardiología por hipertensión arterial, 19 en servicios de
gastroenterología, 9 en servicios de piel y el resto se dividía en
ginecología, urología y otros servicios.
Estas estadísticas explican el hecho de que muchos
pasamos tantos años enfermos, sin encontrar la cura. Hay
personas que han llegado a estar 20 o 30 años de su vida
dependiendo totalmente de algún familiar y sin salir de sus
casas.
El desorden post-traumático consiste en la aparición de
una serie de síntomas que se sufren después de hechos
específicos como una separación, la pérdida de un ser querido,
un accidente, etc. Las estadísticas arrojan que 5,2 millones de
personas o sea 3,6% de la población mundial lo padece. Las
mujeres son más propensas a sufrirlo que los hombres, siendo
la violación la causa más importante de este trastorno. El abuso
sexual en la niñez es un fuerte antecedente para que los niños
desarrollen este desorden.
Cómo funciona el cuerpo y la mente
Los sentidos envían mensajes a la corteza cerebral sobre
la percepción de un hecho próximo. Por ejemplo: veo un tigre
que me va a atacar; la información es confrontada con todos los
registros de nuestra memoria y el cerebro determina: “esto
quiere decir que estoy en peligro”. En ese momento se manda
un mensaje al hipotálamo, que ubicado en la base cerebral e
identificado como centro primitivo, tiene la función
de
coordinar todas aquellas acciones corporales que no están en
estado consciente, como el metabolismo y el latido del corazón.
Este aviso, recibido por el hipotálamo, indica que algo “va mal”,
entonces activa la alarma y envía indicios a la hipófisis,
glándula que controla y rige nuestro sistema nervioso
endocrino. Después de la alerta, la hipófisis produce altas
cantidades de una hormona activadora de las glándulas
suprarrenales, localizadas sobre cada uno de los riñones. Una
vez que las suprarrenales están en alerta, producen adrenalina
y noradrenalina que en cantidades excesivas preparan al cuerpo
para la reacción.
El efecto que producen las hormonas es inmediato. Esto es
lo que ocurre:
.
El hígado libera reservas de glucosa en la sangre para
enviarlas a los músculos que así obtienen una energía rápida
para funcionar.
.
La respiración se acelera para adquirir mayor cantidad de
oxígeno, necesario para ayudar a los músculos en la
transformación del azúcar en energía. Una respiración más
rápida también contribuye a eliminar el exceso de dióxido de
carbono.
.
Los latidos del corazón aumentan para transportar la
sangre que distribuye el oxígeno a las partes del cuerpo que lo
demandan en ese momento. Se incrementa la presión arterial
como consecuencia del acrecentamiento de la frecuencia
cardíaca.
.
Para mantener la energía, las funciones esenciales como
la digestión se detienen. Las secreciones también se
interrumpen, por lo tanto sentimos la boca seca por la ausencia
de saliva.
.
Se sienten deseos de eliminar toda la carga excesiva de la
vejiga y los intestinos y así se vuelve imperiosa la necesidad de
ir al baño.
.
Debido al proceso del organismo aparecerá una
sudoración para calmar la temperatura de la piel que, durante la
acción inminente se calentará debido al ejercicio del
organismo.
.
La visión y la audición se intensifican y casi se puede
“oler” el miedo.
.
La sangre se dispara hasta los músculos de locomoción
desde los lugares donde NO es necesaria; como consecuencia
se puede palidecer.
.
Los músculos tensos suprimen el ácido láctico en el
torrente circulatorio, lo que provoca el aumento de la ansiedad.
Esta lista de acciones que tienen lugar tan sólo en unos
segundos, llegado el caso en que uno se encuentre frente a un
tigre, mantiene gran similitud con lo que le sucede a una
persona cuando padece un ataque de pánico. El miedo provoca
todo esto en nuestra mente y en nuestro organismo, con la
diferencia que frente a nosotros no hay ningún tigre, tampoco
ningún peligro visible. Sin embargo el miedo está ahí y dispara
toda esta adrenalina sobre nuestro cuerpo.
Autoexamen
Las personas que tengan ciertas dudas sobre si padecen o
no alguna fobia, pueden practicar un simple ejercicio: escribir
en una hoja aquellas cosas o situaciones que les causan miedo
o que les producen alguna de las sensaciones de ansiedad
nombradas anteriormente. Estos son algunos escenarios
posibles:
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Caminar por la calle.
Ir al cine.
Ir a clases.
Ir a un centro comercial.
Ir al supermercado.
Asistir a reuniones.
Asistir a reuniones o fiestas.
Salir de noche solo/a.
Alejarse de la casa.
Miedo a estar solo/a en su casa.
Hacer una fila.
Pasar por un túnel.
Tomar un subte / colectivo/ tren.
Viajar en avión.
Viajar el interior o al exterior del país.
Temor a sufrir una desgracia si hace tal o cual cosa.
Miedo a las arañas, palomas, cucarachas, etc.
Indicar con un puntaje de 1 a 5 qué nivel de ansiedad les
producen éstas u otras situaciones considerando como
síntomas de ansiedad: taquicardia, sudoración, temblor, miedo
al desmayo, mareos, problemas visuales, opresión en el pecho,
etc. Estos son los valores:
1)
2)
3)
4)
5)
Ninguno.
Leve.
Regular.
Fuerte.
Muy fuerte.
Si en varios de los ítems mencionados superan el valor 2
pueden estar padeciendo una fobia que debe ser tomada en
cuenta, porque de algún modo está alterando su forma de
vida. Que esto suceda es algo serio, no es una simple manía
o “cosas raras que pronto van a pasar”, como nos dicen
muchos. Por lo general no pasan, y lo que es peor se
acrecientan por no ser tratadas.
2
ATAQUE DE PÁNICO Y AGORAFOBIA
Crisis espontáneas de temor y miedo
a los espacios abiertos
Características generales
Un ataque de pánico es una crisis espontánea de temor
que normalmente dura poco tiempo y actúa como disparador de
algo que ya estaba gestado dentro de cada uno. El día en que el
ataque de pánico se manifiesta es fundamental comenzar la
búsqueda de un buen diagnóstico para curarnos. Luego de
obtener los resultados de los exámenes físicos y psicológicos
se nos diagnostica qué tipo de fobia padecemos y ahí empieza
el tratamiento.
Las estadísticas muestran que en Estados Unidos 2,4
millones de personas (1,7%) padecen alguna vez ataques de
pánico; afecta dos veces más a las mujeres que a los hombres.
En mi caso, no sabía lo que la palabra agorafobia
significaba hasta que recibí mi diagnóstico. Ahora lo aprendí,
después de padecerlo e informarme correctamente.
La agorafobia es miedo a los espacios abiertos. Consiste
en un fuerte temor a alejarse del domicilio o caminar solo por la
calle, viajar en colectivo, tren, subte o micro, ir a lugares donde
hay mucha gente, como los supermercados, centros
comerciales, cines, etc.
Muchas
personas
tienen
serias
dificultades
para
permanecer en la fila de un banco, ir al teatro o a un
restaurante, donde en caso de sufrir una crisis de pánico el
escape puede resultar dificultoso. Por eso, tantos de nosotros
dejamos de hacer varias actividades de la vida cotidiana y con
el tiempo nuestros círculos se van cerrando. El siguiente es el
relato de mi experiencia.
Viviana
Hace casi seis años tuve mi primer ataque de pánico. En el
mes de diciembre fui al cine con Andrea, una amiga a ver Avión
Presidencial protagonizada por Harrison Ford.
Estábamos
mirando las propagandas y comiendo pochoclos (cotufas). Las
luces se apagaron y los títulos indicaban el comienzo del film.
De pronto, en un segundo, sentí una fuerte taquicardia que
parecía que iba hacer explotar mi corazón. Pensé que tal vez
había comido algo que me había hecho mal. Respiré profundo
para relajarme, pero mis manos empezaron a humedecerse y un
escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Empecé a transpirar, mis
manos, mi frente y mi nuca estaban mojadas. Pensé ¿tal vez me
bajó la presión? Sentí que se me oprimía el pecho y que me
costaba mucho respirar, cada vez más; la taquicardia no
cesaba.
Le pedí a mi amiga que saliéramos del cine, me miró
sorprendida porque aún la película no había empezado. Le dije
que realmente me sentía muy mal y que me sacara de ahí
inmediatamente. Una vez en el hall de entrada, empecé a llorar
y Andrea me abrazó muy fuerte. Nos fuimos a casa de mi mamá,
que me dio un calmante, un té de manzanilla y me acostó para
que durmiese allí.
Así comenzó una larga pesadilla que, durante los seis años
de lucha, pareció interminable. Creía que iba a vivir con “eso”
toda mi vida y que ningún médico iba a encontrar una cura para
mi enfermedad. Me hice todo tipo de análisis: hepatogramas,
encefalogramas, cardiogramas, radiografías. Visité médicos
clínicos, gastroenterólogos, psiquiatras, neurólogos, etc. Los
resultados de los análisis daban siempre bien.
Volviendo a mi primer episodio, al día siguiente del ataque
visité a mi terapeuta. En ese momento hacía una terapia
alternativa y ella enseguida me dijo que había tenido un ataque
de pánico –fui muy afortunada de tener el diagnóstico tan
rápido- y que era conveniente ver a un psiquiatra. Me
recomendó un amigo suyo, que me atendió al día siguiente.
Después de mi primer entrevista me explicó brevemente lo
que me estaba sucediendo, y me medicó con Prozac –que es un
antidepresivo- y Rivotril (un ansiolítico convencional) y me dijo
que recién después de 15 días de tomarlos comenzarían a hacer
efecto. Fue así como el medicamento calmó mis taquicardias,
temblores y opresiones.
Esas semanas fueron un caos total. Me despertaba con
taquicardia y así seguía todo el día. En el trayecto hacia mi
trabajo, siempre en auto, el pánico me amenazaba a cada rato
con hacerme volver. Pero yo sabía que lo tenía que superar, que
si me quedaba en mi casa iba a pasar lo que ocurre con muchas
personas panicosas: no iba a querer salir nunca más. Entonces
me obligaba a mi misma a seguir adelante. Continuaba rumbo a
Constitución mientras me daban temblores y mi pierna se movía
sobre el acelerador sin poder controlarla. Superaba ese
momento y en cuanto subía a la General Paz creía que no iba a
llegar hasta el próximo puente porque el sudor en mis manos y
las ganas incontenibles de ir al baño iban a hacer que volviese.
Pero no, yo seguía adelante. Sentía de todo: la vista borrosa,
sensación de pérdida de la orientación y miles de cosas más.
Aunque tardase más de lo habitual, que nunca pasaba, llegaba a
mi trabajo igual.
Muchas veces corría al baño o a la oficina de una de mis
amigas y lloraba en sus brazos desconsoladamente. No podía
creer que eso me estuviera pasando a mí; yo, que siempre había
sido independiente, extrovertida, divertida, sociable, ahora me
encontraba deprimida, sin ganas de salir ni de ver a nadie.
Con los medicamentos, estos síntomas se fueron yendo.
Por eso, a los dos años decidí dejar el tratamiento porque sentía
que me había curado. La alegría duró poco tiempo. Nuevamente
empecé a sentirme deprimida porque volví a tener temores; no
sentía deseos de salir y poco me interesaba estar con mis
amigas. Lo peor y más difícil de explicar es el miedo: es como
sentir que uno tiene tres años y en medio de un gentío pierde la
mano de su madre. Es ese segundo de desesperación, sentir
que el corazón se desborda y que uno no puede hacer nada
porque es muy chico; sólo estar ahí, inmóvil, esperando que
alguien lo venga a rescatar. En mi caso, ésta fue la lucha más
dolorosa y solitaria, la de vencer el miedo al miedo.
De a poco, y sin darme cuenta, mi vida cambió
completamente, quedó reducida a ir de mi casa al trabajo,
siempre en auto. En el ámbito laboral, al ser una empresa
familiar, me sentía segura. En mi casa tuve que contratar a una
señora con cama para que viva conmigo porque estar sola, más
que nada a la noche, me daba miedo. Acostarme, muchas
veces, era uno de los peores momentos, una tortura. Enseguida
me daba cuenta de que dormirme esa noche me iba a costar
mucho.
Empecé a obsesionarme poniéndome límites. Por ejemplo
si a las 23:30 no me dormía me tomaba mi primer Sidenar, un
inductor al sueño, que, supuestamente, a los 20 minutos
comienza a hacer efecto. El segundo límite era 40 minutos
después, cuando la desesperación se empezaba a apoderar de
mi mente pensando que no iba a dormir en toda la noche. ¿Qué
iba a hacer? Ya no había películas que me interesaran ni libros
en los que me pudiera concentrar, entonces me tomaba un
Rivotril. A la una de la mañana ya estaba en el living,
aterrorizada y desesperada, pensando que si alguien no venía
urgente a mi casa podía morir de miedo.
¿Miedo a qué? No hay respuesta. No es miedo a la
oscuridad, ni a que entren ladrones, ni a nada que uno pueda
explicar. Sólo miedo: el estómago empieza a emitir un latido,
como el del corazón, sentís que tu cuerpo se pone rígido y lo
recorre el temor hasta saber que no aguantás más. Yo estaba
rodeada de amigas que, al primer llamado a esa hora de la
madrugada, acudían a mi casa enseguida. Por lo general cuando
terminaba una conversación con alguna de ellas, me dormía
esperándola en el sillón. Esta fue una de las etapas más
difíciles para mí.
Como parte de mi trabajo era viajar al exterior, tuve que
resolver ese miedo viajando siempre acompañada por alguna
amiga o por mi mamá. El avión dejó de ser un transporte normal
para mí; ir a trabajar a Europa o a Miami pasó a ser un problema
que no quería enfrentar. No me interesaba pensar que además
iba a ir a la playa, de compras o a algún evento interesante.
Sólo quería que me dejaran en Buenos Aires, trabajando en una
oficina y que al exterior fuera otra persona. Resultado: dejé de
viajar.
Para salir a cenar o ir a algún otro lugar tenían que venir a
buscarme a mi casa y luego traerme. Así, muchos amigos
quedaron en el camino. No más vacaciones, ni fines de semana
en el campo ni nada que me alejara de mi casa o de mi entorno
familiar.
Sólo podía ir a trabajar y volver, alrededor de las siete de
la tarde, siempre a mi casa para no salir más. La noche me daba
terror. También empezaron las mentiras porque ante alguna
invitación debía inventar un argumento para no ir. Era imposible
responder: “no, gracias no puedo ir porque tengo miedo”.
Resultaba absurdo.
Llegó un momento en que esto se volvió normal para mí.
Pero, de a poco, la depresión interna iba creciendo hasta darme
cuenta de que mi vida había quedado reducida a una cárcel de
la que no podía escapar y donde la palabra libertad ya no
existía.
En febrero del 2002, tras el derrumbe del país me
derrumbé yo también. Lloré como nunca creyendo que así no
tenía sentido seguir viviendo. Necesitaba que alguien me
ayudara, que alguien me dijera que había una forma de vida
mucho mejor que la que estaba teniendo.
A la semana siguiente mi madre me llevó a una reunión de
la Fundación, donde tratan todos los trastornos de ansiedad con
excelentes resultados y ahí comencé mi camino hacia la
libertad. Después de un par de entrevistas me hicieron estudios
que no me habían hecho antes en ningún otro consultorio. Me
explicaron que lo mío era en parte genético. En el cerebro se
encuentra un neurotransmisor denominado serotonina. En mi
caso los estudios indicaron que los valores estaban duplicados
respecto al valor de referencia. ¿Qué pasa al tener la serotonina
tan alta? Cuando hay tanta cantidad de este neurotransmisor
circulando se produce un gran desbalance en las conductas
emocionales.
Me medicaron para regular este problema. A las tres
semanas, cuando los medicamentos comenzaron a hacer
efecto, me enviaron a trabajar en las terapias grupales de
apoyo. Entré en un grupo para la agorafobia. Al poco tiempo
estaba en la calle, viajando sola en tren, en subte, en taxi,
medios de transporte que no usaba desde hacía mucho tiempo.
Mi auto era como mi casa, el único medio en el que podía
moverme. Fue gratificante andar por la ciudad sin marearme,
entrar al supermercado o al centro comercial sin sentir que me
ahogaba y que debía salir corriendo. Empecé a mejorar muy
rápido. Volver a disfrutar estar en la cama mirando una película
o leyendo un libro, dormirme, simplemente, entre el calor de mis
sábanas, son placeres que no se pueden describir.
También descubrí otro gran monstruo que me atormentaba
desde hacía años y nunca había podido enfrentar: la
hipocondría, tema que desarrollaré más adelante.
Conocer a otras personas que están
en la misma situación que uno
Una de las actividades más importantes es la de asistir a
los grupos de ayuda. Debido a la agorafobia, comencé a
concurrir a uno que funciona los días sábados. Solemos
reunirnos por la mañana en un bar y desayunarnos hasta que
llegan todos. Regla número uno: hay que llegar en un medio de
transporte público; nada de auto, ni taxi, moverse solo.
El objetivo de los grupos es lograr que cada uno pueda
recuperar su libertad, volver a ser uno mismo, sin depender de
nadie. Volver a incorporar todas las cosas que dejamos de
hacer, esta vez sin miedo. Para eso están los coordinadores,
para contenernos en esta etapa.
Nunca voy a olvidar mi primer día. Me llamó la atención
llegar al bar y ver más de veinte personas reunidas allí; eran
muchos. Me senté y comencé a hablar con algunos
presentándome y comentando lo que me pasaba; ellos me
contaban sus historias. Fue un gran alivio saber que todos
hablábamos un mismo idioma. No tenía que explicar lo que
había vivido ni lo que sentía porque todos habían padecido lo
mismo.
En mi primera salida, las palabras de la coordinadora
fueron una especie de revelación. Fuimos a Plaza Francia en
subte, hacía años que no viajaba en uno. Tenía calor y no sabía
si era por el clima o por la ansiedad, pero estar debajo de la
tierra sin mucho oxígeno me puso nerviosa, empecé a transpirar
y a sentirme rara. Ella me dijo: “no hay que preocuparse
pensando si te sentís mareada o con temblores ya que ésta es
un medio seguro. Lo que sí te puedo decir es que sería
interesante que, en lugar de pensar en negativo, empieces a
mirar a tu alrededor y veas el mundo maravilloso que se abre
ante vos. Fijate en los detalles de las cosas, en el subte podés
ver los asientos que están tapizados de distintos colores, que
hay televisores en las estaciones con información muy
interesante, además de otras cosas. No hace falta que estés
todo el tiempo mirando adentro tuyo. Lo importante acá es que
empieces a manejarte sola, que puedas ir y venir a donde
quieras y que sepas que muy pronto vas a recuperar tu
libertad”.
Nunca
voy
a
olvidar
estas
palabras
tan
reconfortantes.
Durante los cinco primeros meses fui a trabajar en tren y
subte. Recuerdo que al principio decidí que debía tener una ropa
adecuada para estos viajes porque la que usaba todos los días
no era conveniente. Sin darme cuenta adquirí un look de
combatiente: borceguíes, pantalones verdes o jeans, pelo atado
adentro del abrigo, sin maquillaje y campera de montaña. ¿De
dónde saqué este pensamiento? En ese momento no lo sabía.
Pero después lo descubrí: creía que todos lo que viajaban en el
tren o en el subte me iban a atacar. Me sentaba con mi mochila
pegada al pecho y miraba a las personas una por una y pensaba:
“éste me va a robar, aquél seguro me quiere tocar, ése tiene
cara de asesino ¿y si alguien me quiere empujar del andén?”. Y
claro, me vestía de combatiente porque para mí eso era como ir
a la guerra. Tal vez les cause gracia, a mí ahora también, pero
antes era un infierno. Ahora viajo vestida como una mujer
normal.
Gracias al grupo, empecé a moverme sola por todo Buenos
Aires, y hoy soy una turista en mi propia ciudad. Todas las
semanas recorremos lugares diferentes, conocemos todos los
shoppings y supermercados de Buenos Aires, vamos a museos y
al cine, visitamos barrios como la Boca, Puerto Madero, San
Telmo, recorremos exposiciones de arte, entramos a librerías,
paseamos por la Reserva ecológica y por lugares alejados del
centro como Lugano, Tigre, La Plata y sitios que tal vez nunca
hubiese conocido. Viajamos también a Mar del Plata, Córdoba y
seguramente haremos otros viajes más adelante.
Lo mejor del grupo es compartir entre todos las distintas
experiencias personales. En este caso todos sufrimos
agorafobia. Aunque tuvimos vivencias diferentes, la esencia de
los síntomas es muy parecida. Con el tiempo nos fuimos
convirtiendo en una gran familia, a la que siempre llega gente
nueva y a quienes entre todos apoyamos en su inicio. Es muy
gratificante saber que ellos están para mí y yo para todos ellos.
3
FOBIA SOCIAL
Terror a ser evaluado ante un grupo de gente.
Dificultad para hablar ante el público o relacionarse
con personas desconocidas.
Características generales
Es el temor a ser evaluado o criticado ante un grupo de
personas. Se presenta como una gran dificultad para hablar en
público, mantener conversaciones con la gente, dar discursos o
exámenes, comer delante de otros o relacionarse con personas
desconocidas. Su característica principal se define como un
miedo persistente a situaciones que resulten embarazosas.
Cuando alguien es expuesto a una situación de este tipo,
de inmediato la ansiedad aparecerá como respuesta y se
manifestará con sudoración en exceso (las mujeres suelen
llevar varias remeras (franelas) en la cartera, los hombres
guardan toallas en sus maletines o se abrigan de más para que
no se note la transpiración), temblores en la voz y en las manos,
rubor, palpitaciones, mareos, visión borrosa, tartamudeo,
cólicos intestinales.
En Estados Unidos 5,3 millones de personas (3,7%)
padecen
este trastorno. La fobia social afecta más a los
hombres que a las mujeres y se complica frecuentemente con
depresión secundaria, drogas o medicamentos ansiolíticos mal
administrados. Las estadísticas dicen que el 70% de los
pacientes han caído en el alcohol para superar su timidez.
Quienes padecen fobia social, tanto adolescentes como
adultos, reconocen estos síntomas como excesivos e
irracionales, por eso, habitualmente suelen evitar todo lo que
los incomoda. Las situaciones que más se eluden son:
.
.
.
.
.
Hablar con personas en general.
Asistir a fiestas o reuniones.
Dar discursos en público, rendir exámenes orales.
Ir a entrevistas de trabajo o de cualquier tipo.
Comer, escribir, fumar o hacer cosas específicas frente a
otras personas.
Una mañana, en el grupo de los sábados que es de
agorafobia, apareció una chica nueva que me llamó la atención
porque venía demasiado abrigada. Llevaba puesto varios
pullovers, campera (chaqueta), bufanda, guantes y unos lentes
negros que no se quitó en toda la jornada. Se sentó a desayunar
en mi mesa y rápidamente advertí que no pidió nada de tomar y
que no sacaba las manos de debajo de la mesa. Le pregunté
cómo se llamaba y me respondió: “Marisa”. También quise saber
si era la primera vez que venía y asintió con la cabeza. Yo
estaba sentada con otra compañera del grupo llamada Laura y
como a las dos nos encanta conversar empezamos a indagarla
lentamente.
Nos contó que tenía fobia social y recordé que ya había
escuchado hablar de esa fobia cuando acudí a mi primera
charla, pero nunca había estado con nadie que la sufriera.
Continuamos conversando. Marisa nunca se quitó los lentes y
hablaba con mucha dificultad; las palabras parecían salirle en
cámara lenta como a la gente que está alcoholizada.
Explicó que tenía ese problema desde hacía años, que
nunca había trabajado porque no podía enfrentar a la gente y
que para superarlo se había convertido en alcohólica. Nos dijo
que tomaba muchísimos calmantes y que prácticamente no
había tenido amigos, que ni siquiera podía atender el teléfono
en su casa porque del pánico no le salían las palabras.
Ese día, con Laura la acompañamos muy de cerca en la
salida y la apoyamos en su terapia, incentivándola a entrar en
varios negocios a preguntar precios y elegir prendas para que
se fuera relajando. Fue increíble verla llegar al grupo meses
después, tras un largo y duro trabajo, aunque aún le falta
mucho: ya no usaba anteojos y pudimos conocer sus ojos
verdes, apreciar la piel blanca de su cara distendida y notarla
más conversadora.
Marisa
Tengo 38 años. Hace más de 20 que padezco fobia social.
Mi historia comenzó en el colegio secundario. Esos años fueron
de mucha angustia y soledad. Así fue el comienzo de mi
pesadilla:
Estaba en tercer año cuando tuve que dar una lección
frente a todos mis compañeros. No era común exponerse ante
la clase, como mucho uno iba al escritorio de la profesora o al
pizarrón. Pero esta vez era distinto, había que hacer un trabajo y
presentar un tema que nos habían asignado. Nunca voy a olvidar
el que me tocó a mí: “Monografía sobre el maíz”. De pronto
cuando estaba ahí parada, sentí una fuerte taquicardia y una
opresión en el pecho, comencé a transpirar, me temblaban las
manos, me costaba dar vuelta las páginas de la carpeta para
seguir el tema y las palabras no me salían bien. Las chicas de la
primera fila me miraban y se dieron cuenta de que algo raro me
pasaba. No pude terminar mi exposición y me volví al banco sin
dar explicaciones.
A los 18 años, cuando empecé a ir a bailar, aparecieron los
temblores fuertes y aumentó la taquicardia. Me costaba estar
con gente y mucho más entablar conversaciones con los
hombres. Una amiga con la que salía sabía que el contacto con
los demás me ponía nerviosa, entonces, antes de ir a la
discoteca íbamos a un bar a tomar unos tragos. Un par de veces
me trajo unos tranquilizantes que le sacaba a los padres.
Descubrí que de este modo me empezaban a bajar las
revoluciones, los temblores disminuían y mi vergüenza se
apaciguaba pudiendo relacionarme con la gente, bailar y
divertirme. Así entró el alcohol en mi vida.
Otro síntoma que se presentó fue un temblor en las manos.
Entonces trataba de hacer mis comidas a solas, sin mis padres,
con la excusa de mirar televisión. No sé si ellos se daban
cuenta, pero en ese momento no me decían nada. Al año
siguiente entendieron que algo andaba mal. Los fines de
semana me veían llegar a la madrugada alcoholizada y pensaron
equivocadamente que ése era mi problema.
Decidieron llevarme por tres meses a España, a una aldea
en Santiago de Compostela. Casi me muero. Vivir en un pueblo
donde sólo había diez casas no era lo que había soñado y no me
ayudó en nada. Mi vida siguió igual, con todos los síntomas:
temblores, taquicardia, opresión en el pecho. Seguía tomando
alcohol para apaciguarlos.
Al regresar a Argentina comencé a trabajar en la
panadería de mi familia. Al levantarme cada mañana, de sólo
pensar que tenía que enfrentar a los clientes, me invadía el
miedo, sentía una fuerte taquicardia y no dejaba de transpirar.
Iba al kiosco, compraba un cartón de vino y lo tomaba casi
entero antes de salir para el trabajo. De esta forma más o
menos me controlaba, hasta que al mediodía debía ir al banco y
de sólo pensar en la cola y estar con tanta gente entraba en
pánico. Otra vez tomaba alcohol para atravesar el momento. No
sabía medirme y muchas veces estaba demasiado alegre y los
empleados lo notaban. Pensaba que lo importante era que podía
modular la voz, temblar menos, estar relajada y sentirme
segura.
Después de dos años no pude trabajar más y eso me hizo
sentir aliviada. Pedro el encierro empeoró mi enfermedad. Me
quedé sola. No podía atender el teléfono ni la puerta. Por los
temblores ya no bebía y no me dieron más dinero. Así fue como
empecé a buscar desesperadamente una solución y terminé
haciendo cualquier cosa. Descubrí que con 1 peso podía
comprar una botella de alcohol en la farmacia y rebajarla con
agua. Llegué a extremos catastróficos como tomar perfume y
lavandina; me producían vómitos y no me hacían nada. No
tomaba por placer sino para aliviar mi mal. Esta enfermedad te
hace pensar que te vas a volver loca o te vas a morir. Es muy
desesperante. Desde la mañana tenía temblores y entonces me
quedaba en cama.
Todos los médicos que visité no hacían más que darme
calmantes, órdenes para exámenes de sangre, de orina y otros.
Como nunca me encontraban nada, el diagnóstico decía que yo
era alcohólica.
En consecuencia, una vez más, mis padres me llevaron a
la aldea, en Santiago de Compostela, pero ahora por seis
meses. No me dejaban salir de la casa para ir a ningún lado,
excepto a visitar a algún familiar. Fui a un médico y me recetó
un medicamento y calmantes. Pasé seis meses espantosos sin
alcohol para aliviarme. La única forma de hablar era con
monosílabas; si me preguntaban algo decía: “sí, no, no sé…”.
Eso era todo lo que podía hacer. El alcoholismo resultó ser una
consecuencia de mi enfermedad.
Finalmente inicié un tratamiento integral, a instancias de
mis padres. Ingresé a un grupo especial de gente que padece
fobia social y ahora voy los martes y los sábados al de
agorafobia que me ayuda a vencer mi temor a los espacios
abiertos. Salir y movilizarme por mis propios medios me hace
bien. Descubrí que me gusta estar en contacto con la gente,
aunque todavía no me doy con todos. Pero sé que lo voy a
lograr.
Los pensamientos catastróficos
Hay muchas frases o pensamientos muy comunes entre
los fóbicos que son difíciles de superar. Veamos con cuántos se
identifican ustedes:
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
“Nunca me voy a curar.”
“Desde la mañana tengo síntomas, mejor no voy a ningún
lado.”
“Mejor no voy a ese viaje. Si me siento mal, ¿quién me va a
llamar al médico? Si me desmayo ¿quién me va a
encontrar, sola en una habitación y en otra ciudad.”
“No voy a contar más las cosas que siento porque van a
pensar que estoy loca.”
“Soy un fracaso, fui al supermercado y no logré estar ni
cinco minutos.”
“¿Y si los mareos que tengo son un tumor cerebral que no
me detectaron?.”
“Hoy fui al centro en colectivo, pero volví en taxi. No sirvo
para nada.”
“No voy a viajar en subte porque tengo tanta mala suerte
que quizá se corta la luz.”
“Nunca me voy a curar. No hay solución para mi caso.”
“¿Por qué tuvo que pasarme esto justo a mi?”
“Ya no siento deseos de ir a ningún lado. La depresión
debe ser crónica.”
Sin ninguna explicación, al menos yo no la encontré y la
verdad es que ahora ya no me interesa, uno empieza a tener
esta clase de pensamientos catastróficos. Se hace muy común
que un simple hecho se convierta en un problema enorme para
nosotros. Y no poder resolverlo nos hace sentir sumamente
frustrados.
Por ejemplo: un día una amiga cumple años y me invita a ir
a un restaurante a las nueve de la noche. Ese día, a partir de
que me levanto, mi vida se convierte en un verdadero problema.
Desde temprano me pregunto si realmente tengo ganas de ir.
Por lo general la respuesta es negativa. Pero no puedo fallarle a
mi amiga. Tengo dos posibilidades: plan A: ir, plan B: no ir.
Aplico el plan A ya que siento que no hay alternativa. Durante la
mañana la angustia crece al pensar en cómo voy a ir hasta el
restaurante: ¿en auto? ¡no!, descartado, es muy peligroso
volver. Se cuentan muchas historias extrañas de los taxistas.
¿Llamo a alguna amiga para que me venga a buscar? Sí…esa es
buena. ¿Pero qué le digo? ¿que tengo miedo? No, mejor no
llamo a nadie. Tres de la tarde: pensé todas las alternativas
posibles para ir a ese bendito cumpleaños, que sólo queda a
diez minutos de mi casa, pero es imposible, no hay ninguna
manera de llegar ahí.
Entiendo que es difícil creerlo, pero así funciona nuestra
mente. Para las ocho de la noche mi cabeza y mi cuerpo están
desbastados por la adrenalina. A las nueve y media, después del
llamado de varias amigas para confirmar mi presencia, no queda
otra que aplicar el plan B: no ir. No hay forma de llegar. Por
supuesto me voy a la cama, llena de culpa, de frustración, de
vergüenza por haber mentido y por las dudas, desconecto el
teléfono.
Es serio, así actuamos y realmente no vemos salida a
nuestros problemas, los cuales parecen insignificantes para
alguien normal. Pero a nosotros nos trastorna tanto la vida que
de esta manera vamos quedando cada vez más aislados.
Cuántas veces uno quiere ir a un centro comercial, a
pasear, a caminar, pero todos los pensamientos catastróficos
vienen a nuestra mente y decretamos: “mejor no voy a ningún
lado”. A mí, por ejemplo, me encanta el deporte. Pero cuando
quería ir a correr y no tenía a nadie que me acompañara,
pensaba: “¿y si me pasa algo?”, “¿si me mareo o me desmayo?”.
Nadie podría llevarme a mi casa porque no tengo los
documentos, ni nada que me identifique. Lo único que faltaba
era ir a correr con la cédula en la mano. Al tiempo, me dieron un
cuestionario que me ayudó mucho a resolver estas situaciones:
.
.
.
.
.
.
¿Cuántas veces me desmayé en mi vida?
¿Estoy completamente segura de que sufro mareos?
Si jamás me desmayé, ¿por qué me voy a desmayar
mientras corro, me oxigeno y hago deportes?
¿No será que estoy exagerando?
¿Estoy segura de que me voy a desmayar o sólo tengo
miedo de alejarme sola?
¿Siento los mismos mareos cuando estoy en mi casa, a
salvo?
Este cuestionario lo apliqué con una amiga mía que tiene
una fobia específica, aunque no lo sabe y vive con esto como si
fuese normal: le tiene terror a las palomas. Juntas vamos a
correr a Palermo. Desde hace un tiempo hacemos distintos
ejercicios acercándonos a las aves. Le pregunto: ¿cuántas
veces te atacó una paloma?, ¿cuántas veces leíste en el diario
que una persona murió atacada por una paloma?, ¿qué
posibilidad hay de que una de estas palomas nos ataque?,
¿crees que estas hermosas aves se van a convertir en
monstruos y que se nos van a arrojar en la cara?
Según las respuestas que ella me da, le recuerdo la edad
que tiene, porque ciertas veces sus contestaciones parecen las
de una nena de 5 años. Una vez en una plaza me aseguró,
acusando a un chico que estaba cerca, que él había provocado
a una paloma para que la atacara. Sí, lo acusó. Ella tiene 35
años y el niño 7 y sólo les estaba dando de comer. Así de
ridículas pueden ser las respuestas de los que sufrimos
trastornos de ansiedad.
Sufren de fobias específicas 6,3 millones de personas en
Estados Unidos (4,4%). Las mujeres resultan dos veces más
afectadas que los hombres.
El que sigue es otro testimonio de alguien que padece
fobia social:
Fernando
Tengo 27 años. Empecé a padecer fobia social desde muy
chico. Tenía 7 años y a esa edad ya me iba aislando de todos,
hasta de jugar con otros chicos. Durante los recreos, las
maestras me venían a buscar porque yo me quedaba solo por
los rincones. A los cumpleaños de mis compañeros no iba y en
las reuniones familiares me quedaba siempre al lado de mi
mamá.
Era excesivamente tímido. Crecí con miedo a la gente.
Sufrí durante toda la escuela primaria. Recuerdo que una vez
me invitaron a un baile frente a mi casa; fui y la pasé horrible;
estaba muerto de vergüenza, transpiraba y tenía la cara
colorada. Entonces preferí abocarme a los estudios y terminé la
escuela con un promedio de casi diez.
En la secundaria, hasta segundo año, no me llevé ninguna
materia y en tercero mi vida cambió por completo: descubrí el
alcohol. A los 15 años, cuando los chicos del curso empezaban
a ir a bailar, yo me sentía incómodo; me daba cuenta de que no
me desenvolvía bien, ni siquiera podía entablar una
conversación con una chica. Hasta que una vez, en la casa de
un compañero que había organizado una fiesta por el día del
amigo, comencé a beber cerveza y descubrí que tomando me
desinhibía.
Así fue como empecé a tomar alcohol todos los fines de
semana. Al principio con un litro de cerveza estaba bien; con el
tiempo ya no me alcanzaba y tomaba vino, ginebra, cualquier
cosa. Estudiaba en el industrial y a veces si no me sentía muy
seguro, tomaba algo de vino a la mañana antes de irme.
También lo hacía durante la semana cuando aparecía algún
evento especial. Si tenía que encontrarme con una chica a las
cuatro de la tarde, dos horas antes me iba a tomar algo a un bar
para que a las tres de la tarde me vaya haciendo efecto y estar
relajado para las cuatro.
Me ocultaba para tomar sin que nadie se diera cuenta: lo
hacía porque estaba inhibido, no porque fuese un tomador
social. Cada vez me costaba más encontrar gente que me
acompañara, porque antes de ir a bailar tenía que pasar por un
bar y eso no se lo podés decir a cualquiera porque te miran mal.
¿Qué les iba a decir?, ¿qué me acompañaran a emborracharme
porque de lo contrario no podía encarar a ninguna chica? El
alcohol me hacía sentir bien, me hacía creer que era una
especia de Robert Redford, un ganador. Uno lo siente así,
aunque sea la decadencia total. Ahora que lo veo desde afuera
me resulta patético.
Así siguió mi vida, cada vez peor, La fobia social fue mi
enfermedad de base y ésta me llevó a la adicción; como
consecuencia llegó la depresión. Mis padres se dieron cuenta
de que tomaba alcohol cuando tenía 16 años y me llevaron a un
psiquiatra. Fue el primero de una larga lista. Yo me oponía
porque para mí, ellos no entendían que mi problema era la
timidez y que para eso yo había encontrado la fórmula exacta
para curarla: el alcohol.
Comencé a trabajar en la fábrica de mi padre y como era
un grupo reducido de gente me sentía cómodo. A veces llegaba
tarde o faltaba cuando salía la noche anterior o los lunes
cuando tenía toda la resaca del fin de semana. Iba a un grupo
llamado “Viva la timidez”, donde seguía buscando alguna forma
de superarla. Los grupos eran buenos pero yo no ponía mucha
voluntad porque el fin de semana me emborrachaba y tiraba por
la borda todo lo aprendido. No me daba cuenta que con el
alcohol no vencía mi timidez sino que la acrecentaba.
A los 17 años conocí a alguien muy especial y estuvimos
de novios durante cinco años. Ella sufrió a la par mía pero actuó
incondicionalmente; muchas veces la lastimé sin querer, sólo
con mi inconsciencia. Siempre le voy a estar agradecido.
También dentro de mis recuerdos dolorosos de esos años está
el haberla hecho pasar por situaciones difíciles. Nunca voy a
olvidarla, fue muy fuerte. Ella siempre resistió y le pido
profundamente perdón por todo.
Finalmente, mi padre me echó de la fábrica. Yo estaba
contento, tenía plata guardada y salía todos los días. Llevé ese
ritmo durante un año. En el 2002 me agarró una gran depresión,
sin plata, sin trabajo, sin objetivos, ni interés en nada. Los
últimos meses me levantaba al mediodía, comía mientras
miraba Kachorra (una telenovela) y me volvía a acostar hasta la
hora de cenar.
En julio de ese año, mi madre vio una nota que hablaba
sobre fobias en una revista y fue con mi padre a una charla para
ver de qué se trataba. Cuando escucharon hablar de la fobia
social me identificaron. Al volver, me contaron todos los
estudios que hacían, las tareas en los grupos y cómo se
manejaban, entonces decidí probar. Hice todo lo que me
indicaron; los estudios me dieron el diagnóstico exacto: fobia
social. Me medicaron y fui al grupo donde se trataba este
trastorno. Tenía fe, pero mejoraba muy lentamente porque los
fines de semana seguía tomando.
Un domingo de octubre jugaban River y Boca y nos
juntamos en mi casa con un grupo de chicos y chicas. Destapé
una botella de champaña: yo seguía empalmando la borrachera
del viernes y la del sábado. Mis amigos tomaron bastante pero
cuando terminó el partido se fueron, ellos no querían seguir
tomando y, era obvio, no estaban enfermos como yo. Entonces
lo seguí haciendo solo: más champaña, vino, cerveza. Llegaron
mis padres y cuando me vieron me sugirieron que me fuera a
dormir. Ellos me ayudaron de la mejor manera, haciendo todo lo
que consideraban que era correcto (me han encontrado
durmiendo en el piso, sobre un plato de comida, y no quiero
contar las peores borracheras ni las más humillantes para mí).
Ese día mi padre, curado de espanto, quería que me fuera a
dormir porque ya estaba muy pasado e insistía con quedarme;
me dio una palmadita en la cara y me dijo: “dale, anda a
dormir…”.
Estaba tan deprimido que sufrí mi peor crisis, toqué fondo,
pensaba que estaba haciendo bolsa a mi familia, que nunca me
iba a curar, que no me entendían, o sí, pero yo no sabía cómo
arreglar las cosas. Me fui al quincho de mi casa, elegí un
cuchillo, el más filoso y me corté las venas de una muñeca.
Mientras me desangraba me fumaba un cigarrillo, tranquilo,
porque sabía que había hecho lo correcto. Mi madre me fue a
buscar pensando que tal vez me había quedado dormido afuera
y me encontró en ese estado. Me llevaron al hospital y me
dieron ocho puntos.
El lunes mi madre llamó a mi psiquiatra y le dijo que yo me
había querido suicidar. Nos hizo ir a todos a su consultorio.
Finalmente, el Dr. Carrión atendió a mis padres y yo fui a ver al
psicólogo de la Fundación, el Dr. Bustamante. Me habló sobre el
tema, me dijo que estaba atravesando una gran crisis, que
necesitaba ayuda y que lo mejor iba a ser que me internaran
para que no intentara hacerlo otra vez. Yo lo acepté porque me
miré y pensé: “o soy más eficaz tratando de matarme o me
curo”. Y me curé.
Fue muy difícil todo, pero no bajé los brazos. Estuve
internado 30 días y fue tremendo. Más que nunca me di cuenta
de que me quería curar. Cuando salí de la internación, volví a
los grupos y seguí con mi tratamiento. Nunca más tomé alcohol.
Ahora que estaba limpio, cada semana que pasaba realizaba
más avances en el grupo.
A los pocos meses noté una mejoría tan grande que no lo
podía creer, estaba totalmente cambiado. Podía hablar
tranquilamente con la gente, disfrutar sin ponerme colorado ni
transpirar. Volví a trabajar con mi padre y pude hacer un trabajo
mucho más eficaz, hablar con los clientes, negociar, etc. Ahora
lo hago ad honorem, quiero devolverles un poco de todo lo que
me dieron. Estoy contentísimo de encontrarme tan bien, con mi
familia estamos felices. Les estoy muy agradecido al igual que a
mi íntimo amigo que me bancó siempre. Me gusta caminar por la
calle, viajar en tren, observar a la gente. A veces entro en un
negocio o me subo al colectivo y me encanta hablar con el que
tenga al lado.
Todo es un mundo nuevo para mí y estoy complacido
por poder vivirlo. Quiero empezar una carrera, estudiar teatro,
no sé… quiero hacer de todo. Es más, desde hace unas semanas
dejé de fumar. ¡Quiero estar cada vez mejor, mejor y mejor!
4
PÁNICO
Crisis espontáneas de temor intensas
e inexplicables
Características generales
El pánico es muy común entre las personas que padecen
fobias. Se manifiesta en crisis espontáneas de temor con
descompostura y se asemeja a un ataque cardíaco. Los
síntomas más frecuentes son: taquicardia, opresión en el pecho,
temblor, mareos –con o sin sensación de desmayo inminente-,
sudoración y sofocación (no debidas al calor), falta de aire,
náuseas, sensación de nudo en el estómago, trastornos
intestinales, temor a enloquecer o perder el control. El miedo es
de gran intensidad, insuperable, terrible y superior a las propias
fuerzas.
En el grupo conocí a un joven llamado Adrián. Enseguida
nos llevamos bien. El pudo recuperarse rápidamente; lo más
importante fue el esfuerzo que puso de su parte. No todos
somos como Adrián, a muchos nos lleva más tiempo porque
quizá no ponemos lo mejor. Esta es otra clave muy importante
para la sanación: poner todo de uno. El siguiente es su relato:
Adrián
Tengo 26 años y mi primer ataque de pánico lo sufrí a los
18. Una noche estaba mirando televisión y de pronto sentí una
fuerte opresión en el pecho y mucha taquicardia. Mi primer
impulso fue levantarme de la cama, mirar el crucifijo y decir:
“Dios, por favor no me lleves”. Me puse muy nervioso porque la
taquicardia no se me pasaba. Vomité tres veces, traté de
tranquilizarme y dormir pero no podía hacerlo porque temía no
volver a despertarme.
En esa época iba a la facultad y trabajaba en el
estacionamiento de un centro comercial. Dejé el estudio porque
estaba todo el día tocándome el pecho y no podía concentrarme
en nada. Trasladé esos síntomas a todas las cosas de mi vida y
no me iba bien. El punto máximo llegó cuando adquirí un tic:
mover la cabeza hacia el costado del hombro. Al principio lo
hacía para descontracturarme el cuello pero después, cada vez
que tenía ansiedad, lo repetía y me avergonzaba mucho frente a
las personas. En el trabajo me decían: “Adrián, ya empezaste
con los cabezazos”. Nadie me hacía notar que tenía un tic; se lo
tomaban a broma ante la ignorancia de mi enfermedad. Yo no
me animaba a decir lo que me pasaba porque ni sabía cómo
nombrarlo.
Trabajar en el estacionamiento era terrible. Estaba todo el
día en un subsuelo, lleno de autos que entraban y salían más el
movimiento de la gente. Los sábados eran los días clave para
sufrir un ataque por la gran cantidad de personas que venían al
centro comercial y también porque yo sabía de antemano que
ese día siempre tenía un episodio de ansiedad. Una vez, creo
que era víspera de alguna fiesta, había demasiado movimiento
en el estacionamiento, autos, bocinazos; en plena hora pico, la
gente se acercaba pidiendo sus tickets, queriendo pagar, todos
al mismo tiempo. Empecé a temblar, a sofocarme y a ver todo
nublado. No aguanté más y salí corriendo de la cabina, dejé a la
gente y me fui a la sala de mantenimiento. Ahí me encontraron,
casi desvanecido, empapado en transpiración y temblando. No
reconocía a nadie, sólo escuchaba las voces. Llamaron a la
ambulancia y me enviaron a mi casa.
Estuve dos días sin ir a trabajar por vergüenza y por miedo
a que me despidieran. Cuando finalmente tomé coraje y me
presenté, me llamó mi jefe, un cubano muy amable, y me habló
como un amigo. No mencionó ni una palabra del episodio y me
contó su historia: desde los 20 años sufría una enfermedad
llamada fobia, con ciertos síntomas que, a medida que los
enumeraba, parecía que estuviera hablando de mí. Después de
compartir su experiencia conmigo me trasladó a la
administración, un espacio mucho más tranquilo, y me ascendió
de puesto debido a los años que hacía que yo trabajaba ahí.
Gracias a lo que me contó acudí a un médico clínico. Me
hicieron todo tipo de estudios, que me dieron bien. Luego me
enviaron a un neurólogo que me habló de los ataques de pánico
a nivel profesional. A todo esto habían pasado dos años en los
que viví siempre en el mismo estado de ansiedad. Me derivaron
a una psiquiatra que me medicó y en un tiempo los síntomas
desaparecieron y pude salir a flote. Empecé una vida normal,
trabajando de lunes a viernes, 6 horas, y no 9 todos los días de
la semana como antes. Inclusive me pude ir de vacaciones y
pasarla bien.
Retomé la facultad y con el tiempo dejé la medicación y la
terapia porque me sentía bien. Pero después de un tiempo
fueron volviendo los síntomas y los tics mucho más fuerte que
la primera vez. Tuve que volver a dejar la facultad y entonces
quedé inmerso en una profunda depresión. Evitaba reuniones,
perdí todos mis amigos porque no tenía ni ganas de hablar.
Tomaba Rivotril como calmante para aliviar la ansiedad, pero el
efecto era sólo momentáneo. En la televisión empezaban a
aparecer las primeras notas sobre pánico y eso fue de gran
ayuda para mi familia que no comprendía muy bien mi
enfermedad. Mi mamá decía que era mi forma de ser, que yo era
muy ciclotímico. El desconcierto era producto de la
desinformación.
En octubre de 2001 me puse de novio y lo primero que hice
fue aclararle a ella todo lo que me pasaba. Más que nada porque
me daba vergüenza el tema de los tics, como me la pasaba
cabeceando todo el tiempo mentía diciendo que eran problemas
de columna. Entendió todo y fue, y es, un gran sostén para mí.
Salíamos a dar una vuelta por el barrio porque eso era todo lo
que podía hacer. Ella supo contenerme, aguantarme y estar
preparada en caso de que tuviese un ataque de pánico.
En la librería del centro comercial encontré el libro del
Fobia Club. Lo leí y decidí acercarme a la Fundación. Empecé el
tratamiento, entré en los grupos y fue bárbaro encontrar gente
que cuando yo contaba lo que me pasaba, asentía
identificándose con mi relato y yo con el de ellos. Empecé a ver
el mundo de otra manera; cambió mucho mi forma de ser.
Me abrió puertas comprender esta enfermedad. En su
momento la padecí. Ahora que estoy curado y disfruto más de la
vida, me doy cuenta de que uno hace hincapié en tantas
tonterías que realmente no tienen importancia. Hoy ante cada
situación que se me presenta digo: “es un problema, pero si
estuve como estuve, puedo enfrentar cualquier cosa”. Por
ejemplo mi madre, al igual que tantas otras personas, siempre
suele comentar que alguien conocido tiene un cáncer o sufrió
un infarto. Antes, frente a esas palabras yo empezaba a padecer
los síntomas, me reflejaba en todos y aparecían los tics. Mi
mamá me reprochaba constantemente que a mí no me podía
contar nada. Ahora estoy bien: mi madre se enfermó y yo pude
ayudarla, ir al hospital, contenerla y estar durante las
curaciones. Poder acompañarla fue lo más lindo del mundo.
Logré enfrentar la situación sin preocuparme por mí, sino por
ella.
En lo laboral hubo crisis, me bajaron el sueldo, se cayó el
país y yo pude enfrentarlo todo. Conseguí otro trabajo más y salí
adelante. En otro momento no hubiese podido hacerlo.
A medida que empecé a mejorar y a abrirme al mundo
comenzaron a suceder cosas buenas, una de ellas fue que me
eligieran coordinador de la Fundación. Me siento bien y hago las
cosas con ganas. Me gusta dar testimonio cada vez que puedo,
a veces la gente se pone a llorar con mi relato, porque se
sienten reflejados y después se acercan a contarme su
problema o el de algún pariente que padece lo mismo. Me gusta
darles ánimo y decirles que hay una oportunidad de curarse.
Veo en ellos la misma expresión que yo tenía antes. Ahora en mí
aflora una sonrisa, producto del optimismo y la tranquilidad de
poder contestarles lo que necesitan oír: que se puede salir, que
depende de uno, de la voluntad que se ponga para tratar de
curarse y que podemos transformar tanto sufrimiento en una
enseñanza que nos ayude a vivir mejor.
El testimonio de Adrián me parece fabuloso. Sus palabras
dan aliento y con sólo escucharlo entendés que se puede, que
hay que intentarlo porque siempre hay una salida. El pudo y
todos podemos. Adrián trabajó mucho: no sólo participa de los
grupos sin faltar casi nunca, sino que también hace lo que
pocos podemos: exponerse solo a las situaciones que más
temor producen. A los pocos meses de estar en recuperación se
tomó un micro a Mar del Plata y pasó tres días allí. Como si esto
fuera sencillo no se quedó encerrado en el hotel, muerto de
miedo, sino que recorrió el puerto, pasó tres días allí. Como si
esto fuera sencillo no se quedó encerrado en el hotel, muerto de
miedo, sino que recorrió el puerto, paseó por las peatonales y
viajó a Sierra de los Padres. A la noche iba al casino y se volvía
caminando al hotel. Esto puede parecer simple y placentero
para cualquier persona pero para quien padece ataques de
pánico, viajar solo y tan lejos es todo un logro.
En otra oportunidad fue a pescar a la laguna Adela, a 135
km de Buenos Aires, con un grupo de desconocidos. Se tomó un
micro en Liniers a las cinco de la mañana y emprendió otro
desafío. Allí pescó, alquiló un bote y se fue, solo, a la otra punta
de la laguna con la felicidad de estar disfrutando el momento.
También enfrentó la noche. Para muchos fóbicos es un
momento especial, la noche nos cambia la perspectiva dentro
de lo que es la enfermedad. Muchos recuperados nos movemos
bien durante el día, pero en la noche nos cuesta más. Adrián se
tomó un colectivo, caminó por la calle, y fue a buscar a su novia
para llevarla a bailar. Lo hizo una y otra vez hasta que llegó a
saber que estaba completamente recuperado; ya no tenía miedo
y no necesitaba tomar un taxi para volver a su casa.
Escuchar su historia es un gran aprendizaje para todos
nosotros, porque sabemos la garra que puso y sigue poniendo.
Actualmente, estudia para ser contador, trabaja, está feliz con
su novia y ayuda a muchas personas que en este momento
están como antes él. Con todo este esfuerzo muy pronto Adrián
se convirtió en coordinador del grupo de los sábados y
transmite todas las experiencias que fue aprendiendo por sí
solo.
Otro caso que me gustaría que conozcan, en forma muy
breve, es el de Marcela. Ella también entró unos meses antes
que yo y su recuperación fue muy rápida. Pasó más de diez años
con ataque de pánico y agorafobia encerrada en su casa, con
una mujer que la acompañaba durante todo el día hasta que su
marido llegaba de trabajar por la tarde. Perdió los mejores años
de su vida sin poder hacer nada. Ahora no sólo coordina los
grupos sino que entró en la facultad y está estudiando
psicología. Marcela debe tener unos 45 años. Todos nos
sentimos muy orgullosos de ella, por eso o quería dejar de
contarles su logro y demostrar una vez más que nunca es tarde
y que todo lo que deseamos, si queremos, lo podemos lograr.
Algunas consecuencia de las
crisis de ansiedad
A medida que pasan las semanas, los meses y hasta los
años, las víctimas de los ataques de pánico van experimentando
sus consecuencias. Debido a esta enfermedad que no logran
superar, las personas se sienten cada vez más asustadas,
ansiosas, contracturazas con los nervios destrozados.
De a poco se empiezan a perder las cosas más
importantes de la vida, básicamente el deseo de seguir adelante
porque no se encuentra placer en nada y se pierde el incentivo.
No tenemos voluntad para las actividades normales como hacer
gimnasia, tomar clases de piano, ir al cine, o simplemente salir
a caminar. Muchas veces se deterioran las parejas por la
incomprensión. La familia nos atosiga con nuevos médicos para
visitar, notas de revistas para leer, cursos de meditación, flores
de Bach, etc. Los amigos se alejan porque no nos comprenden y
se sienten desilusionados por nuestro cambio; algunos se
quedan para boyar alrededor nuestro y otros pocos para
ayudarnos.
En este punto comienza la desmoralización y día a día
crece más. La curación parece estar tan lejos de nosotros que
no visualizamos el horizonte y finalmente aparece la depresión.
Cada mañana es, en lugar de un volver a empezar, tratar
de resistir otro día más. Nuestra mente está tan conectada con
este pensamiento que no nos deja mucho espacio para otra
cosa. Cada noche sentimos el fracaso por no experimentar
mejoría alguna.
Muchos, leyendo este libro, se sentirán aliviados al saber
que existe gran cantidad de gente que se encuentra en la
misma situación. Por eso considero que los testimonios
personales aquí presentes son tan importantes.
En todos estos años me encontré con muchas personas
que, por distintas razones, se automedicaban. Los ansiolíticos o
sedantes, sólo logran calmarnos momentáneamente, pero no
curan. También yo me automediqué durante mucho tiempo y si
bien al principio obtenía resultados, con el tiempo tuve que
aumentar las dosis porque no me hacían efecto. Sólo los
remedios bien tomados, en los horarios correctos, y obviamente
bajo la supervisión del psiquiatra, logran la cura de las fobias, la
depresión y otras enfermedades.
Lo mismo ocurre con el alcohol o las drogas, logran
disminuir los síntomas momentáneamente. Esto se da mucho en
los fóbicos sociales que deben vencer su timidez. Con el tiempo
los problemas aumentan y no sólo no logran curarse sino que
deben arrastrar los problemas familiares y laborales producto
de este hábito. Las drogas y los medicamentos mezclados
llegan a ser devastadores para cualquiera.
5
TOC
(Trastorno Obsesivo Compulsivo)
Presencia de ideas, imágenes persistentes o impulsos
que deterioran la calidad de vida
Características generales
Consiste en la presencia de ideas, imágenes persistentes
o impulsos que el individuo considera externas y que provocan
un malestar significativo. Para evitar esto realizan rituales o
conductas compulsivas. Hay varios tipos de obsesiones,
algunas consisten en el temor a contaminarse o contagiarse
enfermedades.
Las personas TOC creen que si no realizan el ritual se va a
desencadenar un hecho trágico. Los rituales pueden ser:
lavarse las manos cientos de veces al día, mantener un orden
especial de las cosas convirtiéndolo en sintomático, limpiar
objetos o espacios irracionalmente, etc.
Algunos piensan que se van a contagiar el sida y por eso
se bañan varias veces al día creyendo que así pueden evitarlo.
Otra obsesión de tipo mental es la necesidad imperiosa de
llevar a cabo algún acto. Puede se por ejemplo, contar baldosas
o postes de luz, repetir frases como latiguillos o tener ideas
catastróficas o violentas. Las obsesiones se relacionan también
con la hipocondría, la anorexia y la bulimia, los tics, la
cleptomanía, etc.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 3,3
millones de personas padecen este trastorno, o sea el 2,3% de
la población mundial. Se da igual forma en hombres y en
mujeres. Un tercio de adultos afectados han tenido sus
primeros síntomas en la niñez.
Una de las mejores cosas que nos pasó en el grupo fue ir
como invitados a Mar del Plata para la inauguración de una
nueva filial. Parte del desafío era llegar a esa ciudad en el
medio de transporte que más nos costara enfrentar: avión, tren
o micro. Otro desafío era poder alejarse de Buenos Aires sin la
compañía de ningún familiar o amigo. Teníamos que pasar tres
días a 400 km de nuestros hogares.
A mí me tocó viajar en avión con Raquel, en su primer
viaje, y con Laura, que no lo había hecho durante muchos años.
Ambas estaban tan nerviosas que casi no durmieron la noche
anterior. Tomamos el primer vuelo del día, una mañana
lindísima de sol y con un cielo completamente despejado. Al
embarcar, las tres respiramos profundo. El viaje fue maravilloso
y nos sacamos muchas fotos.
Nos alojamos en el hotel y durante el día fueron llegando
nuestros compañeros. Las habitaciones permanecían con las
puertas abiertas porque siempre estábamos todos juntos,
tomando mate y charlando de nuestras vidas.
Conocí a Patricia y a Mariel, que pertenecían a un grupo de
TOC al que yo nunca había asistido y muy pronto todas
entramos en confianza. Con nuestra coordinadora, Adriana, vi
llegar a Marisa. Fue una verdadera alegría porque jamás pensé
que iba a venir.
Por la tarde fuimos a la conferencia y me impresionó ver
que en el lugar había más de 300 personas. ¿Tanta gente tiene
fobia en esta ciudad? Pensé. Todos quedaron impactados e
identificados con la charla que dieron los doctores y a la hora
del testimonio de algunas de mis compañeras, vi que muchísima
gente lloraba. Yo conocía la historia de casi todas, menos la de
Patricia. Ella es una chica preciosa, frágil y delicada. Cuando
subió al escenario y compartió su experiencia, me costó creer
lo que estaba escuchando. Habló con voz suave pero segura, e
inmediatamente se transformó en alguien fuerte ante la vista de
todos.
Patricia
Desde muy pequeña sentí que cualquier cosa podía
infectarme y eso hizo que mi niñez y mi adolescencia fueran un
infierno. Siempre tenía que lavar todo cuando llegaba de la
escuela a mi casa. Vaciaba la mochila y limpiaba los útiles uno
por uno. Me bañaba varias veces al día y lavaba mi ropa cada
vez que la usaba.
De grande, cuando llegaba a mi casa empezaban mis
obsesiones: le pasaba a todo un trapo húmedo: zapatos, cartera,
llaves, etc. Me daba un baño y después tenía que pensar que
cada cosa que me iba a poner o a tocar tenía que estar limpia,
aunque sabía que ya lo estaba. Limpiaba irrazonablemente. Si
se me caía una prenda al piso, no me la ponía. La colocaba en
un balde con agua y jabón para lavarla. Si había tocado el piso
del baño, después de haberme bañado, me volvía a asear los
pies. Así pasaban dos o tres horas, tiempo perdido que se iba en
algunas de mis obsesiones. Después de tocar cualquier cosa me
lavaba las manos. Podía hacerlo miles de veces en un día. Se
me lastimaban de tenerlas tanto tiempo mojadas. Me llevó
muchos años curármelas.
Mi obsesión era el miedo a la contaminación o al contagio
de enfermedades. Eso me llevó a asociar cosas y las ideas
perturbadoras se iban trasladando a otros objetos. No podía
tocar nada si no era con un trapo, con papel o guantes. Cuando
los descubrí, creí que había hallado una solución a mi problema,
pero se convirtieron a su vez en otra obsesión. Andaba por mi
casa todo el día con los guantes puestos.
Cerraba y abría las puertas con los codos o estiraba las
mangas de mis pullovers, con tal de no tocar nada directamente
con las manos. Cuado todos se iban de mi casa, cada cosa que
tocaban, familiares o amigos, las limpiaba una y otra vez.
Creía que tenía el control. Esta enfermedad me consumía
todo el día. Cuando hacía el ritual me sentía aliviada, calmaba
mi ansiedad. Sabía que era ilógico, pero no podía para de
hacerlo. La necesidad del ritual era más fuerte que todo lo que
podía racionalizar, me quitaba fuerzas hacerlo pero me rendía
ante ese monstruo tan difícil de manejar. Esto que viví me
atrevo a asemejarlo con el infierno.
Durante mucho tiempo no tuve idea de que esto era una
enfermedad, por lo tanto no sabía contra qué luchar. Cada vez
frecuentaba menos gente, no podía soportar la idea de que
alguien me rozara por la calle. Mi mente generaba reacciones
físicas indicándome que había peligro, entonces transpiraba,
caminaba en zigzag con tal de no tocar a nadie, las manos me
sudaban. Mi corazón me pedía a gritos un poco de paz. Cuando
me veía obligada a salir era una tortura permanente.
Al volver a casa, mi nivel de estrés estaba en el pico más
alto. Hasta que un día, hace más de tres años, encontré este
lugar y hoy estoy totalmente recuperada. Me llevó mucho
tiempo, paciencia y un arduo trabajo. Pero lo logré. Pude abrir
las rejas que me tenían presa y volar. Encontré la llave, luché
mucho y pagué un precio muy alto por ello, dejé dos carreras
por la mitad, abandoné varios trabajos porque ya no podía
sostener mi realidad oculta, pero salí triunfante. Rompí las
cadenas y las obsesiones que me ataban a un mundo cada vez
más oscuro, lleno de miedos, dudas, tristezas, angustias e
impotencias en el cual mi calidad de vida fue disminuyendo
notablemente en todos los niveles. Estoy muy agradecida por
haber tenido esta segunda oportunidad. Soy una persona feliz,
trabajo, me casé y estoy llena de proyectos.
Patricia recorrió un largo camino. Su enfermedad no es
fácil, nada que un medicamento pueda curar en semanas. Tuvo
que hacer terapia cognitiva, totalmente dirigida a su
enfermedad y con el tiempo ingresó al grupo de los TOC y
compartió su experiencia con otras personas. Dirigidos por los
coordinadores y doctores, los TOC realizan muchísimos
ejercicios que ayudan a la curación. Pasó bastante tiempo
hasta que Patricia logró recuperarse; hoy ayuda a muchos otros,
que como ella, llegaron sin esperanzas, con sus vidas
destrozadas y en muchos casos, lastimados físicamente.
El siguiente testimonio de un hombre de 39 años, puede
ayudar a otras personas a encontrar un nuevo camino. Esto me
contó:
Diego
Me lavaba las manos miles de veces al día. Mientras lo
hacía sentía una gran tranquilidad, parecía que mi nivel de
ansiedad bajaba completamente. Pero en cuanto terminaba y
me las secaba, pensaba: esta toalla no está muy limpia, creo
que hoy la cambié sólo dos veces. La ponía en el lavarropas y
volvía al baño a lavarme las manos de nuevo. Por las dudas
abría un nuevo jabón, para estar tranquilo de que no estuviese
sucio. Mientras me lavaba también limpiaba la bacha
(lavamanos) y alrededores. Vuelta a lavarme las manos para
terminar. Me ponía a acomodar la ropa o mis libros y otra vez a
lavarme las manos. Muchas veces me tiraba en la cama a llorar
porque pensaba que no tenía las manos limpias y me daba
mucho miedo. El estrés era tremendo y mis manos estaban tan
dañadas que prácticamente no tenía uñas. Mi relación con las
mujeres se dificultaba porque para estar con ellas necesitaba
que antes se bañaran, que estuviesen limpias, y si no era una
novia con quien tuviese confianza la situación me resultaba muy
bochornosa.
Otro relato de una persona TOC, con otro tipo de obsesión, es
Carola. Su testimonio es muy ilustrativo. Me encantó que la
protagonista pensara que su testimonio puede ser leído por
padres y que tal vez puedan ayudar a sus hijos si es que se
identifican con lo que cuenta.
Carola
Se me hace muy difícil plasmar en palabras todo lo vivido
durante los años de mi enfermedad y digo enfermedad porque
recién cuando uno toma conciencia de esto es cuando empieza
a buscar una solución.
Hace
aproximadamente
cuatro
años
empecé
el
tratamiento, que es lo que hoy me permite estar bien y disfrutar
de la vida.
Yo soy TOC. Cronológicamente no sé bien cuando empezó
esta enfermedad, pero mis recuerdos de la niñez tienen que ver
con obsesiones de todo tipo. Cuando iba al colegio no lo podía
disfrutar, iba caminando con mis hermanas y lo hacía
ensimismada, contando baldosas o tratando de avanzar sin
pisar las rayas. En ese momento, no lo vivía con angustia sino
como un juego, a veces hasta cansador. Las obsesiones fueron
muchas, algunas casi no las recuerdo. Me gustaría al menos que
a través de mi testimonio, los padres de esos chicos que quizás
tienen obsesiones puedan darse cuenta, para poder tratar esta
enfermedad a tiempo y darles a sus hijos la posibilidad de tener
una vida feliz.
El sufrimiento es fuertísimo, todos los pensamientos se
transforman. De niña pensaba que una persona muerta se iba a
presentar frente a mí, que me moría de tétano, que un
maremoto me ahogaba y otras cosas más que no recuerdo con
precisión. Estas ideas que a los 6 o 7 años me acosaban las
vivía con mucho dolor, en silencio y creyendo que tal vez eran
normales.
A medida que la angustia crecía fue creando depresión y
ansiedad y rondaba en mi mente la idea de matarme pero nunca
lo intenté.
Era una persona sin proyectos y sin ganas de vivir, todo
me tiraba para abajo, dejándome en un estado de mucha
angustia.
No sé qué se presentó primero en mí, si la obsesión, la
ansiedad o la depresión. Hoy al estar recuperada me doy cuenta
de que ya no tiene sentido saberlo. Lo que me hizo tocar fondo y
darme cuenta de que no podía más fueron unos pensamientos
catastróficos que empezaron a rondar en mi mente: pensaba
que iba a matar a mi familia o a un ser querido con un cuchillo,
una tijera o un elemento punzante. Uno no puede creer que esto
le pase por la cabeza y ahí es cuando uno piensa que está loca
y que perdió la razón.
Las sensaciones corporales son espantosas porque
realmente se siente que lo imaginado está sucediendo. Uno lo
ve, y es tal el desgaste mental entre no querer pensar y pensar,
que va aumentando la ansiedad y la angustia que produce.
Después de horas y horas intentando desprenderme de
esos pensamientos, el agotamiento era tan grande que me
tiraba en la cama todo el fin de semana entero, sin ganas de
vivir. Pensaba que la solución era morirme o tener una
enfermedad Terminal que me diera un motivo verdadero para
poder decir “ahora realmente estoy enferma”, y justificarme,
porque es difícil creer que esto sea una enfermedad, sólo se
asocia con la locura. Es duro desear la muerte más que la vida.
A veces me resulta increíble creer que pude aguantar tantos
años viviendo así.
Estudiar en la facultad se me hacía imposible porque me
aparecían ideas terribles como pensar que el chico que estaba
sentado delante de mí estaba ahorcado con una soga o que yo
le clavaba una tijera. La palabra concentración no existía en mi
vida. No podía leer, ni mirar una película, ni mantener mi
presencia en ningún lado. En mi casa cuando empezaba a
obsesionarme con algo me retiraba a mi cuarto y me encerraba.
Puedo decir que siempre intentaba volver a empezar
creyendo que me iba a curar. Pero cada vez aparecían más
obsesiones. Me tuve que alejar de mi hermana cuando tuvo su
bebé, tenía terror de violar a los chicos, y como dije
anteriormente, el pensamiento que se instalaba en mi mente era
para mí un hecho que yo había realizado, a pesar de que ahora
sé muy bien que sólo fueron ideas y que jamás hice nada malo.
Alejarse de la familia por esta enfermedad es muy doloroso. Hoy
lo puedo contar porque estoy bien pero sé que la lucha aún no
terminó.
Todos los días debo enfrentarme a los pensamientos
obsesivos que tuve y olvidar lo vivido. A veces creo que no lo
voy a lograr pero la realidad es que ya no los tengo más y soy
una persona sana y recuperada. Puedo disfrutar de las cosas
simples, vivir como una persona normal.
Agradezco eternamente a las personas maravillosas que
tuve la oportunidad de conocer en los grupos. Y a Dios por
ponerlas en mi vida y darme otra oportunidad.
El siguiente autoexamen puede ayudar a muchas personas
que aún no tienen certeza de su enfermedad o conciencia de
ella.
1. Cuando se apoya en la baranda de una escalera, en el
pasamanos del colectivo, subte o tren, ¿cree que puede
contagiarse alguna enfermedad?
2. ¿Necesita lavarse las manos demasiadas veces al día
siguiente de una rutina o ritual especial?
3. Cuando le encargan un trabajo en su oficina, ¿pierde
horas en revisarlo una y otra vez?
4. ¿Guarda material de trabajo durante muchos años, por si
alguna vez necesita utilizarlo nuevamente?
5. ¿Comprueba más de dos veces si cerró la llave del gas, si
bloqueó la puerta, las ventanas o el auto?
6. ¿Cree que si no realiza alguno de estos rituales, a usted o
algún familiar puede ocurrirle alguna desgracia?
7. Al caminar ¿evita pisar las rayas que dividen las baldosas
de la vereda (acera)? ¿Le pasa lo mismo con las
cerámicas de la cocina o del baño? ¿Observa si sus hijos
practican alguna de estas rutinas?
8. Por la mañana, ¿ocupa mucho tiempo en la ducha y en
elegir la ropa?
9. ¿Llega tarde a todos lados porque demora horas en dejar
limpio, ordenado y bien cerrado el hogar?
10. ¿Se siente invadido por pensamientos o imágenes
desagradables casi todos los días?
Si la respuesta a varias de estas preguntas resulta
afirmativa, no hay que alarmarse, éste no es un test
científico ni significa que padezca un trastorno obsesivo
compulsivo. Sin embargo, quizá sería conveniente acudir a un
especialista para descartar cualquier duda y así lograr una
mejor calidad de vida, tanto para usted como para quienes lo
rodean. Las obsesiones compulsivas no sólo afectan al
enfermo, sino a toda la familia.
6
TAG
(Trastorno de Ansiedad Generalizada)
Preocupación constante y excesiva sobre una amplia
gama de acontecimientos y situaciones
Características generales
Consiste en una preocupación constante y excesiva sobre
una amplia gama de acontecimientos u situaciones. Produce
inquietud, fatiga, falta de concentración, etc. Por ejemplo, la
persona imagina situaciones horribles cuando un familiar debe
reunirse con él y se retrasa o no contesta el teléfono.
Conocí varias mujeres con este trastorno. El relato de
todas ellas es similar, por esta razón voy a referirme al TAG de
acuerdo a lo que me contaron. Este trastorno se presente como
una preocupación excesiva en relación a una situación, a un
evento o a otras personas. Aquellos que sufren este trastorno
están
constantemente
pensando
y
anticipándose
negativamente a los hechos. Imaginan posibles accidentes o
desgracias, que puede sufrir algún familiar aunque ellos no se
encuentren en peligro.
El TAG es crónico, se mantiene en el tiempo y por
consecuencia la persona necesita tener constantes pruebas a
fin de poder bajar su nivel de ansiedad. Por ejemplo, llamar o
hacer que las personas cercanas llamen varias veces al día
para decirles que están bien y que nada malo les ocurrió.
Este trastorno, cuando se mantiene a lo largo del tiempo,
suele confundirse con un tipo de personalidad ansiosa y por eso
es normal padecerlo muchos años sin tratamiento.
La ansiedad generalizada es constante, por eso los
familiares y amigos lo toman como un patrón característico.
Existe una predisposición hereditaria para sufrir el trastorno de
ansiedad generalizada al igual que ocurre con todas las
personas que sufren un cuadro de ansiedad.
A las personas que lo sufren se les dificulta concentrarse
en otras actividades, pasan varias horas al día preocupados
tratando de poder confirmar o dudar de sus pensamientos. Por
lo general el poder imaginativo de estas personas es muy alto y
desafortunadamente no muy variado. Sospechan que pronto van
a tocar a su puerta y un extraño les informará de la muerte de
alguien cercano. Si escuchan una sirena, inmediatamente lo
asocian con un accidente de un familiar o hasta a veces
imaginan el accidente en sí mismo viendo cómo el familiar es
arrollado por un automóvil, incluso visualizan la sangre, el
golpe, etc.
Los síntomas con que se presentan son:
.
.
.
.
.
.
.
Tensión motora: temblores, dolores musculares, inquietud,
fatiga.
Sensaciones corporales: ahogos, taquicardias, diarrea,
náuseas, nudo en la garganta, etc.
Hipervigilancia.
Aprensión.
Dificultad para concentrarse.
Dificultad para dormir.
Exageración en la respuesta frente a situaciones de
alarma.
La realidad muestra que existe una disminución notable en
la calidad de vida del paciente. No sólo se ve afectada la
persona que lo sufre, sino también sus familiares que se
encuentran limitados en sus propias actividades debido a que
tienen que estar constantemente informando sobre sus
movimientos. Frente a un imprevisto o tardanza inmediatamente
los familiares tratan de avisar lo más rápido posible a fin de no
dar motivos a una preocupación exagerada. Por ejemplo, los
hijos tratan de no salir demasiado para no preocupar a su madre
que constantemente les expresa el miedo que siente cuando
van a bailar o están en la calle.
Muchas veces, la persona que padece ansiedad llama a
todos los conocidos de un familiar para saber su paradero
porque éste se retrasó 30 minutos en su llegada. Roxana, una
paciente de la Fundación que sufría ansiedad generalizada me
comentó: si mi hija llega media hora antes del trabajo yo creo
que la echaron y si llega media hora después, durante ese
tiempo pienso que tuvo un accidente y está muriéndose.
A Raquel la conocí en el aeropuerto cuando nos
embarcábamos en un viaje con el grupo a Mar del Plata. Era la
primera vez que ella subía a un avión, que pasaba un fin de
semana lejos de su familia, de su casa y estaba muerta de
miedo. Enseguida tuvimos muy buena química y pasamos el fin
de semana contándonos nuestras vidas y conteniéndonos
mutuamente. Después de este viaje empezamos a llamarnos por
teléfono y a los pocos meses la volví a ver en una visita
especial que hicimos con el grupo a la catedral de La Plata.
A medida que pasaron las semanas me di cuenta de que
Raquel no asistía a los grupos de los sábados, razón por la cual
tuvimos una conversación. Le pregunté por qué no venía y su
respuesta fue simplemente que vivía muy lejos. Le expliqué una
y otra vez que debía venir para terminar de sacarse los miedos
poder recuperar su libertad.
Aún no está preparada para dar este paso. Siempre
hablamos por teléfono como si fuésemos amigas de toda la vida
y sé que muchas otras personas del grupo también la llaman.
Entre todos la contenemos y cuando ella esté segura, ahí
estaremos, esperándola.
Si bien su situación como TAG mejoró muchísimo, creo
que no logra curarse del todo porque no hace los ejercicios, que
es un porcentaje muy algo para la cura definitiva. La incluí en
este libro porque su testimonio es muy claro y porque se
evidencia que si el tratamiento no es completo tampoco es
completa la cura.
Raquel
Nací en el Chaco hace 46 años y desde chico tuve una
tendencia depresiva bastante notable. A los 6 años mi mamá
tenía que vigilarme porque yo siempre tenía la idea de tirarme
dentro de un aljibe que había en mi casa. No sabía explicar lo
que sentía, eran sensaciones que estaban dentro mío. A los 8
años casi todos los días me concentraba mirándome los brazos
durante un rato y veía mi propio reflejo frente a mí, me
desdoblaba. Corría asustada fuera del cuarto, respiraba
profundo y al relajarme volvía a la normalidad. Quedaba
exhausta; el miedo y la adrenalina que corrían dentro mío me
paralizaban pero no podía hablarlo con nadie porque era muy
chica y ni yo misma me daba cuenta qué era lo que me pasaba.
Como tenía conciencia de que eso no era normal prefería el
silencio.
Durante toda la primaria viví atormentada con la presencia
de un compañerito. Jamás me asustó ni me hizo daño, pero sólo
con verlo yo entraba en pánico y lo único que quería era irme a
mi casa con mi mamá. Ella me retaba y me decía que dejara de
llorar y de inventar historias; en aquel momento ni yo ni nadie
podía darle un nombre a esta enfermedad, hoy me doy cuenta
de que esas reacciones eran parte de este trastorno que me
provocaba pensamientos catastróficos sin ningún motivo
específico.
A los 12 años nos vinimos a vivir a Buenos Aires, a la casa
de mi hermana. El cambio para mí fue tremendo. En Chaco
teníamos una casa con todas las comodidades y cuando
llegamos aquí nos encontramos con un rancho en una calle de
barro.
Enseguida me deprimí y al poco tiempo tuve mi primer
ataque de pánico con síntomas físicos. Me acuerdo que fui a
pasar el fin de semana a la casa de una tía que tenía una hija de
mi edad, no aguanté ni un día, me descompuse, empecé con una
fuerte taquicardia, me temblaban las manos y sudaba. Mi tía
trataba de consolarme yo no podía reconocerla, le decía:
“señora por favor lléveme a mi casa, con mi mamá”. Cuando
llegó mi hermano a buscarme me tuvieron que acompañar a la
puerta porque me ahogaba y no podía respirar; creí que me
moría. Me acostumbré a que estos episodios se repitieran cada
tanto aunque tenía lapsos en los que estaba mejor por algunos
meses.
El trastorno de ansiedad generalizada, si bien lo tuve
siempre, se manifestó en forma insoportable cuando me casé y
tuve hijos. La casa era mi gran obsesión, tenía que hacer todo
en un día, no podía ver nada desacomodado, un cuarto sin
hacer, la ropa sin planchar o la comida sin preparar en el
momento justo. Las 24 horas del día no me alcanzaban, la
ansiedad me mataba y como no lo podía controlar me deprimía y
muchas veces lloraba sola en mi cuarto. Mi marido todavía no
sabía de mis crisis.
Otro síntoma era ponerme colorada cada vez que veía a mi
cuñado. Al principio no le di importancia pero cuando todos me
lo hicieron notar comencé a sentir tanta vergüenza que trataba
de evadirlo. Era imposible porque trabajaba con mi esposo al
lado de mi casa. Para superar este problema cuando iba a la
oficina, antes de entrar, me metía los dedos en la garganta
provocándome arcadas. De esta forma cuando me veían con los
ojos llorosos y con tos, les decía que me había atragantado o
cualquier otra excusa y sentía que esto me distraía del
verdadero conflicto.
Cuando tenía 30 años falleció mi mamá. En ese momento
le confesé a mi marido los reiterados ataques que sufría y la
sensación de que me iba a morir. Ese primer año estuve muy
mal por la falta de mi madre, sufría palpitaciones y ahogos más
intensamente. Le pedía a mi marido que me abrazara. El me
contenía y me llevaba afuera a respirar y caminar un poco.
Empecé a ir a la psicóloga. Ella me decía que eran
problemas del pasado de mi familia, de algunos episodios
confusos durante mi infancia, etc. Me dio Rivotril y por un
tiempo creí que me estaba curando; el sedante no evitaba el
ataque pero me tranquilizaba en forma momentánea. Con el
tiempo dejé de ir a la psicóloga y de tomar la medicación.
El trastorno de ansiedad generalizada llegó a su punto
máximo cuando mis hijos se hicieron adolescentes: tres jóvenes
queriendo salir de noche a bailar, a reuniones y yo con los
nervios destrozados. Si mi hija salía una noche y yo luego
escuchaba la sirena de una ambulancia creía que la traían
muerta. Llamaba a sus amigas y si no la encontraba lloraba, me
tiraba en el piso y quedaba atrapada en esa crisis de nervios
hasta que la veía llegar. Mis hijos varones iban a bailar y yo no
dormía hasta que llegaban, rezaba, caminaba por la casa. Si
sonaba el teléfono pensaba que era la policía para avisarme que
estaban en un hospital o presos. Me volvía loca, era una tortura.
Mi marido me tuvo paciencia, por suerte somos muy
unidos y me ayudaba. Una vez él se tuvo que ir de viaje a
Santiago del Estero por trabajo. Lloré los tres días; pensaba que
si me daba un ataque y él no estaba nadie me iba a ayudar en el
trance y me iba a morir. No podía soportar la idea de estar sola.
Yo tenía una familia hermosa de la que no podía disfrutar
porque siempre estaba sufriendo y sintiéndome mal
físicamente. Estaba tan desesperada y cansada de todo que fui
a la virgen de San Nicolás a pedirle que me ayudara. Cuando mi
cuñada me vio tan mal, me dio la tarjeta de un médico llamado
Carrión. Me dijo que era muy buen profesional y que fuera a
verlo y me contó también que existía una fundación donde se
reunían en grupos para hablar de estos problemas.
Mi marido me acompañó a la primer reunión y escuchamos
juntos los relatos de la gente sobre los síntomas que padecían.
Me identifiqué con muchos de los casos y me dije a mi misma:
“no estoy loca”. Un especialista nos explicó que todos estos
trastornos eran los síntomas de una enfermedad y que existían
tratamientos para curarla. Yo no lo podía creer y mi marido
también se alivió al saber que todo lo que me pasaba tenía que
ver con una enfermedad y que no eran sólo ideas mías.
Mi hija me acompañó a la primer consulta con el doctor,
pero en el viaje hasta el consultorio –de la zona sur al centrome dio un ataque de pánico en el subte. Nos tuvimos que bajar y
tomar un taxi. Cuando finalmente llegamos y vi al doctor Carrión
me di cuenta de que era el mismo que había visto varias veces
en televisión, entonces supe que me lo había mandado la virgen.
Así empecé mi tratamiento, ahora soy mucho más feliz ya
que puedo disfrutar de mi familia y de lo que Dios me dio. Lo
más importante es haber dejado de padecer todos los síntomas
físicos, los ataques de pánico y la ansiedad generalizada. Sé
que me falta mucho porque no voy a los grupos. Aunque muchas
veces lo hago, alejarme tanto de mi casa me da no sé qué…
Comprendo que para curarme completamente debo hacer los
ejercicios todos los días y no faltar los sábados. Estoy en el
camino hacia la curación.
7
HIPOCONDRÍA
Trastorno en el que se siente una preocupación
constante y angustia por la salud
Características generales
La hipocondría es un trastorno en el que las personas
empiezan a somatizar, a causa de la depresión y la ansiedad,
los síntomas de una enfermedad determinada, que por lo
general no está presente en su cuerpo sino en su imaginación.
Estas personas son sanas y lo que no saben es que la única
enfermedad real que padecen es la hipocondría. Genera una
actitud aprensiva a través de la cual los sujetos están
permanentemente atentos a las sensaciones de su cuerpo,
dándoles una interpretación negativa. Como tienen la creencia
de sufrir una enfermedad grave, están continuamente atentos a
las sensaciones físicas, se observan detenidamente y se tocan
el cuerpo generando una preocupación excesiva. Así, estas
personas entran en un círculo del cual no pueden salir
manteniendo este trastorno, seguramente, durante años.
Si los estudios arrojan resultados buenos se sienten un
poco más tranquilos pero rápidamente volverá la duda y se
preguntarán si los diagnósticos fueron hechos correctamente.
Por lo general, las personas que la padecen cambian de médico
porque la relación se puede volver un poco agresiva debido a la
insistencia del paciente que piensa que no ha tenido la atención
adecuada o que el médico no captó la esencia de su problema.
Cuando esto sucede, cambia de consultorio y vuelve a empezar.
Las posibles enfermedades suelen ser siempre las
mismas: cáncer, infarto, sida, etc. Por esta razón, están todo el
tiempo analizando las sensaciones de su cuerpo.
La hipocondría, al igual que la anorexia y la bulimia
deberían entrar, a mi entender, dentro de las obsesiones
compulsivas (TOC). Tienen las mismas características
mencionadas en el capítulo anterior. Son obsesiones que están
más allá de todo razonamiento lógico. El sujeto no puede
controlar lo que le pasa ni lo que hace y siente que nada lo cura,
a menos que realice un tratamiento completo.
Es un trastorno frecuente, entre el 10 al 20% de la
población mundial puede padecerlo en algún momento de la
vida. En Estados Unidos se ha realizado un estudio donde se
demostró que entre el 4 y el 9% de los pacientes que acuden a
los hospitales con síntomas de alguna enfermedad lo hacen
debido a respuestas hipocondríacas.
Aspectos típicos de los pacientes hipocondríacos
El hipocondríaco siente una excesiva ansiedad por dos
motivos: buscarse una enfermedad y también padecerla. Esta
ambigüedad está continuamente en la mente del enfermo La
canaliza a través de sensaciones físicas: calor, sudoración,
taquicardia, sequedad en la boca, depresión.
El hipocondríaco puede ir a la consulta solo, con una larga
lista de todas sus sensaciones pero es mejor que concurra
acompañado de algún familiar porque al sufrir ese estado de
deseo y temor se bloquea mentalmente y puede no entender
bien lo que le dicen. Necesita de otra persona para evaluar el
diagnóstico conjuntamente.
El paciente tiende a cambiar de médico por varias razones:
no le gusta lo que le dice, no le gusta porque no le quiere hacer
todos los exámenes que él pretende o por vergüenza a repetir
muy seguido las consultas.
La preocupación le provoca un malestar significativo,
deterioro social, laboral o de otras áreas importantes en la
actividad del individuo. Su estado de ánimo atraviesa distintas
etapas. Cuando en su mente se instala la idea de una
enfermedad, se apodera de él una fuerte sensación de ansiedad
y depresión. Se altera, se pone hipersensible y finalmente se
enceguece porque si no recurre rápidamente al médico para
calmar su miedo no puede vivir tranquilo.
Generalmente no puede concentrarse en ninguna
actividad, ni laboral ni personal. Su mente está enfocada en su
temor, lo que lo lleva a estar en un estado emocional negativo y
le resulta difícil entablar una conversación.
Conozco muchas personas hipocondríacas, yo misma lo
soy. Creía que la hipocondría era un aspecto de mi personalidad
y nunca se me ocurrió, ni ningún médico me dijo, que era una
enfermedad y que existía una cura.
Sé bien lo que es esta enfermedad y padecerla es terrible.
A diferencia de los ataques de pánico, donde las crisis duran
entre 10 y 20 minutos, los ataques hipocondríacos duran mucho
más. Desde el momento en que uno tiene una sensación extraña
o se nota algo raro en el cuerpo hasta que llega al médico o
espera el turno, dos o tres días después, el tiempo parece una
eternidad. En caso de tener que hacerse algún análisis, los
resultados pueden demorarse, mínimo, una semana. Soportar
todo esto lleva a un estado de desánimo y provoca falta de
interés en general y hasta depresión. La ansiedad que se
acumula en todos esos días puede dejarnos en un estado físicomental devastador. Por eso, los hipocondríacos aprendemos
muchas técnicas como las que relato a continuación.
Generalmente llegamos al consultorio sin turno. Vamos
ese mismo día y con nuestra mejor cara de inocentes le
decimos a la secretaria: “justo pasaba cerca y como no me
siento bien quería ver si el doctor me puede revisar. No importa
si tengo que esperar”.
Por lo general nos atienden. Las
radiografías nos las llevamos en el momento, sin el diagnóstico,
total sabemos que el médico al verlas ya entiende qué tenemos.
Tratamos de encontrar algún médico atento a quien explicarle
la enfermedad que padecemos y que nos consienta en poder
visitarlo ante cualquier duda. En mi caso llegué a acudir a uno
que, con sólo verme en la sala de espera, me hacía pasar
sabiendo que no iba a ser una consulta larga. Sólo le contaba el
miedo que se me presentaba ese día, él me revisaba en el lugar
que me dolía y me confirmaba que todo estaba bien. Yo
respiraba tranquila y me iba feliz. Obviamente al año dejó de
resultarme confiable, porque cuando salía de su consultorio
pensaba: “pero acá arriba no me tocó y ¿si en lugar de ser acá
era abajo del brazo o en la pierna? Ahí no me revisó”.
Viajamos con la tarjeta de nuestra obra social y por las
dudas, si el viaje es al exterior, con otra que compramos en el
aeropuerto. Llevamos nuestro pequeño botiquín con lo
imprescindible para cualquier acontecimiento que pueda
presentarse: antibiótico para la fiebre, jarabe para la garganta,
termómetro, gotas para el hígado, pastillas para el dolor de
cabeza y para dormir, laxantes y calmantes de todo tipo.
¿Cuáles pueden ser las causas de la hipocondría?
.
.
Excesiva protección y una crianza basada en el miedo.
Alguna experiencia traumática relacionada con la
enfermedad o la muerte como puede ser el fallecimiento
de un ser querido por cáncer.
.
.
.
.
Darle a los síntomas que se presentan mayor importancia
de la que tienen.
Reacciones psicológicas: uno enferma para despertar la
atención de los demás.
Antecedentes físicos concretos durante la infancia.
Búsqueda de información sobre enfermedades y sentirse
reflejado con lo que se lee.
El siguiente es el testimonio de Jorge, al que conocí a
través de mi trabajo. Cuando le conté sobre mi enfermedad
(como lo hago habitualmente con todas las personas que
conozco) él se fue identificado con mis relatos sobre la
hipocondría. Con el tiempo se dio cuenta que lo que él padecía
hacía años se asemejaba mucho a mi experiencia.
A partir de nuestras charlas comenzó a abrirse cada vez
más hasta admitir que la hipocondría era su enfermedad y no
los cientos de episodios que padecía tan a menudo. Decidió
empezar terapia y finalmente pudo compartir con su familia el
gran sufrimiento de su vida. Estas son sus palabras:
Jorge
Tengo 48 años, soy hipocondríaco hace tantos años que ya
ni me acuerdo. Sufrí mucho. Por suerte hace poco empecé un
tratamiento psicológico cognitivo, dirigido directamente a la
enfermedad (jamás me imaginé que la hipocondría era un
desorden). Hace unos meses que me trato así que espero ver
resultados muy pronto.
Desde joven tuve miedo a padecer alguna enfermedad
seria. En realidad siempre escuché a mi vieja hablar con las
amigas de males incurables, de personas del barrio que se
morían y llegué a creer que estas habladurías eran el origen de
mis fantasmas.
Con el tiempo empecé a asustarme cada vez que me
pasaba algo. Si amanecía con gripe, pensaba en un montón de
cosas trágicas que me iba a decir el médico cuando llegara:
“acá veo que usted tiene un ganglio inflamado, no es normal. Va
a tener que realizarse una tomografía”.
Me quedaba acurrucado en la cama esperando lo peor. Los
pensamientos catastróficos eran terribles, se me hacía un nudo
en el estómago, tenía chucho de frío, que no eran del estado
gripal. Por supuesto, cuando llegaba el doctor y me daba un
simple antigripal respiraba profundamente y daba las gracias en
silencio. Volvía a ser feliz. Pero no duraba mucho. Siempre me
aparecía algo: una mancha, un dolor en el pecho, cualquier
razón para terminar en la guardia de un hospital sometiéndome
y sometiendo al médico a realizar todo tipo de estudios. Lo más
grave de esta enfermedad es el tiempo que los pensamientos
negativos y el miedo ocupan en tu cabeza. Uno está
preocupado por eso y es imposible concentrarse en cosas
realmente importantes como el trabajo a la familia.
Si estoy por recibir amigos en mí casa y, después de
bañarme, por casualidad me toco o me rasco alguna parte del
cuerpo notando algo raro, comienzan las palpitaciones, me
transpiran las manos y se me nubla la mente. Empiezo a
tocarme ese hueso o costilla con una mano y con la otra hago lo
mismo pero del otro lado. Lo peor es que de los nervios ni
siquiera puedo detectar si están igual o no, entonces
disimuladamente le pregunto a mi mujer, ella me toca y me dice
que está todo bien. Por unos instantes me tranquilizo hasta que
al rato me pregunto ¿me habrá dicho eso para tranquilizarme?
En ese punto me gustaría decirle a mis amigos que no vengan
porque lo único que quiero es irme a dormir lo antes posible.
Después de 12 años de casados pude decirle a mi mujer –
en realidad me presionó para que lo confesara- que vivía
paranoico con las enfermedades. Ella, con buenas intenciones
pero con la misma ignorancia que yo, me decía que tenía que
parar de darme manija porque iba a terminar enfermándome en
serio. ¡Para qué! Fue peor, esas palabras fueron terribles, todo
el tiempo pensaba que con los próximos síntomas podía
padecer algo maligno.
Yo soy muy religioso y voy a la iglesia pero en esa época
iba mucho más porque me aferraba a la fe para solucionar mis
males. Pedía por favor que no tuviera más pensamientos
negativos. El sacerdote me decía que debía alejar de mi mente
todo eso, que rezara mucho. Pero nada me hacía sentir mejor, ni
rezar, ni los médicos, ni los resultados positivos de los
exámenes.
Empecé a engañar; ahora me doy cuenta que me engañaba
a mi mismo con la esperanza de que todo pasara. Al principio
iba a los médicos con todos los estudios que me había hecho en
los últimos años por si querían comparar. Tengo todos los
análisis míos archivados por año, nunca tiro nada, están todos
en una caja especial. Cuando me di cuenta de que el
especialista nunca aceptaba mis estudios previos empecé a
desconfiar: ¿por qué no los compara?, ¿cómo sabe si estoy
mejor o peor que el año pasado? Me iba del consultorio con la
esperanza de sentirme bien pero la verdad es que nunca estaba
satisfecho con la explicación, por lo cual siempre decidía
realizar otra consulta.
Nunca más le hice notar a mi esposa mis paranoias sin
sentido, pero ahora que ambos tenemos conciencia de que es
una enfermedad y que sigo el tratamiento, podemos conversar
sobre el tema. Ella es una gran ayuda para mí.
Podría pasarme horas contando todo tipo de anécdotas,
que ahora, al compartirlas, me causan risa. Nunca había
hablado con gente que había padecido sensaciones tan
similares a las mías. Por eso ahora me relajo y puedo asumir las
cosas que hice.
No le deseo a nadie atravesar por algo parecido. Si mi
relato sirve de algo a quien lo lea va a ser bárbaro. Nunca pensé
que mi experiencia pudiera ayudar a muchas personas, así
como me ayudaron a mí las experiencias de otros.
¿Se puede curar la hipocondría?
Hace más de ocho meses que realizo una terapia cognitiva
y mis cambios han sido increíbles. Si alguien me pregunta si
estoy curada le digo que sí, pero que siempre sigo haciendo los
ejercicios y ante cualquier alarma tomo conciencia de mi
enfermedad y me tranquilizo.
¿Qué es una terapia cognitiva? Es una terapia corta y
dirigida directamente al problema que trabaja con el aquí y
ahora de la persona. Trata de descubrir cuáles son los
esquemas del pensamiento del paciente y su función es
modificarlos.
El terapeuta da instrucciones específicas guiando a la
persona para resolver el trastorno. Incluye técnicas que tienen
que ver con cambios de conductas, por ejemplo: dejar de
tocarse el cuerpo en forma continua si es que tiene miedo al
cáncer; si tema a algún contagio, no realizarse exámenes de
sangre más de lo habitual, etc.
Así el paciente logrará cambiar sus creencias acerca de sí
mismo dejando de sobredimensionar sus síntomas y podrá
adquirir una nueva perspectiva del mundo que lo rodea y de su
futuro, pudiendo aumentar su calidad de vida.
Pasos a seguir en una terapia cognitiva
.
.
.
.
.
.
.
Los objetivos primordiales de la terapia son: perder la
angustia y el miedo a la enfermedad.
Plantearse una serie de prohibiciones y tareas. Se le pide
al paciente que no acuda a más médicos ni a las urgencias
hospitalarias, que no hable de salud ni de enfermedad.
Esto va acompañado con ejercicios que se realizan
durante toda la semana.
Perder el miedo a estar enfermo, terminar con las
angustias
y
sufrimientos
que
producen
estos
pensamientos.
Evitar el desgaste físico-mental que en los hipocondríacos
es tan grande y termina con la posibilidad de poder tener
una vida normal y placentera.
Con el tiempo, comenzar a conocer nuevas sensaciones
corporales que resulten agradables y placenteras. El
cuerpo deja de ser un lugar de dolor o temor para
convertirse en un generador de confianza.
Aumentar los parámetros de valoración. El padecer tanto
tiempo esta enfermedad genera una baja autoestima, por
lo tanto la terapia apunta a revertir esta vulnerabilidad.
Trabajar con el placiente para que pueda enfrentar con
éxito otros problemas que hay en su vida cotidiana:
cambio de trabajo, separaciones, abandono de las cosas
que no le gustan hacer para realizar elecciones propias.
Agenda de ejercicio para hipocondríacos
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Dejar, de a poco, la costumbre de estar todos los días
observándose o tocándose. Hay que luchar día a día.
Tratar de alejar los pensamientos o ideas irracionales.
No leer los prospectos que están dentro de los remedios.
El hipocondríaco tiende a somatizar y puede apoderarse de
algunas de las acciones terapeúticas colaterales,
secundarias o contraindicaciones.
Disminuir la tendencia a hablar siempre de enfermedades,
médicos, medicinas y de todas las pastillas que toma
como si fuese algo gracioso.
No nombrar más la palabra hipocondría. Alejarla para
siempre del vocabulario.
No leer nada sobre medicina. No prestar atención a
programas de televisión ni de radio relacionados con el
tema.
Dejar de tener miedo a mirar películas o series donde haya
gente enferma de cáncer o sida.
Empezar a ponerse límites para ir al médico. Proponerse,
para empezar, no acudir durante dos meses (a no ser que
padezca algo en serio).
Llevar una vida sana que incluya salidas al aire libre.
Hacer deportes todas las semanas, aunque sean
caminatas.
8
ANOREXIA Y BULIMIA
Trastornos relacionados con la comida
con síntomas de depresión, ocultamiento y
obsesión por la pérdida de peso
Características generales
Estos dos trastornos están relacionados con la comida y
tienen en común la depresión, el ocultamiento y una marcada
obsesión por la pérdida de peso. Son más frecuentes entre los
adolescentes que entre los adultos aunque los casos de adultos
que padecen estos desórdenes normalmente se dieron por
arrastre desde una edad temprana sin haber logrado curarse o
sin haber tenido la suficiente información para superar el
problema.
Varios factores pueden producir anorexia o bulimia:
.
.
.
.
.
.
.
Predisposición genética o biológica
Problemas emocionales no resueltos y canalizados a
través de distintas conductas, específicamente a través
de la alteración alimenticia.
La delgadez define el prototipo comercial de la mujer ideal
y exitosa.
La mala alimentación, producto de la aceleración de la
vida moderna y de la falta de tiempo para elegir alimentos
sanos.
La comida chatarra tan promocionada y tan consumida
desde la infancia.
Problemas familiares.
El aislamiento por sentirse diferentes.
Tengo dos amigas que padecieron el trastorno de
anorexia. Nunca me había dado cuenta, hasta que conviví con
ellas en vacaciones y las vi consumiendo laxantes y diuréticos.
Lo hacían en forma oculta: apenas se levantaban por la mañana
corrían al baño y repetían esta acción varias veces al día.
Tampoco lo había notado porque todas, en general, nos
cuidábamos mucho con las comidas y tratábamos de comer
alimentos con bajas calorías; pero ellas además salteaban el
desayuno o la cena. Ciertas veces cuando nos juntábamos en
algún restaurante decían que ya habían comido en sus casas o
le encontraban mal olor al plato que habían pedido, u opinaban
que el lugar no era muy higiénico y rechazaban la comida.
Anorexia
Ciertos especialistas se refieren a la anorexia como
la fobia del peso. Es una alteración grave de la percepción de la
propia imagen y un temor terrible a la obesidad. Los anoréxicos
comienzan realizando una dieta estricta que contiene pocos
alimentos asegurándose que sean de dieta: gaseosas, pan,
leche, yogur y hasta algunas golosinas que se permiten; pero
todo Light. Adelgazan al punto de inanición y pueden llegar a
perder entre 15% y 60% de su peso corporal normal. Pero aun
así, con un muy bajo peso, siguen viéndose gordos.
Hay dos tipos de anoréxicos:
1) Los que llevan una dieta estricta y para bajar aún más de
peso hacen mucho ejercicio físico.
2) Los que recurren regularmente a atracones sobre todo
cuando nadie los ve por eso es muy normal que se
levanten a medianoche a atacar la heladera y después
utilicen laxantes o purgas.
Los adolescentes, por lo general, piensan que ser gordo es
insano y poco atractivo, mientras que la delgadez es saludable y
deseable. Se calcula que en Argentina más del 50% de los
jóvenes siguen una dieta para el control de su cuerpo. Cerca del
95% de los enfermos son mujeres.
Síntomas
.
.
.
.
.
.
.
.
Obsesión desmedida con el peso. Se pierde la objetividad;
la imagen que devuelve el espejo es siempre
desproporcionada.
Se presentan períodos menstruales alterados.
Distorsión del propio cuerpo.
Estreñimiento.
Vómitos.
Mentiras recurrentes.
Hiperactividad.
Insatisfacción e incapacidad de disfrutar la vida
normalmente.
Al igual que los hipocondríacos, los anoréxicos también
acuden al médico bastante seguido, pero no por propia voluntad
sino porque los obliga la familia. En principio los llevan al
gastroenterólogo para ver por qué razón comen tan poco; luego
al ginecólogo por la falta de menstruación y a una consulta
clínica por los cambios físicos y emocionales.
En la actualidad hay muchas instituciones que se dedican
a los trastornos de la alimentación. Por lo general este tipo de
pacientes tiene que acudir acompañados por un familiar porque
son ellos los que aportan la información necesaria y objetiva
para poder evaluar el caso. Es recomendable hacer terapias
cognitivas, dirigidas específicamente al problema, tomar
medicación adecuada y ante todo aprender nuevamente a
alimentarse.
Saben los padres…
.
.
.
.
.
.
¿Cómo maneja el control de su peso un adolescente?
¿Cuánto le gustaría pesar a su hijo?
¿Cada cuánto se pesa? ¿Tiene balanza en su casa?
¿Tiene cierta obsesión con las dietas?
¿Nota que su hijo está siempre disconforme con su peso?
¿Sabe si usa pastillas adelgazantes, si se induce el vómito,
abusa de purgantes o de diuréticos?
Testimonios
En la Fundación no hay grupos específicos de trastornos
alimenticios, por eso decidí investigar por mi cuenta. Recurrí al
buscador de Internet donde encontré infinidad de páginas y
salas de chat. Para darme una idea de lo que sienten estas
personas elegí una sala a la que entran adolescentes a charlar y
a confesarse.
Fue increíble leer los testimonios devastadores pero lo
más impresionante fue descubrir lo jóvenes que eran las chicas
que chateaban, lo solas que se sentían y la ignorancia absoluta
que tenían sobre el valor de la salud.
Estos son algunos de los testimonios impactantes que
obtuve. Hay que prestarles atención, sobre todo a los de
aquellos que tienen hijos adolescentes. Son también una
muestra de los valores cambiados que está recibiendo la
juventud actualmente.
Hola chicas:
Leí algunos e-mails pero no encuentro a ninguno que está
pasando una situación parecida a la mía. Estoy desesperada.
Tengo anorexia, pesaba 55 kilos, y fui bajando hasta los 41.
Pasé por una internación y subí hasta los 48. El médico me dio
el alta y las cosas marcharon bien por un tiempo. Me sentía
delgada y feliz. Pero de pronto, empecé a subir otra vez. Peso 55
kilos y me siento como una ballena. ¡Ah! Mido 1,60.
Quiero bajar de peso pero no puedo. Tengo claro que
nunca voy a vomitar, quiero bajar comiendo menos, sólo tomo
laxantes todas las noches y algunos diuréticos, pero no
muchos, tres o cuatro.
No tengo la fuerza de voluntad de antes. Me digo a mi
misma que no bajo por miedo a volver a la anorexia, pero la
verdad es que cuando empiezo a comer no puedo parar, como
mucho, como una desesperada. A veces me doy atracones
tremendos; cada vez estoy engordando más. Tengo miedo. Lo
único que quiero es volver a esos maravillosos 48 kilos. No
puedo hablar con nadie porque los defraudaría. Todo el mundo
cree que superé este problema. Me estoy volviendo loca. ¿Qué
hago?
Hola a todos:
Tengo 17 años y sufro de anorexia crónica hace dos. Mi
vida es un caos, trato de esforzarme para mejorar pero las
cosas me salen mal, me derrumbo empiezo a pegarme fuerte en
todas partes del cuerpo. No conozco a nadie con anorexia y que
se maltrate a sí misma, ¿será común?
Creo que soy muy depresiva, pegarme y castigarme me
calma los nervios. Cuando engordo me pongo agresiva y deseo
morir. Mi pena es muy grande, me siento aislada del mundo. No
me siento bien en esta sociedad farsante. No tengo apoyo de mi
familia, ellos no saben de mi anorexia. Deseo contar con el
apoyo de alguien sincero y que no me critique por como soy.
Soy Vilma:
Estoy totalmente abatida, desolada y desorientada. Por
momentos quiero vivir y otras veces deseo morir. Estoy
totalmente enceguecida; toda mi vida está llena de abundante
comida e inodoros.
Desde los 14 años que tengo anorexia y bulimia, ahora
tengo 18 y me tuvieron que internar. Me puse mejor pero volví a
caer. No paro de comer a ir al baño; me doy muchos atracones
pero después voy y vomito. Me siento débil, con dolor constante
de garganta, tengo los nudillos de las manos marcados y soy
infeliz. Empecé a vomitar sangre, no sé por qué… no se lo dije a
nadie.
La cara me adelgazó muchísimo, creo que más que el
cuerpo, ¿por qué? Soy egoísta y egocéntrica, me gusta salir
con los hombres para que me digan lo bien que me veo, lo
delgada que estoy. Quiero recuperar mi salud pero no sé cómo.
Gracias por escucharme, necesitaba hablar con alguien de
verdad…
Hola:
Soy María, en mis momentos de mayor delgadez pesaba 45
kilos (mido 1,75), casi no comía, hacía gimnasia todos los días y
tomaba diuréticos y laxantes. Tenía anemia, acetona en la
orina, amenorrea, taquicardia pero nunca llegué a desmayarme
ni tampoco me internaron, sólo sentía desgano. ¿Qué quiere
decir? ¿Que no estuve tan enferma como me decían? ¿Cómo
hacen ustedes para hacer sus actividades a ir al gimnasio
estando más flacas y débiles de lo que yo estuve?
Tal vez no toqué fondo y eso es lo que estoy buscando,
¿no?
Gracias a todos.
Hola María:
A mí me pasó lo mismo, yo llegué a los 37 kilos y mido
1,60, pero nunca me desmayé. No me internaron ni me pasó
nada grave. También tomo varios laxantes y unos cinco o seis
diuréticos por día. Subí hasta los 41 y al ver que no pasaba nada
y nadie se daba cuenta, seguí subiendo hasta los 46 kilos, pero
en realidad sentía que como anoréxica no había llegado hasta el
final, así que bajé hasta los 37 y nada.
¿Será que no hay un límite? Yo estoy bien…
Hola:
María, yo me preguntaba lo contrario. Cuando estuve peor
me dio un paro cardíaco, pesaba 37 con 1,65 de altura, me
desmayaba todo el tiempo, estaba realmente mal. Le pregunté
al médico cómo podía pasarme esto a mí, si hay chicas que
llevaban más tiempo flacas que yo y están como si nada. Dicen
que los cuerpos son diferentes, unos aguantan y otros no. Lo de
tocar fondo no creo que sea necesario, hay como una
competencia por ver quien está más flaca.
Hola:
Peso 39 kilos y mido 1,60. Mis desmayos y mareos son
muy frecuentes. Me siento débil todo el día y casi siempre estoy
en la cama. Ahora entiendo por qué hay chicas que pesan
menos y no se sienten como yo, depende de la resistencia de
cada cuerpo.
Algo está mal ¿cómo es eso de una competencia por
querer estar peor que las otras? Para mí es todo lo contrario.
Daría lo que fuera por sentirme bien, no por estar peor que las
demás. ¿Por qué decís lo de la competencia?
Hola a todas:
¡No puedo creer sus testimonios! Yo soy anoréxica, tomo
más de siete diuréticos por día y laxantes. Me siento débil y me
duele la espalda o los riñones, no sé bien qué es… También me
duelen muchos las articulaciones.
Lo único que me importa es estar súper flaca y gustarle a
los hombres y ser la envidia de todas las mujeres.
Soy Ana Laura:
Les cuento que sufrí anorexia desde los 15 años hasta los
22. Siempre estuve obsesionada con el peso, seguía dietas
estrictas, tomaba muchos laxantes, diuréticos, pastillas para
adelgazar, purgantes y hacía gimnasia hasta quedar sin aliento.
Todo eso era una caída al vacío sin que nada lo detuviera. Lo
único que lograba era la destrucción de mi cuerpo y de mi
mente; los dañé durante siete años.
Para salir, con la ayuda de mi familia, realicé distintas
terapias, fui a nutricionistas y todo tipo de especialistas. Nada
lograba sacarme de ese infierno hasta que encontré una
asociación que se dedica a la gente que sufre anorexia y
bulimia. El tratamiento integral fue largo y muy difícil
psicológicamente porque siempre estaba el miedo a engordar.
Pero finalmente nada de eso sucedió. Hace cuatro años que
estoy recuperada; soy delgada pero no raquítica y con cuidarme
moderadamente con las comidas no engordo y me siento muy a
gusto con mi cuerpo.
Les cuento todo esto porque ustedes no saben las
consecuencias irreparables que toda esta ingesta de pastillas le
hace al cuerpo. Tengo problemas en los riñones y en el hígado,
sufro de gastritis y tuve problemas de corazón y jaquecas por
mucho tiempo.
Lo peor de todo sucedió cuando me casé. Al ver que no
quedaba embarazada me hice varios estudios y, aparentemente,
el haber tomado tantos laxantes y diuréticos provocó algunos
daños que están obstaculizando mi deseo de tener un hijo.
Espero que mi testimonio las haga reflexionar porque lo
que hoy parece insignificante mañana puede ser irreparable.
Estoy curada y soy feliz. Ahora sé que si se quiere salir, se
puede. Estoy pagando algunas consecuencias pero estoy segura
de que todo va a estar bien. Espero que mi mensaje les sirva…
Bulimia
La bulimia también tiene causas psicológicas. Se
caracteriza por los desórdenes realizados en la ingesta de
comida, pasando por períodos de compulsiva deglución y luego
vómitos. El abuso de laxantes y de pastillas para adelgazar es
común; generalmente se atraviesa por momentos de dietas
abusivas.
Los pacientes diagnosticados con bulimia severa tienen
cerca de 14 episodios de atascamiento – purgación por semana.
En general estas personas tienen un peso corporal de nivel
normal – alto, pero éste puede fluctuar en más de 15 kilos
debido a las prácticas de expulsión alimenticia que realizan.
Síntomas
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Abuso de laxantes y diuréticos.
Obsesión con dietas diversas.
Deshidratación.
Inflamación de las parótidas.
Pequeñas rupturas vasculares en la cara o bajo los ojos.
Irritación crónica de la garganta.
Fatiga y dolores musculares.
Inexplicable pérdida de piezas dentales.
Vómitos.
Alteraciones menstruales.
.
.
.
.
.
.
Brusco aumento y descenso del peso normal.
Aumento de caries dentales.
Realización de las comidas en soledad.
Introversión y aislamiento de la vida social.
Agresividad, tristeza y distanciamiento de la familia y
amigos.
Calificación de la vida por la imagen personal, la belleza,
el triunfo, etc.
Tratamiento
El terapeuta establecerá un plan a seguir para cada caso.
Para obtener buenos resultados es fundamental la confianza
absoluta por parte del paciente, quien deberá poner mucha
voluntad porque el trabajo es arduo y difícil.
Es necesario ser firme y realizar los siguientes pasos:
1) Tener disciplina en la dieta para respetar un programa
establecido y evitar la hospitalización en caso de lastimar
continuamente el cuerpo.
2) Tratarse con una terapia cognitiva dirigida a la obsesión
específica y un nuevo aprendizaje en la forma de comer.
3) Hacer terapia grupal.
4) Seguir un tratamiento farmacológico pero únicamente si
se presentan patologías añadidas, como depresión.
5) Realizar ejercicios educativos.
6) Llevar una vida social normal.
7) Tener reuniones frecuentes entre padres e hijos para
comprender la enfermedad en familia.
8) Asistir al control médico.
9) Restablecer la autoestima.
10) Pedir orientación nutricional.
Testimonios
Hola:
Hace seis años que tengo bulimia. Vomité por tanto tiempo
que tengo hernia de hiato, esofagitis, gastritis y principio de
úlcera. Deseo curarme porque mi estómago no aguanta más,
estoy muy acostumbrada a vomitar, no quiero que parezca que
el vómito me causa placer, pero me siento mejor y no por
haberme deshecho de la comida, aunque a veces me importa.
Sé que no es normal que las personas coman y vomiten, pero no
puedo parar, más allá de todas las enfermedades que me está
generando.
Hola a todas:
Me siento identificada con muchos de los mensajes que leí
y quisiera dar las gracias a quienes intentan ayudarnos.
Siempre fui una persona grandota, con tendencia a engordar. No
pretendo ser una modelo: tengo 22 años, mido 1,70 de altura y
peso 85 kilos.
Conseguí adelgazar 22 kilos con dieta y esforzándome
mucho para no comer. En alguna ocasión me di un atracón pero
el cargo de conciencia y el miedo a perder lo que tanto me
había costado conseguir fueron los motivos por los cuales me
provoqué el vómito.
Tomo laxantes y una vez por semana me purgo. Durante
años subí bajé los 22 kilos varias veces por eso me tomé la
manía de correr al baño y provocarme el vómito. Estoy ansiosa
por hacerlo lo antes posible y sin que nadie se de cuenta.
Cada vez que vomito me juro que no lo voy a volver a
hacer, que me voy a controlar y que si me excedo será de
manera controlada y que lo compensaré ingiriendo menos
calorías en la próxima comida.
Sin embargo, no lo consigo. Vuelvo a pasarme con las
comidas y vuelvo a vomitar. No me resulta difícil ni
desagradable siempre y cuando no espere demasiado tiempo
después de comer, antes de que los ácidos digestivos estén en
pleno rendimiento.
Me aterra volver a engordar, me niego, no lo acepto.
Muchas gracias.
Hola:
Soy Valeria, nunca he compartido esto con nadie. Sufro de
bulimia hace algunos años y es algo de lo que no quiero salir. Mi
gran problema es que soy muy introvertida, no sé lo que es
expresar emociones, mi desahogo es vomitar.
Me deprimo mucho al ver a mis padres, que lo dan todo por
mí, y yo, la muy imbécil que hace todo esto. Siento tanta culpa
que busco lo que esté más cercano y me corto los brazos,
necesito sentir dolor. Hago esto hace mucho tiempo y estoy
muy marcada aunque todavía nadie se dio cuenta. Si alguien me
lastima psicológicamente no digo nada pero me encierro en mi
habitación lloro y me corto.
No sé lo que me pasa, no se quien soy, ¿será parte de esta
maldita enfermedad? Por favor alguien que me ayude, me
aconseje o al menos saber que alguien me ha leído… gracias.
Hola Valeria:
Entiendo perfectamente como te sentís: soy bulímica,
vomito y me corto algunas partes de mi cuerpo. No sé… siento
que me lo merezco… me siento inútil, tonta, me corto los brazos
y piernas, me golpeo toda… y siento tristeza… como hoy.
Saludos.
Hola:
Muchas gracias por contestarme. Me hacen sentir bien.
Cuando lo hago (lo de cortarme) me siento peor, por eso
después me doy unos atracones tremendos. No sé lo que me
está pasando y oculto lo que hago usando ropa de manga larga
para que no se den cuenta. Luego empiezo a temblar transpiro
mucho. A veces quiero morirme pero siempre hay algo que me
lo impide.
Por favor, sigamos comunicándonos. Muchas gracias por
contestarme. Estamos juntas en esto y necesitamos mucho
apoyo. Además nadie nos puede entender mejor que nosotras
mismas.
Saludos.
Dismorfia
La dismorfia o dismorfofobia corporal es una patología en
la que la persona está convencida de que tiene un defecto físico
aunque éste no exista. Pueden ser las rodillas gordas, orejas o
nariz
grande,
caderas
anchas,
piernas
flojas.
Al
sobredimensionarlo generan una preocupación excesiva que
conlleva a una obsesión imposible de manejar.
Los que padecen este trastorno sufren permanentemente
porque nada logra satisfacerlos. Invierten muchas horas diarias
pensando en su defecto y tratan de camuflarlo utilizando
cualquier tipo de artimaña: ponerse medias negras opacas con
las minifaldas, peinarse flequillos abundantes para disimular
algunos defectos del rostro e incluso maquillajes especiales
para delinear los labios y que parezcan más gruesos, rubor en
los costados de la nariz para afinarla, etc.
Tanto la dismorfia como la anorexia, la bulimia y la
vigorexia (culto al músculo) entran dentro de los trastornos
obsesivos compulsivos, comparten la frustración por una
imagen impuesta por los modelos sociales que al tratar las
personas de alcanzarlos ponen en riesgo sus propios cuerpos.
Las consecuencias que traen los parámetros de belleza, éxito y
dinero se ven en los hombres que pasan horas en los gimnasios
dándole forma a sus músculos y en las mujeres que suelen ir de
las camillas de las dermatólogas a las de los cirujanos plásticos
como si nada.
Las personas diagnosticadas con dismorfia no pueden
llevar una vida normal porque este trastorno los obsesiona
desde la adolescencia y trae aparejado ansiedad, depresión,
infelicidad, etc. Es un problema psicológico, no físico. Sin una
terapia dirigida hacia la obsesión específica, quien lo padece no
estará nunca satisfecho con lo que ve y no podrá curarse.
Características:
.
.
Falta de autoestima.
Excesiva preocupación por una parte del cuerpo.
.
.
.
Realización de rituales constantes, como mirarse al espejo
o pedir constantemente una opinión a los demás sobre su
obsesión física para ver si mejora o no.
Exagerada atención hacia uno mismo.
Predisposición genética a tener trastornos psicológicos.
Quiero cerrar este capítulo con un mensaje que recibí una
vez por e-mail y que me parece divertido y cierto:
¿Sabías que…?
.
.
.
.
.
.
.
.
Marilyn Monroe usaba talla 44 y tenía a los hombres locos.
¿Quién se fijó en la talla? Fue la mujer más sensual de
todos los tiempos.
Si Barbie fuera una mujer real, sus proporciones la
obligarían a caminar como un gato porque sus piernas no
podrían mantenerla en pie.
La mujer promedio pesa unos 59 kg y usa talles 40 o 42.
Una de cada cuatro mujeres en edad universitaria sufre
desórdenes de alimentación.
Las fotos de las modelos en las revistas están retocadas
por una computadora. ¡No son perfectas!
Un estudio psicológico mostró que el leer una revista de
modas durante tres minutos causa bajón y envidia en
muchas mujeres.
Las modelos de hace 20 años pesaban 8% menos que la
mujer común. Las de hoy en día pesan 23% menos.
La belleza de una mujer no es la de sus facciones, sino el
reflejo de la belleza verdadera de su alma. Es el cuidado
amoroso que da, la pasión que ella muestra. La belleza de
una mujer solamente se desarrolla con el paso de los años.
9
DEPRESIÓN
Estado de melancolía que hace perder
el ánimo y las fuerzas
Características generales
Todos los trastornos que hemos visto traen aparejada, por
lo general, una depresión profunda que puede tener distintos
niveles de acuerdo a las diferentes personas. Casi todos los que
integran mi grupo no parecen tener depresión pero cuando
hablamos, todos coincidimos en que la padecemos aunque se
manifieste en distintas formas. Por esta razón se la conoce
como la enfermedad de las mil caras: a veces no se nota, pero
está.
La depresión no es una enfermedad del espíritu ni de la
instancia psicológica sino que afecta a la totalidad del
organismo llegando a provocar diversos trastornos en varias
áreas corporales, por ejemplo:
1)
2)
3)
4)
5)
Pérdida de peso.
Pérdida del deseo sexual.
Trastornos
hormonales
y
frecuentes
trastornos
gastrointestinales, dolores de estómago, crisis de
espasmo en vías biliares con vómitos biliosos,
constipación y en algunos casos irritabilidad del colon
por las diarreas.
Síntomas respiratorios: angustia, respiración suspirosa,
sensación de esfuerzo respiratorio.
Pocos deseos de salir o realizar actividades. Si hay que
hacerlas, por lo general resultan una carga muy difícil
para las personas.
La depresión es la enfermedad mental más común que
enfrenta la gente hoy en día, un mal de nuestros tiempos que
provoca un estado emocional de tristeza, desamparo, falta de
autoestima, melancolía y vacío.
Una de cada cuatro personas presenta síntomas de
depresión y millones de personas en el mundo sobreviven en
medio de la depresión, tanto en países desarrollados como en
vías de desarrollo. La Organización Mundial de la Salud (OMS)
indicó que en el año 2000, la depresión ocupaba el cuarto lugar
entre las causas de incapacidad en el mundo, luego de la
insuficiencia coronaria, los accidentes cerebro-vasculares y los
infartos. Según la OMS, en el 2020 ocupará el segundo lugar
entre las enfermedades más comunes. Lejos de disminuir, este
trastorno amenaza con incrementarse, por eso la investigación
se está potenciando día a día.
Es frecuente tener una depresión por la pérdida de un ser
querido, debido al fin de una relación amorosa, o por problemas
en el trabajo. En estos casos, la depresión es puntual,
intermitente y se caracteriza por abatimiento y tristeza. Breves
episodios de depresión también se dan en personas con
cambios hormonales, embarazadas, por depresión post-parto,
síndrome premenstrual, entre otras causas.
Cuando la depresión es leve, el sujeto presenta problemas de
comunicación y socialización. En las depresiones más severas
la persona se muestra ausente, sin ganas de nada, por la
pérdida de interés general y la indiferencia hacia el entorno.
Autoexamen
Este simple autoexamen puede ayudar a distinguir una
depresión de un “bajón” normal. Muchas veces podemos
sentirnos mal, “deprimidos” por la pérdida de un amigo, una
separación o un despido, pero este sentimiento aparece como
ocasional e inclusive es lógico.
Pero cuando la tristeza no se revierte y se instala en forma
profunda se está en presencia de la depresión clínica.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
¿Perdió el interés en su trabajo o en su rutina?
¿Tiene problemas para seguir una conversación?
¿Dejó de ocuparse de las cosas que antes le gustaban,
como cocinar, juntarse con los amigos o pintar?
¿Tiene pensamientos negativos?
¿Tiene ganas de quedarse solo con más frecuencia y
aislarse de su entorno?
¿Se encuentra irritable?
¿Ha disminuido su deseo sexual?
¿Tiene problemas para dormir a la noche o levantarse en
la mañana?
¿Toma medicamentos sin control médico?
¿Pensó en hacerse daño o en el suicidio?
Si respondió que sí a más de cuatro preguntas, usted
puede estar deprimido y no sólo con un bajón. Consulte de
inmediato con algún médico especialista.
Depresión bipolar
La depresión bipolar presenta, como su nombre lo indica,
dos polos opuestos. Por un lado, un estado de ánimo depresivo:
tristeza, angustia, ideas de culpa, muerte, síntomas somáticos
como pérdida del apetito, del sueño o del deseo sexual por el
otro, un estado de euforia, felicidad, bienestar, exceso de
actividad, escasa necesidad de sueño.
Las personas que la padecen pasan de un estado al otro
sin intermediaciones y de manera repentina. Cuando van de la
tristeza a la alegría, comienzan a arreglar cosas o a trabajar
hasta tarde, luego de haber permanecido varias horas tiradas en
la cama. Sufren ciclos rápidos, en forma cotidiana, lo que es un
verdadero calvario para el paciente y para su familia.
Por lo general, este tipo de depresión tiene rasgos
hereditarios. Existen medicamentos que evitan la aparición de
los ciclos, atenuándolos y reinsertando al paciente, a veces por
primera vez, en un mundo de normalidad.
Depresión en niños y adolescentes
Un niño, al igual que un adulto o un adolescente, puede
padecer una depresión. Surge como fenómeno primario, debido
a predisposiciones genéticas o hereditarias, pero también
puede aparecer por un trastorno fóbico previo o en conjunción
con otras enfermedades tales como el hipotiroidismo, la artritis
reumatoidea, diabetes, etc.
Frecuentemente la depresión infantil se manifiesta con
tensión, inquietud, tristeza. En ocasiones se presentan
sentimientos de culpa, aparece el pensamiento de no ser
querido por sus padres o de ser hijo adoptivo, demuestran
problemas de concentración y aprendizaje.
Así mismo, un hecho desencadenante importante como la
muerte de un ser querido, un accidente o una enfermedad
pueden descargar en el niño una depresión. También hechos
banales para los demás como la muerte de un perro o la pérdida
de un juguete dan lugar a la depresión secundaria, tan severa e
importante como la otra, debido a la predisposición
constitucional fóbica y a la vulnerabilidad del pequeño.
La depresión del niño puede ser prevenida actuando sobre
la inseguridad, compensando las separaciones tempranas como
en el caso de las madres que deben trabajar se ven obligadas a
dejar a sus hijos en guarderías o con familiares y rodeando al
niño de afecto y cuidado en las horas en que están juntos.
Un error muy común entre los padres es esperar o pensar
que ya se le va a pasar el estado de angustia. La ignorancia o
escasa información de los males que puede ocasionar a un niño
sufrir una depresión desde tan temprana edad es la causa de
una política de este tipo adoptada por los padres.
Factores de riesgo en adolescentes
con problemas de estas características
.
.
.
.
.
.
.
-
Tendencia a los pensamientos negativos.
Abandono de algunas actividades placenteras sin una
razón lógica.
Signos de aburrimiento constante.
Aislamiento en su habitación sin escuchar música ni mirar
televisión.
Pérdida del apetito.
Búsqueda de refugio en ambientes desconocidos donde el
consumo de alcohol y drogas es común.
Disminución del rendimiento estudiantil o laboral. Faltas
frecuentes a la escuela o al trabajo.
Ausencias del hogar sin aviso o justificativo por más de 24
horas y fugas reiteradas.
No debe subestimarse el problema de los jóvenes creyendo
que es algo pasajero, con pensamientos del estilo: “yo también
pasé por eso”. Un estado depresivo detectado a tiempo puede
evitarle a los adolescentes muchos sufrimientos innecesarios.
Insomnio
¿Quién no sufrió alguna vez de insomnio en este mundo?
Conozco muchas personas que no padecen ataques de pánico ni
otro trastorno, pero sí tienen problemas para dormir y por lo
general lo solucionan con pastillas que compran o se pasan
unos a otros lo cual no es adecuado.
¿Cuál es la causa del insomnio? Puede ser provocado por
varias razones: estrés, exceso de cafeína, depresión, cambios
en el trabajo o de algún otra índole. En definitiva, es un aviso
del cuerpo de que algo no anda bien.
Si bien no todas las alteraciones del sueño pertenecen al
área de la depresión, sí ocurre lo contrario: no hay paciente
depresivo que no tenga alterado su mecanismo del sueño.
Estas perturbaciones van desde el insomnio común con la
dificultad de conciliar el sueño o despertarse en medio de la
noche –que caracteriza a la depresión endógena- hasta
levantarse muy temprano por la mañana.
El primer caso es más frecuente en el deprimido ansioso o
en el fóbico, situación que muchas veces provoca la reacción
familiar, como si el problema dependiera de la voluntad del
sujeto.
Lo más importante es saber que cuando se produce una
alteración frecuente en el sueño es porque se está frente a un
problema personal no resuelto. Frecuentemente este trastorno
de sueño es el primer síntoma de un brote depresivo, que de ser
tratado con rapidez facilitará la curación.
Las pastillas para dormir son de uso común hoy en día,
pueden ayudar pero definitivamente no son la solución, no
curan. Son solamente un alivio temporal. Se pueden tomar
únicamente por unos días si realmente existe un problema
específico. El uso continuo puede hacer que cuando la persona
deja de tomarlas el insomnio vuelva.
El insomnio es una situación irritante, no sabemos qué
hacer y nos desesperamos ante la falta de sueño. La
experiencia nos indica que lo mejor es:
.
.
.
.
.
.
No quedarse en la cama sufriendo. Es preferible
levantarse, cambiar de ambiente y leer o mirar televisión.
Comer liviano antes de ir a la cama.
Tomar un vaso de leche tibia para relajarse y conciliar el
sueño.
No consumir café, chocolate, té, alcohol ni tabaco en las
horas previas a dormir.
No ir al gimnasio a la tarde-noche.
No dormir siestas.
Recurro otra vez a mí para dar testimonio en este caso.
Durante los años que sufrí ataques de pánico, ir a dormir
era el peor momento del día. Por lo general, los domingos y los
lunes ya sabía que conciliar el sueño iba a ser un verdadero
problema.
Aunque mi consciente me decía que era de la cabeza y que
debía resolverlo, me resultaba imposible. Ahí estaba otra vez,
cada semana sufriendo los avatares de los distintos tipos de
insomnio, algunos me daban miedo, como en los días
mencionados en los cuales tenía la sensación de que el mismo
vacío de la ciudad era el que tenía dentro mío.
Empezaba sintiendo la rareza que me provocaba la noche y
a medida que pasaban las horas el miedo iba contrayendo cada
uno de mis músculos hasta dejarme exhausta. Sentía los latidos
del corazón más veloces que lo habitual y sobre todo sentía
latidos en mi panza; tenía la manía de poner mi mano sobre mi
vientre y veía como subía y bajaba por los latidos. Mi mandíbula
se contraía al igual que mi garganta. Finalmente, las manos
empezaban a entumecerse y mi pecho tenía una especie de
temblor, que era una extraña sensación sin ser taquicardia.
Mi dormitorio ya no me parecía el mismo de siempre, sino
más oscuro y frío. Sentía una inmensa necesidad de que alguien
viniese a protegerme, me resultaba imposible seguir en ese
estado un solo minuto más. Cuando el miedo irracional nos
invade paraliza no hay una explicación lógica para dar.
Otro tipo de insomnio frecuente que sufría era el de no
poder conciliar el sueño pero sin miedo y sin síntomas físicos.
Era más leve que el anterior porque al no tener miedo era más
llevadero pero no dejaba de ser estresante. Lo peor es que todo
lo que uno podría hacer para combatir el insomnio es imposible
de llevar a la práctica.
Recuerdo que me había comprado varios álbumes de fotos
para, llegada la noche fatal, ponerme a ordenar todas las fotos
que tenía en cajas. Jamás pude hacerlo porque el insomnio
parece venir acompañado con un alto grado de impaciencia.
Ninguna cosa que durante el día podía hacer con placer como
leer un libro, mirar una película u ordenar las fotos, podía
realizarla en las noches de insomnio. Lo único que quería era
dormir.
Pasé así cinco años; acostumbraba a tomar postillas para
dormir pero, como todos los medicamentos mal tomados, en las
noches que más los necesitaba no me hacían efecto por más
que duplicara la dosis.
Hoy duermo como un angelito, inclusive suelo dormir
siestas los fines de semana sin tener ningún problema para
conciliar el sueño a la noche. Ocasionalmente, como le puede
suceder a cualquier ser humano, si estoy muy nerviosa por
algún acontecimiento importante tal vez me cueste un poco
más dormir. Pero ahora, la llegada del sueño es placentera
porque mientras espero puedo ver una película muy
concentrada o leer un libro sin tener que repetir la misma hoja
varias veces.
10
EL CAMINO HACIA LA CURACIÓN
Cómo empezar
Diversos caminos pueden tomarse para la curación. Hay
que tener en cuenta que los ataques también pueden venir por
distintas razones.
Los ataques de pánico, según las investigaciones, pueden
tener dos bases: una psicológica, ya sea de la infancia o por un
hecho traumático, como puede ser una separación, la muerte de
un ser querido, etc. Incluso podría ser un hecho agradable el
que lo provoque: casarse o un trabajo nuevo. Los
acontecimientos de mucho estrés pueden también desatar una
crisis de ansiedad.
Una segunda base es la biológica, muchos ataques pueden
ser incluso hereditarios. Por consiguiente, está dentro de
nosotros desde que nacemos hasta que por una causa
indeterminada, algo lo desencadena.
Así como existen variadas causas que nos llevan a
padecer ataques de pánico, también hay distintas formas de
curarse. Algunas personas eligen realizar una terapia, otras,
tomar medicación –sobre todo si padecen trastornos por causa
genética-, practicar yoga, homeopatía, etc.
La realidad es que lo más importante es tener un
diagnóstico acertado para después evaluar el tratamiento a
seguir.
Por lo general, la mayoría de los trastornos deben ser
tratados con medicación, a la cual no hay que temerle. Muchas
personas “huyen” al pensar en tomar medicamentos para el
cerebro. Pero esto es un mito; sería como pedirle a una persona
con diabetes o hipertensión que no se medique. Si
genéticamente hay algo que funciona mal en el cerebro y con un
medicamento se puede mejorar y de esta forma evitar los
espantosos ataques de pánico para comenzar a curarse en 15
días ¿por qué no hacerlo?
Los medicamentos son la base para bajar los niveles de
ansiedad o normalizar las áreas cerebrales funcionalmente
afectadas. Existen casos de pacientes que padecieron durante
diez años agorafobia, y a los quince días de tomar la medicación
sienten una mejoría sorprendente; lo mismo sucede con la fobia
social, las depresiones, etc.
Pero también es muy importante el complemento de la
terapia grupal, donde cada uno trata su trastorno. El estar en
contacto con otras personas que padecieron iguales
situaciones informa y posibilita compartir experiencias. Con la
ayuda del grupo, los pacientes empiezan a salir paulatinamente
del aislamiento al que se vieron sometidos por la enfermedad.
Es muy importante, ante todo:
.
.
.
.
.
.
Aceptar que se sufre de una enfermedad. Actualmente hay
muchos tratamientos con pronóstico de curación muy
buenos.
Reconocer que para curarse es necesario una ayuda
profesional.
Tener toda la información necesaria para enfrentar la
enfermedad.
No perder el tiempo con tratamientos que no dan
resultados.
Saber que se tiene la información correcta. Si es así, los
resultados tienen que ser rápidos.
Saber que no se es el único en padecer esta enfermedad.
Hay muchas más personas de las que imaginamos que
sufren este trastorno.
Los grupos terapéuticos
(en Venezuela lamentablemente no existen)
Ofrecen ventajas terapéuticas que no se pueden obtener
trabajando solo. El trabajar en un grupo nos motiva y nos alienta
continuamente a ir por más. Siempre aprendemos algo de
nuestros compañeros que más tarde pondremos en práctica
para nuestro beneficio. También a la inversa, cuando alguien
recae o tiene miedo a hacer algo, apoyado, ayudarlo y
contenerlo nos alimenta y nos fortalece.
Descubrir con el grupo que la enfermedad no nos pasa a
nosotros solos es alentador y sanador. Ver trastornos peores
que el nuestro y ver sus avances nos da esperanzas y nos hace
querer trabajar más. Estamos coordinados por personas,
absolutamente recuperadas y preparadas para esa función.
Saben contenernos, ayudarnos en la curación y transmitirnos
sus experiencias.
Cada semana nos enfrentamos cara a cara con nuestros
miedos y nos zambullimos en ellos para darles batalla hasta
derrotarlos. Los grupos no son una alternativa más. Tienen
características específicas que no recibimos en tratamientos
individuales.
Hay distintos grupos para las distintas fobias. También hay
terapias individuales para quienes tienen que resolver algún
problema específico. Es bueno saber que para cada problema
hay una solución.
11
¿TIENE USTED MIEDO A
LOS MEDICAMENTOS?
por el Dr. Oscar Carrión
En nuestras habituales charlas de los martes hemos hecho
referencia al problema del prejuicio y del temor a utilizar
determinadas palabras. Analizamos el temor a la locura, al
psiquiatra, a la epilepsia, al sida, observando cómo a veces se
desplazan sobre las palabras hechos que sólo competen a los
hombres.
Un problema similar ocurre con los medicamentos. Estos
han sufrido a través de la historia una larga evolución pasando
de ser originalmente elementos naturales, que no se
diferenciaban de tóxicos o venenos excepto por sus dosis, a los
actuales y sofisticados medicamentos, generalmente productos
sintéticos y en ocasiones con alto poder de especificidad sobre
la acción que deben desarrollar. Lo real es que el medicamento,
a la par de la evolución de la tecnología, ha llevado el promedio
de vida del ser humano a límites antes insospechados.
¿A qué se debe entonces el temor que algunas personas
expresan hacia los medicamentos?
Como ya se mencionó, muchos medicamentos eran
sustancias altamente tóxicas y las diferencias entre su nivel de
acción curativo y su acción tóxica eran demasiado sutiles,
cuando no mínimas. Se trataba entonces de medicar lo menos
posible, lo justo y necesario para permitir que el organismo se
recuperara. Muchos han sufrido una mala experiencia por haber
tomado remedios mal indicados por un especialista no
capacitado.
La aparición de medicamentos que son reemplazantes de
sustancias que faltan en el organismo enfermo como es el caso
de algunas hormonas, vitaminas, sustancias neurotransmisoras
y elementos metabólicos ha cambiado totalmente el concepto
de medicación en la actualidad. Un niño que nacía sin hormona
tiroidea moría tempranamente o desarrollaba una grave
deficiencia mental. La síntesis de hormona tiroidea y el
diagnóstico precoz permiten hoy que sobreviva, no sólo sano
mentalmente sino que desarrolle una vida absolutamente
normal. Claro que deberá tomar esa hormona de por vida. Lo
mismo ocurre con el niño diabético: necesitará hormona
pancrática, o sea insulina, toda su vida salvo que un trasplante
pueda reemplazar su órgano enfermo.
En otros casos el medicamento, aunque no actúe como
reemplazo, ayuda a mantener un nivel de funcionamiento normal
de determinado sistema, el cual funcionará siempre y cuando se
administre en forma permanente y adecuada. Así ocurre con
ciertos tipos de epilepsia, enfermedades del corazón, depresión,
ansiedad y tantas otras. Lo más importante es que el uso
permanente de esos medicamentos evitan el deterioro del
paciente, producto de las complicaciones y secuelas de las
enfermedades.
Un error común es creer que el medicamento sirve
solamente para una enfermedad específica, por ejemplo para el
corazón, el estómago o un dolor de muelas. Se rotula entonces
a una droga anti-ulcerosa, anti-epiléptica, anti-vertiginosa,
muchos “antis” más según la necesidad del mercado. Esta
tendencia está siendo abandonada por los laboratorios más
serios, pero aún persiste en una elevada proporción y sobre
todo en productos que llevan algún tiempo en plaza.
La realidad es que una droga o remedio posee un
sinnúmero
de
acciones
e
interacciones
con
otros
medicamentos. Suele elegirse a una de ellas como acción
principal, llamando a las otras acciones complementarias,
colaterales o secundarias. Así sucedió que una droga
investigada para el tratamiento de la tuberculosis hace ya más
de veinticinco años, al observarse un notable efecto sobre el
ánimo de los pacientes tratados, se convirtió en uno de los más
poderosos antidepresivos conocidos y actualmente empleados,
más que nada, en el tratamiento de los procesos fóbicos.
Muchas drogas que inicialmente fueron catalogadas como
antiepilépticas porque producían mejorías sobre las crisis
convulsivas, al ser evaluado su profundo mecanismo de acción
dejaron al descubierto su efecto estabilizante sobre la
membrana de la célula nerviosa. Aparecen así los modernos
antirrecurrenciales, medicamentos que producen una marcada
estabilidad en el humor de las personas con depresión bipolar.
Naturalmente que no pierden su capacidad de curar la epilepsia,
sino que actúan según el deseo del profesional de acuerdo con
las dosis y la forma de administración.
La gente aún no toma conciencia de lo malo que es
automedicarse, pedirle un remedio al vecino o esperar que un
empleado de la farmacia nos diga, a escondidas, qué
medicamento tomar para tal o cual dolor (aunque el
farmacéutico jamás haría una indicación de esa naturaleza).
Es probable que en alguna etapa de la vida toda persona
deba tomar medicamentos. Con la tecnología actual, sería muy
difícil, si no imposible, encontrar a una persona que no haya
tenido que tomar medicamentos o aplicarse vacunas. No sólo es
importante vivir, sino vivir lo más sanamente posible,
disfrutando a pleno de las capacidades que el organismo posee.
Si tiene que medicarse, ¿por qué no hacerlo bien?, ¿por
qué no aprender a manejarlo, como si fuese una buena
herramienta? El médico es quién sabe utilizarla con destreza. El
es el único que ha sido especialmente preparado para usarla
con propiedad. Entonces:
.
.
.
.
.
.
Obedezca al pie de la letra a su especialista.
Tome el medicamento sólo como él lo ha indicado.
No cambie las dosis por su cuenta por temor o porque cree
que ya es suficiente.
No tome la mitad para aliviarse económicamente, el
resultado puede ser catastrófico y costarle mucho más.
No es importante que lea el prospecto, y si lo hace y
tienen alguna duda, primero consulte a su médico; no
cambie nada por su cuenta, diga lo que diga el folleto.
El folleto contiene generalidades, muchas veces en
prevención de posibles problemas legales, otras para
favorecer la venta en determinados campos. Pero no fue
escrito especialmente para usted y menos para su
problema en particular. Sólo su médico conoce su caso.
Hay que destacar que es importante seguir los consejos
del médico y si no está conforme con su opinión consulte a otro
especialista autorizado. Pero no actúe por su cuenta ni siga
consejos de personas no capacitadas. En mecánica, los errores
se pagan con dinero, en medicina pueden costar la vida o
arruinarla para siempre. No es conveniente olvidarlo.
12
DESPUÉS DE LA CURACIÓN
Ser constante
Lo importante es seguir haciendo siempre los ejercicios
que se aprenden en las terapias, tanto grupales como
individuales.
La traición de la mente, a veces, puede jugar una mala
pasada, sobre todo en esos días que las defensas están bajas y
uno puede llegar a sentir mareos al caminar o la vista borrosa.
Lo más probable es que, tal vez por estrés o por un estado
nervioso, pueda llegar a aparecer la sensación de algún
síntoma.
Por eso al seguir los ejercicios, uno se da cuenta que es
un pensamiento negativo el que tuvimos horas antes, porque al
salir a caminar, entrar a un negocio o tomar un colectivo, nada
malo ocurrió. Siempre hay que practicar y ante el primer
síntoma, abordarlo, enfrentarlo y superarlo.
Ayudas para superar el problema
.
.
.
.
.
.
.
Si ha sido medicado por su doctor, tome regular y
exactamente los medicamentos tal como fueron indicados.
Luego de la terapia realice todas las tareas en la forma
que el psicoterapeuta aconsejó.
Haga ejercicios regularmente. La actividad física es un
gran aliviador de la ansiedad.
Siga una dieta balanceada y sana.
Duerma las horas que necesite para recuperarse.
Si es necesario, acuda a los grupos de apoyo que le
recomienda su médico, son una gran ayuda.
Lea y aprenda sobre el trastorno que padece, pida a su
familia que también lo haga.
EPÍLOGO
Pasaron varios meses desde que comencé a escribir este
libro y me sentí muy bien al hacerlo. Fue un proceso de mucho
aprendizaje. Los testimonios de mis compañeros me enseñaron
más de lo que esperaba. A través de ellos fui recibiendo
información experiencias e interminable cantidad de nuevos
ejercicios.
Si bien me siento muy recuperada, sé que debo continuar y
que aún falta por recorrer parte del camino. Por eso sigo
participando de los grupos de los sábados, continúo tomando
los medicamentos y mantengo el contacto con todos.
En los primeros años de mi enfermedad, la desesperación
me hizo recurrir a todo tipo de experiencias:
¿Una carta astral? Si, es buena idea, sabiendo cómo
estaban las estrellas el día en que nací, la energía… quizá
encuentro alguna pista. ¡Tal vez me ayude!
¿Un seminario de fin de semana? Si me cura estaré
salvada. Total serán sólo dos días de 8 a 18 hs., nueve horas
seguidas y escucharé todas las formas de sanar el cuerpo y la
mente hasta quedar exhausta y encontrar la felicidad. Haré
ejercicios de respiración, me revolcaré por el piso como si fuese
un reptil, me abrazaré a un desconocido y lloraré, sin saber bien
por qué, pero en él encontraré el consuelo y seguro le diré que
lo quiero, aunque no lo vuelva a ver más… ¿Cuántos hice?
Montones.
¿Flores de Bach? Y bueno... no son fármacos así que mal
no me van a hacer. Seis gotas debajo de la lengua cada hora. El
frasco es chico, estoy despierta sólo 15 horas, no lo tengo que
tomar tantas veces y no molesta en la cartera.
¿Terapia freudiana? ir tres veces por semana no es la
muerte de nadie. Seguro todas las fobias que tengo tienen que
ver con algún problema no resuelto con mis padres,
pensamiento que obviamente mi terapeuta me confirma. Pasan
los años y mi mochila de culpas y miserias se va descargando,
pero las fobias y ataques de pánico parecen no rendirse ante
nada de todo lo que intento, ni siquiera tiene piedad del dinero
que gasto. Tal vez me muera pero quiero que en mi lápida diga:
¡No van a decir que no lo intenté!
¿Homeopatía? Me lo recomendaron tanto y pensé que con
probar no perdía nada. Solo dos pastillas debajo de la lengua a
la mañana y dos a la noche. Los polvitos, las gotas… ¿No habrá
problema que las tome con las flores de Bach?
¿Acupuntura?
45 minutos llena de agujas por todas
partes… Sin palabras.
¿Un libro de autoayuda? Si, me regalaron algunos compré
doscientos más. Son fantásticos porque durante la lectura
crees que por primera vez encontraste las respuestas a todas
tus dudas. El amor existe, la felicidad es posible, la sanación es
rápida, el éxito y el dinero son tan fáciles de obtener si uno está
bien. El universo está con uno y uno forma parte de él. Ahí
decís: ¡Sí, lo logré! Pero resulta que todo lo que aprendiste en
ese mes de lectura se termina tan rápido como la acción de
cerrar el libro.
Hay que ponerle un poco de humor a la vida, sino sería
terrible recordar todo lo que hemos hecho para curarnos. Yo
probé todas estas cosas. No digo que no sirvan. Hay mucha
gente que encuentra su bienestar haciendo yoga, tai chi o
tantas otras cosas. Pero en mi caso sólo me ayudaron para
darle una mirada a mi pasado y tener una visión más amplia de
mi vida, no para curar los ataques de pánico.
Por eso trato de mostrar en este libro que no se debe
retrasar la curación, no hay que dejar pasar el tiempo. Yo perdí
diez años de mi vida, que no te suceda lo mismo.
Hace más de un año que empecé mi tratamiento y siento
que logré mucho más de todo lo que intenté durante los últimos
diez.
Desde que comencé este proceso mi vida cambió
completamente. Antes me levantaba y con todo el esfuerzo de
mi alma iba tres veces por semana a un psicólogo; después me
arrastraba hasta el trabajo y volvía alrededor de las seis de la
tarde con el único deseo de tirarme en el sillón y mirar
televisión hasta irme a dormir. Los fines de semana, al no tener
una actividad que me distrajera, la angustia se apoderaba de mí
llenándome de sensaciones físicas y psíquicas.
Ahora siento que las 24 horas del día no me alcanza. Me
levanto súper feliz, voy al gimnasio, nada de terapias
agobiantes, voy al trabajo, vuelvo y escribo hasta las nueve de
la noche, que es mi gran pasión y antes no lo podía hacer, salgo
con amigos. Los fines de semana tengo muchos programas y
realmente disfruto de todo. Estoy más que conforme con mi
vida. ¿No que valió la pena este tratamiento?
Busca un sitio donde traten esta enfermedad. De la misma
manera que yo encontré un lugar, donde quiera que vos estés,
seguro encontrarás algo similar. Así como el cuerpo y la mente
son de uno, las sensaciones también lo son. Se debe tener la
fuerza para enfrentar todas las emociones y ponerles límites.
Curarse de un ataque de pánico es posible. Todo lo que venga
del exterior, como tratamientos terapéuticos y medicamentos,
nos ayuda. Para la curación es muy importante el compromiso
que uno hace consigo mismo cuando empieza el tratamiento y
decide terminar con la enfermedad.
Por mi parte espero poder ser, a través de este libro, la voz
de todos aquellos que padecen distinto tipos de fobias y
ayudarlos no sólo con consejos y experiencias, sino
aportándoles una solución.
No luches contra el miedo, enfréntate a él.
Para más información
Si querés comunicarte conmigo podés hacerlo a las
siguientes direcciones:
[email protected]
[email protected]
También podés contactarte con la Fundación Fobia Club
llamando al (54 11) 4804-3750 o a través de la página web:
http://www.fobiaclub.com