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SUBSIDIO
Formación
Permanente
Cada sacerdote es el primer responsable en la Iglesia de la formación permanente,
pues sobre cada uno recae el deber —derivado del sacramento del Orden— de ser
fiel al don de Dios y al dinamismo de conversión diaria que nace del mismo don.
Las normas al respecto no bastan para hacer apetecible la formación permanente
si el individuo no está personalmente convencido de su necesidad y decidido a
valorar sus ocasiones, tiempos y formas. La formación permanente mantiene la
juventud del espíritu, que nadie puede imponer desde fuera, sino que cada uno
debe encontrar continuamente en su interior. Sólo el que conserva siempre vivo el
deseo de aprender y crecer posee esta «juventud» (JP II, Pastores dabo vobis, nº 79).
Abril 2016
Diócesis de Añatuya
1. Sentido del material:
crecer en una mayor unidad de vida y en la contemplación
Hemos preparado este subsidio para animarnos en nuestra espiritualidad,
buscando motivaciones nuevas que nos ayuden a elegir diariamente a Jesús como
el centro de atención de nuestras vidas, donde confluyan todas nuestras energías,
actividades, sentimientos. Nada de nosotros queremos dejar fuera en esta totalidad
y radicalidad que nos pide Jesús. Nuestros proyectos, actividades, fracasos, logros,
desánimos, cansancios, tentaciones, debilidades, cruces: Jesús quiere estar presente
en todos estos ámbitos de nuestra vida. En nuestras amistades, en nuestro descanso,
en las cosas que disfrutamos profundamente, en todo ello está Jesús.
La dispersión, lo imprevisto, la amplitud de experiencias tan variadas,
vividas en una misma jornada, todo ello marca nuestro habitual estilo de vida. No
somos monjes. A veces renegamos con esto, pero sabemos que es parte normal de
nuestro ministerio. Puede ser que aún mantengamos, en medio de este ritmo
arrítmico, la oración de la mañana y la de la noche. Dentro de lo posible, tratamos
de “cortar” el día con el rezo de alguna hora canónica. Pero seguimos adoleciendo
de una cierta división y separación entre la oración y la acción.
A fin de poder ir acercando cada vez más estos dos mundos, se nos propone
clásicamente la contemplación en la acción, la oración en medio de la actividad.
Éste es un poco el fin del presente subsidio: aportarnos algunas sugerencias para
poder crecer en una mirada contemplativa en el mismo ejercicio del ministerio,
poder conectarnos con Dios en medio del día. Esto traerá aparejado también una
mayor calidad en nuestra oración cotidiana más prolongada. Ya no nos costará
tanto pasar de una actividad a la oración o de la oración a una actividad. Para ello,
necesitamos fidelidad a la práctica, paciencia, humildad y mucha confianza. Los
frutos de esta práctica no tardarán en aparecer: mayor apertura y libertad en el
trato con los demás, estaremos más fuera de nosotros, menos centrados en nuestras
necesidades y más en comunión con los otros, más dados al hermano. La
compasión hacia el prójimo será un distintivo claro de esta transformación que
Dios realizará en nosotros, si nos disponemos con fidelidad a la misma.
Además de buscar integrar mejor la oración con la vida, perseguimos otro
objetivo, tal vez un poco “ambicioso”: despertar el deseo de una oración más
contemplativa. Dando a conocer algunas experiencias espirituales y proponiendo
ejercicios que ayuden a disponerse para la contemplación, presentaremos la
posibilidad real que todos tenemos para simplificar más nuestra oración y hacerla
más significativa a nuestra vida. Todos sabemos que la contemplación es una
gracia de Dios, que sólo Él concede. A veces se la ha mostrado tan extraña y
2
“mística”, que la hemos relegado a los monjes o a personas especiales. Sin
embargo, hace unos años, se la ha redescubierto y ha vuelto a ser propuesta como
vocación de todo cristiano, como don de Dios y disposición del hombre. Decíamos
que la gracia es un regalo que no depende de nuestra voluntad o esfuerzo. Lo que sí
está a nuestro alcance es disponernos a esta gracia. De ahí que sugeriremos
algunos ejercicios que nos iniciarán en el silencio, disponiendo nuestro corazón
para la gracia de la contemplación. (Este tema lo encontraremos desarrollado con
más detalle, más abajo, en el texto: ¡Señor, enséñanos a orar!, cfr. nº 4 y 5).
Como pastores de esta diócesis de Añatuya, gran parte de nuestras horas la
pasamos arriba de la camioneta, yendo y viniendo. Nuestras espaldas y cinturas
son testigos incuestionables de lo que estamos diciendo. El siguiente material está
pensado para aprovechar nuestros viajes como oportunidades para el encuentro con
el Amigo. Viene bien volver a la esencia de la oración, que no es otra cosa que:
tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos
ama, según el decir de Santa Teresa, citado en CEC 2709. O como dice Santa
Teresita, citada también en el CEC 2558: Para mí, la oración es un impulso del
corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de agradecimiento
y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría. De
este modo, la camioneta se vuelve tienda de encuentro, templo sagrado. Nuestra
actividad, más que activismo desenfrenado, o golpes en el aire, será una liturgia de
alabanza al Padre. Seguramente, muchos elevan su corazón a Dios en esos
momentos o meditan la Palabra del día o agradecen y entregan la actividad
reciente. Si bien, no es un momento que nos permita mucha concentración, sin
embargo, sí podemos conectarnos con Dios en ese viaje. Aquí te dejamos algunas
sugerencias para esos ratos de oración en la actividad. Son herramientas que nos
ayudan para el encuentro cotidiano, dando un valor infinito a los miles de
instantes que salpican nuestra vida, haciéndolos un kairós, es decir, un instante de
salvación, una irrupción de Dios en lo más sencillo de todos los días, dándole un
sabor y un sentido único a lo “gris” y “rutinario” de cada jornada. Dice el CEC:
2659 Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y
participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos
de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de
Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia:
el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni
mañana, sino hoy: ¡Ojalá escuchen hoy su voz!: No endurezcan su corazón (Sal 95, 8).
2660 Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos
del Reino revelados a los pequeños, a los servidores de Cristo, a los pobres de las
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bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de
paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de
oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden
ser la levadura con la que el Señor compara el Reino.
2. Sugerencias de oración:
1) Antes de salir, puedes leer algún texto de la carpeta: material de lectura:
subsidios lectura para la oración (ver más abajo la referencia a cada
material). Trata de que no sea más de una hoja o dos, la que leas. Ya que se
trata más de disponer el corazón que de llenarlo con ideas. Con esto buscamos
despertar el deseo de la oración.
2) Ya en la camioneta, comienza tu rato de oración, realizando el ejercicio
contemplativo del día (ver nº3) dedicándole unos 25 minutos. Trata de tener a
mano algún cronómetro para poder cumplir con ese tiempo.
3) Al concluir los 25 minutos, reza lentamente un padrenuestro y descansa en
Dios, escuchando algo de música tranquila como para decantar lo rezado.
4) En caso de contar con el tiempo suficiente, puedes escuchar algún material
de la carpeta material para escuchar (ver más abajo la referencia a cada
material). Si durante la escucha, sientes el deseo o moción de parar la
grabación y quedarte rezando, hazlo sin dudar, ése es el fin (en los dos sentidos
literales) de esa grabación. Puedes también volver a repetir el ejercicio
contemplativo anterior.
5) Al concluir el día (o en algún momento donde puedas estar más despierto y
atento), puedes volver a leer lentamente el texto leído a la mañana. Luego,
antes de descansar, elige:
-algún suceso del día para dar gracias a Dios
-un rostro de un hermano/a para contemplarlo en silencio
-un sentimiento presente en tu corazón para acogerlo y ponerle nombre
-una molestia o insatisfacción del día
-algo para pedir perdón a Dios
Déjate mirar unos instantes en silencio por María y confía serenamente tu vida a
Dios, repitiendo hasta dormirte el nombre de Jesús o el de María.
3. Ejercicios contemplativos sugeridos:
A continuación detallamos las propuestas de ejercicios contemplativos para
realizar cada día. La idea es poder realizarlos en este orden. Si has suspendido
algún día este ritmo de oración, retoma el ejercicio a partir de donde lo has dejado.
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1. Nombre de Jesús: su metodología está explicada más abajo, en el texto:
¡Señor, enséñanos a orar!, especialmente en el nº 6. Es llamada también oración
continua, del corazón y del Nombre de Jesús.
2. Percibir la naturaleza: aunque parezca sencillo, no lo es. No estamos
acostumbrados a sólo percibir. Se trata de una actitud puramente receptiva, sin
sacar conclusiones, pensamientos, acciones. Aunque no parezca un ejercicio
estrictamente religioso, sabemos que la Naturaleza es un lugar privilegiado para el
encuentro con Dios, el Catecismo lo llama el gran libro de la creación (CEC
2705). Se trata, simplemente de no pensar en nada y mirar, dejándome atraer por el
paisaje natural, dejándome sorprender por lo que llame mi atención, dejándome
impresionar por lo de afuera. Seguramente, en el transcurso de los 25 minutos, se
nos cruzarán ideas, pensamientos, sentimientos. Trataremos de dejarlos pasar, para
poner nuestra atención total en los sentidos aplicados a la Naturaleza. Para
motivarnos mejor para este ejercicio, te recomendamos leer el texto de Apéndice I
y II. Al concluir la oración, puedes rezar la oración del Apéndice II.
3. Percibir los rostros: consiste en ir pasando por el corazón los distintos
rostros de los que me fui encontrando en el día. Percibir su belleza, sus facciones,
sus detalles. Como en el ejercicio anterior, trataremos de no pensar o sacar
conclusiones, simplemente percibir durante 25 minutos. Para motivarnos mejor
para este ejercicio, puedes releer el texto de Apéndice I y leer el Apéndice III.
4. Percibir la belleza de la música, descansando en Dios: se trata
simplemente de poner algo de la música que se encuentra en el material para
escuchar y quedarnos sencillamente escuchando y disfrutando de ese rato, como
un don de Dios que me descansa: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El
me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y
repara mis fuerzas (Sal 22). Para motivarte puedes releer el texto de Apéndice I.
5. Percibir mis sentimientos, mi cuerpo, mi estado anímico: se trata de
dejar aflorar, sin barreras ni prejuicios, mi estado actual. Contemplar el dolor, la
angustia, la ansiedad, la tristeza que en este momento puedo estar teniendo. No se
trata de dar ningún paso más, sino de quedar en la simple percepción. Para
motivarnos mejor, puedes releer el texto de Apéndice I y leer el Apéndice IV.
6. Interceder con el Nombre de Jesús: durante 25 minutos iremos
repasando por nuestro corazón los rostros de las personas con las que estuvimos.
Ante cada uno, nos detendremos y pronunciaremos el nombre de Jesús sobre la
persona, para que el poder del Nombre obre sobre ella. En nuestra acción pastoral,
tocamos muchas veces el límite de nuestra impotencia. Como Pedro, reconocemos
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que no tenemos ni oro ni plata, sin embargo podemos dar algo muy sagrado: el
nombre de Jesús (Hch 3,1-8). Para motivarnos mejor, puedes leer el Apéndice V.
7. Nombre de Jesús: su metodología ya fue explicada en el nº 1.
4. Algunas aclaraciones:
* Además de las propuestas de oración, con su material de lectura, encontrarás en el
pent-drive, otros recursos para tu oración o meditación cotidiana. Se trata de retiros
grabados, reflexiones, rezo del Rosario, textos de la Palabra. Tal vez el uso de este
material resulte más atrayente que los ejercicios arriba propuestos. Sin embargo, es
bueno que nuestra oración vaya despojándose de palabras, pensamientos e ideas y
pueda ir creciendo en simplicidad, silencio y receptividad. De ahí que proponemos
el uso de estos recursos no como alternativa a los ejercicios cotidianos, sino como
complemento de los mismos. A veces, los necesitaremos para “calentar” un poco el
corazón, motivarnos más en la misión. Otras veces, recurriremos a ellos debido a
nuestro cansancio, dispersión o sequedad. Sin embargo, no dudes en detenerlos
cuando, al escucharlos, Dios te invite a quedarte allí donde encuentres gusto o donde
sientas que Dios te está diciendo algo importante. A veces, una frase escuchada puede
ser el alimento para todo el día. Recuerda siempre que son medios para el encuentro y
no obstáculos para tapar el silencio o para hacer oídos sordos a la voz de Dios. El
rezo del Rosario (tanto el guadalupano como el clásico: ver material para escuchar: 4.El
Rezo del Rosario) podrían ser un término medio entre ambas experiencias: lo discursivo
y lo contemplativo, ya que nos propone algún pensamiento religioso y nos invita a la
oración continua.
* A la hora de realizar tu oración cotidiana:
-Trata de leer el “subsidio para la oración” disfrutando y saboreando cada
palabra, más con el corazón que con la cabeza, si es posible, al comenzar el día
y al terminar el día;
-por más que no viajes en esa jornada, puedes realizar esta propuesta de
oración en donde estés;
-trata de realizar por día el ejercicio de contemplación en dos períodos de 25
minutos cada uno, con fidelidad y humildad;
-si dispones del tiempo adecuado, lo más conveniente es realizar el primer
período a la mañana temprano y el segundo luego de la siesta, antes de las
actividades de la tarde.
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5. Explicación del material:
Material para escuchar
1. Audio Biblia NT Dios Habla Hoy: todo el NT dividido por libros y capítulos.
2. Música clásica y melódica: varias carpetas con música variada para escuchar en
los viajes (puedes usarla para el ejercicio nº4).
3. Liturgia de las horas (Benedictinos Los Toldos): 3 carpetas, una con himnos,
otra con unas Vísperas cantadas y otra con los cantos a la Virgen de Completas.
4. Rezo del Rosario: 3 carpetas: 2 con el rezo del Rosario tradicional y 1 con el
Rosario guadalupano, que tiene 5 misterios que contemplan la imagen de María de
Guadalupe, con un pequeño pensamiento antes de cada Avemaría.
5. CENCINI Afectividad-celibato: 2 cursos sobre el Celibato, la afectividad, etc.
6. P.Raúl Canali-Canciones para rezar: Sacerdote peregrino de la Virgen de
Guadalupe que compuso estos cantos que dicen mucho a nuestra vida sacerdotal.
7. Retiros: 8 retiros predicados a seminaristas y diáconos de Bs As.
8. 5 homilias Romero: algunas de sus tantas homilías.
9. Menapace: cuentos, reflexiones, pensamientos de este monje benedictino.
10. Taizé-Canciones para rezar: canciones letánicas y repetitivas que invitan a la
oración continua.
Material de lectura
Escritos de espiritualidad: libros y artículos que alimentan nuestra vida espiritual.
Subsidios lectura para la oración: son libros y textos que nos disponen el corazón
para la oración. Se recomienda leer una página de alguno, antes de comenzar con
la oración. También se los puede leer de forma corrida. La carpeta Material
amigos del silencio contiene varios textos cortos que animan y explican la
espiritualidad contemplativa.
Material para escuchar 2 (para los que tienen el pentdrive de 16 g)
11.Taizé-Canciones para rezar 2: más canciones letánicas para la oración continua
12.Menapace 2: más cuentos y reflexiones de este monje benedictino.
13. Retiros 2: 3 retiros más.
14. Salmos Criollos: distintas interpretaciones de los Salmos, con música y ritmos
locales y comentarios del P.Mamerto Menapace.
15. Cantata Brocheriana: historia del Cura Brochero en forma de Cantata.
16. Música religiosa: material variado de música cristiana.
17. Charlas P. Keating: charlas del P.Thomas Keating, sacerdote benedictino,
creador del método de oración contemplativa, llamado la oración centrante.
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18. Doña Jovita: abundante material con cuentos y relatos de Doña Jovita.
19. Landriscina: abundante material con cuentos de Landriscina.
20. Música clásica: algunas carpetas con música clásica.
21. Temas varios de folklore y popular: muchos temas variados en castellano.
22. Duo Coplanacu: algunos discos de este grupo folklórico.
6. Apéndices de los ejercicios contemplativos:
Apéndice I: La percepción, P.Francisco Jálics
Permanecer en la pura percepción es para nosotros difícil porque tendemos a pasar
casi necesariamente de la percepción al pensamiento y de éste a la acción. En
efecto, cuando en un manzano veo una manzana ya madura, es decir, cuando
apenas la percibo, se me plantea la pregunta de si debo o no arrancarla y
comérmela. Pero si es así, es que me encuentro ya en el pensamiento, no en la
contemplación. Y si me decido a coger la manzana, paso efectivamente a la
ejecución. Esto se produce en muchas situaciones de nuestra vida. El camino es
siempre el mismo: percibir, reflexionar y actuar. En el nivel de la contemplación
hemos de aprender a percibir y a permanecer en la percepción, no a pasar al
pensamiento y mucho menos aún a la acción. La contemplación de Dios es
percepción, pura captación perceptiva sin pensamiento y sin ejecución. No sólo nos
distraen de la contemplación el pensamiento y la acción, sino también nuestros
sentimientos. Esto agrava el asunto, y es por ello que hemos de aprender a
distanciarnos también de los sentimientos. Esto sólo se logra si miramos nuestros
sentimientos, aceptamos su presencia y les permitimos permanecer, para regresar
acto seguido a la contemplación. Quien ha iniciado este camino sabe que el
permanecer largo tiempo en la pura percepción requiere de mucho tiempo y
disciplina. Estoy convencido, sin embargo, de que en la vida eterna no pensaremos ni
tendremos sentimientos (la bienaventuranza eterna no es un sentimiento); tampoco
estaremos ocupados. El camino que conduce al estado de la pura contemplación es
largo: fácilmente puede durar cuarenta años. No es importante la rapidez con que
alcancemos la contemplación o, mejor dicho, cuándo nos la regala Dios. Sí que lo es,
en cambio, que para este permanecer en la contemplación, sin pasar al pensamiento
o a la acción, necesitamos de ayuda y de un camino constante de ejercitación
paciente y humilde.
Apéndice II: Laudato Si, Papa Francisco
84. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado
cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios.
85. Dios ha escrito un libro precioso, cuyas letras son la multitud de criaturas presentes
en el universo (JPII). Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda
fuera de esta manifestación de Dios: Desde los panoramas más amplios a la forma de vida
más ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es,
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además, una continua revelación de lo divino. Los Obispos de Japón, por su parte,
dijeron algo muy sugestivo: Percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es
vivir gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza. Esta contemplación de lo creado
nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere
transmitir, porque para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje,
oír una voz paradójica y silenciosa (JPII). Podemos decir que, «junto a la Revelación
propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación divina
cuando brilla el sol y cuando cae la noche» (JPII).
86. El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la
inagotable riqueza de Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la
multiplicidad y la variedad provienen de la intención del primer agente, que quiso que lo
que falta a cada cosa para representar la bondad divina fuera suplido por las otras, porque
su bondad no puede ser representada convenientemente por una sola criatura. Por eso,
nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en sus múltiples relaciones. Entonces,
se entiende mejor la importancia y el sentido de cualquier criatura si se la contempla en el
conjunto del proyecto de Dios. Así lo enseña el CEC: La interdependencia de las criaturas
es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las
innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí
misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse
mutuamente (CEC 340).
87. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe,
el corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con
ellas, como se expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís: « Alabado seas, mi
Señor, con todas tus criaturas... Los Obispos de Brasil han remarcado que toda la
naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita
su Espíritu vivificante que nos llama a una relación con él.
246. Oración por nuestra tierra: Dios omnipotente, que estás presente en todo el
universo y en la más pequeña de tus criaturas, Tú que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz,
para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie. Dios de los pobres, ayúdanos a
rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos. Sana nuestras
vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y
no contaminación y destrucción. Toca los corazones de los que buscan sólo beneficios a costa de los
pobres y de la tierra. Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a
reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia tu
luz infinita. Gracias porque estás con nosotros todos los días. Aliéntanos, por favor, en nuestra
lucha por la justicia, el amor y la paz. Amén
Apéndice III: Evangelii Gaudium, Papa Francisco
92. El modo de relacionarnos con los demás nos sana en lugar de enfermarnos,
como una fraternidad mística-contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada
del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las
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molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón
al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno.
154. El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo
que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra
y también un contemplativo del pueblo. De esa manera descubre las aspiraciones,
las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el
mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano, prestando atención al
pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que
plantea. Se trata de conectar el mensaje del texto bíblico con una situación humana,
con algo que ellos viven, con una experiencia que necesite la luz de la Palabra.
Esta preocupación no responde a una actitud oportunista o diplomática, sino que es
profundamente religiosa y pastoral. En el fondo es una sensibilidad espiritual
para leer en los acontecimientos el mensaje de Dios y esto es mucho más que
encontrar algo interesante para decir. Lo que se procura descubrir es lo que el
Señor desea decir en una determinada circunstancia. Entonces, la preparación de la
predicación se convierte en un ejercicio de discernimiento evangélico, donde se
intenta reconocer -a la luz del Espíritu- una llamada que Dios hace oír en una
situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al creyente.
169. En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez
obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de
curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar,
conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este
mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer
presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal.
La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos -sacerdotes, religiosos y laicos- en este
«arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las
sandalias ante la tierra sagrada del otro. Tenemos que darle a nuestro caminar el
ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión
pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
199. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas
de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista,
sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno
consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su
persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica
valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con
su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite
servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de
10
su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que
le dé algo gratis». El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y
esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de
cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o
políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos
adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los
pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este
estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?». Sin la
opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la
primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de
palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día».
Apéndice IV: Una espiritualidad desde abajo, Anselm Grün O.S.B.
Diálogo con los pensamientos y sentimientos: Los principios de la espiritualidad
desde abajo ponen al sujeto a la escucha de Dios, atento a su voz que se hace sentir y
habla por nuestros pensamientos, sentimientos, inquietudes y deseos. Dios nos habla
a través de todo. Sólo prestando mucha atención a los matices de su voz podremos
descubrir la imagen que él se ha formado de cada uno de nosotros. No es lícito
minusvalorar las emociones o pasiones porque todo está lleno de sentido. Lo
importante es lograr captar y descifrar el mensaje que Dios nos manda por medio de
ellas. Hay quienes se consideran culpables de sentimientos que podríamos llamar
negativos como pueden ser la cólera, la irascibilidad, la envidia, la apatía. Y procuran
«con la gracia de Dios» dominar esas pasiones y desentenderse de ellas. La
espiritualidad desde abajo las contempla desde otra perspectiva, no intenta reprimirlas
sino reconciliarse con ellas. Todas, en efecto, pueden contribuir a ayudarnos en el
camino hacia Dios. La única condición indispensable es meterse en medio de ellas,
dialogar y preguntar qué mensaje traen y quieren trasmitimos de parte de Dios.
Estamos tratando siempre de tres caminos o métodos en que se expresa la
espiritualidad desde abajo. En primer lugar está el diálogo con los pensamientos y
sentimientos. En segundo, el descenso hasta el fondo de las emociones y sentimientos
aguantando allí hasta verlos trasformados en faros luminosos que me hagan ver a
Dios. En tercer lugar, la capitulación ante Dios, la confesión de la propia nada y
consiguientemente la necesidad de ponerme en las manos de Dios.
La espiritualidad desde abajo tiene otro tratamiento para los impulsos
instintivos. No pretende reprimirlos sino trasformarlos. Se pregunta sobre ellos:
¿adónde o a qué me lleva este impulso? En nuestra sociedad del bienestar hay mucha
gente con problemas en el comer. Muchos luchan toda la vida para librarse de esa
esclavitud sin conseguirlo. El ayuno o privación puede ser un buen remedio contra la
11
gula. Pero si yo me impongo el ayuno como penitencia por excesos anteriores,
sucederá que la comida y el ayuno vendrá a convertirse en tema central de mis
conversaciones y preocupaciones. Mucho mejor sería preguntarme por qué me gusta
comer hasta excederme, qué otras apetencias se ocultan detrás de mi gula. Si logro
ponerme en contacto con esas apetencias cambiará seguramente todo mi desorden.
En la comida se esconde un ansia de disfrutar. El remedio contra el exceso consistirá
en aprender a disfrutar y a permitirme el placer de comer. Según la mística medieval,
el objetivo de la vida espiritual consiste en llegar al frui deo, a disfrutar de Dios. Si uno
se niega toda clase de placer, se incapacita para gozar de la experiencia íntima de Dios
en el placer justificado. La verdadera ascética no es renuncia y mortificación sino
aprendizaje en el arte de hacerse humano y en el arte de disfrutar.
Lo mismo sucede con la sexualidad. Muchas veces la hemos encerrado en la
torre por miedo a los perros salvajes. Pero entonces nos privamos de su energía para
desarrollar debidamente nuestra vitalidad y nuestra espiritualidad. Una espiritualidad
que encadena la sexualidad por miedo, necesariamente ha de estar en constante
angustia ante las concupiscencias que nos acechan y asaltan. Entender la sexualidad
sólo como una fuerza que hay que someter es una visión lamentablemente negativa.
La sexualidad es la fuente principal de que disponemos para el desarrollo de nuestra
espiritualidad. Si logramos hacernos sus amigos y dialogar en paz con ella, podrá
indicarnos dónde está enterrado en nuestras profundidades el tesoro de nuestra
vitalidad y de nuestras aspiraciones espirituales. Y quizá podría también decirnos:
intenta vivir y amar de verdad. La vida que llevas ahora es un vivir al margen de tu
verdadera vida y de ti mismo. ¡No te contentes con una vida fríamente correcta! Hay
en ti grandes aspiraciones a vivir y a amar; debes fiarte un poco de esas aspiraciones y
deseos. Entrégate a la vida, entrégate a los demás, ama a todos y ama a Dios con toda
tu alma, con tu cuerpo y tus instintos. ¡No te permitas descanso antes de haber llegado
a Dios y haberte identificado con él! No se trata sólo de penetrar en la torre del tesoro
y de dialogar con la sexualidad para descubrir el lugar exacto donde se encuentra.
Muchas veces nos asalta la sexualidad, nos domina y no podemos dialogar con ella.
Somos con excesiva frecuencia una presa fácil. Muchos ceden al placer solitario y los
vanos intentos para superarse degeneran en frustración. En lugar de torturarse con
sentimientos de culpabilidad sería mucho más positivo reconocer la incapacidad para
controlar la propia sexualidad. Esta incapacidad puede resultar positiva y saludable en
algunos casos porque obliga al sujeto a reconocer en humildad que es un ser humano
de carne y hueso, incapaz por propio esfuerzo de llegar a ser persona espiritual. En la
espiritualidad desde abajo se acepta la sexualidad con ánimo agradecido porque es la
encargada de recordarnos constantemente que nuestra vida espiritual llega a su
cumbre cuando ha logrado el gusto por la vida, que nadie puede contentarse con
12
llevar una vida asépticamente correcta porque todos debemos tender a elevar nos
sobre nosotros mismos hasta la plenitud del gozo en Dios. Tradicionalmente hemos
exagerado la valoración de la sexualidad en su aspecto negativo considerándola como
una fuerza que nos aparta de Dios. Es evidente que puede suceder así. Pero existe otra
experiencia de signo contrario, es decir, comprobar que los impulsos sexuales
conllevan siempre energía espiritual, que la sexualidad nos recuerda constantemente la
suprema aspiración humana a llegar a unirnos y fundirnos en amor con Dios y vivir en
él la plenitud de nuestros deseos.
Los ejemplos anteriores ponen énfasis y marcan con más relieve algunos
aspectos de la espiritualidad nacida desde abajo, desde los bajos fondos de nuestras
limitaciones y miserias. Consiste en encorvarse para ver lo que hay allí, en tomar
muy en consideración los sentimientos que brotan del interior y en no ser
excesivamente fáciles a la hora de condenar cualquier emoción o tendencia
que brote desde dentro. Entendemos, por el contrario, que Dios habla a través de
esos impulsos o sentimientos para atraer nuestra atención sobre el riesgo de estar
viviendo al margen de la propia vida. El diálogo con los sentimientos y
aspiraciones podría ayudarnos a observar más detalladamente las zonas
olvidadas de nuestra personalidad sin las cuales la vida queda notablemente
empobrecida. Muchas veces hacemos consistir nuestro ideal en ser personas que
saben controlarse y permanecer serenas, pacíficas, amables. Pero quizá con esta
imagen propia desplazamos la de Dios. Existe tal vez algo en mí que desea vivir de
otra manera más personal, algo que sólo Dios puede hacer crecer y que yo me
empeño en reprimir porque no coincide con mis ideales prefabricados. Pero, al mismo
tiempo, me estoy dando cuenta de que en mi espiritualidad desde abajo se incluye la
aspiración o deseo de trasformarme, de ser capaz de encontrar mi camino hacia Dios,
el mismo de mi juventud pero con variaciones y matices nuevos. La espiritualidad
desde abajo me convence de que nunca seré capaz de inventar un método para
trasformarme y salvarme. Debo, por el contrario, repetirme sin cansancio: A pesar de
todos tus esfuerzos espirituales y de los libros que escribes seguirás enfrentándote a los mismos
problemas y nunca lograrás verte libre de tu sensibilidad y afectos desordenados. Esta sincera
confesión me abre a la acción de la gracia. Entonces comprenderé que debo abrir
también mis manos y presentarme con ellas abiertas ante Dios. Llegará un día en que
me sienta cansado de tanto ensayo de trasformación. Tanto intento de sentirme libre
en Dios no será entonces virtud mía de la que pueda enorgullecerme sino la expresión
de este presentarme desnudo ante Él. Entonces me dejaré caer en Dios porque es la
única posibilidad que me queda. Y me sentiré al fin libre de tanta absurda pretensión
de atribuir los logros de mi espiritualidad a merecimientos propios.
13
Apéndice V: Evangelii Gaudium, Papa Francisco
281. Hay una forma de oración que nos estimula particularmente a la entrega
evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión.
Miremos por un momento el interior de un gran evangelizador como san Pablo,
para percibir cómo era su oración. Esa oración estaba llena de seres humanos: «En
todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos vosotros [...] porque os
llevo dentro de mi corazón» (Flp 1,4.7). Así descubrimos que interceder no nos
aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja
fuera a los demás es un engaño.
282. Esta actitud se convierte también en agradecimiento a Dios por los
demás: «Ante todo, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo por todos
vosotros» (Rm 1,8). Es un agradecimiento constante: «Doy gracias a Dios sin
cesar por todos vosotros a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en
Cristo Jesús» (1 Co 1,4); «Doy gracias a mi Dios todas las veces que me acuerdo
de vosotros» (Flp 1,3). No es una mirada incrédula, negativa y desesperanzada,
sino una mirada espiritual, de profunda fe, que reconoce lo que Dios mismo hace
en ellos. Al mismo tiempo, es la gratitud que brota de un corazón verdaderamente
atento a los demás. De esa forma, cuando un evangelizador sale de la oración, el
corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y
está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás.
283. Los grandes hombres y mujeres de Dios fueron grandes intercesores. La
intercesión es como «levadura» en el seno de la Trinidad. Es un adentrarnos en el
Padre y descubrir nuevas dimensiones que iluminan las situaciones concretas y las
cambian. Podemos decir que el corazón de Dios se conmueve por la intercesión.
7. Un modo de vivir el misterio de la COMUNIÓN DE LOS SANTOS
-Al compartir todo el clero diocesano de Añatuya un mismo material de
oración, tenemos una gran oportunidad para sentirnos profundamente en
comunión. Al estar rezando en la soledad de los caminos o de nuestro
cuarto, estaremos sintiendo una comunión mística, invisible, pero bien
real, con mis hermanos curas. Compañeros en el frente de batalla,
hermanos en la misión y, ahora sobre todo, en la oración.
-De ahí que estos ejercicios tomen un matiz comunitario e intercesor. Mi
fidelidad cotidiana a la oración sostendrá la pesadez, cansancio o acedia
de algún hermano. Mis sí tendrán fuerza de salvación para los que se
encuentren más tentados o abatidos. A su vez, mis batallas cotidianas
cuentan con la fuerza intercesora de mis hermanos.
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-La fuerza que posee esta intensa comunión es tan real, que es capaz de
sustentar, acompañar y hacer fecunda la misión, ya que, como dice San
Pablo: todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que
respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros (Rm 12,5).
Esto mismo vivió en carne propia San Francisco Javier y lo expresa de
múltiples maneras en sus cartas. La ausencia corporal que sufrió el
corazón tan sensible y afectuoso de Francisco en las lejanas tierras de
misión, fue suplida por esta presencia mística: Un solo vínculo ha de subsistir
siempre, el que nos une con Cristo, mediador entre Dios y los hombres, que está
todo en todos… Busquémonos los unos a los otros y contemplémonos mutuamente en
Aquel que es nuestro origen, nuestra causa, nuestro principio. Si alguno desea mi
presencia, que me mire en el precio que he costado, es decir, que contemple el precio
con que he sido rescatado (2/3/1545). Y dice más adelante, en otra carta:
Muchas veces Dios Nuestro Señor me tiene dado a sentir dentro en mi ánima, de cuántos
peligros corporales y espirituales trabajos me tiene protegido por los devotos y
continuos sacrificios y oraciones de todos aquellos que debajo de la bendita
Compañía de Jesús militan, y de los que están ahora en la gloria con mucho triunfo,
los cuales en vida militaron y fueron de la Compañía. Hízome Dios Nuestro Señor
tanta merced por vuestros merecimientos de darme, conforme a esta pobre capacidad
mía, conocimiento de la deuda que a la santa Compañía debo. Así ceso rogando a Dios
Nuestro Señor que, pues nos juntó en su santa Compañía en esta tan trabajosa vida por
su santa misericordia, nos junte en la gloriosa Compañía suya del cielo, pues en esta
vida tan apartados unos de otros andamos por su amor (20/1/1548).
-Podemos sumar un modo más de estar unidos: cada día, luego del
almuerzo, recemos cada uno, una decena del Rosario (siguiendo la
tradición de nuestro querido Gottau), pidiendo especialmente por
nuestros hermanos curas y por la comunión y santidad de todos nosotros.
7. Un método de contemplación: LA ORACIÓN CENTRANTE
Un Consentir a la Acción Divina-Por P.Thomas Keating O.S.B.
Aquiétense y reconozcan que soy Dios. Salmo 46:11
Oración Contemplativa: Podemos pensar que orar consiste en pensamientos o
sentimientos expresados en palabras. Pero esta es solamente una forma de orar.
En la tradición cristiana, la Oración Contemplativa es considerada como un puro
regalo de Dios. Es la apertura de la mente y el corazón, de todo nuestro ser, a
Dios, el Misterio Último, más allá de los pensamientos, las palabras y las
emociones. Por medio de la gracia, abrimos nuestra conciencia a Dios, que por
fe sabemos que está en nosotros, más cercano que la respiración, más cercano
que el pensamiento, más cercano que nuestra conciencia misma.
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La Oración Centrante: Es un método diseñado para facilitar el desarrollo de la
Oración Contemplativa, al preparar nuestras facultades para recibir ese don. Es
un intento de presentar las enseñanzas de épocas anteriores de forma
actualizada. La Oración Centrante no intenta sustituir otros tipos de oración,
sino de iluminarlos y profundizar su significado. Es, al mismo tiempo, una
relación con Dios y una disciplina para fomentar esa relación. Este método nos
conduce más allá de la conversación con Cristo hacia una comunión con Él.
Trasfondo Teológico: La fuente de la OC, como la de todos los métodos que
conducen hacia la Oración Contemplativa, es la morada de la Santísima
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en nuestro interior. Lo que enfoca la OC
es precisamente la profundización de nuestra relación con el Cristo vivo.
La raíz de la Oración Centrante: El escuchar la Palabra de Dios en las
Escrituras (Lectio Divina) es una forma tradicional de cultivar la amistad con
Cristo. Es un modo de escuchar los textos de las Escrituras como si estuviéramos
hablando con Cristo y Él nos sugiriera los temas de conversación. El encuentro
diario con Cristo y la reflexión acerca de Su palabra, nos conduce más allá de la
mera familiaridad hacia una actitud de amistad, confianza y amor. La
conversación se simplifica y se llega a una comunión con Dios. Gregorio Magno
(siglo VI), al resumir la tradición contemplativa cristiana la expresó como
descanso en Dios. Este fue el significado clásico del término Oración
Contemplativa en la tradición cristiana durante los primeros dieciséis siglos.
Dichos de Sabiduría de Jesús: La OC está basada en la enseñanza de Jesús: Tú,
en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento, cierra la puerta, ora a tu
Padre que está allí en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará (Mt 6,6). Los textos que igualmente inspiraron la OC fueron
escritos por varios importantes contribuyentes a la Tradición Contemplativa
Cristiana: Juan Casiano, Francisco de Sales, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz,
Teresita de Lisieux, Tomás Merton, y el autor anónimo de La Nube del No Saber.
Pautas para la Oración Centrante:
I. Escoja una palabra sagrada como símbolo de su consentimiento a la
presencia y a la acción de Dios en su interior:
1. La palabra sagrada es un símbolo que expresa nuestra intención de consentir
a la presencia y la acción de Dios dentro de nosotros.
2. La palabra sagrada se escoge durante un breve período de oración, en el que
le pedimos al Espíritu Santo que nos sugiera una que sea particularmente
apropiada para nosotros: Dios, Jesús, Abba, Padre, Madre, María, Amén, Señor,
Amor, Paz, Sí, Fe, Kyrie.
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3. Una simple mirada interior hacia la Divina Presencia o notar la respiración
puede resultar más adecuado que la palabra sagrada para algunas personas. Las
mismas pautas se aplican a estos símbolos que a la palabra sagrada.
4. La palabra sagrada es sagrada no por su significado inherente, sino por el
significado que le damos como expresión de nuestra intención y consentimiento.
5. Una vez que escogemos una palabra sagrada, no la cambiamos durante el
período de oración, ya que eso sería comenzar a pensar nuevamente.
II. Sentado cómodamente y con los ojos cerrados, sosiéguese brevemente e
introduzca silenciosamente la palabra sagrada como un símbolo de su
consentimiento a la presencia y la acción de Dios en su interior.
1. El decir sentado cómodamente significa que debemos estar relativamente
cómodos, pero no al extremo de inducir el sueño durante el período de oración.
2. Cualquiera que sea la posición que escojamos, mantenemos la espalda recta.
3. Cerramos los ojos como símbolo de que dejamos pasar lo que está ocurriendo
a nuestro alrededor y en nuestro interior.
4. Introducimos la palabra sagrada interiormente y con la misma suavidad con
que dejaríamos caer una pluma sobre una mota de algodón.
5. Si nos quedamos dormidos, al despertar continuamos la oración.
III. Cuando se dé cuenta de que se encuentra atrapado por algún
pensamiento, regrese con mucho sosiego a la palabra sagrada.
1. La palabra “pensamientos” es un término genérico que denota toda
percepción corporal o sensorial, recuerdos, sentimientos, imágenes, reflexiones,
planes, conceptos, comentarios y experiencias espirituales.
2. Los pensamientos son una parte inevitable, integral y normal de la OC.
3. El regresar muy sosegadamente a la palabra sagrada debe hacerse con un
mínimo de esfuerzo. Es la única actividad que realizamos en el período de la OC.
4. Durante la OC la palabra sagrada puede tornarse vaga o desaparecer.
IV. Al terminar el período de oración, permanezca en silencio, con los ojos
cerrados, por un par de minutos más.
1. Los 2 minutos adicionales ayudan a llevar el clima de silencio a nuestra vida.
2. Si se hace esta oración en grupo, el guía puede recitar lentamente una
oración como el Padre Nuestro, mientras los demás escuchan.
Algunas Consideraciones Prácticas:
1. El tiempo mínimo para esta oración es 20 minutos. Se recomiendan dos
períodos diarios, uno por la mañana y el otro por la tarde o temprano en la
noche. Con la práctica, el tiempo puede extenderse a 30 minutos o más.
2. Para indicar que ha terminado el período, puede usarse un cronómetro que no
tenga un tic-tac audible y que no haga un sonido estridente al final.
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3. Posibles síntomas físicos durante la oración: Podemos notar dolores leves,
picazón o espasmos en alguna parte del cuerpo o una especie de inquietud
general. Estos usualmente se deben a que se ha desatado algún nudo emocional
en el cuerpo. Podemos observar una sensación de peso o ligereza en las
extremidades. Por lo general, esto se debe a un nivel profundo de atención
espiritual. En cualquiera de estos casos, no le prestamos atención y regresamos,
muy suavemente, a la palabra sagrada.
4. Los frutos principales de la Oración Centrante se experimentan en la vida
diaria y no durante el período de oración.
5. La OC nos familiariza con el primer lenguaje de Dios, que es el silencio.
Consideraciones Adicionales:
1. Durante el período de oración, pueden surgir varios tipos de pensamientos:
Divagaciones ordinarias de la imaginación o la memoria. Pensamientos o
sentimientos atractivos o repulsivos. Introspecciones o descubrimientos
psicológicos importantes. Auto-reflexiones, tales como: ¿Cómo me va en esto? o
¡Qué paz tan maravillosa! Pensamientos y sentimientos que surgen cuando hay
una descarga del inconsciente. Cuando se encuentre atrapado por uno de
estos pensamientos, regrese sosegadamente a la palabra sagrada.
2. Durante esta oración, evitamos analizar nuestra experiencia, dar cabida a
expectativas, o tratar de alcanzar metas específicas, tales como: Repetir
constantemente la palabra sagrada; No tener pensamientos; Poner la mente en
blanco; Sentirse en paz o consolado; Llegar a tener una experiencia espiritual.
Resumiendo: Las Pautas para esta oración
1. Escoja una palabra sagrada como símbolo de su intención de consentir
a la presencia y la acción de Dios en su interior.
2. Sentado cómodamente y con los ojos cerrados, sosiéguese brevemente
e introduzca silenciosamente la palabra sagrada como símbolo de su
consentimiento a la presencia y la acción de Dios en su interior.
3. Cuando se encuentre atrapado por algún pensamiento (sensaciones
corporales, sentimientos, imágenes y reflexiones), regrese muy
sosegadamente a la palabra sagrada.
4. Al final del período de oración, permanezca en silencio, con los ojos
cerrados, por un par de minutos.
5. Practique 2 períodos de oración por día, de 20 a 30 minutos cada uno.
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¡Señor, enséñanos a orar!:
Hacia una oración contemplativa…
A continuación, desarrollamos algunas ideas que
sustentan todo lo que venimos proponiendo hasta aquí.
Se trata del marco conceptual de esta propuesta, como
para motivarnos más a comenzar esta travesía y, a su
vez, ayudar a disipar todo temor o sospecha.
1. Una experiencia común
De alguna u otra manera, a lo largo de nuestro
itinerario espiritual, nos topamos con la dificultad de la oración. Excusas comunes
como falta de tiempo, de tranquilidad, de espacios adecuados. El cansancio, la
dispersión, la intromisión de los medios de comunicación en nuestras vidas, la falta
de método, la aridez. Todo esto va haciendo en nosotros un caldo de cultivo que
nos va llevando a descuidar la oración. Puede suceder también que la rutina nos
haya ganado. Las páginas del breviario van corriéndose, pero nuestro corazón está
lejos, seco, distante. Hay cumplimiento, pero no hay encuentro. Intuimos, en el
fondo, que hay cumplo y miento, es decir, acciones externas que no involucran el
corazón. A su vez, percibimos que el encuentro con la Palabra se va reduciendo a
una lectura práctica que nos lleva a sacar ideas, conceptos, valores morales para
luego transmitirlos en la prédica.
Y así van transcurriendo nuestros años y el corazón se nos va secando, la fe
se nos va adormeciendo, la pasión se va enfriando. Las palabras del Apocalipsis
nos llegan a calzar justo: Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia. Sé que
no puedes tolerar a los perversos: has puesto a prueba a quienes usurpan el título
de apóstoles, y comprobaste que son mentirosos. Sé que tienes constancia y que
has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que
hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde has
caído, conviértete y observa tu conducta anterior. (Ap 2,2-5)
Habitualmente, Dios nos visita con alguna cruz para que podamos
reaccionar ante este estado. Ya sea una enfermedad, una desilusión, una
persecución, algún conflicto comunitario serio, alguna debilidad muy evidente,
algún pecado que nos avergonzó intensamente. Esta impotencia, este no poder,
esta desnudez, que nos hacen caer en la cuenta de nuestra vulnerabilidad,
misteriosamente, son la soga que para salir del pozo espiritual. Necesitamos tocar
fondo para empezar una vida de oración genuina y sincera, profunda y existencial.
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Escuchemos la experiencia de Jean Lafrance, un místico de nuestros
tiempos: Brevemente, y para no extenderme, debo decir que hacia los 40 años entré en un período de
gran turbulencia, como dicen los aviadores, período que se prolongó una docena de años. Fue entonces
cuando descubrí la oración de súplica bajo la presión "atmosférica" de la tribulación y de la gracia.
El descubrimiento no lo hice solo; mi director espiritual, el padre Molinié, fue mi iniciador. Debo
confesar aquí que, después del Espíritu Santo, cuanto sé de la oración de súplica y de intercesión me
viene de él, tanto de sus enseñanzas orales como de sus escritos. Una vez que se ha sumergido uno en
la súplica hasta el cuello, no se puede menos de enseñarlo, de repetirlo oportuna e importunamente,
hasta romper los tímpanos de los oyentes.
Unas palabras pusieron fin a este período de turbulencia: "Te curaré por la oración, y
únicamente por la oración". No me pronuncio sobre el origen de estas palabras que surgieron en mí en
el momento en que menos lo pensaba. Lo cierto es que progresivamente, incluso rápidamente, me
encontré en una zona atmosférica mucho más serena y tranquila.
¿Necesito decir que en aquellos momentos supliqué? Por lo demás, la súplica se había
convertido en algo instintivo en mí. Cuando se ha suplicado una vez de veras, es imposible olvidarlo,
aunque ese grito se difumine a veces en los momentos de calma. Se convierte en nosotros como en una
segunda naturaleza. Más aún, la súplica se convierte en nuestra misma naturaleza, pues nuestro ser
es orar. Eso debió ser la súplica permanente de los santos; súplica que franqueó la barrera del sonido
para entrar en la velocidad infinita de la danza trinitaria. No obstante, deseo hacer aquí una
observación que estimo fundamental: no existe proporción alguna entre la súplica, ni siquiera la
suscitada por una gran desgracia humana, sea física o moral, que brota de nuestro corazón y puede
ser permanente, y la súplica que enciende en nosotros el Espíritu Santo en el momento en que menos
lo pensamos. Pasamos entonces de la tercera velocidad a directa. Vivimos entonces una súplica que el
hombre no puede expresar, porque semejante oración no viene de la tierra, sino del cielo. No es
frecuente, ni depende de nuestra capacidad; es un puro don de Dios. No afirmo que se la pueda
olvidar, pues deja en el corazón una herida, una quemadura, una nostalgia incurable; pero cuando
desaparece, se vuelve a la súplica humana habitual, en la que se es un hombre cualquiera, como dice el
autor anónimo del siglo IV. Sólo queda pedirla, desearla, suspirar por ella, pues no depende de
nosotros hacer que nazca en nuestro corazón la súplica del Espíritu Santo.
A menudo se piensa que basta ser llamado a la oración, tener el deseo y la voluntad de orar,
para ser hombre de oración. En esto nos equivocamos rotundamente; son las pruebas sobre
todo las que nos enseñan a orar. Nunca tocamos suficientemente a fondo la
miseria para clamar a Dios, pues el grito que llega de lo profundo es siempre
escuchado. Reconozco que no sabría nada de la oración de súplica, de la que tantos religiosos, e
incluso sacerdotes, no conocen gran cosa, cuando no la critican incluso, si no hubiera pasado por las
pruebas que he experimentado. Y en este sentido doy gracias a Dios por haberme hecho pasar por ahí,
pues era el único medio de sumirme en la oración. Una historia permitirá comprenderlo: Se trata de
Máximo, un joven griego, que oye la llamada a ir al desierto para realizar las
20
palabras de Jesús: Hay que orar siempre sin desfallecer. Se va, y el primer día todo
marcha bien. Se pasa el día rezando el padrenuestro y el avemaría. Pero se pone el
día, oscurece y comienza a ver surgir formas y brillar ojos en la espesura. Entonces
le invade el miedo, y su oración se hace más insistente: Jesús, hijo de David, ten
compasión de mi, pecador. Y se duerme. Al despertarse por la mañana, se pone a
rezar como la víspera; pero, como es joven, siente hambre y sed, y ha de
alimentarse. Entonces comienza a pedir a Dios que le proporcione alimento; y cada
vez que encuentra una fruta, dice: "Gracias, Dios mío". Vuelve la tarde con los
terrores de la noche, y se pone a rezar la oración de Jesús. Poco a poco se habitúa a
los peligros exteriores: el hambre, el frío y el sol; pero, como es joven, siente
tentaciones de todas clases en su corazón, en su alma y en su espíritu. Habituado ya
a la lucha, repite la oración de Jesús. Se suceden los días, los meses y los años, y
también el mismo ritmo de tentaciones, de oración, de pruebas, de caídas y de
levantarse. Un buen día, al cabo de catorce años, van a verle sus amigos, y
comprueban con estupefacción que está siempre orando. Le preguntan: "¿Quién te
ha enseñado la oración continua?". Y Máximo les responde: "Sencillamente, los
demonios". Al contar esta historia, monseñor Antoine Bloom decía: "En este sentido, la
oración continua es más fácil en una vida activa, en la que uno se siente hostigado por
todas partes, que en una vida contemplativa, donde no existen preocupaciones". Las
pruebas, las angustias, los sufrimientos y los peligros es lo que engendra la perseverancia, la cual nos
impulsa a la oración incesante.
2. A orar sólo se aprende orando: aprendiendo de otros
La invitación del Señor es bien clara: insistir, clamar, suplicar. La oración
de Jesús es nuestro paradigma de oración. Por citar algunos ejemplos: Lc 18, 1.7-8:
Jesús enseñó a sus discípulos con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse… Y
Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les
aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará fe sobre la tierra? Mc 14, 38-39: Permanezcan despiertos y oren para no caer en la
tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Luego se alejó nuevamente y oró,
repitiendo las mismas palabras. 1Tes 5,16-18: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a
Dios en toda ocasión. Vamos a leer algunos testimonios que nos pueden ayudar a
motivar nuestra oración y a dedicarle un tiempo real y prolongado:
1. San Juan Clímaco: Dios concede el don de la oración al que ora.
2. San Alberto Hurtado: la oración es el aliento y reposo del espíritu. El apóstol ha de tener la
fortaleza y paz de Dios porque es su enviado. Y sin embargo en la vida real con cuánta facilidad los
ministros de Dios se hacen terrenos. Para hallar esa paz necesita la oración, pero no una oración
formulista; sino una oración continuada en largas horas de oración y quietud y
hecha en unión de espíritu con Dios.
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-Esta oración personal constituye una conversación sincera, real, íntima con Dios a base de
sentimientos de gratitud, admiración, respeto, alegría, esperanza. El joven de vida interior hará esta
oración en toda circunstancia de su vida: en sus viajes, en los deportes, en el teatro, en el amor. Esta
oración no será sino la sobrenaturalización de aquello que estaba haciendo en forma natural. Ha de
ser tan frecuente como la respiración. Puede decirse sin exagerar que del aprovechamiento
de estos momentos depende en gran parte la vida espiritual de los jóvenes.
-La oración ha de estar más centrada en Dios que en nosotros. Una oración de adoración... No
pensar demasiado, porque es estudio; no hablar demasiado, porque es prédica,
sino afectos del corazón... de modo que estemos verdaderamente presentes a
Dios. El está siempre presente a nosotros, pero nosotros no estamos siempre
presentes a El.
-Después de la acción hay que volver continuamente a la oración para encontrarse a sí mismo y
encontrar a Dios. Para darse cuenta, sin pasión, si en verdad caminamos en el camino divino,
para escuchar de nuevo el llamado del Padre, para sintonizar con las ondas divinas, para desplegar
las velas según el soplo del Espíritu Santo.
3. Jean Vanier (laico fundador de comunidades para personas con discapacidad:
El Arca): No estoy seguro de saber orar, pero estoy ahí, quiero estar ahí con
Jesús: mirándolo a él y él mirándome a mí. No hay palabras, sólo estar ahí. A veces
cabeceo y me quedo dormido una y otra vez en la oración. Es oración, ¿importa eso? Otras veces los
pensamientos rondan por mi cabeza. No muy interesantes. Entonces mi mente se calma nuevamente y
vuelve a mi alma un momento de quietud. Tal vez orar es sentarse y esperar, esperar un encuentro con
Dios que viene sin que sepamos el día ni la hora. La oración, para mí, es descansar en ese encuentro.
Es acoger a Dios en mi corazón. La oración se ha convertido para mí en una inmensa acción de
gracias. Un gran agradecimiento a Dios. (Carta del año 2013).
4. Pedro Casaldáliga (obispo del Mato Grosso-Brasil): Un agente de pastoral
que no haga individualmente siquiera media hora de oración diaria, además de
la que haga en equipo, no da la talla suficiente como agente de pastoral. Fuimos
mal educados en la oración. Porque se nos impuso una oración demasiado sistemática, que no contaba
con la persona de cada uno (única, irrepetible) ni con la vida, ni con la historia. También entiendo
perfectamente que en el ajetreo de nuestras vidas, y en la situación de emergencia, de conflictividad y
hasta de revolución de América Latina, y en ese diálogo y convivencia con los no creyentes (hermanos y
compañeros), fácilmente, por una especie de "respeto", hemos ido adoptando una actitud vergonzante
ante la oración. Hemos dejado a veces de hacer oración comunitaria porque había junto a nosotros
quienes no tenían fe, y a veces hemos acabado simplemente no haciendo oración, o justificándolo con
aquel tópico: "todo es oración”. Conozco comunidades que se fueron a pique por
dejar de hacer oración, según han reconocido ellas mismas después. No basta con "practicar" la
fe. Hace falta también proclamarla, y celebrarla y porque queremos construir y servir y realizar el
designio de Dios sobre la historia, también lo queremos y lo debemos y lo necesitamos celebrar,
22
anticipar gratuitamente. La oración es una de las actitudes fundamentales derivadas de la opción
fundamental. El cristiano es un orante. Tener fe y no orar es una forma de no
tener fe. La fe sin obras es fe muerta; la fe sin oración, también.
-En cuanto a la oración es necesaria una cierta ascética una cierta disciplina,
porque la oración no es algo instintivo, que "nos salga de dentro" sin más. La
oración exige su tiempo, y hasta su lugar, y hasta su instrumental. Si no se
impone uno una cierta disciplina, es la oración la que acaba saliendo
perjudicada. Hemos llegado a decir: "Todo es oración, la lucha también es oración". Pues no. La
lucha no es oración. Ni siquiera la lucha por la liberación. La lucha es la lucha. Y la oración es la
oración. Para mí eso está claro. En este punto debemos ser muy sinceros y hasta taxativos. Incluso
para responder a los otros. Pero es evidente que a medida que nos comprometemos con Dios, a medida
que nuestra amistad con él crezca, y a medida que más y mejor "tratemos de amistad con él", más
normalmente nuestra vida y nuestra lucha será oración. Iremos llegando a un punto de confluencia en
el que será muy difícil distinguir las aguas. Estaremos viviendo entonces en lo que los antiguos
llamaban "estado de oración". Yo doy testimonio de que hay muchas comadres que viven en ese estado
de oración, son contemplativas. La contemplación sería eso: haber llegado a una especie de "estado de
comunicación" con el Dios de Jesús, con el Dios de la creación, con el Dios de la Vida, con el Dios de
la liberación, con el Dios de los pobres, con el Dios de la muerte-hacia-la-vida... Un "estado de
comunicación" más o menos estable, permanente, natural, gratuito... a la vez
que esforzado y conquistado...
-De nuestra oración depende nuestra espiritualidad. Esto no es espiritualismo ni
desencarnación, aunque a alguien pudiera parecerle. Es realismo de fe. La oración debiera ser como la
de Moisés: subir y bajar, subir al monte Carmelo y bajar también. Nosotros fuimos educados en un
tipo de oración que sólo subía y no bajaba. El elevador de la oración nos dejaba ahí, en las nubes. Y
eso no nos sirve. Porque Dios no necesita de nuestra oración, ni está en las nubes. Los que
necesitamos de la oración somos nosotros, y los hermanos, que tampoco andamos por las nubes.
-Debemos vivir la oración, testimoniar la oración y también enseñar a orar. Los
discípulos le pidieron a Jesús: enséñanos a orar. Los agentes de pastoral deben enseñar a
orar. La pastoral de la oración. La oración de cada día, particular y comunitaria. Lo que se
quiere es vivir radicalmente contemplativos y radicalmente revolucionarios. Más aún, les desafío:
nosotros no seremos radicalmente revolucionarios si no somos radicalmente
contemplativos. (¿Qué es la oración? en El vuelo del Quetzal).
5. Jean Lafrance (sacerdote francés del siglo XX dedicado a la espiritualidad y a
la enseñanza sobre la vida de oración): No es posible enseñar a orar a otro, como tampoco
es posible enseñarle a amar, a alegrarse o a llorar. Sencillamente, hay que dejar que la vida trinitaria
respire en nosotros. Sólo el Espíritu Santo escondido en el fondo de nuestro corazón puede enseñarnos
a orar. La única cosa que podemos hacer, es disponernos a acoger el don de oración.
23
3. Dificultades y obstáculos en la oración:
Hasta ahora, no hemos dicho nada que no conociéramos. Todos podemos
dar cátedra acerca de la oración y su importancia. Sin embargo, seguimos siendo
aprendices de este arte. La primera lección que debemos aprender, nuestro primer
punto de partida es: NO SABEMOS ORAR. Sin esta convicción sincera, ya
estaríamos arrancando mal y yendo en otra dirección. Por eso, el mismo Espíritu
viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido;
pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (Rm 8,26).
Podríamos decir que nada es más fácil y accesible que la oración. La
podemos realizar en cualquier tiempo, lugar, espacio. Sin embargo,
paradójicamente, nos cuesta mucho rezar. La deseamos ardientemente, pero
también la posponemos y la rechazamos consciente o inconscientemente. Vamos a
enumerar algunas de estas dificultades concretas en la vida de oración:
1) No dedicarle el suficiente tiempo: nos cuesta encontrar un tiempo para la oración.
Generalmente la dejamos para lo último, cuando no nos queda mucha energía ni
ganas. No le dedicamos el tiempo suficiente, lo hacemos rápido, con interrupciones.
2) No predisponernos lo suficiente: nuestra mente, imaginación, memoria divagan por
distintos lugares, y no somos fieles a nuestro cuerpo que está frente al Señor. No
invocamos la asistencia del Espíritu Santo, vamos a ella como si fuera lo más normal
del mundo, cuando, en realidad, necesitamos entrar en una sintonía distinta. Nuestra
falta de silencio habitual, los estímulos externos, nuestra falta de hábito para la
oración, nuestra dispersión, nuestra ansia de bienestar, nos van haciendo aplazar,
posponer o no terminar de entrar en este tiempo del Señor.
3) La falta de metodología: no sabemos por dónde empezar, qué hacer, qué decir, qué
leer, vamos probando distintas maneras que no nos resultan y por eso la terminamos
dejando, porque nos resulta un espacio de aridez y desierto.
4) No romper el espejo: decía un sabio: cuando vayas a orar, rompe el espejo. Es decir, la
oración es un espacio de encuentro con el Tú de Dios y no un momento de
introspección, autoanálisis, examen de conciencia, autoevaluación. Como estamos tan
centrados en nosotros mismos, en nuestros sentimientos, necesidades, pensamientos,
nunca terminamos de romper este círculo que nos encierra y nunca salimos de
nosotros mismos. Usamos muchas veces la oración para pensar nuestras cosas y
entretenernos en nuestro mundo interior.
5) La expectativa de éxito: los frutos de la oración son a largo plazo, no los podemos ver
con tanta facilidad. Vivimos inmersos en un mundo eficiente que busca lo exitoso, los
resultados rápidos y visibles. La “eficacia” no es terreno de la oración. Los frutos hay
que buscarlos fuera de la oración, en la vida cotidiana, y luego de un camino largo de
oración perseverante y humilde. Estamos acostumbrados a lo rápido, lo inmediato,
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donde al apretar un botón se obtiene inmediatamente lo deseado. Estamos habituados
a las conexiones rápidas, a no esperar, a pasar de una cosa a la otra en un segundo, sin
llegar a hacer pie o a profundizar en ninguna. La oración tiene otra lógica.
6) No descubrir la necesidad de oración para nuestra vida cotidiana: si descubriéramos que sin
la oración no podríamos vivir, nuestra vida de oración sería muy distinta. Si nos
diéramos cuenta de que lo que buscamos en tantos lugares, lo podemos encontrar en
el Señor, ya hace tiempo que dedicaríamos las ganas, el entusiasmo y el tiempo
suficientes para orar cada día.
7) Nuestra búsqueda ansiosa de satisfacciones sensibles: la oración es una realidad de fe,
oscura muchas veces, confiada, sin demasiadas satisfacciones sensibles o resultados a
corto plazo. Esta aridez nos llega a repugnar y a incomodar. Comenzamos, pues, a
buscar excusas, justificaciones, ocupaciones, ideas para evitar la cruz de la oración.
8) Escaparnos de nosotros mismos y de Dios: a veces un libro, unas lindas ideas, nos pueden
hacer huir del Señor y no encontrarnos con Él, sino con pensamientos de Él. La
oración no es tener ideas lindas de Dios, o pensamientos interesantes de Dios. La
oración es encuentro, comunión de amor. La falta de oración trae consigo el orgullo,
la falta de escucha al prójimo, el aislamiento, la prioridad de nuestros criterios por
sobre los de Dios y de la Iglesia. De este modo, dejamos de ser hombres de Dios y
nos transformamos en funcionarios de Dios, hombres que saben muchas cosas de
Dios, y no testigos, enamorados del Señor.
9) No soltar las riendas, no soltar el control de nuestra vida: en nuestro ministerio estamos
acostumbrados a tomar decisiones, a conducir, a llevar las riendas de las cosas. La
auténtica oración consiste en una actitud totalmente contraria. La oración es
receptividad, escucha, disponibilidad. Si no dejamos caer las barreras, las defensas
de nuestra vida, Dios poco puede hacer en nosotros. La oración nos despoja de todo
protagonismo, nos vuelve a ubicar en nuestro verdadero lugar de creaturas, de hijos,
de discípulos. Si pretendemos, durante la oración, seguir teniendo las riendas de
nuestra vida, el control de las cosas, Dios poco podrá hacer.
10) La falta de gratuidad: la oración nos abre al tiempo sin tiempo, al estar por el simple hecho
de estar. La oración no tiene otro fin más que el de estar con el Amado. Busquen primero el
Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana;
el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción (Mt 6,33-34). La oración
es tiempo para buscar el Reino de Dios, sin pretender otra cosa. Nuestro progreso en
la gracia, nuestra renuncia al pecado, la sanación de nuestras actitudes, la luz para una
decisión: todo esto se nos dará por añadidura.
11) Una vida dispersa y desorientada: dice Segundo Galilea: El problema de nuestra oración está
ligado a nuestro modo de vivir. Hay estilos de vida, sin ningún control ni disciplina
personal, sicológicamente incompatibles con actividades que nos exigen el
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ejercicio de la fe, como la oración. Si ello no existe no tendremos la libertad necesaria para
un encuentro con Dios auténticamente contemplativo. Aquí adquiere valor especial el estilo evangélico
de nuestra vida, la lucha contra el mal, la abnegación y la ascética, la superación de las tentaciones.
Igualmente influye en la oración una vida afectiva sana, la capacidad para hacer silencio e
interiorizar, el dominio de nosotros mismos y el dominio de nuestra propia acción, (lo contrario a todo
esto se llamó en la espiritualidad tradicional el "activismo")... En suma, si es bien sabido que vivimos
según rezamos, es igualmente verdad que rezamos según vivimos.
4. Atentos al Espíritu, discerniendo métodos
para una meta común: el encuentro contemplativo:
Dice Segundo Galilea: Una consideración importante de la práctica de la oración se
refiere al método de oración. Este es un aspecto que tendemos a ignorar demasiado a menudo. Pero el
método es simplemente el ayudarnos, ayudar a nuestras facultades a concentrarse en Dios, a hacer la
"ruptura" entre el quehacer diario y la oración. A partir de la experiencia probada, las escuelas de
espiritualidad han ofrecido, y ofrecen, diversidad de métodos, a través de la historia. Ningún
método puede imponerse, porque depende mucho de cada persona, y de la
etapa de su vida. Con el subsidio de alguno de esos métodos, debemos llegar a un método
simple, personal, que no estorbe al Espíritu Santo, y al cual no nos apeguemos.
Pues los maestros del espíritu nos advierten que el método se hace más innecesario
cuando más se progresa en la oración, y que al permanecer atados a métodos y
prácticas cuando el Espíritu ha comenzado a dirigir e impulsar más
directamente la oración, es contraproducente. Pero aun en sus etapas más elevadas, la
oración mantiene su aridez, su cúmulo de distracciones, y la sensación de nuestra incompetencia. Es
que la oración tiene mucho del misterio de la fe y de Dios mismo. En la oscuridad y en la
incompetencia, Jesús nos ha pedido que oremos con constancia, sin desanimarnos. La oración cristiana
no es tanto lo que nosotros logramos o descubrimos, sino lo que Jesús hace a través de su Espíritu.
La ausencia de método, decíamos más arriba, es una de las causas
principales de nuestra aridez en la oración, o de la falta total de oración en nuestras
vidas. El uso de un método inadecuado también produce los mismos efectos en
nosotros. De ahí la importancia de discernir por dónde nos quiere llevar Dios en
este camino de la oración. Este discernimiento necesitamos realizarlo con otro
hermano que nos ayude a intuir por dónde nos quiere llevar Dios, de ahí la
importancia de la dirección espiritual en nuestras vidas.
Todos los autores de espiritualidad están de acuerdo en afirmar que la vida
de oración es un camino de crecimiento. Dice Segundo Galilea: La oración está
llamada a evolucionar y a progresar. Su tendencia es a simplificarse, a hacerse
cada vez más contemplativa y conducida por el Espíritu, menos discursiva y
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metódica, hacia una presencia (experiencia) de Dios percibida sólo en el
claroscuro de la fe y del amor. Generalmente nuestra oración parte de la repetición
de palabras aprendidas, de oraciones, de devociones. Ellas son el piso necesario
para elevar nuestro corazón a Dios. Este primer escalón nos fue llevando
necesariamente al segundo: el dejar de lado las palabras escritas y meditar
discursivamente en ellas. Las oraciones escritas, tanto de la tradición de la Iglesia,
como de la Biblia, son como trampolines para la meditación. Esta actividad suele
ser realizada preponderantemente por nuestra inteligencia que va uniendo
conceptos, ideas, pensamientos. La meditación nos da lugar para el tercer escalón
que consiste en la oración más afectiva. Es decir, los pensamientos brotados de la
lectura de palabras escritas, nos llevan al diálogo con el Señor. Allí le expresamos
nuestro afecto, le hablamos, le pedimos, agradecemos, nos entregamos. Aquí se
trata de una actividad más fuerte de la voluntad, acompañada de nuestros
sentimientos. Hay un paso más al que estamos llamados a dar: el cese de las
palabras, pensamientos y conceptos, para simplemente estar con el Amado,
gozando, descansando en Él. A esta etapa la llamamos la contemplación que, a su
vez, consta de varios estadios. Por distintas causas históricas, la contemplación, en
los últimos siglos de la Iglesia, se fue relegando a los espacios monásticos,
volviéndola inaccesibles a laicos y consagrados. Sin embargo, la contemplación es
la meta común de todo bautizado, ya que estamos llamados a vivir desde ahora, lo
que será nuestra mayor actividad en el cielo.
Si somos fieles a la práctica de la oración, el mismo Espíritu se encarga de
irnos sugiriendo sutilmente el paso de una etapa a otra. En nuestros primeros años
de vida cristiana, solíamos ir a la oración con libros, escritos y abundante
bibliografía. Luego, con el tiempo, hemos sentido la necesidad de dejarlos a un
lado, para sacar nuestras propias conclusiones, descubriendo luces para nuestra
vida, ideas, matices nuevos de Dios y su Palabra. Esto nos fue llevando al diálogo
con el Señor, a la súplica, la intercesión por otros, el pedido de perdón, la alabanza,
la acción de gracias.
Hay un momento muy importante al que debemos atender y es cuando el
Espíritu nos sugiere dejar a un lado las palabras (lectio), los pensamientos
(meditatio) y el diálogo (oratio). Sin demasiada explicación, comenzamos a sentir
un cierto rechazo, pesadez, aridez ante las palabras e ideas. Tenemos una sed de
oración, no es que no la queramos hacer, sin embargo, nuestro modo ordinario de
realizarla nos ahoga, nos desalienta, no nos comunica. Comenzamos a necesitar
una mayor simplicidad y silencio, simplemente deseamos estar con el Señor. Las
palabras, pensamientos y diálogos comienzan a estorbar en este encuentro. Es ahí
27
cuando debemos estar atentos para responder a este llamado a una oración más
simple, profunda y contemplativa. Puede ser que, a veces, nos suceda lo contrario.
El silencio nos empieza a estorbar, se nos hace por momentos insoportable. Tal
vez, Dios nos invite a bajar un escalón, con humildad, volver a algún libro que
vuelva a encender nuestro fervor.
No nos cansaremos de insistir que el desconocimiento de esto, puede
hacernos llevar a descuidar o abandonar la oración. Es como elegir el calzado más
adecuado para una peregrinación. Durante la marcha, vamos necesitando dejar un
tipo de calzado, para buscar otro más adecuado. Lo importante es la meta y no el
medio para alcanzarla. La inadecuación del calzado puede provocar el abandono
del camino. De ahí la necesidad de la sabiduría de un padre espiritual que nos
ayude a discernir nuestro estado actual y las insinuaciones de Dios.
Resumimos este camino con palabras de un monje benedictino de nuestros
días, fundador de un método de oración contemplativa, llamado oración centrante.
Dice Thomas Keating: La lectio divina es la forma más tradicional de cultivar la oración
contemplativa. Pilar de la práctica cristiana monástica desde los primeros días, que consiste en
escuchar los textos de la Biblia como si se conversara con Dios y éste sugiriera los temas del diálogo.
Quienes siguen el método de la lectio divina cultivan la capacidad de escuchar la palabra de Dios
en niveles de atención cada vez más profundos. La oración espontánea es la respuesta normal a su
relación creciente con Cristo y el don de la contemplación es la respuesta normal que Dios les da. La
parte reflexiva, la meditación en las palabras del texto sagrado en la lectio divina, se llama
meditatio, meditación discursiva. El movimiento espontáneo de la voluntad en respuesta a esas
reflexiones se llama oratio, oración afectiva. A medida que esas reflexiones y actos particulares de
voluntad se simplifican, uno tiende al descanso en Dios o contemplatio, contemplación. Estos tres
actos – meditación discursiva, oración afectiva y contemplación – podían todos ellos tener lugar
durante el mismo periodo de oración. Están entrelazados. Uno puede escuchar al Señor como si
compartiera una entrevista privilegiada y responder con reflexiones personales, con actos de voluntad o
con el silencio –con la atención extática de la contemplación -. La práctica de la oración contemplativa
no es un esfuerzo por dejar la mente en blanco, sino por ir más allá del pensamiento discursivo y de la
oración afectiva, hasta el nivel de la comunión con Dios, que es una forma de
intercambio más íntima. En las relaciones humanas, a medida que el amor mutuo se
profundiza, hay un tiempo en que las dos personas amigas comunican sus sentimientos sin palabras.
Pueden sentarse en silencio compartiendo una experiencia o simplemente disfrutando de la presencia
del otro sin decir nada. El gesto de tomar la mano de la otra persona o una simple palabra de vez en
cuando pueden mantener esta comunicación profunda. Esta relación de amor apunta al modo de
silencio interior que se desarrolla en la oración contemplativa. La meta de la oración contemplativa no
es tanto el vacío de pensamientos o de conversación como el vaciamiento del yo. En la oración
contemplativa dejamos de multiplicar las reflexiones y los actos de la voluntad. Emerge una forma
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diferente de conocimiento arraigado en el amor en la que la conciencia de la presencia de Dios
suplanta a la conciencia de nuestra propia presencia y a la tendencia habitual a reflexionar sobre
nosotros mismos. La presencia de la experiencia de Dios nos libera de hacer de nosotros mismos o de
nuestra relación con Dios el centro del universo.
5. Hacia una oración contemplativa:
a) Fundamentos de la oración contemplativa:
En los últimos años, gracias al encuentro de Occidente con Oriente, las
tradiciones de ambas Iglesias comenzaron a enriquecerse mutuamente. A su vez,
las tradiciones místicas de otras religiones orientales fueron mostrando sus
riquezas, que fueron acogidas originalmente por Occidente. Comenzaron así,
varios intentos muy valiosos por recuperar la oración del Nombre de Jesús, tan
recomendada y vivida por los Padres del Desierto y desarrollada en la Filocalia y
en los Relatos del Peregrino Ruso. Esto ayudó a “desempolvar” escritos de otros
padres y revalorizar el escrito anónimo del siglo XIV: La nube del no saber. Todo
esto contribuyó no sólo a revalorizar la oración contemplativa y el silencio,
dejando de lado el pensamiento más racional y conceptual, sino que también
impulsó a crear nuevos métodos sencillos de oración contemplativa cristiana de los
que se valen muchos cristianos para su vida de oración. Esto contrarrestó el éxodo
creciente de tantos fieles hacia tradiciones no cristianas, en busca de mística y de
métodos de contemplación, que no encontraban en su propia tradición católica.
Esta vuelta a la contemplación sigue despertando aún algunos temores y
sospechas en el seno de la misma Iglesia. No faltó quien tachó a todo este
movimiento de panteísmo, New Age, etc., desconociendo de este modo toda la
tradición mística de la Iglesia, que tienen por exponentes a San Juan de la Cruz y
Santa Teresa de Jesús, que son las principales fuentes de las que se nutren dichos
autores. De ahí que nos parece valioso citar al Catecismo, como para dar una
mayor tranquilidad a los más escépticos:
2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta
movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón
y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar
“los misterios de Cristo”, como en la “lectio divina” o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante
es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento
del amor del Señor Jesús, a la unión con El.”
III LA ORACION DE CONTEMPLACION
2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: No es otra cosa oración mental, a mi parecer,
sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
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sabemos nos ama. La contemplación busca al amado de mi alma. Esto es, a Jesús y en El, al
Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura,
esta fe que nos hace nacer de El y vivir en El. En la contemplación se puede también meditar, pero
la mirada está centrada en el Señor.
2711 La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: “recoger” el corazón,
recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que
somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel
que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que
nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar.”
2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una
gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es
una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (Cf. Jr 31, 33). Es
comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, “a su semejanza”.
2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. “Yo le miro y El me mira”, decía en
tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a El
es renuncia a “mí”. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los
ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los
hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende
así el “conocimiento interno del Señor” para más amarle y seguirle.
2717 La contemplación es silencio, este símbolo del mundo venidero o amor silencioso. Las
palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor.
En este silencio, insoportable para el hombre exterior, el Padre nos da a conocer a su Verbo
encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús
2721 La tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración
vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento del corazón.
2722 La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana,
asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el
“Padre Nuestro” a sus discípulos.”
2723 La meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la imaginación,
la emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, que es
confrontada con la realidad de nuestra vida.
2724 La oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una
mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la
unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de su misterio.
b) Animarnos a dar el salto a la oración contemplativa:
Antes de entrar de lleno en la oración contemplativa, debemos animarnos a
dar el paso de abandonar lo conocido para abrazar lo desconocido. Entrar en la
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inseguridad de la fe desnuda y pura. Dice Thomas Keating: En nuestro tiempo hay dos
cosas que más se oponen al paso de la meditación discursiva al silencio interior. La primera es la
hiperactividad – pensar que tenemos que hacer algo en la oración para complacer a Dios-. La
segunda es una conceptualización excesiva, un riesgo especial para los que han recibido una
formación especializada, y más aún para quienes han recibido una formación teológica especializada.
Han asimilado gradualmente la idea de que pensar sobre Dios es orar. No lo es en absoluto. Los
métodos de oración contemplativa son una forma de capacitar a nuestros contemporáneos a fin de que
superen esos dos obstáculos culturales principales para su desarrollo en la oración.
Superados estos dos obstáculos, podemos animarnos a hacer este paso en
cualquier tipo de oración que realicemos. Ya sea cuando estemos con la Palabra, el
Breviario o el Santo Rosario. Escuchemos nuevamente a Thomas Keating: Al igual
que sucede en la lectio divina, en el rosario hay un movimiento inherente de la reflexión al
simple descanso en Dios. Imagínate que dedicas media hora al rosario cada día. Supón que
mientras reflexionas sobre los misterios, sientes una atracción interior a guardar silencio
en presencia de Nuestra Señora y asimilar únicamente la dulzura de su presencia con tu
espíritu interior. Podrías sentir la cercanía de la divina presencia en tu interior de la misma manera
que la proximidad de Nuestra Señora. Esto es lo que quiere decir con el término “descansar en
Dios”. El camino hacia la contemplación es ir más allá de las oraciones vocales
y más allá de la reflexión cuando sientes la atracción de guardar silencio. Éste es
el momento en que deberías sentirte libre para dejar de decir las oraciones vocales y seguir la
atracción de quedarte callado, porque tanto las oraciones vocales como la meditación
discursiva están destinadas a conducirnos gradualmente a ese lugar secreto y sagrado. Éste es el único
propósito. Muchos no lo comprenden y piensan que tienen que rezar un número
determinado de misterios o un número determinado de oraciones. Éste no es
el propósito del rosario. Cuando te comunicas con un amigo o un ser querido, la conversación
ha de ser espontánea y cuando te sientes inclinado a descansar en el otro, tienes que permanecer en
silencio. Si la otra persona habla o si tú dices algo, se rompe ese nivel particular de comunicación y
volvéis a la conversación. Cuando pasa la sensación de descansar en Dios, puedes volver a tu
recitación del rosario donde lo dejaste. Si no tiene tiempo para ello, no importa. No hay ninguna
obligación de terminar nada. En realidad la compulsión a completar un cierto número de oraciones
vocales dificulta la espontaneidad de la oración contemplativa. Es necesaria la libertad interior para
seguir el movimiento de Espíritu tanto en nuestras reflexiones como en nuestra relación con la
comunicación silenciosa. Esta libertad es renovadora. Conozco a muchas personas que han aprendido
a rezar el rosario de esta forma. Pero también tenemos que enseñar a otros a orar de esta forma.
Muchos se sienten atraídos a permanecer en silencio a pesar de sí mismos o
por casualidad, y se sienten culpables porque no completan el número fijado
de oraciones vocales. El Espíritu los lleva a ese espacio sosegado, pero
involuntariamente en ocasiones se oponen al Espíritu, que los lama al silencio,
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por causa de sus ideas preconcebidas. En ese descanso oímos la palabra de Dios en el
nivel más profundo, somos incorporados a Jesucristo y comenzamos a asimilar lo que Pablo
llama la “mente de Cristo”, que se podría resumir como la experiencia del espíritu y las
bienaventuranzas. Cuando los frutos del Espíritu se desbordan en nuestra vida diaria,
experimentamos la plenitud real de la vida cristiana. Entonces la oración alimenta
constantemente nuestra actividad diaria. Nuestro apostolado o nuestro
ministerio –incluyo la vida familiar, la paternidad y la maternidad entre los ministerios más
grandes de la vida cristina- se harán más efectivos. Todo el propósito del rosario es conducir a esta
experiencia profunda de Nuestra Señora, que junto con Jesús infunde el Espíritu en nosotros. Lo
que importa es la calidad de la oración y no tanto la cantidad. El desarrollo de la fe
y del amor es el fruto de la reflexión en los misterios del rosario y, especialmente, del descanso en ellos.
La oración es obra de Dios y no nuestra. Está en nosotros procurar el
tiempo, el espacio, la predisposición, el ánimo. Nuestra actividad será quitar todo
obstáculo al trabajo de Dios en nosotros, no resistir a su gracia. Por tanto, si el
Espíritu nos conduce al silencio, al descanso profundo, a la mirada amorosa y
reposada, no hemos de ofrecer resistencia. Todo método ha de ser relegado, ya que
estamos tocando la meta de nuestra oración, el encuentro silencioso, sin palabras ni
ideas, experimentando la presencia mutua, en la comunicación amorosa. Es ahí
cuando debemos quitarnos las sandalias, ya que pisamos tierra sagrada. Quitarse
el calzado es un símbolo del abandono de todo método ya que, en esos momentos,
están de más y pueden entorpecer el encuentro.
c) El valor del silencio: ordenar la vida, ritmarla:
Corresponde a cada persona encontrar el tipo de oración que más le
conviene para mantener la guarda del corazón y la comunión continua con la
presencia del Señor. Así, en estado de atención, muchos de los actos que repetimos
cotidianamente podrían convertirse en "religiosos": desde lavarse los dientes,
limpiar los zapatos, ducharse, beber la taza de café, caminar, realizar un recorrido
diario en coche o en colectivo... Pero, para conseguir esta "guarda del corazón",
hoy más que nunca, tenemos que reservar tiempos y espacios de silencio, y
tenemos que ayudarnos comunitariamente a hacerlo. Hay que tener la valentía de
buscar el silencio si no queremos vivir jornadas kleenex, es decir, ir consumiendo
nuestros días a base de "usar y tirar" en la papelera de nuestra memoria, sin darnos
ocasión de agradecer y de interpretar lo que se nos da a vivir. A menudo se oye
decir que "lo urgente no nos deja hacer lo importante". Pues bien, el silencio de la
oración no sólo pertenece al orden de lo importante, sino a lo esencial, si queremos
humanizar y divinizar nuestra existencia, es decir, personalizarla.
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Dice Mons. A. Bloom: En la vida del cura de Ars, Juan María Vianney, hay una
historia de un viejo campesino que acostumbraba a pasar horas y horas sentado en la capilla sin
moverse y sin hacer nada. El sacerdote le preguntó: “¿Qué haces todas estas horas?” El viejo
campesino respondió: “Yo le miro, él me mira, y estamos contentos”. Esto solo se puede alcanzar si
aprendemos a vivir en silencio. Empieza con el silencio de los labios, con el silencio de las emociones, el
silencio de la mente, el silencio del cuerpo. Pero sería un error imaginar que podemos empezar por lo
más alto, con el silencio del corazón y la mente. Debemos comenzar por silenciar nuestros labios, por
silenciar nuestro cuerpo en sentido de aprender a estar quietos, a dejar la tensión, no para caer en el
fantaseo y vaguedad, sino, usando la fórmula de uno de nuestros santos rusos, para ser como la cuerda
del violín, afinada de tal modo que pueda dar la nota adecuada, sin estar tan tensa que amenace
romperse, ni tan poco que solo haga un ruido sordo. Y desde ahí debemos aprender a escuchar al
silencio, a estar absolutamente quietos y, más a menudo de lo que imaginamos, podemos descubrir que
las palabras del libro de la Revelación son verdad; “Estoy a la puerta y llamo”.
6. La oración del corazón o del Nombre de Jesús
como oración continua
1. La oración continua en el corazón, lugar de unificación y de unión:
En el libro del Deuteronomio ya encontramos un anticipo de esta oración:
Escucha, Israel. Yahveh nuestro Dios es el único. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te he dicho hoy. Se las
repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como
levantado; las atarás a tu mano como una señal y serán como una insignia entre tus ojos (Dt 6,48). La piedad judía se transforma en mística cristiana en el Evangelio de Juan:
Permanezcan en mí y yo permaneceré en ustedes. Ustedes no pueden dar fruto si no están en mí. El
que está en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada (Jn 15,4-5).
Este estar o permanecer ("menein", en griego) aparece 45 veces en el Evangelio de
Juan, y es su verbo teologal por excelencia. Este permanecer en Dios por el don de
la oración continua no es una técnica, sino un estado, es una gota persistente de
presencia divina que nos va penetrando y transformando. Es un estado de
amor, una tensión sin esfuerzo, un deseo loco hacia Aquel que ya habita
plenamente en nosotros. En diferentes pasajes de los Evangelios encontramos
antecedentes remotos de la oración del nombre de Jesús: en Bartimeo, el ciego de
Jericó, invocando a Jesús que pasaba por el camino (Mc 10,46-52); en los dos
ciegos que claman a Jesús (Mt 9,27-31); en los leprosos (Lc17,11-19)... La fórmula
clásica de esta oración es: "Señor Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí, que
soy un pecador".
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La primera parte, "Señor Jesús, Hijo de Dios", se basa en la importancia
bíblica del Nombre, una característica que encontramos también en otras culturas
donde el nombre de la persona revela su identidad. Le pondrás por nombre Jesús,
porque salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1,21), se le dice a José. Iesous
viene de Je(ho)schouah (Josué), un nombre poco común que significa: Dios salva,
Dios es salvación. La salvación que nos trae Jesús es liberarnos de cerrarnos en
nosotros mismos. Al nombre de Jesús, los demonios se someten (Lc 10,17). Todo
lo que pidan en mi nombre, se los concederé (Jn 14,14; 15,16; 16,24). Ahora bien,
invocar su nombre no puede confundirse con una formula mágica. Su nombre sólo
tiene poder cuando uno se despoja de todo poder. Sólo así se puede revelar su
gloria. La segunda parte de la oración ten compasión de mí, que soy un pecador
abre nuestra pobreza a la gracia, como ocurrió con el publicano (Lc 18,13).
La oración del corazón requiere una cierta técnica físico-psíquica: hay que
repetir sin cesar y acompasando la repetición con la respiración. Primero, hay que
repetirla en voz alta. Después se convierte en una especie de eco interior. Así lo
expresa el autor anónimo de los Relatos de un peregrino ruso: Al cabo de poco rato,
sentí que la propia oración empezaba a entrar en mi corazón, es decir, que mi corazón, al tiempo que
latía con normalidad, recitaba en su interior las palabras de la oración con cada latido, por
ejemplo:1) Señor, 2)Jesús, 3)Hijo de Dios, 4)ten compasión de mí, 5)que soy un pecador. Dejé de
decir la oración con los labios y puse toda mi atención en escuchar cómo hablaba el corazón (...)
Después, empecé a sentir un ligero dolor en el corazón, en el espíritu, tanto amor por Jesucristo que
me parecía que, si lo hubiese visto, me habría lanzado a sus pies, los habría abrazado, besándolos
dulcemente hasta las lágrimas, agradeciéndole el consuelo que nos da con su nombre, su bondad y su
amor hacia la criatura indigna y pecadora. Y a continuación, otro testimonio extraído de la
Filocalia: Si la mente invoca continuamente el nombre del Señor y el espíritu presta atención
claramente a la invocación del nombre divino, la luz del conocimiento de Dios, como una nube de luz,
cubre toda el alma. El amor y la alegría siguen al amor perfecto de Dios. Tal vez el resumen
más bello de lo que genera la oración del corazón sea lo que dijo San Juan
Crisóstomo: El corazón absorbe al Señor, y el Señor absorbe al corazón, y los dos se hacen uno.
Ahora bien, es bueno aclarar que la intimidad no es cerrarse, sino todo lo
contrario: apertura máxima. Desde el centro del corazón, el orante se abre al
corazón de la realidad. La oración es personal, pero nunca individual, es decir,
nunca al margen de los demás. En el Monasterio de San Juan Bautista, fundado por
el Archimandrita Sofronio, discípulo de San Silvano del Monte Athos, la fórmula
de la oración de los monjes se recita siempre en plural: Jesús, Hijo de Dios, ten
misericordia de nosotros, pecadores. Este nosotros incluye a todo el mundo,
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porque, de hecho, cuando oramos, nunca oramos solos, sino que lo hacemos en
nombre de los que no pueden o no saben orar.
2. El método de la oración del corazón:
La Invocación del Nombre es una oración de suma sencillez, accesible a todo cristiano, pero
conduce al mismo tiempo a los misterios más profundos de la contemplación. No se requiere ningún
conocimiento especializado o entrenamiento antes de comenzar la Oración de Jesús. Basta decir al
principiante: «Simplemente empieza. Para andar, es preciso dar un primer paso; para
nadar se debe uno echar al agua. Es lo mismo con la Invocación del Nombre.
Empieza a pronunciarlo con adoración y amor. Aférrate a él. Repítelo. No pienses que
estás invocando el Nombre; piensa sólo en Jesús. Di su Nombre lentamente,
suavemente y tranquilamente.» La forma externa de la oración se aprende fácilmente. No hay,
sin embargo, una estricta uniformidad. La fórmula puede abreviarse diciendo «Jesús» solamente. A
veces se inserta una invocación de la Madre de Dios o los santos. El único elemento esencial e
invariable es la inclusión del divino Nombre «Jesús». Cada uno es libre de descubrir a través de la
experiencia personal la forma particular de palabras que responde más íntimamente a sus
necesidades. La fórmula precisa empleada puede por supuesto variar de vez en cuando, siempre que no
se haga demasiado a menudo: ya que, como advierte San Gregorio del Sinaí, «Los árboles que son
repetidamente trasplantados no echan raíces.»
Existe una flexibilidad similar por lo que respecta a las circunstancias externas en las
cuales se recita la Oración. Pueden distinguirse dos maneras de uso de la Oración, la «libre» y la
«formal». Se entiende por uso «libre» la recitación de la Oración cuando estamos
ocupados en nuestras actividades habituales a lo largo del día. Puede decirse, una o
más veces, en los momentos aislados que, de otra manera, estarían espiritualmente desaprovechados:
cuando se está ocupado con alguna tarea familiar y semiautomática como el vestirse, lavar los platos,
zurcir calcetines, o remover la tierra en el jardín; cuando paseamos o conducimos, cuando esperamos
en la cola del autobús o en un atasco de tráfico; en un momento de tranquilidad antes de alguna
entrevista desagradable o difícil; cuando no podemos dormir, o antes de haber recobrado la consciencia
plena al despertar. Parte del valor distintivo de la Oración de Jesús reside precisamente en el hecho de
que, debido a su radical sencillez, puede rezarse en condiciones de distracción cuando
son imposibles otras formas de oración más complejas. Es especialmente útil en
momentos de tensión y de gran ansiedad. Este uso «libre» de la Oración de Jesús nos
capacita para llenar el hueco entre nuestros «momentos de oración» explícitos -ya sea en los oficios de
la iglesia o en nuestra propia habitación- y las actividades normales diarias. «Orad sin cesar», insiste
San Pablo (1 Ts 5,17): pero, ¿cómo es esto posible ya que tenemos muchas otras cosas que hacer
también? El Obispo Teófano indica el método en su máxima: «Las manos en el trabajo, la
mente y el corazón con Dios.» La Oración de Jesús, que llega a ser casi habitual e inconsciente
por la repetición frecuente, nos ayuda a estar en la presencia de Dios dondequiera que estemos, no sólo
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en el santuario o en soledad, sino en la cocina, en la fábrica, en la oficina. «Es un gran engaño –
señala el Hermano Lorenzo- imaginar que el tiempo de oración debería ser diferente de
cualquier otro, porque estamos igualmente destinados a estar unidos a Dios por el
trabajo en el tiempo del trabajo que por la oración en el tiempo de oración.»
La «libre» recitación de la Oración de Jesús se complementa y fortalece por el uso
«formal». En este segundo caso concentramos toda nuestra atención en decir la Oración, excluyendo
toda actividad externa. La Invocación forma parte del «tiempo de oración» específico que reservamos
para Dios cada día. Normalmente, junto con la Oración de Jesús, también usaremos en nuestro
tiempo «fijo» otras formas de oración tomadas de los libros litúrgicos, junto con lecturas de los Salmos
y de la Escritura, intercesión, etc. Algunos pueden sentirse llamados a una concentración casi
exclusiva en la Oración de Jesús, pero esto no le sucede a la mayoría. De hecho, muchos prefieren
simplemente emplear la Oración en el modo «libre» sin usarla «formalmente» en su tiempo «fijo» de
oración; y no hay nada preocupante o incorrecto en ello. Ciertamente el uso «libre» puede existir sin el
«formal». (El poder del Nombre: La Oración de Jesús en la Espiritualidad Ortodoxa, Kallistos
Ware, Obispo de Diokleia).
3) Algunos beneficios de esta oración:
La repetición continua del Nombre de Jesús en nuestras actividades
cotidianas nos ayuda a unificar nuestra vida, a darle una mayor motivación a lo que
hacemos. Su repetición constante nos trae la presencia de Cristo en cada detalle y,
a su vez, nos con-centra, para estar nosotros presentes en lo que hacemos, dejando
de lado toda ansiedad y apuro. El poder del Nombre de Jesús vence las tentaciones,
los pensamientos negativos, destructivos, venenosos. Nos ayuda a andar en la
presencia de Dios, a descubrirnos en su Nombre, en su Vida, de tal modo que
podamos decir como San Pablo: ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.
A su vez, este tipo de oración, sobre todo la que anteriormente hemos definido
como uso libre, nos ayuda a unir más nuestra vida con nuestra oración. Si bien
nuestra mente no puede estar del todo atenta a cada invocación de Jesús (al estar
realizando otra actividad), sin embargo, con el tiempo, el Nombre de Jesús se
convierte en la atmósfera en la que realizamos nuestra vida, en el telón de fondo de
todas nuestras actividades. De este modo, nos ayuda a evitar lo que es tan común
en nosotros, la separación entre vida activa y vida de oración, entre vida pública y
vida privada, entre ministerio e identidad, entre el ser y la función.
Dice Jean Lafrance: La práctica constante del Nombre de Jesús nos ayuda a filtrar los
pensamientos. Dentro de nosotros se dan una ola de deseos, de impresiones interiores, y de
acontecimientos externos que nos meten en un torbellino. Sin embargo estamos bautizados, el Espíritu
Santo habita en nosotros, y Cristo vive en nuestros corazones por la fe. Por eso avivemos el recuerdo
siempre fresco de la fuente de la que hemos nacido y volvamos a sumergir en ella nuestros deseos y
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nuestras impresiones, para que todo nuestro ser quede impregnado de la vida del Espíritu.
Desarrollemos el recuerdo vivo del Señor Jesús en el interior mismo de estos
pensamientos para que él los purifique. Los Padres del desierto hablan a este propósito de
la vigilancia y de la guarda del corazón. La conciencia, armada con el nombre de Jesús, adquiere la
costumbre de escrutar atentamente los logismoi, los pensamientos, pero no los pensamientos
cerebrales, sino los pensamientos como impulsos germinativos que pueden convertirse en obsesiones: si
esos pensamientos son buenos, se les reviste del nombre, de Jesús; si son malos, se les destruye. Y esto
sobre todo de noche; por eso es tan importante el sueño. Cuando todo está tranquilo,
la conciencia habitada por el nombre de Jesús, se coloca junto al abismo del corazón, que es el
subconsciente, y cuando sube un pensamiento, el germen de una actitud existencial, la conciencia lo
examina para acogerlo o destruirlo: La invocación facilita la guarda del corazón. Cuando un
pensamiento, en el sentido evangélico, aflora al subconsciente, es preciso, antes de que se haga obsesivo,
aplastar con el Nombre la sugestión diabólica y transfigurar la energía así liberada revistiéndola del
mismo Nombre. San Juan Casiano explica muy bien que hay que invocar el
nombre de Jesús en el momento de dormirse, para que la oración penetre el
sueño. Los que son débiles y no pueden practicar metódicamente la guarda del
corazón, deben confiarla a la sangre eucarística, dice Nicolás Cabasilas. Desde este punto de
vista esta actitud es continua como la oración. Es como un ejercicio de presencia de Dios, no exterior a
la acción que estamos llevando a cabo ni a nuestras condiciones de vida. Se realiza en la acción de
cada momento purificando los motivos y dirigiendo nuestra intención hacia Dios. Más que
presencia de Dios, es cooperación a la acción de Dios en nosotros. Así, en nuestra
debilidad, experimentamos la fuerza de la gracia a condición de que objetivemos esta debilidad y la
reconozcamos en una toma de conciencia lúcida. Al aceptar vernos como somos, nos abandonamos a
Dios en la confianza. Si se nos presenta una dificultad, no permanezcamos a su nivel. Realicemos un
despegue inmediato para examinarla con Dios. Si se trata de una molestia inútil o imaginaria
(miedo), aparecerá así a la luz y desaparecerá por sí misma: «Creo que en las cosas muy
importantes no se superan los obstáculos. Se les mira con fijeza todo el tiempo que
sea necesario hasta que, en el caso de que procedan de los poderes de la ilusión,
desaparecen» (S. Weil). Nunca se evita una dificultad huyendo de ella, sino
adentrándose en ella, pues el germen de la liberación se encuentra en el fondo.
Si es una verdadera dificultad, hay que tratar de medirla desdramatizándola. Hay que aceptar
siempre vivirla hasta el final sin tratar de escapar, aunque nos resulte
demasiado difícil. Hay que buscar que en nuestras manos vacías, Dios ponga
las fuerzas deseadas. Esa es la dinámica de la confianza. En la debilidad,
experimentamos así la presencia y la acción del Señor. De aquí la importancia de la
oración de Jesús que coloca a Cristo en el centro de nuestro ser de hombres: «Que mi humanidad
se convierta en un campo experimental para el Espíritu Santo» (Teilhard de Chardin). Es
un recuerdo constante y purificador del Señor Jesús: «Cuando padezco una amargura en mí,
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pongo esta amargura entre Dios y yo y le pido hasta que la transforma en dulzura.» Se
trata de hacer llegar esta amargura a la conciencia clara y colocarla ante el
Señor para que transforme el obstáculo en medio. De este modo, trasladamos toda
nuestra existencia a Dios con toda su complejidad. Esto debe convertirse en una actitud corriente en
la vida, obra a la vez de la gracia y cooperación a la gracia en la vida concreta que llevamos. Es algo
interior al minuto que vivimos, para experimentar la presencia de Dios en el acontecimiento. Ahí se
sitúa la verdadera unión con Dios en la acción. La oración de los labios, aun pronunciada
sin gusto, puede encender en el corazón una oración de fuego. Para el salmista, el
justo medita y ora con la boca: «la boca del justo susurra sabiduría» (Sal. 37,30), lo que es
bastante desconcertante para un occidental que ora sobre todo con la cabeza. Sabemos perfectamente
que hay una interacción entre el cuerpo y el alma y que ciertas actitudes corporales (como la repetición
constante del Nombre de Jesús) favorecen o hacen surgir la oración.
4) Algunas actitudes para vivir mejor esta oración:
a) Practicarla más que pensarla: de una carta escrita en el siglo 19 por una
comunidad de monjes del Oriente: ¡Nuevamente mi alma busca algo nuevo sobre el camino de
la contemplación! Nuevamente se esfuerza por encontrar el modo de ser persuadida, de descubrir los
métodos más simples para entrar constantemente en ella misma. No deja de leer, de imaginar,
de preocuparse por elegir lecturas sobre esto. ¿Cuándo esta desenfrenada
agitación se transformará en una actividad constante y en la concretes de una
tranquila ocupación?... ¡Cuántas veces has experimentado que los preparativos
para la oración te han hecho sólo perder tiempo! El pensamiento que dice: “Leo esto
y el espíritu se me inflamará; escribo esto otro e inmediatamente me pongo a orar”,
este pensamiento es la voz de la pereza y el engaño del enemigo… En verdad, si bien la
lectura de libros sobre la oración es una gran ayuda para la oración, como han
afirmado los padres, es necesario sin embargo que no supere en duración el
ejercicio mismo de la oración. Si las personas santas han sacado más provecho
por orar y no por las muchas lecturas, significa pues que tenemos necesidad de
dedicarnos más tiempo a la oración. Si la oración del corazón nos cansa, podemos
dedicarnos a la oración vocal. Pero para que la oración se nos haga siempre más familiar e íntima,
debemos cuanto nos sea posible negarnos a nosotros mismos, no rechazar ningún impulso a la oración
y no soñar empresas terrenas. ¡Presta atención a esto! Y cada día renueva tu decisión por la oración.
b) Abrazar lo sencillo del método: dice un monje cartujo: Esto es sencillo. Es
infinitamente sencillo. Y eso es, tal vez, lo que hace la cosa tan difícil para mí. Se parece un poco a la
historia de Naamán el Sirio que estaba dispuesto a someterse a cualquier tipo de pruebas difíciles
pero que no aceptaba la idea de que Dios le podía curar tan solo con bañarse en el Jordán fiándose de
la palabra de Eliseo. Me gustaría mucho que me dijeran que la calidad de mi
encuentro con Dios es obra mía. Serían mis cualidades, mis virtudes, las que
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agradarían a Dios y le atraerían a mi corazón. Gracias a mis esfuerzos yo
llegaría a ser santo a mis propios ojos y ante los ojos del Todopoderoso. ¿No nos
seduciría este programa, a pesar de ser costoso y exigente? Sin embargo ¿no es éste el sentido de la
primera de las bienaventuranzas? “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el
Reino de los cielos” (Mt 5,3). ¿Que Reino es éste sino el que pedimos una y mil veces en el
Padrenuestro? “Padre, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino”. El reino que se nos
propone es poder glorificar el nombre del Padre; poder decirle que él es verdaderamente nuestro Padre
porque nos engendra como a hijos suyos. Pero, para esto, hay que ser pobres y nosotros tenemos miedo.
Estamos expuestos a la tentación del joven rico que se retiró hundido en la tristeza porque poseía
grandes riquezas. Y aunque todas nuestras riquezas sean falsas, nos sentimos seguros teniéndolas
porque en lo más profundo de nosotros mismos tenemos miedo a ser pobres en
espíritu. Tal vez éste es el principal obstáculo que nos disuade de entregarnos a la oración del
corazón. Parece que es algo que está por encima de nuestras fuerzas presentarnos ante Dios sin tener
nada más para ofrecerle que nuestra pobreza, una pobreza que nos da miedo porque es
la de nuestras heridas, nuestra extrema indigencia espiritual, nuestra
incapacidad para franquear por nuestras solas fuerzas la distancia que nos
separa de la santidad de Dios.
c) Cantidad y no calidad: de una carta escrita en el siglo 19 por una
comunidad de monjes del Oriente: De todo esto resulta que a nosotros nos queda orar
frecuentemente. La cantidad es dada justamente por nuestra voluntad,
mientras que la calidad y la perfección de la oración dependen completamente
de la gracia de Dios. La cantidad, en efecto, atrae también la calidad, como observan los santos
padres de la Iglesia. ¡Así, recemos lo más a menudo que nos sea posible! ¡Decidámonos absolutamente
a dedicar el tiempo de nuestra jornada más a la oración que a los otros ejercicios! ¡No dejemos ni un
solo recuerdo de la oración en la mente, ni un solo impulso en el espíritu sin sumergirnos
completamente en la oración, suspendiendo todas las ocupaciones y las acciones de los sentidos, por
todo el tiempo que nos sea posible! Esta decisión, sin dudas, traerá el fruto esperado: ¡aprender la
verdadera oración!
d) Perseverancia humilde y confiada: de una carta escrita en el siglo 19
por una comunidad de monjes del Oriente: ¡Toma coraje, alma mía! Persevera en la obra
emprendida y persuádete de que no hay nada más útil, nada de mayor beneficio como la oración, sobre
todo en soledad. Decide firmemente consagrar a la oración aunque sea un breve
momento, aunque sea cinco minutos, a cada impulso del Espíritu a la oración,
a pesar de cualquier tipo de distracción, y dejando toda ocupación, cualquiera
sea. De este modo mostrarás la debida y absoluta atención a la oración del publicano.
e) Desear este encuentro, asumiendo la oscuridad de caminar en la fe
desnuda: dice un monje cartujo: Me parece que muy a menudo en lugar de rezar, gastamos el
tiempo y la energía en actividades que tal vez solo se parecen a la oración. Ya no es Dios sino el yo de
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cada uno el que se convierte en el centro de interés de semejante actuación. Éste es pues el
camino del cual quiero hablarte porque creo que corresponde a lo que el Señor
nos pide: aspirar a un encuentro entre él, tal y como es realmente, y yo tal y
como soy de verdad. Personalmente yo no puedo llegar a él solo por mis medios. Pero él sí
puede, cuando quiere, traspasar la infinita distancia que nos separa. “La luz verdadera ilumina a
todo hombre” dice Juan. En el fondo de cualquier corazón humano brilla una llamita que pregunta:
“¿Me quieres?” y la respuesta global es como la de Juan: “Él vino a los suyos (a ti, a mí…) y los
suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Allí está el punto decisivo: sólo la fe nos permite acoger de verdad al
mismo Dios que viene a nosotros. Ella no ilumina nuestra inteligencia sobre él porque seguimos
permaneciendo en las tinieblas, pero estamos seguros porque hemos descubierto un más allá de las
luces de la inteligencia: el amor del Padre que la inteligencia no sabría abrazar pero que descubre la
verdad en esta estabilidad que le da la fe. En la fe que transforma tu corazón puedes
acoger al mismo Dios presente en ti por su Espíritu: “El amor de Dios llena nuestro
corazón por el Espíritu que se nos ha dado” (Ro 5,5). En esto tienes el verdadero y eficaz medio de
llegar a Dios en la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu, en su ternura, fidelidad y misericordia
por ti y por todas las criaturas.
f) No fallarle al Amigo: dice Thomas Keating: Sabemos que la lectio divina y
otras prácticas devocionales nos preparan para relacionarnos con Cristo. Pasamos a través de ciertos
procesos evolutivos de conocimiento, simpatía y amistad. Esta última implica un compromiso en la
relación. Todos tenemos la experiencia en la que nos relacionamos con un conocido a quien cultivamos
y llegamos a conocer, y gradualmente llegamos a un compromiso con él. El compromiso es lo
que caracteriza la amistad. Podemos alejarnos de conocidos ocasionales, pero
no podemos prescindir de una amistad una vez que se ha establecido sin
romper el corazón de la otra persona y también el nuestro. La amistad con Cristo ha
llegado al compromiso cuando decidimos establecer una vida de oración y un programa para la vida
diaria destinado a acercarnos más a Cristo y a profundizar en la vida de amor trinitaria.
g) La interiorización: del repetir la oración a la oración que se dice ella
misma: dice Kallistos Ware en el libro ya citado: La repetida Invocación del Nombre, al
hacer nuestra oración más unificada, la hace al mismo tiempo más interior, más una parte de nosotros
mismos -no algo que hacemos en momentos particulares, sino algo que somos todo el tiempo;
no un acto ocasional sino un estado continuo. Esta oración llega a ser verdaderamente
la oración de la persona entera, en la que las palabras y significado de la oración se identifican por
completo con el que ora. Todo esto está bien expresado por Paul Evdokimov: «No es suficiente poseer
la oración: debemos convertirnos en oración - oración encarnada. No es suficiente tener
momentos de alabanza; nuestra vida entera, cada acto y cada gesto, incluso una sonrisa, deben llegar
a ser un himno de adoración, una ofrenda, una oración. Debemos ofrecer no lo que
tenemos sino lo que somos.» Eso es lo que el mundo necesita por encima de todo; no gente
que diga oraciones con mayor o menor regularidad, sino gente que sea oración. La oración se distingue
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generalmente bajo tres títulos, que deben ser considerados como niveles intercomunicados más que como
etapas sucesivas: la oración de los labios (oración vocal); oración del nous, la mente o
intelecto (oración mental); oración del corazón (o del intelecto en el corazón). La Invocación
del Nombre comienza, como cualquier otra oración, como una oración vocal, en la que las palabras
son pronunciadas por la lengua por medio de un esfuerzo deliberado de la voluntad. Al mismo
tiempo, de nuevo por un esfuerzo deliberado, concentramos nuestra mente en el significado de lo que la
lengua dice. En el curso del tiempo y con la ayuda de Dios nuestra oración crecerá más
hacia dentro. La participación de la mente se hace más intensa y espontánea, mientras que los
sonidos pronunciados por la lengua se hacen menos importantes; quizás durante un tiempo cesan por
completo y el Nombre es invocado en silencio, sin ningún movimiento de los labios, sólo por la mente.
Cuando esto ocurre, hemos pasado, por la gracia de Dios, del primer nivel al segundo. Pero el viaje
hacia el interior todavía no está completo. El acto de la oración debería extenderse a ritmo constante
hacia afuera desde el consciente y el centro racional del cerebro, hasta que abarque todas las partes de
nuestro ser. El corazón es el centro no sólo del consciente sino del inconsciente, no sólo del alma sino
del espíritu, no sólo del espíritu sino del cuerpo, no sólo de lo comprensible sino de lo incomprensible;
en una palabra, es el centro absoluto. La oración del corazón señala, por tanto, el punto en el que
«mi» acción, «mi» oración, llega a identificarse explícitamente con la acción continua de Otro en mí.
Ya no es la oración a Jesús sino la oración de Jesús mismo. Esta transición de
oración «intensa» a oración «que actúa por sí misma» se manifiesta asombrosamente en El Peregrino
Ruso: «Una mañana temprano la Oración me despertó como ella era.» Hasta
ahora el Peregrino ha estado ha estado «diciendo la Oración»; ahora descubre que la Oración «se
dice ella misma», incluso cuando está dormido, ya que la oración ha llegado a unirse a la oración
de Dios dentro de él.
5) Lo que dice el Catecismo acerca de la oración del Nombre de Jesús:
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia,
nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones
litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la
oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros corazones
las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de
Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra
Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres…”
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquél que el Hijo de Dios recibe
en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos, pero el
Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: Jesús,
YHWH salva. El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la
creación y de la salvación. Decir Jesús es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su
Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que
invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él.
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2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo
formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los
espirituales del Sinaí, de Siria y del monte Athos es la invocación: ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
ten piedad de nosotros pecadores! Conjuga el himno cristológico de Flp con la petición del publicano y
el ciego. Por ella, el corazón se abre a la miseria de los hombres y a la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la
oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente
atento, no se dispersa en palabrerías, sino que conserva la Palabra y fructifica con
perseverancia. Es posible en todo tiempo porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única
ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
7. Últimas sugerencias para nuestra vida de oración:
-Decide con anticipación cuánto, dónde y cómo vas a rezar y mantente firme en
ese propósito.
-Reserva un espacio sagrado e intocable, defendido con uñas y dientes (si es
necesario, resérvalo en tu agenda) para tener un momento prolongado de oración
en el día.
-Trata de prepararte a la oración, tomando algunos minutos para serenar tu
corazón e invocar al Espíritu Santo, Aquel que orará por ti y en ti.
-Convéncete de que no sabes orar, pide con humildad la gracia de la oración.
-Trata de dejar de lado todo pensamiento, por más piadoso que sea, durante el
rato de oración. Trata de que la cabeza descanse en ese rato, para dar lugar al
corazón, ya que se trata “no de pensar mucho, sino de amar mucho”.
-Trata de no evaluar el resultado de tu oración, simplemente confirma si has sido
fiel a ese tiempo de estar con el Señor.
-Intenta ir creciendo en el silencio interior, amplía tu capacidad de escucha,
acallando todo razonamiento, pensamiento en ese rato de oración.
-Separa los momentos de oración de la lectura espiritual y de la preparación de la
homilía. Dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: 150. Quien quiera predicar,
primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia
concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan intensa y fecunda que es
«comunicar a otros lo que uno ha contemplado». Por todo esto, antes de preparar concretamente lo que
uno va a decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los
demás, porque es una Palabra viva y eficaz, que como una espada, «penetra hasta la división del
alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón»
(Hb 4,12). 151. Si el predicador no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura sincera, si no deja
que toque su propia vida, que le reclame, que lo exhorte, que lo movilice, si no dedica un tiempo para
orar con esa Palabra, entonces sí será un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío.
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-Custodia tu corazón, velando especialmente el comienzo del día y el final de la
jornada, realizando acciones que se conviertan en hábitos, rituales positivos de
entrega confiada al Señor. Que tu primer pensamiento sea el nombre de Jesús y
que tu último pensamiento vuelva a ser el nombre de Jesús. Esto permitirá que el
poder del Santo Nombre vaya sanando tu inconsciente, e integrándolo a tu vida.
-Al despertarte, apenas se toma conciencia del inicio de un nuevo día, pronuncia
la oración de Jesús, una y muchas veces, con tranquilidad, con la boca o la mente,
mientras uno se viste y se prepara para la jornada.
-Repítela en cada momento de soledad o de pausa en el frenesí cotidiano. Apela
a ella cada vez que te descubres inquieto, angustiado o fuera de tu centro, para
invocar con profundidad la frase elegida.
-Al acostarte, mientras te desvistes, entra en el sueño reparador confiando en la
misericordia de Aquél a quién nombramos.
-Trata de estar presente en lo que haces, viviéndolo con profundidad, siendo fiel
a tu cuerpo, a tu presente, a cada instante de tu vida. Para ello ayuda mucho la
actitud de percibir lo que se te presenta, sin intentar modificarlo, con una actitud
pasiva y receptiva, acogiendo el don de Dios.
-Aprovecha cada momento de tu ministerio para hacerlo oración. Celebra la
misa (no solamente la digas), celebra la Confesión (no solamente la escuches),
anuncia la Palabra (no solamente sueltes frases), pastorea tu comunidad (no
solamente la mandes).
-Confronta mensualmente tu vida con un acompañante espiritual, para que el
Espíritu siga desplegando todo su poder en tu vida.
-Toma un tiempo a la noche para poner el día en las manos de Dios. Dale gracias
por el día. Repasa ante su Rostro, los rostros de tus hermanos. Toma la
temperatura de tu corazón: ¿cómo te sientes? ¿por qué? Entrega las
insatisfacciones y fracasos, las molestias y angustias. Abandona en sus manos lo
que no has podido realizar. Pide perdón por tus infidelidades. Confía serenamente
tu vida a Dios, repitiendo hasta dormirte el nombre de Jesús.
La formación permanente puede entenderse como la disponibilidad constante de
aprender que se expresa en una serie de actividades ordinarias y luego también
extraordinarias, de vigilancia y discernimiento, de ascesis y oración, de estudio y
apostolado, de verificación personal y comunitaria, que ayudan cotidianamente a
madurar en la identidad creyente y en la fidelidad creativa a la propia vocación
en las diversas circunstancias y fases de la vida. Hasta el último día. (A.Cencini,
La formación permanente, pp.40-41).
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