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ÁREA 3. CUADERNOS DE TEMAS GRUPALES E INSTITUCIONALES (ISSN 1886-6530) Nº 12 – Primavera 2008 Andamiajes para un Proyecto de Vida. Acompañamiento Terapéutico en Alternativas Residenciales a personas con enfermedad mental grave. (O de cómo pasar de ser loco, paciente o interno en un Hospital Psiquiátrico, a ser inquilino, vecino... un ciudadano más) María Asín Mendoza, Isabel López Sanjuán, Isabel Vidal Sánchez 1 Para describir cómo los profesionales, pacientes y en definitiva instituciones de la salud mental se insertan en la comunidad a través de vivir o compartir un ”piso protegido”, partiendo de un diagnóstico de enfermedad mental grave y/o de estar interno en un Hospital Psiquiátrico, en primer lugar, como imagen, nos valemos de la imagen de un andamiaje. Algunas definiciones de andamio y andamiaje (RAE): ANDAMIO (De andar y el suf. -amio). 1. m. Armazón de tablones o vigas puestos horizontalmente y sostenidos en pies derechos y puentes, o de otra manera, que sirve para colocarse encima de ella y trabajar en la construcción o reparación de edificios, pintar paredes o techos, subir o bajar estatuas u otras cosas, etc. U. t. en sent. fig.. 2. m. desus. Movimiento o acción de andar. 3. m. ant. Modo o aire de andar. ~ colgado. 1. m. El suspendido con cuerdas. ANDAMIAJE. 1. m. Conjunto de andamios. 2. m. Estructura exterior desde la que se organiza y se configura una construcción intelectual, política, analítica, etc. Poner andamios: para donde no se alcanza con nuestro propio pie, nuestra mano, poner un tablón, una viga sujeta en otros pies, que nos permitan andar, transitar más allá de donde estamos. Hacer caminos. Para donde no alcanza con lo que en un momento dado sabemos, pararnos a pensar y buscar ayuda, contar con otro, ir armando una estructura, construir para llegar. El andamio se fija a un lugar, no se cuelga de la nada. Este trabajo, el Programa de Alternativas Residenciales, surge ligado a la concepción de la enfermedad mental como emergente de un contexto social y situando por tanto el tratamiento dentro de la Comunidad. En cuanto práctica, surge de la experiencia de acompañamiento terapéutico a personas con diagnóstico de enfermedad mental grave en el proceso de rehabilitación psicosocial a través de vivir de forma autónoma en la comunidad (en Zaragoza, con pacientes provenientes en su mayoría del antiguo Hospital Psiquiátrico, desde el año 2002). Este trabajo tiene que ver con aceptar que cierta recuperación del paciente es posible, y que ésta pasa por resocializar, ubicar de nuevo y de otra manera al paciente en la sociedad. Y también, cómo no, porque los profesionales a su vez se posicionen de otra forma en la manera de entender la enfermedad mental y su papel en ella. En este proceso se han ido tomando en cuenta distintos aspectos básicos que podían vertebrar el Programa de Alternativas Residenciales: lo cotidiano, el vínculo, lo grupal... María Asín Mendoza, Isabel López Sanjuán, Isabel Vidal Sánchez 2 a via Acompañamiento Terapéutico Zaragoza, diciembre de 2006. 1 Así, se han ido estructurando diferentes encuadres: institucionales, que permiten trabajar los diferentes aspectos de la derivación, el seguimiento, etc., de los pacientes desde una instancia a otra; grupales: con los pacientes candidatos a salir a pisos, con los inquilinos de cada piso, etc.; e individuales: con cada paciente. Los referentes fundamentales para establecer estos encuadres son además de la rehabilitación psicosocial, el psicoanálisis, la terapia ocupacional, cuidados de enfermería..., el Acompañamiento Terapéutico: conceptos como creación de vínculo, contención, espacio social... acompañan en la tarea de pensar este trabajo. En muchas ocasiones, por lo singular de la tarea, podría hablarse de un acompañamiento “aplicado”, “inventado” para la ocasión. A partir de esta experiencia, podemos delimitar algunas de las líneas por las que transita el trabajo a realizar en este Programa de Alternativas Residenciales para personas enfermas mentales graves dependientes de una institución. En primer lugar, es necesario concebir este Programa como una continuidad: tiene que ver con dar un paso más en el tratamiento y rehabilitación de los pacientes atendidos. Las instituciones que los proponen o derivan (Centro de Rehabilitación Psicosocial –antiguo Hospital Psiquiátrico, Unidad de Media Estancia...), y los profesionales que la integran, dan un paso adelante en el recorrido, en la manera de entender la enfermedad mental. Entonces, la puesta en marcha se inicia en las capacidades y recursos de los profesionales de los que surge la idea, en el sentido de ver viable el desarrollo de algunas capacidades de los pacientes y de continuar sus procesos terapéuticos, alcanzar mayores logros de bienestar, autonomía, etc... Sin embargo, además de la continuidad, algo diferente se tiene que dar. Por ejemplo, poner en marcha este nuevo dispositivo es, también, evitar crear “pequeños manicomios”, es decir, no trasladar por completo los conceptos de la institución psiquiátrica a un piso de X metros. El objetivo marco de un Programa de Alternativas Residenciales es, como ya se dijo, la inserción de la persona atendida en la comunidad, procurando que pueda salir de la institución o evitar ingresos en ella y en las plantas de Psiquiatría. Para que esto se pueda dar, es necesario lograr un rol más activo, autónomo y diferenciado en cada persona. Una de las dificultades iniciales del Programa tiene que ver con el paso de los pacientes de un dispositivo a otro, la ambivalencia que genera, y la necesidad de poder ir construyendo este espacio, de incluir este recurso en la propia institución que lo creó. Este nuevo dispositivo tiene que trabajar con los pacientes que desde este momento pasan a formar parte de él, y además también va a generar cambios en el dispositivo del que partió, en la UME, en la “vieja casa”. El antiguo Hospital Psiquiátrico sigue en proceso de transformación, de apertura al exterior y a las ideas de la Psiquiatría Comunitaria. Sirva como ejemplo que es en el año 2003 cuando se cambia el rótulo en la puerta de la Institución: donde antes ponía Hospital Psiquiátrico ahora pone Centro de Rehabilitación Psicosocial. Los cambios resultan difíciles de incorporar (hay muchos ejemplos donde se puede apreciar cómo cosas aprendidas, retomadas, descubiertas/redescubiertas en la “nueva casa”, son desestimadas cuando el paciente vuelve a la “antigua casa”). Por el contrario, hay también que señalar que desde “lo nuevo”, en ocasiones, se pueden desestimar, o por lo menos no contar, con algunos recursos que ya existían en la institución. También el nuevo espacio tiene que pensar que es continuador del anterior dispositivo, el lugar desde donde se está construyendo una nueva estructura. Y a veces cuesta ver esa necesidad. Con todo, lo importante a señalar es que muchas de las dificultades iniciales que encuentra este Programa (como cualquier otro recurso que se pone en marcha), en principio, no surgen tanto de la relación con los pacientes como de la relación entre dispositivos diferentes y, sin embargo, necesarios entre sí. Es algo que resulta de los problemas de las instituciones, y de lo que los pacientes depositan en ellas. Y también tiene que ver con el problema de cómo incorporar nuevas estructuras, nuevos profesionales, nuevos conocimientos, etc... Así, parece imprescindible esta relación entre dispositivos para que se pueda dar el proceso que permita a la persona vivir en la comunidad de la manera más autónoma posible (que el andamio esté bien asentado, bien sujeto). Es prioritario remarcar esta idea básica, porque la coordinación y corresponsabilidad entre los agentes que intervienen en los diferentes dispositivos tiene suma importancia. La idea de continuidad sirve también para pensar en el paciente. Es prioritario que pueda aprovechar su experiencia vital, que la convalecencia le sirva como punto de partida hacia una nueva vida y que no sea un continuo empezar de cero en uno y otro dispositivo, rompiendo en pedazos la experiencia y logros anteriores. En el fenómeno de la “puerta giratoria”, muchas de las personas que llegan a un nuevo Programa han pasado antes por variados dispositivos de Psiquiatría, Salud Mental, Servicios Sociales, etc.; pero al no comunicarse unos profesionales con otros no se aprovechan experiencias anteriores, ni se aprende de errores ni de logros, ni se puede acompañar a la persona a reconstruir su proceso... fragmentando aún más a la persona con enfermedad mental grave. El prejuicio de no tener en cuenta al otro, de pensar que sólo lo que uno trae vale (sea nuevo o no tan nuevo), implica un fenómeno de “puertas giratorias” entre los profesionales, donde éstos giran, rotan, se queman... Recurrimos nuevamente a la idea, la necesidad, de poner andamios, como puentes que conectan dispositivos. Continuidad entre los profesionales, continuidad en la identidad de los pacientes. La experiencia nos lleva a pensar que, como dice el proverbio, a veces con el agua de lavar se tira al niño. En la “reconstrucción” de la identidad social del paciente encontramos muchas rupturas, fragmentaciones, a veces innecesarias, o por lo menos excesivas. Se necesita una atención primaria psicosocial del enfermo mental en su casa, en sus vínculos... No apartarle de sus tareas laborales, de sus vínculos familiares; no dejarle sin nada para empezar de cero otra vez, o de negativos... Otra premisa básica es que “el piso” no es el fin, el objetivo final, sino más bien un medio o herramienta; el fin, como hemos dicho, es la inserción en la comunidad con un rol más activo, autónomo y diferenciado en cada persona. La adquisición de ese rol distinto, por encima del de “enfermo mental”, tiene que ver con la búsqueda de un Proyecto de Vida, que va más allá de medidas terapéuticas, rehabilitadoras, etc... Un proyecto de vida que conlleva identidad, deseo, un desempeño en la vida. No estamos hablando de un “gran” proyecto de vida, sino de aspectos mínimos, pequeños detalles... Y aquí lo cotidiano cumple un papel de verdad, en lo real. En este proceso que se establece con cada paciente, y en el que aspectos como recuperación, recobrar, restaurar, etc., se hacen posibles, es esencial remarcar los efectos terapéuticos y rehabilitadores producidos por lo cotidiano. Tradicionalmente, considerar o tomar en cuenta los aspectos de la vida cotidiana fue una perspectiva incluida en el campo de la salud, y más en concreto de la salud mental, de una forma muy particular. Digamos que no ha sido una cuestión relevante, o que su relevancia venía dada justamente por lo contrario, por su anulación, por su exclusión, por no tener en cuenta cómo la uniformidad, el aplastamiento, etc. de la cotidianeidad, producía más problemas. Si pensamos el efecto de los tratamientos psiquiátricos para personas enfermas mentales graves en términos de vida cotidiana, lo que encontramos es que suelen fomentar una dependencia innecesaria y permanente (infantilizan, atontan, restan funciones) que lleva a la discapacitación generalizada de la persona. Las personas se convierten en objetos que no tienen ningún valor personal, y que deben completa sumisión por su incapacidad. A partir de allí, es difícil tener otro desempeño, otro proyecto de vida que no sea llevar como se pueda la enfermedad mental. La antigua práctica de realizar actividades “por hacer algo” y mantener a los pacientes ocupados está muy relacionada con la Institución Total, sobre todo las de Salud Mental, donde se equipara actividad a disminución de la demanda al personal (Francisco B, 1988), y viene dada más por la angustia de los profesionales que por una necesidad del paciente y su tratamiento. La ocupación, por tanto, debe ser algo que tenga sentido para la persona que la realiza, porque constituye una necesidad para él/ella, porque le gusta o porque se siente útil ejerciéndola y le confiere una identidad. Al utilizar la clínica de lo cotidiano tratamos de tomar a la persona en relación con su entorno, desde lo más cercano y próximo a él, tratamos de tener en cuenta la responsabilidad del individuo sobre sí mismo, etc. Y el entorno más próximo al paciente, en principio, es su propio terapeuta, el profesional que lo atiende, los equipos que adquieren la responsabilidad de decidir qué le pasa al paciente, qué diagnóstico tiene, qué tratamiento necesita. De ahí la importancia de pensar en la posibilidad de crear algo, recuperar en el equipo la esperanza de que algo se puede hacer, y no caer en la rutina, la estereotipia cotidiana. Lo cotidiano nuevamente, para profesionales y pacientes. El espacio que ocupamos no está hecho de grandes diagnósticos (ya vienen dados), ni de importantes líneas terapéuticas (ya marcadas), ni de grandes edificios. El espacio de nuestra tarea es el espacio pequeño, de proximidad, de vínculo estrecho, de cercanías, hecho de pequeños gestos y rutinas. Se trata de conjugar por un lado lo cotidiano, lo rutinario (que sujeta, sostiene, hace previsible, etc.) pero que puede llevar a aplastar, sepultar, alienar, y, por otro lado, el deseo, la innovación, la creación de un proyecto de vida. Inicialmente, gran parte de las actividades realizadas con los usuarios de este Programa son las denominadas Actividades de la Vida Diaria (AVDs: tareas consideradas necesarias para el cuidado de sí mismo y el automantenimiento), en las que es necesario acompañarles para recuperar el control sobre este Autocuidado, en la mayoría de los casos asumido durante largo tiempo por la Institución y/o la familia. Un ejemplo de cómo una actividad no sirve de mucho si no tiene un sentido para la persona que lo realiza: muchos pacientes estaban incluidos, antes del ingreso en el PAR (Programa de Alternativas Residenciales), en talleres de AVDs: cocina, lavandería, etc. Las responsables de dichos talleres manifestaron que, en general, los usuarios mostraban falta de interés y motivación por la actividad, pero que a partir de ingresar en el PAR y sentir como real la posibilidad de vivir en su propia casa, fuera de la institución, y la necesidad de ser autosuficientes, aprovecharon más los talleres. En los trabajos o talleres muchos no cumplían horarios, no aspiraban a tener un mejor puesto, con más responsabilidad y más sueldo; hasta que entraron en el PAR y necesitaron ese dinero para facilitar las necesidades y sueños encadenados a su Proyecto de Vida. Por otra parte, estas actividades se hacen en el propio domicilio y en la comunidad y no en “simulacros” de los mismos, dentro de la Institución. Poco a poco, las personas que participan en este Programa pueden ir asumiendo las actividades cotidianas. La conducta, los acontecimientos, el comportamiento, tanto normal como anormal, tanto de los pacientes como de los profesionales, tienen que ser entendidos, comprendidos: deben averiguarse los significados que tienen y sobre todo interpretarlos en términos de los efectos vinculares que producen. Sin embargo, nos encontramos con que a menudo se toman las conductas de los pacientes en términos concretos, aislados, recortados: si no cuida su higiene es porque es un guarro... o, todo lo más, se piensa en una cuestión de aprendizaje: no sabe, hay que enseñarle... y el tratamiento pasa por la enseñanza, el premio y el castigo. Como si la conducta humana no tuviera otro significado, sobre todo un significado vincular: me lavo (o voy sucio, o lo que sea) para el otro; todo está en función de lo que me pone en contacto con el otro... Somos conscientes de que muchos pacientes comienzan lavarse “por nosotras”, o limpian la casa porque van a recibir visita (la nuestra), pero ¿acaso no es eso lo que hacemos todos? A través de lo cotidiano y de cómo nos vinculamos a ello, las personas adquirimos una identidad. Así, poco a poco, va tomando fuerza, en el proceso de vuelta a la comunidad, una identidad distinta a la del “loco” (que sigue estando ahí) o del “paciente pasivo”. Por ejemplo, Antonio se presenta muchas veces como jardinero y exhibe orgulloso su uniforme, Gervasio se expresa cada vez más como padre y se responsabiliza más cada día en este aspecto, Inocencio dice que ahora “trabaja en casa”... Cómo todo esto aboca a lo que hila este Programa, y que tiene que ver con el vínculo, el deseo, la intención, lo afectivo, la presencia del otro... Cómo se logra ese efecto terapéutico y rehabilitador, cómo se gesta (en la institución, en el paciente, en su familia, en el profesional...) el deseo de salir de una institución o de un domicilio familiar, de un rol único de paciente, y la ambivalencia que esto crea; cómo se busca una casa; cómo se amuebla, se vive, etc... Lo importante aquí es con quién, con quién se siente uno acompañado en este proceso... y la tarea allí de los profesionales va a ser la de meros intermediarios (andamio), que dan soporte en esta labor. Todo esto tiene que ver con el vínculo -acompañar es establecer un vínculo: acompañar, vincularnos con una manera de entender la enfermedad, con una manera de estar con el paciente... Se trata de posibilitar que las personas atendidas establezcan nuevos lazos, vínculos diferentes a los que están acostumbrados. Primero consigo mismos, con aspectos suyos que tenían paralizados, dañados, escondidos, etc... a partir de facilitar un espacio para poder pensar en un Proyecto de Vida, para que la persona atendida pueda poner en juego algo de su subjetividad, de su deseo… La tarea del equipo responsable del Programa no comienza en el piso, sino mucho antes. El comienzo del trabajo es realmente acompañar a los usuarios en el trabajo de fantasear e imaginar cómo será la vida fuera del Centro Psiquiátrico, incidiendo de manera especial en la aparición del deseo del propio usuario del Programa de integrarse en éste; luego en el domicilio y en la comunidad. Es de vital importancia que la persona pueda elegir, teniendo en cuenta sus posibilidades reales, cómo vive: desde el compañero/a con el que prefiere compartir casa, hasta aspectos tan cotidianos como el color de las sábanas y las cortinas o la posición en la que quiere poner sus muebles. Para posibilitar la aparición de dicho deseo se requiere también del deseo de los profesionales que trabajan con la persona, que es un deseo encadenado a una estrategia de tratamiento. Se puede decir que en los inicios de este trabajo hay una tarea principal que es descubrir y permitir que salgan a la luz las vivencias, sueños y capacidades sepultadas durante mucho tiempo por la enfermedad, la institucionalización, la dinámica familiar y social, etc. Y el modo de hacerlo es aproximándose a la persona, a su mundo... Los planes de intervención vienen dados por las particularidades y el deseo del paciente. O, en todo caso, por el deseo surgido en un vínculo con el acompañante terapéutico, pero no con el deseo del equipo del PAR o de la Institución. La aproximación es a veces muy costosa: las acompañantes terapéuticas del Programa pasaron más de un mes dedicando dos tardes a la semana a intentar acercarse a uno de los candidatos a salir de la institución: Inocencio suele estar en la sala de la UME, haciendo siempre las mismas actividades de forma ritual: de 9 a 9.20 leer, de 9.20 a 9.40 ir al bar, de 9.40 a 10 estudiar las noticias del periódico, de 10 a 10.20 caminar en círculo por la institución…… Cuando las acompañantes se acercan, él las ignora, es como si no estuvieran ahí. Sigue cronometrando el tiempo y no deja sus actividades. Al principio el trabajo de acercamiento se limita a estar presente por las tardes mientras pinta, permaneciendo en silencio sin interrumpir su actividad y respetando los tiempos que él se marca. Poco a poco algo comienza a cambiar y, aunque sigue mostrándose muy rígido, habla sobre sus pinturas y enseña a las Acompañantes obras anteriores. La acompañante se interesa y le pregunta y él responde y entabla conversación hasta que “tiene” que cambiar de actividad. Es importante señalar que en el establecimiento del vínculo con Inocencio influyeron otros factores que lo facilitaron. Inocencio lleva muchos años teniendo sesiones regulares de psicoterapia con la psicóloga del Centro; gracias a la coordinación con esta profesional, ella las incluye y le habla de ellas a Inocencio y este es un factor determinante para que empiece a verles. Con el tiempo, más de un mes después de comenzar a pasar tardes con él, comienza a hablarles de sus “telepatías” y de “una mujer que le espera en un piso amueblado y céntrico con la que irá a vivir cuando se cure.” A través del vínculo que va a crear con las acompañantes terapéuticas, que van a observar y detenerse justamente en los aspectos sanos y en las capacidades de sus pacientes, a través de la relación terapéutica, se pretende introducir un cambio en “el sentido de capacidad que no es simplemente un catálogo de capacidades personales; es una conciencia activa de las propias capacidades para llevar a cabo la vida que uno desea vivir” (Kielhofner, G. 2004), teniendo en cuenta que “con los psicóticos, ante todo, se ha perdido el deseo de ejercer las capacidades, más que la capacidad técnico-cognitiva de tener las capacidades” (Sarraceno, B. 1995). Una de las funciones de las profesionales que trabajan en este Programa es proporcionar una mirada distinta hacia el paciente: escuchar y valorar su experiencia, reconocer y transmitirle sus logros, como diría Racamier (1983) “preservar y, si es posible, reforzar a lo largo de los días y a través y a medida de las situaciones de la vida, las capacidades sanas y los potenciales siempre presentes, pero siempre batiéndose en retirada y, frecuentemente escondidos de los psicóticos”. Y es a través de esta función como se puede propiciar que los protagonistas del Programa de Alternativas Residenciales aprecien su valor, que es confirmado por la forma en que otros lo reconocen, y ser capaces de enfrentarse a los retos de una vida en comunidad, cada vez con un mayor grado de autonomía. Se ha observado que con el tiempo se inicia una especie de “regeneración” de otros aspectos. Con esto no se pretende decir que se curen y que ya no haya síntomas ni dificultades: probablemente Inocencio seguirá dando su vuelta a la manzana a paso acelerado todos los días entre las 17.00 y las 17.12 exactamente, mientras las “telepatías” no le indiquen lo contrario; Juan insistirá en desconfiar de todas las nuevas personas que aparecen en su vida, repitiendo su pregunta “¿he dicho algún desvarío?” Roberto gastará dinero compulsivamente en las máquinas una o dos veces al año; Luisa seguirá escuchando a Dios dentro de su pecho, etc., etc. Pero ahora, en muchos casos, podrán hablar sobre ello y pueden salir a comprar, al parque o al cine sin sentirse constantemente amenazados, y pensar en nuevos proyectos para el futuro. Otra de las intervenciones realizadas en el PAR son lo que hemos llamado Acompañamientos Grupales: grupos de personas que han sido derivadas al Programa, personas que están en la misma situación. Se realizan antes de la incorporación a la alternativa residencial y, después, en los pisos de dos o más pacientes. Los objetivos son: Tener un espacio para la re/construcción de un proyecto de vida individual, que resulta más enriquecedor si se puede hacer en grupo. En esto se incluye poder elegir, entre los candidatos a salir de la UME, a los compañeros de piso y la alternativa residencial más adecuada. Realizar en grupo las actividades necesarias para la búsqueda y acondicionamiento de la vivienda y, más adelante, el mantenimiento de la misma, así como la relación con el entorno comunitario. Favorecer la comunicación y el entendimiento entre sus integrantes antes y durante su estancia en el piso, incluyendo la elaboración, con la ayuda de las profesionales, de los conflictos que vayan surgiendo. En algunos casos se puede observar un gran papel de apoyo y contención de los compañeros de piso. Ejemplo: los de la calle Escultor Palao se van juntos de vacaciones. Juan se atreve a cruzar el parque si lo hace acompañado por sus compañeros,... Por último, el paciente se vincula así con lo social de otra manera. Adquiere una nueva identidad, con sus pérdidas y ganancias, que se manifiesta en su ambivalencia a la hora de salir de la institución: en el psiquiátrico tenía una identidad, aunque fuera la de “la loca de la UME”, pero ahora solamente es “la nueva del barrio”, más diferente quizá al resto, pero poco más. Hay una pérdida de identidad que hay que asimilar, elaborar. Por otra parte, disminuye el beneficio secundario de la enfermedad. Se observa cómo muchos de los usuarios evitan y temen tomar responsabilidades y siguen intentando colarse en el médico, en el estanco, en la caja, “haciéndose la enferma mental”. Aunque el deseo de salir sea muy grande, en muchos casos se reconoce un sentimiento de pérdida de parte de la vida en la institución: cuesta salir de esos brazos sobreprotectores. Se realizan desde el Programa intervenciones comunitarias y la función de puente (andamio) con vecinos y otros agentes comunitarios. Con todo ello, se va regenerado un nuevo sentimiento de pertenencia, uno de los aspectos más significativos del vínculo. Es así cómo a través del bucle, de la espiral que proporciona el vínculo, y que nos conecta con el aspecto básico que señalábamos al inicio, la continuidad, el Programa de Alternativas Residenciales constituye un andamiaje (conjunto de andamios) que sirve de estructura de apoyo para permitir a la persona construir/reconstruir/recobrar/restaurar unas capacidades y un proyecto de vida que se truncó, se interrumpió con su enfermedad, y el tratamiento de la misma: internamiento, medicalización, cosificación de la persona... Es con este andamio como comienzan a andar hacia otro lugar. Es importante que el andamio sea sólido, pero flexible, dé seguridad, pero permita a uno moverse. Y que posibilite a su vez distintos modos de andar, o incluso permanecer parado, dependiendo de cada caso y del momento del proceso. Los usuarios del Programa son los obreros que, con la seguridad del andamio trabajan en la tarea de restaurar/reconstruir sus vidas. El objetivo de este andamiaje es también que nos permita pensar en nuestro Programa: facilitar a las personas con enfermedad mental que, sin dejar de estar enfermos, o estándolo un poco menos, puedan ser un ciudadano, un vecino más, de los que habitan nuestro mundo, tener una identidad más allá de la de enfermo. Pensar, en cuanto ciudadanos que somos con algún conocimiento y especialidad en la salud mental, cómo poder ayudar en la forma de concebir la enfermedad mental y sus diversos tratamientos, cómo resolver algunos de los conflictos y malestares por los que pasamos en nuestro trabajo cotidiano. En definitiva, ir creando andamios, armando una forma de estar en salud mental, de estar en el mundo. De esto queríamos tratar aquí: de cómo pasar de ser loco, paciente o interno en un Hospital Psiquiátrico, a ser inquilino, vecino, un ciudadano más, tiene que ver con cómo pasar de trabajar con la enfermedad mental desde fuera, a hacerlo desde dentro, o por lo menos, más cerca. BIBLIOGRAFÍA Dozza, L. (1999). Lo social es un lugar que no existe. Suplemento informativo de Papeles del psicólogo, revista del Colegio oficial de Psicólogos, (72). Consultado el día 24 de noviembre de 2003 en http://www.cop.es/infocop/infocop72/info72-51.htm. Guinea, R. (Julio 1995). Entrevista a Benedetto Sarraceno. Boletín de la AMRP, (nº 3), 19-20. Kuras, S. y Resnizky, S. (1985). Acompañantes terapéuticos y pacientes psicóticos. Buenos Aires: Ed. Trieb. Kuras, S. y Resnizky, S. (2004). Acompañantes terapéuticos. Actualización teórico-clínica. Buenos Aires: Letra Viva. Pulice, G y Rossi, G. (1994). Acompañamiento terapéutico. Aproximación a su conceptualización. Presentación de material clínico. 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