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Transcript
AGUSTÍN DE HIPONA
El problema del mal (MORAL)
En esta obra, escrita en forma de diálogo (por influencia del estilo de Platón y Cicerón), San Agustín debate con
su amigo Evodio sobre una serie de cuestiones características de la primera filosofía cristiana o patrística, como
el problema de la libertad, el mal moral y el pecado. La ÉTICA agustiniana, aunque inspirada directamente por
los ideales morales del cristianismo, aceptará también elementos procedentes del platonismo y del estoicismo.
Así, compartirá con ellos la conquista de la felicidad como el objetivo o fin último de la conducta humana, por lo
tanto será una ética teleológica y eudemonista; este fin será inalcanzable en esta vida, dado el carácter
trascendente de la naturaleza humana, dotada de un alma inmortal, por lo que sólo podrá ser alcanzado en la
otra vida. Para poder alcanzar tal objetivo será necesaria la gracia de Dios, lo que hace imposible considerar la
salvación como el simple efecto de la práctica de la virtud, entre otras cosas por la imperfección de la naturaleza
humana que supone el pecado original. Se plantea el problema de la existencia del mal en el mundo: si Dios es el
Bien y de Él procede todo, ¿cómo es que existe el mal? La solución agustiniana se alejará del intelectualismo
moral de Sócrates y Platón, para quienes el mal era asimilado a la ignorancia, y de los maniqueistas, para quienes
el mal era una cierta forma de ser (algo existente de forma separada) que se oponía al bien; para San Agustín el
mal no es una forma de ser, sino su privación; no es algo positivo, sino negativo: carencia de ser, no-ser. Todo lo
creado es bueno, ya que el ser y el bien se identifican. El mal es una deficiencia propia de un mundo, porque Dios
ha creado el mundo como defectible, esto es, como un mundo donde los seres humanos pueden elegir libremente
el no seguir el bien en sus acciones.
Todo mal es consecuencia, en última instancia, del mal moral (pecado original), el cual procede de la libertad del
hombre (de la voluntad humana) y no es querido por Dios (no procede de la voluntad de Dios). Dios graba en el
corazón humano su ley moral, que manda hacer el bien y evitar el mal, pero a la vez respeta la libertad de no
seguir esa ley. Dios respeta nuestra voluntad por una razón muy sencilla: “porque sin el poder de elección no
podría el hombre vivir rectamente”, pues sólo puede vivir rectamente (de acurdo al bien) si lo hace
voluntariamente. Los actos inconscientes, involuntarios no pueden ser ni morales ni inmorales, son amorales. El
bien no es un bien moral si no es un bien elegido voluntariamente. Sin libertad, no habría en el mundo ni bien ni
mal morales, el mundo sería amoral.
Síntesis del resto del pensamiento
Podemos hablar de filosofía cristiana desde el momento en que algunos cristianos utilizaron la filosofía griega
con fines apologéticos que favorecieran la difusión de la nueva religión. Esos primeros cristianos son los
llamados Padres de la Iglesia, y así la primera filosofía cristiana se llama patrística. En San Agustín la filosofía no
es solo un sistema racional sino una estructura unida a la religión, que se descubre con una especial actitud del
hombre que volviendo a su interioridad se eleva hasta Dios. El anhelo supremo de San Agustín (y el de todo ser
racional) es conocer la Verdad para amarla, independientemente de si los procedimientos para alcanzarla
pertenezcan a la fe o a la razón. La verdad plena y total sólo se encuentra en el cristianismo, y con él hay que
contrastar las doctrinas de los filósofos. A pesar de las dificultades, los pensadores cristianos encuentran en el
platonismo algunas coincidencias que les animan a inspirarse en dicha corriente filosófica para justificar,
defender, o simplemente comprender su fe. Entre ellas, merecen destacarse el dualismo platónico, con la
distinción de un mundo sensible y un mundo inteligible, y la explicación de la semejanza entre ambos a partir de
las teorías de la imitación o la participación; la existencia del demiurgo, entidad "configuradora" del mundo
sensible, (lo que, para los cristianos, lo acercaba a la idea de "creación"); y la idea de Bien, como fuente de toda
realidad, identificada con la idea de Uno, lo que se interpretaba como una afirmación simbólica del monoteísmo y
de la trascendencia de Dios.
Toda la filosofía de San Agustín es un esfuerzo por hacer comprensible la fe cristiana por la inteligencia. La fe
ilumina la razón y la razón nos lleva a la cumbre de la fe: hemos de entender para creer y creer para entender.
La iluminación es necesaria porque la razón cristiana no es autónoma, pues descansa en la verdad revelada por
la fe. La fe purifica y esclarece los ojos del alma y la libera de la oscuridad de los sentidos (ignorancia). Mediante
esa purificación el alma se eleva por encima de lo sensible y alcanza lo inteligible. Razón y fe son
complementarias, la razón refuerza la fe, pues el hombre debe buscar a Dios con toda su inteligencia. La fe
ilumina al hombre y le otorga la intelligentia summa. La Reminiscencia platónica es iluminación: el
creacionismo excluye la inmortalidad del alma (el alma ya no puede adquirir las ideas en otro mundo), por lo que
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Dios será como el Sol: que existe, que brilla (es inteligible) y que ilumina (vuelve inteligibles las demás cosas).
Del mismo modo que los ojos ven mediante la luz, el alma conoce lo corpóreo mediante Dios.
Todo lo humano, desde la más leve sensación hasta el más elevado conocimiento, procede de un ser cuya vida
orgánica es también espiritual; el alma es para el cuerpo energía vital, energía sensitiva y energía intelectual. El
hombre es la unión de cuerpo y alma, es “animal mortal y racional”. El alma intelectiva es por esencia espiritual,
capaz de vivir y de saber que vive, de conocer y conocerse – en eso el hombre es imagen de Dios y puede
encontrar a Dios, como en un espejo, en la intimidad de su alma. San Agustín rechaza la preexistencia platónica
del alma y afirma que el alma del primer hombre fue creada por Dios, pero no puede determinar si las almas de
los hombres posteriores se crean a partir de las de los progenitores, por vía de la generación, o de la nada.
El tema que más ocupa a San Agustín es el tema de Dios. Su filosofía es predominantemente una teología, siendo
Dios no sólo la verdad a la que aspira el conocimiento sino el fin al que tiende la vida del hombre. La negación de
la existencia de Dios es para San Agustín una “locura de pocos”, pues su existencia es tan evidente que basta una
sencilla reflexión, que transcurre por tres caminos: la existencia de la verdad, la existencia de un mundo
contingente y ordenado, y el consenso universal.
1. La existencia de la verdad: existe una verdad eterna e inmutable presente en el pensamiento, el
pensamiento no es razón suficiente de esa verdad, luego existe Dios, que es su razón suficiente (causa).
Explicación: el hombre es capaz de verdades eternas e inmutables, independientes de las sensaciones,
como las verdades matemáticas; las ideas de bien, belleza y justicia también son inmutables – son modelos
universales que deben tener fundamento en un Ser eterno y perfecto, porque el hombre no puede ser
causa de lo inmutable y perfecto. La verdad es trascendente al hombre.
De hecho, San Agustín piensa que el escepticismo es imposible, pues la duda de toda verdad se contradice:
es verdad que duda. Análogamente a Descartes, dice: “si dudo, existo”. Interpreta el proceso cognoscitivo
como concatenado: por las sensaciones, el alma conoce los objetos del mundo exterior a ella, pero no
puede juzgarlos con criterios universales y necesarios (matemáticos, geométricos o morales), pues no es
el alma quien crea esos criterios: Los criterios inmutables de verdad son modelos inteligibles, son las ideas
de Platón, que San Agustín traduce por “formas fundamentales o razones estables e inmutables de las
cosas”. Todo lo mudable (que nace y muere) está constituido y formado sobre su modelo. Cada idea o
razón es un pensamiento de Dios: todas las cosas han sido creadas de acuerdo con una razón propia, que
está en la mente del Creador (Dios).
2. La existencia de un mundo contingente y ordenado: San Agustín se basa en el Salmo 73: “por las
operaciones de tu cuerpo yo sé que tú vives, ¿y no puedes tú, por las obras de la creación, conocer al
Creador?”. Leemos en la Ciudad de Dios: “Aún dejando de lado los testimonios de los Profetas, en el mundo
en sí mismo, con su ordenadísima variedad y mutabilidad, con la belleza de todos sus cuerpos visibles,
proclama tácitamente que ha sido hecho, y hecho por un Dios inefable e invisiblemente grande, inefable e
invisiblemente bello”.
3. El consenso universal: prueba presente en la Antigüedad pagana, San Agustín la resume así: “El poder
del verdadero Dios es tal que no puede permanecer totalmente oculto a la criatura racional, una vez que
ha empezado a hacer uso de la razón. Si se exceptúan algunos hombres cuya naturaleza está corrompida
por completo, toda especie humana confiesa que Dios es el creador del mundo”.
Desnudo de símbolos, ¿cómo es Dios? Dios es el Ser por derecho propio, que confiere realidad a todos los seres
cuando los crea de la nada. Reflejado en sus obras, Dios es en grado infinito todo lo positivo que se encuentra en
la creación. San Agustín hace suyo el concepto cristiano de la creación: el mundo ha sido creado por Dios de la
nada (ex nihilo). Con ello rechaza todo panteísmo (identificación de Dios con la Naturaleza) y la idea platónica
del Demiurgo (pues presupone una materia eterna). La creación consiste en conversión de las ideas divinas en
seres fuera de Dios: Dios, por un acto absolutamente libre, saca de la nada un mundo, en un estado de
indeterminación, pero con unos gérmenes latentes destinados a desarrollarse con el paso del tiempo. El tiempo
empieza en el mismo momento que el mundo: el tiempo es la medida del movimiento, por lo tanto, no puede
haber tiempo antes de haber cosas mudables.
Por último, a raíz de esta concepción del tiempo que implica la creación, de las verdades reveladas y de la noción
de responsabilidad moral del hombre, San Agustín – por primera vez en la historia del pensamiento – ofrece una
interpretación del sentido de la Historia humana. Dios constituyó al género humano como un solo hombre
(Adán), éste desobedeció a Dios y todos los descendientes se debaten desde entonces entre el amor a Dios y el
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amor propio (las dos grandes atracciones que experimenta el hombre durante su vida), una lucha que trasciende
el orden natural y constituye el drama interior de cada persona, estando en juego la salvación o condenación
eternas. San Agustín relata en “La ciudad de Dios”: “dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio, llevado
hasta el desprecio de Dios, fundó la ciudad terrena; el amor a Dios, llevado hasta el desprecio de sí mismo, fundó
la ciudad celestial. Aquella se gloría de sí misma, ésta lo hace de Dios. Aquella busca la gloria de los hombres, ésta
tiene a Dios por gloria máxima”. La Historia representa la lucha entre la civitas Dei y la civitas terrena. La creación
implica un vínculo ontológico entre el Creador y la criatura: el mundo podría no haber existido, pero una vez que
existe es del Creador y para el Creador. Y éste nos ha revelado que la historia concluirá con el juicio final, en el
que se realizará la separación de las dos ciudades que han coexistido mezcladas durante largos siglos. Será el
triunfo definitivo del Bien sobre el Mal.
Por último, en el aspecto político, el Estado (institución profundamente natural) debe velar por el bienestar, paz
y justicia, pero la Iglesia fundada por Cristo es superior al Estado, debe impregnarlo en lo posible de valores
cristianos y tiene el derecho de apoyarse sobre él. Esta concepción de las relaciones Estado-Iglesia será la
característica de la cristiandad medieval.
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