Download Descargar
Document related concepts
Transcript
INTRODUCCIÓN Kant, Immanuel (1724-1804) El mayor filósofo alemán de todos los tiempos y uno de los que mayor influencia ha tenido en la historia del pensamiento, a la que dio un giro de 180 grados, metafóricamente llamado «revolución copernicana». Nació en Königsberg (Prusia oriental entonces y, en la actualidad, provincia rusa), cuarto hijo de una familia humilde de once hermanos. Los biógrafos describen a los padres de Kant, Johann Georg Kant y Regina Reuter, como personas sumamente honestas, rectas y amantes de la concordia, y a la madre en particular, que Kant perdió a los trece años, como a una mujer que imprimió en su familia el espíritu y las normas del pietismo. A los seis años, Kant asiste a la escuela local del Hospital suburbano y, luego, dos años más tarde, ingresa en el Colegio Fridericiano. Königsberg, que debe su origen a la fusión, ocurrida el mismo año del nacimiento de Kant, de tres núcleos urbanos, uno de los cuales había sido antigua fortaleza de la Orden Teutónica y posteriormente residencia, durante casi un siglo, de los duques de Prusia, era, en el s. XVIII, uno de los focos principales del pietismo en Prusia. Franz Albert Schultz, director del colegio y pietista destacado, aunque de orientación moderada, se encarga de la formación del pequeño Kant, continuando la educación iniciada por la madre. A los 16 años, Kant ingresa en la universidad Albertina de Königsberg, donde Martin Knutzen, wolffiano heterodoxo de ideas renovadoras y conocedor, además, de la física newtoniana, le inicia no sólo en la filosofía de Wolff, entonces ya en plena crisis, sino también en las teorías físicas de Newton. La situación de crisis de la metafísica racionalista de Wolff según la tradición de Leibniz y los problemas que surgen de los nuevos planteamientos de la física de Newton, junto con el pietismo ambiental vivido desde la infancia, configuran el ambiente intelectual de la juventud de Kant; no es extraño, pues, que las primeras obras de Kant cultivaran cuestiones científicas más que filosóficas, que luego intentara una nueva manera de hacer filosofía y que la 1 ética kantiana contenga algo de aquellos primeros rigores y entusiasmos morales. Al morir su padre, en 1746, Kant se ve obligado a abandonar la universidad y ha de ganarse la vida como preceptor, o tutor, en familias de los alrededores de Königsberg. Por entonces había comenzado a cambiar el panorama filosófico de Alemania: Federico Guillermo I priva a Wolff de su cátedra en Halle y le manda salir del país; Maupertuis, científico y filósofo francés ilustrado, es llamado por Federico II de Prusia para organizar la Academia de Ciencias de Berlín (1744-1759); hacia 1740, las obras de Christian August Crusius (1715-1775) comienzan a extender el empirismo inglés por Alemania. 2 LA ÉTICA DE EMANUEL KANT Las primeras obras de Kant. Kant publica, en 1749, en alemán, no en latín, su primera obra: Ideas sobre la verdadera valoración de las fuerzas vitales, inspirada en la física de Leibniz, iniciando así el denominado «período precrítico», que durará hasta 1770, durante el cual predominan las obras sobre temas científicos. A esta primera obra sigue, en 1755, vuelto ya a Königsberg, otra publicada anónimamente, Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, en la que propone una cosmogonía mecanicista, de inspiración newtoniana, que anticipa la hipótesis que luego se llamó «de Kant-Laplace» sobre el origen del universo. En este mismo año, obtiene el doctorado en filosofía, con una tesis Sobre el fuego, y luego, con Nueva elucidación de los primeros principios del conocimiento metafísico, obra de crítica a la metafísica de Wolff, escrita para obtener el permiso para la docencia como profesor no titular, inicia la serie de sus escritos propiamente metafísicos. Entre 1762 y 1764 publica obras que le dan a conocer como filósofo en Alemania: Investigación sobre la claridad de los principios de la teología natural y de la moral; La única prueba posible para demostrar la existencia de Dios; Intento de introducir en la sabiduría del universo el concepto de las magnitudes negativas. Es una época de gran actividad intelectual que combina con una intensa actividad social -a la que dedicaba media jornada, por las tardes-, que le hace merecer el título de «Maestro elegante», que llama la atención por la agudeza de espíritu y la profundidad y amplitud del saber; época a la que se refiere el encendido elogio de Johann Gottfried Herder, alumno suyo durante varios años, hasta 1764. En Sueños de un visionario esclarecidos por los sueños de la metafísica (1766), que escribe contra el visionario sueco, Emanuel Swedenborg (1689-1772), rechaza definitivamente el tipo de metafísica, tan alejado de la experiencia, que se practicaba por aquel entonces, y se inclina ya por una concepción de la filosofía, de la metafísica -dice- «de la que el destino me ha hecho 3 enamorarme», como la ciencia de los límites de la razón humana, y no como un sistema de saber; la filosofía, más que conocimiento, es para él crítica del mismo. El despertar del sueño dogmático. Por estos años se va extendiendo por Alemania el escepticismo ilustrado inglés y francés, uno de cuyos principales promotores es el ya mencionado Christian August Crusius y, a través de él, conoce Kant las ideas escépticas del empirismo de Hume. A esto hace probablemente referencia cuando, más tarde, dice Kant que debe a Hume haberlo despertado «del sueño dogmático». Kant se adhiere, pues, a una crítica de la metafísica que se inspira en Hume, pero no va a admitir sus planteamientos escépticos. Así, en 1770, con ocasión de pasar a ser, a los 46 años, profesor ordinario de lógica y metafísica en la universidad de Königsberg, redacta la llamada Disertación de 1770, cuyo título es Sobre la forma y los principios del mundo sensible e inteligible, en la que distingue claramente entre conocimiento sensible y conocimiento inteligible, de modo que el conocimiento no queda limitado meramente a la experiencia, debiendo reconocer, por lo mismo, un conocimiento metafísico que debe justificarse. Aquí empieza la construcción de la que será llamada filosofía trascendental, edificada sobre la idea de un sujeto que impone sus condiciones subjetivas a la posibilidad de que las cosas sean conocidas y pensadas; la «gran luz» que dice haber percibido hacia el año 1769. Período Crítico de Kant En 1769 Kant comienza el llamado «período crítico» que Kant inicia con un silencio de 10 años, que dedica al análisis de las objeciones que se le formularon a su propuesta inicial de señalar las características del conocimiento sensible y del intelectual. La «gran luz» no es otra que la noción de sujeto trascendental, o de subjetividad trascendental, a saber, aquella que 4 impone a la materia del conocimiento la manera o forma de conocer o de representarnos las cosas. La Crítica de la razón pura, que aparece en mayo de 1781 (segunda edición en 1787), tras un período de maduración de 12 años, pero escrita casi a vuela pluma, en cinco o seis meses, representa la investigación la crítica- a la que Kant somete a la razón humana. La obra más fundamental de Kant despierta escaso interés y los críticos ponen de relieve su oscuridad y dificultad; poco después, sin embargo, suscita un enorme interés que la convertirá en el libro que habrá de cambiar radicalmente la orientación de la filosofía. A modo de introducción a su obra, publica Kant, en 1783, Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia. Siguen Idea para una historia general concebida en un sentido cosmopolita (1784); Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784); Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785); Principios metafísicos de la ciencia natural, con un título que recuerda la obra fundamental de Newton, en el centenario de su publicación; la segunda edición, en 1787, de la Crítica de la razón pura; la Crítica de la razón práctica (1788), cuyo tema es la vida moral del hombre libre, y la Crítica del juicio (1790), que intenta mediar entre naturaleza y libertad, o armonizar las dos Críticas anteriores. En 1793, la publicación de La religión dentro de los límites de la mera razón (1793) y, luego, de El fin de todas las cosas (1794), obras ambas sobre filosofía de la religión, es acogida con disgusto por las autoridades prusianas, en una época en que Federico Guillermo II (1786-1797) había restringido la libertad de enseñanza e imprenta, a diferencia de lo hecho por sus antecesores, Federico Guillermo I, el Rey Sargento (1713-1740) y Federico II el Grande (1740-1786), quienes habían sido sumamente tolerantes. El emperador ordena a Kant que se abstenga de tratar de temas religiosos, cosa que promete Kant y que cumple hasta la llegada del nuevo emperador, Federico Guillermo III, cuando publica El conflicto de las facultades (1797). Antes había publicado, en 1795, Por la paz perpetua. En 1797, aparece Metafísica de las costumbres, obra sobre filosofía del derecho y de la moral, que hay que distinguir de una anterior Fundamentación de la metafísica de las 5 costumbres (1785), obra introductoria a las teorías éticas de la Crítica de la razón práctica. En 1796 Kant, a los 73 años de edad y fatigado ya, abandona la docencia a la que se había dedicado durante cuarenta años, a lo largo de los cuales había tratado en sus lecciones de la mayoría de temas que podían entonces enseñarse: lógica, metafísica, matemática, geografía física, antropología, pedagogía, filosofía de la historia, filosofía de la religión, moral y filosofía del derecho. Kant había seguido la costumbre de utilizar en sus clases manuales que, según cuentan sus biógrafos, seguía muy a distancia y la mayoría de las veces para destacar la magnitud de los errores que contenían. Escribía anotaciones al margen en estos manuales y sólo con las contenidas en la Metafísica de Baumgarten, utilizada de 1758 a 1796, se publicaron posteriormente dos volúmenes de comentarios críticos hechos por Kant. De cómo eran estas clases, destaca J.G. Herder el recuerdo de que Kant «coaccionaba gratamente a pensar por cuenta propia», idea que concuerda de lleno con la exhortación de Kant, en su Lógica, según la cual «nadie aprende a filosofar sino por el ejercicio que cada cual hace de su propia razón» y en la respuesta que da a ¿Qué es la Ilustración?, definiéndola como la mayoría de edad que una época alcanza cuando se atreve a pensar por propia cuenta. A la par que la actividad escolar, mantuvo también la académica: fue varias veces decano de la facultad y, por dos veces, rector de la misma. Decadencia y muerte de Kant. En 1799 aparecen ya síntomas de decadencia en Kant y éste abandona la tarea emprendida de revisar toda su obra; le ayuda y ordena sus papeles su discípulo, amigo y biógrafo Wasianski: la revisión iniciada pasó a denominarse Opus postumum. El tema fundamental del conjunto de esta obra es la cuestión del «paso» de los principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza a los principios empíricos de la física. 6 Kant murió el 12 de febrero de 1804, pronunciando las palabras: Es is gut [está bien]. En la lápida de su tumba se grabaron posteriormente las palabras con que inicia la conclusión de su Crítica de la razón práctica: «Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto más reiterada y persistentemente se ocupa de ellas mi reflexión: el cielo estrellado que está sobre mí y la ley moral que hay en mí» La Ética como la Moral Kantiana La fundamentación kantiana de la moral, o la filosofía moral de Kant que, igual que su teoría del conocimiento, se fundamenta en elementos a priori. Quiere esto decir que, en el terreno de lo práctico, la ley moral se fundamenta en el sujeto, igual como, en el terreno de lo teórico, el conocimiento surge de las condiciones que impone el sujeto. Si la justificación del conocimiento se debe a un examen, o crítica, de la razón pura, la justificación de la moralidad se logra mediante una crítica de la razón práctica. Kant expone su ética fundamentalmente en la Crítica de la razón práctica (1788), pero la inicia en Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785). La ética, o la moralidad, tal como Kant la entiende, ha de ser formal y a priori; sólo una ética así puede ser universal y digna del hombre y sólo ella responde debidamente a la segunda de las preguntas cruciales: «¿Qué debo hacer?» 1. Fundamentación de la metafísica de las costumbres Se divide esta obra en tres secciones. En la primera de ellas, trata Kant del paso de las ideas comunes de moralidad a las ideas filosóficas sobre moralidad. Todo el mundo tiene ideas acerca de la moralidad; de lo que se trata es de analizar filosóficamente el fundamento de la misma. El bien, desde Aristóteles es la noción central de la ética, y Kant parte de la afirmación de que la única cosa que merece absolutamente la denominación de «bueno» es la «voluntad buena». La voluntad buena no se define precisamente como la 7 simple intención de obrar bien, sino como un querer puesto en práctica, como voluntad misma en cuanto es capaz de actuar determinada por la razón. Si el fin propio de la vida humana hubiera sido la obtención de la felicidad, nada más inapropiado que la razón para conseguirla; la determinación del instinto hubiera sido mejor medio e instrumento. La felicidad es más bien un concepto empírico y la razón no logra precisarlo de un modo universal y necesario. De aquí que no sea, propiamente, con vistas a la felicidad por lo que está dotado el hombre de razón y voluntad, esto es, de racionalidad práctica, sino para ser digno de ella. La voluntad será buena cuando lleve a una acción hecha por deber. No es buena por el fin que pretende, o por el bien que consigue; lo es en sí misma, porque quiere que lo que hace sea conforme al deber, cosa que logra cuando actúa por respeto a la ley moral. Actuar por respeto a la ley, que Kant denomina «representación de la ley en sí misma», es lo que hace absolutamente buena a la voluntad y lo que da valor moral a la acción. Este concepto del deber como valor moral en sí mismo no puede sino fundarse en la misma naturaleza humana, cosa que Kant demuestra en la segunda sección titulada «Tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica de las costumbres».La moralidad así entendida -obrar por deber- ha de valer para todos los hombres, para todos los seres racionales en general (universalidad) , y ha de valer de un modo necesario (necesidad): ha de tener, por tanto, una fundamentación a priori en la misma razón. El único concepto de deber que puede basarse en la sola razón es el que se presenta bajo la forma de imperativo. Porque el hombre es razonable, actúa según los motivos objetivos que el entendimiento propone a la voluntad, pero sucede, además, que la voluntad posee sus propios motivos subjetivos; sin embargo, el hombre racional acepta que el entendimiento constriña a la voluntad a someterse a su mandato. Tres son los tipos de mandatos, o imperativos, que pueden imponerse a la voluntad: los técnicos, esto es, aquellos que son reglas necesarias para llevar a cabo una habilidad (quien quiera ser rico ha de ahorrar); los pragmáticos, como son los consejos de la prudencia (quien quiera conservar la salud debe vigilar su dieta; quien considere que su fin último es el placer, que calcule bien el disfrute de placeres) y, finalmente, los morales, aquellos que hacen que algo sea necesariamente bueno. Las dos primeras clases son imperativos hipotéticos, puesto que sólo existen si alguien se decide 8 a obtener los objetivos que procuran (si quiero un fin he de poner en práctica los medios adecuados), mientras que los últimos obligan incondicionalmente: son categóricos y prescriben la moralidad a modo de juicios sintéticos a priori; a priori, porque no dependen ni de la experiencia ni de las propias intenciones, y sintéticos porque representan algo más que la misma voluntad. Actúan como principios a priori constitutivos de moralidad: no porque algo sea bueno se impone a la voluntad, sino porque la voluntad se impone algo a sí misma esto que se impone es necesariamente bueno. Y así son los imperativos categóricos, cuya formulación primera es la siguiente: Obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal. La «máxima» se refiere a los principios subjetivos de la voluntad, a sus propios móviles que, de no existir el imperativo categórico impuesto por la razón, se impondrían a la voluntad. Si se tiene en cuenta que la idea que tenemos de la naturaleza es que se trata de nuestra experiencia explicada por leyes universales, el ámbito de la moral regida también por leyes universales categóricas puede ser considerado también como una segunda naturaleza. Por lo que el imperativo categórico podría formularse de una segunda manera: Obra como si la máxima de tu acción debiera convertirse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza. Esta formulación del deber excluye cualquier finalidad relacionada con principios subjetivos (condicionados) de la voluntad, porque supone que no hay que buscar más que una finalidad absoluta; ahora bien, sólo el ser racional es fin en sí mismo. De aquí que el imperativo categórico pueda formularse también así: Obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio. La idea de un ser racional que es fin en sí mismo fundamenta la idea de autonomía moral. Pues no se actúa moralmente sino en conformidad con uno mismo, esto es, el hecho de tener como imperativo categórico el respeto a la misma humanidad como fin en sí misma nos constituye a la vez en legisladores universales; por eso, la moralidad puede llamarse también reino de los fines. «Reino», o sea, sociedad de seres racionales sometidos a las mismas leyes; «de fines», es decir, sociedad en la que los miembros son seres racionales autónomos; en este reino, los miembros, como soberanos legisladores, se dan la ley a sí mismos y la moralidad consiste, una vez más, en actuar de acuerdo con una ley que 9 haga posible un «reino de los fines». Según esto, el imperativo categórico puede ahora formularse de la siguiente manera: Obra siguiendo las máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de fines. De este modo el ser racional puede otorgarse a sí mismo una ley que no es la de la naturaleza y en esto estriba su grandeza y su dignidad. Y en esto consiste también la autonomía de la voluntad, que radica, según Kant, en actuar por principios que puedan convertirse en leyes universales. La conclusión de la explicación de Kant lleva a aclarar el principio: sólo una buena voluntad es algo incondicionalmente bueno. Y así, la voluntad es buena porque se impone a sí misma la única ley que puede compartir todo ser racional: la de actuar de acuerdo con el imperativo categórico que no es más que una forma de querer, una forma, sin un contenido moral concreto. El fundamento de este imperativo categórico sólo lo puede analizar una crítica de la razón pura (práctica). De esto trata Kant en la sección tercera: «Ultimo paso de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón pura práctica». Se trata del análisis de la razón práctica, de la voluntad, como causa libre. Las ideas de esta última sección coinciden con las ideas fundamentales de la Crítica de la razón práctica. 2. Crítica de la razón práctica A diferencia del método que sigue Kant en la Fundamentación, en la Crítica de la razón práctica no procede desde la experiencia moral hasta la fundamentación de la moralidad en la razón humana, sino que, partiendo del análisis de la razón pura, intenta hallar el fundamento de la moralidad. De la misma manera que en la Crítica de la razón pura expone el fundamento a priori del conocer, en la Crítica de la razón práctica expone Kant el fundamento a priori de la acción moral. Se divide esta Crítica también en dos partes: una doctrina de los elementos y una doctrina del método; la primera parte se divide, a su vez, en «Analítica» y «Dialéctica». El objetivo es mostrar que la razón pura es práctica -que la racionalidad tiene un aspecto práctico o moral- y que obliga a la voluntad a autodeterminarse. El análisis de los principios por los que se determina la voluntad distingue entre máximas, principios subjetivos de la 10 acción, o motivos para actuar sólo válidos para quien actúa (como, por ejemplo, cuando uno adopta el principio de vengarse de todas las ofensas que recibe), y leyes o principios objetivos, válidos para todo ser racional. Unos y otros son principios prácticos, esto es, mueven a actuar a la voluntad. Pero los primeros son empíricos, nacen del egoísmo o tienden a la propia felicidad, mientras que una ley moral se piensa como necesaria y universal, por lo que sólo un principio práctico formal, y no uno que tenga en cuenta objetos y contenidos, puede considerarse como ley práctica por la que deba conducirse todo ser. Ahora bien: sólo si la voluntad se determina a sí misma, es decir, sólo si es libre, puede decidirse a obrar por un principio formal. Y viceversa: sólo si la voluntad se determina por un principio formal puede ser libre. Es libre aquella voluntad que no se determina por algo que pertenece al mundo fenoménico, que tiene sus leyes necesarias, como lo son los motivos de tipo sensible y, por la misma razón, sólo si el principio del obrar es formal puede ser la voluntad libre. Libertad y ley moral se condicionan una a otra, de modo que la libertad es el primer objeto inteligible, o cosa en sí, que nos manifiesta el análisis de la obligación moral, así como la moralidad es lo primero que nos hace patente la libertad. Esta ley moral existe en el interior del hombre: es el imperativo categórico y lo percibimos como un «hecho de la razón». O lo que es lo mismo, el análisis de la razón nos lleva a considerarla como fuente de la moralidad, porque la razón es en sí misma práctica, es decir, moral. Su análisis muestra que percibimos en ella el «hecho» moral, que somos libres y que tanto la moralidad como la libertad coinciden con la autonomía del individuo: propiedad de la voluntad que se da la ley a sí misma. Así, mediante el análisis de la razón -la analítica- sabemos que el hombre pertenece al mundo fenoménico, de las leyes causales necesarias, y también al mundo nouménico, de las cosas en sí, el mundo inteligible de los seres libres que son, ellos mismos, el origen último de sus acciones. La moralidad no aporta, sin embargo, ningún conocimiento de tipo teórico. Sin contradecir lo establecido por la Crítica de la razón pura, la Crítica de la razón práctica afirma la existencia de la libertad o de un sujeto moral libre y autónomo; afirma su existencia, pero no ofrece de ello una demostración teórica. Establecido el principio práctico que rige en la razón pura (que somos libres y que nos damos a nosotros mismos la ley moral), trata Kant -en orden inverso al observado en 11 la Crítica de la razón pura-, de los conceptos de la razón práctica («Analítica de los conceptos»), es decir, de los conceptos que hay que aplicar a aquello que es objeto de la razón práctica, a lo que es moral. Los objetos de la razón práctica son el Bien y el Mal. Estos dos conceptos deben definirse de acuerdo con el principio ya definido de la moralidad; por lo mismo, algo es bueno o malo, no porque es percibido (o después de haberlo percibido) como moralmente obligatorio, sino debido a que la voluntad se lo impone tras percibir cuál es su deber moral teniendo en cuenta el imperativo categórico (ver texto ). No lo hicieron así los antiguos ni lo hace tampoco la mayoría de moralistas, que ponen el bien y el mal como objetivos o fines de la voluntad y que, por lo mismo, no fundamentan más que una moralidad heterónoma y a posteriori. Propiamente, «bien » y «mal» son conceptos a priori, pero que no se aplican a objetos conocidos (como pasa con las categorías del entendimiento), sino que son «efectos» de una única categoría práctica, la causalidad libre, la libertad, que hace que las acciones humanas sean, por autodeterminación, buenas o malas. Ahora bien, ¿cómo la libertad humana convierte en buena o mala una acción, que pertenece al mundo fenoménico, es decir, cómo puede algo concreto pasar a ser necesaria y universalmente bueno o malo moralmente? Para saber que algo empírico puede ser objeto moral, o para saber cómo hemos de juzgar de un hecho concreto, ha de haber un «vínculo» intermedio entre la ley moral y el mundo natural: este vínculo (el equivalente del esquematismo en la razón teórica) no puede ser otro que el procedimiento de imaginar una ley moral «como si» fuera una «ley de la naturaleza». Kant insiste en que la moralidad de una acción reside en la autonomía de la voluntad: la voluntad que se determina a obrar por respeto a la ley. Todo otro motivo queda excluido; en especial, se excluye cualquier otro sentimiento que no sea el respeto a la ley, que es el único sentimiento moral admisible. Efectos inmediatos de la ley moral son, en sentido negativo, la «humillación» o sometimiento del hombre a la ley y no a las inclinaciones de la voluntad y, en sentido positivo, el «respeto» por la ley moral. Este sentimiento es el único móvil o motivo de la acción moral, constitutivo a la vez de la misma moralidad. Hacer algo por respeto a la ley significa que la acción humana, precisamente para ser moral, debe ser no sólo objetivamente conforme a la ley, sino también subjetivamente: hecha para respetar la ley: Si no fuera así, la conducta 12 humana podría ser conforme a la legalidad, pero no conforme a la moralidad. Al final de la Analítica, trata Kant de nuevo del tema de la «libertad», en cuanto ésta precisamente hace posible la existencia de la moralidad a priori. La libertad, en efecto, puede definirse como la «independencia de la voluntad de toda otra ley que no sea la ley moral». Kant distingue entre «libertad psicológica» y «libertad trascendental». La primera se refiere a una concatenación de motivos psicológicos que ocurren en el tiempo y que determinan la decisión de la voluntad, por lo que ésta puede considerarse como un aspecto, o parte, del proceso necesario de las leyes naturales. Al hombre que se ajusta a las leyes psicológicas de la motivación le consideramos, pese a todo, (psicológicamente) libre; y esta libertad psicológica, que propiamente es un aspecto de la necesidad natural, le incumbe al hombre como parte del mundo fenoménico que es. La voluntad trascendental, en cambio, es el origen y fundamento de la moralidad y es pensada como independiente de toda motivación empírica y de toda concatenación causal natural; ésta es la libertad que compete al hombre como ser perteneciente al mundo inteligible. Sólo ésta merece propiamente el nombre de libertad, porque la libertad psicológica es en realidad compatible con -es lo mismo que- la necesidad natural. La aparente contradicción que presenta el hecho de que el hombre sea a la vez libre en sí mismo y sometido a la ley natural, «respecto de la misma acción en el mismo momento», se disuelve cuando se le considera miembro de dos mundos: del mundo fenoménico, del cual depende cuando realiza algo que se sitúa en el tiempo, y del mundo nouménico, donde es un sujeto que ejerce su causalidad libre respecto de todo aquello que realiza en el tiempo. A la Analítica, sigue una «Dialéctica de la razón práctica». Igual como sucedía en la Crítica de la razón pura, también en el ámbito práctico la razón pura experimenta su ilusión inevitable y necesaria; también ahora busca su incondicionado y también ahora cae en la antinomia de la razón práctica (ver antinomias kantianas). Lo prácticamente incondicionado recibe el nombre de «bien supremo». Aunque la razón humana no puede tener otro motivo de su acción que la moralidad, no por eso renuncia al bien al que toda voluntad debe tender; el bien incondicionado, el bien supremo a que tiende una persona no es otro que la «virtud y la felicidad conjuntamente», la suma de moralidad y felicidad. No podemos concebir la virtud sin la felicidad, y viceversa y, además, 13 la razón práctica nos impulsa hacia este bien supremo, o a unir una cosa con otra. Ahora bien, o la felicidad es el móvil de la moralidad, o la moralidad es la causa de la felicidad. Lo primero no es posible, porque el único móvil de la voluntad ha de ser la moralidad; tampoco es posible lo segundo, porque no basta ser virtuoso para ser feliz, cuanto más que la felicidad, que pertenece al mundo fenoménico, se rige por leyes naturales y la virtud por leyes morales. El incondicionado a que tiende la razón práctica, por tanto, la búsqueda del bien supremo a la que nos lleva la misma moralidad parece una empresa ilusoria: es la «antinomia de la razón práctica». La antinomia se resuelve, como acaba de pasar con el problema de la libertad humana, recordando la doble pertenencia del hombre al mundo inteligible y al mundo fenoménico. En el mundo de la naturaleza la virtud no siempre lleva a la felicidad, pero sí en el mundo inteligible. La resolución, por tanto, requiere la posibilidad de la inmortalidad del hombre y la existencia de una causa que sea la garantía de esta misma posibilidad. La moralidad tiene, por consiguiente, sus condiciones necesarias: sus postulados de la razón práctica, libertad, inmortalidad del alma y existencia de Dios. La completa identidad entre la actuación moral y la felicidad sólo puede alcanzarla el hombre existiendo, no como ser sensible, sino sólo como inteligible (como persona o espíritu) y en una situación de infinitud; tal situación corresponde a la inmortalidad. Así se asegura la posibilidad del primer elemento del bien supremo, la moralidad o la virtud. Para asegurar la posibilidad del segundo elemento, esto es, de la felicidad, ha de suponerse la existencia de una causa capaz de otorgar esta felicidad: es decir, de una causa suprema de la naturaleza, dotada de entendimiento y voluntad, Dios. Sólo esta causa suprema hace posible que la felicidad se identifique con la moralidad. La moralidad coloca al hombre en el umbral de la religión. Lleva a ella, pero no es su objetivo, porque no es la felicidad a lo que debe tender el hombre moral, sino a la racionalidad. La religión, a su vez, hace que la moralidad alimente, en el terreno práctico, la esperanza. 14 CONCLUSIÓN El sistema filosófico de Kant recibe el nombre general de «criticismo» o «filosofía crítica» y se halla expuesto, sobre todo, en las tres obras fundamentales de la Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Critica del juicio. Los elementos introductorios de este sistema los denomina propiamente filosofía trascendental y los expone Kant, principalmente, en los Prolegómenos y en la primera de las tres Críticas mencionadas. Por «filosofía trascendental» entiende el examen a que hay que someter a la razón humana para indagar las condiciones que hacen posible el conocimiento a priori, o bien el mero intentar responder a la pregunta de « ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?», o a la de « ¿cómo es posible la experiencia?», o bien a la de « ¿cómo es posible la naturaleza?». Kant dice también que la filosofía trascendental pretende saber «sólo si es en principio posible alguna cosa parecida a lo que se llama metafísica». A fin de entender cualquiera de estas preguntas, planteémonos las cosas como hace Kant en la introducción a sus Prolegómenos y en las primeras páginas de la Crítica de la razón pura. Hume sostuvo que, en lo tocante al conocimiento de las cosas, no era posible ir más allá de lo que nos dan a conocer los sentidos y la memoria. Kant supuso que esta manera de argumentar desproveía de todo fundamento, no sólo a las teorías físicas de Newton, sino a cualquier conocimiento de la experiencia. Hume centró su crítica en torno a la cuestión -metafísica por excelencia- de si podemos pensar alguna relación necesaria y universal entre los sucesos de la naturaleza, esto es, en torno a la noción de «causa». No podemos fundamentar su noción argumenta- ni en la sola razón ni tampoco en la experiencia; se debe sólo a una especie de fe irracional basada en la costumbre. No es posible, en consecuencia, la metafísica. Pero es que tampoco habrá verdadera física comenta Kant-, es decir, no podrá haber ninguna ciencia de la naturaleza o de la experiencia en general, si no es posible fundarla en un conocimiento causal. A la afirmación de Hume de que no es posible un conocimiento universal y necesario de las cosas, porque tal necesidad y universalidad no se hallan en la 15 experiencia, Kant opone la suposición de que, no pudiendo venir de la experiencia esta necesidad y universalidad y siendo por lo demás condiciones necesarias de un verdadero conocimiento, han de ser un elemento a priori del mismo. Pero amplía el alcance de la afirmación de Hume: no sólo la idea de causalidad no proviene de la experiencia, sino que de ella no proviene ninguna de las nociones fundamentales de la metafísica, de igual forma que ninguna de las nociones fundamentales para entender la experiencia puede provenir de la misma experiencia; provienen del entendimiento sin más, de la misma estructura del conocer. Por esto dice Kant que debe a Hume «el haber salido ya hace muchos años del sueño dogmático». Kant determina que, para entender la experiencia (conocimiento a posteriori), es necesario tener conocimientos que no provengan de la experiencia (conocimiento a priori): «aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia». Sólo así puede tener el conocimiento empírico aquellas condiciones que exige el verdadero conocimiento (universalidad y necesidad) y que la sola experiencia no puede otorgar. Esto equivale a un cambio de método y a afirmar que no es el entendimiento el que se deja gobernar por los objetos, sino que son éstos los que se someten a las leyes del conocimiento impuestas por el entendimiento humano: un «giro copernicano», según suele decirse, un cambio de 180 grados, una perspectiva radicalmente nueva. Según Kant, este planteamiento sólo es parcialmente nuevo en la historia, porque un planteamiento similar se hizo en la matemática, en tiempos de Euclides, y en las ciencias de la naturaleza, en tiempos de Galileo. Las matemáticas griegas fundaban su certeza en la construcción de la figura que el geómetra concebía en su mente; la ciencia moderna funda su innovación en el hecho de que es ella la que interpela a la naturaleza mediante sus hipótesis. En uno y otro caso, «la razón sólo reconoce lo que ella misma produce según su proyecto». Igual ha de hacer la filosofía si ha de progresar como ciencia, y ha de hacerlo en un doble plano: en el de la sensibilidad y en el del entendimiento. Por la primera son dados los objetos a la experiencia humana, por la segunda son pensados. En uno y otro nivel ha de haber conocimiento a priori, de modo que «sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas». En esto consiste el giro copernicano del pensamiento, que debe hacerse en 16 filosofía a ejemplo de la intuición de Copérnico: si éste, para explicar los movimientos celestes, entendió que era mejor suponer que era el hombre espectador quien giraba, de manera parecida Kant cree que, en el supuesto de que sean los objetos los que se regulan por la manera como los conocemos y no al contrario, se explica mejor que lleguemos a conocerlos de un modo necesario y universal. A la filosofía le incumbe, pues, como primer objetivo averiguar si, antes de toda experiencia, es capaz de conocer algo aplicable a todo objeto de la experiencia. El tipo de conocimientos a priori a que se refiere Kant es el que ponen de manifiesto los juicios sintéticos a priori. La hipótesis que plantea Kant es, pues, si existen juicios sintéticos a priori. Pero puesto que las matemáticas y la física se consideran verdadero conocimiento, la pregunta se transforma en cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en estas dos ciencias. Por otro lado, el verdadero conocimiento en general se logra a través de la sensibilidad y del entendimiento, por lo que, coordinando estos diversos, pero coincidentes objetivos, el plan de trabajo de la Crítica de la razón pura se dispone en los siguientes niveles: 1) a: ¿Qué condiciones a priori supone el conocimiento sensible? b: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática?2) a: ¿Qué condiciones a priori supone el conocimiento intelectual? b: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física? Demostrando, tanto para el primer punto como para el segundo, que hay elementos a priori (A: exposición metafísica) y que tales elementos son condiciones de posibilidad de todo juicio sintético a priori (B: exposición trascendental), Kant se plantea si también para la metafísica, y para la razón pura, existen elementos a priori con los que puedan formarse juicios sintéticos a priori. Debe añadir, por tanto, una tercera pregunta:3) a: ¿Hay elementos a priori de la razón pura? b: ¿son posibles los juicios sintéticos a priori en metafísica? Las respuestas son afirmativas para la primera y la segunda parte, y negativa para la tercera. La filosofía trascendental no tiene más remedio que reconocer los límites de la razón humana; ignorarlos es caer en las redes engañosas de la metafísica «natural». Por ello, estas tres preguntas pueden enunciarse de otra (cuádruple) manera: 1) ¿Cómo es posible la matemática pura? 2) ¿Cómo es posible la ciencia natural pura? 3) ¿Cómo es 17 posible la metafísica como disposición natural? 4) ¿Cómo es posible la metafísica como ciencia? Kant responde a la pregunta (1) en la estética trascendental; a la pregunta (2) en la analítica trascendental y, a las preguntas (3) y (4) en la dialéctica trascendental; las tres partes fundamentales en que se divide conceptualmente la Crítica de la razón pura .Ahora bien, si la Crítica de la razón pura responde a la primera de las grandes preguntas que se formula Kant (¿qué puedo saber?), las otras las intenta contestar en la Crítica de la razón práctica, en la Crítica del juicio, y en el resto de sus obras, en las que aborda los grandes temas de la filosofía.. 18 BIBLIOGRAFÍA Kant, Immanuel “Crítica de la razón práctica” editorial Losada, Buenos Aires 1977. Kant, Immanuel “Crítica de la razón pura, Analítica trascendental., libro segundo”, Editorial Alfaguara, Madrid 1988 Maritain, Jacques “Introducción a la Filosofía”, editorial Club de Lectores; Buenos Aires 1988 Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona. 19 ÍNDICE INTRODUCCIÓN ............................................................................................... 1 LA ÉTICA DE EMANUEL KANT ......................................................................... 3 Las primeras obras de Kant. ........................................................................... 3 El despertar del sueño dogmático. .................................................................. 4 Período Crítico de Kant ................................................................................... 4 Decadencia y muerte de Kant. ........................................................................ 6 La Ética como la Moral Kantiana ..................................................................... 7 1. Fundamentación de la metafísica de las costumbres ............................... 7 2. Crítica de la razón práctica ..................................................................... 10 CONCLUSIÓN ................................................................................................. 15 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................ 19 ÍNDICE ............................................................................................................. 20 20