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BENITO PÉREZ GALDÓS y PORTUGAL:
un horizonte para el viaje y la reflexión
José Luis Mora García
Universidad Autónoma de Madrid
Presidente de la Asociación de Hispanismo Filosófico
Verissimo Serrao, Adriana (y otros), Poética da Razao. Homenagem a Leonel Ribeiro
Dos Santos, Centro de Filosofía de Lisboa, 2013, pp. 699-712
Al profesor Leonel Ribeiro
con quien en poco tiempo
se aprende mucho: lo esencial
En el contexto de las letras españolas del siglo XIX ocupó Galdós un espacio
propio, pues estuvo muy alejado de los sectores escolásticos aunque no tuviera empacho
en regalar a D. Marcelino una Vida de Santo Tomás en inglés, y mantuvo, también,
equidistancia con los sectores tradicionalistas, incluso los llamados “mestizos” de la
Unión Católica, de quienes apreciaba su sentido de la historia, lo que tenia sentido
hablando de Laverde y de su amigo santanderino, Marcelino Menéndez Pelayo. Pero,
tomó también sus distancias con los neokantianos: con Perojo (que, como es sabido,
terminó sus días falleciendo sobre el escaño mismo, defendiendo la división provincial
de las Canarias, proposición que también apoyaba Galdós) y de Manuel de la Revilla
con quien cruzó al menos 11 cartas que aún permanecen inéditas, crítico literario agudo
y excelente lector de la obra del escritor canario. De estos últimos apreciaba, no
obstante, su apuesta por la modernización a favor de la ciencia y el apoyo a los sectores
liberales.
Podríamos decir que Pérez Galdós se situó en una cuarta línea –frente a las tres
señaladas- en relación con quienes constituían las referencias en esos años de mitad de
los ochenta del siglo XIX, pues si bien estuvo muy atento a las posiciones de los demás
más lo estuvo a desarrollar la propia. Así fue, claramente, en los temas que se situaron
como centro de la que conocemos como polémica de la ciencia española, en 1876,
cuando Galdós estaba escribiendo Gloria, pensando en La familia de León Roch y
manteniendo un cruce de cartas con Pereda, donde ambos se comportaron como buenos
y documentados teólogos acerca de la importancia de la libertad de cultos y el
latitudinarismo. Mas ninguna discrepancia rompió la amistad con sus interlocutores.
Siguió regalando libros de su excelente biblioteca grecolatina a Menéndez Pelayo y
todos compartieron su admiración por el Renacimiento español tanto como su
antiescolasticismo.
Viene esta reflexión inicial a propósito del debate que se suscitará en España en
1876, la llamada polémica de la ciencia española, como decíamos, en la que
intervinieron todos los actores ya nombrados y en la cual se debatió sobre la famosa
decadencia de España en los últimos siglos1, que se había adelantado en Portugal en las
reflexiones de algunos autores importantes de la Generación de 1870. Así, Antero de
Quental había dedicado su exposición, en las llamadas “Conferencias del Casino”
(1871), a las “Causas da Decadência dos Povos Peninsulares”. Como señala Sérgio
Menéndez Pelayo, M., La ciencia española, 3 vols. Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1887 (3ª
ed.); Mora García, José Luis, “Un testigo atento de la polémica: el novelista Pérez Galdós” en Mandado,
R.Emilio y Bolado, Gerardo, La Ciencia Española. Estudios, Universidad de Cantabria, 2011, pp. 55-80.
1
1
Campos, en su magnífica introducción a Historia de la civilización ibérica de Joaquim
Pedro de Oliveira Martins2, “la reflexión del joven Antero de Quental sobre `la
decadencia de los pueblos peninsulares, no hacía sino retomar un tópico central en la
conciencia histórica de la intellegentsia portuguesa y española desde la ocupación
francesa de principios del siglo XIX”3. Poco después, Joaquim Pedro de Oliveira,
perteneciente a la misma generación de la Regeneraçao que desarrolla su actividad
intelectual en las décadas de los setenta y ochenta, publica Teoria do socialismo (1872)
y colabora en la Revista Ocidental, edición bilingüe –portugués y castellano- que
“buscaba estrechar los contactos culturales entre los intelectuales portugueses y
españoles, sin olvidar a las naciones americanas de expresión hispánica”4, con
anterioridad, al final de la década (1879), de sacar a la luz el título que le dará nombre,
fama y le convertirá en centro de la controversia: História da Civilizaçao Ibérica. Trató
este libro de ser una respuesta a las publicaciones que, provenientes del mundo
anglosajón, estudiadas con precisión por el propio Sérgio Campos, habían ido viendo la
luz desde finales de los años cincuenta en que se editó la obra de Thomas Buckle,
History of Civilization in England. Como es sabido, la polémica entre los dos modelos
de “civilización”, término que pasó a ocupar el centro del debate (recuérdese la
publicación anterior por parte de Eugenio de Tapia de la Historia de la civilización
desde la invasión de los árabes hasta la época presente, Madrid, 1840 en 6 vols.), para
hablar de los pueblos latinos y de los anglosajones y se extendió más allá del final del
siglo. Se realimentó, luego, con la primera gran guerra y tenemos duda de que haya
concluido del todo aún hoy, aunque el tono sea en nuestro tiempo más sordo y de él se
hayan apartado los soportes en que se apoyó en las que fechas de aquella segunda mitad
del siglo XIX: de un lado, la idea de raza, término que se movía entre su raíz
biologicista y la dimensión cultural que le daban las incipientes ciencias sociales; de
otro, la psicología de los pueblos que, apoyada en un fuerte soporte hiperpositivista,
amenazaba cualquier interpretación que sustentara posibles cambios “sustanciales” de
una sociedad a lo largo del tiempo. El más famoso de los textos fue el publicado en
París (1897) por Edmond Desmolins y titulado, sin disimulos, En quoi consiste la
supériorité des anglosaxons5. La postura de Oliveira Martins sobre el lugar de Portugal
en el marco de la construcción europea se sitúa en un punto intermedio de este
prolongado debate, su posición ha sido estudiada con detenimiento por Pedro Calafate
y a él me remito6.
El fondo de la polémica estaba en su auge cuando Benito Pérez Galdós realiza el
viaje a Portugal, al parecer con Pereda, en la primavera de18857, que le serviría para
2
Pamplona, Urgoiti, 2009
Ib., p. XIV.
4
Ib., p. XXVI
5
Traducido dos años después al español por Santiago Alba, Madrid, 1899. V. También, Núñez, Diego,
“La historia del pensamiento español y el problema de España” en ¿Existe una filosofía española?,
Madrid, Fundación Fernando Rielo, 1988, pp. 143-171. Para una visión general de este debate desde la
perspectiva española, Litvak, Lily, Latinos y anglosajones: orígenes de una polémica, Barcelona, PuvillEditor, 1980.
Para la perspectiva portuguesa el estudio, ya citado, de Sérgio Campos es fundamental. Igualmente, el
capítulo dedicado al siglo XIX en el libro de José Eduardo Franco e Pedro Calafate, A Europa segundo
Portugal. Ideias de Europa na cultura portuguesa século a século, Lisboa, Gradiva, 2012
6
Para la perspectiva portuguesa el estudio, ya citado, de Sérgio Campos es fundamental. Igualmente, el
capítulo dedicado al siglo XIX en el libro de José Eduardo Franco e Pedro Calafate, A Europa segundo
Portugal. Ideias de Europa na cultura portuguesa século a século, Lisboa, Gradiva, 2012, pp. 144-146.
7
Piper, Anson, “Galdós and Portugal”, Anales Galdosianos, VIII, 1973, pp. 79-87
3
2
escribir sus dos primeros artículos sobre las ciudades visitadas. Poco antes, había
iniciado una colaboración con el periódico bonaerense, La Prensa, que se mantuvo
constante durante once años, con dos intervenciones esporádicas en 1901 y 1905, ésta
con motivo del tercer centenario de la publicación de El Quijote. Acababa de publicar,
entonces, cuando cruza la frontera hacia el oeste, Tormento, La de Bringas y Lo
prohibido y tenía a punto Fortunata y Jacinta que saldría entre 1886 y 1887. En ese año
de 1885 envió a Buenos Aires un artículo realmente interesante donde terciaba en los
asuntos debatidos en la polémica acerca de la filosofía y la ciencia españolas, de lo que
él llamaba “el sentimiento religioso”, apuntando ya hacia el modernismo y la propia
historia. Poco antes, y con palabras prestadas aunque no hemos conseguido aún saber de
quien, había arremetido contra la filosofía alemana en 1883 cuando redactó el artículo
“Visiones y profecías”, escrito en el marco de la visita del príncipe alemán Guillermo II
y en el contexto de lo que estaba significando la política de Bismarck para Europa. No
es el momento de pararnos aquí en estos artículos pero no deberían ser olvidados pues
son el contrapunto para entender sus juicios sobre otros países: Inglaterra, Italia debemos reconocer que sobre todo Italia- y el propio Portugal. A ellos me referí en el
estudio dedicado a Galdós y la polémica de la ciencia española, ya mencionado con
anterioridad, y simplemente conviene recordar que muestran hasta qué punto el propio
escritor canario participó de todo este debate que concernía de lleno a la construcción de
la nación española.
La derivada de todo este debate se mostró bien visible en las relaciones entre los
dos países de la península ibérica al quedar ambos insertos en los llamados “países
latinos”. Ambos quedaron concernidos a mirarse recíprocamente para resituarse entre sí
y frente, o junto a, los demás. Y eso les obligó, al menos a tener que conocerse. Desde
luego, el texto de Oliveira Martins marcó un antes y un después en la polémica y no es
casual que al año siguiente de viajar a Portugal ambos escritores se cruzaran al menos
dos cartas en cada sentido. Y no es casual, tampoco, que las posiciones, en este terreno,
estuvieran muy matizadas desde la posición portuguesa. Hay constancia de que el texto
fue pronto conocido y apreciado en España. La Revista de España. Revista científica,
literaria y política, fundada por Albareda en 1868, dedicó amplios espacios a la cultura
portuguesa en la pluma del propio Valera, residente en Lisboa una larga temporada,
partidario del iberismo cultural y reticente con el nacionalismo portugués que debió
contagiar a Galdós; también Antonio Romero escribió sobre Bocage, Garret, Herculano
y Castello Branco, entre otros, y ambos forman parte de esta lista de articulistas.
Lógicamente, cuando llegó el momento, la obra de Oliveira tuvo su espacio y fue
reseñada por el propio Juan Valera. De esta revista fue colaborador temprano Galdós,
quien publicó en ella alguna de sus obras más conocidas como Doña Perfecta e,
incluso, llegó a ser director durante casi dos años, entre 1872 y finales de 1873. Ahí
debió entrar en contacto con Valera y Menéndez Pelayo y su mirada sobre Portugal fue
deudora de los testimonios de ambos. Es sabido que llegaron a constituirse asociaciones
mixtas, de carácter cultural, entre portugueses y españoles aunque, al parecer, sin
conseguir grandes logros. No nos consta que Benito Pérez Galdós formara parte de
ninguna pero su existencia indica una importante voluntad de colaboración.
No es causal, pues, que Galdós estuviera gratamente sorprendido por la obra del
autor portugués hasta hacer gestiones para su traducción al castellano. En carta, sin
fechar, pero que pudiera ser anterior a 1886, año de la segunda que también se ha
conservado, le dice Oliveira a Galdós: “Le debo los mejores agradecimiento por su
amable carta del 18 y por los términos tan ingeniosos con que aprecia mi Civilización
ibérica”. Y le añade: En efecto, sería para mi extremadamente honroso y agradable que
hubiese en España quien tradujera esta obra.” (…) “… paréceme que hay sentimientos
3
comunes entre todos nosotros, peninsulares, y creo que su divulgación en España sería
un paso para bajar las barreras que deplorablemente separan dos pueblos hermanos. He
vivido tres años en España y tuve ocasión de conocer de visu semejanzas y
contradicciones”. Así lo comprobamos cuando, en otra carta, el propio Oliveira le
transmite a Galdós “el permiso al Sr. D. Luis Navarro para emprender la traducción de
Civilización ibérica”. Y le añade ahora: “me honraría sobre manera ese hecho tanto por
lo que significa personalmente”, como “porque también pienso que entre nosotros,
escritores españoles y portugueses, debía haber relaciones más estrictas.”8
Debían conocerse desde antes o haber mantenido algún tipo de relación. Es más,
casi con seguridad, ambos viajeros, José María de Pereda y Benito Pérez Galdós, se
habrían encontrado con Joaquim Pedro de Oliveira en la última semana de mayo de
1885, en la ciudad de Oporto cuando estos se dirigían hacia la frontera norte para salir
por Galicia cruzando el río Miño9.
El aprecio recíproco escondía, no podía ser de otra manera, diferencias en la
percepción recíproca y en la forma de abordar las relaciones entre ambos países. Sérgio
Campos, quien demuestra ser un profundo conocedor del trasfondo de esta época,
sostiene, de manera argumentada, que Oliveira sugería “una relación Portugal-España
distinta [se refiere a las posiciones del republicanismo federal y del doctrinario, así
como de las posturas jacobinas]: unión de pensamiento y acción e independencia de
gobierno.” Y añade con las propias palabras de Oliveira: “esta es, a nuestro juicio, la
fórmula actual, sensata y práctica del iberismo”10. Seguramente, la posición de Galdós
hubiera querido avanzar en el modelo de unidad política y económica entre ambos
países si bien por razones más bien pragmáticas como buen defensor del realismo
literario –y político- que era y que trasladaba a las demás esferas de la vida11.
Desde entonces, Galdós estuvo más atento a los asuntos portugueses como
muestra en varias crónicas enviadas al diario bonaerense y le hicieron mantener su
interés hasta expresar su simpatía por la posición aliadófila de Portugal en la primera
guerra mundial, tal y como le confesará al artista portugués Leal da Câmara en la
entrevista que mantuvieron en 1916, en la casa madrileña del novelista en la calle
Hilarión Eslava12. Era el momento en que Galdós arreciaba sus críticas, a través de los
artículos publicados en la bella revista La Esfera, al papel de Alemania y a las
consecuencias que traerían para Europa sus acciones militares. Entre tanto, tuvo tiempo
de cruzar varias cartas de las que se conservan en la Casa Museo que suman 21 con
corresponsales portugueses, bastantes de ellas en torno a los primeros años del siglo
XX, coincidiendo con el estreno de Electra, incluida una de Antonio Sardinha que se
dirige a Galdós como “Excelentísimo camarada” y otra, ya tardía, de la Empresa
8
J.P. Oliveira a Galdós. Las cartas de Oliveira a Pérez Galdós se hallan en la Casa Museo Pérez GaldósCabildo de Gran Canaria. Debo su consulta a la amabilidad y eficacia de Ana Isabel, la persona encargada
de los epistolarios quien me las ha proporcionado con máxima rapidez.
en las dos cartas conservadas
9
Así lo afirma Sérgio Campos quien ha podido leer las cartas de Galdós a Oliveira. Por mi parte he
podido consultar las dos cartas de Oliveira Martins a Pérez Galdós, una fecha con seguridad en 1886 y la
otra con mucha probabilidad anterior y no podría asegurar que del mismo año. Habría que comprobarlo
con la fecha de publicación de la 4ª ed. de Historia de Portugal, obra cuya primera edición vio la luz el
mismo año que la “Civilización ibérica”. La 5ª es ya de 1894. Desafortunadamente no he podido
comprobar el año de la cuarta edición que nos daría una aproximación de la fecha de esta primera carta. L
10
Ib., p. XXIII.
11
Cuenca Toribio, J.M., “Galdós, iberista”, Anuario de Estudios Atlánticos, 40, 1994, pp. 533-543.
12
Sobre este encuentro ver: González Martel, Juan Manuel, “Pérez Galdós y Leal da Câmara. Un artista
modernista portugués retrata y entrevista de Benito Pérez Galdós”,
www.anuariosatlanticos.casadecolon/index.php/moralia/article
4
Literaria Universal en que se ofrecen a traducir al idioma de Camoes “una o muchas de
sus muchas ediciones” pero indicándole que “una de las novelas escogidas para
traducción es la novela Marianela”.
Galdós envió al periódico La Prensa tres artículos donde les contaba a sus
lectores argentinos sus impresiones sobre Portugal. Los dos primeros son fruto del viaje
realizado en la primavera de 188513. Eran momentos de plenitud intelectual y de lucidez
de nuestro novelista lo que confiere a sus juicios especial interés. El tercer artículo,
escrito en 1990, en el mes de noviembre de 199014, pretendía comentar los efectos de la
aceptación del ultimátum británico relativo a la retirada de las tropas portuguesas del
territorio comprendido entre Angola y Mozambique que tan grave crisis provocó en la
monarquía portuguesa. Recordemos, de pasada, que Galdós, por esos años, estaba en
plena digestión del fracaso de la Revolución de 1868 y no se había convertido a la fe
republicana que profesaría con fervor en los inicios del siglo XX. Temeroso frente a
cualquier revolución, defensor de posiciones muy conservadoras esos años frente al
socialismo, y ya no digamos frente al anarquismo, Galdós veía con preocupación las
crisis políticas. Sus juicios ante la situación portuguesa de aquel momento se me antojan
defensivos. Debemos añadir a estos artículos el apartado dedicado a Portugal en la
“Carta” de 18.10.1991 y en ella continúa con su pesimista diagnóstico sobre las
relaciones de Portugal con Inglaterra y abunda en su posición defensiva frente a las
reacciones de los pueblos frente a “los problemas sociales y económicos que afectan a la
vida material” mientras que aquellos permanecen “indiferentes a todo problema
político, incluso el de las formas de gobierno.”15.
Fue Benito Pérez Galdós un gran viajero quizá por su condición de isleño. Como
“don del océano” le calificó María Zambrano en un artículo escrito para Diario 16, ya
en junio de 1986, tras su regreso a España. Para la escritora andaluza, “don Benito sería
la paz oceánica, es decir, sin fronteras”, atento a la vida de los pueblos. Por ello
señalaba que Galdós “quitó el veneno a la literatura. No creo –dice- que se pueda
encontrar en la inmensidad de su obra la menor gota de veneno, de ese veneno que ha
parecido imprescindible a todo literato, a todo escritor que sabe que la literatura tiene
que tener su gota de veneno para existir. Don Benito quitó el veneno.”16
Viene esto a propósito de explicar cómo miraba este isleño, desde su alta
estatura y sus ojos pequeños, afincado en Madrid, ciudad a la que con seguridad
convirtió en su propia isla, las otras ciudades y las otras gentes que visitaba. En la
clasificación que la profesora Sotomayor, en su libro Palabras para una ciudad. La
Pérez Galdós, B., “Excursión a Portugal”. Viajes y Fantasías. Obras inéditas, v. IX. Ed. de Alberto
Ghiraldo, Madrid, Renacimiento, 1928, pp. 11-43
14
Shoemaker, W., Las cartas desconocidas de Galdós en “La Prensa” de Buenos Aires, Madrid,
Ediciones de Cultura Hispánica, 1973, pp. 415-420. De esta “Carta”, el primer punto del Sumario es:
“Portugal e Inglaterra”.
15
Ib., p. 459
16
Esta expresión siempre me gustó mucho por su sutileza. Pertenece a aquella excelente lectora de la
obra de Benito Pérez Galdós que fue la filósofa María Zambrano, lectora realmente cualificada y atenta,
una de las pocas personas del gremio de los filósofos que supo comprender en profundidad a este
novelista Está recogido en la edición de Mercedes Gómez Blesa, María Zambrano, Las palabras del
regreso, Madrid, Cátedra, 2009, p. 202. V. Mora García, J.L., “Galdós, la filosofía y los filósofos” en
Arencibia, Yolanda y Bahamonde (eds.), Ángel, Galdós en su tiempo, Santa Cruz de Tenerife,
Parlamento de Cantabria/Parlamento de Canarias/Cabildo de Canarias/ UIMP., 2006, pp. 71-110.
13
5
Segovia que vivió María Zambrano17 en el que recoge una buena parte de lo escrito
literariamente sobre esta ciudad castellana, estableció tres formas de aproximarse a la
ciudad: “la ciudad del viajero”, “la ciudad vivida” y “la ciudad recreada”. Para los
lugares de Portugal que visitó Galdós deberíamos situarle entre la primera y la tercera,
es decir, en “aquella forma de acercarse a un lugar, que tiene su razón en la curiosidad y
el deseo de conocer. Esta forma, que ha movido a gentes por el mundo en todos los
tiempos, significa la contemplación de un espacio extraño, ajeno a la experiencia
personal de un espacio extraño, ajeno a la experiencia personal del mundo físico. Si el
paisaje comporta un modo de ser y de vivir, el viajero no pertenece a ese mundo; su
mirada distanciada capta primero la realidad material del paisaje para llegar después a
intuir, si es que hay interés en ello, la vida que contiene ese espacio, el alma de sus
gentes, el aliento que fluye en su ambiente.”18
Sin duda, Galdós pertenece a quienes sienten interés por incluir, en su reflexión,
ese conocimiento del alma de las gentes de los lugares que visita. Nunca se comporta
como el simple turista de la epidermis de la piedra sino como el documentado viajero
que ha repasado la historia del lugar, las características de la geografía y la forma de
vivir de las gentes y, sobre todo, su literatura culta y popular, esa unión imprescindible
para conocer a los pueblos de que escribiera con tanto acierto Giner de los Ríos 19 y que
practicarían en sus muy diversas variantes los poetas del 27. Por eso, casi todos ellos
tuvieron gran aprecio por Galdós a diferencia de lectores de otras generaciones más
próximas.
Pues con este espíritu, es decir, sin veneno y con el ánimo de conocer el alma de
los lugares visitados, recorrió Benito Pérez Galdós buena parte de Europa y, por
supuesto, casi toda España. De sus viajes interiores nos quedan fisonomía espléndidas
de San Sebastián, Bilbao, Santander (ciudad más vivida que visitada), Madrid (dicho
sea en los mismos términos), Barcelona, la propia Segovia20, antes mencionada, junto
con La Granja de San Ildefonso y otras. De los viajes por Europa nos quedan
detalladísimas observaciones de su largo viaje por una Italia que le fascinó ciudad por
ciudad: Roma, Verona, Venecia, Florencia...; Holanda, país que visitó en el verano de
1887, de la que subraya el “carácter burgués y su sentimiento vivo de la localidad y de
la familia y su vivir práctico y morigerado, escaso espiritualismo y devoción de la
familia del trabajo”; Alemania, “el Imperio más poderoso de Europa en cuya capital
residen los hombres que tienen en sus manos los acontecimientos del viejo continente, y
la paz o la guerra.” De ahí que su curiosidad se dirigiera a saber dónde vivían el
emperador Guillermo y Bismarck; los países nórdicos, a doce horas de Hamburgo para
Sotomayor Sáez, María Victoria, Palabras para una ciudad. La Segovia que vivió María Zambrano,
Segovia, Ediciones de la Caja de Ahorros de Segovia, 2004
18
Ib., p. 19
19
Giner de los Ríos, F., “Consideraciones sobre el desarrollo de la literatura moderna”. Recogido en
López Morillas, J., Krausismo. Estética y literatura, Madrid, Lumen, 1973, pp. 111-160. El texto original
de Giner es de 1862.
20
Conservamos de esta ciudad también una espléndida reflexión que en la distancia no solo del espacio,
como era el caso de una exiliada, sino también por el tiempo transcurrido desde que la abandonó, hizo
María Zambrano. Redactado a comienzos de los años sesenta, María Zambrano había dejado la ciudad del
acueducto a finales de los años veinte aunque pudiera regresar a ella esporádicamente en los años
siguientes. Más allá de la ciudad concreta descrita, hay en su palabra escrita una simbolización de la
ciudad, de toda ciudad, que haya de ser preciada de espacio humano. Zambrano, M., “Un lugar de la
palabra: Segovia” en España, sueño y verdad, Madrid, Siruela, 1994, pp. 163-184. V. Mora García, J.L.,
“La ciudad ausente como utopía de la ciudad en el pensamiento de María Zambrano. Segovia en su
recuerdo”, Estudios Segovianos, LIII, 2011, pp. 183-208
17
6
llegar a Copenhague, si bien “Dinamarca es tan pequeña que se la puede recorrer toda
en medio día y aún sobra tiempo”; Inglaterra, país que conocía bastante bien y de la
que no entendía las contradicciones entra las bondades de su política y las desigualdades
de su sociedad: hasta el punto de señalar que “en ninguna parte de Europa se ven pobres
tan andrajosos y famélicos como en Inglaterra; vuelve a Francia, país que había
visitado a sus veinticinco años, y en alguna otra ocasión. Lo haría de nuevo en 1889
para visitar la Exposición universal...21
A todos estos viajes precedió el realizado a Portugal en la primavera de 1885.
Sobre sus impresiones escribió, como decíamos anteriormente, dos artículos para los
lectores argentinos del periódico La Prensa, fechados en Lisboa el día 28 de mayo y en
Vigo el 4 de junio. Fueron recogidos por el poeta Ghiraldo en el primer volumen de las
Obras Inéditas bajo el título “Viajes y Fantasías”22.
En estas dos “cartas”, y casi cuarenta páginas, Benito Pérez Galdós trasmite a
sus lectores los tres sentimientos que su visita le produjo: fascinación por el paisaje,
simpatía y mucho respeto por la ecuanimidad de sus gentes y... recelo, no ante los
recuerdos históricos pues, señala, los motivos que habían fomentado las rivalidades han
desaparecido, sino ante la falta de entendimiento suficiente entre los dos países que
forman esta península ibérica. En este punto Galdós carga la mano más en la
responsabilidad portuguesa que en la española aun reconociendo que la diplomacia
española tampoco había actuado de manera adecuada.
Recuerda Galdós que el ferrocarril Madrid-Lisboa se inauguró en 1866 y por
aquel entonces se tardaban treinta horas; ya en 1881, poco antes de su viaje, se inauguró
la línea Madrid-Cáceres-Portugal para veinte horas de viaje. Y que estaba ya abierta otra
conexión entre Oporto y Vigo con un recorrido de cuatro horas. Don Benito entró en
Portugal por la primera y salió por este segundo enlace camino de Galicia. “El que esto
escribe –señala su autor- deseaba ardientemente conocer Portugal”. “Por fin, aquel
anhelo se ha realizado, y heme ya en tierras de Camoes.
1. Reserva la fascinación para Lisboa, “edificada sobre colinas a la margen
derecha del Tajo, “todo un panorama”, tan espléndido que sólo el de Nápoles o
Constantinopla pueden comparársele. A partir de aquí va desgranando expresiones de
admiración: “embelesa la vista y suspende el ánimo”, le parece enorme con sus
vericuetos y “agrias pendientes” y su plaza do Comercio es de las más bellas de Europa.
Galdós se detuvo con delectación ante el monasterio de Belem, donde historia, paisaje y
la arquitectura de estilo gótico Manuelino conforman un ejemplo de armonía.
Menos le gustó a Galdós la Lisboa de Pombal. En realidad es que a Galdós no
acababa de satisfacerle el siglo XVIII. Quienes hayan leído su temprano artículo de
enero de 1871, “Don Ramón de la Cruz y su época” entenderán fácilmente el porqué23.
Todas las citas están extraídas de la edición de W. Shoemaker, o.c. Al tratarse de textos breves no iré
citando cada uno de ellos pues el lector puede identificarlos con facilidad en las dos obras citadas de
donde están extraídos.
22
V. Notas 13 y 14. Ghiraldo hizo la selección como mejor le pareció. Hemos podido leerlos completos
gracias a la investigación de Shoemaker. Cada uno lo suyo pues desafortunadamente aún no disponemos
de una buena edición de los escritos de Galdós publicado en este periódico de Buenos Aires.
23
No era muy amante del siglo XVIII ciertamente. En un artículo sobre La Granja de San Ildefonso, la
ciudad cercana a Segovia construida por Felipe V como lugar de asueto veraniego al modo de Versailles
muestra su disconformidad con el espíritu de las Luces a la hora de construir ciudades. En este otro
21
7
Nos es cuestión de resumir aquí su denso y doctrinal estudio. Baste su aseveración de
que buscar en el siglo XVIII “un movimiento espontáneo, vigoroso, del espíritu
nacional, sería inútil”. Eso de meter el genio en modelos canónicos no gustaba a don
Benito pues él consideraba que autores como Homero, Cervantes o Shakespeare “no
tuvieron modelo bueno ni malo”. Si de España salva a Jovellanos, Moratín o Ramón de
la Cruz, “el único poeta verdaderamente nacional del siglo XVIII”, en la Lisboa de
Pombal las iglesias le parecen “correctas y elegantes, pero tan profanas, que viéndolas
por fuera le parece a uno que allí dentro se baila”.No sé si residiría aquí la razón de
unas palabras que no dejan de sorprender y que Galdós deja caer: “Creo no equivocarme
al asegurar que en Portugal se reza mucho menos que en España, dejando al curioso
lector el cuidado de averiguar los motivos de este fenómeno y de sacar las
consecuencias de él, si alguna pudiera sacarse.”
Si la morfología de Lisboa le fascina fue Cintra (así escribe Galdós el nombre
de esta ciudad) la ciudad donde sintió la plenitud al ver, a medida que se asciende,
“como se va desarrollando el más lindo paisaje que ojos humanos podrían gozar sobre
la tierra” sabiendo que si la recta es el camino más corto entre dos puntos, la belleza
sólo se encuentra en el serpenteo, en las ondulaciones del camino que lo prolongan
sobremanera, pues sólo en este alargamiento suscita el interés por “tantas bellezas que
se suceden sin cesar”. “Desde abajo –confiesa- no se comprende que puedan existir
pensiles en tan riscosa superficie, ni que haya tierra en que puedan prender las raíces de
tanto opulento y frondoso árbol” hasta llegar al castillo construido sobre los restos del
convento que mandara edificar el rey don Manuel. No le pasa desapercibido el Palacio
Real, más interesante por los recuerdos históricos que por el valor de sus paredes, y así
pronto vuelve al paisaje para enfatizar que no ha visto en parte alguna “vergeles mejor
cuidados” y que “el arte de la jardinería ha alcanzado en el parque real de Cintra su más
alto grado de perfeccionamiento. Ni deja ante tanta belleza de reconocer el mérito de los
“burrinhos” que subían la cuesta hasta llegar al castillo sin apenas queja. Llega su
admiración a decir de ellos que son “los animales más mansos, más valientes y más bien
educados que he visto en mi vida”. No le faltaba razón al bueno del viajero ni en la
admiración por Sintra ni en el elogio al borrico, adelantado a Unamuno quien le
dedicaría un artículo entero, molesto con seguridad ante la injusticia que supone haber
dedicado tantas páginas al caballo por ser montado éste por caballero y no por no
villano aunque no tenga comparación el correr veloz de uno y el trote del otro. Mas
cuando de subir cuestas empinadas se trata, ambos se igualan y esto debió pensar
Galdós.
Tras recordar los nombres de Camoes y Byron como los grandes cantores de
Cintra, considera que con decir tanto y tan bueno “no alcanzaron a expresar la belleza
de lugar tan extraordinario”. “Se entra en Cintra -concluye el viajero mirando a su
propio interior-, con delicia, se sale con tristeza y haciendo propósito de volver lo más
pronto posible.”
Su paso por Coimbra –la ciudad que es a Portugal lo que a España Alcalá o
Salamanca, Heidelberg a Alemania u Oxford a Inglaterra- debió ser más apresurado,
eso sí, sin olvidar decir que “los portugueses aman mucho a esta verdadera nodriza
intelectual de todos ellos y la nombran siempre con respeto” y sin olvidar un recuerdo a
la memoria de Inés de Castro, “aquella mártir cuya trágica historia no se puede leer sin
artículo, “Ramón de la Cruz y su época”, había hecho lo propio con la literatura. O.C., VI, Madrid, 1871,
pp. 1465-1502.
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pena vivísima, reina coronada después de muerte y cantada por todos los poetas de la
península antiguos y modernos.
Deja para Oporto las últimas páginas de la segunda carta, camino de Vigo y aquí
de nuevo el elogio de la campiña cuyos encantos “superan a cuanto la imaginación
podría soñar”. Después, un paseo por el “suntuoso edificio moderno de la Bolsa y el
Palacio de Cristal, la torre de los clérigos y la estatua ecuestre de don Pedro en la plaza
del mismo nombre que, sentencia Galdós, es digna de una gran capital”. Tras fijarse en
el “soberbio, arrogante y sólido puente sobre el Duero, por el cual pasa el ferrocarril a
vertiginosa altura” y que constituye una de las construcciones más atrevidas de Europa,
vuelve a lo que sus ojos quieren ver continuamente: la ribera, las casas apiñadas, las
masas de pinos y eucaliptos, las praderas y, hacia el mar, rocas rompientes de espuma y
toda la poesía del Océano”.
Ghiraldo suprimió varios párrafos de esta carta para no distraer al lector con
asuntos que no tuvieran que ver con la visión del viajero. Parece que en aquellos días,
por lo visto, no se hablaba en España de otra cosa que de la vacuna del doctor Ferrán
contra el cólera y Galdós, siempre tan preocupado por su isla madrileña, cerró esta
segunda “carta” con lo que era un esperanza para los madrileños. Como, además, ante el
peligro del cólera en Portugal se había establecido un cordón sanitario, Galdós quería
dejar su receta.
2. La simpatía lo fue para la gente. Digámoslo con sus propias palabras: “Noto
en las clases populares de Lisboa mejores formas que en las de Madrid. Indudablemente
esta raza está mejor educada que la nuestra. No sé por qué me figuro que nuestro pueblo
tiene más imaginación, y que el lisboense aventaja al nuestro en cualidades prácticas…”
“Reina aquí -continúa diciendo-, una sobriedad de acciones y de palabras que a los
españoles, tan dados a hablar más de la cuenta, nos parece algo sosa…” “No he
presenciado borracheras, riñas ni ninguna clase de pendencias. Quizá esta impresión
recibida por mi sea una impresión falsa; pero la transmito como la recibí, sin sacar de
ella consecuencias terminantes ni pretender juzgar un país por lo que se ve en una visita
rápida. Pero no creo aventurar que son los portugueses de las clases bajas,
excesivamente pacíficos, sobrios, morigerados y desprovistos de imaginación. Raza
laboriosa y honrada..”
El contrapunto de esta amable visión de Galdós, que confiesa no conocer la
literatura popular de Portugal y eso considera que le quita autoridad para “hablar del
pueblo portugués”, está en que ha visto un punto de tristeza en la gente de esas propias
clases bajas, en que falta la risa y los corrillos bullangueros…
Por si estamos a tiempo, conviene decir que a don Benito las camas portuguesas
le parecieron duras, no así los alimentos, “por lo general buenos y abundantes” y
agradece que “el demonio del lujo no haya plantado sus reales en esta dichosa ciudad
del Tajo”, pues así “disfrutan las familias lo que poseen y no hay aquí el diabólico afán
de aparentar una posición superior a la que se tiene. Todo indica que en Lisboa no
existen los despilfarros que entre nosotros son cosa corriente: las tiendas lo declaran.”
3. He calificado de recelo el tercer sentimiento que hacia Portugal nos trasmiten
estas páginas del viaje realizado por Pérez Galdós. Sea éste u otro similar, lo cierto es
que nuestro viajero no deja de mostrar un cierto desasosiego ya no, como antes
decíamos, por los recuerdos de la historia acerca de las relaciones de ambos países. No
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porque mencione las fechas de 1385 o la de 1640 que no lo hace, después de todo
escribía para sus lectores argentinos seguramente por aquellos días más dados a
identificarse con la que Galdós califica de “altiva independencia” de Portugal que con
las posiciones españolas, antigua metrópoli de sus ahora lectores.
Galdós era de espíritu más bien jacobino pero, ya hemos adelantado con María
Zambrano, que había erradicado el veneno de su literatura y por nuestra cuenta decimos
que a su sentido de la historia añadía un espíritu práctico y aprecio por el progreso. Así
pues, notaría el lector que a Galdós le cuesta aún dejar de ceder a un cierto espíritu de
superioridad. Lo manifiesta tanto en estas dos cartas de su excursión como en la
segunda ocasión en que vuelve sobre Portugal, ya no con motivo de un viaje sino a
propósito del tratado luso británico sobre las condiciones en que había de establecerse el
dominio, por ambas naciones de los territorios africanos. Eran los meses finales de
1890.
La prensa portuguesas debía dar por aquellos días noticias abundantes de las
consecuencias del Tratado y arremetía contra sus clases dirigentes. Galdós se esfuerza
en trasmitir a sus lectores del otro lado del Atlántico que la realidad de la nación
portuguesa no se corresponde con el lenguaje exaltado de sus periódicos y que el país
“permanece como una balsa de aceite”.
Mas no debían tranquilizarle suficientemente sus propias palabras pues lo que
deseaba decir es que “Portugal ha rechazado siempre la única solución posible para los
problemas que bien podrían llamarse de existencia, la alianza sincera con España.”
Si en los artículos de 1885 aludía a las dimensiones de la población portuguesa
cuyos cinco millones de habitantes se veían obligados a soportar toda la administración
del Estado: ejército, marina, cuerpo diplomático, infraestructuras, escuelas,
universidades… siendo también pequeña España, de tal manera que también nos
veíamos obligados a los mismos dispendios y “a la apariencia de nación grande con
presupuesto reducido”, pensaba Galdós que eso debería llevarnos a buscar un acomodo
que nos librara de tanta carga inútil, “estableciendo algo que fuera común y que
pudiéramos conllevar a medias. Pero esto, pensaba Galdós, no pasaba de ser un sueño o
un delirio. Y aquí es donde le sale su vena al afirmar que el “solo anuncio de semejante
idea hace temblar de indignación a los susceptibles portugueses.” Mas las palabras de
Galdós no terminan aquí. Continúan con otro talante: “…vendrán tiempos –afirma- en
que los dos pueblos hermanos encuentren una fórmula para constituirse en hermoso y
soberano grupo, el cual tendrá la fuerza que ninguna de las dos nacionalidades
separadas obtendrá jamás.”
En el artículo de 1890 ataca este tema por otro flanco. La alianza hispanoportuguesa serviría para contrarrestar el poder de Alemania, Francia e Inglaterra cuyo
reparto de África se haría perjudicando “los intereses históricos de España y Portugal,
injustamente de esta última nación, cuyos navegantes y conquistadores, hicieron en
aquel continente lo que los españoles en América. Y la historia no ha dejado de darle
razón.
Celos, recelos, sentimientos propios de vecindad. Esos sentimientos no
abandonaron a Galdós que se mueve entre sus deseos de buena vecindad y un
sentimiento añejo de superioridad.
Ante la manifestación que, al parecer, se previó organizar en Madrid para apoyar
la causa portuguesa y que no habría obtenido la autorización, termina Galdós su artículo
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de esta manera: “Pero hay que tener en cuenta, y parece que los propios manifestantes
se han dado esta consigna, que no conviene hablar una palabra de Unión Ibérica, porque
si tales palabras se pronunciasen, nuestros vecinos se enojarían de súbito contra
nosotros, y nos arrojarían a la cara todas las lindezas que hoy dicen contra los ingleses.
La manifestación –dice Galdós, creo percibir que con alguna sorna,- deberá ser
puramente platónica…”
Así pues, no sigamos por aquí y concluyamos este comentario guiado de las
propias palabras de Galdós, por otros derroteros. Si a su vuelta de Dinamarca no se le
había ocurrido otra cosa que hacer el siguiente comentario: “en todo el norte de Europa
no se fuma, rigurosamente hablando, pues el tabaco que en estas regiones se vende no
tiene de tal más que el nombre.” Para sacar la consecuencia, no menor, de que “véase
por donde aparecen diferencias esenciales en el modo de vivir de los pueblos, pues un
español enviciado con el buen tabaco tiene suficiente motivo, desde que enciende un
puro, para no confundir su querida patria con ningún otro país de la tierra”….
Deberíamos nosotros mismos sacar nuestras propias consecuencias, siguiendo el
razonamiento de Galdós, y hacer lo propio, por ejemplo, con el café y lo que piensan los
amigos portugueses cuando a España vienen.
A su vuelta de Portugal parece fundar la identidad en otros parámetros: la
superación de la nostalgia de las glorias pasadas sobre las que no se podían sostener ya
dos países modernos. Tras recordar a Vasco de Gama y a Bartolomé Díaz dice lo
siguiente: “La marina portuguesa moderna es pura fórmula. No diré que es inferior a la
nuestra porque la nuestra no admite inferioridad. Allá se van la una con la otra en
inutilidad dispendiosa y en alardes sin sustancia, de lo cual resulta tan sólo un poco de
satisfacción del amor propio. Los portugueses, como nosotros, se hacen la ilusión de
que tienen marina militar, viendo fondeados en el Tajo unos cuantos cachuchos que no
sirven absolutamente para nada. También estos infelices se gastan como nosotros,
considerables sumas en sostener arsenales, donde centenares de operarios se ocupan en
reparar barcos viejos y en remendar lo que no tiene compostura.”
La moraleja a que nos conduce Galdós es que no bastan manos nobles para
remendar calzas inservibles si esto nos va a mantener descalzos. Tampoco valen
conceptos filosóficos como “Unión ibérica” o “iberismo”, o cualquiera otro si estos
levantan recelos que terminan produciendo efectos contrarios a los deseados. Galdós era
un hombre de mentalidad positiva y eso le llevó a mostrar el fracaso de algunos de sus
protagonistas de las novelas de finales del XIX como Nazarín o de la condesa Halma y
no dudó en poner una administradora que ordenara la acción benéfica de la protagonista
de Misericordia. Mas de todos estos personajes de las novelas que comenzó a escribir a
ya en la última década del XIX una cosa si nos quiso dejar. Y esa sí pertenece a lo mejor
de las mejores gentes de ambos países: la generosidad y el sentido moral de las gentes
de ambos pueblos.
La historia ha dado muchas vueltas desde entonces. Algunos de esos paisajes
que Galdós vio siguen en pie, otros han sido modificados; otras generaciones, otras
gentes, gobiernos democráticos por fin… tiempos de bajar de esas alturas platónicas que
Galdós auguraba como el único lugar posible para las relaciones entre ambos países…
para instalarse en el plano de la eficacia pero sin renunciar al sentido moral de lo mejor
de las mejores gentes que hemos tenido. Y es en esto en lo que creo que Galdós estaría
completamente de acuerdo. Y en lo que merece ser continuado.
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