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Un recorrido conceptual por algunos de los nuevos ejes de estudio de la Antropología: el
estado, la política pública y la corrupción
María Clemencia Ramírez
Ex directora e Investigadora Honoraria
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
A partir del desenvolvimiento de mi trabajo de campo, me propongo dar cuenta de algunas
nuevas trayectorias seguidas por la antropología como disciplina en la ampliación de su
campo de estudio hacia temas que habían sido “propiedad” de otras ciencias sociales tales
como la ciencia política o la sociología. Para ello me centro en una misma pregunta
planteada desde dos perspectivas distintas: ¿ha cambiado la antropología su identidad como
disciplina como resultado de esta ampliación de temas de estudio? O por el contrario ¿el
abordaje de estos temas a partir de las especificidades disciplinarias de la antropología tales
como la etnografía y la observación participante ha enriquecido el análisis? Esto nos lleva
necesariamente a la reflexión sobre el lugar que ocupa hoy en día la antropología dentro de
las ciencias sociales al involucrarse en estos temas centrales a la configuración nacional y
establecer un dialogo con otras disciplinas que a su vez han retomado metodologías propias
de la antropología otrora diseñadas para el estudio de comunidades “primitivas y exóticas”.
Aun cuando la etnografía y el trabajo de campo continúan siendo los elementos que
identifican el quehacer antropológico, los nuevos escenarios de trabajo en el marco de la
globalización han llevado tanto a reexaminar la etnografía y el trabajo de campo
tradicionales, así como a definir la especificidad del aporte de la disciplina antropológica
cuando se trata de temas antes considerados como de “propiedad” de otras ciencias
sociales como la sociología y la ciencia política. A partir de mi experiencia de larga
duración como investigadora en el departamento del Putumayo, he experimentado estos
cambios como resultado de eventos que han tenido lugar en el departamento en las
últimas dos décadas y que he tenido que abordar por tratarse de asuntos que revisten
importancia para los habitantes que los viven y experimentan.
La configuración de una región de colonización, la emergencia de poderes alternos al
estado y el aumento y la predominancia del cultivo de coca a partir del 2000 con la
consecuente implementación del Plan Colombia en este departamento, han sido
marcadores de dichos cambios. El Plan Colombia situó al Putumayo dentro de la agenda
global de la lucha antidrogas con sus registros discursivos sobre el fortalecimiento del
estado, el buen gobierno y la transparencia reflejados en políticas públicas dirigidas a esta
región construida como marginal desde la colonia como resultado del ordenamiento por
parte del Estado nacional de estos territorios percibidos como “salvajes”1, una estructura
de larga duración que explica y legitima las políticas que se dictan desde el gobierno
central.
Quiero resaltar que es el trabajo de campo el que me lleva a abordar los temas de los
cuales les quiero hablar hoy como nuevas perspectivas de investigación para la
1
Ver el libro de Margarita El revés de la Nación. Territorios Salvajes, Fronteras y Tierras de Nadie.
Uniandes-Ceso, 2005 para un análisis histórico detallado de los discursos que median y delimitan este
proceso.
1
antropología contemporánea, por lo cual me encuentro en total sintonía con las
reflexiones que hacen Jean y John Comaroff (2003) sobre su trabajo de campo en
tiempos de globalización, cuando señalan que su etnografía no parte de la teoría sino de
los efectos que produce el oír y escuchar en determinados lugares y en momentos
específicos aquello que predomina en las narrativas de la gente, la prensa, lo que se
comenta y que le llega inevitablemente al investigador de manera insistente. Se trata de lo
que ellos denominan “flujos discursivos” que aunque “tienen ejes centrales son
inherentemente abiertos, flexibles en su alcance y cambiantes tanto en su contenido como
en sus componentes” (2003:165). Creo, tal vez sin lugar a equivocaciones que el trabajo
de campo es lo que diferencia a la antropología de otras ciencias sociales, no sólo por lo
anterior sino porque la observación participante también nos confronta con lo que no se
habla y nos permite dar cuenta de las microprácticas propias de la dimensión ordinaria, es
decir de la vida cotidiana.
Aquí vale la pena señalar que esto no quiere decir que el antropólogo no tenga su propia
agenda de investigación, “su imaginación analítica” en términos de los Comaroff (2003),
sus preguntas a partir de sus intereses de investigación ligados a los desarrollos de la
disciplina y agregaría sus cuestionamientos sobre lo que escucha y lo que le dicen, lo cual
hoy en día el antropólogo puede exponerles a los sujetos de manera que se discuten los
resultados, lo que hace que la dinámica del trabajo de campo permita desarrollar
materiales para la crítica de manera conjunta, lo cual es muy diferente a estudiar la
cultura y las prácticas como un antropólogo residente que solamente observa y participa
sin involucrar a los sujetos de investigación en sus análisis. El resultado es una
combinación de trabajo de campo, trabajo conceptual y trabajo colaborativo (Rabinow et.
al: 2008: 75). Así, metodológicamente en mi caso concreto, cuando trato hechos
coyunturales como han sido las elecciones o programas de desarrollo alternativo que
pone en ejecución el gobierno, discuto con los entrevistados lo que he encontrado,
contrapongo lo que me han dicho unos y otros y esto hace que el diálogo que se establece
sea más enriquecedor y su voz sea parte del análisis. Esto nos ayuda a entender o captar
cómo se imagina la gente local el mundo en el que se encuentra que hoy en día está
cruzado por fenómenos globales, proceso que junto con la mencionada imaginación
analítica propia del investigador es lo que conforma lo que los Comaroff llaman la
“sociología imaginativa” que es la que define cuáles son los discursos que se tienen en
cuenta para el análisis y la que permite “ligar procesos translocales a eventos locales”
(Comaroff y Comaroff 1999:287).
Este concepto se asemeja al de Gupta (1995 y 2005) de “imaginación sociológica”,
concepto que surge de su interés en la cultura pública entendida como recursos variados
de capital cultural que compiten por la hegemonía como son: las ideologías regionales y
nacionales, los medios masivos y los flujos transnacionales de información, y que
también nos conduce al análisis de las narrativas locales y de las representaciones que
según los sujetos y su posicionamiento en la sociedad o comunidad objeto de estudio dan
cuenta de la polifonía y complejidad local/translocal y dan un direccionamiento a la
investigación antropológica.
2
En este mismo orden de ideas, a partir de Foucault, la cultura es vista como múltiples
discursos, que antes que conformar un sistema, coexisten dentro de campos dinámicos de
interacción y conflicto. Por otra parte, Escobar (1988), en su análisis sobre la emergencia
del concepto de desarrollo dirigido a los países del tercer mundo, muestra el papel que
juega el discurso no solo en la representación de la realidad, sino en la emergencia de
prácticas para ponerlo en acción. Esta puesta en práctica del discurso puede resultar en
acciones que no necesariamente responden a los objetivos discursivos. Estos discursos se
pueden calificar entonces como datos etnográficos y requieren de un abordaje
metodológico especial.
Jean y John Comaroff (2003) proponen que como primer paso, el “flujo discursivo”
objeto de análisis debe ser contextualizado en cuanto a dar cuenta de la realidad donde se
produce, en segundo lugar se deben establecer las diferentes escalas y dimensiones en las
cuales se produce y en tercer lugar seguir su travesía en el tiempo para mostrar los
cambios que se producen en su transitar. En este mismo orden de ideas en el libro
Designs for an Anthropology of the Contemporary James Faubion (Rabinow et. al, 2008)
diferencia tres momentos temporales en el trabajo de campo: lo dominante, lo residual y
lo emergente, tríada que se puede trabajar de diferentes formas siempre teniendo en
cuenta la tensión que se presenta entre ellos. Por su parte Paul Rabinow propone el
concepto de ensamblaje circunstancial y en movimiento, para dar cuenta de diferentes
elementos con trayectorias temporales distintas y diferentes contextos de origen.
Descomponer dicho ensamblaje hacer visible sus elementos y su trayectoria temporal
diversa se propone como un objetivo de la antropología de la contemporaneidad
(Rabinow et. al. 2008: pg. 94). A este respecto Marcus (2008:3) hace un llamado a que
en la contemporaneidad la labor del antropólogo consiste en “involucrarse
etnográficamente con la historia que se está desenvolviendo en el presente o anticipar su
emergencia”, lo cual implica que la dimensión temporal se torne más importante que la
dimensión espacial, aquella que proporcionaba la autoridad y legitimación al antropólogo
por “haber estado allí” llevando a cabo trabajo de campo en determinado lugar en un
momento dado.
En todas estas propuestas se busca preservar la densidad de la descripción etnográfica
pero sin sus formas tradicionales y aunque se hace observación participante como se
señaló, ésta también se limita en el tiempo por cuanto se debe transitar de un nivel al otro.
Este transito así como el abordaje de temas al orden del día, hace que la perspectiva
antropológica se convierte así en un “valor agregado” a los discursos que existen,
compiten o son paralelos y que son provistos por los medios de comunicación,
periodistas, otros académicos o aún los mismos sujetos de investigación que como se
anotó también representan, analizan, describen y en muchas ocasiones escriben sobre su
realidad.
Queda claro entonces que hoy en día, la identidad del conocimiento antropológico no es
lo marginal, lo exótico, el caso extremo sino la interpretación cultural de espacios que no
han sido objeto de este tipo de interpretación pero si de otras por parte de otras
disciplinas. En este sentido es pertinente el señalamiento de Marcus en cuanto a que la
cultura se reemplaza por el análisis de lo cultural como una dimensión constitutiva de la
3
vida humana, lo cual conlleva a que la especificidad del trabajo de campo esté en mostrar
este aspecto cultural en el análisis lo cual se constituye en el aporte distintivo de la
disciplina (Rabinow et.al. 2008:106-107).
Como se evidenciará a continuación, estas reflexiones sobre la antropología de la
contemporaneidad se encuentran en el centro de las consideraciones que hacen aquellos
antropólogos que se encuentran trabajando el tema del estado, de la política pública y de
la corrupción. ¿Cómo lograr aportar lo cultural al abordar estos temas? ¿Cuál es el papel
del discurso y de las representaciones en el análisis? ¿Qué aporta la antropología
concretamente con su trabajo de campo que privilegia las microprácticas a los análisis
que otras disciplinas hacen de estos temas? Estos temas emergieron en mi trabajo de
campo como temas centrales para entender los procesos que allí están sucediendo y que
cambian permanentemente en respuesta a agendas nacionales y globales que ponen en
evidencia la importancia de las temporalidades y los niveles señalados. A continuación
trazo la trayectoria conceptual y teórica que estos temas del estado, la política pública y
la corrupción, han tenido en la literatura antropológica haciendo referencias a mi trabajo
y a la manera en que me han contribuido en el análisis de mis datos etnográficos.
La Antropología del estado
Empecé a enfocarme en la etnografía del estado como resultado de la metanarrativa o en
términos de Jean y John Comaroff del “flujo discursivo” que encontré en el trabajo de
campo que realicé entre 1996 y 1999, antes de que entrara a implementarse el Plan
Colombia, que insistía en el abandono del estado y la queja de todos los habitantes,
incluidos las autoridades y funcionarios del estado locales, sobre su condición de
ciudadanos de quinta categoría dentro de la nación colombiana, queja que evidenciaba la
emergencia de una política de la emoción que demandaba al estado y/o al alto gobierno
que los acogiera en sus entrañas proveyéndoles el bienestar que requerían, que se les
adeudaba o que merecían como unos buenos hijos y/o como ciudadanos que querían
cumplir con la ley aunque se dijera lo contrario, pero sobre todo insistían en que eran
parte de la nación colombiana. Lo paradójico para mí era que los habitantes del
Putumayo criminalizados por ser cultivadores de coca y rodeados por actores que
actuaban en la ilegalidad como eran los narcotraficantes y guerrilleros, debatían su
criminalización y demandaban el acompañamiento del estado para dejar de cultivar coca
sin oponerse al mismo, demandas de presencia estatal que a su vez eran apoyadas por la
guerrilla en ese momento.
Así, mi investigación se centró en el análisis de la relación que se establece entre el
centro del país y esta región marginal desde la perspectiva de la representación que de
una región se hace de la otra. La exclusión del otro (en este caso los habitantes de la
región amazónica) y la percepción o asunción de esta exclusión por parte de los mismos,
que se traduce en sentimientos de abandono, fue fundamental en el análisis que hice en
mi libro Entre el estado y la guerrilla: identidad y ciudadanía en el movimiento de los
campesinos cocaleros del Putumayo, así como lo fueron las interpretaciones que hacían
los marginados de su situación con respecto al Estado, local y nacional, y los discursos
que se generaban desde el centro sobre soberanía, integración y desarrollo regional.
4
Se hizo relevante centrarme en el examen de los márgenes, de la periferia, que Margarita
Serje (2005) ha llamado el revés de la nación. En estas regiones, coinciden varios autores
(Aretxaga 2003, Das y Poole 2004, Tsing 1993 y 1994, Serje 2005), el estado se imagina
como un proyecto incompleto que invoca lo salvaje, sin ley, factores vistos como
amenazantes tanto desde fuera como desde dentro del estado y donde los habitantes se
encuentran viviendo entre la inclusión y la exclusión, la legalidad y la ilegalidad, la
disciplina y la indisciplina, el orden y el desorden. Espacios ambiguos en los que sus
habitantes a la vez que amenazan al estado central, y contestan su relación con el mismo,
le hacen demandas. Margarita Serje ha insistido en que la producción de “periferias” o
“de aquello que se excluye” es una de las condiciones necesarias de la nación estado,
refiriéndose al “papel histórico del Estado Nacional como forjador de alteridades”
(2005:6) y Aretxaga (2003:407) en esta misma línea ha señalado que la exclusión por
parte del estado está siempre presente “como un algo potencial, un sine qua non de la
ley y del estado como una encarnación de su forma” y concluye que “aquellos que se
encuentran excluidos están incluidos a través de su exclusión”. De esta manera se hace un
llamado a no reificar estos territorios periféricos y marginales y a entenderlos como parte
intrínseca del estado-nación que como veremos es central en los análisis que se presentan
a continuación.
Por consiguiente se cuestiona las fronteras entre el estado y el no-estado y
concomitantemente, la conceptualización del estado en términos de presencia/ausencia,
supuesto que ha dominado el discurso de la ciencia política, de la historia y la sociología
para explicar el conflicto armado, la emergencia del cultivo de coca, el control territorial
por parte de grupos alternos al estado entre otros. En este orden de ideas, Margarita Serje
llama la atención sobre cómo esta ausencia del Estado o el no ejercicio de la soberanía
que se ha considerado como la causa del atraso de estas regiones, “ha mostrado ser la
forma particular que ha caracterizado históricamente la acción del Estado frente al
conjunto de realidades que ha sido considerado como Fronteras”, de manera tal “que el
Proyecto Nacional se ha visto reducido a su incorporación a la economía metropolitana,
es decir a los sistemas económicos y militares necesarios para garantizar la explotación
intensiva y extensiva de sus poblaciones y paisajes (2005: 249).”
Esta crítica que sustenta la autora a partir de un análisis histórico y que muestra como se
ha producido y naturalizado “la otra Colombia” la periférica, donde se instauran enclaves
para su explotación, una Colombia representada siempre atrasada, incapaz de dirigir sus
destinos, corrupta y en espera de ser redimida y que señala la condición constitutiva
estado-periferia, está dominando en este momento los trabajos que se están llevando a
cabo en la antropología del estado. La pregunta central que está conduciendo la
investigación sobre el estado desde una perspectiva antropológica busca entender cuáles
son las condiciones que ayudan a crear la aparente objetividad del estado que hace
posible que las actividades del estado sean representadas como cualitativamente distintas
así como autónomas de los procesos socio-culturales, políticos y económicos con los
cuales se encuentran tan profundamente interrelacionadas y de los cuales no se pueden
separar. Si aceptamos que dicha naturalización debe ser cuestionada, ¿cómo avanzar en el
análisis del estado en el contexto actual? Y sobre todo, ¿qué papel juegan en este análisis
los flujos discursivos o las narrativas que dan cuenta de las experiencias de los sujetos?
5
Preguntarse sobre la construcción del estado implica llamar la atención sobre las
dimensiones locales y culturales de la formación del mismo, como lo han señalado
Corrigan y Sayer (1985). Implica desmitificarlo de su investidura de aparato homogéneo
de dominación central y relevar su construcción por parte de actores sociales diversos a
través de prácticas culturales cotidianas en situaciones históricas concretas. La
problematización de la definición del estado como un aparato, una entidad homogénea,
autónoma y diferenciada de la sociedad civil que presenta Abrams (1988) y que retoma
Mitchell (1991) con su insistencia en que esta línea divisoria se desdibuja en la práctica,
ha sido central para el análisis que ha dirigido el abordaje antropológico del estado.
Mitchell (1991:94) concluye que: “el estado requiere ser analizado como un efecto
estructural. Esto quiere decir, debe ser examinado no como una estructura actual, pero
como un efecto metafísico poderoso de prácticas que hacen que tales estructuras parece
que existen.” Tal como lo explica Aretxaga (2000:52) “en la medida que las relaciones de
poder son internalizadas a través de técnicas disciplinarias (como Foucault lo ha
analizado) van tomando la apariencia de estructuras externas, de un estado autónomo
donde las relaciones de poder pueden ser localizadas.” Esta línea de pensamiento recalca
la necesidad de estudiar el denominado “efecto estado” (Mitchell Trouillot 2001, Taussig
1997, Coronil 19997) sobre el tipo y la naturaleza de los vínculos sociales que
caracterizan la sociedad.
¿Cómo dejar de ver el Estado como ajeno a los sujetos y dar cuenta de estos efectos
estado antes de que del Estado per se? Al releer mi libro evidencio cómo reaparece este
estado central corporizado en diferentes momentos del análisis y no logro dejar de verlo
como un aparato aparte de los habitantes, precisamente porque ellos le dan cuerpo como
tal. En este momento estoy tratando de avanzar en el análisis de la formación del estado
en el Putumayo a partir de un trabajo sobre su relación con el campo de la política y me
enfrento a este mismo problema. Es a partir de esta inquietud que he interrogado a
algunos autores que hacen etnografía del estado y he encontrado las siguientes
consideraciones que expongo para su reflexión:
En su artículo pionero Blurred Boundaries o Fronteras Difusas, Gupta (1995) ha señalado
que el Estado se hace visible en prácticas localizadas y hace un llamado al análisis de las
prácticas cotidianas de las burocracias locales2, así como a la construcción discursiva del
Estado en la cultura pública3 como ya anoté, ámbito en el cual circulan diferentes
representaciones del mismo. Así el estudio de las prácticas cotidianas y de la circulación
de las representaciones que participan en la constitución ya no del Estado sino de estados
específicos en condiciones históricas concretas nos pueden decir “no sólo lo que
significan sino cómo lo significan, para quién y bajo qué circunstancias” (2005:188-189)
Gupta (1995) señala, refiriéndose a los funcionarios y a las instituciones oficiales a nivel local, que “este
es el sitio donde la mayoría de la gente en países rurales y agrícolas tales como la India, entran en contacto
con ‘el estado’ y es allí donde muchas de las imágenes sobre el estado se forjan.”
3
Una de las características salientes de la cultura pública como es definida por Appadurai (1988) es que se
convierte en "zona de debate cultural": una zona donde se sucede el encuentro, la interrogación y la
contestación de diferentes formas y dominios de la cultura (cultura comercial, cultura de masas, cultura
nacional, culturas locales)
2
6
Este es el aspecto cultural en el análisis del estado: el estudio de las representaciones y de
prácticas significativas que lo corporizan.
Sin embargo, otra corriente de autores que trabajan sobre el África se ha centrado en el
análisis de cómo se ejerce el poder desde el estado. Achille Mbembe habla de la
tendencia hacia la profundización de la “indigenización del estado” entendiendo por ello
“su reemplazo por dispositivos que retienen el nombre pero que tienen cualidades
intrínsecas y modos de operar muy diferentes a aquellos del estado convencional” (2001:
68), de manera que desde su perspectiva de análisis el estado sigue manteniendo su
condición como tal pero imbuido de un significado local diferente como resultado de la
fragmentación de la autoridad pública y la emergencia de múltiples formas de “gobierno
privado indirecto” como resultado de la violencia imperante y de la integración de África
a circuitos económicos internacionales no formales a la vez que se desconecta de los
mercados formales internacionales. En su trabajo sobre la Cuenca del Lago Chad, en la
región limítrofe entre el norte de Camerún, el noreste de Nigeria, Chad y la región central
de la República de África, Janet Roitman diferencia entre el poder del Estado y la
autoridad reguladora del Estado para analizar un movimiento de desobediencia civil que
contesta, subvierte y hasta instiga dicha autoridad reguladora, al rechazar tecnologías de
gobierno como son los impuestos y los precios en el ámbito de la regulación económica.
Enfatiza que este movimiento no busca rechazar esta autoridad fiscal o usurpar el poder,
sino mostrar su desacuerdo sobre la “inteligibilidad de su ejercicio” (Roitman 2005:5), es
decir intenta redefinir qué se supone que hace el estado y cómo debe hacerlo. También
como Mbembe se refiere a la economía subterránea y a la “pluralización de la autoridad
regulatoria” producto tanto de dicho movimiento social que demanda reformas políticas y
económicas como de dicha economía subterránea pero enfatiza cómo esta contribuye a la
viabilidad del estado a través de la producción de rentas y posibilidades de redistribución
entre diferentes miembros del orden militar, político o comercial y sostiene que la
economía formal e informal se encuentran estrechamente interrelacionadas constituyendo
la una a la otra. Por lo tanto evita las oposiciones binarias de legal-ilegal, formalinformal, oficial o no oficial en el análisis (2004:213-216) y por lo contrario propone que
“el estado se encuentra en la corazón de la proliferación de intercambios económicos no
regulados así como en la pluralización de la autoridad reguladora” (2005:204), haciendo
eco de otros antropólogos como Heyman y Smart (1999) que consideran que las leyes
estatales conllevan la evasión e ilegalidad, condición central para la conceptualización de
la corrupción como se analizará mas adelante. Lo que es importante señalar aquí es que
aquellos fenómenos que se ven como fuera del orden central normativo no son una
desviación sino por el contrario son parte constitutiva de las formaciones estatales si
dejamos de ver el estado como algo ajeno a la población.
En este orden de ideas y de acuerdo con la necesidad de examinar la variedad de formas
que toma el estado en estos “lugares complicados”, o en otras palabras “lugares
periféricos y marginales”. Clifford Geertz (2004), refiriéndose a Indonesia y Marruecos
propone un análisis del estado que lo mire arraigado en la sociedad y que privilegie
menos a Hobbes y mas a Machiavello, es decir, que se centre, “menos en la imposición
del monopolio de la soberanía y más en la búsqueda de la ventaja visible” que su
materialización conlleva y a continuación se pregunta “¿Qué es el estado si no es
7
soberano?” y responde: “La proyección institucional de una política inmanente; una
exteriorización; una delineación, un precipitado, una materialización”.
Estas reflexiones sobre el estado han hecho que cobre inusitada importancia el concepto
de gubernamentalidad de Foucault que enfatiza el enfoque en las técnicas de gobierno,
por cuanto permite acercarse precisamente a esas prácticas de la burocracia que dan vida
al estado, que permite explorar las ventajas que conlleva esta materialización del estado
para determinados grupos y así observar como se tejen significados. Implica también el
establecimiento de relaciones entre la población y quienes representan el estado, lo cual
se vuelve central para entender la constitución del mismo.
En su libro The Politics of the Governed, Chatterjee refiriéndose también a la India como
lo hace Gupta, resalta la construcción heterogénea de lo social por parte de las
actividades o tecnologías de la gubernamentalidad o de la administración, al requerir ésta
de clasificaciones múltiples de la población bajo su gobierno o control, frente al
constructo homogéneo de la nación expresada en la ciudadanía universal en condiciones
de igualdad para todos bajo el principio de la soberanía popular. De esta manera parte
diferenciando dos conexiones conceptuales: una, la línea que conecta a la sociedad civil
con la nación-estado4 y la otra la línea que conecta a las poblaciones con las agencias
gubernamentales en la búsqueda de múltiples políticas de seguridad y de bienestar. Para
Chatterjee la primera línea corresponde al dominio de la política descrita en la teoría de la
ciencia política y la segunda línea la considera como otro dominio de la política a la cual
denomina sociedad política. (2004:36-38). En este planteamiento sobresale la política
pública como objeto de contención política y en esta medida nos introduce al análisis del
significado de la política pública en la materialización del estado por parte de los
diferentes movimientos sociales que buscan incidir en su definición. Pero sobre todo,
puede ayudarnos a aproximarnos al abordaje del “efecto estado” antes mencionado.
La Antropología de la política pública
La política pública es central al ejercicio del gobierno y por consiguiente una
herramienta de poder que sin embargo, al ser definida como producto del conocimiento
experto, de la burocracia tecnócrata, ha sido tratada y percibida por la sociedad como
algo objetivo y neutral y sobre todo ajena o no contaminada por la política. Como lo
anota Appadurai en su artículo The Capaciy to Aspire, culture and the terms of
recognition, enfatiza la importancia de tener en cuenta las aspiraciones que tiene todo
grupo en cuanto a su futuro así como sus nociones sobre lo que consideran una buena
vida, salud y felicidad (Appadurai: 2004). Mientras que las especificidades pueden variar
de país a país, estas aspiraciones son parte de la cultura, de las maneras de pensar, de ser
y de actuar, y se hayan integradas cada vez más a la esfera política como lo anota
Chatterjee (2004).
4
Gupta (1995:376) ha sostenido que la distinción entre estado y sociedad civil que emerge de la
experiencia histórica de Europa y que ha sido naturalizada y aplicada universalmente debe ser reexaminda
para otras realidades.
8
La antropología de la política pública abre un campo metodológico para la antropología
política, al permitir analizar “cómo el poder crea redes y relaciones entre instituciones y
discursos a través del tiempo y el espacio” (Shore y Wright, 1997: 14) y entender en
determinados contextos cómo se legitiman y articulan a través de la política pública
discursos hegemónicos, como por ejemplo el de la anticorrupción. Hacer etnografía de la
política pública significa reconocer que su formulación es un proceso socio cultural y
como tal interpreta, clasifica y genera realidades además de moldear a los sujetos a
quienes se dirige. Los tecnócratas que formulan las políticas públicas también se tornan
en sujetos de investigación como actores situados en contextos de poder específicos, con
ideologías, intereses y objetivos concretos e inmersos en sistemas de pensamiento que se
plasman en la política pública. Es entonces labor del antropólogo desmitificar el poder
naturalizado de la política pública, que no sólo regula a los sujetos sino que estos a su vez
al someterse a ella le confieren poder, como se le confiere poder al Estado.
El estudio antropológico de la política pública permite entonces, develar tecnologías de
gobierno y políticas así como sus cambios a lo largo del tiempo y la consecuente
reconfiguración de la relación individuo/Estado y/o sociedad. Sobre todo, contienen la
historia y la cultura de la sociedad que las genera, por lo cual pueden ser leídas cono
textos culturales, dispositivos clasificatorios o narrativas y como tales conllevan
significados culturales y simbólicos. Su análisis permite identificar las relaciones que se
establecen entre gobiernos nacionales e intereses internacionales en la orientación de los
problemas locales y regionales en beneficio de intereses que siempre están más allá de los
específicamente regionales. Así, por ejemplo, el examen de las políticas de desarrollo
alternativo evidencia que, antes que enfrentar los problemas de los campesinos de las
zonas de colonización amazónica, sus directrices políticas emergen para confrontar
situaciones políticas del orden nacional e incluso internacional.
A través del análisis en el tiempo de la trayectoria de la política de desarrollo alternativo
que cumplió 15 años en ejecución, pude comprender mejor la implicación en la práctica
de las formas de apropiación y de representación de estas regiones donde el Estado ha
sido definido como ausente, como se anotó, y por otra, los contextos en los que se
construyen las subjetividades e identidades en respuesta a las políticas públicas. En un
artículo en coautoría con Juliana Iglesias (en prensa), argumentamos que la metanarrativa
sobre la presencia/ausencia del Estado debe entenderse como un texto cultural, como un
dispositivo clasificatorio, un discurso que no solo se evidencia en las premisas
conceptuales de la política pública que involucra a estas regiones, donde confluyen
narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo, sino que, es un supuesto que dirige dicha
política de desarrollo alternativo. Nuestro énfasis, estuvo en el examen de los resultados
de la apropiación en el discurso y representación de las regiones marginales de dicho
texto cultural, antes que en continuar el debate sobre la caracterización de la
configuración del Estado en Colombia precisamente como resultado del cuestionamiento
de la presencia monolítica del Estado. Mostramos cómo dicha política pública se ha
transformado en herramienta que busca ante todo enfrentar el conflicto y el narcotráfico,
antes que la ausencia del Estado, pero es precisamente a partir del discurso de su ausencia
que se configura y se legitima y demostramos cómo el desarrollo alternativo ha virado de
una política dirigida a atacar los problemas de pobreza que conducen al campesino a la
9
siembra de coca hacia una política de seguridad, lo cual muestra los cambios en la
trayectoria del flujo discursivo en concordancia con discursos hegemónicos globales.
La política pública se constituye entonces en “un instrumento de la organización de las
sociedades contemporáneas” (Shore y Wright 1997:4), de la misma forma como crean
principios de organización social la rendición de cuentas o auditoría y la ética las cuales
junto con la política pública constituyen una tríada que disciplina al sujeto, tal como lo
sostiene Marylin Strathern al afirmar “más y más individuos y organizaciones se piensan
a sí mismos como sujetos de auditaje” (2000:281). En este mismo orden de ideas
Roitman (2005:11) se refiere a la constitución de sujetos fiscales a partir de la aplicación
de las políticas públicas que regulan impuestos y controlan precios, anotaciones que nos
llevan al campo de la configuración de subjetividades. Este disciplinamiento está
estrechamente vinculado a la promoción del cumplimiento de la ley lo cual nos lleva a
abordar la noción de corrupción, la cual es teóricamente inseparable de la transgresión de
normas (éticas o jurídicas), ya que “la otra cara del discurso de la corrupción es el de la
rendición de cuentas o auditaje” (Blundo 2007:28).
La Antropología de la corrupción
En su reciente libro Corruption and the Secret of Law, Monique Nuijten y Gerard Anders
argumentan que la corrupción y la ley no se oponen sino que el uno constituye al otro, en
la misma línea en que la periferia es constitutiva del estado central como se ha señalado.
Por lo consiguiente para estos autores “la corrupción esta en el centro del orden e inscrita
en la ley del estado-nación” y sostienen que es precisamente por esta “cercana y
contradictora relación con el orden legal formal que la corrupción esta rodeada de
chismes rumores, conspiración y acusaciones” (2007:12). Proponen además que el
“secreto de la ley” es el que la transgresión está inscrita en la ley como una posibilidad
escondida, lo cual hace relevante el análisis de la ambigüedad que reitera el rechazo antes
mencionado a partir de opuestos binarios o de contradicciones como el de legalidad vs.
ilegalidad, formal vs. informal, o en este caso transparencia vs. secreto u ocultamiento,
para acercarse al problema objeto de estudio.
En este mismo orden de ideas, al preguntarse por el papel de la narrativa en la
constitución del estado, Gupta (1995) analiza el discurso de la corrupción, no como un
aspecto disfuncional de la organización del estado sino como un mecanismo a través del
cual el estado se constituye a sí mismo. Así en un artículo posterior que titula Narrating
the State of Caorruption o Narrando el Estado de la Corrupción propone tomar en serio,
como un “hecho social … la presencia o el atractivo que tiene la corrupción en la
imaginación popular” (Gupta 2005:173), de manera que el discurso de la corrupción se
convierte para Gupta en un lugar que permite a los ciudadanos y a los burócratas
imaginar el estado (2005 pg.175) y reitera que “una vez se empieza a ver cómo se
materializa el estado a través de la narrativa … se abre la puerta a un enriquecedor
análisis de la ideología, la hegemonía y la legitimidad” (2005:176). Desde esta
perspectiva antropológica estudiar la corrupción no sólo significa examinar su significado
y representación en distintos contextos, sino entender qué tipo de arraigo tiene en la vida
cotidiana y su papel en la conexión de las personas con el estado, lo cual implica
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acercarnos también a las representaciones locales de la ciudadanía y las burocracias, a
entender como funcionan las normas y las reglas en diferentes escenarios (Blundo
2007:27-28) así como del sentido que le da a la política tal como lo analiza Lazar (2005)
para el caso de Bolivia. De esta manera la antropología aborda “la política de la
corrupción pero va más allá del estudio de las instituciones y de la política per se”
(Haller y Shore 2005: 9).
A partir de estas consideraciones teóricas, he tratado de abordar dos aspectos de mi
trabajo en el Putumayo que me llevaron a trabajar el tema de la corrupción:
En primer lugar los programas de promoción del buen gobierno que fueron
implementados por la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Unidos -AID
como parte del componente social del Plan Colombia y en segundo lugar, el predominio
del discurso de la corrupción en el Putumayo, cuando iniciamos un trabajo de
investigación sobre el papel de la política en la conformación del estado o mejor de la
“idea” de estado en el Putumayo.
En el primer caso los programas que llevó a cabo la AID se centraron en la actualización
de los catastros municipales con la concomitante titulación de tierras, el saneamiento
fiscal a través de la recolección de impuesto prediales y de industria y comercio con el fin
de aumentar los ingresos por recursos propios y disminuir así la dependencia de las
alcaldías de las transferencias centrales de recursos, pero sobre todo para disciplinar y
constituir sujetos fiscales en palabras de Roitman (2005). Otro componente de este
programa fue el de la lucha anticorrupción que buscaba impulsar el manejo financiero
gubernamental y los sistemas de control para fortalecer la participación pública a través
de veedurías, las cuales al ser implementadas son generalmente resignificadas a nivel
local. Enfocarme en el análisis de estas narrativas y discursos de anti-corrupción me
permitían explorar la forma en que conceptos claves como “fraude”, “transparencia” y
“buen gobierno” se interconectan y se incrustan en el discurso y práctica de la política
pública y sobre todo, explorar la agenda global de desarrollo que impone sus criterios
sobre lo que se considera un buen gobierno, asociado a la rendición de cuentas, la
eficiencia y la transparencia, objetivos que se presentan como fines técnicos y por
consiguiente neutrales y ajenos al ámbito de la política y la cultura como se señaló y que
es necesario examinar para develar otros intereses políticos que promueve en este caso la
Agenda Global de desarrollo.
Para Strathern (2000) la rendición de cuentas o auditaje ha sido promovido por políticas
interesadas en reconfigurar las relaciones entre el estado y el individuo en el contexto del
neoliberalismo que promueve técnicas de auto-gobierno, el emprendimiento personal en
el marco del libre mercado y afirma por lo tanto que “entre el auditor y el auditado, el
estado es el tercer partido interesado” (2000:293). Esto en el contexto de la limitación de
la intervención del estado en lo social y lo económico, lo cual ha llevado según Rose
(1999:42) al reemplazo del estado de bienestar o social, por un “estado habilitador”, en
el caso de occidente, el cual posibilita el empoderamiento de los individuos quienes son
vistos como “socios” del estado el cual les delega parte de la responsabilidad de su
bienestar. Como lo ha argumentado Sharma para el caso de la India, este
11
empoderamiento concuerda con los principios de la agenda neoliberal, como son la
governanza participativa y la competitividad basada en el mercado (Gupta y Sharma
2006:284). A esta agenda han respondido los programas de desarrollo alternativo que se
han implementado en el Putumayo en contravía de las demandas que le hacen los
habitantes al estado en el marco del estado de bienestar, lo cual ha significado que los
programas implementados dirigidos a la inserción en el mercado internacional no hayan
sido apropiados por parte de los campesinos. Para el caso de la India Gupta y Sharma a
partir de su etnografía de las prácticas cotidianas de los burócratas del estado en dos
programas de desarrollo, llaman la atención sobre las contradicciones que se ven en la
práctica cuando se implementan las políticas neoliberales, puesto que factores como la
búsqueda de legitimidad política por parte de los funcionarios del estado hace que el
gobierno aumente los programas asistencialistas en contravía con el objetivo neoliberal
de disminuir el estado, lo cual pone de relieve la incidencia de la política en la idea
formación del estado.
En cuanto a mi segundo interés por el estudio de la corrupción, nace precisamente por
ser una narrativa predominante para referirse a las prácticas de los políticos y de los
funcionarios del estado en la región. La siguiente aseveración de un político local del
Putumayo en Mocoa en una carta enviada a la Procuraduría, muestra la importancia que
ha adquirido el discurso de anticorrupción en las prácticas políticas de la región en
relación con el acceso al poder del estado, lo cual me llevó a examinar cómo se apropian
y resignifican dichos indicadores de “buen gobierno” promovidos tanto por la agenda
nacional como la global de desarrollo:
a los habitantes del Putumayo nos están causando mayores daños los efectos
nocivos de la presunta corrupción administrativa que los perturbadores efectos de
los diversos grupos ilegales (guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y
delincuentes).
En un trabajo en desarrollo argumento que en el Putumayo, la promoción del buen
gobierno y la transparencia han sido instrumentalizados como armas de control político
por parte de los partidos en oposición al partido en el gobierno. Esto responde a que en
las mediciones que se hacen por parte de Planeación Nacional sobre un mal o buen
gobierno, enfatizan la medición de la corrupción y los organismos de control pueden
suspender de sus cargos a quienes se les compruebe alguna desviación en el manejo de
los dineros o un comportamiento no ético, así sea por un período de tiempo mientras se
hace la defensa, lo cual provee espacio de maniobra a otros políticos para participar en el
gobierno. Seis gobernadores han sido elegidos en el Putumayo por voto popular desde la
reforma constitucional de 1991 y todos han sido investigados por la Procuraduría por
delitos contra la administración pública por contratación indebida, y de ellos cinco han
sido inhabilitados para ejercer cargos públicos y contratar con el Estado. Al buscar la
explicación para esta situación, emergen dos constantes al entrevistar a los investigados
por la Procuraduría: en primer lugar consideran que no han cometido alguna infracción
en el manejo de los dineros públicos y en segundo lugar afirman contundentemente que
se trata de la persecución política de que son objeto, prueba de lo cual lo constituye el que
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las investigaciones se inicien por cartas y denuncias enviadas por sus oponentes políticos
a las instituciones de control del Estado como son la Contraloría y la Procuraduría.
Estas afirmaciones nos obligan a preguntarnos sobre las diferentes conceptualizaciones
que se tienen en las localidades sobre lo que es o no una práctica corrupta, así como hasta
qué punto se es permisivo con ciertas conductas de funcionarios oficiales evidenciándose
que el concepto de corrupción es polisémico y difuso (Hall y Shore 2005). La corrupción
es entonces un “secreto público” en el sentido que le da Taussig al término, pues implica
“saber lo que no se debe saber”, es decir es aquello que todos saben pero de lo cual no se
puede hablar (Taussig: 1999: 2 y 5), pero al mismo tiempo son secretos que salen a la luz
en forma de acusaciones o alegatos muchas veces sin pruebas y transmitidos por rumores
y chismes como se anotó.
Blundo (2007:39) señala que metodológicamente “el análisis de un corpus
contextualizado de rumores nos da acceso a un conjunto de discursos y representaciones
sobre la corrupción lo cual nos posibilita analizar los términos y expresiones que se usan
para designar estas prácticas, pero también reconstruir los canales de transmisión de las
acusaciones de corrupción, y diferenciar entre actos que son objeto de denuncias,
acusaciones y eventualmente de castigos, de aquellos que son justificados y tolerados.”
(Blundo 2007:39).
La corrupción nos introduce entonces al análisis del las formas de acceder a los servicios
que ofrece el estado y de hacer política pero sobre todo a las formas contemporáneas de
gobierno que promueve el neoliberalismo. Podemos concluir entonces enfatizando que el
análisis de las tecnologías de gobierno, las prácticas o estilos de hacer política y las
formas de ejercer autoridad reguladora, se convierten en ejes centrales para entender las
formas en que se materializa el estado, como el sitio de confluencia y flujo del poder, un
objeto del deseo en términos de Girard, para acceder al cual luchan y compiten tanto los
partidos políticos como otros grupos ya sea formales y/o ilegales.
He querido compartir con ustedes algunas de mis preocupaciones actuales de
investigación que como pueden darse cuenta todavía requieren de mucha elaboración por
mi parte, con el ánimo de pensar en la importancia cada vez mayor que ha cobrado la
antropología en el análisis de procesos contemporáneos.
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