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El adios al “socialismo” sueco y la lógica del capital
El “disparador” que me indujo a escribir esta entrada es la nota sobre la coyuntura de Suecia
que publica The Economist del 11 de junio. En esencia el artículo -“La estrella del norte”sostiene que la economía sueca está en excelente forma, y que esto es el resultado de las
reformas que se han venido instrumentando en los últimos años, dedicadas a “liberar” al país
de la carga del estado de bienestar. The Economist apunta que en el primer trimestre de 2011
el PBI creció a una tasa anual del 6,4%; que el desempleo está cayendo (aunque en abril se
ubicaba en el 7,9%); que el presupuesto fiscal tiene superávit este año; y que la deuda pública
representa el 49% del PBI (contra el 82% en 1998). Dice a continuación que el éxito se debe a
que Suecia es un gran exportador industrial, y que el estar por fuera del euro ayudó porque la
corona primero cayó, antes de volver a revaluarse. Pero más importantes, agrega The
Economist, han sido las medidas prudentes y pro mercado de la coalición de centro derecha
que está en el poder desde 2006. Por un lado porque el ministro de finanzas aprendió de las
lecciones que dejó la gran crisis bancaria de Suecia de principios de los 90, de manera que en
los últimos años la supervisión bancaria y las reglas presupuestarias fueron reforzadas e
impidieron la formación de una burbuja. Por otra parte, porque se ha avanzado en la reducción
del rol del estado. La participación del sector público en el PBI ha descendido a un nivel apenas
por encima del 50%, y el gobierno ha bajado los salarios y disminuido los beneficios sociales, lo
que habría “reforzado la ética del trabajo”. Esto porque el gobierno quitó beneficios por
enfermedades, y ya no existen “excesos de bienestar”; la edad de jubilación se elevó a los 67
años, y el gobierno cree firmemente en la propiedad como el motor hacia la prosperidad. A
resultas de estas medidas, el sector privado crea empleos, y la experiencia sueca está siendo
tomada como modelo por otros gobiernos de la derecha, entre ellos el británico. La nota
termina diciendo que “para muchos de la izquierda europea, la Socialdemocracia sueca era un
paraíso estatista. Ahora es la derecha la que mira al norte en busca de inspiración”. ¿Qué
podemos decir los marxistas sobre esto? Para responder esta pregunta, es necesario ubicar el
marco general del análisis.
Las leyes del capital
Una de las ideas centrales que he sostenido a lo largo de muchas notas de este blog, y en mis
libros, es que en el modo de producción capitalista operan leyes objetivas que en el largo plazo
terminan haciendo valer sus “derechos”, por encima de las acciones políticas de los gobiernos
de turno. Cuando me refiero a leyes objetivas no estoy negando que sean sociales, sino
afirmando que escapan al control de los seres humanos. La ley del valor trabajo, por ejemplo,
es una ley objetiva. Las leyes de la acumulación son también leyes objetivas, esto es, se
imponen a los capitalistas a pesar de su voluntad. ¿Cómo se imponen estas leyes?
Básicamente a través de la competencia. Por ejemplo, las empresas no pueden dejar de
intentar aumentar la productividad de sus trabajadores, so pena de ser barridas por la
competencia. Por este motivo Marx decía que la competencia actúa como un látigo que obliga
a cada capital a ir hasta el fondo en la explotación del trabajo. Y la competencia ejerce su
máxima constricción sobre cada capital cuando se despliega en el plano mundial.
Es por este motivo también que la competencia mundializada impone límites a las formas
políticas nacionales, y también a las posibilidades de reformas y mejoras que puede conseguir
la clase trabajadora en el modo de producción capitalista. En otras palabras, en determinadas
coyunturas -en particular en los períodos de expansión de la acumulación- los explotados de
algunos países pueden obtener mejoras, que pueden ser mayores o menores, dependiendo del
grado de organización y de la fuerza del movimiento. Sin embargo,siempre tienen como límite
último la ganancia del capital. Es que cuando la ganancia del capital empieza a ser afectada
seriamente -por ejemplo, porque la competencia está obteniendo mejores resultados en la
explotación y valorización del capital- la acumulación se hace más lenta, los capitales emigran
a otros países que ofrezcan mejores condiciones para la explotación, aumenta el desempleo, y
empiezan a perderse las conquistas sociales logradas. Es en este respecto que las crisis del
mercado mundial, y las crisis nacionales, actúan como gigantescos aceleradores de estos
procesos. Ésta es la razón que explica por qué los marxistas somos escépticos frente a la idea
de que es posible mejorar indefinidamente la situación de la clase trabajadora dentro del modo
de producción capitalista. Hay que luchar por reformas, pero siendo conscientes de que las
mismas tienen límites, y que solo la abolición de la propiedad privada del capital puede cambiar
de raíz la situación.
Los inicios de la crisis del modelo sueco
Aunque parezca que nos hemos alejado del problema sueco, lo anterior tiene una relevancia
directa para entender los cambios que elogia The Economist. Es que los mismos se inscriben
en una dinámica de largo plazo que estuvo motorizada por la necesidad del capitalismo sueco
de enfrentar la crisis de los años 70, primero, y de adecuarse después a las exigencias
competitivas que imponía la globalización, o mundialización de la economía.
Empecemos destacando que hasta fines de la década de 1960 el capitalismo sueco había sido
altamente competitivo. De hecho, entre 1870 y 1970 Suecia fue el país de mayor crecimiento
después de Japón. La base de ese poder económico era una industria manufacturera de alta
productividad, orientada a la exportación; mano de obra muy calificada; y amplios recursos
naturales que proveía insumos a la industria. Además, el hecho de que Suecia no participó en
las dos guerras mundiales le permitió mantener intacta su estructura productiva; lo que fue muy
beneficioso, en especial en los años 1950, para sus exportaciones industriales. Sobre esta
base se levantó el llamado estado de bienestar. Desde el punto de vista de las categorías
marxistas, se puede decir que básicamente consistía en la socialización de los gastos del
capital en el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo. Dado que el movimiento
obrero sueco tenía un alto nivel de sindicalización (aún hoy está por encima del 90% de la
fuerza laboral), en la coyuntura de alta acumulación de los años 50 y 60 consiguió elevar el
nivel de sus salarios. Debe recordarse que el valor de la fuerza de trabajo tiene un componente
histórico y social; es un error pensar que siempre se encuentra al nivel de reproducción
“fisiológica”. Una parte importante de estas mejoras se plasmaron en la elevación de los
beneficios sociales. Desde el punto de vista del capital, esto le permitió mantener una fuerza
laboral de alta calificación, aunque al precio de una distribución del ingreso relativamente
igualitaria, en una economía pequeña. La baja desigualdad relativa en la distribución del
ingreso tiene además el beneficio para el capital de una baja conflictividad. Una cuestión que
todavía hoy es señalada como un aspecto positivo por algunos papers de la ortodoxia; por
ejemplo Cerra y Saxema (2005) admiten que una alta desigualdad genera descontento social e
inestabilidad política, lo que perjudica el crecimiento.
Pues bien, a fines de los 60 la economía dependía fuertemente de sus exportaciones, con un
tipo de cambio fijo, en relación a una canasta conformada por las monedas de sus principales
socios comerciales (me baso en Emre Ergungor, 2007, para los antecedentes de la crisis del
90). Hasta ese momento había una alianza entre el gobierno y las direcciones sindicales, y
también entre el gobierno y los grandes exportadores. La central sindical sueca
(Landorganisationen) había consentido en mantener los salarios en la industrias exportadoras
contenidos, a cambio del estado de bienestar. También el gobierno limitaba el volumen y las
tasas de interés del crédito, privilegiando a las grandes empresas exportadoras, en detrimento
de otras empresas más pequeñas o volcadas al mercado interno.
Pero en la década de 1970 la industria sueca enfrentó una creciente competencia,
principalmente de empresas instaladas en países con salarios más bajos, y comenzaron a
perderse puestos de trabajo en las industrias exportadoras. Sin embargo el desempleo no
aumentó porque los trabajadores despedidos eran vueltos a tomar en el sector servicios, y
principalmente en el sector público. La participación del empleo estatal en el total del empleo
aumentó de manera persistente, pasando del 20% en 1965 al 38% en 1985. El pleno empleo,
que continuaba siendo fundamental para sostener el consenso social y el control sobre la
fuerza laboral, permitió a los sindicatos mantener un alto poder de negociación. Entre fines de
los 60 y comienzos de los 70 hubo también una ola de huelgas reivindicativas, que obtuvieron
triunfos salariales y conquistas. El resultado fue una inflación creciente, que era la expresión de
un conflicto distributivo entre el capital y el trabajo. El capital buscaba recuperar rentabilidad
aumentando los precios, y los trabajadores conseguían aumentos de salarios, que volvían a
empujar a los precios. Lo que a su vez generaba el impulso para devaluaciones, que
reactuaban generando más alzas de precios y salarios. Todo esto dio lugar a un déficit fiscal
creciente, al endeudamiento externo en ascenso, e impuestos al ingreso también más altos. A
comienzos de la década de 1980 se producen devaluaciones de la corona (krona en sueco)
que dan nuevos impulsos a la inflación; de manera que las devaluaciones solo generaban
mejoras temporarias de la competitividad.
Es entonces que comienzan a implementarse políticas de tipo neoliberal, que tienen como
objetivo restablecer el valor del dinero y “disciplinar” por medio del mercado. En 1985 se
liberaron las restricciones sobre las tasas de interés y se eliminaron las restricciones
cuantitativas del crédito. En 1986 se permitió la entrada de bancos extranjeros. El gobierno
pretendía bajar las tasas de interés internas, que se cobraban por los créditos en coronas,
aunque perdía parte del control sobre la política monetaria y crediticia. Entre 1986 y 1989 hubo
fuertes entradas de capitales financieros. Además, a fin de parar las presiones inflacionarias, el
gobierno buscó “anclar” el tipo de cambio, manteniendo altas tasas de interés internas. Por lo
tanto las empresas tomaban préstamos en los mercados internacionales, a fin de no
endeudarse a las altas tasas de los créditos nominados krona; como consecuencia, en vísperas
del estallido de la crisis un 50% de la deuda corporativa estaba nominada en moneda
extranjera. Paralelamente se produjo un boom crediticio del consumo, alimentado por los
bancos, que tomaban créditos baratos en el exterior y prestaban a tasas internas más altas,
con grandes ganancias. La deuda de los hogares creció rápidamente a partir de 1986. El
mercado inmobiliario también experimentó un boom especulativo; los precios de las viviendas
más que se duplicaron en los diez años previos a 1991. Apuntemos que todo esto sucedía bajo
un gobierno socialdemócrata, supuesto defensor del “modelo sueco de socialismo”.
A su vez la desocupación continuaba siendo baja, porque estaba contenida por el empleo
estatal, y también por los esquemas de educación y reentrenamiento promovidos por el estado,
o trabajos públicos. Además, muchas empresas solo sobrevivían por la ayuda del gobierno.
Esta situación daba lugar a constantes quejas de las cámaras empresarias, y de la derecha,
que hablaban del ausentismo laboral, la “falta de ética para el trabajo” y las dificultades para
contratar trabajadores. Es en estas circunstancias que en algunas plantas se ensayaron los
modelos de capitalismo “humano”, donde se empleaban métodos toyotistas de involucramiento
de los trabajadores en la producción, y colaboración con las patronales. A partir de estas
experiencias, algunos reformadores de izquierda llegaron a pensar que estábamos ante el
nacimiento de un nuevo capitalismo, en el que de alguna manera se acababa el antagonismo
entre el capital y el trabajo. A fines de los 80 las plantas sin líneas de montaje de Volvo en
Kalmar y Uddevalla eran consideradas las avanzadas de ese nuevo mundo que se avecinaba.
Crisis, desocupación y la profundización de las reformas
Como no podía ser de otra manera, la burbuja crediticia desembocó en la crisis. Para que
detonara se conjugaron algunos hechos. Por un lado, a fines de los 80 el gobierno quitó la
posibilidad de deducir los pagos de intereses por las deudas de consumo de los impuestos, por
lo que se incrementó el peso de la deuda de los hogares. La intención era reducir el déficit
fiscal. A esto se sumó que a comienzos de los 90, con la unificación alemana, subieron
subieron fuertemente las tasas de interés alemanas, y el marco se devaluó frente al dólar, lo
cual puso una fuerte presión sobre la corona, que estaba atada a una canasta de monedas en
la cual el dólar era un componente importante. La corona quedó sobrevaluada, y las tasas de
interés internas suecas subieron todavía más. A partir de ese momento comienza el derrumbe
de la burbuja crediticia e inmobiliaria. Los precios de las viviendas cayeron 25% y los precios
de los inmuebles comerciales 42% entre 1990 y 1995. En 1992 los bancos tenían en promedio
un 5% de sus préstamos “non performing”, y al año siguiente la cifra llegó al 11%. Tres grandes
bancos quebraron; algunos bancos fueron ayudados por el gobierno, y otros fueron
nacionalizados. Al finalizar la crisis el gobierno tenía en su poder el 22% de todos los activos
bancarios del país (véase Emre Ergungor). Siguiendo la lógica de toda crisis, la salida se dio
mediante “ajustes” que se descargaron sobre el trabajo y los más débiles. Entre 1991 y 1992 se
devaluó la moneda; en 1992 el gobierno disminuyó la remuneración de los empleados públicos;
y entre 1992 y 1995 redujo beneficios por enfermedad, y otras transferencias a los hogares;
también se bajaron subsidios y el consumo del estado; y se elevaron los impuestos. Por otro
lado ayudó a la recuperación el crecimiento de la demanda mundial en los 1990; hubo entonces
un aumentó de la participación de las exportaciones suecas en el PBI. Además, la economía se
abrió aún más a la competencia internacional; en 1995 Suecia entró en la Unión Europea.
Naturalmente, con la crisis se disparó la desocupación, pero lo más importante es que luego de
la recuperación no volvió a sus niveles precrisis. La tasa de desocupados aumentó desde el
1,5% en 1990 a casi el 10% a mediados de la década. Con lo cual desaparecieron los
problemas de las patronales para conseguir mano de obra, y el capital incrementó su poder
sobre el trabajo. Ya en el otoño de 1992 Volvo decidió cerrar las plantas de Kalmar y
Uddevalla. “Con el desempleo alcanzando un nivel del 10% por primera vez desde 1930 y
recortes sociales, que entre otras cosas rebajan los subsidios por enfermedad, el viejo
problema de la rotación y el ausentismo estaba resuelto… (…). El cambio del modelo sueco ha
tenido lugar en todos los niveles de la sociedad sueca y el lugar de trabajo no es una
excepción. (…) Primero en Saab y luego en Volvo los jefes estaban deseosos de aprender el
lenguaje de la producción “delgada”. Se produjeron racionalizaciones masivas… Fueron
impuestos sistemas individuales de remuneración, donde el capataz tiene decisión parcial
sobre la remuneración del trabajador. Muy frecuentemente este desarrollo tuvo lugar en
cooperación con los sindicatos… Todo fue justificado en nombre de la competitividad y del
propósito de salvar empleos. Suecia se está convirtiendo rápidamente en un país “normal”
dentro del contexto capitalista” (Henriksson, 1997).
El camino hacia la “normalidad”, que Henriksson describía a fines de los 90, ha continuado en
los 2000. Así, se eliminaron las contribuciones no jubilatorias a los mayores de 65 años; se
introdujeron los trabajos llamados “nuevo comienzo”, por los cuales se eliminan las
contribuciones sociales de los empleadores para los desocupados, enfermos y descapacitados;
se implementaron “vouchers” en la educación, que beneficiaron a las escuelas privadas en
detrimento de las públicas (y en buena medida significa una privatización de la educación); se
ampliaron las posibilidades de contratos temporarios, que en estos momentos pueden llegar a
los dos años; y se aumentó la edad de retiro. También se bajaron los impuestos, lo que es una
forma de aumentar la plusvalía a disposición del capital. Recientemente se anunció que se
daría un nuevo impulso al plan de privatizaciones, que se había congelado por la crisis de
2007. El gobierno pretende vender activos estatales por un valor de 21.000 millones de dólares
en los próximos tres años, a partir de la aprobación de la ley correspondiente por el parlamento.
De esta manera se busca incrementar el disciplinamiento a la lógica del mercado de toda la
economía. En cualquier caso, en la administración pública se introducen más y más los criterios
de eficiencia, y se busca incrementar la productividad. Paralelamente se mantuvo una alta
inversión en educación e investigación y desarrollo, que es fundamental para sostener la
competitividad del capital sueco.
Como resultado de este proceso general, la productividad global de la economía aumentó a un
2,4% anual durante los últimos 15 años. Mejoró la rentabilidad del capital. En contrapartida, y
según la Confederación de Sindicatos, en 2008 una de cada 10 mujeres trabajadoras de cuello
azul era pobre, y uno de cada cinco personas pensionadas o sin trabajo (definición de pobreza
aquellos que tienen ingresos disponibles menores al 60% de la mediana de ingresos de todos
los empleados). En total, en 2008 el 10,2% de la población estaba bajo el nivel de pobreza. A
esto se debería sumar la falta de protección y los ataques a los derechos de los trabajadores
inmigrantes.
Leyes objetivas del capital y política socialdemócrata
Mucha gente de izquierda rechaza la idea de que existan leyes objetivas del capital, con el
argumento de que se trataría de una concepción “economicista”. “¿Dónde queda la acción
humana, dónde la política, si las leyes económicas son objetivas?”, se preguntan. En su visión,
si se acepta que existen leyes del capital objetivas, no habría lugar para la lucha, y solo cabría
la aceptación resignada de lo que existe y sufrimos.
Por supuesto, el marxismo (o más precisamente, Marx) no planteaba que existían leyes
objetivas del capital para fomentar la resignación, sino para que se tomara conciencia de que,
en tanto no se acabe con la propiedad del capital, las constricciones que emanan de la lógica
de la explotación del trabajo, y de la acumulación de la plusvalía, tienden a imponerse. El caso
de Suecia ilustra lo que decimos. La larga marcha de las reformas que están socavando de a
poco el “estado de bienestar”, y que están empujando a Suecia al sendero “normal”, han
ocurrido tanto bajo los gobiernos socialdemócratas (y en este caso con el consentimiento de las
direcciones sindicales), como bajo los del centro-derecha. A partir de 1976 la socialdemocracia
gobernó entre 1982 y 1991, y entre 1994 y 2006, en tanto el centro-derecha lo hizo entre 1976
y 1982, entre 1991 y 1994, y de nuevo desde 2006 hasta el día de hoy. Con variaciones
menores, la dirección del proceso de desmantelamiento del estado de bienestar no fue
alterada. Es que en la medida en que la economía se internacionaliza, aumenta la presión de la
ley del valor -en última instancia en el mercado mundial se comparan tiempos de trabajo y
productividades- y por consiguiente los gobiernos, y el aparato del estado, terminan adaptando
sus políticas a esta necesidad. Este es el sentido más profundo del desarme del estado de
bienestar. No es una cuestión coyuntural, ni que pueda ser revertida con votando al centroizquierda.
Bibliografía citada
Cerra, V. y S. C. Saxena (2005): “Euroesclerosis or Financial Collapse: Why Did Swedish
Incomes Fall Behind?”, IMF, Working Paper, febrero.
Emre Ergungor, O. (2007): “On the Resolution of Financial Crises: The Swedish Experience”,
Federal Reserve Bank of Cleveland, Policy Discussion Paper, Nº 21.
Henriksson, L. (1997): “El modelo sueco”, Periferias, Nº 2, pp. 111-120.
-Rolando Astarita
Buenos Aires, 2011
http://rolandoastarita.wordpress.com