Download La guerra de Independencia Americana
Document related concepts
no text concepts found
Transcript
La revolución francesa VS. La guerra de Independencia americana Índice: 1. La Revolución Francesa Los antecedentes Los hechos Las consecuencias 2. La Guerra de Independencia Americana Los antecedentes Los hechos Las consecuencias 3. Diferencias entre las dos revoluciones 4. Bibliografía La Revolución Francesa y la Guerra de Independencia Americana 1. La Revolución Francesa Los antecedentes: La Revolución que estalló en Francia hacia 1787 forma parte del gran movimiento revolucionario que alcanzó a todo el Occidente. Fue de la misma naturaleza que las restantes, aunque mucho más intensa. Esta diferencia cuantitativa se basa en dos hechos fundamentales: el lugar ocupado por Francia durante el siglo XVIII en el concierto de las naciones europeas y extraeuropeas, y las relaciones de las clases sociales francesas entre ellas. Por su superficie, Francia era mucho más extensa que cualquiera de los restantes países alcanzados anteriormente por la revolución, exceptuando a los Estados Unidos; además, los superaba a todos, y con bastante diferencia, por su población. Según parece, en 1789 Francia tenía un exceso de población, lo cual serviría para explicar el hecho de que la revolución tomara allí el cariz de una auténtica “revuelta del hambre”. Las rentas del Estado, aun cuando su insuficiencia fuese una de las causas de la Revolución, eran más importantes que las del reino de Gran Bretaña, el doble que las de los Estados de la Casa de Habsburgo, el triple que las de Prusia, Rusia, Provincias Unidas o España, y veinticinco veces superior a las de los Estados Unidos. En el terreno intelectual, la preponderancia de Francia en Occidente era abrumadora, la mayoría de los “filósofos” del siglo XVIII habían escrito sus obras en francés, y la lengua francesa era, en aquella época, la lengua universal. En cambio, la situación que ocupaban en el Estado la burguesía y el campesinado no correspondía a la función económica ni a la fuerza real de estas dos clases sociales. Mientras que la burguesía, desde principios del siglo XVIII, había ido aumentando incesantemente en número y riqueza, era, en cambio, cada vez más postergada de las funciones públicas importantes. Mientras que en el siglo XVII la burguesía había suministrado al Estado ministros de la talla de Colbert, multitud de intendentes, muchos magistrados en los Parlamentos, oficiales al ejército y a la marina y prelados a la Iglesia, en el siglo XVIII todos estos puestos eran reservados a la nobleza; en el último lugar, las reformas efectuadas por el conde de SaintGermain en el ejército y las de Sartine en la marina habían concedido prácticamente a la nobleza el monopolio de todas las graduaciones. No cabe duda de que la burguesía podía conseguir que le fueran otorgadas ejecutorias a la nobleza, lo cual procuraba siempre comprando cargos que llevaban anejas tales condiciones; pero al hacer esto desviaba del comercio y de la industria capitales que hubiesen podido utilizar para tales fines, lo cual retrasaba el desarrollo económico de Francia, y la burguesía era consciente de tal consecuencia. La situación de la burguesía francesa era, pues, muy distinta a la de la burguesía británica, que participaba ampliamente en el gobierno y en la mayor parte de las funciones estatales desde 1640, y aún era peor en comparación con las posiciones que ocupaban ya las burguesías americana y holandesa. La burguesía francesa estaba, más que cualquier otra, animada por el violento deseo de hacerse con el poder, costara lo que costara. Si la nobleza tendía a monopolizar los cargos, ello se debía a que, durante el siglo XVIII le resultaba cada vez más difícil vivir de sus rentas, debido al alza constante de los precios desde 1730. Para acrecentar sus rentas, esta clase procedió también entonces a efectuar frecuentes cambios de los “terrenos” y exigió con mayor aspereza que nunca las rentas feudales que se le adeudaban. La reacción aristocrática, general en Occidente, se caracterizó en Francia por una reacción “feudal” particularmente aguda. Los campesinos, que soportaban el peso principal de tales cargas, eran los más oprimidos. Además, la intensidad del incremento poblacional originó entre los campesinos “un hambre de tierras” difícil de satisfacer precisamente en el momento en que los señores, cuando se procedía a repartir las tierras comunales, se hacían atribuir el tercio de las mismas y, para aumentar sus rentas sobre las tierras, tendían a agrupar sus propiedades en “grandes fincas”. Así pues, burgueses y campesinos franceses, esgrimiendo diferentes motivos de queja, sentían un odio parecido contra la nobleza y, en general, se coligarán contra ella: esta unión es la característica específica de la Revolución francesa, y la que explica sus éxitos iniciales, su extensión, profundidad y solidez. Los hechos: 1789 es la fecha en la cual, tradicionalmente, los historiadores sitúan el comienzo de la Revolución francesa. De hecho, ésta había empezado dos años antes, aunque con la apariencia de una revuelta de los “cuerpos constituidos”, muy parecida a la de los cuerpos aristocráticos americanos, irlandeses, holandeses o belgas. Desde 1789, en Francia, la Revolución va a superar esta fase. Mientras que la oposición aristocrática al gobierno se desune y debilita, es sustituida por una revuelta de la burguesía, rápidamente apoyada por una gigantesca oposición campesina. La unión momentánea de estos tres grandes movimientos, a principios de agosto de este mismo año, dará por resultado el hundimiento del Antiguo Régimen y la proclamación de los principios sobre los cuáles habrá de fundamentarse no sólo el nuevo régimen de Francia, sino también el de toda la Europa moderna. Así, la Revolución iba a ser, en Francia, y en 1789, infinitamente más radical que en los demás países y mucho más pródiga en consecuencias duraderas. El año 1789 empezó con la organización de las elecciones a los Estados Generales, cuyas modalidades fueron fijadas por el reglamento del 29 de enero. El derecho al voto era muy amplio, pues bastaba tener veinticinco años y figurar en la lista de contribuyentes. No se exigía condición alguna de riqueza para la elegibilidad. Sin embargo, el sufragio para los diputados del Tercer Estado comportaba diversos grados. Los electores debían confiar a sus representantes cuadernos en los cuales expondrían sus “quejas”. Las elecciones y la redacción de los cuadernos se llevaron a cabo con la más absoluta libertad. En los cuadernos de las parroquias y, principalmente en los “cuadernos generales”, la burguesía pudo, gracias a su influencia, lograr la inscripción de sus reivindicaciones esenciales: voto de una constitución y supresión de los privilegios; en algunos de ellos se solicitaba también el liberalismo económico. La forma monárquica de gobierno no era discutida por nadie. Pero en los 40.000 cuadernos redactados por las asambleas primarias se encuentran las quejas unánimes de los campesinos contra el régimen feudal francés. Las elecciones y la redacción de los cuadernos mantuvieron la agitación. La crisis económica, la peor que Francia había conocido desde hacía medio siglo, imponía, por otra parte, la realidad de sus miserias. Un violento motín estalló en el arrabal Saint-Antoine de París el 28 de abril. También en las provincias menudeaban los alborotos más o menos virulentos, débilmente reprimidas por las fuerzas armadas, víctimas también de la crisis. No parece que estos desórdenes repercutieran sobre las elecciones. Los diputados fueron exclusivamente miembros del clero, de la nobleza y de la burguesía; entre los de esta última, los “hombres de las leyes” formaban una amplia mayoría.la diputación de la nobleza contaba entre sus miembros algunos nobles “liberales”, tales como La Fayette. Otro noble, conocido por su vida agitada y por sus punzantes libelos, el conde de Mirabeau, había sido elegido por el Tercer Estado de Aix-en-Provence. Destacaban también el abate Sieyès, elegido por el Tercer Estado de París, cuyo folleto titulado ¿Qué es el Tercer Estado? Acababa de elevarle a la celebridad; y el obispo de Autun, el cínico de Talleyrand. Muy pocos diputados del Tercer Estado eran conocidos fuera de sus respectivas provincias. No hubo ni un solo campesino, ni un solo artesano, que fuese elegido para ser diputado en los Estados Generales. El 5 de Mayo de 1789, los Estados Generales fueron inaugurados solemnemente por el rey de Versalles. Desde el principio se trabó un largo debate que, en apariencia, se refería al procedimiento, pero que de hecho comprometía la existencia y la eficacia de los Estados Generales. Ante la negativa de los estamentos privilegiados a renunciar a sus prerrogativas, los diputados del Tercer Estado consideraron que ellos representaban el 98 por ciento de la nación y declararon, el 17 de Junio, que se constituían en “Asamblea Nacional”. Atribuyéndose en seguida la aprobación de los impuestos, confirmaron provisionalmente los que ya existían: era una advertencia en el sentido de que si el rey o los privilegiados no admitían sus proyectos podrían, tomando como ejemplo a los patriotas belgas, proclamar la huelga del impuesto, amenaza verdaderamente grave para el gobierno real y absolutista. No obstante, Luis XVI, aleccionado por su séquito, decidió anular por la fuerza las decisiones del Tercer Estado. El 20 de Junio ordenó la clausura de la sala de reuniones. Los diputados se dirigieron entonces al llamado Salón del Juego de la Pelota –estancia que servía para el recreo de los artesanos-, en la cual, y por iniciativa de Mounier, prestaron, en medio del entusiasmo casi unánime de los allí congregados, el juramento solemne de “nunca separarse jamás y reunirse en todos los lugares que las circunstancias exigiesen, hasta que la constitución fuese establecida y asegurada sobre fundamentos sólidos”. Luis XVI pareció transigir. Permitió que el clero y los nobles liberales se uniesen a los “comunes” e incluso, el 27 de Junio, invitó a los recalcitrantes a formar una Asamblea Nacional que, desde aquel momento, tuvo la aprobación real. Pero aquello era sólo una estratagema para ganar tiempo y agrupar a las tropas alrededor de la capital. Los movimientos de las tropas aumentaron la inquietud que se había apoderado del ánimo de todos ante el espectáculo de la impotencia de los diputados. Campesinos y burgueses comprendieron en seguida que todos los privilegiados se coaligaban para resistir a las reivindicaciones populares, que iban a obtener del rey la disolución de los Estados Generales, que existía un “complot aristocrático” dirigido y articulado contra la “voluntad del pueblo”. Desde principios de julio, un “miedo” colectivo sacudió todas las regiones campestres normandas. En todas las ciudades, y principalmente en París, la exaltación alcanzó su punto culminante. Los aristócratas y sus agentes empezaron a ser amenazados. En esta atmósfera sobrecargada se supo, el 11 de Julio, la noticia de la destitución de Necker, preludio del golpe de fuerza maquinado por el rey. Aquella fue la chispa que hizo estallar la pólvora. El pueblo de París se sublevó, y el 14 de Julio, tras asaltar los depósitos de armas y haberse apoderado de ellas, lanzóse a la toma de la Bastilla, que era no sólo un arsenal, sino también una prisión del Estado, símbolo de la arbitrariedad real. Los parisenses rebeldes formaron una municipalidad insurreccional, una guardia nacional y adoptaron una escarapela en la cual, a los colores azul y rojo de París, añadieron el blanco de los Borbones. Luis XVI, sorprendido por la magnitud de la revuelta, volvió a llamar a Necker al Gobierno y llegó a París el 17 de junio, sancionando así el nuevo ministro los hechos consumados. La Revolución se extendió por toda Francia, como un reguero de pólvora. En todas las provincias, el pueblo en armas se hizo con los poderes municipales. Los campesinos asaltaron los castillos y exigieron, para quemarlos, los viejos manuscritos en que figuraban los derechos feudales. Si se les oponía resistencia, llegaban a veces hasta incendiar las mansiones señoriales, desencadenándose durante la segunda quincena de julio, en las tres cuartas partes de Francia, ese extraño fenómeno conocido con el tristemente famoso nombre de la grande peur (el gran miedo). A la revolución aristocrática, que desde 1787 atacaba el absolutismo real; a la revolución de los juristas y de los legistas que, desde el 5 de Mayo, creía hacer triunfar los principios de la libertad e igualdad de derechos con los únicos métodos del procedimiento legislativo, sucedía, bruscamente, la más violenta sublevación popular que Francia había conocido a través de los siglos. Los burgueses, únicos representantes del Tercer Estado en la Asamblea nacional, tenían la intención de redactar metódicamente una constitución que proclamase, junto con la libertad individual y la igualdad ante la ley, el respeto a la propiedad privada. Entonces se apercibieron, con espanto, que la propiedad estaba amenazada en sí misma, pues los derechos feudales y los diezmos, cuya abolición inmediata se exigía, eran propiedades privadas. Hubo de ser alterado todo el programa de trabajo que la Asamblea Nacional había elaborado a principios de julio. Pareció mucho más urgente poner fin a la insurrección campesina, ya que de no actuar así, hasta la propiedad burguesa estaría amenazada. Los diputados del Tercer Estado defendieron, pues, las reivindicaciones campesinas más esenciales, a fin de “encauzar” el movimiento revolucionario: éste es uno de los aspectos más originales de la Revolución en Francia. En efecto, esta alianza tácita entre la burguesía y el campesinado permitió a la revolución alcanzar de golpe sus resultados más definitivos. Durante la noche del 4 de Agosto, bajo la influencia de los diputados del Tercer Estado y de algunos nobles liberales, la mayoría de los representantes de la nobleza y del clero accedieron a los “sacrificios” esperados por Francia con tanta impaciencia. En medio del entusiasmo general, la Asamblea decretó la abolición del régimen y de los privilegiados, la igualdad ante los impuestos, la supresión de los diezmos. Estas espectaculares decisiones fueron difundidas rápidamente por miles de periódicos, folletos y representaciones, y tuvieron las más profundas repercusiones: las revueltas rurales se apaciguaron y la Asamblea pudo reanudar con calma sus trabajos. Las consecuencias: Las constituyentes –así fueron llamados desde entonces los diputados- habían resuelto, desde principios de julio, empezar su obra por medio de una declaración de derechos, de la misma forma que lo habían hecho los constituyentes americanos. Pero hay una diferencia notable entre la declaración francesa de los Derechos del hombre y del ciudadano, cuya redacción fue concluida el 26 de agosto, y las declaraciones americanas. Estas últimas no superaban la fase puramente localista; eran, por así decirlo, muy “americanas”. Los diputados franceses, por el contrario, quisieron que su obra fuese válida para toda la humanidad. Desde 1789, la revolución en Francia se distingue de las que la precedieron en Occidente por su carácter universalista. La declaración francesa fue redactada, en efecto, en términos tales que pudiera ser aplicada a todos los países y en cualquier época. Es tan válida para una monarquía como para una república. Es auténticamente universal: he aquí lo que le confiere su grandeza y le asegura su prestigio, aún vigente a pesar del paso de los años. La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano es, sin duda, la obra de una clase social, la burguesía. Pero también es cierto que las circunstancias influyeron sobre ella. A la vez que condenaba los abusos del Antiguo Régimen, era la base sobre la cual se asentaba el nuevo orden. Colocada bajo la protección del Ser Supremo, mantenía la primacía del catolicismo. Si se omitió, a pesar de la opinión de los fisiócratas, la libertad de la industria y el comercio, ello fue debido a que los diputados estaban muy divididos en lo concerniente a esta cuestión. La declaración no fue, pues, ni una copia servil de los modelos americanos ni una transcripción prematura de las ideas filosóficas. Fue una obra humana que tenía en cuanta en gran manera las circunstancias históricas en que había nacido. Aunque fuese redactada por la burguesía francesa del siglo XVIII y en su exclusivo interés, rebasa ampliamente por su alcance los intereses de esta clase, las fronteras de Francia y los límites de su época. También hay que consignar las grandes e inmediatas repercusiones que tuvo en el mundo entero. Este carácter “explosivo” de la declaración inquietó al rey, el cual no sancionó más que los decretos del 4 de agosto, y, como después del 23 de junio, pensó nuevamente en organizar un golpe de Estado. Fueron llamados nuevos contingentes de tropas. Pero a estas concentraciones, acompañadas por un recrudecimiento de la carestía de víveres y del alza de los precios, dio cumplida réplica, al igual que en el mes de julio, la insurrección del pueblo de París. El 5 de octubre, una manifestación de mujeres, acompañada por la guardia nacional, se dirigió a Versalles, y el 6 llevó consigo a París a la familia real. Desde aquel momento, en el palacio de las Tullerías, el rey era el prisionero y el rehén de los patriotas. La asamblea lo siguió a la capital e hizo entonces suya la teoría de Sieyès sobre el poder constituyente: decidió que la Asamblea Nacional y constituyente era superior al rey y que, por tanto, el monarca no podía rechazar una disposición constitucional. Este iba a ejercer una verdadera dictadura, y durante dos años gobernará soberanamente en Francia, cuyas estructuras políticas, administrativas, económicas, sociales y hasta religiosas renovará por completo. ¿Con absoluta independencia? Sería decisivo afirmarlo. En París, la Asamblea sufrirá intensamente la presión del pueblo, mantenido en estado de constante alerta, armado desde julio y agrupado en las organizaciones revolucionarias. Desde principios de septiembre, los patriotas dominan todas las corporaciones municipales de Francia. Armados, han constituido milicias, “las guardias nacionales”, que, desde el mes de agosto, esbozarán federaciones locales, a partir de noviembre formarán federaciones religiosas y, finalmente, se reunirán en París, en una grandiosa Federación nacional, el 14 de julio de 1790. Como ciudadanos, los patriotas se reunían para discutir los asuntos del Estado en los clubs, surgidos frecuentemente de las numerosas “sociedades de pensadores”, que se habían ido creando desde 1750, pero que se inspiraron también en los clubs ingleses, americanos, ginebrinos y holandeses. Durante los primeros años de la Revolución francesa hubo clubs de todas las tendencias y matices políticos, pero los que agrupaban a los patriotas más enérgicos se fusionaron, y se tomó la costumbre de llamarlos jacobinos, porque la sociedad parisiense de “los amigos de la Constitución”, que los dirigía tenía su sede en el refectorio del convento de los jacobinos; situado en la rue Saint-Honoré. Estos clubs ejercían una vigilancia activa sobre los asuntos locales, estimulaban a las autoridades, reprendían a los moderados, denunciaban a los “aristócratas”. Pero también se discutía sobre las grandes reformas aprobadas por la Constituyente, y las cuales eran conocidas gracias a las numerosas publicaciones periódicas nuevas. La libertad de que disfrutaba la prensa, de hecho, desde mayo de 1789, había permitido la proliferación de periódicos, los cuales representaban a todas las opiniones. La prensa mantenía a los ciudadanos en estado de alerta, y los ciudadanos orientaban a la Asamblea. En tales condiciones, en el período de dos años, desde septiembre de 1789 hasta septiembre de 1791, la Asamblea Constituyente, había creado un nuevo régimen, cuyos detalles fueron ciertamente efímeros, pero cuyas grandes líneas formaron el armazón de la Francia moderna. 2. La guerra de Independencia Americana Los antecedentes: La Guerra de los Siete Años empezó en Europa entre Austria y Prusia, aliándose las demás potencias en el bando austríaco. En las colonias la guerra repercutió de la siguiente manera: como Francia iba en el bando contrario de Gran Bretaña y los colonos querían los territorios que los franceses tenían en América, los británicos decidieron dárselos para con su ayuda poder vencer a Francia. Después del triunfo de Gran Bretaña sobre Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) en la que recibió gran ayuda de las colonias económica y militarmente, dicha colaboración no fue recompensada. La victoria sobre Francia en la Guerra de los Siete Años fue lo que llevó a la secesión. Tras la guerra, Gran Bretaña, que atravesaba una situación financiera delicada, decidió que las colonias soportasen parte de sus cargas. Las medidas represivas del gobierno inglés (producidas tras sublevaciones como el Motín del té de Boston y las sanciones de las Actas Intolerables) provocaron el inicio de la guerra de independencia. El descontento se extendió por las Trece Colonias y provocó una manifestación en Boston en contra de los impuestos que debían pagar por artículos indispensables como el papel, el vidrio o la pintura. En esta manifestación no hubo ningún altercado y el gobierno inglés hizo oídos sordos a las peticiones de los colonos. Pero éstos no iban a consentir que la situación continuara así, con lo que se reunieron junto a varios miembros de otras poblaciones para urdir una acción más propagandística que la manifestación. Desde 1773, la situación se agravó, la presencia de tropas enviadas a Massachusetts provocó en Boston sangrientas manifestaciones. El Gobierno Británico concedió a la Compañía de Indias el monopolio sobre la venta del té, lo que levantó una ola de descontento entre los comerciantes del Nuevo Mundo, que temían que esta medida se ampliase a otras mercancías. El 16 de Diciembre de 1773, en Boston, los hijos de la libertad, disfrazados de indios, tiraron al mar todo el té traído de Oriente por los navíos de la Compañía de Indias, aprovechando la pasividad de las autoridades locales. El gobierno británico quiso responder a esta violencia con una firmeza ejemplar. Cinco leyes arruinaron el comercio del puerto de Boston; además se enviaron nuevas tropas a América del Norte, al mando del general Gage, y se prohibieron todas las reuniones públicas. Con sus medidas, destinadas a dar un escarmiento, los británicos hicieron nacer el sentimiento de solidaridad entre las trece colonias. Nació un partido patriótico y por sugerencia de Benjamin Franklin (inventor virginiano de pinzas, gafas bifocales, silla giratoria y pararrayos) se reunieron en Filadelfia. Fue la primera acción contra la represión de impuestos, lo que intranquilizó a los británicos. Las posiciones se iban endureciendo. La guerra podía estallar con el menor incidente, sobre todo si se tiene en cuenta que los partidarios de la conciliación perdían terreno entre la opinión pública, ganándolo los intransigentes, que querían aprovechar la independencia para construir una sociedad más democrática. Estos últimos se apoyaban en los periódicos y panfletos, cuyo papel revolucionario quedó patente por primera vez. Se fue formando entre estos colonos, una mentalidad revolucionaria, dispuesta a considerar el recurso a la fuerza como inevitable. En 1774 se reunió por primera vez el Congreso de colonos en contra de la servidumbre a los británicos y a favor de una patria independiente. Ya se discuten unas hipotéticas leyes. Pese al clima de enemistad contra los ingleses en las colonias, todavía había algunos colonos que apoyaban al rey inglés Jorge III, siendo llamados kings-friends (amigos del rey). En 1765, el ministro británico, Greenville, hizo votar al Parlamento unas tasas aduaneras sobre la melaza y el azúcar de la Antillas que entraban en América. Era un intento de aplicar sistemáticamente las leyes sobre el comercio colonial y de impedir el contrabando. Paralelamente al impuesto de timbre (Stamp Act) precisó que todos los actos jurídicos, públicos y privados, tanto en las colonias como en Gran Bretaña, debían ser transcritos en papel sellado con timbre del Estado. Estas dos decisiones fueron muy mal acogidas. El derecho de timbre suscitó un verdadero debate de principio. ¿Tenía derecho el gobierno inglés a percibir este impuesto? Los colonos sostenían que ningún ciudadano británico debía pagar un impuesto si no había sido antes aceptado por él o por sus representantes. El Gobierno de Londres, por su parte, afirmaba que el Parlamento representaba a todos los súbditos de la Corona. Los americanos consideraban que sólo las Asambleas coloniales estaban cualificadas para aprobar impuestos en su nombre. Los delegados de nueve colonias se reunieron en Nueva York para protestar y llegaron al acuerdo de no importar productos ingleses. Redactaron, además, una declaración de derechos y quejas de América. La agitación se apoderó de las poblaciones. Unas organizaciones, hijos de la libertad, incendiaron los depósitos de timbres sin que aún se soñase en América con la separación de la metrópoli. Las resoluciones del Congreso de Nueva York causaron viva inquietud entre los comerciantes británicos. Ante la hostilidad del mundo de los negocios, Greenville tuvo que retirarse, y el Gabinete Whig, bajo la presión de algunos diputados, abolió las tasas no deseadas. Los colonos triunfaron en este punto, pero el Parlamento no cedió en cuanto al principio, es decir, en cuanto a su derecho a establecer impuestos a otros colonos. A partir de junio de 1767, el gabinete británico inició una segunda ofensiva, instituyendo derechos de aduanas para la entrada en América de algunos productos, el té, el papel, el vidrio, el plomo y la pintura. La agitación estalló sobre todo en Nueva Inglaterra. Los británicos boicotearon las mercancías sometidas a impuestos, lo que produjo un descenso de un tercio del comercio británico. Al cabo de tres años de un conflicto que estaba costando muy caro a las dos partes, el ministro británico dio marcha atrás por segunda vez, y en 1770 suprimió todos los impuestos, salvo el del té. La agitación, pareció calmarse, pero esta aparente tranquilidad estaba a merced de cualquier incidente. Los hechos: El pretexto para la ruptura, fue el tiroteo de Lexington. El 18 de Abril de 1775, el general Gage, que mandaba las tropas en Boston, envió una columna a confiscar los depósitos de armas y municiones establecidos en Concord por los comités revolucionarios. Los patriotas, alertados, en su mayoría granjeros, recibieron a los soldados a tiros; fue el primer enfrentamiento grave entre los casacas rojas y los voluntarios americanos. La columna británica tuvo que replegarse hacia Boston, con gran satisfacción de los americanos. Fue el comienzo de la insurrección armada. El Congreso americano, reunido en Filadelfia en Diciembre de 1775 decidió la formación de un ejército continental mandado por George Washington. Pronto se vio que esta elección era acertada. Washington hijo de un plantador de Virginia fue el partícipe. El Congreso americano apelaba a la justicia del rey de Gran Bretaña, pero Jorge III rechazó la petición del Congreso y envió mercenarios alemanes a ultramar para reforzar sus tropas y terminar con la resistencia americana. Comenzaba una guerra sin cuartel. La situación evolucionó rápidamente. La colonia de Virginia, en un acto revolucionario, fue la primera en proclamar su independencia constituyéndose en república. Se dio una Constitución precedida de una Declaración de Derechos que deben ser considerados como fundamento y base del gobierno. Destacaban las ideas de Rousseau, Locke y Montesquieu. El ejemplo de Virginia terminó con la dudas de otras colonias. El 4 de Julio de 1776, el Congreso general de Filadelfia proclamó la unión solidaria de las trece colonias y votó la Declaración de Independencia de los EEUU. de América. Precedida por un preámbulo redactado por el virginiano Thomas Jefferson, e inspirado en los principios de los filósofos franceses: Montesquieu y Rousseau, esta célebre declaración reconocía el derecho a la insurrección. Marcaba un hito en la historia universal. Entre la población subsistieron algunos elementos legitimistas, algunos prefirieron emigrar a Canadá o las Antillas antes que sublevarse contra el rey. Proclamada la independencia había que conquistarla. La guerra fue larga y difícil (cerca de 7 años) y planteó problemas que en ocasiones parecieron insuperables debido a la especial situación de los insurrectos. En primer lugar, no tenían un gobierno central. El Congreso, absorto en apasionadas discusiones, servía de vínculo entre los Estados, pero carecía de poder para dar órdenes a gobiernos autónomos muy celosos de sus prerrogativas. En segundo lugar, la situación militar era angustiosa; los colonos sublevados o insurrectos, unos dos millones, carecían de recursos industriales. No tenían armas, ni municiones, ni vestidos. Había tropas sin valor militar, mal organizadas. Desde luego, tenían a su frente a un jefe extraordinario, Washington. Por último, no tenían marina de guerra. En definitiva, la relación de fuerzas al comienzo del conflicto parecía muy desventajosa. Sin embargo, hay que tener en cuenta las dificultades de Gran Bretaña, que acababa de salir de las largas guerras europeas y coloniales de mediado de siglo y debía combatir lejos de sus bases. La búsqueda de aliados era una condición “sine qua non” para el éxito. Tenían que inclinarse hacia Francia, rival marítima de Gran Bretaña. Esto traía consigo un peligro porque las colonias habían luchado enérgicamente contra Francia durante la guerra de los Siete Años. Franklin fue recibido en Versalles por el rey de Francia, Luis XVI, conquistando los salones con su sencillez natural. La opinión pública seguía con simpatía el desarrollo de las ideas de libertad. El carácter ilustrado de la Declaración de la Independencia entusiasmaba a las élites intelectuales: se enrolaban voluntarios empujados por un deseo de libertad y por el sentimiento de que luchaban para construir un mundo nuevo. El marqués de la Fayette (el héroe de los dos mundos), se enroló con el ejército americano. Sin embargo, Vergennes, aunque vio que este asunto era una forma excelente para tomarse la esperada y deseada revancha sobre Gran Bretaña, no quiso comprometerse por el momento, para intentar que también España se uniese a su política. En un principio, Francia se limitó a una ayuda indirecta, proporcionando a los colonos las armas y municiones que tanto necesitaban, así como importantes subsidios. Este amplio movimiento de simpatía y esta ayuda, no despreciable, no impidieron una serie de fracasos durante la primera fase de la guerra. En Saratoga los colonos vencieron a las casacas rojas. Este hecho marcó un cambio en la guerra que se hizo desde ahí internacional. Los americanos se habían visto apoyados por las condiciones naturales desfavorables a los británicos (enorme extensión del campo de operaciones, pocos caminos y muy malos y numerosos ríos y espesos bosques), pero su tenacidad y la personalidad de su jefe, George Washington, seguían suscitando admiración. La noticia de la capitulación de Saratoga provocó entusiasmo en Francia y terminó con las últimas dudas de Vergennes. La opinión pública francesa se inclinaba por la intervención. El 6 de Febrero de 1778 firmó con Franklin un tratado de comercio, amistad y de alianza defensiva. Francia reconocía la soberanía e independencia de las 13 colonias. Los 15 estados se comprometían a no firmar paces separadas y a no dejar las armas hasta que no se reconociese la independencia. Diplomáticamente el siguiente trabajo de Vergennes fue obtener el apoyo de España, cuya potencia militar sobreestimaba. Con el Tratado de Aranjuez (12 de Abril de 1779), Francia firmaba con España una alianza a cambio de la promesa de devolverle Menorca, Gibraltar, Florida y las Honduras británicas. Francia estaba dispuesta a pagar muy caro el apoyo de la monarquía española. Vergennes deseaba crear una gran coalición contra Gran Bretaña y supo explotar el descontento de las potencias neutrales ante la actitud de ésta que, con el pretexto de luchar contra el contrabando de guerra, abusaba del derecho de inspección de buques. Militarmente, el conflicto que enfrentó a Gran Bretaña, Francia y las 13 colonias, y más tarde también a España y a Holanda, duró cinco años y tuvo como escenario principal, además de los Estados Unidos, las Antillas, la costa de la India y todas las razones neurálgicas marítimas y coloniales. La caída de Yorktown provocó en Gran Bretaña la dimisión en marzo de 1782 de Lord North, instrumento de la política personal de Jorge III. Un gabinete, más conciliador, entabló las negociaciones de paz. Las consecuencias: En las preliminares del 30 de Noviembre de 1782 Gran Bretaña reconocía la independencia de las 13 colonias; se fijaba la frontera de norte a sur, en el río Santa Cruz, los Grandes Lagos y el Mississippi. Los pescadores británicos conservaron el derecho a pescar en las aguas territoriales de América del Norte. El Tratado de Versalles de septiembre de 1783 incluye cuatro acuerdos. Un convenio angloamericano confirmando las preliminares de 1782. Un acuerdo anglo-holandés fijando la restitución recíproca de las conquistas. Un acuerdo anglo-español, que preveía la devolución a los españoles de Menorca y gran parte de la Florida, cuya frontera quedaba fijada en el Mississippi, pero los británicos se quedaban con Gibraltar. Y un acuerdo anglo-francés que hacía algunas concesiones a Francia: devolución de sus establecimientos en el Senegal y algunas Antillas (Tobago, Santa Lucía). La opinión pública francesa no se mostró muy conforme con el acuerdo. Tras la independencia los norteamericanos tenían que hacer frente a dos hechos decisivos: la creación de una nueva nación conformada por trece Estados, y la ampliación del nuevo país, que poseía vastísimos territorios al oeste. El primer objetivo era crear un gobierno federal fuerte, que tratase de mantener la unidad nacional de las trece colonias; el segundo, extender su dominio territorial y organizar ese vasto territorio. Ya en 1776, en la convención de Virginia, se sustituyó el estatuto colonial por una constitución estatal, que garantizaba la soberanía del pueblo basada en unos derechos democráticos fundamentales; la división de poderes y el carácter electivo de todos los cargos públicos, prohibiéndose los cargos públicos hereditarios; separación entre las iglesias y el estado; libertad de prensa. A partir de 1777 el resto de las colonias siguió el ejemplo de Virginia, excepto Connecticut y Rhode Island, que mantuvieron sus cartas fundacionales. En 1778 se promulgó la Ley de la Confederación, que fue la primera tentativa para construir un bloque homogéneo, pero no dio resultado. En 1781, con los Artículos de la Confederación, se intentó de nuevo establecer una primera constitución de la federación estatal. La negativa de los Estados a renunciar a su soberanía y a su autonomía, dificultaba la solución que planteaban los problemas de la guerra e impedían adoptar medidas comunes en política exterior, por lo cual también fracasó. Los intentos que siguieron para dar una forma política a las Trece Colonias se vieron obstaculizados por la aparición de dos posturas contrarias. Los partidarios de conservar la independencia política y administrativa de cada Estado, que daría origen al partido republicanodemocrático, y los partidarios de un gobierno centralizado, los federalistas. En 1787, se celebró la convención de Filadelfia a la que asistieron delegados de todos los Estados menos de Rhode Island. La mediación de Franklin y Madison entre unos y otros permitió un acuerdo. El resultado fue el establecimiento de una República Federal Presidencial y la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos, que entró en vigor en 1789. La ley fundamental norteamericana consagraba la división de poderes. Establecía un sistema de control mutuo por el cual los ciudadanos eran a la vez súbditos de su Estado y de la Unión. Los asuntos relacionados con la defensa, la moneda, el comercio exterior y las relaciones internacionales, eran competencia exclusiva del Gobierno Federal de la Unión. A los Estados quedaba reservada la gestión de todo lo referente a comunicaciones, política interior, culto, policía, justicia, educación. Los tres poderes quedaban configurados según el siguiente esquema. El Presidente, titular del poder ejecutivo, actuaba como Jefe de Estado y Primer ministro. El candidato era designado por los partidos políticos, y elegido mediante sufragio indirecto por los compromisarios de los Estados. Su mandato se extendía por cuatro años y podía ser destituido por comisión de delito grave. Sometido en su gestión política al control del Congreso y del Tribunal Supremo en las cuestiones de constitucionalidad de sus decisiones. El poder legislativo residía en dos cámaras indisolubles: la Cámara de representantes o Congreso y el Senado. La Cámara de representantes era elegida cada dos años mediante sufragio directo. Cada Estado tenía un número de representantes proporcional a su población. El Senado estaba integrado por dos representantes de cada Estado de la Unión. Su mandato era por seis años, renovándose un tercio de la Cámara cada dos años. El Presidente con su voto suspensivo y el Tribunal Supremo, como garante constitucional, controlaban el poder legislativo. El Tribunal Supremo acogía el poder judicial. Actuaba, además, como tribunal de garantías constitucionales, amparando al ciudadano y controlando la constitucionalidad de los actos de los otros dos poderes. Estaba integrado por nueve miembros vitalicios nombrados por el Presidente. Otra de las funciones capitales del Tribunal Supremo era conocer y decidir sobre los conflictos entre el poder federal y el estatal. Por último, se estableció la posibilidad de formular enmiendas a esta Constitución, a través del Congreso. Esta flexibilidad fue una de las principales razones del éxito y la estabilidad de la Constitución de 1787. Su pragmatismo y su integración en los ideales ilustrados de la época, hicieron que rápidamente fuera reconocida y admirada por todos los europeos que pretendían reformar el Antiguo Régimen. Una de las consecuencias más trascendentales de la Independencia será la influencia decisiva que ejercerá en el desencadenamiento de las revoluciones atlánticas europeas y en el proceso emancipador de los territorios hispanoamericanos. Con el nuevo orden político, se llevaron a cabo algunas reformas sociales. Se confiscaron y repartieron las tierras de propiedad real, y la de los colonos que permanecieron leales a Inglaterra. Se abolió el derecho de primogenitura y la vinculación de la propiedad al heredero. Se garantizó la libertad de religión, de expresión y de reunión. El 30 de abril de 1789 fue elegido Washington primer Presidente de los Estados Unidos. De 1775 a 1815 el proceso de decisión política siguió en manos del sector social alto y medio, que habían rechazado el poderío colonial, y seguían manteniendo su influencia. Durante medio siglo permaneció homogénea la clase política dirigente que se constituyó a partir de la Declaración de Independencia. En el desarrollo del nuevo Estado, desde su independencia hasta la guerra civil en 1861, se pueden distinguir dos periodos. El primero, que abarca las presidencias de Washington, Adams, Jefferson y Madison, de 1789 a 1817, supone la consolidación de las nuevas instituciones. La ampliación del espacio territorial y una política internacional que mantiene la neutralidad en los conflictos europeos a la vez que relaciones unas veces de paz otras violentas con Inglaterra. El segundo periodo, desde Madison hasta Lincoln, está caracterizado en política exterior por el aislacionismo de los Estados Unidos. En el interior, por la formación de dos posiciones basadas en diferencias económicas, sociales y políticas, entre los Estados del norte y los sureños, diferencias que van agravándose en la misma medida que la Unión incorpora nuevos Estados. La política del Presidente Washington, frente a las dificultades de la postguerra y las opiniones de los partidos, se inclinó por la línea federalista, con la pretensión de consolidar la unión en el interior y acometer la construcción del nuevo Estado con decisión. Estableció una capitalidad federal en Maryland, creó el Banco de los Estados Unidos, estableció el dólar como moneda y unificó grupos financieros y comerciales, estableciendo el primer sistema impositivo general. Se reconocieron tres nuevos Estados: Vermont, Kentucky y Tennessee, iniciándose la expansión hacia el Oeste. En política exterior se restablecen las relaciones con Inglaterra y se mantiene la neutralidad ante el estallido revolucionario francés, a pesar de la opinión contraria de Jefferson. La política de los tres presidentes siguientes siguió regida por las mismas líneas generales. Aumentaron las diferencias entre federalistas y antifederalistas. La neutralidad durante las guerras napoleónicas supuso un incremento de la prosperidad económica y varios conflictos con Inglaterra por el bloqueo continental. En 1804, fruto de la expansión hacia el Oeste se incorpora a la Unión un nuevo Estado: Ohio. 3. Diferencias entre las dos revoluciones Aunque en la superficie aparentan ser paralelas, las diferencias entre estas dos revoluciones son profundas y así lo interpreta Robert Peterson en su artículo "A Tale of Two Revolutions" (The Freeman: Ideas on Liberty. Irvington-on-Hudson, New York, 1989). Paterson afirma que la revolución sin sangre de los Estados Unidos tiene mucho más en común con la Revolución Gloriosa de 1688 que originó la monarquía parlamentaria en Gran Bretaña que con la francesa, que es considerada como antecesora de muchas de las revoluciones violentas que han terminado en totalitarismos y dictaduras. En 1789 la Revolución Francesa se inició para terminar con el gobierno arbitrario de los reyes pero trajo aparejado el "reino del terror" y la ejecución de alrededor de 40.000 personas. En los años siguientes hubo una impresionante inflación, guerra, caos, estableciéndose finalmente con Napoleón el primer estado policial. Tras la revolución, el gobierno se tornó altamente concentrado y el gobierno del rey fue reemplazado por el de la Asamblea Nacional. A diferencia de lo sucedido en Francia, donde los disidentes religiosos fueron asesinados, en los Estados Unidos la libertad religiosa constituyó uno de los cimientos centrales. Asimismo, Peterson afirma que la Revolución Americana fue esencialmente un movimiento conservador, que luchó para mantener las libertades que se habían logrado desde 1620 durante el período de "salutary neglect". De hecho, Samuel Eliot Morrison considera que en la revolución norteamericana no se peleó para obtener libertad sino para preservar las libertades que los norteamericanos tenían como colonias. La independencia no era un fin en sí mismo sino un medio para preservar el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. La Constitución de los Estados Unidos fue el reflejo de una tradición ajena a la realidad latinoamericana. Su objetivo central era establecer límites a las arbitrariedades del Estado frente a los derechos inalienables de los ciudadanos, en clara consonancia con el pensamiento de John Locke y de otros empiristas como David Hume y Adam Ferguson. En la concepción de Locke, el gobierno nace con el fin de proteger derechos preexistentes y contradice su objetivo esencial si abusa de ellos; existe con el fin de terminar con la aplicación privada y subjetiva de justicia reemplazándola por un acuerdo con reglas independientes que otorgue más certidumbre al respeto de los derechos individuales. De esta forma, el "contrato social" que origina al gobierno tiene por fin reasegurar el cumplimiento de los derechos naturales -vida, libertad, propiedad- de los individuos. Locke define el poder otorgado por los ciudadanos al gobierno como un poder confiado limitadamente y con vistas a un único fin. 4. Bibliografía www.unisabana.edu.co Historia de Estados Unidos, DEGLER, Carl N., Ed. Ariel, 1986 www.wikipedia.com La revolución francesa, Albert Soboul, Ed. Tecnos La revolución francesa, Jacques Godechot, Ed. Sarpe Enciclopedia de historia universal de El País, Tomo 16, Ed. Salvat www.monografias.com