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TEXTOS SOBRE EL TEMA: EL SABER FILOSÓFICO
TEXTO 0:
De toda la materia en el universo visible, solo alrededor del 4 por ciento es materia ordinaria, de la que
están formadas las estrellas y las galaxias (y tú y yo). Alrededor del 23 por ciento es lo que se
denomina materia oscura (invisible). Sabemos que existe, pero no sabemos qué es. El 73 por ciento
restante, el grueso de la energía en nuestro universo, es la llamada energía oscura, que también es
invisible. Y nadie tiene ni idea de lo que es. La conclusión es que ignoramos qué es el 96 por ciento de
la masa/energía del universo. La física ha explicado muchas cosas, pero aún nos quedan muchos
misterios por resolver, algo que a mí me resulta muy sugerente.
Walter Lewin, Por amor a la Física
TEXTO Nº 1: EL CEREBRO CONSTRUYE LA REALIDAD
En el siglo IV a.C Demóstenes constató lo siguiente:
“Nada es más fácil que el auto-engaño. Porque lo que cada hombre desea también cree que es cierto”.
(…)
Tradicionalmente hemos considerado que percibimos la realidad del mundo exterior porque ésta
se refleja en nuestra mente como lo hace en una cámara fotográfica, siendo esto válido no sólo para la
visión, sino también para el resto de los órganos de los sentidos, incluido el tacto Sin embargo, esto es
completamente falso. Los avances en física, psicología, neurociencia y filosofía nos dicen que la
realidad no es lo que parece. El cerebro no es un órgano pasivo, receptor de información, sino que el
acto de la percepción es un proceso activo en el que el cerebro tiene mucho que decir.
Si tomamos el ejemplo de la visión, lo que constatamos es que cuando miramos a un árbol, por
ejemplo, la luz que se refleja en sus hojas son radiaciones electro-magnéticas que inciden sobre los
fotorreceptores de la retina del ojo produciendo una cascada de reacciones químicas que se traducen
en impulsos nerviosos que, tras un recorrido, llegan a la corteza visual donde estos impulsos se
integran y procesan . En la corteza los datos sufren un proceso complicado que detecta la forma, los
patrones, los colores y el movimiento; luego el cerebro lo integra para formar un todo coherente. De
pronto aparece la imagen de un árbol en nuestra mente, lo que supone un auténtico misterio. Esa
imagen la genera nuestra mente/cerebro. Los impulsos que provienen del ojo son exactamente iguales
a los que provienen de cualquier otro órgano de los sentidos y es el único lenguaje que entiende el
cerebro. También las hormonas si quieren tener un efecto sobre las células nerviosas tienen que
traducirse en impulsos eléctricos, en los llamados potenciales de acción. La imagen del árbol, pues, es
creada por la corteza visual. Y lo mismo ocurre con los otros órganos de los sentidos.
Los sentidos son ciegos respecto a la cualidad de su estimulación, responden sólo a su
cantidad. Los potenciales de acción que se generan en los receptores, que son todos iguales en
amplitud, sólo pueden aumentar o disminuir su frecuencia de acuerdo con la intensidad del estímulo.
Por tanto, son incapaces de transmitir la cualidad de los estímulos.
Así, impulsos nerviosos que llegan a la corteza del lóbulo occipital generan sensaciones visuales,
si llegan a la corteza temporal, sensaciones auditivas, etc. A partir de los órganos de los sentidos, la
información pierde toda especificidad.
Otro ejemplo sería el dolor. Cuando nos quemamos un dedo, por ejemplo, pensamos que el
dolor surge allí donde nos hemos quemado, es decir, en el dedo. Y, sin embargo, esto no es cierto. El
dolor, como cualidad, es generado también por la corteza cerebral. Y la prueba está en el hecho de
que en sujetos que han perdido un brazo siguen percibiendo el dolor localizado, según ellos, en una
extremidad que ya no existe. El dolor se produce en el esquema corporal que existe en la corteza
cerebral.
Esto quiere decir que todo lo que vemos, oímos, gustamos, olemos, tocamos, es una creación
cerebral a partir de los datos que le llegan de los órganos de los sentidos. Con otras palabras: todo lo
que conocemos son esas imágenes mentales. Esto va en contra de nuestra más firme creencia,
de la impresión subjetiva de que lo que experimentamos es real, que lo que percibimos
está ahí afuera, en el llamado mundo exterior. Pero la neurociencia nos dice que el mundo de
nuestra experiencia está “ahí afuera” tanto como están los ensueños. Cuando soñamos creamos una
realidad que nos parece tan real como lo que entendemos por realidad, pero cuando despertamos nos
1
damos cuenta que ha sido todo una creación cerebral, de nuestra mente. Quizá por eso lo que
entendemos por realidad y la realidad onírica son tan parecidas para nosotros: ambas son producto de
nuestro cerebro/mente; la única diferencia es que lo que entendemos por realidad está basada en
informaciones procedentes de los órganos de los sentidos, mientras que la realidad en los ensueños
procede de estímulos internos. Es de suponer que Calderón de la Barca sospechaba este paralelismo
cuando decía que la vida era un sueño. Me viene a la mente el cuento taoísta del maestro Chuang Tzu
que decía que soñó que era una mariposa que revoloteaba con la brisa del aire, feliz y sin preguntarse
quién era. Cuando se despertó se encontró muy confuso preguntándose: “¿Soy un hombre que ha
soñado ser una mariposa, o soy una mariposa que sueña ahora que es un hombre? Quizás toda mi
vida no es otra cosa que un momento en el sueño de una mariposa”. El escritor estadounidense Edgar
Allan Poe decía: “Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño”.
Prof. Rubia Vila
MITOS:
TEXTO 2: Pan Gu y la creación del mundo
En el principio, el universo estaba contenido en un huevo, dentro del cual, las fuerzas vitales del
yin (obscura, femenina y fría) y el yang (clara, masculina y caliente) se relacionan una con otra.
Dentro del huevo, Pan Gu formado a partir de estas fuerzas estuvo durmiendo durante 18.000
años. Al despertar, se estiró y lo rompió.
Los elementos más pesados del interior del huevo se fueron hacia abajo para formar la tierra y
los más ligeros flotaron para formar el cielo.
Entre la tierra y el cielo, estaba Pan Gu.
Todos cada día, durante otros 18000 años, la tierra y el cielo, se separaban un poco más. Pan
Gu crecía la misma proporción por lo que siempre se llenaba el espacio intermedio.
Finalmente, la tierra y el cielo llegaron a sus posiciones definitivas. Agotado, pan Gu, se echó a
descansar. Y estaba tan agotado que murió. Su cuerpo y sus miembros se convirtieron en montañas.
Sus ojos, se transformaron en el sol y la. Su carne, la tierra, sus cabellos, los árboles, las plantas, sus
lágrimas ríos y mares. Su aliento, fue el viento, su voz el trueno y el relámpago.
Y por último…las pulgas de Pan Gu… se convirtieron en la Humanidad.
TEXTO 3: Mito homérico
A Helios le tocó en suerte un trabajo fatigoso durante todos sus días y no hay descanso alguno
ni para sus caballos ni para él, una vez que la Aurora de rosados dedos, tras abandonar a Océano,
asciende por el cielo; pues a través de la onda le lleva su muy amado lecho, cóncavo, forjado por las
manos de Hefesto, de oro precioso y alado, rápidamente a dormir sobre la superficie del agua, desde
las regiones de las Hespérides hasta la tierra de los Etíopes, donde su rápido carro y sus caballos se
detienen hasta que vuelva la Aurora tempranera; entonces (allí) subir a su carro el hijo de Hiperión.
TEXTO 4: Cosmogonía de Hesiodo
Antes que nada nació Caos, después Gea (Tierra) de ancho pecho, sede firme de todas las
cosas para siempre, Tártaro nebuloso en un rincón de la tierra de anchos caminos y Eros, que es el
más hermoso entre los dioses inmortales, relajador de los miembros y que domeña, dentro de su
pecho, la mente y el prudente consejo de todos los dioses y todos los hombres. De Caos nacieron
Erebo y la negra Noche; de la Noche, a su vez, nacieron Éter y el Día, a los que concibió y dio a luz,
tras unirse en amor con Erebo. Gea (la Tierra ) primeramente engendró, igual a sí misma, a Urano,
brillante para que cubriera en derredor por todas partes y fuera asiento seguro para los dioses felices
para siempre. Alumbró a las grandes Montañas, moradas graciosas de las divinas ninfas, que habitan
en los sinuosos montes. Ella también, sin el deseado amor, dio a luz al mar estéril, al Ponto, hirviente
con su oleaje; y después, tras haber yacido con Urano, alumbró a Océano de profundo vórtice, a Ceo,
Crío, Hiperión y Jápeto.
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TEXTO 4: MITO DE ECO
Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla incesante
entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos
aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó
a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella,
avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un
riachuelo. Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el
adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó
siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin
ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Narciso daba largos paseos sumido en largas cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las
inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa le miró embelesada y quedó prendada de
él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.
Muchas veces volvió Narciso por allí y Eco lo seguía a distancia sin atreverse a dirigirle la
palabra. Un día hizo Eco un ruido al pisar una rama y Narciso se volvió y le dijo:
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí... me sigues... -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que
era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor
que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa... pero su risa helada la desgarró. Y se retiró a
su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las
últimas palabras que le había oído... "qué estúpida... qué estúpida... qué... estu... pida...". Y dicen que
allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva...
Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis... y así, Nemesis, diosa griega que había
presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir
a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo
donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su
imagen reflejada en el río. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente.
Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y enamorado como quedó de su
imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En el lugar de su muerte
surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos,
reflejándose siempre en ellos.(Leyenda de la mitología griega)
……………………………………….
TEXTO 5 .NECESIDAD IRRENUNCIABLE DEL HOMBRE DE EXPLICARSE LA REALIDAD
Hace un instante, les decía que filosofar era el esfuerzo por adquirir certeza acerca de lo
fundamental. Pero debo apresurarme a reconocer que eso, sin más, no es filosofar. Nuestros remotos
abuelos ibéricos, los que decoraban las paredes de la cueva de Altamira, y todos los humanos, desde la
oscura frontera de su aparición, han hecho ese esfuerzo porque el hombre es un ser inseguro, y
ciertamente, no filosofaban. El intentar obtener un saber, un conocimiento adecuado de las cosas, para
actuar adecuadamente sobre ellas de manera ajustada a sus propósitos, es algo que el hombre hace
desde que lo hay. La filosofía consiste, sí, en eso mismo, pero rechazando ciertas formas y técnicas de
conocimiento y sustituyéndolas por otras. El hombre se halla siempre dotado de ciertas creencias que
recibe de su entorno, es por ello constitutivamente un «heredero», y confía —es decir, cree— en
determinados procedimientos como los más acreditados para orientar su existencia. Pues bien, la
filosofía surgió en el ánimo de algunos hombres cuando se sintieron en desvío respecto a las creencias
entonces vigentes, y tuvieron la audacia incomparable de atreverse a sustituirlas por otra nuevas: la fe
en el poder esclarecedor de la propia razón humana como método superior de conocimiento, la fe en la
mera razón como intérprete de la enigmática realidad que nos rodea.
PAULINO GARAGORRI, Introducción a Ortega, Alianza Editorial, Madrid, 1970.
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TEXTO 6: LO IMPORTANTE DE LA FILOSOFÍA SON SUS PREGUNTAS
La filosofía ha consistido siempre en sus preguntas: filosofar es hacerse ciertas preguntas
radicales, inevitables, si uno quiere saber a qué atenerse, qué pensar sobre la realidad, qué hacer,
cómo vivir. Que estas preguntas tengan o no respuesta es otra cuestión, ciertamente secundaria. Pero
la filosofía no está segura de encontrarlas, de lo que está inconmoviblemente persuadida es de que si
no se plantea estas preguntas no es filosofía. A nadie se obliga a hacerlas, porque a nadie se obliga a
ser filósofo, pero si no se hacen no se puede hablar de filosofía ( ... )
En épocas de confusión, de crisis de las creencias de las que se vive, de vértigo, como decía
Platón en su maravillosa Carta VII, lo que algunos hombres piensan calladamente en su retiro, cuando
se esfuerzan por ver cómo son las cosas, por entenderlas, por «dar razón» de ellas, si son capaces de
comunicarlo verazmente a los demás, puede servirles para vivir desde sí mismos, y por tanto para
conseguir que sus vidas sean «suyas» ( ... ) Pero la filosofía no puede contar con el acierto, no se sabe
a dónde va a llegar, el fracaso le acecha constantemente y puede obligarla a empezar de raíz. Esto es
lo decisivo, de raíz. La filosofía ha surgido en el mundo cuando el hombre ha descubierto las cuestiones
radicales y no ha tenido una certidumbre suficiente. Incluso cuando la ha tenido, le ha sido menester
entenderla, ponerla en conexión con el resto de las verdades, las dudas y los problemas.
Cuando las cuestiones radicales se abandonan y los hombres no se preguntan por ellas, por
supuesto han dejado de hacer filosofía. Lo grave no es esto, sino que la vida humana se queda sin
raíces.
Julián Marías, abc, 28-7-1990
TEXTO 7: VERDAD CIENTÍFICA Y FILOSÓFICA
Entrevimos que la verdad científica, la verdad física, posee la admirable calidad de ser exacta,
pero es incompleta y penúltima. No se basta a sí misma. Su objeto es parcial, es sólo un trozo del
mundo y además parte de muchos supuestos que da sin más por buenos; por tanto no se apoya en sí
misma, no tiene en sí misma su fundamento y raíz, no es una verdad radical. Por ello postula, exige
integrarse en otras verdades no físicas ni científicas que sean completas y verdaderamente últimas.
Donde acaba la física no acaba el problema; el hombre que hay detrás del científico necesita
una verdad integral, y, quiera o no, por la constitución misma de su vida, se forma una concepción
enteriza del Universo. Vemos aquí en clara contraposición dos tipos de verdad: la científica y la
filosófica. Aquélla es exacta pero insuficiente; ésta es suficiente pero inexacta. Y resulta que ésta, la
inexacta, es una verdad más radical que aquélla —por tanto y sin duda, una verdad de más alto
rango— no sólo porque su tema sea más amplio, sino aun como modo de conocimiento; en suma que
la verdad inexacta filosófica es una verdad más verdadera.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET, ¿Qué es filosofía?, Alianza Editorial, Madrid,
TEXTO 8: CIENCIA Y FILOSOFÍA
Ciencia y filosofía forman un continuo. La filosofía es la parte más global, reflexiva y especulativa de la
ciencia, la arena de las discusiones que preceden y siguen a los avances científicos. La ciencia es la
parte más especializada, rigurosa y bien contrastada de la filosofía, la que se incorpora a los modelos
estándar y a los libros de texto y a las aplicaciones tecnológicas. Ciencia y filosofía se desarrollan
dinámicamente, en constante interacción. Lo que ayer era especulación filosófica hoy es ciencia
establecida. Y la ciencia de hoy sirve de punto de partida a la filosofía de mañana. La reflexión crítica y
analítica de la filosofía detecta problemas conceptuales y metodológicos en la ciencia y la empuja hacia
un mayor rigor. Y los nuevos resultados de la investigación científica echan por tierra viejas hipótesis
especulativas y estimulan a la filosofía a progresar.
En griego clásico las palabras «ciencia» (epistéme) y «filosofía» (philosophía) se empleaban como
sinónimos. Ambas se referían al saber riguroso, y se contraponían a la mera opinión infundada (doxa).
Lo que nosotros llamamos ciencia se originó en el siglo XVII, con la pretensión de ser una filosofía más
rigurosa y fecunda que la practicada hasta entonces. A este surgimiento contribuyeron numerosas
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personalidades, entre las que destaca Isaac Newton, el fundador de la física moderna... (y su obra
capital lleva el título de Philosophiae Naturales Principia Mathematical.
JESÚS MOSTERN, Ciencia viva, Espasa Calpe, Madrid, 2001.
EXPERIMENTOS CIENTÍFICOS
TEXTO 9: DOS HEMISFERIOS
Es una preocupación científica antigua el hecho de que el cerebro esté dividido en dos hemisferios.
¿Por qué la evolución del sistema nervioso ha seguido el camino de la división del cerebro en dos
hemisferios en lugar de un cerebro unitario?. Las respuestas se han buscado en la lateralización de
algunas funciones, principalmente las lingüísticas. Sin embargo en las últimas décadas los datos de las
distintas investigaciones y las observaciones clínicas han permitido esbozar una nueva hipótesis, La
teoría de la novedad-rutina: Los dos hemisferios desempeñan papeles distintos pero complementarios
en el proceso de aprendizaje, el hemisferio derecho se enfrenta a la novedad, explora lo desconocido,
mientras que el hemisferio izquierdo es el asiento de lo familiar, de lo ya probado, de los patrones que
nos permiten reconocer y afrontar las situaciones como casos concretos de problemas ya resueltos
previamente con éxito.
Si esto fuera así se tendría que producir una transferencia del control cognitivo desde el hemisferio
derecho al izquierdo tanto a) al enfrentarse a una nueva tarea y perseverar en ella hasta que resulte
familiar, como b) a lo largo de la vida según se va uno haciendo experto en determinadas áreas de
conocimientos o destrezas.
a) Para probar que efectivamente el control ante una tarea nueva lo ejerce fundamentalmente el
hemisferio derecho y a medida que uno se familiariza con ella se transfiere dicho control al
izquierdo, se han realizado varios experimentos:
Martín mostraba a sus sujetos palabras con significado, palabras absurdas, objetos conocidos y
objetos absurdos en dos presentaciones diferentes. En la primera presentación se observó, por
una técnica de neuroimagen que mide el flujo sanguíneo (PET) que se activaba el área
temporal medial de hemisferio derecho mientras que en la segunda se “encendía” la misma
zona del izquierdo.
b) Cuando se presentan melodías nuevas a personas que no son expertas en música, el hemisferio que
se activa el derecho, mientras que al realizar la misma tarea músicos profesionales se activa el
hemisferio izquierdo.
TEXTO 10: CEREBRO Y CONDUCTA
Últimamente los neurocientíficos se han preocupado de la relación entre el desarrollo del
cerebro y la conducta en el periodo de la pubertad y la adolescencia. Sabido es por todos que el
momento de la pubertad supone una cierta crisis en la conducta del individuo, empieza a tener
problemas que antes no tenía porque desatina en sus elecciones, tiene fuertes cambios anímicos, no es
capaz de controlar eficazmente sus impulsos etc ¿A qué se deben tantos cambios? Puede que tengan
que ver con cambios que se producen en el cerebro del púber, fundamentalmente en el área
prefrontal, a esto apuntan algunas observaciones por técnicas de neuroimagen, que muestran que en
la pubertad se produce fundamentalmente en el área prefrontal una importante neurogénesis y una
reconexión y muerte neuronal de las neuronas sobrantes así como una lenta mielinización de las
neuronas de esa zona que no terminaría hasta bien entrada la juventud. Es posible que esta sea la
causa de las dificultades y cambios en el comportamiento de los que van a entrar en la adolescencia.
Si esto fuera así en tareas regidas por el área prefrontal, el patrón de rendimiento de los niños hasta
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los jóvenes no sería lineal, sino que se produciría un descenso en el momento de la pubertad respecto
a los niños pre-púberes y aumentaría a medida que fueran pasando la adolescencia y entrando en la
juventud.
En un experimento llevado a cabo por Robert McGivern y su equipo, se mostraba una palabra y los
sujetos debían decidir si la expresión facial se emparejaba con la palabra que designaba la emoción. Se
supone que esta tarea plantea elevadas demandas a los circuitos de los lóbulos frontales, pues
requiere memoria de trabajo y toma de decisiones. Se presenta la tarea a sujetos comprendidos entre
10 y 22 años. El análisis del tiempo que tardaron los participantes en responder a las preguntas reflejó
los siguientes resultados: Al comienzo de la pubertad, los chicos de 11-12 años eran un 15% más
lentos que los de menor edad. Entre 13-14 el rendimiento mejoraba, pero seguía por debajo de los
niños de 10 años, y sólo llegaba a mejorar hasta los niveles iniciales pasados los 16.
TEXTO 11: LA FIEBRE PUERPERAL
Un caso famoso en ciencia es el de las investigaciones de Ignaz Semelweis (1818-1865) a
mediados del s. XIX, sobre las causas de la fiebre puerperal (fiebre del postparto)
En los años que van de 1844 a 1846 la tasa de mortalidad debida a la fiebre puerperal en la
Primera división de Maternidad del Hospital General de Viena era alrededor del 10%, mientras que la
tasa en la Segunda División era de 2% aprox. En esta última división, las mujeres eran atendidas
solamente por comadronas, en lugar de médicos.
Semmelweis trató en vano durante dos años de averiguar la razón por la cual la tasa de
mortalidad era mayor en la División llevada por médicos y, por tanto, supuestamente mejor atendida.
Un día uno de sus colegas se hizo un pequeño corte en un dedo con el bisturí de un estudiante
de medicina en el momento en que realizaba una autopsia. Su colega murió al poco tiempo, mostrad
síntomas exactamente iguales a los de la fiebre puerperal.
Semmelweis se preguntó si no podía ser que la enfermedad fuera causada por algo existente en
la “materia cadavérica”, algo que les estaba siendo transmitido a las parturientas por medio de las
manos de los doctores y estudiantes de medicina que pasaban las mañanas en la sala de autopsias,
justo antes de efectuar su ronda por la división.
Semmelweis razonó que, si su conjetura era cierta, la tasa de mortalidad podría ser disminuida
de modo espectacular, simplemente dando instrucciones para que los doctores y estudiantes se
lavaran las manos con un fuerte agente limpiador antes de examinar a sus pacientes. Insistió por
tanto, en que ningún doctor o estudiante entrara en la sala donde se encontraban las parturientas sin
lavarse las manos en una solución de cal clorada, a la que Semmelweis supuso lo suficientemente
fuerte como PATRA eliminar el agente causante de la enfermedad, fuera este el que fuera.
La disposición fue efectiva: la tasa de mortalidad de la Primera división en 1848 fue menos del
2%.
TEXTO 12: LA FILOSOFÍA Y LA REBELDÍA
Y ahora nos toca comentar la juventud y su deber fundamental que es la rebeldía – muchos se
sorprenderán, tal vez escandalizarán, que consideremos la rebeldía como un deber. Lo cual equivale a
considerarla como una virtud de esas de orden supremo a las que acabamos de referirnos, en las que
hay, tal vez, que contrariar, por voluntario amor al bien, las propias conveniencias.
Cuando un ser humano marcha por la vida sin obstáculos, ya decía Santo Tomás, es necio
llamarle virtuoso, por bueno que sea. Mientras no surge la piedra que cierra nuestro camino, el espíritu
satánico que todos llevamos dormido en el alma, prefiere no despertar, porque, como gran capitán que
es, sólo gusta de entablar sus batallas en las condiciones más favorables. Sólo entonces, en el trance
difícil, es una virtud el ser rectamente hombre, por encima de todas las sugestiones que nos invitan a
claudicar. Y el modo más humano de la virtud juvenil es la generosa inadaptación a todo lo imperfecto
de la vida —que es casi la vida entera—; esto es rebeldía.
Al buen burgués suele erizársele el cabello (...) cuando oye hablar de rebeldía. ES— suena en
sus oídos como algo personificado en un ser frenético, con la cara torva y las armas en la mano, que
se agita contra la paz social. Es una palabra que suena a tiros, a revuelta, a incendios y, finalmente, a
patíbulo ( ... ) Pues bien: yo agrego ahora que, en efecto, el joven debe ser inmaduro, fuerte y tenaz.
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¡Gran locura la de los que no lo comprenden así! El hombre ha nacido para ser un miembro de la
sociedad y contribuir —cada cual dentro de su categoría—a la marcha unánime del organismo
colectivo. Mas para ser la pieza justa de un engranaje es preciso que sea forjada de antemano y que
no sea utilizada mientras no adquiera la forma, el tamaño y el temple justos. Y ese temple que hará
perfecto y durable el rendimiento gregario del hombre maduro es la personalidad. ¿Paradójico? Puede
que sí, pero lo cierto es que cada ser humano será tanto más útil a la sociedad de que forma parte
cuanto más fuerte sea su personalidad y, por tanto, su incapacidad primaria de adaptación ( ... ).
Gregorio Marañón, El silencio creador
TEXTO 13: BERTRAND RUSSELL, LOS PROBLEMAS DE LA FILOSOFÍA
El valor de la filosofía
Habiendo llegado al final de nuestro breve resumen de los problemas de la filosofía, bueno será
considerar, para concluir, cuál es el valor de la filosofía y por qué debe ser estudiada. Es tanto más necesario
considerar esta cuestión, ante el hecho de que muchos, bajo la influencia de la ciencia o de los negocios
prácticos, se inclinan a dudar que la filosofía sea algo más que una ocupación inocente, pero frívola e inútil, con
distinciones que se quiebran de puro sutiles y controversias sobre materias cuyo conocimiento es imposible.
Esta opinión sobre la filosofía parece resultar, en parte, de una falsa concepción de los fines de la vida, y
en parte de una falsa concepción de la especie de bienes que la filosofía se esfuerza en obtener. Las ciencias
físicas, mediante sus invenciones, son útiles a innumerables personas que las ignoran totalmente: así, el estudio
de las ciencias físicas no es sólo o principalmente recomendable por su efecto sobre el que las estudia, sino más
bien por su efecto sobre los hombres en general.
Esta utilidad no pertenece a la filosofía. Si el estudio de la filosofía tiene algún valor para los que no se
dedican a ella, es sólo un efecto indirecto, por sus efectos sobre la vida de los que la estudian. Por consiguiente,
en estos efectos hay que buscar primordialmente el valor de la filosofía, si es que en efecto lo tiene.
Pero ante todo, si no queremos fracasar en nuestro empeño, debemos liberar nuestro espíritu de los
prejuicios de lo que se denomina equivocadamente «el hombre práctico». El hombre «práctico», en el uso
corriente de la palabra, es el que sólo reconoce necesidades materiales, que comprende que el hombre necesita
el alimento del cuerpo, pero olvida la necesidad de procurar un alimento al espíritu. Si todos los hombres
vivieran bien, si la pobreza y la enfermedad hubiesen sido reducidas al mínimo posible, quedaría todavía mucho
que hacer para producir una sociedad estimable; y aun en el mundo actual los bienes del espíritu son por lo
menos tan importantes como los del cuerpo. El valor de la filosofía debe hallarse exclusivamente entre los
bienes del espíritu, y sólo los que no son indiferentes a estos bienes pueden llegar a la persuasión de que
estudiar filosofía no es perder el tiempo.
La filosofía, como todos los demás estudios, aspira primordialmente al conocimiento. El conocimiento a
que aspira es aquella clase de conocimiento que nos da la unidad y el sistema del cuerpo de las ciencias, y el que
resulta del examen crítico del fundamento de nuestras convicciones, prejuicios y creencias. Pero no se puede
sostener que la filosofía haya obtenido un éxito realmente grande en su intento de qué conjunto de verdades
concretas ha sido establecido por su ciencia, su respuesta durará tanto tiempo como estemos dispuestos a
escuchar. Pero si hacemos la misma pregunta a un filósofo, y éste es sincero, tendrá que confesar que su estudio
no ha llegado a resultados positivos comparables a los de las otras ciencias. Verdad es que esto se explica, en
parte, por el hecho de que, desde el momento en que se hace posible el conocimiento preciso sobre una
materia cualquiera, esta materia deja de ser denominada filosofía y se convierte en una ciencia separada. Todo
el estudio del cielo, que pertenece hoy a la astronomía, antiguamente era incluido en la filosofía; la gran obra de
Newton se denomina Principios matemáticos de la filosofía natural. De un modo análogo, el estudio del espíritu
humano, que era, todavía recientemente, una parte de la filosofía, se ha separado actualmente de ella y se ha
convertido en la ciencia psicológica. Así, la incertidumbre de la filosofía es, en una gran medida, más aparente
que real; los problemas que son susceptibles de una respuesta precisa se han colocado en las ciencias, mientras
que sólo los que no la consienten actualmente quedan formando el residuo que denominamos filosofía.
Sin embargo, esto es sólo una parte de la verdad en lo que se refiere a la incertidumbre de la filosofía.
Hay muchos problemas —y entre ellos los que tienen un interés más profundo para nuestra vida espiritual—
que, en los límites de lo que podemos ver, permanecerán necesariamente insolubles para el intelecto humano,
salvo si su poder llega a ser de un orden totalmente diferente de lo que es hoy. ¿Tiene el Universo una unidad
de plan o designio, o es una fortuita conjunción de átomos? ¿Es la conciencia una parte del Universo que da la
esperanza de un crecimiento indefinido de la sabiduría, o es un accidente transitorio en un pequeño planeta en
el cual la vida acabará por hacerse imposible? ¿El bien y el mal son de alguna importancia para el Universo, o
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solamente para el hombre? La filosofía plantea problemas de este género, y los diversos filósofos contestan a
ellos de diversas maneras. Pero parece que, sea o no posible hallarles por otro lado una respuesta, las que
propone la filosofía no pueden ser demostradas como verdaderas. Sin embargo, por muy débil que sea la
esperanza de hallar una respuesta, es una parte de la tarea de la filosofía continuar la consideración de estos
problemas, haciéndonos conscientes de su importancia, examinando todo lo que nos aproxima a ellos, y
manteniendo vivo este interés especulativo por el Universo, que nos expondríamos a matar si nos limitáramos
al conocimiento de lo que puede ser establecido mediante un conocimiento definitivo.
Verdad es que muchos filósofos han pretendido que la filosofía podía establecer la verdad de
determinadas respuestas sobre estos problemas fundamentales. Han supuesto que lo más importante de las
creencias religiosas podía ser probado como verdadero mediante una demostración estricta. Para juzgar sobre
estas tentativas es necesario hacer un examen del conocimiento humano y formarse una opinión sobre sus
métodos y limitaciones. Sería imprudente pronunciarse dogmáticamente sobre estas materias; pero si las
investigaciones de nuestros capítulos anteriores no nos han extraviado, nos vemos forzados a renunciar a la
esperanza de hallar una prueba filosófica de las creencias religiosas. Por lo tanto, no podemos alegar como una
prueba del valor de la filosofía una serie de respuestas a estas cuestiones. Una vez más, el valor de la filosofía no
puede depender de un supuesto cuerpo de conocimientos seguros y precisos que puedan adquirir los que la
estudian.
El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan
del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su
espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a
hacerse preciso, definido, obvio; los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no
familiares son desdeñosamente rechazadas.
Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario, como hemos visto en
nuestros primeros capítulos, que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo
podemos dar respuestas muy incompletas.
La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que
suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía
de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto
grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han
introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración,
presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar.
Aparte esta utilidad de mostrarnos posibilidades insospechadas, la filosofía tiene un valor —tal vez su
máximo valor— por la grandeza de los objetos que contempla, y la liberación de los intereses mezquinos y
personales que resultan de aquella contemplación. La vida del hombre instintivo se halla encerrada en el círculo
de sus intereses privados: la familia y los amigos pueden incluirse en ella, pero el resto del mundo no entra en
consideración, salvo en lo que puede ayudar o entorpecer lo que forma parte del círculo de los deseos
instintivos. Esta vida tiene algo de febril y limitada. En comparación con ella, la vida del filósofo es serena y libre.
El mundo privado, de los intereses instintivos, es pequeño en medio de un mundo grande y poderoso que debe,
tarde o temprano, arruinar nuestro mundo peculiar. Salvo si ensanchamos de tal modo nuestros intereses que
incluyamos en ellos el mundo entero, permanecemos como una guarnición en una fortaleza sitiada, sabiendo
que el enemigo nos impide escapar y que la rendición final es inevitable. Este género de vida no conoce la paz,
sino una constante guerra entre la insistencia del deseo y la importancia del querer. Si nuestra vida ha de ser
grande y libre, debemos escapar, de uno u otro modo, a esta prisión y a esta guerra.
Un modo de escapar a ello es la contemplación filosófica. La contemplación filosófica, cuando sus
perspectivas son muy amplias, no divide el Universo en dos campos hostiles: los amigos y los enemigos, lo útil y
lo adverso, lo bueno y lo malo; contempla el todo de un modo imparcial. La contemplación filosófica, cuando es
pura, no intenta probar que el resto del Universo sea afín al hombre. Toda adquisición de conocimiento es una
ampliación del yo, pero esta ampliación es alcanzada cuando no se busca directamente. Se adquiere cuando el
deseo de conocer actúa por sí solo, mediante un estudio en el cual no se desea previamente que los objetos
tengan tal o cual carácter, sino que el yo se adapta a los caracteres que halla en los objetos. Esta ampliación del
yo no se obtiene, cuando, partiendo del yo tal cual es, tratamos de mostrar que el mundo es tan semejante a
este yo, que su conocimiento es posible sin necesidad de admitir nada que parezca serle ajeno. El deseo de
probar esto es una forma de la propia afirmación, y como toda forma de egoísmo, es un obstáculo para el
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crecimiento del yo que se desea y del cual conoce el yo que es capaz. El egoísmo, en la especulación filosófica
como en todas partes, considera el mundo como un medio para sus propios fines; así, cuida menos del mundo
que del yo, y el yo pone límites a la grandeza de sus propios bienes. En la contemplación, al contrario, partimos
del no yo, y mediante su grandeza son ensanchados los límites del yo; por el infinito del Universo, el espíritu que
lo contempla participa un poco del infinito.
Por esta razón, la grandeza del alma no es favorecida por esos filósofos que asimilan el Universo al
hombre. El conocimiento es una forma de la unión del yo con el no yo; como a toda unión, el espíritu de
dominación la altera y, por consiguiente, toda tentativa de forzar el Universo a conformarse con lo que hallamos
en nosotros mismos. Es una tendencia filosófica muy extendida la que considera el hombre como la medida de
todas las cosas, la verdad hecha para el hombre, el espacio y el tiempo, y los universales como propiedades del
espíritu, y que, si hay algo que no ha sido creado por el espíritu, es algo incognoscible y que no cuenta para
nosotros. Esta opinión, si son correctas nuestras anteriores discusiones, es falsa; pero además de ser falsa, tiene
por efecto privar a la contemplación filosófica de todo lo que le da valor, puesto que encadena la contemplación
al yo. Lo que denomina conocimiento no es una unión con el yo, sino una serie de prejuicios, hábitos y deseos
que tejen un velo impenetrable entre nosotros y el mundo exterior. El hombre que halla complacencia en esta
teoría del cono cimiento es como el que no abandona su círculo doméstico por temor a que su palabra no sea
ley.
La verdadera contemplación filosófica, por el contrario, halla su satisfacción en toda ampliación del no
yo, en todo lo que magnifica el objeto contemplado, y con ello el sujeto que lo contempla. En la contemplación,
todo lo personal o privado, todo lo que depende del hábito, del interés propio o del deseo perturba el objeto, y,
por consiguiente, la unión que busca el intelecto. Al construir una barrera entre el sujeto y el objeto, estas cosas
personales y privadas llegan a ser una prisión para el intelecto. El espíritu libre verá, como Dios lo pudiera ver,
sin aquí ni ahora, sin esperanza ni temor —fuera de las redes de las creencias habituales y de los prejuicios
tradicionales —serena, desapasionadamente, y sin otro deseo que el del conocimiento, casi un conocimiento
impersonal, tan puramente contemplativo como sea posible alcanzarlo para el hombre. Por esta razón también,
el intelecto libre apreciará más el conocimiento abstracto y universal, en el cual no entran los accidentes de la
historia particular, que el conocimiento aportado por los sentidos, y dependiente, como es forzoso en estos
conocimientos, del punto de vista exclusivo y personal, y de un cuerpo cuyos órganos de los sentidos deforman
más que revelan.
El espíritu acostumbrado a la libertad y a la imparcialidad de la contemplación filosófica, guardará
algo de esta libertad y de esta imparcialidad en el mundo de la acción y de la emoción. Considerará sus
proyectos y sus deseos como una parte de un todo, con la ausencia de insistencia que resulta de ver que son
fragmentos infinitesimales en un mundo en el cual permanece indiferente a las acciones de los hombres. La
imparcialidad que en la contemplación es el puro deseo de la verdad, es la misma cualidad del espíritu que en la
acción se denomina justicia, y en la emoción es este amor universal que puede ser dado a todos y no sólo a
aquellos que juzgamos útiles o admirables. Así, la contemplación no sólo amplia los objetos de nuestro
pensamiento, sino también los objetos de nuestras acciones y afecciones; nos hace ciudadanos del Universo,
no sólo de una ciudad amurallada, en guerra con todo lo demás. En esta ciudadanía del Universo consiste la
verdadera libertad del hombre, y su liberación del vasallaje de las esperanzas y los temores limitados.
Para resumir nuestro análisis sobre el valor de la filosofía: la filosofía debe ser estudiada, no por las
respuestas concretas a los problemas que plantea, puesto que, por lo general, ninguna respuesta precisa
puede ser conocida como verdadera, sino más bien por el valor de los problemas mismos; porque estos
problemas amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y
disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a la investigación; pero, ante todo, porque por la
grandeza del Universo que la filosofía contempla, el espíritu se hace a su vez grande, y llega a ser capaz de la
unión con el Universo que constituye su supremo bien.
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