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OCTUBRE MISIONERO CLARETIANO 2015
ASAMBLEA FAMILIAR CRISTIANA
1
PRESENTACIÓN
Cristianos, misioneros
Cada mes de Octubre revivimos de un modo especial nuestra vocación misionera. Nuestra vida
cristiana, como la vida de toda la Iglesia, está sellada por el Espíritu de Jesús, que la hace
esencialmente misionera. Si no es misionera, nuestra vida no será vida cristiana. Este carácter y
esta misión nacen en nosotros con nuestra incorporación a Cristo por el Bautismo, y están
llamados a crecer y a “dar fruto” a la vez que crece y madura nuestra vida de fe.
¿Dónde y cómo puedo ser misionero? Esta pregunta la podíamos formular de esta otra manera:
¿Dónde y cómo puedo ser cristiano? Igual que la fe es una realidad que debe configurar y dar
sentido a todo lo que somos, vivimos y hacemos, así es también nuestro carácter misionero;
somos misioneros las veinticuatro horas del día, y todo lo que hacemos, hasta las cosas más
sencillas de la vida diaria (nuestra oración, el trato con los demás, el trabajo, el descanso, hasta
nuestros sufrimientos), todo está llamado a vivirse en clave misionera, porque todo se ha de hacer
con el corazón puesto en Dios y con la mirada atenta (que también incluye corazón) en las
personas que nos rodean y que necesitan de Dios y de nosotros.
El estar viviendo, celebrando y compartiendo nuestra fe en el ámbito de una parroquia claretiana
–que tiene como referencia la impronta y el carisma de San Antonio Mª Claret, misionero
apostólico- nos ayuda a renovar y a fortalecer nuestro ser de “cristianos misioneros”. Y este año,
de un modo especial, nos ayuda a ello la llamada misionera que el Papa Francisco nos ha hecho
con su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones. El lema de dicha Jornada: “Misioneros
de la Misericordia”, es una llamada a disponernos para vivir con gozo el Año Jubilar de la
Misericordia que ya está a las puertas. Para nuestra reflexión, en esta Asamblea Familiar, nos
valdremos de algunos pasajes de la Bula “Misericordiae vultus” (Jesucristo es el rostro de la
misericordia del Padre), con la que el Papa Francisco nos convoca para vivir el año jubilar de la
Misericordia.
I. Un Padre con entrañas de misericordia.
Nosotros podemos conocer a Dios porque Él se ha acercado a la historia del hombre que salió de
sus manos. “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por
medio de los Profetas” (Hb 1,1). Acercarnos, pues, con la luz de la Palabra, a la historia del
hombre, miembro de un pueblo liberado de la esclavitud, es descubrir en él y en todo el pueblo la
fuerza liberadora del “brazo poderoso” de Dios; y descubrir a la vez, la ternura hecha palabra y
signo de misericordia de un Dios entrañable y cercano. Y esto, desde el comienzo de la historia
liberadora: “He visto la aflicción de mi pueblo y he bajado para librarlo” (Ex 3,7). Pero si hablamos
de misericordia al referirnos a la acción de Dios, es porque tenemos que hablar y resaltar la
miseria y la infidelidad constante de la mayor parte del pueblo, a pesar de haber visto las hazañas
del Señor en su favor.
“De la misericordia del Señor está llena la tierra” (Salmo 33,5). El hombre está llamado a descubrir
la ternura y la misericordia de Dios, que lo envuelve como un manto, y a despertar en él
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sentimientos de gratuidad y de amor. Ante el peligro y en el sufrimiento, el hombre piadoso del
A.T. se refugia en la misericordia de Dios: “Misericordia, oh Dios, misericordia, que busco refugio
en ti”; y cuando siente el dolor por haber ofendido a Dios con su pecado, suplica, implorando su
misericordia: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa”
(Sal 50,1). Pero donde con más intensidad se deja sentir el latido misericordioso de Dios por su
pueblo, es en los escritos de los Profetas. El Libro del Profeta Jonás nos relata una bella historia en
la cual se destacan los rasgos misericordiosos de Dios que siempre está dispuesto a perdonar. Y al
final de su misión, viendo la conversión de Nínive, Jonás, dirigiéndose a Dios, confesará: “Bien
sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se
arrepiente del mal” (Jo 4, 2). Los profetas ponen al descubierto y denuncian la injusticia, la
hipocresía y la falsedad del culto y de la vida, y llaman a la conversión, a “volverse a Yahvé”. Y
Dios, que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva, pone sus palabras en boca
de sus profetas: “Mas ahora –oráculo de Yahvé- volved a mí de todo corazón. Volved a Yahvé,
vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, lento a la cólera y rico en amor”. (Jo 2, 12-13). Y
Miqueas concluye su libro con una confesión de confianza en la compasión y la misericordia de
Dios. Con las palabras del profeta, también nosotros podemos repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios
que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues
amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu
pueblo. Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados (Mi
7,18-19).
Para el diálogo.
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Por el conocimiento y las lecturas que has hecho del Antiguo Testamento, ¿habías caído en
la cuenta de esta misericordia de Dios? ¿Recuerdas algún pasaje especial en el que se
manifieste?
También en nuestra vida, Dios ha hecho una historia de salvación, por su gran misericordia.
¿Podrías compartir algún hecho de la acción misericordiosa de Dios en tu vida?
En el credo confesamos que Dios es Todopoderoso, pero ¿sabrías decir dónde manifiesta
Dios su mayor poder?
Aclaración: (Nº 3) “Es propio de Dios usar de misericordia, y especialmente en esto se manifiesta
su omnipotencia” (Sto. Tomás de Aquino). Y el Papa Francisco comenta: “La misericordia divina no
es en absoluto signo de debilidad, sino más bien una cualidad de la omnipotencia de Dios”.
II. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Esta misericordia se ha vuelto viva, visible y ha
alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «rico en misericordia», después de haber
revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en
amor y fidelidad» (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos
de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba
dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos
de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su
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palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios”. Con estas palabras
inicia el Papa Francisco su invitación para el Año Santo de la Misericordia, que se abrirá con la
Fiesta de la Inmaculada. María, elegida de Dios y limpia de toda mancha de pecado, es la Puerta
Santa por donde entrará y nos visitará la “entrañable misericordia” de nuestro Dios.
“Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas,
perdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas. A causa
de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban y con pocos panes y peces calmó el
hambre de grandes muchedumbres. Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la
misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más
reales”. Jesús, con sus obras, hace presente la acción liberadora y salvadora de Dios en favor de los
hombres; y junto con las obras, las palabras. Con ellas pone de manifiesto el ser y el sentir del
Padre, que él conocía bien. Entre estas palabras ocupan en el evangelio un lugar especial las
parábolas dedicadas a la misericordia. En ellas, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un
Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo
con la compasión y la misericordia. En
estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, y ésta es la alegría que experimenta
todo aquél que es encontrado y puesto sobre los hombros del Buen Pastor; y la alegría del hijo que
vuelve a casa, destrozado por su mala vida, y no encuentra reproches sino el calor del abrazo y los
besos del padre. En esos momentos es la misericordia la que vence.
Para el diálogo
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El perdón y la misericordia se encuentran en el centro del corazón y de la misión de Jesús.
¿Sabrías citar al menos dos pasajes del Evangelio que lo manifiesten?
En el evangelio, Jesús nos hace esta invitación: “Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os daré descanso”. ¿Has vivido o vives esta experiencia en tu vida de
cristiano/a?
 ¿Qué actitudes deberías tener y qué acciones deberías realizar para ser misericordioso
según la Palabra de Jesús?
III. La Iglesia, casa de misericordia.
“Sólo la misericordia cambia el corazón”
Escuchemos lo que nos dice el papa Francisco en una catequesis sobre la Iglesia y la misericordia.
“¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. El cristiano necesariamente debe ser
misericordioso, porque esto es el centro del Evangelio. Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede
más que repetir la misma cosa a sus hijos: “Sed misericordiosos”, como lo es el Padre y como lo ha
sido Jesús. La Iglesia se comporta como Jesús. No nos da lecciones teóricas sobre el amor, sobre la
misericordia. La madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo.
“La madre Iglesia nos enseña a dar de comer y dar de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir a
quien está desnudo. Y ¿cómo lo hace? Lo hace con el ejemplo de tantos santos y santas que han
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hecho esto en modo ejemplar: pero lo hace también con el ejemplo de tantísimos papás y mamás,
que enseñan a sus hijos que lo que nos sobra es para quien no tiene lo necesario.
“La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está enfermo. ¡Cuántos santos han servido a Jesús
en este modo! Y cuántos simples hombres y mujeres, cada día, ponen en práctica esta obra de
misericordia en una habitación de hospital, o en una casa de reposo, o en la propia casa,
asistiendo a una persona enferma. La misericordia supera todo muro, toda barrera y te lleva a
buscar siempre el rostro del hombre, de la persona, y es la misericordia la que cambia el corazón.
La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está abandonado y muere solo. Es lo que ha hecho
la Madre Teresa por las calles de Calcuta; es lo que han hecho y hacen tantos cristianos. La Iglesia
es la madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de Jesús este
camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. ¡Qué hermoso es vivir en la Iglesia,
en nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos ha enseñado Jesús!”. Como en los
comienzos, también ahora, María, Madre de Misericordia y dulzura, acompañará y animará a la
Iglesia a redescubrir la alegría y la ternura de Dios para llevarla a los demás, especialmente a los
que sufren”.
Para el diálogo
1. ¿Qué resaltarías de estas palabras del Papa Francisco acerca de la Iglesia?
2. ¿Qué instituciones o personas destacarías en la Iglesia o en tu Parroquia que estén
llevando a cabo obras de misericordia? ¿Te parece suficiente con lo que se hace?
3. Observando tu propia vida, ¿qué obras de misericordia ves en ella? ¿Puedes indicar
algunos hechos?
IV. El Padre Claret, misionero compasivo
Dios, que siempre anima a su Iglesia con la fuerza del Espíritu, le
regala también, para cada tiempo, hombres y mujeres
identificados con los sentimientos de Jesús. Encendidos en su
amor, llevan este fuego con la entrega de sus vidas al servicio de
los hermanos. Los carismas con los que el Espíritu marca sus vidas
son diversos, pero es común en todos ellos el amor compasivo y
misericordioso que han aprendido en el Corazón de Cristo.
Aunque lejano en la historia, el espíritu compasivo y el ardor
misionero de Claret siguen vivos, animando la vida y la misión de
sus hijos, los misioneros claretianos, y la vida de todos aquellos
que lo sienten como modelo de identificación con Jesús.
El Padre Claret mismo nos cuenta su vida. En ella descubre muy pronto unas virtudes que Dios le
ha concedido y que él cultivará siempre durante toda la vida; una vida llena de compasión y de
ternura por el dolor humano. Entre todas las virtudes, destaca el amor compasivo que siente por
los más débiles y necesitados y por los pecadores. Y así, nos dice: “Esto me daba mucha lástima,
porque yo, naturalmente, soy muy compasivo”… “No puedo ver una desgracia, una miseria que no
la socorra”.
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Su corazón compasivo le hace identificarse con la pena y el dolor del otro como si fuera suya
propia; por eso, su infatigable celo misionero, animado por el Espíritu liberador y sanador de
Jesús, será la razón de su vida. “Trabajar y sufrir todas las penas, hasta la muerte si fuera
menester”, para que todos conozcan el amor del Buen Padre Dios y correspondan a su amor.
Este amor a Dios y a todos los hombres lo aprendió Claret en la escuela del Corazón compasivo y
misericordioso de María, su Madre y Maestra.
Para orar y llevar a la vida:
“Haz tú lo mismo”
Concluimos nuestro encuentro y nuestra reflexión en esta Asamblea Familiar, acogiendo una
Palabra del Evangelio. Jesús nos invita a escucharla y a llevarla a la práctica.
El doctor de la ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
¿Y quién es mi prójimo?
Jesús le contestó: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que,
después de despojarlo y darle un paliza, se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba
por aquel camino un sacerdote y, al verlo, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por
aquel sitio, lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano, que iba de camino, llegó junto a él, y al
verlo tuvo compasión. Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y lo
montó luego sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente,
sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo
pagaré cuando vuelva. “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos
de los salteadores?” El doctor de la ley dijo: “El que practicó la misericordia con él”. Jesús le
dijo: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 11, 29-37).
Hacemos un momento en silencio, pidiendo a Jesús, (el Buen Samaritano), que
quite de nosotros todo egoísmo y la indiferencia ante tantos hermanos “heridos”.
Que no pasemos de largo ante su sufrimiento. Que, como Él, nos haga buenos
samaritanos, con un corazón misericordioso.
Sintiéndonos hermanos, nos dirigimos a Dios, Padre de la Misericordia y Dios de todo consuelo,
con la oración del Año Jubilar de la Misericordia, pidiendo por todos nosotros:
(La incluimos dos veces en la página siguiente, preparada para ser fotocopiada…)
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Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro después de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la
libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro después de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la
libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
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