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Orar para conocer la Voluntad de Dios Día 28 de febrero 2011 Lectura: Salmo 64 “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 Pedro 4:7) Un cristiano que ora es un cristiano que busca al Señor. Cuando oramos, le damos la oportunidad a Dios de revelarnos Su Voluntad; por eso es tan importante la oración. Por medio de ella podemos estar en comunión con Él. El Señor Jesús es un ejemplo perfecto de una vida de oración: Oraba sin cesar para conocer la voluntad del Padre. En todas las circunstancia le dio la prioridad a la voluntad del Padre, anteponiéndola a la Suya propia: “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como Tú” (Mat. 26:39.) Esta actitud debe ser también la nuestra cuando oremos: “Padre, busco Tu Voluntad, quiero ver Tu Rostro; que se cumpla Tu Voluntad y no la mía”. Dios ha establecido el principio de que todo lo tenemos que hacer de acuerdo a Su Voluntad y a Su Beneplácito. Dios contesta siempre, de una manera o de otra, cuando oramos buscando Su Voluntad. Es cierto que tenemos que orar por múltiples necesidades, pero tenemos que darle la prioridad a la búsqueda de Su Voluntad. Eso fue lo que el Señor Jesús les enseñó a Sus discípulos al darles la oración modelo: “Padre, Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Dios busca en la tierra a un pueblo que se someta a Su Voluntad. Este tiene que ser el objetivo primordial de nuestra vida. ¡Hagamos nuestra la oración que Jesús nos enseña: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra!” (Mat. 6:10.) “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:9-10) Un corazón nuevo Día 27 de febrero 2011 Lectura: Salmo 63 “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26) Nuestro corazón es un elemento esencial en nuestra vida cristiana; de él proceden nuestros pensamientos (Mat. 12:34.). Por eso nos advierte el Señor que guardemos nuestro corazón más que todas las demás cosas. De nuestro corazón proceden tanto las cosas buenas como las malas que pensamos y, finalmente, decimos. Nuestro corazón de piedra tiene que ser cambiado por un corazón tierno y sensible. Para esto es imprescindible el arrepentimiento, porque éste muestra que podemos volvernos al Señor, cambiar de dirección. David, después de haber pecado gravemente, en el Salmo 51, le dirigió a Dios una oración de arrepentimiento: Confesó su pecado y le pidió perdón al Señor. Cuando confesamos nuestros pecados, el Señor es fiel para perdonarlosnos; por medio de Su Gracia crea un corazón limpio en nosotros: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10.) Oremos con este versículo y abramos el corazón al Señor. El Señor Jesús mismo dijo algo impresionante en relación con nuestro corazón: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8.) ¡Un corazón limpio nos permite ver a Dios! Pablo procuraba siempre mantener una conciencia limpia. Al igual que él nos tenemos que esforzar en guardar nuestro corazón y nuestra conciencia libres de toda mancha. Que el Señor conserve en nosotros esa clase de corazón, un corazón que se vuelva únicamente a Él. Démosle el corazón al Señor, y dejemos que nos dé un corazón nuevo, un corazón de carne, limpio y tierno. Dios tiene un propósito Día 26 de febrero 2011 Lectura: Salmo 62 “También nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9) El Señor se nos quiere dar a conocer. Con ese propósito se nos reveló un día. Sin embargo, el conocer a una persona significa conocer también su voluntad y los deseos de su corazón. La voluntad de Dios no tiene que ver, solamente, con ciertas decisiones terrenales que tenemos que realizar a lo largo de nuestra vida. Dios tiene un plan para la humanidad. En el corazón de Dios existía un designio eterno antes de crear los cielos y la tierra. El Nuevo Testamento nos revela la maravillosa Persona de Jesucristo y también el misterio de Su Voluntad. Veamos el ejemplo de Abraham, quien invitó al Señor y preparó una comida para Él y luego le acompañó para estar más tiempo con Él: “Y los varones se levantaron de allí, y miraron hacia Sodoma; y Abraham iba con ellos acompañándolos. Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer” (Gen. 18:16-17.) En esta comunión se produjo la revelación de Dios a Abraham de lo que iba a realizar con Sodoma. Es Dios quien ha dado el primer paso al revelársenos. Nosotros tenemos que dar el segundo paso viniendo a Él, para que nos revele Su Voluntad. El deseo del Señor es edificar Su casa. Él nos ama a cada uno en particular, y especialmente ama es a Su Iglesia. Murió por nosotros y también lo hizo por Su Iglesia. El plan eterno de Dios es conseguir una Esposa. Él no vino solamente para salvarnos, también lo hizo para edificar Su Iglesia, de la misma manera que hizo salir de Egipto a los israelitas y llevarlos a la buena tierra, donde finalmente se edificaría el templo. Reconocer Su Presencia invisible Día 25 de febrero 2011 Lectura: Salmo 61 “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1:8-9) En el Nuevo Testamento se nos comunica una noticia maravillosa: Dios se ha encarnado y ha vivido junto a Sus discípulos como un verdadero hombre. Y cuando estos más disfrutaban de Su presencia y la apreciaban, Él les dijo: “Es necesario que yo me vaya”. Los discípulos se desilusionaron. Pero el Señor les prometió que les enviaría un Consolador para que habitase perpetuamente con ellos (Juan 14:16.). Dios habita eternamente con nosotros. Podemos fiarnos de Su promesa: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20.) Un día, el Señor regresará de manera visible. En esta venida reside nuestra esperanza. Actualmente, aunque vive en nosotros, no podemos verle, Pero Él nos quiere entrenar a gozar de Su presencia invisible, como lo hicieron los discípulos después de Su resurrección. Pero Dios nos ha dado dos preciosos medios para que aprendamos a conocerle: Su Palabra y los hermanos y hermanas, la familia de la fe. Lo que más necesitamos para conocer a Dios es leer la Biblia. Cada vez que abrimos ese libro somos conducidos al Señor. Y cada vez que descuidamos la lectura de la Palabra, somos conscientes de que nos alejamos de Él. El reunirnos con los hermanos y las hermanas también nos sirve para acercarnos al Señor. Ellos son personas de carne y hueso a los que podemos ver y oír. Nadie puede socorrernos mejor que el Señor, pero, a menudo, Él utiliza Su Cuerpo (la iglesia de Cristo) para sostenernos y animarnos. La Biblia y los hermanos y hermanas son la ayuda que siempre tenemos a nuestra disposición. ¿Dios es nuestro adversario? Día 24 de febrero 2011 Lectura: Salmo 60 “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios” (Santiago 4:6-7a) Recordemos la experiencia de Jacob en Peniel: “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (Gen. 32:24.) Después de esta lucha, Jacob fue consciente de haber visto a Dios cara a cara (v. 30.) Así vemos que Dios es nuestro amigo, pero a veces se convierte en nuestro(aparentemente) adversario. Nuestro Señor es muy misterioso, tan vasto y tan variado que no es fácil llegar a conocerlo totalmente. La Biblia nos dice que a Dios le costó trabajo vencer a Jacob. También nosotros somos tan duros y obstinados que el Dios Todopoderoso encuentra a veces dificultades para vencernos. Podemos parecer suaves y tiernos, pero en realidad somos terriblemente duros. Esta lucha se prolongó a lo largo de toda la noche, porque Dios no es un hombre para presentarse delante de nosotros y derribarnos de un puñetazo. A veces preferiríamos que fuese así, porque el asunto sería saldado rápidamente. Pero esa no es la voluntad de Dios; Él lucha sin cesar con nosotros, contra nuestra carne y deseos. Nadie nos puede ayudar y comprender como Él. Estamos interesados en conocerle cada vez mejor. Pero tenemos que recordar que también lucha contra nosotros, porque aún cuando lo experimentamos como nuestro adversario, eso nos conduce a conocerlo mejor. Dios lucha con nosotros para nuestro bien. Él siempre está a nuestro favor y nunca en contra de nosotros. “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Gen. 32:30.) Dios lucha con nosotros para hacernos desistir de nuestra obstinación y hacernos volver a Él, porque tiene reservado para nosotros algo maravilloso. Dios es nuestro amigo Día 23 de febrero 2011 Lectura: Salmo 59 “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero (a su amigo)” (Éxodo 33:11) ¡Dios es nuestro amigo! Este es un privilegio que tenemos por haber creído en Él. A lo largo del tiempo hemos aprendido a conocer al Señor mediante el invocar Su Nombre. Pero cuando estamos en presencia de un amigo no nos limitamos a pronunciar su nombre, también hablamos con él y nos agrada permanecer algún tiempo con él. Esto era lo que hacía Abraham con Dios a la puerta de su tienda. Para conocer al Señor es necesario hablarle como se le habla a un amigo. Podemos acercarnos a Dios tal como somos y hablarle sin fingimientos. Un verdadero amigo comprende nuestros problemas y nos escucha. ¡El Señor es el mejor amigo que podamos tener! Nadie podrá, jamás, comprendernos tan bien como el Señor mismo. Sólo Él puede darnos la verdadera ayuda que necesitamos. Derramemos ante Él nuestra alma y confesémosle todo lo que encierra nuestro corazón. Nuestro Dios no es solamente el Dios Todopoderoso o nuestro Redentor, también es nuestro amigo. En todo momento podemos venir a Él sin que se moleste por ello; siempre está disponible. La consagración es una manera de abrirnos a nuestro Amigo. Entonces, Él produce fruto en nosotros. No oremos con formalismos; comuniquémosle todas nuestras preocupaciones. Un verdadero amigo es también alguien a quien escuchamos con atención. Venimos a Él no sólo para hablarle, sino también para escucharle. ¡El Señor tiene tantas cosas que decirnos en Su Palabra y en lo más profundo de nuestro corazón: Oigámosle! Dios no se detiene por causa de nuestras faltas Día 22 de febrero 2011 ectura: Salmo 58 “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24-25) Al leer el Génesis vemos todas las experiencias y rodeos por los que pasó Abraham. Pero al leer el Nuevo Testamento sólo vemos los aspectos positivos de su vida. El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos dice: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (v. 8.) Al leer este versículo podríamos pensar que Abraham, lleno de fe y obedientemente, siguió inmediatamente la voluntad de Dios. “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (v. 9.) En ese capítulo, Abraham nos parece irreprochable. El Nuevo Testamento no hace mención alguna a su descenso a Egipto, ni de sus fallos y errores. Conocer al Señor no es tan fácil y evidente. Las dificultades existen, los fallos también. Pero lo que nos muestra el Nuevo Testamento es que el Señor no tiene en cuenta nuestros fallos. Sólo se interesa por el resultado final: Finalmente, Abraham engendró a Isaac. Nosotros no queremos cometer voluntariamente errores o tomar senderos equivocados, pero a los ojos de Dios, lo que cuenta es que alcancemos la meta. Lo importante es volverse cada vez al Señor, porque Él siempre está ahí, siempre dispuesto a revelársenos. Dios no se desanima jamás. Él es paciente y sabe que puede cumplir las promesas que nos ha hecho. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (Gálatas 5:24) Le pertenecemos al Señor Día 21 de febrero 2011 Lectura: Salmo 57 “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú” (Isaías 43:1) Cuando Dios se le apareció a Abraham, éste edificó un altar. Cuando Dios se nos aparece, cuando aprendemos a conocerle, se produce una reacción dentro de nosotros. El altar que edificamos se convierte entonces en un símbolo de nuestra consagración, un lugar donde tener comunión con Dios. El consagrarse al Señor no consiste principalmente en trabajar para Él, ni en hacerle a Él un favor sino, ante todo, reconocer el hecho de que hemos sido redimidos y, ahora, le pertenecemos. Inmediatamente después de esta aparición de Dios, Abraham construyó otro altar, entre Bet-el y Hai. Bet-el significa “casa de Dios” y Hai “montón de ruinas”. Cuando nos consagramos a Dios, nos entregamos por completo a Él y abandonamos las ruinas de nuestra naturaleza caída. Pero enseguida, Él siempre nos lleva a preocuparnos de Su casa, del edificio que Él quiere construir. Después de aquellos acontecimientos hubo hambre en la tierra, y Abraham descendió a Egipto. Es como si hubiese olvidado la consagración. Abandonó la tierra prometida y estuvo a punto de vender su esposa en Egipto. ¿Quién pensaría que Abraham sería capaz de aquello después de haber encontrado a Dios y haberle edificado dos altares? No obstante, la actitud del Señor hacia Él no cambió y Abraham retornó al altar que había construido entre Bet-el y Hai. El Señor siempre está igualmente a favor de nosotros, aunque algunos sucesos nos hayan apartado de Él y nos hayan hecho desviarnos hacia Egipto. Si nos arrepentimos realmente, Él siempre está dispuesto a perdonarnos y a olvidar nuestros errores y devolvernos a nuestra primera consagración, a ese lugar de la íntima comunión con Él. El privilegio de conocer al Señor Día 20 de febrero 2011 Lectura: Salmo 56 “Porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos” (Hebreos 8;11b) De acuerdo a la promesa que se nos hace, en el versículo precedente, todos hemos recibido el privilegio de poder conocer al Señor, aunque nos consideremos demasiado “pequeños”, “poco experimentados” o “demasiado débiles”. Para conocer bien a alguien se precisa pasar tiempo con él, escucharle y hablarle. Es vital, y glorioso, conocer al Señor, pero también tenemos que reconocer que no es demasiado fácil. La vida de Abraham, el padre de la fe, es una buena ilustración de las numerosas etapas que es necesario recorrer, algunas de ellas bastante difíciles, para llegar a conocer al Dios viviente, al Dios de la gloria. Al principio de su experiencia, a Abraham se le apareció el Dios de la gloria. A nosotros también se nos apareció el Señor un día. No fuimos nosotros quienes le buscamos a Él; nunca dijimos: “Es necesario que encuentre al que me creó y que aprenda a conocerlo.” Fue Él quien dio el primer paso y se manifestó a nosotros. Porque el Señor desea darse a conocer, personalmente, a cada uno de nosotros. Él se interesa por nosotros y quiere que lleguemos a conocerlo cada vez mejor. Abraham no se decidió a partir hacia la buena tierra después del primer encuentro con el Señor; para que pudiese realmente seguir al Señor, fue necesario que muriese su padre Taré y entonces Dios se le volvió a aparecer en Harán. A partir de aquel momento, Abraham salió sin saber adonde iba. Este es un principio maravilloso: El Señor quiere darse a conocer, pero no nos dice hacia donde nos quiere llevar. No nos da un mapa, ni nos traza un itinerario. Porque Él mismo quiere ser nuestro “mapa” y nuestra permanente referencia y guia. Lo que Él desea es que ante todo aprendamos a conocerle, y a mantener una relación personal y diaria con Él. Disfrutando de la justificación Día 19 de febrero 2011 Lectura: Salmo 55 “Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (Romanos 4:8) ¡He sido justificado! Por lo tanto no tengo que rendir cuentas de mi pecado. Delante de Dios tanto mi pecado, como la naturaleza pecaminosa de mi carne, ya no se me imputan. Dios no me reclama nada. ¡Otro ha sido castigado en mi lugar, y ante Dios soy justo! ¡He sido perdonado y me he revestido de Cristo quien ahora es mi justicia!. El estar justificado significa que delante de Dios he cumplido la ley. Cómo si la hubiese guardado al píe de la letra. Dios se complace en mí. Cuando Cristo se convierte en mi justicia, no sólo significa que he sido perdonado, sino que he obtenido una posición positiva. Él es mi vestido de justicia. Él ha guardado por completo la ley, y se ha convertido en mi justicia. De esta manera me puedo regocijar en Él como mi justificador y mi justicia. ¿Nos vemos como personas justificadas? ¿Conocemos lo que significa disfrutar de nuestra justificación? ¿O seguimos viviendo en la condenación? Es posible que nos sintamos desdichados sin poder definir el origen de tales sentimientos de condenación. Tenemos la impresión de ser malos. Si al menos pudiésemos nombrar un pecado, también nos podríamos arrepentir. Pero esos sentimientos son vagos, indefinibles, nos sentimos enfermos, estamos cargados sin saber las causas. ¡Este es el momento de atribuirnos la justificación que hemos alcanzado!, y podemos orar en este sentido y espíritu: “¡Señor Jesús, gracias, Tú me has justificado, ya nada se me reclama!” Al practicar nuestra fe, de esta manera, nos podemos apropiar de la justificación que se nos ha concedido y que ahora nos pertenece. ¡Mantengámonos siempre en esta posición, y en este incomparable privilegio! El Señor vive en nosotros Día 18 de febrero 2011 Lectura: Salmo 54 “Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1 Juan 2:27) Desde el momento mismo en que fuimos regenerados, el Señor Jesús, que nos salvó de la condenación, vino a morar en nuestro espíritu. En esto consiste la salvación inicial. Dios se convirtió en nuestro Salvador. Pero Su obra de salvación continúa día tras día, porque quiere salvarnos en todos los ámbitos de nuestra vida; esta es la salvación continua(santifcación) y en ella interviene la unción que Él nos dio en el momento de la salvación inicial. El Señor vive en todos Sus hijos. Él los quiere conducir, pero también reacciona por lo que hacen y lo que dejan de hacer, por lo que dicen o dejan de decir. Todas estas reacciones nos permiten conocerle mejor para morar en Él. En esto consiste la unción. La palabra unción en griego es Crisma, la forma verbal del nombre Cristo. Crisma se refiere al mover del Señor en el espíritu humano. Vemos, por lo tanto, que la unción es el Señor mismo que reacciona, actúa y se manifiesta diariamente en el espíritu humano de los creyentes. La unción nos permite conocer mejor, en el espíritu, a nuestro Dios, para que caminemos en armonía con Él, y para que nos mantengamos en Su Vida y en Su Paz. Cuando perdemos de vista la vida y la paz es señal de que el Señor dice “no” a lo que estamos haciendo o pensando. Se trata pues, por nuestra parte, de prestarle atención a la voz de Dios en nuestro espíritu. La unción es la operación interior del Señor que se cuida de que no se interrumpa nuestra comunión con Él, la cual hace que Sus hijos moren en Él. ¡Cuán preciosa es la unción! Embajadores del Evangelio Día 17 de febrero 2011 Lectura: Salmo 53 “Así que, en cuanto a mí, pronto estoy (deseo vivamente) a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma” (Romanos 1:15) El Señor nos ha confiado la responsabilidad de anunciar el Evangelio. En Romanos 11, escribe el apóstol Pablo: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (v. 14.) Los pecadores se podrán salvar por medio de la Palabra de verdad que proclamamos. Si nadie me hubiese dicho un día: “Necesitas a Jesús para ser salvo, Él murió por ti, por causa de tus pecados”, nunca habría podido ser salvo. No precisamos ser elocuentes; no es preciso elaborar un gran discurso; dos o tres frases sencillas pueden actuar en el corazón del hombre para conducirle a la salvación. Además, no estamos solos, sino acompañados del Señor mismo, estando apoyados sobre Él y sostenidos por Su Espíritu. Lo que nos permite predicar eficazmente el Evangelio no es nuestro conocimiento doctrinal, sino el hecho “de ir con el Señor”; Él ha implantado en nuestro interior un profundo deseo por la salvación de los pecadores. ¡Sabemos hasta que punto está vacía de sentido la vida sin Cristo! Los hombres necesitan que alguien les traiga algún sentido a sus vidas; y por parte del Señor, Él los quiere salvar. Hoy es el día de la salvación. Somos mensajeros ante los hombres, a los cuales tenemos que traerles el mensaje del Dios viviente. No olvidemos que un buen embajador del Evangelio tiene que acercarse en primer lugar al Señor, para presentarle a aquellos que tiene en su corazón y pedirle que abra puertas para la Palabra (Col. 4:3.) El modelo de los siete candeleros Día 16 de febrero 2011 Lectura: Salmo 52 “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre” (Apocalipsis 1:12-13) En el capítulo 1 del Apocalipsis, el Señor no nos da una enseñanza acerca de la Iglesia, pero nos muestra una visión acerca de la misma, a saber, la de los candeleros de oro. Sólo hay una Iglesia, pero debido a las diferencias geográficas, y únicamente debido a tales diferencias, la Iglesia se manifiesta por medio de las distintas Iglesias locales. Cada una de ellas se refiere a una ciudad y no a una doctrina, a una persona o a una tendencia teológica. Este es el modelo, claro y sencillo, que nos revelan las Escrituras, a partir de los Hechos de los apóstoles hasta el libro del Apocalipsis, el último de la Biblia. Los siete candeleros de oro tienen un carácter profético, que muestra la historia de la Iglesia íntegramente. Solamente el Señor podía utilizar las siete Iglesias existentes en aquel momento, con sus diversas circunstancias, para revelar por adelantado toda la historia de la Iglesia. La verdad concerniente a la Iglesia es simple y clara: Una Iglesia, una ciudad, un candelero de oro. El oro, en la Biblia, describe la naturaleza divina. El Señor quiere infundir en nosotros Su naturaleza divina. No nos contentemos con imitar el camino seguido por Jesús en la tierra, abrámonos a Él para poder recibir Su naturaleza divina. Cuando el Señor se dirige a cada una de las Iglesias, menciona cada vez la necesidad de vencer y de oír lo que Él quiere decirles: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Oigamos lo que Dios quiere decirnos por medio de las Epístolas a las siete Iglesias. Lo que le dice a cada una de ellas es también válido para todas las demás. ¡Demos oído a lo que Dios nos dice y vengamos a Él! ¡Respondamos hoy a Su llamado! Acopiar y guardar la Palabra Día 15 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 51 “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23) El apóstol Juan nos anima a guardar la Palabra y a conservarla como un tesoro precioso en nuestros corazones. Jesús dice: “el que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:23.). Podemos demostrar nuestro amor a Jesús al guardar lo que Él nos dice en la Biblia. Es probable que no podamos retener todo lo que leemos, pero es imprescindible que guardemos lo que oímos del Señor. Si al leer mantenemos el corazón vuelto hacia Él, Dios nos tocará y nos impresionará mediante Su Palabra, ya sea mediante un versículo, una frase o una palabra, o mediante un pasaje completo. Cuando esto suceda no dejemos de orar sobre ello, y expresemos al Señor cuánto hemos sido tocados por Sus Palabras. Démosle gracias a Dios por Su Palabra viva. Y más tarde, a lo largo de toda la jornada, recordemos esos versículos, utilizándolos para acercarnos al Señor; entonces Él vendrá a nosotros y se establecerá cada vez más en nuestro corazón. Podemos tener también un cuaderno para escribir lo que hemos recibido de parte del Señor, para no olvidarlo. Eso nos servirá para volver a recordarlo, de vez en cuando, para que nos toque de nuevo el Señor. Santiago dice: “recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Sant. 1:21.). Desde que creímos en el Señor, nuestro espíritu fue regenerado y nuestra alma puede salvarse mediante el obrar de la Palabra en nosotros. Recibamos la Palabra viva de Dios, y dejemos que actúe diariamente en nosotros con su poder de transformación. De esta manera podremos experimentar en nosotros la obra del Espíritu Santo. Desposados con Cristo Día 14 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 50 “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Corintios 11:2) El día en que recibimos al Señor, nos comprometimos con Él, nos convertimos en su esposa. Al comprender Su inmenso Amor, respondimos positivamente al llamado de Jesucristo. De esta manera se convirtió en el Esposo a quien nosotros también amamos. Este amor tiene que crecer y profundizar, enraizar, en nosotros cada vez más. La vida cristiana comienza con un encuentro con el Señor y el amor no debe dejar de ser el hilo conductor que nos une Él. El amor que experimentamos por el Señor nos motiva interiormente a consagrarle toda nuestra vida y a vivirla de la manera que a Él le complace. Este gran amor nos motiva a prepararnos para el gran día de las bodas, el día de Su advenimiento. Al igual que cualquier novia espera con impaciencia el día de sus desposorios, nosotros ansiamos ir al encuentro de nuestro Esposo; para ello nos preparamos adecuadamente. En efecto, el Señor se va a desposar con una esposa “gloriosa... sin mancha ni arruga” (Efe. 5:27.) ¡No quiere desposarse con una jovencita inmadura ni con una anciana arrugada! Si nos acercamos a Él cada día, nos dará el crecimiento espiritual que nos proporcionará la madurez, y al mismo tiempo, hará que desaparezca de nosotros todo vestigio de la vejez interior. ¿No tenemos a menudo trazas de vejez en nuestros pensamientos y en nuestros sentimientos? ¿Acaso no somos muchas veces tercos y obstinados cuando el Señor trata de someter nuestro corazón a Su Voluntad? Mientras crecemos para llegar a la madurez, velemos para mantener una frescura real en nuestro amor para el Señor. Satanás tiene miles de estratagemas para apartarnos del Señor, pero nosotros tenemos que amarle a Él( a Cristo) de todo corazón, pase lo que pase. Aprovechando el tiempo Día 13 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 49 “Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:16-20) Distintos pasajes bíblicos nos aseguran que Dios acabará lo que ha comenzado en cada creyente; Él perfeccionará completamente Su obra. Nuestro Salvador nos salva perfectamente; ningún creyente será “salvado a medias”. Estamos persuadidos como Pablo que el que empezó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6.) No obstante, el pasaje del encabezamiento y la parábola de las cinco vírgenes prudentes y las cinco insensatas en Mateo 25, introducen el factor tiempo. La sabiduría consiste en estar llenos de aceite en el momento oportuno. “Sed llenos del Espíritu”. Dejémonos llenar continuamente por el Espíritu. Se trata de una experiencia espiritual ligada a la presencia y a la actividad del Espíritu dentro de nosotros. Dejemos que el Espíritu opere libremente en nosotros todos “los hoy” que Dios nos conceda. Esa es la garantía de que la luz que arde en nuestra lámpara, lo hará sin apagarse jamás, aunque, si hace falta, se sobrepase la media noche sin que Él llegue; el Señor nos encontrará listos y prestos para recibirle. Efesios 5:19 nos muestra que el estar llenos no es una cuestión individual. Alcanzamos la plenitud gracias a los demás creyentes. “Hablando entre vosotros”. ¿No nos hemos visto estimulados en nuestro andar cristiano al reunirnos con los demás hermanos? Cantar los cánticos del Señor junto a los creyentes y compartir nuestra fe y experiencias, mantienen nuestra pasión por Él y nos estimulan a comprender la voluntad de Dios. ¡Seamos llenos del Espíritu! Aproximarse a Dios diariamente Día 12 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 48 “Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en Jehová el Señor mi esperanza” (Salmo 73:28) “Me anticipé al alba, y clamé; Esperé en tu palabra. Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos” (Sal. 119:147-148.) A menudo estamos dispuestos a aceptar las reglas para alcanzar una meta. Hay una regla que nos puede ser provechosa: Apartar un tiempo para acercarnos a Dios. Tengamos la sana costumbre de comenzar y acabar el día volviendo nuestro corazón hacia el Señor. Podemos invocarle, hablarle. Daniel “se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios” (Dan. 6:10.) Además tenemos el privilegio de vivir en países donde la Biblia se encuentra en nuestros idiomas y podemos disponer fácilmente de ella. Abrámosla al menos una vez al día, y si es posible hagámoslo como el salmista, por la mañana temprano. De esa manera también nos podrá hablar nuestro Dios. Las reuniones del Domingo nos dan la oportunidad de acercarnos a Dios junto con los demás hermanos y hermanas. Los testimonios, los cánticos, los mensajes nos animarán a proseguir en nuestro caminar con Cristo y los demás creyentes. Las reuniones de oración y de alabanza, las reuniones en las casas son también momentos fijos durante la semana para acercarnos juntos a Dios. Tenemos el ejemplo de los primeros cristianos, que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42.) Aprovechemos cada día del tiempo que dispongamos para acercarnos nuevamente a nuestro Dios. El "mañana" no nos pertenece. Por lo tanto tenemos que aprovechar el momento presente de acuerdo a lo que está escrito: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones” (Heb. 3:7; 4:7.) La visión del Cristo Glorioso en el Apocalipsis Día 11 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 47 “En medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido” (Apocalipsis 1:13-15) La Biblia nos muestra a un Dios de restauración. Pese al caos originado tras la rebelión y la caída de Satanás, Dios conseguirá Su Propósito eterno y el Apocalipsis nos revela la forma en que lo llevará a cabo, mediante la intervención de Jesucristo. Este último libro de la Biblia comienza con la visión del Hijo del hombre. Es esencial y determinante el encuentro con ese Jesucristo Glorioso. Este Hijo del hombre lleva, como ceñidor de Su ropa sacerdotal, un cinto de oro sobre Su pecho, sobre Su corazón, simbolizando Su Amor. Recordemos siempre Su Amor, especialmente cuando nos abrimos a Él y Sus ojos como llama de fuego ponen en evidencia las cosas que tenemos que eliminar en nuestras vidas. Nuestro Dios examina nuestro corazón para sanarlo. Actúa en nosotros como la radioterapia para curar el cáncer. ¡Su tratamiento es curativo! De Su boca surge, como el escalpelo de un cirujano, una espada de doble filo, la cual es Su Palabra que separa o divide nuestra alma y nuestro espíritu, discerniendo lo que le pertenece al Señor y lo que no es Suyo. Es crucial tomar tiempo para leer la Biblia, porque de esta manera nos podrá operar con efectividad el Señor. La influencia del mundo nos hace espiritualmente duros de oído, ese es el motivo de que la voz del Señor tenga que ser como el ruido de muchas aguas. Vemos finalmente que Su Rostro es como el sol. Si andamos en Su Presencia, estaremos en la Luz. Buscar al Señor de todo corazón Día 10 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 46 “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado” (Salmo 119: 9-10) David, vinculado estrechamente con la Palabra de Dios, dedicaba todo su corazón a buscar a Dios. Guardaba las palabras divinas como un tesoro: “Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza” (Sal.119:14.) Cuando leemos el Salmo 119, nos toca la importancia que tenía la Palabra de Dios en la vida de David. Una treintena de veces manifiesta su adhesión a ella mediante expresiones como desear ardientemente la Palabra, buscarla, escogerla, aferrarse a ella, amarla, confiar en ella, esperar en ella, incluso cantarla. David deseaba vivir una vida que le agradase a Dios. Por eso dice: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (v.11.). La Palabra de Dios fue para él una lámpara que alumbraba su camino (v. 105.). David la guardaba y ella le guiaba, para él resultaba el alimento espiritual diario, por eso dice: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.” (v.103.). No se contentaba con conocerlas intelectualmente, se deleitaba en ellas, para él, eran más dulces que la miel. La Palabra de Dios era para David una fuente de gozo: “Me regocijo en tu palabra Como el que halla muchos despojos (el que alcanza un gran botín)” (v. 162.) ¡Tanto era el aprecio de David por la Palabra de Dios! ¡Seamos los David del siglo XXI! ¡Tengamos corazones sensibles que reciban y guarden la Palabra de Dios! Los efectos en nuestras vidas, incluso derribando gigantes enormes, invencibles para ejercitos rudos pero que anden en la carne, no tardarán en sentirse. La preparación de un instrumento útil para Dios Día 9 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 45 “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15) Moisés fue educado en la cultura egipcia, recibió la mejor formación de aquella época y podría haber accedido a los más elevados puestos del reino; ante él se abría un panorama cómodo y atractivo. Pero él jamás se olvidó de las enseñanzas de sus padres y de su pueblo. Él tomó una determinación: Escogió antes ser maltratado junto al pueblo de Dios que disfrutar por un tiempo los placeres del pecado. Contempló el oprobio con Cristo como algo rico a lo que allegarse, mucho más precioso que todos los tesoros de Egipto, porque tenía fija su vista en el galardón (Heb. 11:26.) Habiendo tomado esa determinación, pensó que sus hermanos israelitas comprenderían que Dios les quería libertar por medio de él; pero ellos no le entendieron así (ver Hechos 7:19-44.) ¡Qué decepción debió sufrir! Ciertamente se preguntaría a qué conducía todo aquello. Habiendo huido al país de Madián, se casó y se dedicó a pastorear el rebaño de su suegro durante cuarenta años. En su mente debieron de menudear “los ¿por qué? Los ¿a qué viene esto?” Se puede pensar que todos aquellos años pasados en el desierto podrían haberse empleado mejor. Pero en realidad Dios estaba trabajando: Utilizó aquel tiempo para forjar en silencio un instrumento útil del que se podría servir más adelante. Aprendamos a confiar en el Señor en los momentos de incertidumbre, de duda, de desiertos espirituales. Nuestra vida está Sus manos. Así qué, aunque no sintamos Su Presencia en los eventos de la vida, no nos cerremos a Él. Mantengámonos abiertos a Él, pase lo que pase, proclamando con confianza las palabras de Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” Conocer a Dios subjetivamente Día 8 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 44 Para que “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios (Efesios 3:18-19) Cuando recibimos al Salvador del mundo, Éste se convirtió en nuestro Salvador. Cuando renunciamos a nuestros deseos para aceptar los Suyos, cuando adaptamos nuestra voluntad a la Suya, lo reconocemos como Señor y Rey. Cuando no sabemos como ir adelante y nos volvemos a Él, le podemos conocer como nuestro Camino o nuestro Pastor. Cuando nos sentimos débiles e incluso “destrozados”, pero nos volvemos a Jesús, disfrutamos de Su humanidad fina y delicada, la cual “no quiebra la caña cascada”; nos invaden el amor y el respeto hacia Él. Si pecamos y nos arrepentimos, se nos presenta como nuestro Abogado defensor y como la Victima expiatoria que satisface completamente las exigencias de la Justicia de Dios. Cuando nos sentimos ofendidos, podemos experimentar a Aquél que perdona y olvida, al que perdona nuestras deudas. No podemos por menos que amar a nuestro Redentor y dejarnos impregnar de ese Dios que perdona. En los Salmos, David describe a su Dios bajo múltiples aspectos, a lo largo de todas su vida se dedico a descubrir y explorar todas las riquezas del Señor. David aprovechaba todas las ocasiones para conocer mejor a su Dios. “¡Para conocer a Dios nos es suficiente toda una vida, porque las “dimensiones” divinas son ilimitadas! Procuremos desde ahora aprovechar todas las circunstancias de la vida para experimentar cada día a Dios. Vengamos cada día a Él. ¡La vida vivida con Él es apasionante! A solas con Dios, encerrados en nuestro aposento Día 7 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 43 “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6) Dios creó al hombre para vivir en comunión con Él. Podemos mantener una comunión continúa e ininterrumpida con Dios por que Él es omnisciente y omnipotente. El pecado nos había privado de esta comunión, pero Cristo vino para restablecerla. En ese contexto podemos comprender el por qué, al morir en la cruz, “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mat. 27:51.) ¡Gloria a Dios, ahora el acceso a nuestro Dios ha quedado expedito! Somos llamados a gozar de esa comunión con Dios durante toda nuestra jornada, sean cual sea nuestro estado de ánimo y nuestras circunstancias. Pero sólo podremos hacerlo en la medida en que sea real nuestra oración en el secreto de nuestra habitación: “...entra en tu aposento y cierra la puerta”. Busquemos algunos momentos para aislarnos y pasar un tiempo de intimidad con nuestro Señor, el cual es el Espíritu y mora en nuestro espíritu. Entremos en ese aposento interior, nuestro espíritu, cerremos la puerta a todos los pensamientos que pueden disturbar nuestra mente y hacernos abandonar la comunión con nuestro Padre. ¡Cuán dulce es pasar un tiempo en Su Presencia! Ahí está Él, viéndonos. Cuando mantenemos una comunión secreta y viva con el Padre, descubrimos lo que hay en Su Corazón y nuestra vida sufre un cambio radical. Disfrutar de tales momentos de intimidad, es una manera mantener una comunión gozosa y estrecha con Dios a lo largo de todo el día. Esto tendrá saludables efectos para nosotros y para los que nos rodean. Pruebas y tentaciones Día 6 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 42 “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13) Bastantes creyentes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento no han visto desarrollarse sus vidas como ellos esperaban. Por ejemplo, José, quien tuvo sueños en los que veía a sus hermanos postrarse delante de él, pero esas visiones no se cumplieron hasta mucho después, años más tarde, y cuando ya era aparentemente imposible. Sus hermanos, por el contrario, lo trataron de matar y finalmente lo vendieron como esclavo. Una vez en Egipto, José fue adquirido por Potifar, un oficial del faraón. Al servicio de éste, Dios hizo que fuesen prosperados por medio de José todos sus asuntos. Cuando todo parecía ir mejor, la esposa de Potifar se fijó en él y le hizo proposiciones deshonestas. Al negarse José, a las misma, fue llevado a la cárcel, donde soportó una situación penosa por causa de su integridad (Sal. 105:16-23.) José, en medio de sus pruebas, se mantuvo consciente de la presencia de Dios y no quería pecar contra Él (Gen. 39:9.). Habría tenido motivos para encerrarse en sus desdichas y compadecerse de sí mismo, como si Dios le hubiese abandonado. Pero no se desanimó. “Pero Jehová estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel” (Gen. 39:21); Tanto en la prisión cómo a lo largo de toda su vida, José se volvía hacia su Dios quien nunca lo olvidaba. El Señor dice: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isa. 49:19.) En medio de las pruebas podemos comprobar la perseverancia de José y cómo se mantuvo fiel hasta el fin. “Si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Tim. 2:12.) Guardar Su Palabra Día 5 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 41 “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23) El apóstol Juan, muchas veces, en sus Epístola y en su Evangelio, nos anima a guardar la Palabra. Esta es una de las maneras en las que podemos mostrarle nuestro amor al Señor. En efecto, cuando amamos a alguien lo que esa persona nos dice lo valoramos mucho; lo tenemos en cuenta y lo atesoramos. La Iglesia en Filadelfia, símbolo de la Iglesia victoriosa, guardaba la Palabra: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apoc. 3:8.) Pero ¿qué es lo que significa “guardar”? En primer lugar hacer lo que está escrito, aplicarlo o ponerlo en práctica, y en segundo lugar: Conservar, atesorar, retener firmemente. ¡Qué precioso es guardar la Palabra en nuestros corazones! Entonces podemos comenzar a ponerla en práctica. La parábola del sembrador y la semilla ilustra muy bien lo que decimos. El Sembrador es el Señor, la simiente es Su Palabra, y las diversas configuraciones del terreno son las condiciones del corazón de los hombres. El Señor dice en Lucas 8:15: “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”. La buena tierra no hace nada, se limita a recibir la semilla y mantenerla en su seno. Un corazón con estas características atesora la Palabra; es fiel, le permite enraizar en él para que lleve fruto. ¡Alabado sea el Señor! La Palabra de vida tiene en su interior una fuerza vital que le permite que todo lo que en ella se revela pueda llegar a fructificar. ¡Guardemos la Palabra de Dios! Nosotros amamos al Señor Día 4 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 40 “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado” (Isaías 54:5) La relación del esposo y la esposa simboliza muy bien la relación que une a Dios con Su Pueblo. Al comienzo de la Biblia se nos muestra una pareja – Adán y Eva – y al final encontramos a otra – el Cordero y Su esposa. En el centro de la Biblia se encuentra El Cantar de los cantares ¡Una súper historia de amor! Muchos conocen a Dios como el Creador. Pero el versículo del encabezamiento nos lo presenta como nuestro Esposo. En el Nuevo Testamento, el Mesías se presenta como el Esposo (Juan 3:29.). No sólo nos regocijamos en que Él es nuestro Salvador, sino que nos alegramos más en que es nuestro Esposo. Este es un gozo diferente, más profundo. La Iglesia es la Esposa: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Cor. 11:2), es indispensable que mantengamos una relación de amor con nuestro querido Señor. ¡Le amamos sin haberlo visto! (1 Ped. 1:8.) A veces nos sentimos fríos e insensibles con respecto a Él. Pero cuanto más le declaremos, mediante la fe, nuestro amor, más le amaremos. Los primeros versículos del Cantar de los cantares pueden servirnos como una oración: “¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino. A más del olor de tus suaves ungüentos, tu nombre es como ungüento derramado; Por eso las doncellas te aman. Atráeme; en pos de ti correremos” (Cant. 1:2-4.) El apropiarnos de esta clase de palabras nos ayudará a aumentar nuestro amor por Él. Nuestro Dios desea y merece que le amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Deut. 6:5.) Que nada substituya nuestro ardiente amor hacia Él (Apoc. 2:2-4.) Ser ricos para Dios Día 3 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 39 “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15) A lo largo de nuestra vida acumulamos multitud de cosas. A todo lo largo de ella encontramos múltiples ocasiones de buscar la satisfacción. Al igual que el rico de la parábola de Jesús, forjamos gran cantidad de proyectos: "También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate" (Luc. 12:16-19.) Pero este pasaje bíblico no termina aquí. Dios le dijo a este hombre rico: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿De quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Luc. 12:20-21.) Y nosotros, ¿Confiamos en nuestra juventud, salud o capacidades físicas o intelectuales? ¿Depende nuestra vida del reconocimiento de otros? ¿Confiamos en nuestro conocimiento cultural bíblico? Es de necios confiar en todas esas riquezas, que se esfuman cómo el viento. Dios quiere que seamos ricos, con unas riquezas que no deslumbran los ojos, y que únicamente se adquieren cuando los corazones se vuelven a Él: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo (Apoc. 3:17.) Sí, hagámonos ricos para Dios acercándonos sinceramente a Él, para adquirir de Él, de Su Vida, gratuitamente, sin pagar nada: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apoc. 3:18.) La fe, el Amor y la esperanza Día 2 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 38 “Acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 1:3) El Amor, la fe y la esperanza forman la estructura esencial de la vida cristiana; son los tres pilares que sostienen todo el edificio. La vida cristiana es una vida que se desarrolla por fe y no por vista. El creyente, de esta manera, se ejercita en no mirar a sus experiencias ni a las circunstancias de la vida que pueden originar el desánimo; él se aferra, por el contrario, a la Palabra Viva de Dios, que permanece para siempre (1 Ped. 1:23,25), al Señor resucitado, vencedor de la muerte. Toda fe verdadera tiene resultados visibles y tangibles, a los cuales Pablo les llama, “La obra de vuestra fe”. La fe se expresa en miles de formas, por tener un corazón para los intereses del Señor, mediante un servicio, por el amor hacia los hermanos, por preocuparse por los incrédulos, etc. “Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9.) Dios es Amor (1 Juan 4:8.) Esa es Su esencia. Fuimos atraídos por Su Amor, gustamos de ese Amor y ese Amor divino se ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (Rom. 5:5.) Nuestros ojos se deben mantener abiertos a la esperanza que tiene que ver con nuestro llamamiento. Cuando regrese el Señor, obtendremos la gracia, la salvación de nuestra alma y la redención de nuestro cuerpo. ¡Qué programa tan maravilloso! ¡Vale la pena proseguir nuestro camino con el Señor! “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (1 Ped. 1:13.) CRISTO: El tabernáculo de Dios en medio de los hombres Día 1 de febrero de 2011 Lectura: Salmo 37 “Y harán un santuario (tabernáculo) para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxodo 25:8) La Biblia nos muestra numerosas imágenes para ayudarnos a comprender las realidades espirituales. Una de ellas es el tabernáculo. El tabernáculo era un santuario portátil, construido en el desierto por el pueblo de Dios cuando salieron de Egipto. Esta casa de Dios, construida de acuerdo al modelo que le dio Dios a Moisés, siempre estaba en el centro del campamento. El tabernáculo, con todos sus detalles, era una magnífica imagen de Jesucristo. El apóstol Juan habla de ello en su Evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó (tabernaculizó) entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14.) En la tierra, Jesucristo era el verdadero tabernáculo de Dios, en el que habitaba “corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9.) Sólo había una puerta para entrar en el atrio. Esta puerta representa a Cristo como el mediador entre Dios y los hombres: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Juan 10:9.) “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12.) Esta puerta tenía una cortina muy ancha para que todos pudiesen entrar en el atrio. Jesucristo igualmente es suficientemente amplio para poder salvar a todos los hombres de todos los pueblos, de todas las lenguas (Apoc. 5:9.) Entremos a la presencia de Dios hoy mismo. Desde el momento en que reconocemos nuestros pecados delante de Dios y recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador personal, entramos en el atrio. ¡De ahora en adelante nos quedan por descubrir muchas riquezas!