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ÉTICA
Unidad I: La ética.
Naturaleza de la ética como saber especulativo – práctico y normativo. Objeto material: los actos humanos.
Distinción entre los actos humanos y los actos del hombre. Objeto formal: la rectitud de los actos humanos. La
ética y su relación con la metafísica y la antropología. Ética y Teología moral. Fenomenología de la experiencia
del orden moral.

La ética1
La ética filosófica o filosofía moral, es la parte de la filosofía que estudia la vida moral del hombre, es decir,
su comportamiento libre. La ética es, pues, una disciplina filosófica, esto es, una investigación racional y
sistemática que estudia su objeto propio (la vida moral) desde una perspectiva de totalidad y con el propósito
de sacar a la luz sus aspectos más profundos y universales. Todo esto implica que la ética se distingue, por una
parte, del conocimiento moral espontáneo y, por otra, de las disciplinas teológicas y de las ciencias positivas.
El conocimiento moral espontáneo es parte integrante de la vida moral y, como ella, es ante todo una
realidad vivida, una dimensión esencial de la existencia humana. Todo hombre, haya estudiado o no ética,
protagoniza cotidianamente una existencia moral, y posee un conjunto de ideas y criterios de acuerdo con los
cuales toma determinadas decisiones relativas a su comportamiento concreto y a la dirección de su vida, y de
acuerdo con los cuales enjuicia también el comportamiento y la vida de los demás. La ética filosófica es, en
cambio, una reflexión sistemática y críticamente elaborada, que no todo hombre realiza. La ética pretende
esclarecer filosóficamente la esencia de la vida moral y las relaciones fundamentales en ella implicadas, con el
propósito de formular normas y criterios de juicio que puedan constituir una válida orientación para el ejercicio
responsable de la libertad personal.
La ética filosófica se distingue del estudio teológico de la vida moral (Teología Moral) porque ésta última,
además de incluir todo lo que la razón nos enseña acerca de la vida moral, contiene también lo que acerca de
ella enseña la fe, luz intelectual superior a la razón, fundamentada en la revelación divina. Cabe decir por ello
que, con relación a la totalidad del conocimiento moral que el hombre puede de hecho tener, la ética filosófica
y la teología moral se relacionan entre sí como lo completo y lo incompleto.
La ética filosófica se distingue de las ciencias positivas, y particularmente de aquellas que estudian
realidades morales, por la perspectiva de totalidad y por el grado de profundidad que le es propio. La
perspectiva de totalidad es una característica esencial de todo estudio verdaderamente filosófico.
La perspectiva de totalidad no es consecuencia de la abstracción, sino del grado de profundidad de la
comprensión filosófica.
El origen etimológico del término “ética” puede aclarar ulteriormente la naturaleza de esta ciencia. “Ética”
es un término muy antiguo. Procede del vocablo êthos que significa “carácter”, “modo de ser”. Aristóteles
advierte que êthos procede a su vez de êthos, que se traduce por “hábito” o “costumbre”. Ello nos permite
precisar que el carácter o modo de ser que aquí hablamos es la forma de ser que la persona adquiere para sí
misma a lo largo de su vida, emparentada con el hábito, que es bueno (virtud) o malo (vicio).
La etimología del vocablo “ética” nos permite completar la noción de ética con dos aspectos nuevos. Por
una parte, la ética es un tratado práctico, porque se refiere a las acciones humanas y a la vida moral, no sólo
para conocerlas, sino principalmente para dirigirlas. Por otra parte, la ética considera las acciones humanas en
relación con el modo de ser que la persona adquiere a través de ellas. Podemos decir entonces que el ámbito
de la realidad estudiado por la ética está constituido por la persona humana, considerada directamente no es
su ser físico o psicológico, sino en el ser y en la configuración buena (virtuosa) o mala (viciosa) que se da a sí
misma mediante sus acciones.
1
Rodriguez Luño.
1

Naturaleza de la ética como saber especulativo – práctico y normativo2.
 Carácter práctico de la ética: la moralidad de los actos humanos es una realidad operable, y realmente
efectiva sólo en tanto que obrada por el hombre. La moralidad es objeto de realización, y no simplemente de
contemplación. La moralidad es un objeto práctico, relativo a la acción humana. El objeto de la ética no es
únicamente comprender la moralidad de las acciones, sino ayudar al hombre para que realice la moralidad en
sus acciones.
En el comentario que hace Santo Tomás a la Ética a Nicomaco menciona que la ética pretende dirigir los
actos libres hacia el bien perfecto o fin último de la persona o, lo que es igual, dirigir las acciones humanas
desde el punto de vista del bien en sentido absoluto. La ética filosófica es un saber práctico no sólo porque es
un saber acerca de las acciones, sino porque es un saber directivo de las acciones.
La ética estudia más bien el obrar de la persona en tanto que es libre, lo que equivale a decir que lo
considera en tanto que admite y exige una regulación racional desde el punto de vista del bien en sentido
absoluto. La ética formula y fundamenta filosóficamente juicios de valor y normas de comportamiento de
validez absoluta, con la intención de orientar el ejercicio de la libertad personas hacia el bien de la persona
humana en cuanto tal.
 Carácter especulativo – práctico: la finalidad práctica de la ética presupone un momento especulativo,
es decir, un momento en el que se busca el conocimiento de la naturaleza y sentido de la moral, de la virtud, de
la justicia, etc. La determinación del valor de las acciones humanas en cuanto tales se fundamenta
filosóficamente en el conocimiento de lo que constituye la plenitud de sentido de la condición humana.
 Carácter normativo: existen otros saberes, como la medicina, la lógica, o el derecho fiscal, que también
establecen reglas de conducta. El valor de las reglas médicas, lógicas o fiscales es condicionado: son válidas en
la exacta medida en que es válido el fin al que miran estas ciencias, pero excede a la competencia de cada una
de esas disciplinas prácticas fundamentar el valor de su propio fin.
A la ética corresponde establecer cuál ha de ser la actitud de la persona humana ante la verdad lógica, la
salud o la justicia. Decimos por ello que la ética no es simplemente un saber práctico, un saber capaz de
establecer reglas de conducta. La ética es propiamente un saber normativo, capaz de establecer virtudes y
normas de valor absoluto e incondicionado, cuyo valor no depende de normas establecidas por otra ciencia
práctica.

Objeto material: los actos humanos3.
Acabamos de decir que la ética se ocupa de las acciones humanas en cuanto que relacionadas con la forma
de ser de la persona; las acciones humanas son, pues, el objeto material de la ética. Pero es preciso determinar
mejor cuáles son estas acciones, porque no todo lo que el hombre hace ni todo lo que en el hombre ocurre
modifica su forma de ser. Para esclarecer esta cuestión la filosofía ha utilizado tradicionalmente la distinción
entre actos humanos y actos del hombre.
Sólo las acciones propias del hombre en cuanto persona pueden ser puestas en relación con el modo de ser
moral de la persona (ethos), esto es, sólo ellas implican responsabilidad moral; ya que el sujeto personal puede
“responder” de las acciones de las que él es verdaderamente autor, causa y principio.
El hombre es un ser moral en la exacta medida en que es un agente racional.
Podemos concluir diciendo que las acciones de la persona humana son objeto material de la ética en cuanto
que son libres, esto es, en tanto que presuponen la actuación de la deliberación racional y de la voluntad.

Distinción entre los actos humanos y los actos del hombre4.
Rodriguez Luño.
Rodriguez Luño.
4 Rodriguez Luño.
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3
2
Actos humanos son aquellos que el hombre es dueño de hacer y de omitir, de hacerlos de un modo o de
otro. Son las acciones libres, esto es, las que proceden de la deliberación racional y de la voluntad, ya sea
inmediatamente (amor, deseo, odio), y entonces se habla de actos elícitos de la voluntad, ya sea a través de
otras potencias (hablar, trabajar, golpear), y entonces se habla de actos imperados por la voluntad.
Actos del hombre son, en cambio, los que no son libres, bien porque en el momento en el que se realizan
falta el necesario conocimiento y voluntariedad; bien porque se trata de procesos sobre los que el hombre no
posee un dominio directo (desarrollo físico, circulación de la sangre, etc.).
La distinción existente entre los actos humanos y los actos del hombre puede hacerse intuitiva mediante los
conceptos de obrar y ocurrir. Cuando realiza un acto humano, el hombre tiene la conciencia de ser él mismo el
autor. Cuando se da un acto del hombre, el sujeto humano tiene, por el contrario, la conciencia de que algo
ocurre en él, como si su ser fuese un escenario en el que algo acontece sin su activa participación.
El criterio distintivo de estos dos tipos de actos es, pues, el ser o no propios del hombre en cuanto hombre.
Obsérvese que esta apropiación no hace referencia a la sustancia o contenido de la acción, sino únicamente al
modo de obrar, es decir, al modo en que la acción procede del hombre: sólo es humana la acción realizada
libremente.
A diferencia de lo que sucede con el obrar de otros seres vivos, los actos humanos no se acomodan
instintiva y automáticamente a la realidad en que el hombre vive y a los bienes que le solicitan; tiene que
ajustarlos él mismo. Sólo con relación a los actos humanos hablamos propiamente de conducta humana,
porque con ellos, el hombre se “conduce” a sí mismo hacia sus objetivos, sirviéndose para ello de su
conocimiento de la realidad y del ambiente en que vive.

Objeto formal: la rectitud de los actos humanos5.
El objeto formal de un saber es el aspecto o la propiedad del objeto material que directamente le interesa.
Cabría decir también que es el punto de vista desde el que una disciplina científica estudia su objeto material.
El objeto formal de la ética es aquello según lo cual los actos humanos, considerados formalmente en cuanto
tales son calificados como buenos o como malos. La bondad o maldad de las acciones humanas en cuanto tales
se llama genéricamente moralidad. Decimos por ello que el objeto formal de la ética es la moralidad de los
actos humanos.
La moralidad, bondad o maldad, de las acciones humanas no se identifica formalmente con las cualidades
naturales (inteligencia, habilidad, etc.) que la persona pone en juego al obrar.
Solamente mediante una decisión libre puede un hombre ser bueno o malo moralmente. San Agustín
caracteriza la virtud moral diciendo que por ella se vive rectamente y que nadie puede usarla para el mal, lo
que equivale a afirmar que la virtud moral consiste en el buen uso de la libertad. Santo Tomás sostiene en un
sentido parecido que sólo quien tiene una voluntad buena es bueno en sentido absoluto, pues gracias a ella
utilizará para el bien todos sus recursos.
La bondad o malicia morales tampoco se confunden con la que pueden tener las acciones humanas con
relación a una finalidad restringida, como es la perfección técnica en la consecución de objetivos particulares o
en la realización de determinadas obras.
Cuando se habla de bien y de mal con relación a las cualidades naturales o técnicas de la acción humana, se
alude a un bien o a un mal relativos; en ese contexto, bueno y malo significan algo así como “bueno o malo
bajo un determinado aspecto o en cierto sentido”.
En cambio, cuando se utilizan en su acepción ética, bien y mal tienen un sentido absoluto. El bien y el mal
morales es el bien y el mal que las acciones poseen en tanto humanas, y por eso afectan a la persona humana
en cuanto tal, en su totalidad: hacen al hombre bueno o malo absolutamente y sin restricciones, como persona
humana. El bien moral coincide con el bien de la persona en la medida exacta en que este bien está en juego en
la acción libre y ha de ser realizado a través de ella.
5
Rodriguez Luño.
3

La ética y su relación con la metafísica y la antropología.
La antropología y la ética se ocupan las dos de las costumbres humanas en diversos niveles de la cultura y
civilización. La antropología estudia el origen y el desarrollo de las costumbres humanas, pero sin formular
juicio alguno acerca de su carácter moral o inmoral, en tanto que este carácter , en cambio, es lo único que
interesa a la ética. La antropología atestigua la existencia de nociones morales, por extrañas que sean entre las
tribus primitivas, en tanto que la ética toma de la antropología dichos datos, pero para criticar, por su parte, el
valor moral de dichos conceptos y costumbres.
Relaciones entre la Ética y la Metafísica. La Metafísica contiene el fundamento de toda ciencia; ella nos dice
tienen tanta validez la matemática y la física, la Psicología y la Ética por supuesto. La Metafísica nos
proporciona y explica nociones y conceptos indispensables para entender la Ética, tales como el de ser, bien,
valor, acto, potencia, sustancia, accidente, materia, forma, etc. Mismo que nos sirve como instrumentos
mentales para captar el fondo de la temática de la Ética. La relación Ética – Metafísica es la misma que la de
ciencia y su fundamento definitivo.

Ética y teología moral6.
La ética filosófica difiere, por un lado de la ley natural, a la cual presupone; y por otro lado, de la teología
moral. Ésta parte de unos datos revelados de los cuales el filósofo (en tanto que filósofo, no en tanto que
hombre cristiano) no parte, y no porque los niegue sino porque eso no es filosofía, en sentido estricto.
La teología moral parte de esos datos, pero también usa las conclusiones de la filosofía, e incluso, de la
Metafísica.
Lutero ha sido quien ha despreciado la luz natural de la razón, pero el cristianismo jamás lo ha hacho. Y
quien dice la razón, dice también la filosofía, en tanto que elaboración racional. Lutero dice que la razón es la
“gran ramera”, que se alía con todos, que está siempre al servicio de la pasión, etc. Como si no tuviéramos
ninguna capacidad de sobreponernos a eso.
De manera que todos los irracionalismos, el del propio Kant y las corrientes posteriores a él, vienen de ésta
raíz luterana. Al cabo, eso es poner en descrédito a la razón, o limitarla o reducirla a campos como son la física,
química, etc., para luego quitarle la posibilidad de tener un valor prescriptivo o normativo para configurar
éticamente nuestra propia existencia.

Fenomenología de la experiencia del orden moral.
Unidad II:
La persona humana y su obrar. El fin último del hombre. El bien moral y la felicidad. Fuentes de la moralidad
del acto humano: objeto, fin y circunstancias. Libertad y responsabilidad. La vocación del hombre.

La persona humana y su obrar7.
1. El sentido de la libre afirmación práctica del propio ser
Entiendo que el hombre es capaz de un comportamiento moralmente calificable, de una conducta
éticamente recta o éticamente torcida, en la medida de que es capaz con sus hechos (no solo de un modo
teórico) de afirmar su ser o negarlo. Uno puede renegar de su ser. Y ambas cosas libremente. El hombre puede
actuar en conformidad con su ser o en disconformidad con el.
6
7
Milán Puelles. Ética y realismo.
Milan Puelles. Cap. I.
4
Y porque el hombre tiene una naturaleza es posible decir que él se comporta humana o inhumanamente,
según actúe, en el ejercicio de su libertad, de un modo coherente con su ser de hombre o de un modo
incoherente con él.
Esto abre el camino par una interpretación del obrar éticamente recto como la forma práctica de asumir
libremente nuestra propia naturaleza.
“El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es” (Camus). ¿Cómo es eso posible? Primero,
porque tiene un determinado ser. Para negarse a ser lo que es, es menester que sea algo, frente a lo que dicen
el existencialismo y el historicismo, que postulan que el hombre se hace a sí mismo a medida que va viviendo.
De alguna manera yo me hago a mi mismo. Sí, pero me hago a mi mismo sobre la base de que ya soy. Una
vez que existo, haciendo uso de mi libertad, evidentemente me voy configurando, pero me voy configurando
desde mi realidad de ser humano, de ser que tiene la naturaleza humana, una de cuyas dimensiones
fundamentales, es tener libertad en el sentido de libre arbitrio.
Las exigencias de la naturaleza humana al hombre, no dejan de ser exigencias, pero no son enteramente
constrictivas, ya que cabe volverse contra ellas.
2. La naturaleza humana como instancia moral de apelación
¿Puede el hombre negar prácticamente su ser? Sí, por ejemplo, con el suicidio deliberado.
También hay otro ejemplo que se encuentra en la expresión de Santo Tomás “actuar contra natura”. Según
Santo Tomás, esta expresión tiene 2 sentidos: un sentido muy estricto, que se refiere al tipo de falta o de
pecados gravísimos en el ejercicio de la homosexualidad. Este es el sentido más estricto, pero en realidad, todo
pecado es actuar contra natura, contra la propia naturaleza humana, ya en uno mismo, ya en otro hombre (por
ejemplo: la tortura).
Entendemos por inhumano la negación de la práctica de lo humano: la tortura es inhumana en la medida de
que un hombre niega su propio ser desentendiéndose de la identidad específica que ese hombre tiene con él.
Considera que el otro es hombre también y aún así lo maltrata.
En el fondo, toda conducta inmoral, es una degradación. Y, por el contrario, toda conducta moralmente
correcta es una libre afirmación de nuestro ser de hombres.

El fin último del hombre8.
La verdadera felicidad no es sentir placer por cualquier cosa.
Una ética realista en sentido práctico es una ética que admite y reconoce normas practicables. Las normas
no se realizan. Se realzan los actos de cumplimiento de las normas.
Hay tres cosas que considera condiciones para una ética realista:
 El amor de sí mismo;
 La búsqueda de la felicidad;
 Y el placer.
Estas condiciones las toma contra una reacción contra Nietzsche que acusa al cristianismo y al aristotelismo
de ser antivital, que buscan que el hombre se desprecie a sí mismo, de que quitan esa tendencia natural y vital
del hombre de ir hacia la felicidad y la búsqueda del placer.
Pues bien, el amor de sí mismo es una cosa natural e inevitable, de manera que toda norma ética que vaya
en contra eso es una norma que no se puede cumplir. Amor de sí mismo y egoísmo no son lo mismo. El
egoísmo es el amor de sí mismo que excluye el amor a los demás.
No hay que confundir el ordenado amor de sí mismo con el amor desordenado de sí mismo tampoco.
¿Cómo se podría prescribir amar al prójimo como uno a sí mismo se ama? “Como a uno mismo” no quiere decir
con la misma intensidad dice Santo Tomás. Quiere decir “del mismo modo”. ¿Cómo me quiero yo a mi mismo,
como medio o como fin? Como fin. Pues trata así a los demás. Ve en los demás no simples medios para ti, sino
seres que tienen una finalidad en sí mismos.
8
Milan Puelles.
5

El bien moral y la felicidad9.
Por otro lado, es inevitable la búsqueda de la felicidad. Entonces el cumplimiento de los valores morales (del
deber por el deber) ¿no es algo que en definitiva excluye la felicidad? En absoluto. El deber es un bien. El deber
moral (el deber en el sentido estricto), es un bien. Y por tanto, como tal, es amable aunque sea duro.
El deber es lo honesto en su más primaria significación. Lo honesto es lo valioso en sí mismo.
El ideal de la felicidad es perfectamente encajable con la búsqueda del deber. No porque “deber” sea igual a
“felicidad”, sino porque es una parte de la tendencia hacia la felicidad. La tendencia a la felicidad es incluyente
del cumplimiento del deber.

Fuentes de la moralidad del acto humano: objeto, fin y circunstancias.
En la experiencia más elemental del ser humano se produce un fenómeno que conviene señalar: sabe que
obra bien o que obra mal, que sus acciones son buenas o malas. ¿Cómo lo sabe? Se lo dice la conciencia, esa
voz interior que avisa: hay que hacer el bien y evitar el mal. Pero la conciencia no hace más que traducir la
convicción previa de que tenemos grabada en lo profundo una ley, a la que debemos someternos; de modo
que, si obramos de acuerdo con ella, abramos bien; y si la contradecimos, obramos mal.
Con el fin de tener a mano un criterio claro y sencillo, los autores consideran que la moralidad depende del
objeto, el fin y las circunstancias:
El objeto elegido, que es aquel bien hacia el que tiende la voluntad, pudiendo decirse que es la materia del
acto humano. Y es que hay cosas que son buenas por sí mismas y cosas que son malas de suyo, es decir,
siempre. Por ejemplo, quitar la vida a un inocente siempre será un crimen, aunque se quiera disimular con
eufemismos hipócritas; por el contrario, adorar a Dios es un acto bueno en sí mismo.
El fin o la intención del acto puede modificar la moralidad agravando o disminuyendo la cualidad buena o
mala de un acto; y afirmando con claridad que lo que es malo no puede volverse bueno, sean cuales sean las
circunstancias.
Por tanto, para que un acto sea moralmente bueno es preciso que sea bueno el objeto, el fin y las
circunstancias; si es mala alguna de estas tres cosas, el acto es malo. Erraría, pues, quien juzgase de la
moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira, o las circunstancias (ambiente,
presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.). Hay actos que -por sí y en sí, independientemente de las
circunstancias y de la intención- son gravemente ilícitos por razón de su objeto; por eso la moral afirma
rotundamente que nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien.

Libertad y responsabilidad.

La vocación del hombre10
Unidad III:
Norma de la moralidad. La ley moral. La ley eterna. La ley natural, fundamento de toda ley humana. Ley y
autoridad. Promulgación de la ley. La obligación. La norma próxima de la moralidad. La recta razón. La
conciencia psicológica y la conciencia moral. Persona y bien común. Fin de la sociedad política. Responsabilidad
profesional del docente.

Norma de la moralidad11.
9
Milan Puelles.
Ver texto aparte de Mandrioni.
11 Leonard.
10
6
La normatividad de la moral puede entenderse en dos sentidos muy diferentes:
 Es posible, en primer lugar, entenderla en el sentido mismo en que el positivismo acepta la
existencia de una arte moral racional que indica las vías de la felicidad individual y colectiva en base a
los datos que ofrece la ciencia de las costumbres: “Si quieres ser feliz, la experiencia moral de la
humanidad te sugiere ciertas pistas y te desaconseja otras”.
Un ejemplo típico de éste género de moral es la doctrina de Epicuro (341 – 270 a. C.): “Si quieres
obtener el máximo de placer en esta vida, muéstrate moderado”.
Una moral semejante propone ciertamente una norma de conducta, pero se trata de una norma
condicional, es decir, sometida a una condición: “Si quieres…”. Es lo que Kant traduce en su jerga cuando
habla de “imperativo hipotético”, lo que es estrictamente sinónimo de “norma condicional”.
El imperativo hipotético es lo máximo que puede alcanzar el positivismo en materia de normatividad.
 En esta segunda concepción de la normatividad, la ciencia moral define y prescribe el obrar que
conviene al hombre absolutamente e incondicionalmente. Ordena: “debes absolutamente obrar o no
obrar de cual o tal manera, porque en ello está tu deber incondicional”. Una moral categórica, es, pues,
una moral que prescribe lo que está bien absolutamente hablando.
Nuestra reflexión podrá de manifiesto que este rigorismo kantiano ha de matizarse: entre el bien moral y la
búsqueda de la felicidad no hay por qué establecer un antagonismo. De hecho, una verdadera felicidad, es
decir, una felicidad digna del hombre, ha de incluir el cuidado por el bien moral. Y a la inversa, hay razones para
creer que la moral contribuye a hacer feliz al hombre.
Así, por su inteligencia, el hombre, a diferencia del animal, no está abierto a tal o cual objeto o al conjunto
de los objetos; se halla infinitamente abierto a toda realidad, e incluso a todo sentido simplemente posible.
Hay además otra razón: el espíritu humano no llegará nunca a saciarse mediante la suma de conocimientos,
por grande que sea. Aspira siempre a más y se lanza a nuevos horizontes. Sólo la verdad plena del ser mismo,
sólo la plenitud del ser subsistente podría llenarle totalmente.
Lo mismo vale para su voluntad, y esto es lo que nos importa aquí. El deseo humano, a diferencia del
apetito animal, no está limitado en su dinamismo a determinados fines. Se orienta, de forma absoluta, hacia lo
único que es capaz de saciarlo, a saber, la bondad, no de tal o cual bien o conjunto de bienes, sino del ser
mismo en su totalidad.

La ley moral12.
Entre la normal y la ley no hay identidad de significado. En realidad, la ley prescribe porque dirige, y si el
carácter imperativo de la ley saca de la voluntad su peso y dinamismo motor, es la razón la que la justifica: la
ley es, ante todo, un hecho de razón. La ley es una norma prescriptiva; pasamos, pues, con la ley, de la noción
de norma puramente reguladora a la de norma imperativa.
Definición:
La ley es una ordenación de la razón con miras al bien común, promulgada por el que tiene a su cargo la
comunidad.
La ley, “ordinatio rationis”:
La ley proviene de la razón, de la que es un dictamen. En este caso, la ley es la expresión racional de una
idea, por así decir, ciega inmanente a los fenómenos en forma de tendencia, de afinidades, de propiedades, de
estructuras. Esta “idea directriz” inmanente a la realidad puede llamarse ley. En este primer sentido y en el
doble aspecto que acabamos de señalar, el concepto de ley no tiene aún la plenitud de su significación. En
rigor, sólo se puede hablar de ley cuando ésta se convierte en idea directriz por el conocimiento que de ella se
adquiere; lo cual es el privilegio del ser racional.
12
Simón.
7
La ley, que es regla y medida, puede hallarse en un ser bajo dos formas diferentes:
En el primer caso, precisamente, este dictamen de la razón del que acabamos de hablar; en el segundo caso,
sólo se podrá hablar de ley en una sentido impropio: todo fenómeno tiene su ley en el sentido estricto de la
palabra, no en la cosa misma, en la que existe bajo forma de “tendencia” ciega, ni siquiera en el espíritu del
sabio que la formula, sino en el espíritu del autor de la naturaleza. La ley propiamente dicha pertenece al orden
de la razón.
Razón y voluntad: concebir la ley como un hecho de razón no significa que la voluntad esté ausente de ella:
la ley es a la vez obra de la razón y de la voluntad. La influencia del acto de la razón se prolonga en el acto de la
voluntad y recíprocamente. Pero este acto de razón está cargado del dinamismo voluntario de la intención y de
la elección.
Su elemento dinámico le viene de la voluntad de legislador vuelta hacia el bien común que debe procurar;
su valor director (esencial) le viene de la razón. Por tanto, la ley expresa, ante todo, un orden de razón, si por
orden queremos designar la “dirección a seguir”.
La ley es lo que es porque es una regulación de la razón. Una ley que procediera de la sola voluntad del
legislador, no tendría de ley más que el nombre y, en el fondo, sería la expresión de un poder tiránico.
La ley, “ordinatio rationis ad bonum commune”:
Llegamos ahora al segundo elemento de la ley, el bien común: Rousseau define la ley por la universalidad de
la voluntad de la cual procede y por la del objeto que dicta, o también por la universalidad de la forma y de la
materia.
Todo depende evidentemente del contenido que se dé a la noción de bien común y de la concepción que se
tenga de las relaciones del bien común con los miembros del cuerpo político.
Santo Tomás nos dice que no es una diferencia de magnitud o de masa la que distingue el bien común del
bien privado, sino una diferencia formal, análoga a la del todo y de la parte.

La ley eterna13.
La primera y la más noble de las leyes es la ley eterna. Como el fin responde al principio, Dios, creador y
principio del universo, es también su fin último. Dios gobierna al mundo y la ley de su gobierno no es otra que
la ley eterna.
Identificándose dicha ley con la razón divina, es Dios mismo. Es, pues, eterna e incognoscible en sí misma,
como todo lo que pertenece a Dios. El único conocimiento que podemos tener de ella es un conocimiento
refractado por la impronta que deja la criatura. Es “la ley de las leyes”; todas las demás derivan y extraen de
ella, en último análisis, su santidad y la obligación que implican.

La ley natural, fundamento de toda ley humana14.
De la ley eterna deriva en primer lugar la ley natural.
¿Qué es la ley natural?: La ley natural es la participación del hombre en la ley eterna. Ante todo, la ley
natural es una participación de la ley eterna. Por otra parte, toda ley que pueda considerarse desde dos puntos
de vista: en el legislador que la decreta, en el súbdito que la aplica o participa de ella. Toda criatura participa a
su manera de la ley eterna.
En esta participación de la ley eterna hay que distinguir dos casos. O bien la participación en simplemente
material, en el sentido de que el ser está sometido a la ley sin conocerla, que las finalidades de su naturaleza
determinan el sentido de su actividad sin que llegue a tener conciencia de estas finalidades. Son leyes en el
13
14
Simón.
Simón.
8
sentido impropio del término. O bien la participación es formal: la ley no es ya solamente la regla inmanente y
creada de la actividad: es la finalidad consciente de sí misma o mejor, la expresión por la razón de las
finalidades esenciales del ser racional. Es esta participación formal, por la que el mismo hombre se convierte en
su propia providencia, la que se llama ley natural. Por tanto, es una participación espiritual de la ley eterna en
la criatura racional.
La ley humana: Por debajo de la ley natural, se halla la ley humana, obra del legislador humano con miras al
bien común de la sociedad perfecta, que es el Estado.
De los preceptos muy generales de la ley natural, es necesario descender, por vía de razonamiento, a
preceptos más particulares y más adaptados a las circunstancias. La ley humana se presenta, pues, como una
particularización de la ley natural, indispensable para que ésta pueda adaptarse al entorno móvil y variable de
la realidad humana.
La ley humana se deriva de la ley natural. En efecto, la ley humana es una ley auténtica porque es justa. Y es
justa en la medida en que obtiene su rectitud de la regla de la razón. Y la primera regla de la razón es la ley
natural. La ley humana debe, pues, evitar la arbitrariedad. Sólo la evitará si, de una forma u otra, es conforme a
las exigencias de la razón que se expresan en la ley natural.
Pero esta derivación puede hacerse de dos maneras. Una es por modo de conclusión, y en este caso, el
modo de derivación es semejante al de las ciencias especulativas. Se procede, hablando con propiedad, por
razonamiento y deducción.
La otra derivación se hace por determinación. La generalidad de la ley natural se presenta entonces como
una especie de esquema que deja una libertad más o menos grande en el empleo de los medios para realizar
sus exigencias: medios contingentes que no encierran un vínculo necesario con los postulados de la ley natural.
La ley humana no tiene valor sino por su relación con la ley natural En el primer caso, la obligación de
obedecer a la ley es una consecuencia directa de su vínculo intrínseco con la ley natural. En el segundo caso, la
obligación proviene, sin duda, en primer análisis, del precepto mismo.

Ley y autoridad15.
Tercer elemento de la definición de ley: la autoridad. Pues su la ley es una ordenación de la razón con miras
al bien común, se plantea inmediatamente la pregunta: ¡de qué razón se trata? Con mayor precisión, ¡de la
razón de quién?
a. Empecemos determinando la naturaleza de la autoridad y, con este fin, distinguiendo poder y
autoridad. Según Maritain, la autoridad es “el derecho de dirigir y mandar, de ser escuchado y obedecido por
otros”; el poder es “la fuerza de que se dispone y con la ayuda de la cual se puede obligar a otro a escuchar y a
obedecer”. “La autoridad exige el poder”, dice también Maritain. Emplearemos aquí el término de autoridad en
unión con el poder.
b. Definir así la autoridad equivale a fijar sus límites y su extensión. En efecto, están determinados por la
naturaleza del bien común, puesto que la autoridad no tiene otra razón de ser que la de dirigir hacia el fin
común a los miembros de la sociedad.
c. Con esto se ve hasta qué punto es necesaria la autoridad. La unión activa de los miembros de la
sociedad con miras al bien común implica, en efecto, la existencia y el ejercicio de una autoridad que sea capaz
de asegurar esta unidad y de dirigir hacia un mismo fin común las personas y los grupos que integran el cuerpo
social. Puede afirmarse, pues, que, siendo el hombre social por naturaleza, “la relación de autoridad será de
derecho natural”.
Un problema más delicado es el del origen y del detentador de la autoridad. Ningún hombre tiene, por su
naturaleza humana, el derecho de dirigir y gobernar a los demás. Todo lo que puede decirse es que la
naturaleza humana, porque es social, postula que la autoridad sea ejercida por alguien con miras al bien común
15
Simón.
9
a realizar. De donde parece legítimo concluir que el detentador de la autoridad es el pueblo o quien soporta la
carga de la comunidad.
Precisemos diciendo que en la sociedad política, la autoridad está en el pueblo, reside en él, en el sentido de
que el derecho de gobernar le pertenece de una manera inherente y permanente. En los cuerpos políticos
modernos el derecho de gobernarse y de mandar raramente es ejercido por el pueblo como tal (referéndum);
se confiere este derecho a representantes del pueblo. De este modo los representantes del pueblo tienen una
función “vicariante”, expresión de Maritain, y en la medida que ejercen esta función vicariante con miras al
bien común “detentan verdaderamente el derecho de mandar y ser obedecidos”. Por tanto, los gobernantes
están investidos de “esta misma autoridad y de este mismo derecho de gobernar que, por esencia, radica en el
pueblo”.
Pero si la autoridad reside en el cuerpo político y en sus representantes, es más, si reside en quien tiene la
carga de la comunidad, en último análisis, procede de Dios. Que tenga en Dios su fuente es más evidente si se
piensa que el poder de gobierno no es más que una participación del gobierno divino. Así pues, Dios o la ley
eterna son el fundamento y la fuente de toda autoridad.

Promulgación de la ley16.
El último elemento de la ley es su promulgación. Para que la ley pueda convertirse en regla y medida de la
acción y obligar en conciencia al súbdito, es necesario que sea conocida. La función de la promulgación consiste
principalmente en hacer llegar a la ley al conocimiento de los miembros de la comunidad.

La obligación.

La norma próxima de la moralidad.

La recta razón17.
Santo Tomás consideraba que la razón humana es la regla próxima y homogénea de la voluntad. Regla
significa criterio o unidad de medida. Regla moral es el criterio que mide la rectitud de nuestros juicios y actos
morales. Regla próxima quiere decir regla que está en el mismo sujeto del acto y de su principio inmediato (la
voluntad), sin que nada se interponga entre ellos. La expresión “regla homogénea” quiere poner de manifiesto
que la regla y lo reglado tienen la misma índole: tanto la razón como la voluntad son realidades espirituales
(racionales) y creadas.
El papel de la recta razón en la constitución del valor moral presuponía, además, que la razón es un criterio
y un punto de referencia objetivo. A ello alude el adjetivo “recta”, La razón recta es obviamente la facultad
cognoscitiva racional de la persona humana, pero la recta razón no se identifica siempre con el juicio que una
determinada persona formula acerca de lo que ella va a hacer o ha hecho (juicio de la conciencia), o acerca de
un comportamiento considerado en general. Estos juicios pueden ser verdaderos o falsos, son falibles, mientras
que la regla o el criterio objetivo de medida es infalible, siempre recto.
Una acción conforme a la recta razón es una acción verdaderamente virtuosa.
Sin embargo, y aquí reside la dificultad, la recta razón es el dictamen de la razón humana que presenta una
acción como virtuosa, y no de una especie de razón impersonal a la que cabría acudir para comprobar la
exactitud de un juicio. Entonces ¿en qué sentido la razón es medida objetiva?
La razón errada no es razón. La recta razón es lo que la razón humana dictamina de suyo acerca de una
acción, es decir, la recta razón es el dictamen obtenido cuando la razón procede correctamente (sin error de
16
17
Simón.
Simón.
10
razonamiento) según las leyes, los principios y los fines que son propios de la razón moral en cuanto tal, sin
interferencias ni presiones de ningún tipo. La recta razón es, podríamos decir, la razón práctica que obra según
la legalidad propia o, si se prefiere, es la razón práctica que puede reconocerse enteramente a sí misma tanto
en su modo de proceder como en sus principios y en sus conclusiones.

La conciencia psicológica y la conciencia moral18.
La ley moral:
Considerando el término en su acepción corriente y previamente a toda determinación de carácter
filosófico, podemos y debemos decir que la conciencia moral se impone como un hecho, que se experimenta
en el remordimiento, el arrepentimiento o, por el contrario, en la alegría moral. Se manifiesta también bajo los
rasgos de la obligación.
Conciencia psicológica y conciencia moral:
La naturaleza de la conciencia moral no se identifica con la conciencia psicológica si se define esta última
como la presencia de sí mismo a sí mismo. La primera expresa juicios de valor; la segunda es una forma de
conocimiento. La conciencia ética censura o aprueba después de la acción; obliga, prescribiendo o prohibiendo,
antes de la acción. La conciencia psicológica no se compromete: es un “testigo que observa”; la otra, un “juez
que aprecia”.
La lucidez de la conciencia psicológica no sólo basta para crear la conciencia moral, no sólo lo hace posible,
pues con la desaparición de la primera desaparecería también la segunda, sino que aparece, en cierto sentido,
como el despertar de la conciencia moral, o mejor, como incitación dirigida a ésta última. En efecto, la mirada
que la conciencia psicológica dirige a sí misma, la aprehensión del acto humano en la libertad que le da el
nacimiento, revelan al agente moral su responsabilidad.
La dependencia por otra parte, es recíproca. La lucidez de la conciencia psicológica no es sólo la mirada del
espectador imparcial; la misma mirada puede proceder de una intención de lucidez.
Teóricamente clara, la distinción entre ambas conciencias es menos sencilla en concreto por razón de las
constantes interferencias. Es, sin duda, fácil atribuirse la paternidad de un acto determinado, si se toma la cosa
en su materialidad. Es más difícil descubrir las intenciones, medir la responsabilidad, apreciar el grado de
libertad. La afectividad culpable puede arrastrar por la pendiente del error a la conciencia moral, y ésta puede,
a su vez, falsear la mirada de la conciencia psicológica.
¿Qué es la conciencia moral?:
La conciencia moral es primeramente un acto.
Si acudimos a la definición nominal, la palabra conciencia indica la aplicación de un conocimiento a un caso
particular, aplicación que, evidentemente, es un acto.
Santo Tomas dice que la conciencia testifica, obliga y juzga.
En primer lugar, atesta que soy el autor de un acto determinado presente, de tal conducta pasada.
Reconoce pues, la intervención de mi libertad en el compromiso o la abstención. Este testimonio pertenece a la
conciencia psicológica.
En segundo lugar, la conciencia moral obliga, en el presente o de cara al futuro, prescribiendo o
prohibiendo. Manifiesta de este modo, al nivel de las situaciones existenciales, las cuasi – coacción que ejerce
la visión de la ley y del valor moral sobre la voluntad.
En tercer lugar, engloba un juicio de valor: manda o prohíbe porque reconoce en este acto que hay que
realizar o evitar la presencia o la ausencia del valor moral. La conciencia moral juzga en el sentido que aprueba
o desaprueba el acto que he realizado. Puede hacerlo en forma de un juicio explícito o del contentamiento
moral o del remordimiento.
En los tres casos la conciencia es un acto.
18
Simón.
11
El acto de conciencia es el punto de convergencia de múltiples hábitos de conocimiento. La conciencia es el
acto terminal de un proceso discursivo que parte de una mayor universal y concluye, después de intervenir una
menor singular, con una afirmación (o negación) referida a un caso particular.

Persona y bien común19.
El bien común no es ni la simple suma de los bienes particulares ni la absorción de los mismos en provecho
de aquel: En bien común no es la suma pura y simple de los bienes particulares. Una suma de bienes
particulares podría llegar a un equilibrio de intereses, suponiendo que sea posible este equilibrio sin fin ni
dirección común. “El bien común resulta principalmente de la adquisición de bienes propios”; pero es más que
su suma, y el término de “adquisición” sugiere principalmente otra cosa, pues implica la organización alrededor
de un principio de unidad.
Por otra parte, el bien común no puede ser concebido como la absorción de los bienes propios en una masa
indivisa a la manera de un todo que se subordinara completamente a las partes. El bien común es un bien
humano. Y, como tal, esta esencialmente al servicio de la persona humana. Por tanto, no se puede invocar la
primacía del bien común para desconocer o negar el valor de los bienes individuales.
Los caracteres del bien común: Considerado en su aspecto material o, si se quiere, en su contenido (y nos
referimos ante todo, al bien común del cuerpo político), el “el conjunto de los bienes necesarios a la vida
humana”, tanto materiales como espirituales, “organizados entre sí de forma que constituyan un clima que
ofrece al individuo los medios de realizar su vocación humana”. Considerado desde este ángulo, el bien común
no comprende solo los bienes estrictamente públicos, sino también los mismos bienes propios en cuanto están
coordinados por el aparato político.
En otros términos, si designamos, con Janssens, con el término de “cultura objetiva” “el conjunto de
creaciones objetivas del mundo”, y con el de “cultura subjetiva” “el desarrollo de las diversas posibilidades del
sujeto humano”, diremos que el contenido del bien común está formado a la vez por las riquezas de la cultura
objetiva (ciencia, técnica, bienes económicos, arte, lenguaje, etc.) y por las riquezas de la cultura subjetiva de
los miembros de la sociedad.
Considerado en su aspecto formal, el bien común no es otra cosa que el orden que coordina, ajusta los
diferentes bienes entre sí y los orienta hacia la constitución de un clima favorable para el desarrollo de la
persona humana. El bien común, formalmente considerado, es esta misma organización.
Y eso nos lleva a señalar un tercer carácter del bien común: bien común y bien propio no se oponen.
Para captar mejor la relación recíproca del bien común y del bien propio, indiquemos en pocas palabras los
caracteres de la noción de persona: lo propio de la persona es ejercer en sí y para sí su existencia, y esto de
forma tan profunda y exclusiva que, a este nivel, toda participación o toda comunicación son imposibles. Pero
al mismo tiempo, la persona humana, a la vez cuerpo y espíritu, por razón de su misma espiritualidad es
apertura a Dios, al otro y al mundo.
Con esto se ve que el hombre no puede ser lo que es y no es capaz de realizar las promesas que lleva
inscriptas en las estructuras ontológicas que le definen como persona, sino realizándose en sociedad, en la
perspectiva de una tarea común. La sociabilidad es un rasgo de la naturaleza, no un simple accidente que
sobrevive al hombre, más o menos feliz o desgraciado, según las teorías.
En esta perspectiva utilizaremos de nuevo la distinción entre cultura objetiva y subjetiva para formular las
relaciones del bien común y del bien propio. Si convenimos en llamar bien común al conjunto de las riquezas de
la cultura objetiva y de las riquezas de la cultura subjetiva de los miembros de la sociedad, estas relaciones se
establecen a un doble nivel. Al nivel de la cultura objetiva, una reciprocidad de intercambios se establecerá
entre los bienes objetivos de civilización que la persona hallará y con los que alimentará su propio desarrollo, y
la perfección subjetiva que aportará, a su vez, al patrimonio común irremplazable riqueza debida a la
originalidad propia y a la iniciativa libre de la persona. Al nivel de la cultura subjetiva, surgirá una promoción
19
Simón.
12
recíproca de la misma naturaleza, ya que el enriquecimiento subjetivo no es posible sino tendiendo al
enriquecimiento de todos.

Fin de la sociedad política.

Responsabilidad profesional del docente.
Unidad IV:
Las virtudes. Hábitos buenos conforme a la naturaleza humana. Su necesidad. Formación. Desarrollo. Las
virtudes intelectuales y morales. La prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Las virtudes
La dimensión moral de la persona incluye la vivencia de las virtudes morales. Una virtud es un buen hábito.
Una persona virtuosa es una persona buena, habitualmente buena, tiene costumbres buenas, se porta bien. Si
las virtudes teologales tienen que ver con Dios directamente- son la fe, la esperanza, la caridad; las virtudes
morales son formas de ser y vivir habitualmente bien, que forman la fisonomía de una persona buena, pero no
tienen que ver directamente con Dios. Son virtudes humanas que componen lo que llamaríamos una buena y
auténtica mujer. Si se quiere formar una personalidad íntegra, hay que trabajar en el cultivo y formación de
estas virtudes.
“Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea
virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8).

Hábitos buenos conforme a la naturaleza humana
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien que permite a la persona no sólo realizar actos
buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende
hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. “El objetivo de una vida virtuosa consiste en
llegar a ser semejante a Dios”.
Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del
entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra
conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena.
El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.

Su necesidad. Formación. Desarrollo
Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos
moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.

Las virtudes intelectuales y morales20
Siendo la virtud de dos especies, una intelectual y otra moral, aquella resulta casi siempre de una enseñanza
a la que debe su origen y su desenvolvimiento; y de aquí nace que tiene necesidad de experiencia y de tiempo.
En cuanto a la virtud moral nace más particularmente del hábito y de las costumbres; y de la palabra misma
hábito, mediante un ligero cambio, procede el nombre de moral que hoy tiene.
20
Aristóteles, Ética a Nicómaco.
13
Basta esto para probar claramente que no hay una sola de las virtudes morales que exista en nosotros
naturalmente. Jamás las cosas de la naturaleza pueden por efecto del hábito hacerse distintas de lo que ellas
son: por ejemplo, la piedra, que naturalmente se precipita hacia el suelo, nunca podrá adquirir el hábito de
ascender hacia arriba, aunque un millón de veces se la lance en este sentido; el fuego, no irá hacia abajo, y no
hay un sólo cuerpo que pueda perder la propiedad que tiene por naturaleza, para contraer un hábito diferente.
Así, pues, las virtudes no existen en nosotros por la sola acción de la naturaleza, ni tampoco contra las leyes
de la misma; sino que la naturaleza nos ha hecho susceptibles de ellas, y el hábito es el que las desenvuelve y
las perfecciona en nosotros. Además, con respecto a todas las facultades que poseemos naturalmente, lo que
llevamos desde luego en nosotros es el simple poder de servirnos de ellas; y más tarde es cuando producimos
los actos que de las mismas emanan. Lejos de esto, no adquirimos las virtudes sino después de haberlas
previamente practicado.
Toda virtud, cualquiera que ella sea, se forma y se destruye absolutamente por los mismos medios y por las
mismas causas que uno se forma y desmerece en todas las artes. Si el arquitecto construye bien, es un buen
arquitecto; es malo, si construye mal. Si no fuese así, nunca habría necesidad de maestro que enseñara a obrar
bien, y todos los artistas serian siempre y de primer golpe buenos o malos. Lo mimo absolutamente sucede
respecto a las virtudes. A causa de nuestra conducta en las transacciones de todos géneros que intervienen
entre los hombres, aparecemos unos justos y otros inicuos. A causa de nuestra conducta en las circunstancias
peligrosas, y después que contraemos en ellas hábitos de flojedad o de firmeza, nos hacemos unos valientes,
otros cobardes.
Lo mismo sucede también con los resultados de nuestras pasiones o de nuestros arrebatos entre los
hombres; los unos son moderados y dulces, los otros son intemperantes y dados a excesos, según que estos se
conducen de tal manera en determinadas circunstancias, y que aquellos se conducen de una manera contraria;
en una palabra, las cualidades sólo provienen de la repetición frecuente de los mismos actos. He aquí cómo es
preciso dedicarse escrupulosamente a practicar solamente actos de cierto género; porque las cualidades se
forman según las diferencias mismas de estos actos y siguen su naturaleza. No es pues de poca importancia
contraer desde la infancia y lo más pronto posible tales o cuales hábitos; por el contrario, es este un punto de
muchísimo interés, o por mejor decir, es el todo.

La Prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza
La prudencia
La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero
bien y a elegir los medios rectos para realizarlo: “El hombre cauto medita sus pasos” (Prov 14, 15). La prudencia
es la regla recta de la acción, escribe Santo Tomás (Suma de Teología II-II, 47, 2), siguiendo a Aristóteles. No se
confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es la prudencia quien guía
directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio.
Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas
sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
El bien presupone la verdad y la verdad presupone el ser. Esto quiere decir que la realización del bien exige
el conocimiento de la realidad.
La prudencia nos ayuda a "vivir la verdad en nuestra vida". Es esa disposición de nuestro espíritu,
conscientemente formada, que nos inclina a escoger siempre el bien y, además, a atinar en la elección del
mismo, en las circunstancias en las cuales no aparece tan claro cuál es el bien.
Nos es indispensable adquirir esta virtud y practicarla en nuestra vida, especialmente si queremos aspirar a
la vida espiritual, a la santidad. La prudencia requiere un gran espíritu de reflexión: quien no es capaz de
analizar los problemas y valorar el bien y el mal en ellos, no puede tomar decisiones prudentes.
Es indispensable no dejarse llevar por las impresiones provocadas por los sentimientos y las pasiones. En
todos los aspectos de la vida es indispensable obrar con prudencia, y evitar, en la medida de lo posible,
opciones equivocadas, provocadas por los engaños de las pasiones, de los sentimientos, o del egoísmo.
14
La prudencia requiere muchas cualidades y virtudes. No se reduce a una capacidad de reflexión. Es muy
importante lo que podríamos llamar la "afinidad con el bien". Es decir, ser hombres que practican siempre el
bien, no sólo que conocen el bien, sino que están acostumbrados a practicarlo. Esta es una cualidad de la
voluntad, que acostumbra optar por el bien. El que habitualmente obra según el bien, según la ley de Dios,
adquiere una mayor afinidad, una predisposición natural de la voluntad hacia lo que es bueno.
La Justicia
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que
les es debido. La justicia para con Dios es llamada la virtud de la religión. Para con los hombres, la justicia
dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que
promueve la equidad respecto a las personas y al bien común.
El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de
sus pensamientos y de su conducta con el prójimo.
La justicia busca dar a cada uno lo que le corresponde, en todos los órdenes de la vida y del bien. El justo
busca lo que es correcto, sin parcialidades, sin egoísmos. Esta virtud implica un gran desprendimiento de sí,
una gran objetividad y una actitud a salir de uno mismo, para buscar y realmente otorgar lo que es correcto a
los demás. Por eso se dice en la Biblia que esta virtud es muy propia de Dios, porque Dios no es egoísmo, sino
Bien verdadero, no es capricho, sino Verdad.
La justicia es básicamente la actitud de buscar el bien verdadero y objetivo de los demás. Y supone salir de
uno mismo, no pensar en la propia ventaja. Esta actitud nos permitirá ver con objetividad también lo que nos
corresponde a nosotros. Así la justicia es realmente "vivir la verdad en la vida", y es la base fundamental
para "vivir todo por amor".
Aunque la justicia no agota el amor, tal como la hemos presentado, es actitud indispensable para el amor.
Solamente un corazón desprendido de sí, abierto a los demás y dispuesto a entregar lo que le corresponde,
tiene la capacidad de amar, entregando aún más de lo que es debido. El amor se construye sobre la justicia y es
una continuación de la misma actitud de procurar el bien de los demás (querer bien), incluso una superación
hacia más; de lo contrario el amor corre el riesgo de ser un afecto impregnado de egoísmo (que se puede
manifestar en querer poseer indebidamente al otro, en autocomplacencia, deseo de ser considerado, sentirse
indispensable, humanitarismo vanidoso del que quiere sentirse realizado, etc.).
La actitud de justicia es sin duda también un don de Dios, que se ve iluminado por el don de la caridad
sobrenatural. Las virtudes sobrenaturales colaboran sobremanera a la práctica de la virtud de la justicia y, a la
vez, el hombre justo es el más indicado para recibir las virtudes sobrenaturales y el don de la santidad.
La fortaleza
La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del
bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud
de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las
persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa
justa. La fortaleza implica mantener el ánimo en los momentos difíciles, seguir adelante a pesar de la tristeza y
del abatimiento.
La fortaleza es una virtud humana directamente relacionada con la voluntad, y por lo tanto se refiere a ese
gran principio que explicábamos antes: "vivir todo por amor". El bien tiene ese gran privilegio de que no se
impone y se tiene que realizar libremente, por amor. Y el bien no es una norma teórica, sino que siempre es el
bien de alguien: de Dios, de algún hombre, de muchos, de sí mismo. Querer el bien, es querer el bien de
alguien, es amar. El mismo lenguaje en muchos idiomas identifica el verbo "amar", con la expresión "querer
bien"; "te amo", se dice también "te quiero bien".
Nuestra libre voluntad opta por el bien, es decir se compromete a amar de verdad.
La fortaleza es la virtud propia de la voluntad que permite conseguir el bien concreto (es decir, amar a Dios
y al prójimo) en medio de las dificultades y a pesar de lo arduo que pueda ser.
15
Para la fortaleza hay que saber implicar todo el potencial pasional que, bien encauzado, es la fuerza anímica
de la que disponemos, tanto para evitar el mal y el peligro, cuanto para enfrentar la dificultad y el enemigo y
para alcanzar el bien arduo. Sacar a relucir esos resortes pasionales que todos tenemos y encauzarlos bien, es
signo de una personalidad muy rica, que actúa con fortaleza.
Por último quisiéramos recalcar que la fortaleza es mayor, y probablemente es posible hasta el heroísmo,
cuando hay un gran amor.
La templanza
La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de
los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites
de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción
y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón” (Si 5,2; cf 37, 27-31).
La templanza es la virtud cardinal que se refiere al dominio de las potencias pasionales, es decir todo lo que
se refiere a la fuerza de actuación que reside en nuestra psicología y nuestra alma: fuerza pasional tanto
corporal, como psíquica y espiritual.
Probablemente es la menos llamativa, pero rinde un servicio indispensable para garantizar la verdadera
libertad de la persona, y poder "vivir todo por amor". La templanza es indispensable para la prudencia y
soporte para la fortaleza.
La fuerza pasional, como los múltiples aspectos de la personalidad, está sometida al desorden causado por
el pecado original, y con frecuencia la persona puede experimentar impulsos, propensiones hacia lo que no es
bueno y desviaciones a pesar de ver el camino correcto. Se requiere lograr un dominio y un equilibrio
voluntario, conquistado por el querer consciente del individuo.
En este esfuerzo no cabe duda que una parte fundamental está asignada al sacrificio y a la renuncia. Pero no
se reduce el trabajo a eso; sobre todo se trata de encauzar el potencial pasional al bien. Se necesita amar.
Cuando se ama de verdad a Dios y a los demás hombres, se purifica toda el alma y toda la vitalidad que nos
caracteriza sale a flote como un don precioso. No hay que olvidar que el amor busca el bien verdadero y es eso
lo que regula de la mejor manera la actividad, la fuerza pasional puesta al servicio de la verdad.
Cuando hay una persona llena de templanza, hay una garantía de su pleno rendimiento en su vida: en su
tiempo, en el aprovechamiento de sus cualidades espirituales, morales y físicas, en la mayor decisión de
perseguir los objetivos de bien.
Solamente las personas llenas de templanza son personas de fiar, que pueden asumir responsabilidades de
valor, que pueden garantizar un bien hacia los demás. Los que no dominan sus fuerzas pasionales pueden fallar
en cualquier momento y dirigir con más facilidad hacia fines egoístas su actuación, con el peligro de mucho
sufrimiento para los demás hombres.
Unidad V:
Distintos sistemas morales. Eudemonismo. Relativismo. Escepticismo. Formalismo. Proporcionalismo.
Consecuencialismo. Axiología.
La interpretación arqueológica de la conciencia moral21.
En sus grandes líneas, esta interpretación explica el origen del valor moral y comprende su alcance en
función de criterios tomados al arché de la libertad. En consecuencia, habrá tantas formas diferentes de
interpretación arqueológica como condicionamientos inframorales de la libertad.

21
El hedonismo
Leonard.
16
Hemos visto que, entre los motivos que inspiran nuestras decisiones, algunos están profundamente ligados
al involuntario corporal y, sobre todo, a la búsqueda del placer sensible. Este aparece incluso, con la huída del
dolor y las necesidades elementales del hambre y la sed, como una de las motivaciones más fuertes de la
libertad. Se puede pues, estar tentado a tomar el placer como principio de la inteligibilidad por excelencia de la
conciencia moral. Esta doctrina se llama hedonismo (del griego hedone = placer). Para esta moral construida
“sobre el principio del placer”, la moralidad consiste, por lo tanto, en la búsqueda del placer y, más
particularmente, del placer sensible, y a él se reduce.
 El eudemonismo
Por encima del placer, lo que el hombre busca es la felicidad. Mucho más amplia que el placer, la felicidad
comporta también un aspecto arqueológico. En efecto, como lo indica la palabra misma, la felicidad depende
por una parte de la “buena” o de la “mala” surte, o de la buena o mala fortuna.
El concepto griego de eudaimonia (felicidad) connota la misma idea, ya que ser feliz consiste en tener un
“buen demonio” (eu, daimon), un buen genio protector. Sería, por consiguiente, sucumbir a la interpretación
arqueológica querer definir exhaustivamente la moralidad por la búsqueda de la felicidad, individual o
colectiva. Por esta razón, el eudemonismo estricto es necesariamente reductor. En consecuencia, aunque la
moral no pueda reducirse a la búsqueda d la felicidad, debe integrar esta dimensión esencial de la existencia
humana.
El eudemonismo en estado puro no se encuentra más que en el hedonismo o en el pragmatismo.
 El Relativismo
Ante el relativismo ético la verdad es que algunos de los argumentos en los que se suele intentar justificarse
son los propios del relativismo general, de tipo epistemológico, esto es, el que no se limita a la ética.
La formulación vulgar del relativismo
La fórmula popular: “Todo es relativo” no resiste la prueba de reflexionar.; porque quien dice eso, si lo dice
en serio, tendrá que llegar a la conclusión de que, puesto que todo es relativo, también ha de ser relativo que
“todo es relativo”.
Es decir, es una afirmación que no se puede terminar de hacer: es un proceso ad infinitum, irrealizable por
un ser finito como es el hombre.
Para que tenga un sentido razonable o admisible, lo que hay que hacer es suprimir el “todo”: hay bastantes
cosas que son relativas.
Admitir que hay muchas cosas que son relativas no es ningún relativismo, sobre todo si uno le da un valor
absoluto a esa afirmación.
La formulación “filosófica” del relativismo
El llamado “relativismo epistemológico”, popularizado por el poeta español Campoamor en su frase: “En
este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira”. Pero para
que todo sea según el color del cristal con que se mira, hará falta que el cristal con que se mira tenga algún
color. Y ese color, ¿cuál es? Pues si todo depende del color del cristal con que se mira, dependerá del color del
cristal con que se mira al cristal con que se ha mirado. Este es un proceso infinito que ningún hombre podrá
realizar.
La verdad tiene un valor objetivo. Esto es lo que niega el relativismo epistemológico: que haya verdades
objetivas.
Una persona puede tomar por verdad algo que es errado, pero no por eso la verdad deja de ser una: lo
contrario es llamado opinión, pero no es verdad. La verdad es lo que es adecuado a la realidad, aunque yo no lo
sepa.
17
La verdad es un valor objetivo. Pero la posibilidad de un acontecimiento subjetivo tal que, al incurrir en él,
yo tome por verdadero lo que es falso, o por falso lo que es verdadero, no hace el menor daño a la valides
objetiva de la verdad, o a la inversa: la falsedad es objetivamente falsedad, aunque yo la tome por verdad.
Tesis contemporáneas del relativismo moral
a. La clasificación de Brandt
Este autor se refiere, en primer lugar, al relativismo verdaderamente cultural. Eso no plantea problemas
filosóficos; no es más que el reconocimiento del hecho de que hay diversidad de códigos morales según las
culturas, pero no pretende negar el valor absoluto de los preceptos morales.
Luego habla Brandt también de un relativismo metaético, que tampoco se pronuncia sobre la posibilidad
misma de valores absolutos. Lo que hace es negar que haya propiamente juicios de valor ético que tengan
consistencia racional: todos los juicios de valor ético son emotivos.
Este relativismo metaético pretende desnacionalizar los juicios de valor ético y reducirlo todo a un informe
sobre emociones. Pues bien, aún desde el punto de vista de la conciencia psicológica común es falso.
También menciona Brandt el llamado “relativismo normativo”. Es un relativismo extraordinariamente
cínico, por el cual, los códigos morales dependerían de las etnias.
b. La clasificación de Patzig
Patzig distingue entre “relativismo descriptivo” y “relativismo normativo”. Por relativismo normativo
entiende lo mismo que Brandt. Y el relativismo descriptivo señala el primero al que hace referencia Brandt
como “relativismo cultural”.
En relación al último, si bien en un principio, etnólogos, sociólogos, psicólogos y antropólogos, promulgaban
que no podía hablarse de valores morales y de deberes absolutos; la imagen ha cambiado. Llegaron a la
conclusión de que realmente no son distintos los códigos morales; son los mismos en todas las culturas, si por
códigos morales se entiende la colección de los principios, no el conjunto formado por los principios morales y
las aplicaciones de esos principios morales. Un código moral, propiamente dicho, no es un código de las
aplicaciones, sino un código de los principios.
Los principios morales son fundamentalmente los mismos en todas las culturas, lo que varia son las
aplicaciones.
Todo razonamiento moral, dice Aristóteles, tiene dos premisas: una premisa descriptiva y otra prescriptiva.
Todo comportamiento ético implica, en el juego de la mente humana (aunque no se de en la mente
formalmente así) la combinación de dos premisas: un principio normativo y una proposición descriptiva.
De manera que, frente a la costumbre de creer que la moral era una cosa muy frágil, muy versátil, mientras
que la teoría no, resulta que es al revés: que los valores teóricos son los más versátiles, en lo que se refiere a
las costumbres, etc., en la medida que intervienen en premisas menores de silogismos morales. Y, en cambio,
los principios morales fundamentales, los primeros principios de la ley natural, esos son válidos, permanentes y
están respetados.
Distingamos pues entre principios morales y aplicaciones, y echemos la culpa de las aberraciones a la
aplicación, no a la premisa mayor.
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