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UNIDAD 7
ATENAS Y ESPARTA: SOCIEDAD Y POLÍTICA
Tradicionalmente, Atenas y Esparta, al menos desde la época clásica, son consideradas dos modelos
distintos de sociedad. En el caso de Atenas, la sociedad abierta, donde el individuo puede desarrollar su vida
con libertad; en el caso de Esparta, por el contrario, la sociedad cerrada en la que el individuo encuentra
grandes limitaciones a su libertad. Evidentemente, las cosas no son tan sencillas y caben matizaciones, pero es
así en buena medida. Sin duda, los enfrentamientos que hubo entre estas dos ciudades desde el fin de la guerra
contra los persas responden, además de al deseo de ambas de ejercer la hegemonía sobre los griegos, al
choque entre dos modelos de sociedad.
Dado que durante una parte importante de la historia de la Grecia antigua –sobre todo durante la época
clásica– Atenas y Esparta fueron los estados griegos más poderosos, sus sistemas políticos y sociales se
convirtieron en modelos para los demás griegos. Así, admiraban a Atenas los que defendían una sociedad en
la que todos los ciudadanos pudieran intervenir en el gobierno de la ciudad y en la que gozaran de una gran
libertad en sus asuntos particulares. En cambio admiraban a Esparta los que creían que el gobierno de la
ciudad debía estar en manos de «los mejores ciudadanos» y que el Estado debía regular en gran medida la vida
de los ciudadanos.
Esparta
En primer lugar, debemos hacer algunas precisiones sobre el nombre de Esparta y el de sus habitantes.
Cuando hablamos de «Esparta» nos referimos a un estado griego al que los griegos antiguos llamaban habitualmente «Lacedemonia » (Λακεδαίμων). [En este caso preferimos hablar de «estado» mejor que de «ciudad» o «ciudad estado», debido a su tamaño y a su organización.] A los habitantes en general de ese estado se
les daba el nombre de «lacedemonios» (Λακεδαιμόνιοι). Tengamos en cuenta, por otro lado, que los griegos
antiguos –al menos en la Época Clásica–, cuando hacen referencia a un estado en cuanto que entidad política
(no al territorio) hablan de los habitantes. Así, por ejemplo, dicen «los atenienses» (οÊ zΑhηναÃοι) en casos
en los que nosotros decimos «Atenas».
Esparta presentaba ciertas peculiaridades que la diferenciaban de otros estados griegos. Una de las más
destacadas era que no estaba organizada en torno a un núcleo urbano importante, como, por ej., Atenas en
torno a la ciudad de Atenas propiamente dicha (en griego se diferenciaba entre la ciudad-estado en cuanto que
entidad política independiente, πόλις, de la ciudad en cuanto que entidad urbana, –στυ). Los habitantes de
Esparta habitaban en distintas poblaciones de las que ninguna era el centro del estado o capital.
La constitución política y la organización social de Esparta se atribuían a Licurgo, un legislador legendario del que no sabemos nada con seguridad, ni siquiera si existió realmente o no.
La población de Esparta (propiamente, de Lacedemonia) estaba dividida en tres grupos:
1. Espartanos propiamente dichos (Σπαρτιται). Eran los únicos que tenían el derecho de ciudadanía y,
por tanto, los únicos con derechos políticos. Su número era pequeño (en la época en que eran más numerosos parece que no pasaban de 9.000), pero dominaban a los otros grupos. Poseían tierras, de las que
obtenían su sustento. Esas tierras habían sido distribuidas por el Estado entre sus antepasados. No trabajaban ellos las tierras y no podían dedicarse al comercio ni a la artesanía. Durante la mayor parte de su vida
eran soldados en activo al servicio del Estado. Cuando hablamos de «espartanos» nos referimos a ellos.
2. Periecos (περίοικοι, «los que habitan alrededor»). Estaban organizados en ciudades con sus propias
instituciones políticas y con actividades económicas libres y variadas (agricultura, artesanía, comercio).
Estaban subordinados a los espartanos: debían servir en el ejército espartano en unidades auxiliares y los
espartanos controlaban su política exterior. Parece que ese dominio espartano no era muy pesado (no se
conocen rebeliones).
3. Hilotas (εËλωτες). Eran esclavos públicos, o, mejor dicho, una especie de siervos adscritos a la tierra,
que pertenecían al Estado pero trabajaban las tierras de los ciudadanos espartanos. Sus condiciones de
vida eran muy duras, lo que ocasionaba frecuentes revueltas. Para controlarlos, los espartanos ejercían una
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represión durísima.
Debido a que los espartanos tenían sometido a un número muy grande de personas, la sociedad espartana
era una sociedad militarizada, en la que los ciudadanos dedicaban la mayor parte de su vida a servir como
soldados al Estado. Para hacer buenos soldados, el Estado se ocupaba de la educación de los niños desde
pequeños. Nada más nacer, se examinaba a los niños y se mataba a los que tenían defectos graves. Hasta los
siete años vivían con sus madres. A esa edad el Estado se hacía cargo de los niños varones y comenzaba su
educación. La educación era muy dura, y se aplicaban fuertes castigos corporales. A los niños se les enseñaba
a obedecer, a llevar una vida austera y a soportar la fatiga y el dolor. A los veinte años ingresaban en el
ejército. A los treinta se convertían en ciudadanos de plenos derechos. A partir de entonces podían dormir en
su propia casa y formar una familia. Continuarán prestando servicio militar hasta la edad de sesenta años.
La forma de vida de los espartanos de la época clásica se caracterizaba por la austeridad, hasta en el hablar
(de ahí el sentido que tienen entre nosotros las palabras «espartano» o «lacónico»). En Esparta no se acuñaba
moneda de plata ni de oro, y estaba prohibido todo lujo. Para evitar que la influencia externa minara esta
austeridad, cada cierto tiempo se expulsaba a los extranjeros y, a no ser en las campañas militares, a los
espartanos no les estaba permitido salir de Esparta. Tenían prohibido, también, participar en celebraciones
como los Juegos Olímpicos.
El sistema político espartano era peculiar. Tenía los siguientes elementos:
1. Dos reyes. Pertenecen a dos dinastías diferentes y reinan al mismo tiempo. Tienen funciones religiosas
y son los jefes militares supremos, que dirigen las expediciones en el extranjero.
2. Éforos. Eran cinco, elegidos por la asamblea de ciudadanos. Su cargo duraba un año. Ejercían la
inspección general de la moral y la disciplina públicas (§nορος está relacionado con ¦nοράω, ‘mirar’,
‘vigilar’), y controlaban la conducta de los demás magistrados y de los reyes. Tenían también competencias en política exterior: conducían las negociaciones con los demás estados y recibían a los embajadores extranjeros.
3. Consejo de Ancianos o Gerusía (Γερουσία, de γέρων, ‘anciano’). Estaba formado por los dos reyes
y 28 ancianos. Estos 28 ancianos eran elegidos entre los mayores de 60 años y su cargo era vitalicio. El
Consejo se encargaba de preparar las propuestas que se presentaban a la Asamblea, sobre cuyas decisiones tenía, además, derecho de veto. Era, pues, un órgano con gran poder.
4. Asamblea de Ciudadanos o Apela (zΑπέλλα). Estaba integrada por todos los ciudadanos varones
mayores de 30 años. Legalmente era el máximo órgano de decisión, pero de hecho su poder estaba
bastante limitado, pues no podía hacer propuestas ni discutir las que se le presentaban, sino solo
aprobar o rechazar lo que se le proponía. Elegía a los éforos y a los miembros electos (todos menos los
reyes) de la Gerusía. Según parece, se pronunciaba por aclamación (la propuesta se aprueba si los
gritos a favor son más que los gritos en contra).
Este sistema político, es de hecho una oligarquía , aunque pudiera parecer otra cosa por ser el máximo
órgano de decisión la Apela, de la que forman parte todos los ciudadanos. Es un régimen oligárquico (un
régimen en el que el poder está en manos de una minoría), debido al control que la Gerusía ejerce sobre las
decisiones de la Asamblea y al gran poder de los éforos.
Texto 1
La segunda de las medidas políticas de Licurgo y la más atrevida fue la redistribución de la tierra.
Pues, como la desigualdad era terrible y muchos pobres e indigentes se acogían a la ciudad, en tanto que el
dinero se había concentrado exclusivamente en unos pocos, decidido a desterrar el abuso, la envidia, la
delincuencia, el lujo y las dos enfermedades del Estado que eran todavía más antiguas e importantes que
éstas, la riqueza y la pobreza, los persuadió para que, puesto en común todo el país, lo redistribuyeran
desde la base y convivieran haciéndose absolutamente todos semejantes y de igual patrimonio respecto a
sus medios de vida, pero aspirando al primer puesto en virtud, a sabiendas de que, entre uno y otro, no
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existe mayor diferencia ni desigualdad que la que establece la censura de sus defectos y el elogio de sus
cualidades.
Plutarco, «Licurgo», 8, Vidas paralelas
[PLUTARCO: «Licurgo», Vidas paralelas I, Madrid, Gredos, 1985; p. 293; introducción, traducción y notas de Aurelio Pérez Jiménez]
Texto 2
A su vez, Licurgo estableció en Esparta las siguientes normas legales contrarias al resto de los griegos.
Por supuesto, en las demás ciudades, todos se enriquecen cuanto pueden: uno trabaja la tierra, otro es
armador, éste se dedica al comercio, aquéllos viven de sus oficios de artesanos. En cambio, en Esparta,
Licurgo prohibió a los ciudadanos libres tocar nada que se relacionase con el lucro y, al contrario, ordenó
que sólo considerasen actividades propias todas las que procuran libertad a las ciudades. Realmente,
¿cómo se van a afanar por las riquezas allí donde, con la misma aportación obligatoria para cubrir las
necesidades y el mismo sistema de vida impuesto, consiguió que no aspirasen a ellas movidos por la vida
cómoda que proporcionan?
Pero, ellos tampoco se tienen que enriquecer a causa del vestido; pues no se atavían con vestidos
suntuosos, sino con el perfecto estado físico de su cuerpo. Por supuesto, tampoco tienen que amontonar
dinero para gastarlo con sus compañeros de tienda, puesto que se sentó como de más prestigio ayudar a
sus compañeros con el trabajo personal que con el pago de sus gastos; y demostró que aquello es producto
del alma, y esto, de la riqueza.
Jenofonte, La república de los lacedemonios, 7
[JENOFONTE: «La república de los lacedemonios», Obras menores, Madrid, Gredos, 1984; p.115; introducción,
traducción y notas de Orlando Guntiñas Tuñón]
Texto 3
35. A otro muchacho le sucedió que, cuando llegó el momento en que era costumbre que los muchachos
libres robaran lo que pudieran y era vergonzoso no hacerlo inadvertidamente, como los chicos que iban
con él robaran un zorrillo vivo y se lo dieran para guardarlo, al presentarse en su búsqueda quienes lo
habían perdido, se metió el zorro bajo su manto. Y aunque la fiera se enfureció y le mordió todo el costado
hasta las entrañas, el muchacho no se movió para no ser descubierto. Después, cuando aquéllos se marcharon, los muchachos vieron lo sucedido y le reprendieron, diciéndole que hubiera sido mejor dejar el zorrillo
al descubierto antes que ocultarlo hasta la muerte. Pero él dijo: «No, sino que es mejor morir sin ceder a
los dolores, que adoptar una vida vergonzosa al ser descubierto por debilidad de espíritu».
[...]
42. Otro, como llevaran una lira a un banquete, dijo: «No es espartano el gastar el tiempo en tonterías».
[...]
51. Tínico, cuando murió su hijo Trasibulo, lo llevó con fortaleza, y le hizo el siguiente epigrama:
Sin vida, sobre su escudo ha llegado Trasibulo a Pitana1,
después de haber recibido siete heridas de los argivos2;
las siete aparecían de frente; el anciano Tínico
puso su ensangrentado cuerpo sobre la pira y dijo así:
Lloren los cobardes, pero yo a ti, hijo, te enterraré
sin lágrimas, a ti que eres hijo mío y también espartano.
Plutarco, «Máximas de espartanos», Moralia, 234-235
[PLUTARCO: «Máximas de espartanos», Obras morales y de costumbres III, Madrid, Gredos, 1987; p. 222- 225;
traducción de Mercedes López Salvá]
1
Pitana: es una de las poblaciones (κäμαι) en las que habitaban los espartanos.
2
argivos: habitantes de Argos, ciudad-estado situada en el noreste del Peloponeso. Los lacedemonios se enfrentaron con los
argivos en bastantes ocasiones.
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Texto 4
4. Aprendían las letras por necesidad; pero desterraban todo tipo de educación: de libros no menos que de
hombres. Toda su educación estaba dirigida a obedecer bien, a esforzarse en ser fuertes y a vencer o morir
combatiendo.
[...]
11. Cuando un niño era castigado por alguien, si se lo decía a su padre, resultaba vergonzoso para el padre,
al oírlo, no darle otra paliza, pues tenían mutua confianza por la instrucción tradicional de que nadie
ordenaría nada vergonzoso a sus hijos.
[...]
34. Arquíloco, el poeta, cuando llegó a Esparta, al punto lo expulsaron, porque descubrieron que había
escrito en sus versos que era mejor arrojar las armas que morir.
Algún sayo1 se ufana con mi escudo, arma
excelente que abandoné mal de mi grado junto a un matorral.
Pero salvé mi vida: ¿qué me importa aquel escudo?
Váyase enhoramala; ya me procuraré otro que no sea peor.
[...]
37. Mataron a uno que llevaba una túnica de tela basta, por hacer un bordado en la túnica.
[...]
40. En Esparta los niños, azotados con látigos durante el día entero en el altar de Ártemis Ortia, muchas
veces hasta la muerte, lo resisten contentos y orgullosos, y compiten entre ellos por la victoria consistente
en quién de ellos puede resistir más golpes y durante más tiempo. El que vence goza de máxima reputación. La competición se llama «flagelación». Se celebra anualmente.
41. Una de las cosas más nobles y felices que Licurgo proporcionó a los ciudadanos fue la abundancia de
tiempo libre. No les estaba permitido en absoluto dedicarse a ningún oficio manual. Tampoco les era
necesario ni un tipo de lucro que implicara acumulación trabajosa, ni una trabajosa ocupación activa,
dado que habían convertido la riqueza en algo no envidiable e inmerecedor de honores. Los hilotas trabajaban la tierra para ellos y pagaban un tributo establecido de antemano. Estaba prohibido bajo maldición
pagar a alguno de más, para que los hilotas tuvieran una ganancia y trabajaran con agrado, y aquéllos no
desearan más.
PLUTARCO: «Antiguas costumbres de los espartanos», Moralia, 236, 237, 239
[PLUTARCO: «Antiguas costumbres de los espartanos», Obras morales y de costumbres III, Madrid, Gredos, 1987; p. 236, 237, 243, 244.; traducción de Mercedes López Salva]
Atenas
Frente al sistema político espartano, atribuido a un personaje legendario y que se nos presenta ya establecido y sin cambios a lo largo de los siglos, conocemos con detalle la evolución del sistema político ateniense
y a los autores o promotores de los cambios. Aquí vamos a ver el sistema político tal como era hacia mediados
del siglo V a.C., en la época de Pericles, que es la época de mayor esplendor de Atenas.
El sistema político de Atenas es una democracia (de δ−μος, ‘pueblo’, y κράτος, ‘poder’), es decir, un
régimen en el que el poder está en manos del pueblo. No se trata de una democracia representativa, como la
nuestra, en la que cada cierto tiempo los ciudadanos eligen a sus representantes o gobernantes, que son los que
toman las decisiones. En Atenas, aunque había también cargos públicos e instituciones políticas, las decisiones importantes las tomaba directamente el pueblo por votación.
Sólo podían participar en la vida política los ciudadanos varones mayores de edad que no hubieran sido
privados de sus derechos políticos. Ni mujeres ni extranjeros, ni, por supuesto, esclavos, tenían participación
en los asuntos públicos. Por otro lado, si bien todos los ciudadanos en plenitud de derechos políticos podían
tomar parte en la política, no todos lo podían hacer igual, pues para ciertos cargos había que pertenecer a las
clases más altas. Los ciudadanos atenienses estaban divididos, desde los tiempos de Solón, en cuatro clases, de
1
sayo: los sayos eran una de las tribus tracias. Los tracios habitaban más o menos en lo que hoy es Turquía europea, Bulgaria y
noreste de Grecia
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acuerdo con su riqueza. La participación en los asuntos públicos, así como las obligaciones hacia el Estado,
dependían de la clase a la que se perteneciera: a clase más alta, mayores obligaciones y mayor participación.
Esas clases eran las siguientes:
1ª. Pentacosiomedimnos (πεντακοσιομέδιμνοι de πgντακόσιοι, ‘quinientos’, y μέδιμνος, ‘medimno’ [medida de capacidad de unos 52 litros y medio]). Eran los que tenían unos ingresos de 500 ó más
medimnos de grano, o su equivalente.
2ª. Caballeros (ÊππgÃς). Tenían unos ingresos de entre trescientos y quinientos medimnos. Se les da este
nombre, al parecer, porque sus ingresos les permitían mantener un caballo para servir en el ejército en
la caballería. [A veces se les da el nombre de triacosiomedimnos, en griego τριακοσιομέδιμνοι, de
τριακόσιοι, ‘trescientos’.]
3ª. Zeugitas (ζευγÃται). Tenían unos ingresos de entre doscientos y trescientos medimnos.
4ª. Tetes (h−τες). Tenían unos ingresos inferiores a doscientos medimnos.
El territorio de Atenas estaba dividido en una serie de unidades menores. La unidad más pequeña era el
demo (δ−μος), algo así como nuestros municipios. Cada demo tiene sus instituciones y sus cargos públicos.
El demo es el marco donde se desarrolla la vida cotidiana del ciudadano. Por otro lado, el territorio y su
población estaba dividido en diez tribus (nυλαί). Cada tribu estaba integrada por tres partes: un distrito
(τριττύς) de la capital, otro de la costa y otro de la zona interior del Ática. Cada distrito de cada tribu comprendía uno o varios demos.
Los cargos públicos y órganos de gobierno principales de Atenas eran los siguientes:
• Magistrados supremos o arcontes. En la época en la que nos estamos fijando no tenían ya mucho
poder. Se ocupaban de asuntos judiciales y religiosos. Podían imponer multas hasta cierta cuantía e
intervenían en la instrucción de los procesos (no eran ellos los que juzgaban). Eran elegidos por sorteo
entre los candidatos y debían pertenecer a las tres primeras clases. Ocupaban su cargo durante un año y no
podían ser reelegidos. Eran los siguientes:
- Arconte en jefe o arconte epónimo, llamado en general simplemente «el arconte» (Ò –ρχων, literalmente «el que manda»). Igual que ocurría con los cónsules en Roma, su nombre se usaba para fechar,
indicando el arconte del año en que se situaban los hechos (se decía, por ej., Λυκούργου –ρχοντος,
«siendo arconte Licurgo»). Aparte de funciones religiosas (por ej., a su cargo estaba la dirección de
las Grandes Dionisiacas, las principales fiestas en honor de Dioniso), se ocupaba de asuntos judiciales
relacionados con la administración de la ley familiar.
- Arconte rey, o simplemente «rey» (Ò βασιλεύς). Era la máxima autoridad religiosa, y tiene a su
cargo distintas festividades y celebraciones (por ej., los Misterios). En el campo judicial, interviene en
los procesos de carácter religioso y en los procesos por homicidio.
- Arconte polemarco, o simplemente «polemarco» (Ò πολέμαρχος). En un principio era el comandante en jefe del ejército, pero en la época de la que nos estamos ocupando tenía a su cargo algunos
asuntos religiosos y ciertos asuntos judiciales referidos a los no ciudadanos.
- Tesmotetas (οÊ hεσμοhέται). Eran seis y contaban con un secretario (Ò γραμματεύς) que les
ayudaba. Se ocupaban de diversos asuntos judiciales y legales: vigilaban la marcha de los tribunales,
presidían ciertos procesos, conservaban y revisaban las leyes.
• Magistrados militares o estrategos (οÊ στρατηγοί). Eran diez y de entre ellos se nombraba al que
ejercía el mando supremo. Eran elegidos por votación entre los miembros de las dos primeras clases para
un año, pero podían ser reelegidos indefinidamente (por eso, algunos que ocuparon muchas veces el
cargo, como Pericles, ejercieron una gran influencia en el pueblo ateniense). Ahora bien, si el pueblo
consideraba que desempeñaban mal su cargo, podía destituirlos antes de acabar su mandato. No sólo se
ocupaban de dirigir las operaciones militares sino que además tenían competencias en todos los asuntos
relacionados con el ejército y la flota.
• Consejo de los Quinientos, o simplemente «Consejo» (º βουλή, o οÊ πεντακόσιοι, o º βουλή οÊ
πεντακόσιοι). Estaba formado por quinientos ciudadanos, cincuenta por tribu, mayores de 30 años. Eran
elegidos por sorteo entre los ciudadanos de las cuatro clases para un año. Podía ocuparse el cargo de
consejero dos veces en la vida. Tenía competencias prácticamente en toda la administración pública:
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preparaba los asuntos que iban a tratarse en la Asamblea, se ocupaba de la ejecución de las decisiones de
la Asamblea cuando ésta se lo encargaba, controlaba las finanzas públicas y vigilaba a los funcionarios
que manejaban fondos públicos, recibía a los embajadores extranjeros. Para facilitar el funcionamiento del
Consejo, durante una décima parte del año los cincuenta consejeros de una tribu formaban una comisión
permanente del Consejo, según un orden establecido por sorteo. Estos cincuenta consejeros eran llamados
«prítanes» (πρυτάνεις), y la décima parte del año en que ejercían esa función era una «pritanía»
(πρυτανεία). Preparaban los asuntos que debían tratarse en el Consejo y convocaban las reuniones del
Consejo y la Asamblea. Cada día elegían por sorteo un presidente (Ò ¦πιστάτης), quien durante un día
venía a ser una especie de jefe de estado (presidía el Consejo y la Asamblea, tenía las llaves del Tesoro y
el sello del Estado).
• Consejo del Areópago, o simplemente «Areópago» (Ò }Αρειος πάγος, «la colina de Ares», o º ¦ν
zΑρείå πάγå βουλή, «el consejo de la colina de Ares»). Se le daba este nombre por el lugar donde se
reunía. Estaba formado por los antiguos arcontes, que pertenecían a él de forma vitalicia. Este consejo era
el más antiguo. En tiempos primitivos tenía grandes poderes, pero en la época de la que nos ocupamos
tenía competencias en asuntos religiosos y era el tribunal que juzgaba los delitos de sangre.
• Asamblea (º ¦κκλησία). Era la suprema institución política de Atenas. Estaba formada por todos los
ciudadanos atenienses en plenitud de derechos. Era el máximo órgano de decisión. Se reunía en unas
fechas establecidas (cuatro veces en cada pritanía o décima parte del año), y también cuando la situación
lo requería. La asistencia de los ciudadanos a sus reuniones no era obligatoria, y, en general, no se requería un mínimo de asistentes para que sus acuerdos fueran válidos. En Atenas no existía el concepto de
división de poderes, por lo que la Asamblea tenía competencias en el campo legislativo (aprobaba normas
de carácter general o leyes, νόμοι) y en el campo ejecutivo (aprobaba resoluciones sobre casos concretos
o decretos, ψηnίσματα), e incluso a veces en el judicial (en casos especiales podía constituirse en gran
tribunal de justicia).
Entre sus competencias estaba el ostracismo. El ostracismo fue instituido por Clístenes (el que suele
ser considerado el auténtico creador de la democracia ateniense) después de la caída de la tiranía, con el
fin de evitar que pudiera volver a surgir un tirano. Consistía en desterrar a un ciudadano durante diez
años, no porque hubiera cometido algún delito sino porque los ciudadanos consideraban que podía tener
intención de hacerse tirano. Este destierro se diferenciaba de los otros destierros en que el desterrado no
sufría confiscación de bienes ni deshonor con privación de derechos políticos (•τιμία). En primer lugar,
en una reunión de la asamblea se decidía si se iba a llevar a cabo una votación de ostracismo. En el caso
de que se decidiera que sí, un tiempo después tenía lugar la votación. Cada ciudadano presente en la
Asamblea escribía en un trozo de cerámica (Ðστρακον, propiamente ‘concha’) el nombre del ciudadano
que consideraba peligroso para la ciudad y que, por tanto, quería que fuera desterrado; si el número de
fragmentos depositados era de 6.000 ó más, se desterraba a aquel cuyo nombre aparecía más veces.
Había además en la democracia ateniense, una institución judicial fundamental: la Heliea (º
{Ηλιαία). Era un cuerpo integrado por 6.000 ciudadanos. De entre ellos se tomaban los integrantes de los
tribunales que se encargaban de juzgar los casos civiles (asuntos de herencias, propiedades...) y la mayor parte
de los casos penales (no los asesinatos, que eran juzgados por el Areópago, ni algunos otros delitos, juzgados
por tribunales especiales). Para evitar sobornos o intimidaciones, los componentes de estos tribunales se
elegían, de entre los miembros de la Heliea, mediante un complicado sistema de sorteo. Una vez elegidos, se
llevaba a cabo el juicio, que se desarrollaba en una única sesión: hablaba una parte (el que acusaba), luego la
otra (el que se defendía), y a continuación los miembros del tribunal votaban. En los procesos penales primero
se decidía si el acusado era culpable o no; si se le declaraba culpable, el acusador proponía una pena y el
condenado otra, y el tribunal elegía una de las dos. Estos tribunales o jurados populares estaban formados por
un número muy grande de miembros (llamados δικασταί, ‘jueces’ en general, pero especialmente los de estos
tribunales, o, más específicamente, ºλιασταί), y su número era siempre impar (para evitar empates): 201,
401, 1.001, según los casos. Este cuerpo suponía que era el pueblo el que administraba la justicia (cualquier
ciudadano podía formar parte de él) y no los aristócratas o los ricos, que es lo que ocurría en otros lugares y
había ocurrido antiguamente en Atenas.
Ya hemos dicho que sólo podían participar en la vida pública los ciudadanos varones. Las mujeres no
tenían ninguna participación en la política. [Esto no debe sorprendernos: en Europa no consiguieron el dere38
cho al voto hasta el siglo XX, y en España en concreto hasta 1931]. Pero las mujeres no sólo estaban apartadas
de la vida política, sino que su presencia en la vida social era mínima: el lugar de una mujer era la casa, de la
que, a no ser en ciertas festividades religiosas, apenas salía (la compra en el mercado era realizada normalmente por los hombres, o por los esclavos). Únicamente algunas mujeres, de clase baja, trabajaban fuera de
casa (se sabe, por ejemplo, que en el mercado había mujeres vendiendo). Incluso en la casa había una zona
reservada a las mujeres, el gineceo, donde permanecían la mayor parte del tiempo y donde se quedaban
cuando, por ejemplo, su marido celebraba un banquete en casa. Además, parece ser que las mujeres no recibían apenas educación (fundamentalmente aprendían las labores que se consideraban propias de la mujer,
como hilar o tejer).
Además de ciudadanos, había en Atenas dos grupos de personas que no tenían derechos políticos:
•
Esclavos (δοØλοι). No sólo no tenían derechos políticos sino tampoco casi ningún otro derecho: eran
simples instrumentos de trabajo, que se compraban y vendían como los animales o las cosas. Con todo, los
esclavos atenienses estaban protegidos por algunas normas frente a la brutalidad de sus amos: podían
acogerse al asilo de los lugares sagrados, de donde no podían ser sacados a la fuerza, y tenían entonces el
derecho a ser vendidos a otro amo.
•
Metecos (μέτοικοι, literalmente «los que viven con»). Eran extranjeros que se habían establecido en
Atenas, o esclavos liberados, o hijos de metecos. En Atenas, al contrario de lo que ocurre hoy en día en
cualquier país, los extranjeros podían establecerse sin impedimento. Ahora bien, al contrario también de
lo que ocurre en la mayoría de los países, no se conseguía la ciudadanía por haber vivido una serie de años
o haber nacido allí, sino que era preciso ser hijo de ciudadanos (entre el 451 y el 338 a.C. era preciso que
los dos padres fueran ciudadanos casados legalmente, en otras épocas las condiciones no eran tan duras y
bastaba con que el padre fuera ciudadano). Los metecos no tenían derechos políticos pero sí otro tipo de
derechos (por ej., podían tener propiedades, aunque no tierras). Debían pagar al estado ateniense anualmente un pequeño impuesto (el μετοίκιον) y servían en el ejército en unidades formadas por metecos.
Los metecos tenían una gran importancia económica en Atenas, pues una parte considerable de la artesanía y el comercio estaba en sus manos. Por servicios prestados a la ciudad podían ser recompensados con
la igualdad en tributación (zΙσοτέλεια), no debiendo pagar entonces el impuesto de los metecos, o,
mucho más raramente, con la concesión de la ciudadanía ateniense.
Texto 5
[Estamos al comienzo de la Guerra del Peloponeso. Los corintios se dirigen a los lacedemonios. Les dicen que deben
luchar contra Atenas, que está haciéndose muy fuerte. Quieren que se den cuenta de cómo son los atenienses.]
70. Y al mismo tiempo, creemos que si hay alguien que tenga derecho a hacer censuras al vecino somos
nosotros1, sobre todo cuando son grandes los intereses puestos en juego, acerca de los cuales nos parece que
no os dais cuenta ni habéis calculado nunca qué clase de hombres son los atenienses, contra los que tendréis que enfrentaros, y cuán diferentes por completo de vosotros.
Ellos son, en efecto, amigos de lo novedoso y vivos para imaginar y llevar a cabo lo que planean; de
vosotros, en cambio, es propio conservar lo que tenéis, no inventar nada, y no llevar a la práctica ni lo más
indispensable. Además, son osados más alla de sus fuerzas, aman el peligro en contra de lo que la prudencia aconseja, y son optimistas ante situaciones de riesgo; lo vuestro en cambio es hacer cosas inferiores a
las que podéis, no confiar ni en las más seguras reflexiones, y creer que nunca saldréis airosos de las
situaciones de peligro. Todavía más, ellos son decididos, frente a vosotros, indecisos; viajeros, frente a
unos sedentarios: pues piensan ellos que al ir fuera podrían adquirir algo nuevo; vosotros, en cambio, que,
al salir, seríais perjudicados incluso en lo vuestro.
Si vencen a sus enemigos, explotan el éxito al máximo, y si son vencidos, lo mínimo se abaten. Aún
más, usan sus cuerpos en la defensa de su patria como si fueran de extraños, mientras que se sirven de su
inteligencia de la forma más individual si hay que hacer algo por ella. Y si han planeado algo y no lo
1
nosotros: son los corintios. Aunque Corinto no limita con Atenas, está muy cerca. Corinto y Atenas eran ciudades rivales. Esta
rivalidad será una de las causas que desencadene la Guerra del Peloponeso. Los atenienses han atacado la ciudad de Potidea, un
ciudad que formaba parte de su imperio y que se había querido separar. Como era una colonia de los corintios, Potidea les pide
ayuda. Los corintios se reúnen con los lacedemonios y otros aliados.
39
logran, se consideran frustrados en algo propio; y en cambio, si adquieren algo después de haberlo perseguido, lo estiman en poco comparado con sus logros futuros. Y si en alguna ocasión fracasan en su intento,
conciben nuevas esperanzas para compensar esta pérdida. Pues son los únicos para quienes es lo mismo
tener que esperar lo que proyectan, en razón de que ponen rápidamente en práctica sus planes. Y se
esfuerzan en todo esto a lo largo de toda su vida, entre esfuerzos y peligros; y disfrutan poquísimo de lo
que poseen, por el afán de adquirir continuamente más; y no consideran día festivo sino a hacer lo que
deben; y desgracia es para ellos no menos la inactividad ociosa que la laboriosa actividad.
De suerte que sería correcto decir, resumiendo, que ellos han nacido para ni tener tranquilidad ellos
mismos, ni permitírsela a los demás hombres.
Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, I 70
[TUCÍDIDES: Historia de la Guerra del Peloponeso, Madrid, Alianza Editorial, 2008; p. 96-98; introducción, traducción y notas de Antonio Guzmán Guerra]
Texto 6
[Tucídides pone en boca de Pericles un discurso en el que, con ocasión de los funerales por los caídos en la guerra,
ensalza el sistema político y la forma de vivir de los atenienses.]
A)
Tenemos un sistema político que no imita las leyes de otros sino que servimos más de modelos
para unos que imitadores de otros. En cuanto a su nombre, al no ser objetivo de su administración los
intereses de unos pocos sino los de la mayoría, se denomina democracia y, de acuerdo con las leyes,
todos tienen derechos iguales en sus pleitos privados; en lo que hace a la valoración de cada uno, en
la medida en que se goza de prestigio en algún aspecto, no es preferido para intervenir en los asuntos
públicos más en razón de pertenecer a un grupo determinado que por sus méritos, ni tampoco, en lo
que hace a la pobreza, es un obstáculo lo obscuro de su reputación, si puede beneficiar a la ciudad.
Actuamos libremente no solo en las actividades públicas, sino que incluso en los recelos mutuos
que se originan con el trato cotidiano, no nos enfadamos con el prójimo si hace su gusto, ni ponemos
mala cara, lo que si no es un castigo, sí es penoso de ver.
Si en nuestras relaciones privadas se evita el agravio, en lo público no faltamos a la ley sobre todo
por temor, obedeciendo a los que en cada momento desempeñan los cargos así como a las leyes,
especialmente a aquellas que existen para socorro de los agraviados y a cuantas sin estar escritas
proporcionan una vergüenza indiscutible.
[...]
B)
Respecto a los ejercicios militares destacamos de los enemigos por lo siguiente: ofrecemos una ciudad
abierta a todos y nunca impedimos, expulsando a los extranjeros, que sepan o vean –con lo que al no
ocultarlo se beneficiaría de su vista el enemigo– por confiar no tanto en las medidas preventivas y
engaños cuanto en nuestro propio arrojo a la hora de actuar; en cuanto a los sistemas educativos,
mientras unos desde la temprana juventud intentan conseguir el valor con un fatigoso ejercicio,
nosotros con un modo de vida despreocupado no somos más remisos en ir a peligros similares. Una
prueba: los lacedemonios nunca hicieron una expedición contra nuestra tierra solos, sino con todos,
y en cambio nosotros, al invadir la de otros, sin dificultad vencemos las más de las veces en tierra
ajena, aunque luchemos con gente que combate por sus posesiones; ningún enemigo se enfrentó
todavía contra todos nuestros efectivos reunidos por tener que preocuparnos por la flota y además
enviar nuestras tropas de tierra a múltiples objetivos; pero en el caso de que traben contacto con una
parte de nosotros, si vencen, se jactan de haber rechazado a todos, y vencidos, de serlo por todos.
Con todo, si queremos arrostrar los peligros con más despreocupación que tras un ejercicio fatigoso y no con una valentía impuesta por las leyes más que por nuestra forma de ser, queda a nuestro
favor no afligirnos antes de tiempo por penalidades futuras, y cuando nos enfrentamos a ellas, no
tener menos atrevimiento que los que continuamente se están esforzando.
[...]
40
C)
En las mismas personas es posible el interés por los asuntos públicos y privados, y el que, a pesar
de dedicarse a distintas ocupaciones, no conozcan de un modo deficiente los públicos, pues somos los
únicos que a quien no participa en ninguno de esos le consideramos no despreocupado, sino inútil, y
lo cierto es que sólo nosotros decidimos o examinamos con rectitud los asuntos, sin considerar un
daño para la acción las palabras, sino más bien el no informarse mediante debate antes de emprender lo que se debe ejecutar.
También en eso nos comportamos de manera distinta, hasta el punto de mostrar la máxima osadía
y además reflexionar sobre lo que vamos a emprender; en este caso, en los demás la ignorancia
produce osadía, la reflexión vacilación. Con justicia serían considerados de corazón más fuerte
quienes a pesar de conocer clarísimamente lo peligroso y lo agradable, no por eso evitan los riesgos.
Tucídides: Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 37/39/40
[TUCÍDIDES: Historia de la Guerra del Peloponeso, Madrid, Cátedra,1988; p.182-185; traducción de Francisco
Romero Cruz]
Texto 7
[El autor describe la democracia ateniense. No se sabe quién es, pero, por lo que dice, debe de ser uno de los ricos
contrarios a la democracia. Como su obra se ha trasmitido entre las de Jenofonte, se le llama «Pseudo-Jenofonte».]
Sobre la república de los atenienses, no alabo el hecho de elegir este sistema, porque, al elegirlo,
eligieron también el que las personas de baja condición estén en mejor situación que las personas
importantes. Así pues, no lo alabo por eso. Mas como ellos lo han decidido así, voy a mostrar lo bien
que mantienen su régimen y llevan las demás cuestiones que al resto de los griegos les parecen un
fracaso.
En primer lugar diré, pues, que allí constituye un derecho el que los pobres y el pueblo tengan más
poder que los nobles y los ricos por lo siguiente: porque el pueblo es el que hace que las naves funcionen y el que rodea de fuerza a la ciudad, y también los pilotos, y los cómitres1, y los comandantes
segundos, y los timoneles y los constructores de naves. Ellos son los que rodean a la ciudad de mucha
más fuerza que los hoplitas2, los nobles y las personas importantes. Puesto que así es realmente,
parece justo que todos participen de los cargos por sorteo y por votación a mano alzada y que cualquier ciudadano pueda hablar. Además, el pueblo no exige, en absoluto, participar de todos aquellos
cargos de los que depende la seguridad o son un peligro para todos según que estén bien o mal desempeñados –no creen que deban participar en el sorteo de los cargos de estratego ni de jefe de la caballería–. Efectivamente, el pueblo opina que es mucho más ventajoso para él no desempeñar esos cargos,
sino dejar que los desempeñen los más poderosos. Mas el pueblo busca todos aquellos cargos que
aportan un sueldo y beneficio para su casa. Asimismo, los verás manteniendo la democracia en eso
mismo que sorprende a algunos, que otorga, en toda ocasión, más poder a los de baja condición, a los
pobres y a los partidarios del pueblo que a las personas importantes. Pues, lógicamente, si se favorece
a los pobres, a los partidarios del pueblo y a las personas más débiles, como son muchos los favorecidos de esa forma, engrandecen la democracia. Mas si se favorece a los ricos
y a las personas importantes, los partidarios fomentan una fuerte oposición contra ellos mismos.
PSEUDO-JENOFONTE: La República de los atenienses, 1-4
JENOFONTE: Obras menores -PSEUDO-JENOFONTE: La república de los atenienses, Madrid, Gredos, 1984;
p.297-299; traducción de Orlando Guntiñas Tuñón]
1
cómitres: encargados de dirigir a los remeros.
2
hoplitas: soldados de infantería. Eran en general los soldados más importantes de los ejércitos griegos y pertenecían
a las clases medias.
41
UNIDAD 8
INTRODUCCIÓN A LA RELIGIÓN Y A LA MITOLOGÍA
GRIEGAS
Orígenes y rasgos generales de la religión griega
Parece ser que en la religión griega hay elementos de diverso origen. Por un lado, hay un componente
indoeuropeo, que se ve en las coincidencias con la religión de otros pueblos indoeuropeos. Por otro lado,
según parece, en la formación de la religión griega tuvo un papel importante la religión de los pueblos que
encontraron los griegos cuando llegaron a lo que luego sería Grecia (es lo que se llama «elemento mediterráneo» o «egeo»). Además, la religión griega se vio influida por el mundo oriental, fundamentalmente Asia
Menor.
Uno de los rasgos más importantes de la religión griega es el politeísmo, es decir, la creencia en la existencia de muchos dioses. En general, cada campo de la Naturaleza y cada aspecto de la vida humana se coloca
bajo la protección de una divinidad o se identifica con ella. Propio de la religión griega es también el antropomorfismo: los griegos atribuían a los dioses, en general, forma y cualidades humanas, incluso vicios y defectos propios de los hombres (algunos griegos, como el poeta Píndaro1, sin embargo, consideraban que lo malo
que se contaba sobre los dioses era falso). Los dioses se diferencian de los hombres en que son mucho más
poderosos y en que son inmortales y eternamente jóvenes. Por eso, para referirse a los dioses, aparte de las
palabras que propiamente los designaban (hεοί, a veces δαίμονες), los griegos usaban otras como μάκαρες
[‘felices’] o •hάνατοι [‘inmortales’].
En la religión griega no existían dogmas ni libros revelados. No existía tampoco una clase sacerdotal
guardiana de la tradición religiosa, o que fijara lo que había que creer, cómo comportarse o cómo llevar a cabo
el culto. Por un lado, en estos asuntos los griegos se guiaban por la costumbre; por otro, la religión era competencia del Estado, si bien en cosas de gran importancia, como la introducción de nuevos cultos, se solía
consultar al oráculo de Delfos, que funcionaba como una especie de autoridad religiosa.
Entre los griegos no existía el concepto de «separación entre Iglesia y Estado». El Estado se ocupa de los
asuntos religiosos igual que de cualquier otra cosa que afecta a la sociedad. No existía tampoco el concepto de
libertad religiosa: todo ciudadano está obligado a dar culto a los dioses, y esta obligación no se distingue de
las otras obligaciones del ciudadano (tomar las armas en defensa de la ciudad o pagar impuestos, por ej.). Se
considera que, si se da culto a los dioses, éstos ayudarán a la ciudad, mientras que, si se olvidan las obligaciones hacia ellos, se enojarán con ella. Para los griegos, entonces, la impiedad es un delito contra la ciudad. Por
este motivo, el Estado intenta contrarrestar la influencia de las críticas a la religión y lleva a cabo procesos por
impiedad (el caso más famoso es el de Sócrates). Ahora bien, lo que le interesa al Estado es el culto, las
manifestaciones externas, no la vivencia interna de la religión ni la moralidad particular en lo que no afecta a
la sociedad.
Además del culto a los dioses, en la religión griega era muy importante el culto a los héroes. Los héroes
(»ρωες), o semidioses (ºμίhεοι), eran hombres que se habían distinguido de entre el resto de los mortales. La
mayoría eran personajes legendarios, de los que en general se creía que eran hijos o descendientes de los
dioses, y de los que se contaban grandes hazañas, inalcanzables para los hombres corrientes. Estos héroes son,
junto con los dioses, los personajes de los mitos. Además, eran considerados héroes algunas personas que en
vida se habían destacado de forma especial, como los fundadores de ciudades, o quienes se habían distinguido
por su valor en defensa de su patria. A los héroes se les rendía culto en sus tumbas, y se creía que desde ellas
protegían al pueblo que habitaba el lugar donde estaban éstas.
1
Píndaro: en su poema «Olímpica 1» dice: «¡Cuán numerosos son los prodigios! Pero sin duda, también/ a la tradición de los
humanos por encima del verídico relato/ la engañan leyendas engalanadas con variopintos embustes./ La gracia, que hace dulces
todas las cosas a los mortales,/ al acrecentar el prestigio llega incluso a hacer creíble/ lo que es increíble muchas veces./ Pero los
días por venir/ son los más sabios testigos (de la verdad)./ Y le es conveniente a un hombre hablar/ bien de los dioses. Pues será
menor su culpa./ [...] Pero para mí es imposible llamar «loco voraz» a uno cualquiera/ de los dioses felices. Me niego./ Los
blasfemos no tardan en recibir sus penas. [Antología de la poesía lírica griega (Siglos VII-IV a.C.), Madrid , Alianza Editorial,
1983; p. 104-105; selección, prólogo y traducción de Carlos García Gual]
42
Los dioses griegos
No podemos ver todas las divinidades griegas. Por ello, vamos a ocuparnos brevemente de las más destacadas.
1. Dioses olímpicos
Entre todos los dioses griegos hay algunos que destacan sobre los demás. Se los suele llamar «dioses
olímpicos» (por el Olimpo, lugar donde residen). Se suele hablar de doce dioses olímpicos, pero, como con
este número se deja fuera a divinidades importantes, vamos a ver las quince principales divinidades y luego
explicaremos a cuáles hay que considerar propiamente olímpicos. Esas quince divinidades principales son las
siguientes:
< Zeus (Ζεύς). En Roma se identificó con Júpiter (Iuppiter). Es hijo de Crono y Rea. Es el dios supremo.
Provoca la lluvia y lanza el rayo y el relámpago, pero es ante todo el dios que mantiene el orden y la
justicia en el mundo. Vela por el mantenimiento de los juramentos y por el respeto debido a los huéspedes.
A menudo se le representa con un rayo en la mano.
<
Hera ( ~Ηρα). En Roma se identificó con Juno (Iuno). Hija de Crono y Rea, es a la vez hermana y esposa
de Zeus. Es protectora del matrimonio y de las mujeres casadas en cuanto que esposas (no en cuanto que
madres). Se la suele presentar como celosa, violenta y vengativa.
< Atenea, o Atena, o Palas Atenea, o Palas (zΑhηναία, zΑhην, Παλλάς). En Roma se identificó con
Minerva (Minerva). Hija de Zeus y de Metis (Prudencia), nació como una joven armada de la cabeza de
Zeus, tras haberse tragado éste a Metis, pues se le había revelado que si Metis tenía una hija luego tendría
un hijo que le arrebataría el trono. Se mantiene virgen (πάρhgνος). Es una diosa guerrera, y siempre se la
representa armada con casco, escudo y lanza. Es además la diosa de la razón y protege el artesanado, sobre
todo del arte de hilar y tejer. Muchas ciudades la tomaron como diosa protectora, entre ellas Atenas.
< Apolo, también llamado Febo Apolo, o solo Febo (zΑπόλλων, ΦοÃβος). Los romanos lo tomaron de los
griegos, con el nombre griego (Apollo, Phoebus). Hijo de Zeus y Leto, es el dios de la belleza y las bellas
artes, sobre todo la música. Dios de los vaticinios, hace conocer a los hombres su futuro mediante los
oráculos. Μaneja hábilmente el arco, con el que dispara las flechas que causan una muerte rápida y dulce.
Con sus flechas también castiga a los que le ofenden, y puede enviar la peste. Es también el dios de la
medicina (es uno de los dioses que aparece en el juramento hipocrático), aunque en esta función fue
prácticamente sustituido por su hijo Asclepio (el Esculapio latino). Es, además, el dios de la pureza religiosa y de la purificación.
< Ártemis (}Αρτgμις). [En español se le da frecuentemente el nombre de «Artemisa».] En Roma se
identificó con Diana (Diana). Es hermana melliza de Apolo, y, por tanto, hija de Zeus y de Leto. El
nacimiento de Apolo y Ártemis fue dificultoso, pues Hera, irritada por la infidelidad de Zeus, intentó
evitarlo. Había prohibido a todos los lugares de la tierra acoger a Leto. Finalmente Ortigia, una isla errante
y estéril, y que por ello no tenía nada que temer de Hera, la acogió. Como recompensa quedó fijada al
fondo del mar, y a partir de entonces tomó el nombre de Delos, es decir, la Brillante (de δ−λος, ‘claro’).
[Delos era una isla sagrada, dedicada a Apolo, que tenía allí un famoso santuario.] Cuando le llegó el
momento del parto, fueron a asistir a Leto todas las diosas menos Hera y su hija Ilitía, la diosa de los
partos. Al faltar la diosa de los partos, Leto no podía dar a luz. Nueve días estuvo con dolores de parto,
hasta que acudió Ilitía, a cambio de un regalo que le ofrecieron las otras diosas (un collar de oro y ámbar
de nueve codos [un codo era 0'444 m.]). Diosa virgen, Ártemis es diosa de los bosques, las fieras salvajes
y la caza. Igual que Apolo, maneja hábilmente el arco, que utiliza para cazar y también contra los humanos. Es ella quien envía la muerte a las mujeres que mueren en el parto. Asimismo, junto a Apolo, se le
atribuyen las muertes repentinas, sobre todo las indoloras. Es una diosa vengativa, que castiga cruelmente
las ofensas recibidas.
< Hermes ({Ερμ−ς). En Roma se identificó con Mercurio (Mercurius). Hijo de Zeus y Maya, es el mensajero de los dioses. Guía a los viajeros por los caminos y conduce las almas de los muertos hasta el otro
mundo. Es protector del comercio y los comerciantes, y también de la astucia, la picardía e incluso el robo.
Velaba por los pastores. De él vienen las ganancias inesperadas y lo obtenido por azar. Inventor de la lira,
comparte con Apolo el reino de la música. También se encarga de proteger los gimnasios y los certámenes
43
atléticos en que compiten los jóvenes. Se suele representar a Hermes calzado con unas sandalias aladas.
Habitualmente aparecía también con un sombrero de ala ancha (petaso), como el que llevaban los caminantes, si bien a veces aparece con un gorro con alas. En las manos a menudo lleva el caduceo, por su
función de heraldo de los dioses. [Un caduceo era en principio una vara con cintas que solían llevar los
heraldos. En el caso de Hermes suele ser una vara con serpientes enroscadas en lo alto.]
< Hefesto (~Ηnαιστος). En Roma se identificó con Vulcano (Volcanus o Vulcanus). Según unos era hijo
de Zeus y Hera, según otros lo concibió Hera sola, sin intervención masculina (se había enfadado con Zeus
por haber traído éste al mundo sin intervención femenina a Atenea). Era cojo (cosa rara en un dios, pues
los dioses se caracterizaban por su belleza). Esa cojera se debe a que, en una ocasión en que Hera y Zeus
disputaban, Hefesto salió en defensa de su madre y Zeus, irritado, lo cogió por un pie y lo arrojó fuera del
Olimpo, yendo a caer en la isla de Lemnos. A pesar de su deformidad Zeus le dio en matrimonio a Afrodita. Era el dios del fuego y del trabajo de los metales. Reina en los volcanes.
< Ares (}Αρης). En Roma se identificó con Marte (Mars). Hijo de Zeus y de Hera, es el dios de la guerra y
los combates violentos. Representa la guerra en su aspecto de violencia sin empleo de la inteligencia ni la
táctica, frente a Atenea, que representa la guerra que las emplea.
< Afrodita (zΑnροδίτη). En Roma se identificó con Venus (Venus). Según una tradición, es hija de Zeus y
Dione. Según otra, nació de la espuma del mar cuando, al destronar Crono a su padre Urano, le cortó los
genitales y estos cayeron al mar. Como salió del mar en Chipre, a menudo se le da el sobrenombre de
«Cipria» (esto es, «Chipriota»). A veces se habla incluso de dos Afroditas distintas (es lo que se dice en el
Banquete de Platón). Esposa de Hefesto, es la diosa del amor (propiamente, del impulso sexual) y de la
fecundidad, pero no del matrimonio, y diosa también de la belleza, los jardines y las flores. Tanto los
hombres como los dioses ceden a su poder.
< Deméter (Δημήτηρ). En Roma se identificó con Ceres (Ceres). Hija de Crono y Rea, es la divinidad de
la tierra cultivada. Es ella quien da la fertilidad a la tierra y, sobre todo, quien hace crecer los cereales.
Aparece estrechamente vinculada a Perséfone, su hija, y en honor a ellas se celebraban en la localidad
ateniense de Eleusis unos ritos secretos (los Misterios de Eleusis).
< Posidón, o Poseidón (Ποσgιδäν). En Roma se identificó con Neptuno (Neptunus). Hijo de Crono y Rea,
es fundamentalmente el dios del mar, pero también de las fuentes y lagos (no de los ríos). Puede desatar
tempestades, arrancar las rocas de la costa y hacer brotar manantiales. También se le atribuían los terremotos. Se le suele representar con un tridente en las manos y montado en un carro tirado por unos seres mitad
caballo y mitad serpiente.
< Hades (~Αιδης), o Plutón (Πλούτων). En Roma se identificó con el Padre de las Riquezas (Dis Pater) y
se le llama normalmente Plutón (Pluto). Hijo de Crono y Rea, es el dios de los muertos. Está casado con
Perséfone. Después de destronar a Crono, su padre, los hermanos Zeus, Poseidón y Hades se repartieron el
mundo: para Zeus el cielo y la tierra, para Poseidón el mar y para Hades el mundo subterráneo de los
muertos, pero ejerciendo Zeus la autoridad suprema sobre sus hermanos. Hades, cuyo nombre se aplica por
extensión al mundo de los muertos, es un dios triste y sombrío, pero no malo. No permite que ninguno de
sus súbditos vuelva a la tierra, ni que los vivos entren en su reino, si bien algunos héroes famosos (Heracles, Teseo, Orfeo, Ulises) lograron entrar y salir. Los griegos temían mencionar el nombre de Hades y se
solían referir a él llamándole Plutón (palabra derivada de πλοØτος, ‘riqueza’), en referencia quizá a las
riquezas de la tierra, en cuyas profundidades reina él.
< Hestia ({Εστία). Corresponde a la diosa romana Vesta (Vesta). Hija de Crono y Rea, es la diosa del hogar
y personifica el fuego del hogar. Permanecía inmóvil en el Olimpo. Obtuvo de Zeus la gracia de guardar
eternamente la virginidad y de que se le rindiera culto en todas las casas de los hombres y en los templos
de todos los dioses.
< Perséfone (Πgρσgnόνη), conocida también como Core (Κόρη), es decir, Muchacha. En Roma era llamada Proserpina (Proserpina). Hija de Zeus y Deméter, es la esposa de Hades, y en consecuencia es, junto
con él, diosa del reino de los muertos. Permanece junto a Hades una parte del año, y otra la pasa en la
tierra. Representa, por ello, la renovación anual de la naturaleza: el tiempo en que está junto a Hades es el
invierno, la época en la que la naturaleza está «dormida». Según el mito, Hades la raptó para casarse con
ella. Deméter logró que Zeus obligara a Hades a devolvérsela, pero Perséfone había comido unos granos
44
de granada, con lo que quedó unida para siempre al mundo de los muertos, y por eso debe pasar una parte
del año en él.
< Dioniso (Διόνυσος), llamado también Baco (Βάκχος), y a veces Yaco (}Ιακχος). En Roma se identificó
con el dios Líber (Liber), si bien lo más corriente para referirse a él era usar el sobrenombre de Baco
(Bacchus). Es hijo de Zeus y de la mortal Sémele. Cuando Sémele estaba encinta, pidió a Zeus verle en
todo su esplendor (cuando un dios se aparecía a un mortal, lo hacía siempre bajo apariencia humana). Zeus
se lo concedió (le había prometido que le concedería lo que pidiese, y una vez Zeus hacía una promesa, no
podía dejar de cumplirla). Ella no pudo resistir la visión de Zeus y murió. Entonces, Zeus tomó al hijo que
Sémele llevaba en su seno y lo introdujo en su muslo hasta el momento de su nacimiento. Es el dios del
vino y de lo que éste representa de exaltación y liberación de las ataduras habituales. Se complace en el
tumulto y la alegría. Su símbolo es el tirso, una vara que tiene en su extremo un manojo de hojas de vid o
de hiedra. Suele acompañarle un leopardo. Se le festeja con procesiones tumultuosas. En las celebraciones
en su honor surgieron las representaciones teatrales.
De estos dioses, propiamente no son olímpicos Hades y Perséfone, pues, aunque están emparentados con
los demás, habitan en el mundo tenebroso de los muertos (Perséfone solo una parte del año), lejos de la luz del
Olimpo. En un principio tampoco estaba entre los doce olímpicos Dioniso, pues, aunque la mitología lo
considera hijo de Zeus, parece que es de origen extranjero, en concreto oriental. Ahora bien, como Dioniso
llegó a adquirir mucha importancia, acabó por ser considerado uno de los doce olímpicos, desplazando de este
grupo a Hestia, diosa que no interviene en ningún relato mitológico.
Algunos dioses recibían culto de forma especial en ciertas ciudades, de las que se los consideraba protectores. Así ocurría con Atenea en Atenas, con Posidón en Corinto o Hera en Samos.
2. Otros dioses griegos
Aparte de los olímpicos hay otros muchos dioses. Vamos a fijarnos sólo en algunos de ellos:
•
Gea (ΓαÃα) y Urano (ΟÛρανός). Gea es la Tierra, elemento primordial del que surgieron los linajes
divinos. Según Hesíodo, surgió después de Caos (Χαός), que es el vacío primordial, anterior al establecimiento del orden en el mundo. Sin intervención masculina, Gea engendró a Urano, el Cielo, que luego se
convirtió en su esposo. Entre los hijos que tuvieron están los seis Titanes y las seis Titánides. Urano
odiaba a sus hijos y los mantenía hundidos en las profundidades de Gea, hasta que Crono, el más joven de
los Titanes, con una hoz de acero que le dio su madre, castró a su padre y ocupó su lugar como señor del
universo.
•
Crono (Κρόνος) y Rea ({Ρgία). Crono, después de destronar a su padre Urano, se casó con su hermana
Rea, una de las Titánides. Con ella tuvo a Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus. Informado por
Urano y Gea de que sería destronado por uno de sus hijos, los iba devorando a medida que nacían. Cuando nació Zeus, el menor, Rea engañó a Crono dándole una piedra envuelta en un pañal, que Crono se
tragó sin darse cuenta del engaño. Ya mayor, Zeus logró que Crono bebiera una droga que le hizo vomitar
a sus hijos (y la piedra, que, según se decía, era una piedra que había en el santuario de Delfos). Con
ayuda de sus hermanos y de los Hecatonquiros (gigantes de cien brazos), hijos de Urano y Gea a los que
Crono había encerrado en el Tártaro, Zeus luchó contra su padre, que contaba con la ayuda de sus hermanos los Titanes (por eso, esta lucha es llamada Titanomaquia). Finalmente venció Zeus, que encerró en el
Tártaro a Crono y a los demás Titanes. Es en ese momento cuando los hijos de Crono (los Cronidas) se
reparten el mundo, ostentando la autoridad suprema Zeus. Más adelante Zeus lo liberó del Tártaro y lo
llevó a las Islas de los Bienaventurados, donde reinaba sobre los héroes que, tras morir, residían allí. En
Roma Crono fue identificado con Saturno (Saturnus). Los mitos latinos cuentan que reinó en el Lacio,
donde se estableció tras ser destronado, y enseñó a los hombres el cultivo de la tierra. Su reinado fue la
Edad de Oro. En cuanto a Rea, acabó siendo identificada con Cibeles, diosa de origen asiático (Cibeles era
llamada Madre de los Dioses o Gran Madre, por lo que fue fácil identificarla con Rea, madre de los dioses
más importantes).
•
Helio (~Ηλιος), el Sol. Es hijo del titán Hiperión y de la titánide Tía. Helio es representado como un
joven de gran belleza, con la cabeza rodeada de rayos. Recorre el cielo montado en un carro tirado por
cuatro veloces caballos. Todas las mañanas, partiendo del este, desde el país de los indios, recorre el
camino que pasa por el centro del cielo, hasta llegar, al anochecer, al Océano, donde se bañan sus fatiga45
dos caballos. Luego vuelve al oriente (según unos por debajo de la tierra, según otros por el Océano en
una gran copa), en mucho menos tiempo del que tarda en recorrer la bóveda celeste por el día, retirándose
a descansar a su palacio de oro hasta la mañana siguiente. En la tradición clásica Helio acabó por perder
su personalidad y fue identificado con Apolo (así es en el Renacimiento y posteriormente), debido a que
este dios tiene un carácter luminoso y, por tanto, de alguna manera relacionado con el sol.
•
Selene (Σgλήνη), la Luna. Suele ser considerada hija de Hiperión y Tía, y hermana, por tanto, de Helio
(hay, sin embargo, otras versiones sobre su origen). Es presentada como una joven hermosa que recorre el
cielo montada en un carro de plata tirado por dos caballos. Igual que sucedió con Helio, en la tradición
clásica perdió su personalidad y acabó por ser identificada con Diana (la diosa romana con la que se había
identificado a Ártemis).
•
Erinias (zΕρινύgς). Identificadas por los romanos con las Furias (Furiae), son tres diosas que nacieron
de las gotas de sangre que cayeron a la tierra cuando Urano fue mutilado. Son, por tanto, divinidades muy
antiguas, anteriores a los dioses olímpicos. No se someten a los dioses de la generación joven y ni siquiera
Zeus tiene autoridad sobre ellas. Su misión esencial es la venganza de los crímenes, especialmente los
cometidos contra miembros de la familia. Castigan también a los perjuros y a los que violan las leyes de
la hospitalidad. Se las representa como divinidades aladas, con serpientes entrelazadas en su cabellera y
con antorchas o látigos en las manos. Cuando se apoderan de la persona a la que quieren castigar, la
enloquecen y atormentan. Los griegos temían referirse a ellas por su nombre, por lo que solían llamarlas
Euménides (ΕÛμgνίδgς), es decir, Bondadosas, nombre con que trataban de adularlas.
•
Moiras (ΜοÃραι). Identificadas por los romanos con las Parcas (Parcae), representan el destino de cada
cual, la «parte» que le toca (μοÃρα significa ‘parte’). Son tres diosas, llamadas Átropo (}Ατροπος), Cloto
(Κλωhώ) y Láquesis (Λάχgσις). Suelen ser consideradas hijas de Zeus y Temis (Θέμις, ‘Ley’), aunque
otra genealogía las hace hijas de la Noche y, por tanto, divinidades anteriores a los dioses olímpicos. Son
presentadas como hilanderas que, con la ayuda de un hilo, regulaban la duración de la vida de cada
mortal: Átropo lo hilaba (representa el nacimiento), Cloto lo enrollaba (es el desarrollo de la vida) y
Láquesis lo cortaba (la muerte). Son inflexibles y los demás dioses no tienen autoridad sobre ellas.
•
Musas (ΜοØσαι). Pasaron a Roma con el mismo nombre (Musae). En general son consideradas hijas de
Zeus y Mnemósine (Μνημοσύνη, ‘Memoria’). Son las cantoras divinas, que deleitan a Zeus y los demás
dioses, y diosas, además, de lo que se origina en el pensamiento, en todas sus formas: elocuencia, persuasión, sabiduría, literatura, ciencia. En general se habla de ellas como las diosas de las artes y las ciencias.
Están dirigidas por Apolo, dios, entre otras cosas, de la belleza y la sabiduría. Sobre su número hay
variantes, pero desde la época clásica en general se considera que son nueve, atribuyéndose a cada una el
patronazgo sobre una de las artes o ciencias. En esto no hay coincidencia entre todos los autores, por lo
que la atribución que damos es solo una de las que se hacían: Calíope (Καλλιόπη) se ocupa de la poesía
épica, Clío (Κλgιώ) de la historia, Polimnia (Πολύμνια) de la pantomima, Euterpe (ΕÛτέρπη) de la
flauta, Terpsícora (Τgρψιχόρα) de la danza, Erato (zΕρατώ) de la lírica coral, Melpómene
(Μgλπομένη) de la tragedia, Talía (Θάλgια) de la comedia y Urania (ΟÛρανία) de la astronomía.
[Evidentemente, estas atribuciones son tardías, pues parte de los géneros literarios a que hace referencia
no aparecen hasta finales de la época arcaica o comienzos de la clásica.] La morada de las Musas se solía
colocar en el monte Helicón (en Beocia).
•
Eros (zΕρως), el Amor (entendiendo por tal el impulso sexual). Era llamado por los romanos Cupido
(Cupido). Hay distintas versiones sobre su origen. Una de ellas, la que da Hesíodo, dice que surgió del
Caos primigenio. Según esta versión es uno de los dioses más antiguos, lo que va muy bien con su carácter de fuerza fundamental que mueve el mundo: Eros asegura no solo la continuidad de las especies sino
también la cohesión interna del cosmos. De las otras versiones sobre su origen, la más extendida dice que
es hijo de Afrodita y Hermes (es la versión que recoge la tradición clásica, en la que Eros/Cupido es hijo
de Afrodita/Venus). Ante esta diversidad de versiones, a veces se habla, igual que ocurría con Afrodita, de
que hay varios Eros (es lo que aparece en el Banquete de Platón). Eros suele ser presentado, sobre todo
por los poetas, como un niño alado, que hiere los corazones con sus flechas. Acomete tanto a los hombres
como a los dioses, incluida Afrodita.
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Ninfas (Nύμnαι). Son diosas que pueblan los campos, los bosques y las aguas. Son divinidades secunda46
rias, a las que se dirigen plegarias y que pueden resultar temibles. Hay distintos tipos de ninfas, que se
distinguen por el lugar donde habitan. Muchas –pero no todas– pasan por ser hijas de Zeus. Además,
parece que al menos parte de ellas ni siquiera son inmortales sino únicamente muy longevas.
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Tique (Τύχη), la Fortuna, la Casualidad, el Azar. Es uno de esos conceptos abstractos que los griegos
divinizaban. No tiene genealogía ni interviene en ningún mito. Tuvo gran importancia sobre todo desde la
época helenística: la inestabilidad de la época lleva a considerar que el mundo es regido por el azar, por lo
que los hombres buscan estabilidad atrayéndose los favores de la divinidad que lo controla.
Los misterios
En la religión griega había unos cultos un poco especiales que ofrecían a los que participaban en ellos una
vida feliz después de la muerte (la creencia tradicional griega era que las almas de la mayoría de los hombres
llevaban tras la muerte una existencia oscura, como sombras). Esos cultos eran los misterios. En los misterios
sólo podían participar los que estaban iniciados, es decir, los que habían participado previamente en unas
determinadas ceremonias, tras las que pasaban a ser «iniciados en los misterios» (μύσται). Los ritos que se
llevaban a cabo en los misterios eran secretos (μυστήριον viene de μύω, ‘cerrarse’), y estaba prohibido contar
a los no iniciados en qué consistían (en Atenas era un delito castigado por la ley).
Vamos a ver brevemente los principales cultos mistéricos:
Misterios eleusinos
Eran unos de los misterios más famosos, y posiblemente los más antiguos. Se celebraban en honor de las
diosas Deméter y Perséfone (su hija). Tenían lugar en el santuario de estas diosas en Eleusis, una localidad del
Ática. En estos misterios era admitido todo tipo de personas, tanto hombres como mujeres (incluso prostitutas,
excluidas de otros cultos), libres y esclavos, atenienses y extranjeros. En este santuario, al parecer, se realizaban unos ritos relacionados con la fertilidad, pues Deméter era la diosa de la tierra cultivada y de la fertilidad
de la tierra, y Perséfone la diosa de la renovación anual de la naturaleza. A partir de la idea de la renovación
anual de la naturaleza se llegaba a la idea de la inmortalidad: de igual manera que la naturaleza revive cada
año tras su «muerte» en el invierno, las almas de los iniciados en los misterios «revivirán» tras la muerte y
llevarán una vida feliz en el más allá.
Dionisismo
Eran otros misterios muy importantes. Se celebraban en honor al dios Dioniso, dios del vino, que representaba la exaltación y la liberación. El dionisismo se manifestó especialmente en las bacanales (de «Baco»,
sobrenombre de Dioniso), que eran unos ritos (Ðργια) celebrados en honor del dios. Se celebraban de noche y,
como es habitual en los misterios, sólo podían participar en ellos los iniciados. En ellos las mujeres tenían un
papel predominante. Las mujeres que participaban en ellos, llamadas «ménades» (μαινάδgς) o «bacantes»,
conducidas por un joven sacerdote (se creía que estaba poseído por el dios), ejecutaban por las montañas una
danza desenfrenada, al son de la flauta y el tímpano (una especie de tambor que se tocaba con las manos). Los
gritos, el vino ingerido y la excitación de la música y la danza las llevaba a un frenesí, hasta que alcanzaban la
§κστασις, la salida de sí mismas, y el ¦νhουσιασμός, la posesión espiritual –se creía– por el dios. En tal
estado tenían visiones, y despedazaban un animal, cuya carne cruda comían en una especie de comunión
(éμοnαγία). La situación en que entraban los que participaban en estos ritos se identificaba con la liberación
de la existencia sombría que esperaba a las almas tras la muerte, liberación que alcanzarían los iniciados en los
misterios.
Orfismo
Eran una corriente religiosa cuya fundación era atribuida al músico mítico Orfeo. Este movimiento
religioso no fue aceptado oficialmente en las ciudades griegas, por lo que quedó convertido en una especie de
secta secreta. El orfismo se caracterizaba por no tener culto ni templos. Además –y esto es algo insólito en la
religión griega– su doctrina fue recogida en libros sagrados (no se han conservado). Según el orfismo, el
hombre está formado por dos partes opuestas, el cuerpo y el alma. El hombre debe soltarse de las ataduras que
lo unen al cuerpo, en el que el alma está como en una tumba (σäμα σ−μα [«el cuerpo es una tumba»] dicen
los órficos). Esta liberación llevará al hombre a unirse con la divinidad. Estas creencias son extrañas a la
mayor parte del pensamiento religioso griego, pues habitualmente los griegos consideran que el hombre no
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debe pensar en nada que no sea humano. Para conseguir la liberación del alma, los órficos tenían que cumplir
unas normas estrictas, entre las que la prohibición de comer carne y usar ropas de lana son las más conocidas.
Pitagorismo
El pitagorismo es una corriente filosófico-religiosa cuyo origen se atribuye a Pitágoras. Tiene muchos
puntos en común con el orfismo, del que quizá no es más que una rama. El pitagorismo defiende la trasmigración de las almas (μgτgμψύχωσις, de μgτά, ‘después de’, ¦ν, ‘en’, ‘dentro’, y ψυχή, ‘alma’). Después de la
muerte las almas estarán un tiempo (mil años entre la vida y ese tiempo) en el Hades, donde las de los malvados reciben un castigo. Pasado ese tiempo, las que no han alcanzado la purificación vuelven a nacer. Las que
la han alcanzado van a unirse con la divinidad. El número de reencarnaciones necesarias es menor para los
iniciados que para los no iniciados. Algunos especialmente malvados, considerados incurables, son confinados
para toda la eternidad en el Tártaro. No se sabe si estas creencias sobre la reencarnación eran comunes a todo
el orfismo o sólo eran propias del pitagorismo. Además, no tenemos datos suficientes sobre las creencias de
estas corrientes religiosas, pues las conocemos sólo por algunas referencias de ciertos autores antiguos.
Misterios orientales
A partir de la Época Helenística se extendieron por Grecia cultos de procedencia oriental (realmente, la
influencia oriental siempre estuvo presente en la religión griega, pero ahora se hizo mayor). La entrada en
Grecia de estos cultos fue fruto en buena medida de las conquistas de Alejandro y del consiguiente aumento
de las relaciones de los griegos con las culturas orientales. Estos cultos orientales adoptaron en general la
forma de misterios. Entre estos cultos podemos destacar los misterios de Isis. Isis era una diosa egipcia (según
la mitología egipcia, es esposa de Osiris y madre del dios Horus, representa la fidelidad conyugal y el amor
maternal y es protectora de las madres, de los niños y de la familia). Su culto alcanzaría un gran desarrollo en
la época del Imperio Romano, extendiéndose por todo el imperio. Como en todos los misterios, era necesaria
una iniciación, que era entendida como un renacimiento (el día de la iniciación era considerado como el día
del nacimiento). Antes había que prepararse mediante unas purificaciones que tenían por objeto borrar la
mancha que tenía el que iba a ser iniciado. A los iniciados se les aseguraba una vida venturosa en el más allá.
Crítica de las concepciones religiosas
En la Época Arcaica tuvieron lugar algunos ataques a la religión tradicional. Entre los pensadores que
llevaron a cabo este tipo de ataques destaca Jenófanes de Colofón (siglo VI a. C.). Este poeta y pensador
realiza ataques demoledores contra los dioses de Homero y Hesíodo: «Homero y Hesíodo han atribuido a los
dioses todas las cosas que son objeto de vergüenza y de censura entre los hombres: hurtos, adulterios y
engaños recíprocos». Considera que la divinidad no puede presentarse como un hombre: su figura es distinta
y está libre de defectos humanos. Además, defiende que hay un solo dios, que no se asemeja a los hombres ni
por el cuerpo ni por el pensamiento. Prueba de la falsedad de las representaciones tradicionales de los dioses
es que cada pueblo los representa de una manera: «Y los etíopes representan a sus dioses chatos y negros, y
los tracios dicen que tienen los ojos azules y los cabellos rojos. Pero si los bueyes, los caballos y los leones
tuviesen manos y con ellas pudiesen dibujar y realizar obras como los hombres, los caballos dibujarían figuras
de dioses semejantes a caballos y los bueyes a los bueyes, y formarían sus cuerpos a imitación del propio.»
En la Época Clásica la religión tradicional sufre fuertes ataques. La democracia ateniense fue defensora de
la fe tradicional, pero fue en Atenas donde tuvieron lugar los ataques más importantes contra ella. Tras las
Guerras Médicas Atenas atrajo a pensadores de toda Grecia. La razón (λόγος) había empezado a ganar
terreno al mito (μØhος), y los pensadores realizaron una reflexión crítica sobre el mundo y el hombre, sin
excluir las tradiciones, creencias o instituciones más sagradas, tanto políticas como religiosas. La libertad de
expresión (παρρησία) es aprovechada para exponer públicamente sus ideas. Entre esos pensadores destacan
los sofistas.
Los sofistas no eran por sí enemigos de la religión, pero al someter a crítica las costumbres, también
llevaron a cabo una crítica de la religión. En el siglo V a.C. tiene lugar en Atenas una polémica en torno a las
nociones de νόμος, ‘costumbre’, ‘ley’, y nύσις, ‘naturaleza’. Todo lo que existe según la naturaleza (nύσgι),
dicen los sofistas, debe ser considerado incuestionable y ser aceptado, mientras que a lo que existe por costumbre (νόμå) puede el individuo no sentirse ligado si no lo encuentra aceptable. Al considerar los sofistas
que la religión pertenece al terreno de las costumbres, cuestionan gravemente su validez. Ante ello, reacciona48
rá el Estado, pues si bien no puede hablarse de intolerancia religiosa en Atenas, esto ha de entenderse en el
sentido de que, si se siguen las pautas establecidas oficialmente, todo lo demás no merece atención por parte
del Estado. Ahora bien, para éste la conservación de las creencias y cultos oficiales era cuestión de ser o no
ser; de ahí el empeño en mantener a los ciudadanos dentro del marco de la religión oficial. Por ello hubo
algunos procesos religiosos. El caso más famoso, pero no el único, es del Sócrates (estaba muy alejado de los
sofistas, pero era confundido con uno de ellos por mucha gente).
El principal de los sofistas fue Protágoras de Abdera. Amigo de Pericles, pasó largas temporadas en
Atenas. De él es la frase «El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las
que no son en cuanto que no son». O sea, lo que a uno le parece justo a otro puede parecerle injusto. En su
obra Acerca de los dioses se enfrenta a la religión al decir: «No puedo decir de los dioses ni si existen ni cuál
es su forma y naturaleza. Pues hay muchos obstáculos en esta investigación: tanto la oscuridad de la cosa
como la brevedad de la vida humana». Así pues, es un agnóstico, que, aunque respetó a los dioses tradicionales, los eliminó de sus escritos. Para él, nada seguro puede decirse de los dioses, y todo aquello que se les ha
atribuido es obra humana (prueba de ello es que cada pueblo presenta a los dioses de una forma).
Pródico de Ceos se ocupa del origen de la religión. Según él, la religión está basada en el agradecimiento
del hombre por los dones de la naturaleza. Así, lo primero que fue objeto de veneración fueron aquellas cosas
por las que el hombre conservaba la vida: el sol, los ríos, el agua, el fuego... Después, el hombre consideró
dioses a los inventores de cosas útiles, como Deméter del pan o Dioniso del vino. Por estas ideas Pródico fue
considerado ateo.
También Critias da una teoría sobre el origen de la religión. Considera que un hombre astuto y prudente
inventó para los mortales el temor a los dioses. Tenía que haber un terror para el malvado, aunque la acción,
la palabra y el pensamiento fueran secretos. Ese hombre dijo que hay unos seres felices e inmortales, llenos de
sabiduría, que oyen todas las palabras de los hombres, observan todas sus acciones e incluso se enteran si se
piensa el mal solo en silencio. Luego indicó como vivienda de estos seres (los dioses) el cielo, pues de allí
llega lo que más asusta a los hombres (el rayo, el trueno) y también allí está y de allí viene lo que le favorece
(las estrellas, el sol, la lluvia). Con estos temores pudo imponerse la ley y los débiles pudieron estar a salvo de
los poderosos.
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